Interpretando a Nietzsche, podríamos afirmar que la embriaguez dionisíaca le posibilita al humano dirigirse afectivamente hacia lo externo, borrando incluso y paradójicamente ese límite que determinaría dónde empieza su ser y dónde aquello a lo que su ser es empujado. Trías recoge esta determinación en un concepto clave de su filosofía al denominarnos “ser del límite”. En ambos filósofos somos radicalmente pasión creadora; somos un animal límite y caótico, sufriente por queriente, y potencialmente feliz por el mismo motivo. Está en nuestras manos investigar, tras el reconocimiento de esta condición estética, sensible e insalvable de lo humano, cómo vivir.