http://dx.doi.org/10.12795/spal.2011.i20.03

Fornis, C. (2011): “Un sendero de tópicos y falacias: Esparta en la ficción y en la historia popular”, Spal 20: 43-51. DOI: https://dx.doi.org/10.12795/spal.2011.i20.03

Un sendero de tópicos y falacias: Esparta en la ficción y en la historia popular

A TRAIL OF TOPICS AND FALLACIES: SPARTA IN FICTION AND POPULAR HISTORY

César Fornis
Dpto. de Historia Antigua, Universidad de Sevilla

Resumen: Nos ocupamos en este artículo de la imagen de Esparta y de los espartanos en la ficción y la historia popular, esto es, en el cine, la televisión, el cómic y la novela histórica. Comprobaremos que, como a lo largo de todo el pensamiento occidental, se trata de una idea estereotipada, distorsionada y teñida por el mito, producto de un uso acrítico de las fuentes antiguas, pero muy del gusto de las masas. Consecuentemente, estos medios retroalimentan y perpetúan tal mirage pese a que la historiografía moderna la ha demolido, o por lo menos matizado, en las últimas décadas.

Abstract: In this paper we deal with the image of Sparta and the Spartans in fiction and popular history, that is to say, in cinema, television, comics and the historical novel. We shall see that, as it has been throughout western thought, this is a stereotype, distorted and tainted by myth and the product of an uncritical use of ancient sources, though one very much to the taste of the masses. Consequently, such media perpetuate and feedback on this image, even though in recent decades it has been demolished, or at least nuanced, by specialized modern historiography.

Palabras clave: Esparta, espejismo, mito, modelo, estereotipo, distorsión, imagen, cine, televisión, novela histórica.

Key words: Sparta, mirage, myth, model, stereotype, distortion, image, cinema, television, historical novel.

Hace poco, en el número de una revista que homenajeaba a George Huxley, Paul Cartledge declaraba con sinceridad que «para bien o para mal, Esparta es una marca registrada (a brand), no sólo un nombre»[1]. Efectivamente Esparta ha sido el estado griego que, por delante incluso de Atenas, ha dejado mayor impronta, mayores secuelas en el pensamiento y el imaginario occidental, ya sea como fascinación, ya como abominación, y casi siempre como ejemplo militar, político, social, educativo, etc., siendo superada únicamente por Roma como modelo de inspiración para la posteridad. Pero al mismo tiempo, en tanto objeto de apropiación, el pasado y el particular kósmos de Esparta fueron sometidos, ya desde la propia Antigüedad, a un fenómeno continuado de distorsión e incluso invención –tanto escrita como visual– que fue atinadamente bautizado por el historiador francés François Ollier como le mirage spartiate[2]. En otras palabras, nació y creció imparable una Leyenda de Esparta, título de otra obra seminal, ésta del sueco Eugene Tigerstedt[3]. En este lugar nos vamos a ocupar del mirage más reciente, el plasmado en la ficción y la historia popular a través de distintos medios (cine, televisión, cómic y novela histórica) y que por su esencia misma tienen como destinatario a un público muy amplio y heterogéneo.

En 2006 la maquinaria de Hollywood, en concreto la Warner, contribuyó a apuntalar la mitología sobre la polis del Eurotas al recrear en la película 300 uno de los episodios más dramáticos, y a la sazón heroicos de su historia, incluso en la derrota (Hdt. VIII 27.1 lo describe como un «trauma»), como es el de las Termópilas. Fue todo un éxito en taquilla, la segunda mayor recaudación mundial de 2007[4], que engendró al año siguiente una disparatada secuela caricaturesca, Casi 300 (título original: Meet the Spartans), con unos espartanos bastante afeminados, en ropa interior de cuero y dispuestos a enfrentarse a un ejército en el que militan Rockie Balboa y los Transformers. Otra prueba de que con 300 Esparta ha entrado de lleno en la globalizada cultura de masas es el gran número de videoclips que en la web de YouTube recrean como parodia las escenas de la película, multiplicando las recepciones del heroico episodio a la vez que desafiando las categorías y procedimientos de la recepción clásica contemporánea[5].

