http://dx.doi.org/10.12795/spal.2010.i19.08

Remedios Sánchez, S. (2010): “Apuntes sobre la presencia púnica en la Roma arcaica”, Spal 19: 187-196. DOI: https://dx.doi.org/10.12795/spal.2010.i19.08

Apuntes sobre la presencia púnica en la Roma arcaica

NOTES ABOUT THE PUNIC PRESENCE IN ARCHAIC ROME

Sergio Remedios Sánchez
Universidad Complutense de Madrid

Resumen: La historia de forma más o menos unánime nos muestra cómo la cultura romana, es el resultado de las influencias etruscas y griegas de la Magna Grecia sobre el sustrato cultural lacial. Nosotros nos proponemos en este trabajo añadir a estas principales aportaciones, la semita, más concretamente la fenicio-púnica, aunque a un nivel secundario. Para ello hacemos la relectura de algunos autores que ya trataron el tema, así como analizamos algunos restos arqueológicos y mitos de la religiosidad más arcaica romana

Palabras claves: Roma arcaica, tratado romano-cartaginés, Foro Boario, Tarquinio el Soberbio.

Abstract: History has almost unanimously shown Roman culture as the result of Etruscan and Greek (Magna Graecia) influences on Latium’s existing cultural landscape. We aim through this study to add semite to that set of influences, specifically the Phoenician-Punic, though in a secondary level. In order to do so, we face the task of re-reading certain authors who already dealt with this idea, all along with the analysis of some archaeological remains and myths of the most archaic Roman religiosity.

Key words: Archaic Rome, Roman-Carthaginian treaty, Forum Boarium, Tarquinius Superbus.

Introducción

La historiografía tradicional ha tendido a aceptar a la cultura etrusca y a las colonias de la Magna Grecia como las fuentes de las que bebió la cultura romana en su fase de formación[1]. Según este modelo, la interacción de los elementos laciales con los de las otras dos culturas, fue lo que dio lugar a la realidad histórica que nosotros conocemos como Roma. Este esquema básico nos muestra cómo las sociedades del Lacio arcaico en su proceso de etnogénesis solo parecían ser permeables a las influencias de estas dos culturas.

Los mitos que se conservan sobre la fundación de Roma y sus fases previas, nos remontan siempre a Grecia y a la guerra de Troya, aunque también se intercalan una serie de personajes que son puramente locales como puedan ser el caso de Caco, Pico o Fauno, pero acaban siempre entroncando con los grandes héroes griegos como bien pueden ser Heracles o Eneas.

Pero al igual que de estos mitos totalmente helenizados se pueden sacar reminiscencias de un Lacio primitivo y de sus originarios héroes, también pueden entreverse otras realidades que pudieron intervenir en el proceso de formación de Roma, procedentes de culturas foráneas al ámbito itálico.

Consideramos que una presencia púnica, por lo tanto semita, pudo intervenir, en mayor o menor medida, en los momentos iniciales de la formación estatal romana. Con esto no pretendemos decir que la cultura fenicio-púnica fuera la que más aportó a la romana, pero sí planteamos volver a poner sobre la mesa determinadas hipótesis que nos clarifiquen el verdadero protagonismo que los púnicos tuvieron en el proceso de etnogénesis romana. Algunas de estas teorías han sido ya tratadas en el pasado (Rebuffat 1966; Van Berchem 1959-60; Piganiol 1962) y creemos interesante volver sobre ellas, porque hace años que este tema no es abordado con interés por la investigación a pesar de los datos aportados por publicaciones más recientes como la de Coarelli (1992).

Para desarrollar nuestro trabajo la argumentación va a girar sobre cuatro ejes principales: el primer tratado entre Roma y Cartago, el área cultual y portuaria del Foro Boario, algunos mitos y leyendas de la Roma arcaica, centrándonos sobre todo en la figura de Hércules y para finalizar analizaremos algunos aspectos de la figura del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio.

Comercio y diplomacia en el Tirreno a finales del s. VI. a. C.

La primera aparición, después de la estancia de Eneas en Cartago, que los púnicos tienen en la historiografía romana, es el llamado primer tratado romano-cartaginés, que suele ser datado hacia el 509 a. C., primer año de la república romana. Se ha discutido mucho sobre su autenticidad[2] y una vez aceptada unánimemente, se cuestiona si la fecha es la correcta o si se alteró para dar importancia a la joven república.

