http://dx.doi.org/10.12795/spal.2012.i21.03

Ferrer Albelda, E. (2012): “Confusiones contemporáneas sobre geografía antigua. A propósito del SINUS TARTESII y del LACUS LIGUSTINUS”, Spal 21: 57-67. DOI: https://dx.doi.org/10.12795/spal.2012.i21.03

CONFUSIONES CONTEMPORÁNEAS SOBRE GEOGRAFÍA ANTIGUA. A PROPÓSITO DEL SINUS TARTESII Y DEL LACUS LIGUSTINUS

CONTEMPORARY CONFUSION ABOUT ANCIENT GEOGRAPHY. ABOUT THE SINUS TARTESII AND THE LACUS LIGUSTINUS

Eduardo Ferrer Albelda
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad de Sevilla.

Resumen: En los intentos de reconstrucción de los paisajes antiguos de la Tartéside ha habido un abuso reiterado de la utilización de los términos latinos sinus Tartesii y lacus Ligustinus, ambos mencionados en la Ora maritima de Avieno, identificándolos en ocasiones con la misma realidad geográfica, y en otras no. Proponemos la identificación geográfica del sinus Tartesii con el actual golfo de Cádiz y la del lacus Ligustinus con la antigua ensenada marítima, hoy colmatada por las marismas y cruzada por el curso del río Guadalquivir. No obstante, conviene tener en cuenta que el Ligustinus de Avieno constituye una traslación, de las muchas de la geografía antigua, a la península ibérica de topónimos e hidrónimos de otras latitudes, en este caso del golfo de León. No es, por tanto, el nombre que griegos o latinos dieron al lugar, de ahí que constituya un hapax.

Abstract: In the attempts to reconstruct the ancient Tartessian landscapes there has been a reiterated abuse in the use of the Latin terms sinus Tartesii and lacus Ligustinus, both mentioned in Avienus’ Ora Maritima, that have at times been identified with the same geographic reality, and at other times not. We propose the geographic identification of the sinus Tartesii with the present-day gulf of Cadiz and that of the lacus Ligustinus with the ancient maritime bay, now-a-day silted up by the marshlands and crossed by the Guadalquivir River. However, it must be noted that Avienus’ Ligustinus constitutes a further case of the application in the Iberian Peninsula of toponyms and hydronyms borrowed from other latitudes, in this case from the gulf of León. It is therefore not the original place name, and thus constitutes a hapax.

Palabras clave: sinus Tartesii, lacus Ligustinus, Avieno, geografía antigua, Bajo Guadalquvir, Tartéside.

Key words: sinus Tartesii, lacus Ligustinus, Avienus, ancient geography, Lower Guadalquivir, Tartessos.

1. INTRODUCCIÓN

La pretensión de reconocer en los paisajes actuales los lugares narrados en los escritos de la Antigüedad clásica es tan previsible como antigua. Los motivos que han llevado a estas identificaciones son tantos como propuestas han habido, desde el interés puramente erudito o científico en la reconstrucción del pasado hasta la tergiversación y apropiación de topónimos antiguos con fines apologéticos de estirpes nobiliarias, ciudades y naciones. Desde el Renacimiento, y hasta avanzado el siglo XIX, textos literarios, epígrafes (verdaderos o falsos), etimologías y monedas fueron los monumentos, según la terminología de la época, que permitían a eruditos y anticuarios atribuir nombres grecolatinos a lugares y ciudades contemporáneas.

A fines de la decimonovena centuria otra disciplina, la Arqueología, se convirtió en el vehículo más apropiado para estas identificaciones porque la excavación arqueológica era el “método” más adecuado para extraer inscripciones y monedas que corroboraran tales hipótesis, y también porque era la forma empírica de demostrar la veracidad de las descripciones clásicas. Siempre que hubiera un testimonio literario grecolatino, independientemente de su fiabilidad o calidad como fuente de conocimiento, la actividad arqueológica se concebía como un complemento al servicio del texto. El éxito H. Schliemann en Troya había sancionado esta forma de entender la investigación histórico-arqueológica y así continuó durante mucho tiempo. De hecho, aún pervive la idea generalizada de que el dato literario, cuando se refiere a descripciones geográficas, independientemente del autor y de la noticia trasmitida, requiere una comprobación arqueológica, para finalmente certificar que “las fuentes tenían razón”.

Como en ocasiones se ha puesto de manifiesto, el ejemplo de H. Schliemann en Troya tuvo una gran influencia en la investigación sobre Tarteso y la geografía prerromana de la Iberia meridional. A diferencia de las esporádicas y lacónicas referencias a Tarteso en la mayoría de las fuentes antiguas, que a lo sumo permitían atisbar la confusión reinante en época romana sobre la identificación de la supuesta ciudad con Gadir o con Carteia, había una composición versificada de un autor romano tardío que, como la Ilíada, constituía un documento-guía sumamente fiable de la geografía y la etnografía prerromana. R. Olmos (1991: 139) ha denominado a esta línea de estudios “topografía filológica”, y su objetivo principal era la reconstrucción de los paisajes antiguos y la identificación de sus principales hitos, singularmente la localización de las ciudades mencionadas (Álvarez Martí-Aguilar 2005: 81). Con la Ora maritima en la mano, A. Schulten (1922; 1924; 1945), J. Bonsor (1922 y 1928), E. Bayerri (1941), el marqués de Dosfuentes (1941), C. Pemán (1941, 1969), J. Gavala (1959) o F. Wattemberg (1966), entre otros muchos, elucubraron sobre el paisaje tartésico y la hipotética localización de la legendaria ciudad; o fueron más allá, como los dos primeros autores, probando suerte con excavaciones arqueológicas allá donde los versos de Avieno parecían situar la legendaria ciudad (Ferrer 1995).