Dirigida por Zack Snyder, en realidad 300 no se atiene a los textos clásicos –aunque engulle y tritura todos los clichés sobre Esparta–, sino al cómic, o novela gráfica homónima creada en 1998 por Frank Miller (quien hace de productor ejecutivo y consultor de la cinta), como queda patente por la estética en negro y rojo que subraya el carácter épico, por los efectos especiales generados por gráficos por ordenador en 3D y por toda una cohorte de criaturas fantásticas más propias de los videojuegos que transitan por la película[6]. Por tanto, la película desdeña todo rigor histórico: suprime la diarquía (no hay mención del otro rey, Leotíquidas II); silencia el esclavismo hilótico, lo que realza la servidumbre, tanto en terminología como en actitudes, de los súbditos de Jerjes; Leónidas, que en 480 a.C. superaba la cincuentena, es interpretado por Gerard Butler, un actor de treinta y tantos años y en plenitud física; los éforos, que eran miembros de las familias más rancias y acomodadas de Esparta, son presentados deformes y pustulosos; Gorgo, esposa de Leónidas, goza de una relevancia política imposible para cualquier mujer en la Grecia antigua, ni siquiera en Esparta, pues está presente en la recepción de los emisarios persas y participa en los debates y en la toma de decisiones junto a los ancianos del Consejo; precisamente, a falta de cualquier acercamiento a esta última institución, lo único que interesa es presentar a sus miembros, los gérontes, como políticos y, por ende, maquinadores, arribistas, sin querencia por la patria, frente al soldado honesto, noble y patriota. Obviamente se exalta la acción por encima de la negociación y la discusión. Y es que, abundando en este aspecto, detrás de todo este volcán escenográfico y toda esta farándula no se esconde otra cosa que una ideología neocon, esto es, reaccionaria, belicista y neoimperialista[7], tendente a resaltar las diferencias entre Este y Oeste, y a jalear el enfrentamiento entre culturas como vía de justificación propagandística de determinadas políticas actuales en el Oriente Medio; así, por ejemplo, los persas, embozados y sin rostro –de ahí, sin identidad–, podrían confundirse fácilmente con iraquíes de la insurgencia, o bien la masculinidad, perfección física y austeridad de los espartanos, que contrasta con la ambigüedad sexual, las deformidades y el lujo de los medos, empezando por el mismísimo Jerjes, cargado de piercings y más parecido a una drag queen que al Rey de Reyes que gobierna sobre medio mundo conocido. El mensaje al espectador no admite dudas: los espartanos encarnan la libertad y la defensa de Occidente, los persas la dictadura, el fanatismo y la intolerancia que en no pocos sectores de la sociedad norteamericana –y por extensión occidental– se identifican con el mundo islámico[8]. Muy sintomáticamente, Gorgo espeta «La libertad no es libre en absoluto. Se paga con sangre», coreando la inscripción del Memorial de Veteranos de la guerra de Vietnam, santo y seña de la política de los halcones del Pentágono[9].

De muy diferente cuño es la cinta The 300 Spartans (1961) conocida en España como El león de Esparta, traducción del título de la novela de John Burke que creció a partir del guión de George St. George, y presentada como «la aventura más valiente del mundo antiguo, el espectáculo más poderoso del mundo moderno». Se trata de un peplum en toda regla y, consecuentemente, más respetuoso con las fuentes, al menos en el relato de los acontecimientos, toda vez que muestra a los espartanos con cabello corto y portando todos un escudo con una anacrónica lambda, para remarcar la homogeneidad (aunque eso sí, no podía faltar la legendaria capa roja)[10]. Se obvian, sin embargo, aspectos escabrosos como el hilotismo, la exposición de recién nacidos deformes y la brutal educación espartiata, que podrían deshumanizar a los héroes ante los espectadores de los años 60, pero que sí se hacen explícitos en 300, cuya audiencia tiene otra sensibilidad ante la violencia. Rodada en Cinemascope para la Fox por el estadounidense de origen polaco Rudolph Maté, el filme abordaba también el sacrificio de estos tres centenares de espartiatas en defensa de la libertad: «la griega y la nuestra» exclama la voz en off de la introducción[11], en alusión a la amenaza de la tiranía comunista propagada por los mass media y la industria cinematográfica norteamericana del momento; con la guerra fría en su punto álgido –era el año de la crisis de los misiles y uno después de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos–, en la contienda entre griegos y persas reverbera un potencial conflicto entre la OTAN y el pacto de Varsovia, para el cual, entre lealtades y traiciones, se hacen continuos llamamientos a la unidad de Occidente a través de una anacrónica unidad helénica y se nos muestra una Esparta menos egoísta de lo que probó ser, capaz en la ficción de hacer suya y abanderar la llamada “causa griega”[12]. Treinta y seis años separan esta película de 300: los enemigos son otros, el formato del mensaje es distinto, pero el método, subliminal, no ha variado. Alberto Prieto ha hecho hincapié en que también estaba reciente la guerra civil griega, en la que las fuerzas progresistas fueron aplastadas por un gobierno conservador instaurado bajo los auspicios de las potencias occidentales, lo que se traduce en que en el filme –con el griego Spyros Skouras al frente de la 20th– las grandes diferencias entre oligarquía y democracia se vean diluidas y la victoria del “demócrata” ateniense Temístocles en Salamina relativizada por un apoyo divino de los espartanos autoinmolados en las Termópilas[13]. Algo más atrás quedaba la II guerra mundial, a la que se alude expresamente en el pressbook de la película cuando, en medio de referencias un tanto erráticas a las guerras médicas, se establece una analogía entre la defensa de las Termópilas y el desembarco en Normandía el día D, por un lado, y entre Jerjes y Hitler por otro[14]. En su lucha por la libertad frente a un soberano persa que simboliza la esclavización, cuyos súbditos son percibidos como esclavos, se olvida que la esclavitud era un elemento sustancial, estructural, de las sociedades griegas, ya sea bajo la forma de esclavitud mercancía o de esclavitud étnica (no deja de ser curioso que los espartanos hagan proclamas libertarias teniendo subyugados a los hilotas mesenios, que no sólo eran griegos, sino tan dorios como ellos). Además, los griegos se nos muestran unidos, en un bloque sin fisuras, cuando en realidad muchas ciudades y pueblos medizaron –el mismísimo oráculo délfico aconsejó no resistir al invasor– y sólo 31 estados aparecen inscritos en el monumento conmemorativo que los vencedores erigieron en Delfos. Un último apunte significativo se refiere al papel de las mujeres: en el bando persa no son sino meros objetos, mientras las espartanas son orgullosas madres, esposas e hijas que cumplen con sus deberes cívicos.