El hecho de que a finales del s. VI a. C. una pequeña ciudad como Roma firmara un tratado con una importante ciudad como Cartago, tiene una sólida base si nos paramos a observar lo que sucede por esas mismas fechas en Etruria, Cerdeña y básicamente por todo el Tirreno.

Las actividades comerciales de los fenicios y también cartagineses con las ciudades etruscas están de sobra documentadas para estas fechas, aunque se remonten a momentos anteriores. En base a estas relaciones comerciales y por lo que los tratados firmados con Roma nos dejan entrever, sin duda alguna, los cartagineses tenían firmados acuerdos con las ciudades (Scullard 1991: 21; Cornell 1999: 252; Rebuffat 1966), pero estos tratados tomarían más que probablemente la forma de una especie de confederación marítima. A este respecto ya Aristóteles nos pone en la pista de cómo debieron ser estos tratados:

“...pues en este caso los etruscos y los cartagineses y todos los que tienen esa clase de acuerdos entre sí serian como ciudadanos de una sola ciudad; y estos tienen desde luego acuerdos sobre las importaciones y pactos de no agresión; pero ni se han creado magistraturas comunes a todos para esos asuntos, sino que son diferentes las de unos y otros, ni se cuidan unos de cómo deben ser los otros, de que ninguno de los sujetos a esos tratados sea injusto ni cometa infamia alguna, sino solamente de que no se dañen unos a otros...”

(Pol., III, 9, 1280ª; Trad. C. García Gual y A. Pérez Jiménez)

Además del testimonio de Aristóteles, el principal indicio de este tipo de acuerdos entre Cartago y las ciudades etruscas lo vemos en las famosas láminas de Pyrgi (fig.1), en ellas podemos ver que los cartagineses no parecen limitarse únicamente al mero comercio con los etruscos. Estas láminas certifican la existencia en Caere de una población púnica asentada que necesitaba de un lugar de culto para sus dioses. Si al hecho de levantar una capilla a una diosa fenicia como Astarté, le sumamos la realización de la inscripción votiva también en fenicio, resulta evidente la más que probable presencia de población púnica en Caere. Para afianzar más aún esta posibilidad, sabemos que el otro puerto de ésta misma población, situado un poco más al norte que Pyrgi, era llamado portus punicum[3].

Figura 1. Láminas de oro de Pyrgi. Escritas en etrusco y fenicio.

Las cláusulas de los tratados con los etruscos al igual que los que podemos observar en los que Cartago firma con Roma, incluyen de una forma u otra la protección del comercio marítimo contra la piratería. En este contexto jugaría un papel fundamental el famoso episodio de la batalla de Alalia en aguas de Córcega (Tucídides, I, 13, 6; Herodoto, I, 165 y ss; Pausanias, X, 8, 6-7; 18, 7). En ella, las flotas cartaginesa y etrusca se coaligaron para enfrentarse a los piratas foceos.

Todo este despliegue diplomático-comercial que los púnicos desarrollaron en aguas tirrenas tiene como base el dominio que Cartago posee en Cerdeña. Desde sus puertos sardos la flota púnica desarrolló una gran actividad comercial en la zona a pesar de la llegada de los foceos y el aumento de poder de Massalia.

Teniendo la evidencia de un pacto firmado con Roma en fechas tan tempranas como el 509 y viendo que simultáneamente a apenas 50 km al noroeste su presencia era tan importante como para poseer templos o capillas e incluso dar nombre a un puerto, es difícil mantener que en este mismo momento no hubiera una presencia púnica en la zona. Sobre todo teniendo en cuenta que Roma está en un sitio estratégico, controlando las salinas del bajo Tíber y sirviendo de puente entre el Lacio y Etruria, una zona que los buenos comerciantes púnicos no hubieran dejado pasar por alto. De hecho, algunos investigadores se atreven a tildar de emporio comercial la zona del Tíber donde posteriormente se desarrollaría el Foro Boario (Marcos Casquero 2002; Coarelli 1992: 120-125; Rebuffat 1966)[4]

Por desgracia la arqueología no ha dejado claros vestigios de la presencia púnica en fechas tan arcaicas, aunque ese dato no tiene por qué significar la ausencia de relaciones comerciales. El registro material nos ha demostrado que, en los lugares donde llegaron los fenicio-púnicos se utilizaron recipientes cerámicos de distintas facturas, siendo los más numerosos los de origen griego, lo que ha conllevado la asunción de una importante implantación griega en la zona que ha silenciado por completo y hasta la fecha esta presencia púnico-fenicia. Esperamos que en un futuro la revisión de los materiales existentes y nuevas excavaciones ofrezcan más datos a este respecto.