Los resultados infructuosos de tales intentos y el cambio en los objetivos de la investigación arqueológica española a partir de los años 60 del siglo XX, con la acuñación de la frase –apócrifa o no– “¡Déjate de Avieno y husmea el terreno!”(Bendala 1992: 20; Álvarez Martí-Aguilar 2005: 183), hicieron caer en el olvido, aunque con resurrecciones recurrentes, la “topografía filológica” y el problema de la localización de Tarteso. A partir de los años 80 del siglo XX se configuró un panorama metodológicamente renovado, y el discernimiento de algunos de los problemas de la geografía antigua de Iberia, y concretamente de la tartesia, parecía que entraba en vías de solución al contar con unas bases más científicas: los estudios geoarqueológicos. Se puso entonces de manifiesto que para una correcta identificación de los paisajes antiguos era imprescindible distanciarse de los paisajes actuales, en gran parte modificados por la erosión y la antropización (Menanteau 1978; Arteaga y otros 1995; Arteaga y Roos 2007; Borja y Borja 2010).

Sin embargo, a pesar de la extraordinaria aportación de la Geoarqueología en el análisis de la evolución del litoral andaluz y de la configuración de la línea costera en distintas épocas, el problema de fondo no ha cambiado, pues no se ha modificado el planteamiento inicial, erróneo a mi modo de ver: seguir considerando Ora maritima como un documento fidedigno de la geografía tartésica, que permite reconstruir no solo el paisaje sino también la etnografía de la Iberia meridional del siglo VI a.C.

Dos intentos recientes de compaginar los estudios geoarqueológicos con las descripciones geográficas del poema de Avieno han sido suficientemente significativos como para hacernos reflexionar sobre la posibilidad real y la pertinencia de establecer concomitancias entre unos y otras. Los últimos trabajos llevados a cabo en la marisma del Guadalquivir, metodológicamente impecables, adolecen sin embargo de una cierta voluntad de adaptación del texto de la Ora maritima al mapa geoarqueológico diseñado con argumentos ad hoc. Así, en un primer momento, la constante reducción de la ensenada marítima desde los tiempos de Argantonio hasta la época de Avieno estaría reflejada en el poema en la mención de un originario “sinus Tartessius”, un golfo que «entraba en proceso de reducción, con esteros laterales navegables por las mareas; dándose así la posibilidad de originarse un “lacus” por encima de la desembocadura del río, antes de salir este último por dos brazos hacia el mar». Es decir, Avieno, «además de los datos retomados del periplo antiguo había llevado a su presentismo también la combinación de varias otras fuentes informativas y descripciones diferentes: a las cuales daría cuerpo, conciliándolas, suprimiendo unas, repitiendo otras, de una manera evidente libre, por desconocer personalmente los lugares» (Arteaga y otros 1995: 122). En la Ora maritima quedarían reflejados, por tanto, ambos momentos de la evolución litoral mediante la conversión del sinus en lacus.

Más recientemente, O. Arteaga y A.Mª Roos han propuesto que «tres grandes realidades marítimas han sido definidas por la Geoarqueología respecto de la realidad fluvial del Guadalquivir durante los tiempos tartesios». Una primera sería el golfo de Cádiz, esto es, el litoral comprendido entre los estuarios de los ríos Tinto/Odiel, y Guadalete; la segunda realidad marítima sería el golfo marino que hoy ocupan las marismas del Guadalquivir, al sur del estrecho de Coria; y la tercera, al norte del mismo, estaría constituida por la plana de Sevilla, delimitando sus rebordes el Aljarafe y, quizás, los Alcores. El error de tal propuesta no reside en la delimitación de estas realidades marítimas sino en atribuir erróneamente nombres antiguos a estas. Para la primera, se ha propuesto el palabro sinus Atlanticus; para la segunda realidad marítima, sinus Tartessius, y para la tercera Lacus Ligustinus (Arteaga y Roos 2007: 63).

De los tres, el primero no tiene refrendo en la literatura clásica, y Atlántico sería el nombre otorgado en la Antigüedad grecorromana al océano[1], no a una bahía o sinus. Los otros dos vocablos, sinus Tartesii y lacus Ligustinus, se han utilizado indistintamente para denominar la segunda realidad, la ensenada o golfo marino que penetraba hasta la actual Coria del Río (Sevilla). En esta confusión, casi todos debemos entonar el mea culpa porque, ya sea por una lectura literal de los datos textuales, ya por seguir los criterios de autoridad, o por la simple propagación de nociones asumidas sin crítica, hemos contribuido al uso indiscriminado de ambos términos y a la desorientación generalizada. Lógicamente sinus Tartesii y lacus Ligustinus, por proceder ambos de la misma fuente, Ora maritima de Avieno, no pueden ser nunca sinónimos, y definen dos hitos geográficos –reales o imaginarios– diferentes, una bahía y un lago respectivamente. Su identificación con realidades geográficas antiguas y contemporáneas es problemática no solo por los cambios producidos en el paisaje durante el Holoceno, sino también por la consideración errónea del poema como una descripción cartográfica más o menos antigua, pero fidedigna, del litoral peninsular.

2. SINUS TARTESII

Pocos autores han escapado a la tentación de identificar cada topónimo con realidades antiguas y contemporáneas, y sin embargo en contadas ocasiones se ha investigado el origen de los topónimos en cuestión que, como veremos, sobre todo en el caso del lacus Ligustinus, es revelador. La alusión a un sinus Tartesii aparece en el verso 265 de la Ora maritima: “Hic ora late sunt sinus Tartesii”. Los versos que le preceden parecen describir –así lo ha interpretado la mayoría de los autores que se han ocupado del tema (THA I: 83-84; González Ponce 1995: 156, nota 47)–, el paisaje idealizado del entorno de la actual Huelva: un cabo y un templo con cripta consagrada a la diosa infernal, una marisma denominada Erebea, la ciudad de Herbo, y el río Hibero, en cuya orilla oriental habitaban tartesios y cilbicenos[2].