Precisamente el archiconocido epigrama de Simónides de Ceos que sirvió de epitafio a los hoplitas espartiatas caídos en las Termópilas («Extranjero, ve y di a los lacedemonios que aquí yacemos en obediencia de sus mandatos») daría título en 1978 a un crudo filme sobre la guerra de Vietnam: Go, Tell the Spartans (doblada al español como La patrulla), dirigida por Ted Post y protagonizada por Burt Lancaster en el papel del oficial Asa Barker, obligado a defender del Vietcong un enclave rural con apenas un puñado de soldados sin experiencia pero deseosos de gloria que, naturalmente, pagarán con su vida la observancia de las órdenes del alto mando.

Como curiosidad podemos recordar también que el director español Pedro Lazaga rodó en 1962 para la Metro Gladiators Seven, la historia de siete gladiadores espartanos –«pero que luchan con la furia de millares»– en el imperio romano del siglo I de nuestra Era, que se ganan la libertad en la arena para regresar a Esparta y librarla de la tiranía del éforo Hiarba, una extrapolación de Nabis, el rey tirano que resistió la creciente expansión romana por Grecia a comienzos del siglo II a.C. (época en la que, por cierto, los juegos gladiatorios no habían alcanzado el desarrollo que se les supone en la película)[15]. Una vez más la lucha en aras de la libertad y contra la injusticia, siempre al servicio del espectáculo[16].

En época del emperador Vitelio se ambienta Maciste, gladiador de Esparta, mediocre peplum italofrancés dirigido por Mario Caiano en 1964, donde el musculoso héroe –su fuerza y su pericia en la lucha parece ser lo único que remite a la vieja Esparta– se dedica a defender a otra clase de oprimidos, unos infortunados cristianos a los que les aguardan las fieras del circo[17].

En el mundo de la novela gráfica, la tira cómica y la animación el ya citado Frank Miller no ha sido el único es beber de la fecunda tradición espartana. La imagen estereotipada de Esparta aparece en la duodécima entrega de Astérix, Astérix aux Jeux Olimpiques (1968; hay trad. esp. en Salvat), con unos espartanos que se niegan a participar en los juegos olímpicos si se les sigue alimentando con frugalidad –objetan que en su tierra no se obligados a contemplar cómo los demás toman suculentas viandas–, o en el capítulo 6, Le siècle de Périclès (1980), de la conocida serie infantil Il était une fois... l´homme (doblada y emitida por TVE como Érase una vez... el hombre), donde unos atenienses instruidos que construyen la acrópolis, aprenden música y discuten de filosofía en las calles se contraponen de manera maniquea a unos espartanos brutotes que sumergen en vino a los neonatos y despeñan por el Taigeto a los no aptos, para después golpear, azotar y matar de hambre a los jóvenes, incluyendo la célebre anécdota de Plutarco sobre el zorrillo escondido por un muchacho que prefiere morir por las heridas que le causa a desvelar que lo ha robado. En otra serie de dibujos animados producida en 1998 por la Disney, Hercules (también conocida como Disney´s Hercules y doblada al castellano como Hércules: la serie animada) el mito espartano es pasado por el tamiz norteamericano, de modo que en el capítulo 41, The Spartan Experience, los protagonistas llegan a una Esparta que el díscolo Ícaro define como “cuna de la brutalidad, ciudad de cachas”, una ciudad que se asemeja bastante a una academia de marines en la que sádicos oficiales “forman” a los cadetes bajo rigores castrenses llevados al límite. Varias décadas antes, en los años 60, el décimo capítulo del cómic argentino Mort Cinder, titulado La batalla de las Termópilas, revivía la gesta espartana en el famoso desfiladero en la piel de uno de sus protagonistas, dado que Mort Cinder, el hombre eterno, fue otrora Dineces, aquel espartano que se ufanaba de que combatiría a la sombra si los persas ocultaran el sol con sus flechas. Tras la muerte de Leónidas, Dineces-Mort Cinder es capturado y debe enfrentarse a la tortura. Asombrado ante su valor, Jerjes le pregunta «¿Qué clase de hombre eres, espartano?», a lo que se le responde: «Tú mismo lo has dicho, un espartano». Vencido y desmoralizado, Jerjes le libera con la siguiente sentencia: «Tú eres más rey que yo: eres rey de ti mismo. Vete». Tenemos también frecuentes referencias humorísticas a la historia y la sociedad espartanas en el primer volumen de la irreverente Cartoon History of the Universe de Larry Gonick[18], que por lo menos revela una aceptable familiaridad con las fuentes clásicas –que va más allá del omnipresente Plutarco– a la hora de tratar, con notables dosis de mordacidad, la conquista de Mesenia y las guerras médicas y del Peloponeso, las leyes y costumbres, la servidumbre hilótica, la extensión de la homosexualidad y la pederastia, la libertad de la mujer o las victorias atléticas; «Nuestros únicos placeres son el trabajo bien hecho, una muerte gloriosa y tirarnos muchachitos», es el colofón de un espartano a la descripción de las privaciones que caracterizaban su día a día.

