Resumen
Declara Ortega en La Deshumanización del arte, con una contundencia que ha desgarrado muchos oídos castos a lo largo del siglo, que “dondequiera que las jóvenes musas se presentan, la masa las cocea”i . Masa y musas son sin duda conceptos equívocos pero, tal vez porque estas últimas han envejecido ya suficientemente desde que se publicó esa invectiva, no nos provocan extrañeza las multitudinarias peregrinaciones de las primera al Museo Dalí de Figueras. Es cierto que, de entre todas las vanguardias, el surrealismo es la que por sus características formales se acerca más a la comprensión estética del por así llamarlo hombre medio. ¿Pero qué es exactamente lo que embelesa tanto de esas obras a los transeúntes del Museo? ¿No se estará produciendo un monumental equívoco en la comprensión y recepción de esas creaciones por parte de los espectadores que las admiran? El hecho es que si procedemos con un cierto rigor estético esas producciones se nos presentan, salvo alguna obra excepcional de la primera época, como una manifestación de estridente ramplonería artística, una verdadera exhibición de vulgaridad y mal gusto en las que por medio de la espectacularidad y el virtuosismo técnico se adula la abotargada sensibilidad de un público generalmente ignaro en la materia. Digámoslo claramente: desde un punto de vista puramente estético la obra de Dalí no se caracteriza precisamente ni por su valor ni por su originalidad.
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