Seguidamente, en sentido oeste/este se enumeran los siguientes lugares y pueblos:

“… Luego está la isla Cartare,

y ésta en un tiempo –y es una creencia bastante estable–

la poseyeron los Cempsos. Luego, expulsados

por el ataque de sus vecinos, a buscar lugares varios

se pusieron. Luego se eleva el monte Casio.

Y por éste la lengua griega antes «casítero»

llamó al estaño. Luego está la prominencia de un templo

y, conservando su antiguo nombre de Grecia,

la fortaleza de Geronte está a lo lejos: pues de ella

sabemos que Gerión otrora recibió su nombre.

Se extienden aquí las orillas del golfo Tartesio.

Y del mencionado río hasta estos lugares para las naves

el camino es de un día. Aquí está la ciudad de Gádir,

pues la lengua de los Púnicos un lugar cerrado

se llama «gádir». Ésta Tarteso antes

fue llamada, muy grande y opulenta ciudad

en la edad remota, ahora pobre, ahora pequeña,

ahora abandonada, ahora es un montón de ruinas.”[3]

La descripción, aunque trufada de interpolaciones no estrictamente geográficas, parece referirse a la bahía de Cádiz, delimitada por las desembocaduras de los ríos Guadiana y Guadalquivir (THA I: 83-84; González Ponce 1995: 158). Independientemente de la cronología que se le quiera atribuir a la fuente en la que se inspira el pasaje, lo cierto es que no cabe duda del arcaísmo del corónimo Tarteso ni de su relación originaria con hidrónimos y topónimos (Cruz Andreotti 2010: 36).

No entraremos en esta ocasión en el debate de la problemática étnico-cultural de los tartesios, aunque no queremos dejar pasar la ocasión de incidir en el hecho de que, de ser cierto el origen coronímico del término, las diferencias étnicas entre las comunidades litorales más antiguas conocidas (cinetes, tartesios, mastienos) no responderían a una clasificación étnico-cultural de estas poblaciones sino a una división geográfica, diseñada según las grandes demarcaciones litorales definidas por accidentes geográficos y puntos conspicuos de la costa, como responde a una visión periegética o periplográfica del litoral. Como ha señalado recientemente M. Álvarez Martí-Aguilar (2009: 89), «las formas en que se construyen los etnónimos en las fuentes literarias antiguas son múltiples: un topónimo puede, a su vez ser el origen de un étnico, pues para el espectador externo, los que viven en determinada región en las proximidades de un determinado accidente geográfico, pueden ser nombrados a través de esa referencia, sin que en las comunidades descritas exista, en cambio, esa denominación».

Dentro de esta lógica, los cinetes (vv. 201 y 223) habitarían en las inmediaciones del Cyneticum iugum (v. 205, cabo de San Vicente)[4], teniendo como límite oriental la desembocadura del Guadiana; los tartesios ocuparían Tarteso, esto es, el litoral del golfo de Cádiz, y los mastienos se extenderían por Mastia o Massía, o lo que es lo mismo, una región (khora)[5] que se extiende por la costa desde las Columnas de Heracles hasta un lugar indeterminado (¿la desembocadura del río Segura?) de la costa levantina (Álvarez Martí-Aguilar 2009; Álvarez y Ferrer 2009; Ferrer y Álvarez 2009; Ferrer 2009 y 2011).

Además de otras referencias geográficas sobre la asignación del nombre Tarteso a esta región, la que parece más significativa es la de Eratóstenes (en Estrabón III 2, 11), autor del siglo III a.C., pues Tartéside es “la región que linda con Calpe”[6]. Como apunta G. Cruz Andreotti (2010: 36) sobre el sentido primigenio del término, «en este contexto, donde mito, geografía, poesía y prosa se entremezclan…, Tarteso se nos aparece como un hidrónimo que muy pronto (en una secuencia bastante habitual) termina por definir un lugar y/o una región en el entorno de las Columnas y “más allá de Iberia”, los únicos referentes geográficos incontestables; una definición territorial que no entra en la adscripción cultural en que comúnmente se le viene dando». El sinus Tartesii, la bahía de los tartesios, es, según este razonamiento, un producto “de cuarta generación”, creado después de la aparición del hidrónimo, del corónimo y del etnónimo, aunque es difícil precisar si es de época arcaica como sus antecedentes, o es una elaboración griega más tardía, o incluso un arcaísmo ideado por Avieno para sus fines poéticos anticuaristas.

En otras ocasiones, una población destacada pudo haber proporcionado el nombre a un tramo determinado de la costa. Es el caso presumible del sinus Calacticus de Ora maritima (v. 424), traducible como la bahía de Calate, quizás la Calate situada no lejos de las Columnas de Heracles (en Hecateo Fr. 39 Jacoby)[7] y la Calatusa de Éforo (Fr. 171)[8]. Es un topónimo de indiscutible cronología arcaica, aunque la misma referencia de Esteban de Bizancio nos indica que hay otra Calatusa en el Ponto[9], lo que nos dará pie más adelante a hacer comentarios sobre la transferencia a Iberia de topónimos griegos del área póntica.