El cliché trasciende, cómo no, al deporte: un buen número de equipos universitarios estadounidenses y de países pertenecientes al bloque de la antigua Unión Soviética se denominan Spartans o Spartak, mientras que no sabemos de ninguno que se haga llamar «los atenienses»; también en el mundo de la moda, en la que les spartiates es un modelo de sandalia de la firma K Jacques[19]; se ha introducido incluso en un fenómeno callejero que ha tomado una de las plazas más concurridas de Nueva York: los llamados «Union Square Spartans» son aficionados al boxeo y a las artes marciales que pelean individualmente, a pecho descubierto y con los nudillos al desnudo, por el placer de exhibirse públicamente y por el desafío de ver quién queda en pie[20]. Los amantes del chocolate sabrán seguramente que Léonidas es una conocida (y refinada) marca de chocolate belga, cuyo emblema es la efigie de un guerrero griego con casco que sin duda evoca al legendario rey espartano. Y no quisiera olvidarme de la topografía. En los Estados Unidos encontramos hasta un centenar de ciudades denominadas Sparta: en Illinois, en Wisconsin[21], en New Jersey, además de una Esparta inolvidable, la de Tennessee, retratada en la película de Norman Jewison In the Heat of the Night (1967, doblada como En el calor de la noche), en la que no por casualidad Sydney Poitier, en el inolvidable papel del inspector Virgil Tibbs, llega a una ciudad sureña empecinadamente conservadora y racista.

En el género de la novela histórica Esparta también ha dejado un rastro indeleble, con las guerras médicas como momento cenital, clave, primero porque se piensa que es cuando las virtudes espartanas eclosionan al servicio de la llamada “causa griega”, y segundo porque sin duda con Heródoto como fuente hay más margen para el dramatismo, las acciones individuales y las «cosas maravillosas» (thaúmata) que con un Tucídides, por poner un ejemplo. En la época victoriana contamos con algunos ejemplos relevantes. El historiador Edward Bulwer Lytton, contemporáneo de George Grote, escribió también novela histórica, alguna de notable éxito, como The Last Days of Pompeii (1834). Pero aquí nos interesa su Pausanias, the Spartan, publicada inacabada por su hijo a la muerte de Lytton en 1873 y que se centraba en la figura del regente espartano Pausanias, vencedor en la batalla de Platea, pero que reveló una conducta hibrística (soberbia), tiránica y paradójicamente orientalizante durante su ulterior gobierno en Bizancio. Salida de la pluma de un político –Lytton fue parlamentario por Huntingdonshire en 1831 y Secretario Colonial en 1858, además de Barón y Par del Reino–, la obra quiere ser una reflexión sobre la ambición de poder, tanto para el individuo como para el propio estado, y sobre temas eternos como la lealtad y la traición. De hecho, su Pausanias es un político adelantado a su tiempo en cuanto su medismo es una pose y sus planteamientos caminan por la negociación de un tratado con Persia que permitiera a Esparta mantener bajo control a Atenas, hechos que históricamente acontecerían, como Lytton bien sabía, en 386, con la llamada paz del Rey o paz de Antálcidas, que ponía fin a la durísima guerra de Corinto[22].

Virtud y patriotismo versus maldad y traición es igualmente el eje sobre el que gira la novela A Victor of Salamis: A Tale of the Days of Xerxes, Leonidas and Themistocles (1907), de William Stearn Davis, con un papel tangencial de los espartanos, subsidiario del de los atenienses. En 1910 John Buchan realizó un crucero por el Egeo en el curso del cual desembarcó en las Termópilas; del sentimiento que le embargó nacería la idea de escribir The Lemnian (1912), en la que un nativo de Lemnos se introduce en el campamento de los espartanos y se siente obligado a luchar con ellos frente a los persas. Ese mismo año 1912 Caroline Dale Snedeker publica The Coward of Thermopylae, retitulado más tarde The Spartan, cuyo héroe Aristodemo sólo dota de sentido a su vida en la defensa de las Termópilas, o lo que es lo mismo, de la libertad de Grecia frente a la amenaza de la barbarie oriental («Nadie sino un griego podía dar a una concepción tan idealística una devoción tan apasionada»), de modo que según la novelista norteamericana la civilización occidental tiene contraída una perenne deuda con aquellos hombres. En 1928 la longeva y prolífica autora escocesa Naomi Mitchison publicó Black Sparta, una serie de historias y poemas conectadas entre sí en las que refleja la vida y padecimientos de los hilotas, pero también la autoconcienciación espartiata de lo legítimo de su explotación, sin que la autora tome partido por unos u otros (le interesan los personajes, no el fenómeno del esclavismo)[23]. En 1961 ya hemos mencionado que John Burke redactó la novela The Lion of Sparta a partir del guión para el filme The 300 Spartans, con el que comparte idénticos presupuestos ideológicos; la publicidad del libro incide en que los trescientos espartanos «no eran hombres ordinarios. Para ellos no había retirada, ni rendición. Su más elevada expectativa, una gloriosa muerte». Un año después Roderick Milton, en la misma atmósfera prebélica de la guerra fría, novela la defensa de las Termópilas en Tell them in Sparta –de nuevo el epigrama de Simónides– como «una lección para nuestro propio tiempo la de este pequeño pero libre pueblo en su desesperada lucha por la libertad contra las vastas fuerzas de un estado totalitario»[24]. Dirigido a los niños, en 1964 Mary Renault escribe el libro Lion in the Gateway. The Heroic Battles of the Greeks and Persians at Marathon, Salamis, and Thermopylae, una dramatización didáctica de esas grandes batallas.