Otro dato que podría acercar algo más a Roma al mundo púnico es el del uso de la moneda. Si tenemos en cuenta que su uso estaba generalizado en el mundo griego prácticamente desde el s. V a.C., y si asumimos que la ciudad del Tíber estaba tan sumamente ligada económica y culturalmente a las ciudades de la Magna Grecia como tradicionalmente se ha expuesto, lo lógico es que el uso de la moneda para la realización de las transacciones comerciales en este ámbito estaría constatado con anterioridad al s. III a.C. Sin embargo hasta el año 280 a.C. Roma no adquirió su primera unidad monetaria (Crawford 1976) y tardó un tiempo hasta que llegó a todas las esferas de la vida económica. Esto parece estar más acorde con los modos económicos púnicos que, aún conociendo la moneda desde mucho tiempo antes, tardó mucho en utilizarla para un uso que no fuera el de pagar a los mercenarios.

Tras observar que en el mundo etrusco la presencia de tratados diplomáticos-comerciales conllevó la presencia de población púnica, creemos que es más que posible que la existencia de estos tratados en la Roma de finales del s. VI a.C. evidencie también la presencia de mercaderes púnicos en la ciudad del Tíber. Pero ahora vamos a retomar el primer tratado romano cartaginés, para afrontar la problemática sobre su fecha de realización.

Consideramos que datar el tratado a finales del s. VI a.C. es correcto a pesar de las contradicciones presentes en Diodoro (16, 69, 1) y en Tito Livio (7, 27, 2), que tratan al del año 348 a. C. como el primero de los tratados con Cartago (Cornell 1999: 250-254). Esto se puede deber a dos motivos. El primero de ellos sería que la fuente de la que bebieron estos dos historiadores desconociera la existencia de dicho tratado. Una hipótesis probable puesto que las láminas de bronce en las que estaba grabado reaparecieron a mediados del s. II a.C.[5] y la fuente de estos historiadores es el historiador Fabio Píctor del s. III a.C. El otro motivo para que ninguno de los dos historiadores clásicos estuviera equivocado, sería que ambos tratados fueron considerados como el primero que se firmaba entre ambas ciudades, como pasaremos a exponer a continuación.

Los fenicios y después los cartagineses desarrollaron desde los primeros momentos de su expansión colonial, tratados diplomático-comerciales con distintos pueblos y personajes aristocráticos. En los lugares donde un personaje monopolizaba el poder, éste era el que firmaba el pacto con los púnicos y era el encargado de desarrollar los intercambios comerciales para su propio beneficio y en su propio nombre. Este tipo de comercio es denominado intercambio aristocrático (Alvar 2000; López Castro 2000; Remedios Sánchez 2006; 2007), ya que se llevaban a cabo entre los reyes o reyezuelos locales y los aristócratas fenicios y posteriormente cartagineses (estos últimos representando al senado).

Teniendo en cuenta esta forma de actuar de los fenicio-púnicos, uniéndola a que el último de los reyes romanos Tarquinio el Soberbio era según las fuentes un tirano que monopolizaba absolutamente el poder, pensamos que el primero de los tratados al que alude Polibio pudo ser un tratado que las autoridades cartaginesas firmaron con Tarquinio el Soberbio, quien no representaba a Roma sino a si mismo, tal y como lo hacían el resto de reyezuelos y jefes aristocráticos con los que los fenicios y cartagineses habían firmado acuerdos en otros lugares como África o la península Ibérica. Esto supondría que el tratado al que hacen referencia Tito Livio y Diodoro, sería el primero que se firmara en tiempos de la República en nombre del pueblo y el senado de Roma.