La localización de esta bahía en el entorno inmediato del estrecho de Gibraltar parece segura si atendemos al orden de los versos de Avieno, pues men­cio­nando la columna europea dice seguidamente: “Aquí el río Criso penetra en el profundo abismo;/ a uno u otro lado cuatro pueblos la habitan./ Pues están en este lugar los feroces Libifenices,/ están los Masienos; están los reinos Cilbicenos,/de fructífero campo, y los ricos Tartesios,/ quienes se extienden hasta el golfo Caláctico./ Cerca de éstos, además, está luego el cabo Barbecio,/ y el río Málaca, con la ciudad del mismo nombre,…” (vv. 419-426)[10]. La mayoría de los autores identifican el río Criso con el Guadiaro (González Ponce 1995: 170, nota 94), por lo que el sinus Calacticus estaría en el litoral mediterráneo al occidente de Málaga, aunque no veo impedimento para reconocer en este corónimo la bahía de Algeciras, en cuyo fondo se encontraría la colonia fenicia de Cerro del Prado y, a partir del siglo IV  a.C., Carteia.

No obstante, es preciso no olvidar que, según algunos autores (Jacob 1985: 248, n. 5: Rodríguez Adrados 2000: 7), Calate proviene de καλή άκτή, que significaría “la bahía del acantilado hermoso”, y que el de Iberia no sería el único topónimo de estas características en el Mediterráneo, pues además de las Calatusa del Ponto y de África, se conocen otras καλή άκτή en Eubea (en Ptolomeo III 15, 24) y en Sicilia (en Diodoro XII 8, 2).

3. LACUS LIGUSTINUS

La referencia a un lacus Ligustinus está en relación geográfica directa con el río Tarteso:

“… Pero a la isla

el río Tarteso, del lago Ligustino

derramado por abiertos campos, por todas partes ciñe con su corriente.

Mas él no corre por un solo cauce,

ni surca siendo uno el campo subyacente,

puesto que tres bocas por la parte de la luz oriental

lleva a los campos, [y] también con dos veces doble boca

baña las [partes] meridionales de la ciudad.

Luego se recuesta sobre la marisma el monte Argentario,

llamado así por los antiguos debido a su aspecto:

pues él hace brillar sus laderas con muchísimo estaño,

y más luz a los aires proyecta desde lejos

cuando el sol hiere con fuego sus elevadas cumbres.

El mismo río a su vez en sus aguas de pesado estaño

partículas revuelve, y lleva las murallas,

rico, el metal. Desde aquí, por donde de la llanura

del salado mar por medio del campo una vasta

región retrocede, habita el pueblo de los Etmaneos.

Y de aquí a su vez hasta los sembrados de los Cempsos

se extienden los Ileates en un campo fecundo,

pero las regiones marítimas poséenlas los Cilbicenos.”[11]

En esta ocasión la descripción se torna imprecisa, acumulativa, mencionando cuatro pueblos (cempsos, etmaneos, ileates y cilbicenos) en cuatro versos, y sin apenas referencias topográficas salvo el río, una isla, una marisma y el monte Argentario[12]. La de Avieno es la única referencia a este lacus en Iberia, por eso resulta de extraordinario interés la mención de Esteban de Bizancio (siglo VI d.C.) de una ciudad denominada Ligistina, “ciudad de los ligios, de la Iberia occidental, cercana y próxima a la ciudad de Tarteso. Sus habitantes se llaman ligies” (THA IIB 142 ba). Como ya se ha señalado (THA I: 91; Padilla 1999: 957-959), el nombre de esta ignota ciudad se podría traducir por “la ciudad del lago Ligustino”, y los naturales de Ligistina, los ligies, son los ligures o ligios que habitaban la costa del arco noroccidental mediterráneo, en el área galo-itálica, una región denominada Ligistica[13]. Es ­plausible que la ­presencia de este y otros nombres de lugar en el suroeste de Iberia se deba a la traslación de topónimos procedentes del área comprendida entre el Ebro y el Ródano, de manera que la Ligistina de Esteban de Bizancio, «podría ser consecuencia de la aplicación del topónimo Ligustinus a un lago cuyo nombre indígena desconocemos, y la adjudicación del mismo a los ligures podría ser una derivación lógica de lo anterior. En ningún caso implica necesariamente la existencia de ligures en el suroeste peninsular» (Padilla 1999: 959). Como suele ocurrir en una geografía de carácter liminar, a medio camino entre la cartografía y la mitología, es el mito hercúleo el que también juega un papel importante en la aparición de estos nombres, pues como aparece en la tragedia de Esquilo Prometeo liberado “en la ocasión en que Heracles arrebató las vacas a Gerión, hizo el camino a través de las fronteras de los ligures” (Esquilo Fr. 199; THA II A 31c).

No les falta razón a estas indicaciones, pues no se trata de un caso aislado. Otro ejemplo es el Cyneticum iugum (v. 201), topónimo desdoblado en el extremo occidental de Iberia (cabo de San Vicente) y en la costa del actual Rosellón, donde Avieno menciona un Lit[t]oris Cynetici a oriente del Pyrenaeum iugum (v. 566). Y un tercer caso es el del río Hiberus, identificado por la mayoría de los autores con el río Tinto (Huelva), que habría dado nombre a los hiberi y a Hiberia (vv. 241-255), nuevamente en el extremo occidental del mundo conocido. La simetría geográfica en el arco septentrional del Mediterráneo occcidental[14] estaría en el río Hibero (Ebro), al oeste del cual se situarían el río Orano (Rhony o Ródano[15]), cercano a una marisma llamada Tauro (Étang de Thau), cuyo cauce divide a los iberos de los ligies. Al respecto, Esteban de Bizancio precisa que la marisma Tauro también recibía el nombre de lacus Ligustinus (THA I: 91; Padilla 1999: 958).