En las últimas décadas el flujo de historias noveladas sobre Esparta ha sido incesante, todas ellas construidas sin excepción sobre la imagen deformada de una sociedad militarizada y culturalmente pobre –casi estéril– que inculca a sangre y fuego en sus ciudadanos/héroes el ideal de sacrificarse en el campo de batalla en beneficio de la comunidad. En 1980 el novelista británico Ernle Bradford populariza la segunda guerra médica en The Year of Thermopylae (edición para USA: Thermopylae, the Battle for the West), donde se ciñe bastante a la tradición clásica. Más que considerable aceptación ha tenido Lo scudo di Talos (1986)[25], de Valerio Manfredi, profesor de Arqueología Clásica en la Universidad Luigi Bocconi de Milán, que también la ambienta en el período de las guerras médicas y que presenta la novedad de estar narrada por primera vez desde la perspectiva de un hilota, Talos; en realidad Talos nació espartiata bajo el nombre de Clidemo, pero fue abandonado por ser tullido, salvado de su cruel destino y criado por los hilotas, para finalmente ­superar su discapacidad, demostrar su valor y ser devuelto a su antiguo estatuto. Las últimas novelas en llegar a las librerías han sido El hombre de Esparta (2005), del valenciano Antonio Penadés, que, con la estructura de una tragedia griega, tiene sin embargo como escenario la ciudad de Atenas en vísperas de la guerra del Peloponeso y como nudo las vicisitudes y los cambios experimentados por el ateniense Isómaco a través de su rivalidad con el espartano Alcinoo; La joven de Esparta (2006), de la escritora francesa de origen español Cristina Rodríguez, incorpora la óptica femenina a través de la protagonista, Thyia, que se traviste de hombre para entrar en el ejército espartano y vivir, como sirviente, aventuras y pasiones, entre las que se cuenta la batalla de las Termópilas; Hijos de Esparta (2008), de Nicholas Nicastro, una recreación de la primera derrota de los espartanos, en el islote de Esfacteria, frente a Pilos (el título original es más explícito: The Isle of Stone), cuando, según el autor, «dejaron de ser más que humanos y se convirtieron en simples hombres»; Hijos de Heracles. El nacimiento de Esparta (2010), del sevillano Teo Palacios, ambientada en la Esparta más arcaica y que tiene como hilo conductor las guerras contra Mesenia en el exterior mientras en el interior se suceden intrigas y rebeliones en la corte de Teopompo y Anaxándridas, al primero de los cuales identifica, merced a las licencias literarias, con Licurgo, el legendario arquitecto del ordenamiento constitucional y social lacedemonio; Aretes de Esparta (2010), de Lluís Prats, que se anuncia como «una historia de los hombres más valerosos que hayan pisado la Tierra, inmortalizada por la memoria de una mujer» y en la que curiosamente es el miedo al persa (y no al peligro de sublevación hilota) lo que ha convertido a Esparta en lo que es ahora, en vísperas de la guerra del Peloponeso, cuando no hay tiempo ya para la música y la poesía.

En este imaginario novelesco Esparta puede estar incluso fuera de Esparta, como en Amazons of Black Sparta. The Women Warriors of Dahomey (1998), de Stanley Alpern, sobre un reino africano de los siglos XVIII y XIX, una Esparta negra poblada por amazonas guerreras que compartían con la Esparta griega su militarismo y su colectivismo (aunque las amazonas de Dahomey mataban a los soldados varones) hasta que desaparecieron en 1892 ante la potencia colonial francesa.

Incluso un reconocidísimo especialista en la historia, la sociedad y la cultura espartana, Paul Cartledge, flamante A.G. Leventis Professor of Greek Culture en la Universidad de Cambridge, se ha dejado seducir en más de una ocasión por los cantos de sirena de la industria y, además de asesorar a la BBC, el History Channel y el Channel Four en sus documentales de televisión sobre los griegos y, particularmente, los espartanos, ha firmado dos libros idénticos titulados The Spartans[26] plagados de los estereotipos contra los que ha luchado en su producción científica (habla de «a powerful and unique people, radically different from any civilization before or since»). El insigne historiador cantabrigense, que es ciudadano honorario del moderno municipio de Sparti, ha escrito asimismo para el gran público Thermopylae. The Battle that Changed the World (2006), una reconstrucción pseudonovelada de «la batalla que enfrentó civilizaciones»[27]; similar timbre épico, destinado a conmover y avasallar al lector bajo el peso de tanta gloria, reviste el Leonidas. Hero of Thermopylae (2004) de Ian MacGregor Morris, dentro de una colección de alta divulgación titulada Leaders of Ancient Greece. Colección divulgativa con un gran número de adeptos, que sin embargo no renuncian a la exigencia académica, es la Biblioteca Osprey de Grecia y Roma, en la que naturalmente la sombra de Esparta es alargada; en ella, por ejemplo, aquilatada y sin dejarse cegar por el mito se presenta la organización y recreación del ejército lacedemonio (con abundantes láminas) realizada por Nick Sekunda en Guerreros espartanos (2009, trad. de la 3ª ed. inglesa de 2003), pero también alcanza una meritoria simbiosis de intereses científicos y comerciales Philip de Souza en De Maratón a Platea (2009, trad. de la 1ª ed. inglesa de 2003) y Nic Fields en Termópilas (2011, trad. de la 1ª ed. inglesa de 2007, un volumen que también se incluye en la Biblioteca Osprey de Grandes Batallas).

