La antropología social está particularmente preparada para analizar el impacto directo del Covid-19 en las vidas cotidianas, especialmente en aquellos contextos microscópicos en los que está habituado a observar las conductas y comportamientos que, con motivo de la pandemia, se transforman, adaptan, reformulan, desaparecen o se recuperan. Por otra parte, la pandemia saca a la luz, potencia y aclara fenómenos que se encontraban soterrados o difusos, y que la crisis sanitaria, social y económica evidencia con más claridad o simplemente de otra manera. Así, el Coronavirus no solo modifica, sino que permite repensar y re-cuestionar muchos fenómenos sociales: ¿qué colectivos son más vulnerables?, ¿bajo qué condiciones viven?; ¿se gestan redes de solidaridad que permiten afrontar situaciones de crisis?; ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para mantenernos protegidos individual y colectivamente? Las respuestas son diferentes en cada cultura, en cada colectivo, en cada contexto. La pandemia no se ha afrontado igual en las comunidades indígenas de la Amazonía, que en un barrio marginal de Palermo o en una residencia de ancianos de Madrid. Pero también han aflorado las diferencias en los estilos de vida y las maneras de pensar o actuar: ciertos veganos sacan a colación sus críticas sobre cómo nos relacionamos con los animales; algunos grupos religiosos renuevan su fe y esperanza en torno a ciertos valores y prácticas; mientras cada cual halla un culpable, un chivo expiatorio, a veces en un reformulado otro: los chinos, las multinacionales farmacéuticas, los colonos... La pandemia nos permite así tener una nueva mirada sobre la diversidad, estudiando cómo se las arregla cada grupo para seguir adelante en medio de una crisis que obliga tanto a proteger como a modificar creativamente nuestro día a día. Cada grupo, también el de los antropólogos, se ve sacudido e interpelado en sus prácticas más elementales, a la par que tenemos una nueva oportunidad para descubrir qué elementos nos separan y nos unen como especie humana.