Un tercer ejemplo lo constituiría un etnónimo, ileates, pueblo ubicado por Avieno junto a etmaneos, cempsos y cilbicenos, en un lugar no muy lejano del río Tarteso y del lago Ligustino (vv. 298-300). Estos ileates recordarían a los gletes de Herodoro de Heraclea (siglo V a.C.), etnia ibérica vecina de los cinetes[16], y a los igletes de Asclepiades de Mirlea (en Estrabón II 4, 19), que habitarían cerca del Iber (Ebro), en la zona comprendida entre el cauce del río y los montes Pirineos (Padilla 1999: 958).

Estos tres ejemplos son, sin embargo, solo una muestra de un fenómeno recurrente ya advertido pero escasamente valorado en relación con los orígenes de la toponimia griega en Iberia: la importación de topónimos, principalmente de dos áreas de colonización jonia, la póntica y el golfo de León (Jacob 1985; Rodríguez Adrados 2000 y 2001; Moret 2006). Ora maritima de Avieno es precisamente la fuente que concentra el mayor número de topónimos procedentes de estos dos ámbitos geográficos. P. Moret (2006: 49-50, tabla 2) ha destacado con gran acierto los fenómenos de transferencia y desdoblamiento de topónimos entre Iberia y la región septentrional de Asia Menor, el Helesponto, la Propóntide y Bitinia. De los diecisiete topónimos, etnónimos o hidrónimos que selecciona, algunos de ellos son hapax en Iberia, es decir se citan únicamente en Ora maritima: es el caso de Cypsela (v. 52), con otra ciudad homónima en Tracia[17], o el de Callipolis de la costa ibérica (v. 514), paralela a la del Helesponto.

Avieno menciona también otros muchos sitios o ciudades en la península ibérica que ya habían sido citados por autores anteriores y que tienen su gemela en el área septentrional de la península anatólica, como Hemeroscopium (Propóntide), Pityussae (Helesponto), Ophiussa (Propóntide), Calpe (Bitinia) o Cherronesus (Helesponto) (Moret 2006: 50, tabl. 2), y pueblos como los berybraces (v. 485), quizás los bebrukes de la Propóntide (Jacob 1985: 251). De igual modo, el monte Argentario del paisaje tartésico (v. 291) tiene su correspondiente homónimo en Bitinia (en Estrabón XII 4, 3).

La explicación de este fenómeno ha sido convenientemente argumentada por varios autores que, en líneas generales, han llegado a la misma conclusión: los topónimos, hidrónimos y etnónimos griegos de Iberia son el producto del conocimiento geográfico griego de Iberia a lo largo de tres siglos, desde Hecateo hasta la conquista romana (Moret 2006: 70). No son, lógicamente, diferentes a los de otras regiones colonizadas por los griegos, pero tienen especiales concomitancias con aquellas áreas de colonización jonia, como el golfo de León o la región póntica, pues en gran medida la onomástica griega en Iberia sería asignada por samios y, sobre todo, por los foceos asentados en Massalia y Emporion desde principios del siglo VI a.C. (Jacob 1985: 268). Es una onomástica característica de colonización, con topónimos alusivos a las peculiaridades del lugar, accidentes geográficos, características económicas (por ejemplo, a la abundancia de metales, de pesca) y frecuentemente nombres míticos y religiosos (Rodríguez Adrados 2000: 10).

Siendo conscientes de ello, el mayor problema reside en atribuir estos términos a cronologías específicas. F. Rodríguez Adrados (2001: 28) ha propuesto una estratigrafía en la onomástica que divide en tres épocas el proceso de asignación de nombres griegos: el siglo VI a.C., para los transmitidos por Hecateo y algunos de Avieno; los siglos IV y III a.C., según la datación de algunos periplos; y los siglos II a.C. y siguientes, ya bajo el dominio de Roma y con el testimonio autóptico de geógrafos griegos. Pero el problema cronológico es de gran complejidad, como lo demuestra la datación de los topónimos con sufijos en –oussa, incontestablemente muy antiguos pero productivos aún en época clásica, e incluso en el período helenístico (Moret 2006: 48).

En el caso de Ora maritima la complejidad es, si cabe, mayor por el análisis del texto en sí, y por la carga adicional acumulada desde la obra de A. Schulten. Los estudios sobre el poema se han convertido casi en un subgénero, y en uno de los textos más debatidos –y al que se le ha prestado mayor atención– de la historiografía española, en relación inversa a su importancia real como fuente de conocimiento de la geografía y etnografía prerromana de Iberia, aún cuando casi nadie pone en duda que en Ora maritima haya material griego arcaico. La cuestión central está, por lo visto hasta ahora, en reconocer o no la dependencia de un periplo original, ya fuera de origen massaliota, como propuso A. Schulten (1922) en las Fontes, ya de origen cartaginés, a partir del periplo Himilcón (Blázquez 1923)[18].

Recientemente L. Antonelli (1998; 2011: 233 ss.) ha realizado una lectura estratigráfica del poema en la que diferencia secciones arcaicas de otras informaciones sobrepuestas en el curso de un lento proceso de gestación, distinguiendo hasta cuatro niveles, el más reciente de los cuales correspondería a los comentarios del propio autor; el segundo nivel estaría formado por fuentes diversas (Excílax de Carianda, Damastes, Euctemón), obtenidas probablemente a través de Éforo. El tercer nivel de la estratigrafía sería una obra periegética en lengua griega y en verso, compuesta en una fase tardía helenística, y posiblemente en ambiente alejandrino (siglo II a.C.). El último nivel sería un periplo de origen foceo o massaliota redactado en el curso de la segunda mitad del siglo VI a.C.