Los ejemplos del párrafo anterior se deben a profesores, a especialistas en el mundo griego antiguo que se aventuran en empresas editoriales orientadas a un público amplio, pero venían precedidos del enorme éxito editorial alcanzado por Gates of Fire (1998), del novelista profesional Steven Pressfield, bestseller en Estados Unidos y Gran Bretaña –Universal Studios tiene los derechos para una película– que figura incluso entre las lecturas recomendadas por la Comandancia de los marines norteamericanos y se considera auténtico libro de cabecera de aquéllos acantonados en Irak y Afganistán[28]. No en vano Pressfield sirvió en el segundo batallón del sexto cuerpo de marines –no llegó a entrar en combate, pero sí experimentó el duro entrenamiento preparatorio para el mismo–, cuyos miembros se autodenominaban The Spartans y se tatuaban en sus antebrazos la lambda de los escudos lacedemonios[29]. Para intensificar el realismo, Pressfiel demuestra especial crudeza en la descripción de los horrores físicos y psicológicos del campo de batalla, a la vez que hace uso de un lenguaje extraordinariamente violento e impactante, unos recursos estilísticos que contribuyen a despojar de gloria el sacrificio de los espartanos[30]. Pero la estructura del relato no puede ser más clásica: un narrador principal, el griego Jeones, único superviviente de las Termópilas, responde a la curiosidad del historiador real persa, Gobartes, sobre el modo de vida de esos asombrosos guerreros espartanos (como Demarato ilustró a Jerjes en el texto de Heródoto) y, entre ambos, con la ayuda de otros narradores secundarios, relatan los acontecimientos bélicos anteriores y posteriores a la batalla entreverándolos, con saltos temporales y espaciales, con las experiencias y vidas de los personajes.

En 2005 nuevamente las guerras médicas son la trama de otro éxito editorial, Persian Fire. The First World Empire and the Battle for the West, que Tom Holland plantea como un choque entre Oriente y Occidente en el que «de haber sido derrotados los griegos en Salamina, Occidente no sólo habría perdido su primera lucha por la independencia y la supervivencia, sino que es improbable que alguna vez hubiera existido una entidad como Occidente en absoluto»[31]. En este sentido los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han avivado la demanda de conocimiento, y a la par de leyenda, por parte del gran público –muy en particular del anglosajón– acerca de un pueblo que les ha sido presentado como cultor de la guerra y de la muerte, en la línea de lo que se viene llamando «historia popular». A esta tendencia literaria se han incorporado algunos estudiosos que no son ajenos a intereses políticos, como Victor Davis Hanson, que en 2002 publica un estudio en el que pretende examinar la guerra desde Salamina a Vietnam y al que da el explosivo título de Why the West Has Won; Hanson lo culmina de la siguiente guisa triunfal: «La civilización occidental ha dado a la humanidad el único sistema económico que funciona [el capitalismo], una tradición racionalista que nos permite el progreso material y tecnológico, la única estructura política que garantiza la libertad del individuo [la democracia], un sistema de ética y religión que saca lo mejor del ser humano, y la más letal práctica de las armas concebible [en los griegos hundiría sus raíces The Western Way of War, el libro con el que Hanson se dio a conocer hace dos décadas][32]».

Señeras cadenas de televisión anglosajonas también han invertido notables esfuerzos y recursos en la producción de documentales que llevaran a la pequeña pantalla, con el apoyo de comentarios de especialistas (no necesariamente del ámbito académico, pues incluyen también a novelistas), los tres días de lucha descarnada y henchida de heroísmo de las Termópilas. De un lado la excesiva dramatización de los hechos en aras del objetivo de captar audiencia, de otro el estar dirigidos fundamentalmente a un público norteamericano conducen cuando menos a una simplificación que en no pocas ocasiones se convierte en clara distorsión o incluso en disparate. Es el caso de Last Stand of the 300 (2007), creado por Limulus Productions para el History Channel, donde escuchamos por ejemplo que las tropas de Jerjes suponen ante todo una amenaza para la democracia naciente o vemos primero a los hoplitas atenienses portando en Maratón escudos con la lambda de “lacedemonios”[33]. Por su parte, en los dos episodios del documental Spartans at the Gates of Fire producido por Atlantic Productions para la BBC (2004), el tema es introducido por el narrador de la siguiente manera: «El legendario reino guerrero de Esparta, una tierra donde los débiles son esclavizados y asesinados, donde la violencia es el pan de cada día, será el inverosímil salvador del mundo libre», para enseguida colgar la etiqueta de esclavistas a los espartanos, como si el resto de los estados griegos no conociera esta forma extrema de dependencia; sólo los ponderados comentarios del profesor Anthony Spawforth (University of Newcastle) acerca de la naturaleza del relato de Heródoto ponen bridas al caballo desbocado de la mitificación. Precisamente es la nómina de notables helenistas (Paul Cartdlege, Jennifer Roberts, Barry Strauss, Josiah Ober, Donald Kagan, etc.) que contribuyen con sus comentarios lo que aporta dosis de consistencia y equilibrio a los dos largos capítulos que conforman el documental The Rise and Fall of the Spartans (2002)[34], tres horas que relatan la historia de Esparta con los éxitos militares como hilo conductor –y las Termópilas en un lugar de honor–, pero también describen su sociedad, sus leyes, sus costumbres y hasta su esplendor cultural durante el arcaísmo, analizándose al menos las causas que motivaron la conversión en «un estado militar que controlaba a los ciudadanos de la cuna a la tumba»; al margen de los inevitables guiños al pueblo norteamericano (se dice que Patton se inspiró en los espartanos para su aserto de que «no quiero que maten por mí, sino que mueran por mí» y que al día siguiente de la caída de El Álamo, un periódico tejano publicó «Ya tenemos nuestras Termópilas»), el contrapeso lo pone el tono más encendido y dramático del narrador, que comete algún que otro error de cierta importancia, como afirmar que el armamento y las tácticas hoplíticas fueron creadas por los espartanos (las perfeccionaron en todo caso) o que la liga del Peloponeso fue diseñada con el objetivo de hacer frente a Atenas (que a finales del siglo VI distaba mucho de ser una potencia militar), amén de llamar en alguna ocasión «campesinos arrendatarios» a los esclavos hilotas.