Pero la aceptación de esta hipótesis implica que no podamos aceptar la fecha del 509 a. C. para la firma del tratado, puesto que estaría fuera del reinado de Tarquinio el Soberbio. Nosotros nos inclinamos por una fecha ligeramente más antigua y siempre en el último tercio del s. VI a.C. Esta posibilidad justificaría mejor el tratado entre las dos ciudades puesto que de este modo se podría interrelacionar de mejor manera con los acuerdos firmados, que ya hemos apuntado, entre la potencia púnica y las distintas ciudades etruscas, puesto que Tarquinio era de origen etrusco.

En el caso de que realmente hubiera firmado la joven república este primer tratado habría que darle un sentido y una ubicación. Como bien argumenta Cornell (1999: 250-252) este acuerdo no podría ser nunca posterior al 490 a.C., no en vano Roma ya había perdido, por aquellas fechas, el control de buena parte de los lugares de la costa lacial consignados en este tratado. Por lo tanto lo podríamos encuadrar al principio de la república, tal y como nos dicen las fuentes. La historiografía nos dice que el objetivo del mismo era buscar el respaldo de una poderosa ciudad a la joven república para afianzarse en las relaciones internacionales de la época. Pero no se suele ir más allá en la argumentación, sin tener en cuenta lo que esto podría representar.

Tendría que haber un motivo para que Cartago quisiera llevar a cabo ese trato. La lectura rápida nos indica que las posibilidades económicas del tratado serían suficientes para la mentalidad comercial cartaginesa, pero nos topamos con un problema en esta interpretación, ya que todo este proceso se daba en un contexto internacional que no parece ser especialmente propicio para que Cartago apoyase a la joven república romana. Como hemos visto con anterioridad parecen claros los nexos tanto comerciales como políticos que unían a las ciudades etruscas y sus reyes con la ciudad púnica, así que la expulsión de Tarquinio no debió ser muy bien recibida por los líderes etruscos, entre los cuales el depuesto rey romano se refugió (huyó casualmente a la Caere de Thefarie Velianas, la ciudad etrusca de la que mayores indicios de trato con los púnicos se conocen). Esta coyuntura internacional lógicamente hubiera hecho que Cartago no apoyara a la joven república, incluso podría haberse dado el caso de que hubieran apoyado un intento etrusco de reponer a Tarquinio en su puesto.

Ahora hay que analizar por qué éste último hecho no ocurrió. A nuestro modo de entender, el primer tratado Roma-Cartago fue anterior al 509 a.C., como argumentábamos antes, y fue obra de Tarquinio el Soberbio en la esfera del intercambio aristocrático tan frecuente entre los fenicio-púnicos, ya que para que fuera obra de la joven república romana se tenía que dar una coyuntura internacional diferente. Si esto fue así, ¿por qué Roma no fue atacada por los etruscos y los cartagineses en coalición para reinstaurar la monarquía, apelando a las cláusulas de sus acuerdos? Sencillamente porque la presencia comercial cartaginesa no debió correr peligro, debido a que los lazos entre ambas ciudades estaban bien arraigados y que como defienden algunos autores, la influencia y presencia fenicio-púnica en la ciudad del Tíber, era significativa, cuando no importante, e iba más allá de los pactos entre el rey de Roma y Cartago. Si la joven república garantizó los intereses cartagineses en la zona, los púnicos sencillamente no querían correr los riesgos de una acción militar con la que no habrían ganado nada y seguramente habrían puesto en peligro tanto sus intereses económicos, como a los púnicos que pudieran vivir en Roma.

Reminiscencias púnicas en los mitos y cultos arcaicos romanos

Ya hemos visto todo lo concerniente al primer tratado de Roma con Cartago, exponiendo que creemos que este tipo de tratados justificarían una presencia fenicio-púnica en la zona. Ésta tiene mayor base aún, si buscando dentro de los mitos arcaicos de la Roma de los reyes podemos rescatar influencias, cuando no presencia, de los púnicos en los mismos.