No obstante, los estudios más críticos niegan la existencia de un periplo massaliota arcaico como base de Ora maritima, y argumentan que el poema es el resultado de una amalgama confusa de testimonios de diversa cronología y origen, sin negar la antigüedad de algunos de ellos. El autor era un poeta pagano del siglo IV cuya obra y personalidad se insertan en el llamado renacimiento constantino-teodosiano o renovatio imperii, un neoclasicismo ideológico de resistencia al avance del cristianismo y su nueva concepción de la historia, que arraigó en la poderosa aristocracia senatorial pagana. Según F.J. González Ponce (1991: 286), en esta clase social «el respeto a la tradición superaba la barrera meramente artística y se había convertido en una deliberada elección cultural con claras implicaciones en el terreno de lo político y lo religioso». Los rasgos característicos de esta tendencia neoclásica se manifiestan visiblemente en la obra de Avieno, como también en la de Macrobio, en la recuperación de antiguas tradiciones y en el uso de un lenguaje arcaizante[19]. El género literario empleado en Ora maritima no es el periplográfico, aunque adopte aparentemente la forma de este, muy adecuado para los fines anticuaristas del autor pues el periplo forma parte de la tradición literaria griega más rancia. Frente a lo que la estructura del poema pudiera parecernos, su propósito no es geográfico ni histórico, sino puramente poético, y transmite informaciones que a menudo no comprende en absoluto (de Hoz 1989: 42-43).

Las objeciones a la idea de un periplo antiguo son de orden histórico-literarias y filológicas. Entre ellas, una de las más concluyentes es la amalgama de noticias de distinta naturaleza y cronología, desde datos que remontan a época arcaica griega hasta apreciaciones características de un funcionario romano del siglo IV, como por ejemplo la omisión de Emporion y Rhode y, en cambio, la mención de Barcelona y Tarragona. De la mano directa de Avieno se consideran partes concretas del poema el prólogo, las citas que se refieren a la historia romana y a la época del autor, numerosas recapitulaciones, los pasajes que muestran paralelismos con otros poemas suyos, o aquellos donde se citan a autores latinos como Virgilio, Plauto o Paulino de Nola (González Ponce 1991: 191-211).

Además de las incongruencias internas del poema, se dan contradicciones que hacen poco creíble la hipótesis de un periplo base y que colisionan con la principal característica del género periplográfico: la existencia de un escrito geográfico de carácter empírico y autóptico y de finalidad eminentemente práctica, rasgo que Ora maritima, más en la línea de un poema erudito, no cumple. Las constantes interpolaciones de autores de diversas épocas, como Escilax de Carianda, Himilcón, Euctemón, etc., abundan en esta idea, como también la integración de pasajes ajenos al género periplográfico y al interés náutico, del tipo de excursos etimológicos, referencias a la desolación de ciudades y regiones contemporáneas a Avieno, descripciones de tierras del interior –impensables en un periplo–, o referencias a temas religiosos, etnográficos, filológicos y filosófico-astronómicos. Asimismo el poema incumple una serie de características compositivas propias del género periplográfico, como el principio unidimensional[20], la sucesión ordenada de paraplos (fragmentos o etapas del periplo) y la relación de distancias inherentes al género. En Ora maritima este rasgo de composición se incumple a favor de una técnica descriptiva escenográfica, más acorde con las intenciones poéticas del autor (González Ponce 1991: 232-257; id. 1995: 81-113).

4. DISCUSIÓN

Sintetizando lo dicho hasta el momento, la asignación de los vocablos sinus Tartesii y del lacus Ligustinus a lugares de la geografía antigua de Iberia debe partir de unas condiciones teórico-metodológicas que no podemos obviar, por más que Ora maritima sea una fuente muy productiva de topónimos, hidrónimos y etnónimos de diversa antigüedad, en muchos casos únicos. No nos interesa tanto la antigüedad de la onomástica, en numerosas ocasiones demostrada, sino la composición de la obra, si refleja o no la geo-etnografía del sur de Iberia en un momento arcaico. Nuestra respuesta es decididamente negativa por los argumentos antes expuestos y, entre otros aspectos, porque la etnonimia meridional presenta graves distorsiones en relación con los étnicos documentados en los autores de los siglos VI-IV a.C., como Hecateo, Herodoro o Teopompo (Ferrer 2011: fig. 2). La inclusión de los “feroces libiofenicios” entre mastienos y tartesios (Ferrer 2000), o la comparecencia de cilbicenos y beribraces, entre otros, no transmite credibilidad alguna a un hipotético mapa etnológico del siglo VI a.C., y sí a la noción de un interés “arqueológico” en el autor, motivado por la resonancia de palabras en desuso y por la resurrección de un género literario casi olvidado. Tampoco la descripción de la costa mediterránea andaluza y murciana[21], de la que solo se mencionan tres hitos –la isla Noctiluca, Ménace y una urbs massiena–, garantiza la existencia de un periplo como documento base del poema (a diferencia de la que hizo nueve siglos antes Hecateo de Mileto), y hace sospechar que la elección de estos se debía más al arcaísmo y exotismo de los topónimos que a una descripción de la costa según los cánones de los géneros periplográfico o periegético.

A la pregunta de si en Ora maritima se puede reconocer la geografía del área meridional de Iberia, nuestra respuesta es sí, pero a medias, porque junto a una geografía descriptiva que puede ser considerada real –aunque difícil de asignar cronológicamente– también hay otras geografías, una evenemencial, con la asignación de nombres de la tradición mitológica grecorromana a lugares reales o imaginarios, ya sea una geografía injertada de otras latitudes, como Asia Menor o el golfo de León. La existencia de onomásticas paralelas de otras partes del Mediterráneo adaptadas a la geografía ibérica nos hace dudar de si los marinos y comerciantes griegos atribuyeron estos nombres a la realidad ibérica en un espacio de tiempo prolongado, desde el siglo VI a.C. hasta época helenística, o si Avieno transplantó libremente a Hispania la coronimia griega en un alarde de erudición. Probablemente se dieron ambos fenómenos, y quizás el lacus Ligustinus corresponda a la segunda de las posibilidades.

