Las crisis políticas suelen describirse como súbitos puntos de
inflexión, momentos de dramatismo extremo, puntos críticos en los que todo está en juego, en los que se necesitan juicios y decisiones audaces. Sin embargo, sabemos por arqueólogos, paleontólogos, historiadores y otros expertos que la transformación y/o el derrumbe de los órdenes antiguos y su sustitución por nuevas organizaciones de poder suelen producirse con lentitud. Su ritmo es el de la larga duración, lo que significa que sus consecuencias radicales requieren tiempo para materializarse. Las rupturas que se producen lentamente son mucho más difíciles de detectar, y aún más de analizar, pero deben ser una parte
central del análisis de la democracia contemporánea y de su futuro incierto, o al menos eso es lo que argumenta el proyecto de la democracia cuántica.