Uno de los principales héroes que aparecen en las leyendas de la formación de Roma, antes de la aparición en escena de Rómulo y Remo es, sin duda alguna Hércules. Aparece en el Lacio de vuelta a Grecia con los rebaños de Gerión. Caco, héroe local, le roba el ganado, por lo que Hércules lucha con él y lo mata. La presencia de este mito en las primeras fases de formación de lo que luego sería Roma siempre ha sido interpretada como una helenización posterior, pues se ha buscado el evidente paralelo Hércules-Heracles. Nosotros consideramos que aunque claramente fue alterada por elementos griegos, en su base la leyenda es anterior. Creemos que lo demuestra el arcaico culto del que es protagonista Hércules en Roma[6] y que está arqueológicamente demostrado hacia el 530-20 a. C (Sommella Mura 1981; Coarelli 1992: 209-210), en pleno foro Boario, con las representaciones de terracota que han sido reconocidas como la apoteosis de Hércules (Sommella Mura 1981) (fig. 2).

Figura 2. Grupo escultórico en terracota procedente del santuario de Sant´Omobonno. Representando a Heracles y a una diosa armada

Por otra parte durante el reinado de Anco Marcio como nos cuentan varios autores[7], está la leyenda de Acca Larentia en la que también aparece el dios-héroe:

“...Un guardián del templo de Hércules, según parece, que disfrutaba de tiempo libre tenía por costumbre pasar la mayor parte del día en juegos de dados y de azar. Una vez, por casualidad, al no estar presente ninguno de los que jugaban y participaban en tal entretenimiento, en su angustia, desafió al dios a echar los dados con él según condiciones fijadas: si él ganaba obtendría algún servicio noble por parte del dios pero, si perdía, ofrecería él al dios una cena y una bella joven que le acompañase en su descanso. Después de eso, se puso delante los dados, tiró una vez por él y otra por el dios, y perdió. Manteniéndose fiel al desafío preparó una excelente mesa para el dios e invitó a Larentia, que ejercía públicamente de hetera. La obsequió con un banquete, la acostó en el templo y cuando él se marchó cerró las puertas. Se cuenta que por la noche el dios la visitó, aunque no al modo de los mortales y le ordenó que al amanecer fuera al foro y prestara especial atención al primero que se encontrara y le hiciera amigo. Larentia, en efecto, cuando se levantó, se puso de camino, y se encontró a un acaudalado soltero de edad avanzada cuyo nombre era Tarrutio. Trabó relación con él y mientras vivió, ella gobernó su casa y, al morir éste, heredó su fortuna. Después de un tiempo, cuando ella murió dejó su hacienda a la ciudad y por esto recibe estas honras.”

(Plutarco, Quaestiones romanas, 35; trad. M. López-Salva)

El nombre de Acca Larentia fue utilizado también para la mujer de Faústulo y nodriza de Rómulo y Remo, pero este uso parece ser posterior al de esta leyenda (Momigliano 1989) Esto significa que aunque el nombre pueda indicar que esta mujer fuera “la madre de los lares” y también la madre de los doce hermanos arvales, estos usos serían posteriores al de la leyenda del guardián del templo de Hércules y por lo tanto este mito reflejaría una realidad anterior, como ya hemos dicho anteriormente al hablar de las evidencias de culto al dios-héroe ya en el s. VI a. C.

Creemos que el Hércules de las leyendas romanas que luego fue asimilado con el Heracles griego, no fue introducido por los helenos, sino que tiene un origen fenicio-púnico (Van Berchem 1959-60; 1967; Rebuffat 1966; Coarelli 1992: 232-233). Llegamos a esta conclusión por varias razones. De todos es conocido que desde tiempos anteriores, el sincretismo entre los dioses Melqart y Heracles en oriente fue un hecho. El dios griego más que probablemente tomaría del fenicio-cananeo ciertos rasgos, además de algunos de sus famosos trabajos. El caso es que Hércules aparece en el Lacio a la vuelta de uno de éstos, para ser más exacto está de regreso después de matar a Gerión llevando el ganado que le había robado al mismo. Por el lugar en que Hércules mata a Gerión, la zona de Gadir, creemos que éste trabajo es de claro origen fenicio, puesto que Gadir era una de las principales y más antiguas ciudades fenicias en occidente y porque en ella se encontraba el famoso templo de Melqart, uno de los más antiguos e importantes durante toda la antigüedad.