La pertinencia de la utilización de sinus Tartesii y de lacus Ligustinus para describir realidades antiguas o contemporáneas depende de nuestra intención de respetar o no los convencionalismos impuestos por la tradición historiográfica. Sinus Tartesii, la bahía de los tartesios, se debe identificar con el golfo de Cádiz, el litoral comprendido entre los ríos Guadiana y Guadalquivir, pues es el espacio costero definido por los geógrafos griegos antes de la conquista romana, la Tartéside, al occidente de las Columnas de Heracles. Por tanto, nunca se debe aplicar –no existen argumentos para ello– a la ensenada marina que se fue colmatando en tiempos históricos y que darían lugar en época medieval a las marismas del Guadalquivir.

Lacus Ligustinus es también un unicum en la onomástica hispana grecolatina, pues ninguno de los geógrafos e historiadores anteriores o posteriores a la conquista romana (significativamente ni Estrabón, ni Mela, ni Plinio, ni Ptolomeo) lo menciona. En esta ocasión parece que Avieno, quizás sobre la base de una descripción geográfica real aunque confusa, asignó libremente nombres de otros parajes, como el monte Argentario, difícil de ubicar en una geografía real próxima a la ensenada bética y con un gemelo en Bitinia, o el mismo lacus Ligustinus, hidrónimo originario de la costa ligur. Lo que parece claro es que ni los antiguos habitantes de las riberas del “lacus” ni los contemporáneos de Avieno llamaban Ligustinus a ese golfo en avanzado proceso de colmatación. ¿Pretendía Avieno describir la geografía real de la desembocadura del Baetis? El conocimiento de este alto funcionario romano de la geografía del sur peninsular pudo ser autóptico, a juzgar por la descripción que hizo de una Gades en ruinas (vv. 268-274), pero no expresó ningún interés en la plasmación de un paisaje real sino la de una geografía imaginada mediante la evocación de topónimos de tradición griega arcaica procedentes de otras latitudes.

Al hilo de estas conclusiones, nos ha parecido sugerente el siguiente texto de Estrabón (III 4, 19): «Pero en lo que respecta a los pueblos bárbaros, alejados, pequeños y dispersos, las menciones existentes no son seguras ni numerosas; pues cuanto más lejos quedan de los griegos más aumenta la ignorancia. Por su parte, los historiadores romanos imitan a los griegos, pero no llegan muy lejos, pues lo que dicen lo traducen de los griegos, en cambio de su propia cosecha no es mucho el afán de conocimientos que aportan, de manera que cuando se produce un vacío por parte de aquellos, no es mucho lo que es completado por parte de los otros, especialmente por lo que respecta a los nombres, ya que los más conocidos son la mayoría griegos».

Lógicamente las intenciones de Avieno no fueron reflejar la geografía de Iberia, ni de su momento ni de época altoimperial, pues en cualquiera de los dos casos hubiera recurrido a autores griegos del pasado como Estrabón y Ptolomeo, o romanos como Mela o Plinio. Para sus fines poéticos y evocadores de tradiciones antiguas, el autor de Ora maritima hizo acopio de material procedentes de muchas fuentes y de un arco temporal muy amplio, sin otro criterio que el de la antigüedad y el exotismo de los topónimos, y sin seguir con fidelidad un guión basado en un hipotético periplo arcaico.

Agradecimientos

Este trabajo se integra en los Proyectos de Investigación La construcción y evolución de las entidades étnicas en Andalucía en la Antigüedad (siglos VII a.C.-II d.C.), Proyecto de Excelencia financiado por la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía (HUM-3482), y Sociedad y paisaje. Economía rural y consumo urbano en el sur de la Península Ibérica (siglos VIII a.C-III d.C.) (HAR 2008–05635/HIST).

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Recepción: 8 de febrero de 2012. Aceptación: 23 de marzo de 2012


[1] Se remonta, al menos, a Heródoto; posteriormente en Aristóteles, De mundo 392 b 20; Sch. A.R. I 211; E. Hipp. 3; uid. Rodríguez Adrados (2000: 27).

[2] Iugum inde rursus et sacrum infernae deae

divesque fanum, penetral abstrusi cavi

adytumque caecum. Multa propter est palus

E[t]rebea dicta. Quin et Herbi civitas

stetisse fertur his locis prisca die.

Quae pr<o>eliorum absumpta <tem>pestatibus

famam atque nomen sola liquit caespiti.

At Hiberus inde manat amnis et locos

fecundat unda. Plurimi ex ipso ferunt

dictos Hiberos, non ab illo flumine

quod inquietos [vo] Vasconas praelabitur.

Nam quicquid amnem gentis huius adiacet

occiduum ad axem, Hiberiam cognominant.

Pars porro eoa continet Tartesios

et Cilbicenos.

Avieno, Ora Maritima, vv. 241-255. F. J. González Ponce (1995: 155).

[3] Trad. F.J. González Ponce (1995: 157-158).

Cartare post insula est

eamque pridem, influx<a> e<t> est satis fides,

tenuere Cempsi. Proximorum postea

pulsi duello, varia quaesitum loca

se protulere. Cassius inde mons tumet.

Et Graia ab ipso lengua cassiterum prius

stannum vocavit. Inde fani est prominens

et, quae vetustum Graeciae nomen tenet,

Gerontis arx est eminus. Namque ex ea

Geryona quodam nuncupatum accepimus.

Hic ora late sunt sinus Tartesii.

