Debió ser allá por el año 82 más o menos. Estábamos poniendo en marcha la facultad de filosofía de la Hispalense. Un buen día apareció por allá un mozo alto y sonriente. Traía bajo el brazo dos tesis doctorales: una defendida en la Universidad Complutense sobre Tomás de Aquino; otra sobre Heidegger presentada, ¡en alemán!, ante la de Viena. Se llamaba Javier Hernández-Pacheco