Volviendo un poco más arriba, recordamos que la primera representación de Hércules que aparece en el Foro Boario ha sido interpretada como la apoteosis del héroe (Sommella Mura 1981; Coarelli 1992: 232-233). La ceremonia principal de culto al dios Melqart, tanto en Tiro como en Cartago es “el despertar” del dios, que va precedida de su inmolación en la hoguera. El hecho de que la representación más antigua del dios, nos muestre la principal ceremonia ritual fenicio-púnica a Melqart es otro dato a tener en cuenta en el posible origen del Hércules romano en la esfera púnica y no en la griega. Además el primer lugar de culto a Hércules fue un altar, que muy bien habría podido ser utilizado en este ritual.

Otra de las características principales del dios fenicio es su carácter oracular. En la leyenda de Acca Larentia podemos observar cómo el dios realiza a la “hetera” un oráculo al ordenarle que se case con el primer hombre al que se encuentre, al hacerlo ella hereda una gran fortuna al quedarse viuda. También en la esfera oracular o adivinatoria tenemos el juego de los dados que realiza el guardián del templo (Coarelli 1992: 129-30; Marcos Casquero 2002).

Sin dejar de lado el mito de Acca Larentia, vamos a tratar de otra característica singular de la religiosidad en la antigüedad, pero que tuvo sobre todo en la religión fenicia gran significación, no es otra cosa que la prostitución sagrada o hierodulía. En el mito de la fundación de Cartago, vemos como los exiliados de Tiro recogen en Chipre a unas jóvenes que se prostituían sacralmente en determinadas fechas del año con los extranjeros que arribaban en la playa. Esto, junto con otros textos y hallazgos arqueológicos como los de Pyrgi[8], tienden a hacer creer que en los templos fenicios de los principales dioses garantes de la navegación y el comercio (Melqart y Astarté) se ejercía la hierodulía. El mito de Acca Larentia no deja de ser significativo al respecto, puesto que ella en todas las versiones del mito es reconocida como prostituta y aquí aparece uniéndose con el dios.

Otra de las principales características del dios fenicio Melqart reside en que es el garante de la empresa colonizadora y comercial que los fenicios emprenden, es decir, es un dios protector del comercio y la navegación. En Roma el templo y lugares de culto de Hércules se encuentran en el Foro Boario. Este lugar además de ser el primer mercado de la ciudad, lo que justificaría la presencia de un dios protector del comercio, también es el lugar donde se haya el puerto fluvial del Tíber, lo que enlaza también con un dios protector de la navegación. Además hay otro dato que tiene que ver con el nombre del Foro Boario. Este nombre ha sido siempre puesto en relación con el antiguo mercado de ganado que supuestamente desde tiempos arcaicos había existido allí, pero cabe la posibilidad de que haga mención al mito de Hércules, puesto que éste llega a Roma con el ganado, concretamente bueyes, que había robado a Gerión.

Para concluir con la figura de Hércules es necesario abordar el culto que este dios recibió en Roma. Aunque tenemos imágenes suyas en Roma desde el s. VI a. C. e indicios claros de su culto desde época como mínimo igual de antigua, el culto que recibió en Roma no pasó a ser oficial hasta que Apio Claudio en el 312 a. C. así lo estipuló. Hasta esa fecha la familia de los Poticios había sido la encargada de desarrollar un culto privado. Esto ha servido para lanzar la hipótesis de que éstos Poticios serían los descendientes de unos mercaderes fenicio-púnicos asentados en el Foro Boario tiempo atrás, e instauradores del culto al que sería un Hércules-Melqart y no un Hércules-Heracles (Rebuffat 1966). También llama la atención sobre su culto que la mayoría de los autores latinos que hablan sobre él lo tratan de un culto extraño a las formas romanas y lo suelen identificar con formas griegas[9].En él se practicaba el ritual con la cabeza descubierta, no podían entrar mujeres, ni perros, ni moscas[10].

Pero en el Foro Boario también se rendía culto a otras divinidades. De hecho la terracota con la representación de la apoteosis de Hércules formaba parte del templo dedicado a las diosas Fortuna y Mater Matuta (fig. 3). Además de a estas dos divinidades, el dios Portuno también recibía culto en este lugar.