Dictoque ab amni in haec locorum puppibus

Via est diei. Gadir hic est oppidum,

nam Punicorum lingua cons<a>eptum locum

gadir vocabat. Ipsa Tartessus prius

cognomina<ta> est. Multa et opulens civitas

aevo vetusto, nunc ruinarum ag<g>er est.

Avieno, Ora Maritima, vv. 255-272.

[4] Cyneticum iugum también se ha traducido como “sierra Cinética”, identificándola con el macizo que se extiende desde el cabo de San Vicente hasta las cercanías de Lagos (Gavala 1959: LXXII; Padilla 1999: 958).

[5] Según Teopompo, autor del siglo IV a.C.: “Masía: región vecina de los tartesios. El término gentilicio es masiano. Teopompo en el libro 43” (Philippica, FHG 115 F200 = 224 Müller; THA IIB 64b).

[6] Trad. J. Gómez Espelosín (2007: 191). Al respecto, coincidimos plenamente con los comentarios de G. Cruz Andreotti (2007 y 2010) sobre el concepto de Tarteso.

[7] THA II A 23 a, p. 143.

[8] THA II B 63 i, p. 463.

[9] Y otra en el norte de África (en Ptolomeo IV 3, 12).

[10] Trad. F.J. González Ponce (1995: 171).

[11] Trad. F.J. González Ponce (1995: 159-160)

Sed insulam

Tartessus amnis ex Ligustino lacu

per aperta fusas undique adlapsu ligat.

Neque iste tractu simplici provolvitur

unusve sulcat subiacentem caespitem,

tria ora quippe parte eoi luminis

infert in agros, oe bis gemino quoque

meridiana civitatis adluit.

At mons paludem incu<m>bit Argentarius

sic a vetustis dictus ex specie sui.

Stagno iste namque latera plurimo nitet

magisque in auras eminus lucem evomit,

cum sol ab igni celsa perculerit iuga.

Idem amnis aut<em> fluctibus stagni gravis

ramenta volv<i>t invehitque moenibus

dives metallum. Qua dehinc ab aequore

salsi fluenti vasta per medium soli

regio re<ce>dit, gens Etmaneum accolit.

Atque inde rursus usque Cempsorum sata

Ileates agro se feraci porrigunt.

Maritima vero Ci<l>biceni possident.

Avieno, Ora Maritima, vv. 283-303.

[12] Sobre la localización de estos topónimos: THA I: 92-97.

[13] Ligistica: en Estrabón II 5, 28-29; V 1, 1; V 1, 3-4; 5 1, 12 (THA I: 91; Padilla 1999: 957, n. 2309). Al respecto, Eratóstenes (en Estrabón II 1, 40), con Hiparco (siglo II a.C.) como intermediario, afirmaba que después del Ponto había tres penínsulas, la del Peloponeso, la itálica y la ligistica, que comprendían los golfos Adriático y Tirreno. A. Padilla (1999: 957) piensa que Estrabón dedujo que Eratóstenes aplicaba el nombre de Ligistica a la península ibérica en su conjunto. Por su parte, A. García y Bellido (1983[1945]: 217) atribuía esta denominación al desconocimiento griego sobre occidente, pues no se consideraba a Iberia como una península independiente sino una prolongación de los ligures. Sin embargo, hay que objetar que Eratóstenes sí conocía la peninsularidad de Iberia por la información obtenida de Piteas de Massalia, lo que le acarrearía las críticas de Polibio y Estrabón, entre otros.

[14] Y también del otro extremo de la ecúmene, en el Cáucaso, los griegos sitúan otra Iberia (Moret 2006: 54 ss.). Sobre la evolución del corónimo de la Iberia occidental, A. J. Domínguez Monedero (1983), L. Pérez Vilatela (1993) y G. Cruz Andreotti (2002).

[15] Según F. J. González Ponce (1995: 192, n. 198).

[16] En Esteban de Bizancio: THA IIB 142 an.

[17] Y una fortaleza en Arcadia –en Tucídides V 33– (Jacob 1985: 260).

[18] J. Alvar (1995: 37), por ejemplo, compagina una cronología arcaica de la base del relato con la posibilidad de que los datos más antiguos pudieran provenir de contextos fenicios: “Si los griegos pudieron haber recorrido el litoral atlántico portugués en el período orientalizante, nada impediría que hubiera sido uno de ellos el inspirador de las descripciones más antiguas contenidas en Ora maritima. La diferencia sustancial con respecto a la vieja tradición es que ya no sería necesario un intrépido navegante marsellés, sino un discreto onubense desconocido. Pero esto es irrelevante. En realidad es un navegante –poco importa su estirpe– conectado con las relaciones de intercambio entre el Estrecho de Gibraltar y la fachada atlántica. El índice de probabilidades lo hace fenicio, pero los helenismos contenidos en Ora maritima nos devuelven a la incertidumbre que sólo podemos aplacar aceptando una interrelación cultural más intensa de lo que nos han hecho creer los historiadores de una Europa dividida en bloques”. Sobre el sustrato fenicio del poema de Avieno, Mª J. Pena (1989: 9-21).

[19] También J. Mangas y D. Plácido (1994: 26-27).

[20] No se respeta la descripción paso a paso de los principales puntos del recorrido, ni el sentido lineal en la enumeración de los motivos geográficos, ni el principio unidireccional o alineación de motivos geográficos en una dirección única.

[21] Significativamente Avieno habla desde el presente y refiere que “… En la Antigüedad, también aquí se levantaron/numerosísimas ciudades, y muchos pueblos frecuentaron sus/parajes…” (vv. 44-449), renunciando a cualquier otra indicación y dando por supuesto que estos parajes no interesarían a los lectores, salvo Ménace, Noctiluca y la ignota urbs massiena, que sí añadían exotismo al relato.