En nuestro días el mito espartano sigue muy vivo, se retroalimenta con el cine, el cómic y la novela histórica como viveros, sin olvidar las publicaciones de carácter divulgativo que hacen un uso acrítico de las fuentes porque lo que importa es avivar ese mito. Bien distinto es el panorama en la historiografía moderna especializada, que ha sometido a Esparta en las últimas décadas a una auténtica labor de zapa académica tras la cual ha quedado arrumbada en su singularidad, ha sido banalizada, y los espartanos convertidos en un pueblo corriente, en absoluto diferente del resto de los griegos que les rodeaban. El fiel de la balanza se ha inclinado casi por completo del lado de un escepticismo rayano en el pirronismo hacia los autores griegos y romanos que abordan un aspecto u otro del kósmos lacedemonio[35]. Edmond Lévy avisaba no hace mucho de los peligros de este exceso de “negacionismo” que da alas a reconstrucciones modernas sin sustento alguno en las fuentes, que las desprecian por completo[36]. Diluido el espejismo cual azucarillo, el mito de Esparta parece haberse agotado para los historiadores de la Antigüedad, al menos por el momento. Pero en la calle, como ha proclamado Paul Cartledge desde su cátedra cantabrigense, «¡Leónidas vive! Con él también Esparta»[37].

Agradecimientos

Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto de investigación HAR2010-15756, del Ministerio de Ciencia e Innovación. Aunque puedan ser incluidos dentro de la llamada cultura popular, no contemplo aquí el caso de los videojuegos que tienen como protagonistas a espartanos.

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Recepción: 13 de septiembre 2011. Aceptación: 07 de octubre de 2011


[1] Cartledge (2006: 41).

[2] Ollier (1933-1943), que hacía referencia a la tradición literaria. Mucho más recientemente, gracias a nuestro mejor conocimiento arqueológico de la ciudad, Cartledge (2001: 169-184) ha propuesto ampliar la definición de la expresión a los objetos materiales.

[3] Tigerstedt (1965-1978).

[4] Sólo por detrás de Piratas del Caribe. Obtuvo también diversos premios: Mejor Película de Pelea en los MTV Movie Awards 2007, Mejor Película del 2007, por IGN, Mejor Película de Acción, Aventura y Thriller, por Saturn Awards, y Mejor Adaptación de un Cómic, por IGN.

[5] Nisbet (2012).

[6] En Fotheringham (2012: passim, esp. 394-395) se hallará una reciente aproximación al cómic 300, de Miller, desde la óptica del historiador de la Antigüedad.

[7] Fandiño Pérez (2008) lo tilda sin tapujos de neofascismo.

[8] Además de la nota anterior, véase Alvar (2007); Nisbet (2008: 139-142); Prieto (2009: 181-184). Contra, Fotheringham (2012), que entiende que las interpretaciones políticas están más en la audiencia que en los creadores del filme. Por su parte, Lillo Redonet (2010: 154-161) no sólo se sumerge de lleno en el mirage al aceptar acríticamente las fuentes, lo que adereza con algún que otro error (como el ver en los éforos y no en los gerontes la institución clave de la politeia espartana o el atribuir al cómic escenas/pasajes que en realidad ya están en los autores antiguos), sino que además no repara, o bien no le interesa, la evidente carga política subliminal de la película.

[9] Lapeña Marchena (2011: 429) habla de la «vertiente cristológica» de Leónidas, que junto a sus trescientos serían convertidos por la industria cinematográfica estadounidense en mártires de la democracia occidental.

[10] Como es sabido, los espartanos de pleno derecho llevaban el cabello largo, en observancia de los dictados de un Licurgo que creía que así parecerían «más altos, más libres y más fieros» (X. Lac. 11.3; Plu. Lyk. 22.2). Los escudos de la época estaban personalizados con dibujos coloristas elegidos por cada hoplita.

[11] Lapeña Marchena (2011: 437) nos recuerda que la voz del narrador, como los letreros informativos, «asumen el papel del historiador que narra a los espectadores lo sucedido en el pasado o lo que sucederá posteriormente, ellos poseen la misma autoridad que se le supone a un libro de historia, no admiten discusión o matiz alguno».