Figura 3. Planta de los templos de Fortuna y Mater Matuta en el foro Boario de Roma

Mater Matuta es asociada a Hércules por un mito en el que éste la rescata de ser violentada por unas bacantes que practicaban ritos dionisíacos y se la entrega en protección a Carmenta, la esposa de Evandro. Mater Matuta en la religiosidad romana pasa por ser una diosa de marcado carácter fertilístico, pero es asociada a la diosa griega Leucotea que tras suicidarse arrojándose al mar, es transformada en diosa protectora de los navegantes, sobre todo guiándoles en las tormentas (Grimal 1984). Todo esto es lo que podemos hallar en la posterior república romana con los mitos totalmente helenizados, y además justifica su presencia en el Foro Boario en los aledaños del Puerto Tiberino de forma bastante convincente. Si a su carácter fertilístico-ctónico, le sumamos la protección a los marineros y su relación con Hércules, podríamos decir que no nos hallamos muy lejos de una divinidad similar a la Astarté fenicia. Pero para profundizar más, además de lo que los textos posteriores nos narran hay que consultar los restos arqueológicos para poder consolidar aún más estos paralelos. Los templos de Pyrgi parecen ser una réplica arquitectónica de los del área de Sant´Omobono (Coarelli 1992: 337-338 y 358-363) en el Foro Boario de Roma, y en ellos se encontró como dijimos antes, unas láminas de oro con textos púnicos identificando a la diosa local con Astarté. También se identifica a Thesan, etrusca diosa de la Aurora, de la cual también se han encontrado inscripciones en Pyrgi, con Leucotea y Mater Matuta (Coarelli 1992: 252-253; Marcos Casquero 2002), lo que les daría unas connotaciones de diosas astrales, guías de las estrellas, de los viajes, controladoras del espacio y de marcado carácter marino (Coarelli 1992: 326). Hemos de añadir también como dijimos antes, la práctica de la hierdolía en Pyrgi. Consideramos que con lo expuesto anteriormente podemos asimilar buena parte de las atribuciones de la Mater Matuta romana con la Astarté fenicia, matizando según algunos autores que sería una Astarté de origen chipriota (Coarelli 1992: 247-248; Marcos Casquero 2002; Vérzar 1980), de ahí que estuviera fuertemente helenizada. La otra diosa titular del templo de Sant´Omobono era la diosa Fortuna, de la cual hablaremos con mayor profundidad más adelante. No obstante, de acuerdo a los restos de los mitos arcaicos relacionados con el rey Servio Tulio y sus asociaciones con Pyrgi, podemos sugerir que se complementa perfectamente con las atribuciones de Mater Matuta, reuniendo entre ambas la práctica totalidad de los atributos que la diosa Astarté (Coarelli 1992: 128-129) reunía en una sólo persona.

A Mater Matuta se le asocia el dios Portuno, al cual se le supone su hijo. Esta relación deriva de la asimilación del griego Palemón en su figura. Este dios heleno era hijo de Leucotea, la cual en el panteón romano pasa a ser identificada con Mater Matuta, de lo que deriva esta asociación. Aunque en Portuno podamos vislumbrar un arcaico dios de los pasos, históricamente fue el dios protector de los puertos, de ahí su presencia en el Foro Boario (Coarelli 1992: 119-120) y que se le pueda llegar a identificar con el fenicio Melqart (Coarelli 1992: 128).

Tarquinio el Soberbio, un rey pro-púnico

Durante el último tercio del s. VI a. C. en Roma se produjeron, desde nuestro punto de vista, una serie de acontecimientos que muestran la más que probable presencia de elementos poblacionales púnicos en la zona del Foro Boario.

Tal y como indicamos anteriormente, Cartago por estas fechas pudo haber acometido un gran despliegue diplomático con las ciudades etruscas para conseguir firmar una serie de tratados con claros fines comerciales. La batalla de Alalia puede ser el punto de inflexión en esta política. Lo que antes eran simples relaciones de amistad y de intercambio comercial, a partir de ese momento se transformó en una nueva política tendente a la firma de tratados para asentar aún más su implantación en la zona, debido a la presencia de los piratas foceos y a la presión comercial de Massalia.