[12] «Pero Grecia vivirá», responde Penteo en la escena final, en la que rechaza el último ofrecimiento de Jerjes de respetar las vidas de los pocos supervivientes a cambio del cadáver de Leónidas, para cerrar con la imagen del epitafio de Simónides de suma obediencia a las leyes inscrito en piedra y, enlazando de nuevo pasado y presente, la tumba al soldado desconocido en la ateniense plaza Syntagma. Levene (2007) expone los mecanismos de adaptación de la famosa batalla a la audiencia estadounidense de los años 60: panhelenismo (al diluir las diferencias entre griegos), aproximación de Esparta a los ideales democráticos modernos, comparación con la resistencia del fuerte tejano de El Álamo en 1836...

[13] Prieto (2009: 174-178); cf. también Lillo Redonet (2008: 117-118, 120).

[14] Lillo Redonet (2008: 120 y 2010: 146-147), que recoge otros posibles paralelismos con la II GM.

[15] Sobre el Nabis histórico, Fornis (2003: 233-243).

[16] Prieto (2009: 184-185).

[17] Ibid.

[18] La traducción española, Historia del universo en cómic (Barcelona, Ediciones B, 1995), no se ha esmerado precisamente con los términos griegos (“ilota”, sin la preceptiva “h” inicial que exige el espíritu áspero; “Mesina” en lugar de Mesenia, que da lugar a confundir el sudoeste del Peloponeso con el topónimo siciliano; “Aegispotamai” y no Egospótamos; “Quimón” por Cimón).

[19] Véase a este respecto Matalas (2007). Una firma deportiva, Spartan Athletics, comercializa equipo y material de entrenamiento (llamado Spartan Fight Gear) especial para combates y artes marciales.

[20] Noticia extraída del diario El País, 2/11/2008.

[21] En la Sparta de Wisconsin un hotel utiliza en su publicidad el siguiente eslogan: «Esparta fue derrotada en Leuctra en 372 a.C. [en realidad en 371], por lo que no esperen encontrar en este hotel habitaciones espartanas» (la anécdota es contada por Cepeda Ruiz 2006: 940). Cartledge (2009: 250) cuenta que en esta misma ciudad tienen también una escultura que copia el modelo del busto llamado «Leónidas» y de las estatuas modernas levantadas en Esparta y las Termópilas, sólo que con una Σ (de espartanos se entiende) inscrita en el escudo en lugar de la Λ (de lacedemonios), más correcta aunque anacrónica (vid. supra n. 10).

[22] Sobre esta novela de Lytton, Bridges (2007: 407). Un análisis exhaustivo de la guerra de Corinto y de la paz del Rey en Fornis (2008).

[23] Véase Fotheringham (2012: 394).

[24] Bridges (2007: 408-410).

[25] Traducida ese mismo año como Talos de Esparta por Alianza Editorial.

[26] Cambia el subtítulo, que en el caso del editado por Vintage Books en 2004 es The World of the Warriors-Heroes in the Ancient Greece, from Utopia to Crisis and Collapse y en el de Channel 4 de un año antes es An Epic History. Este último es el recién traducido al español por la editorial Ariel: Cartledge (2009).

[27] El libro fue vertido al castellano enseguida por Ariel: Cartledge (2007). El enfrentamiento entre Occidente y Oriente está siempre presente, aunque sin la carga panfletista y proselitista que se alcanza con Hanson (véase más abajo). Muy significativamente Cartledge dedica el libro (p. XIX) a la memoria de su hermana, fallecida en el atentado terrorista de Londres del 7 de julio de 2005.

[28] Hay igualmente traducción española del año siguiente en la editorial Grijalvo: Puertas de fuego. «Las armas y las tácticas evolucionan, la gente es la misma», asegura un capitán de los marines en un artículo publicado en The Washington Post el 17/7/2005 (el dato es suministrado por Bridges 2007: 405). Veteranos norteamericanos desde la guerra de Corea hasta nuestros días vierten sus opiniones acerca del libro y sus experiencias en una web de Amazon.

[29] Información sacada de la web del propio Pressfield. Menos sorprendente resulta que el primer cuerpo del ejército griego luzca en su emblema el μολὼν λαβέ («ven y cógelas») que dio como respuesta Leónidas a la exigencia persa de entregar las armas.

[30] Véase el análisis de éstos y otros recursos, con abundantes ejemplos, en Bridges (2007: 411-419) y Fotheringham (2012: passim, esp. 398-401).

[31] En 2007 vio la luz la traducción al español en Planeta.

[32] En 2004 se tradujo al español por las editoriales Turner y FCE como Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización (la cita es de la p. 501), que se desprende de la carga polémica del título original.

[33] El documental acoge también algunas “perlas”, como que los niños espartanos eran «máquinas de matar» en una Esparta que se asemejaba a «una sociedad con novatadas continuas y brutales», los belicosos espartanos que no fueron seleccionados para la batalla entendieron que «se perdían una fiesta» o llamar a Temístocles el Winston Churchill de su tiempo o a los diez mil inmortales persas «los chicos malos».

[34] Distribuido asimismo por History Channel, se dobló al español como Esparta. Código de honor-Mareas de guerra (los títulos de los dos capítulos).

[35] Sin duda la afirmación de Finley (1977: 248) de que no se podía remontar más allá de mediados del siglo VI a.C. para la historia arcaica de Esparta sería hoy suscrita –puede que incluso extendida a los períodos clásico y helenístico– por muchos autores.

[36] Lévy (2003: 7-8).

[37] Cartledge (2009: 251).