En este contexto en Roma, el etrusco Tarquinio el Soberbio gobierna con claros tintes tiránicos según las fuentes romanas y según nuestra lectura de acuerdo a una cierta política pro-púnica por parte del supuesto déspota. En estos años hipotetizamos que se firmó el primer tratado romano (tarquinio)-cartaginés, en el contexto anteriormente descrito, pero no sólo se limitó a eso su política a favor de los intereses fenicios en la ciudad. La actividad constructiva y la producción artesanal que la arqueología subraya para esta época parece un síntoma del interés que Tarquinio tenía por incentivar el comercio (Martínez-Pinna 1999: 261) con los púnicos, como la firma del tratado confirma. Además, insistimos, contamos con la evidencia arqueológica de un templo en el que, como vimos más arriba, está representada la apoteosis de Hércules. Si como argumentamos anteriormente, este dios fuera el púnico Melqart, estaríamos ante un hecho similar al que las láminas de Pyrgi atestiguan para Caere. Es decir, la aceptación y el apoyo regio a la religiosidad de los mercaderes púnicos presentes en la ciudad mediante la financiación de la construcción de recintos sacros para sus cultos.

Pero no sólo queda aquí la vinculación de Tarquinio y los reyes etruscos romanos a la cultura fenicio-púnica. Expusimos brevemente con anterioridad los tintes fenicios que le atribuimos a la diosa Fortuna del foro Boario y ahora vamos a profundizar en ellos. Sugerimos que la relación tan íntima que se extrae de los relatos de Servio Tulio con la diosa Fortuna están en un trasfondo de prácticas hierogámicas muy arraigadas en oriente y que justificaban el poder real en la unión que se llevaba a cabo entre el rey y una mujer que hacía las veces de la diosa (ésta bien podía ser la reina, una sacerdotisa o una hieródula), protegiendo así al héroe divinizado garantizando su poder, es decir, una imagen muy utilizada por los tiranos (Coarelli 1992: 230-231). A esto habría que sumar el carácter oracular también inherente a la misma práctica, ya que se anunciaba a través de una portezuela o una ventana la buena nueva de la unión y la ratificación del poder real por la diosa (Coarelli 1992: 311). Esta ventana es inexistente en templos greco-latinos y solo se pueden encontrar paralelos a la misma en Oriente (Coarelli 1992: 319-320). Hay que añadir también la destrucción del complejo templario de Sant´Omobono en donde se practicaban estos cultos a finales del s. VI a. C. (Coarelli 1992: 209-210), coincidiendo con la llegada de la república romana y la expulsión de Tarquinio el Soberbio. Esto nos hace pensar que el pueblo de Roma identificaba directamente estos cultos de raigambre oriental en la persona del tirano expulsado de la ciudad. Es conveniente señalar que además el último rey romano huyó a la ciudad de Caere, casualmente como dijimos antes, la que parece tener más lazos con Cartago.

CONCLUSIONES

A pesar de la total marginación que las fuentes clásicas ofrecen de la presencia fenicio-púnica en los primeros momentos de Roma, creemos que hay indicios suficientes para sostener que sí hubo elementos poblacionales fenicio-púnicos en la ciudad del Tíber en su época más arcaica. La presencia en las leyendas romanas de un Hércules claramente similar y seguramente heredero del Melqart púnico es un claro indicio de esta presencia, junto con el culto que a este mismo dios se rinde desde los primeros momentos en la ciudad. La gran actividad comercial que desde el puerto del Foro Boario se observa, sobre todo a finales del s. VI a.C., en cuyo contexto se realiza la firma del tratado con Cartago, es un claro indicador de quién era el generador de este comercio, que apunta directamente a la ciudad africana.

Si a esto le sumamos hechos como la casi segura presencia de elementos poblacionales púnicos en la vecina Caere; las paralelos entre Mater Matuta y Fortuna con la fenicia Astarté; el posible paralelismo entre Hercules y Portuno con Melqart; o el ritual oriental que a Hércules se le brindaba en el Ara Máxima; ya no parece tan aventurado exponer que los púnicos tuvieron un papel en los albores de Roma más importante del que tradicionalmente se les ha otorgado.

La presencia de los cuatro cultos (Hércules, Mater Matuta, Fortuna y Portunus) en el Foro Boario, zona del primer puerto romano, es una muestra evidente del carácter comercial y navegante de los mismos dioses a los que se rinde culto y en consecuencia de la gente que creía en ellos. Si así fuere, el pueblo romano tal y como nos los describen las fuentes no podría ser asociado fácilmente al culto de estas divinidades, puesto que no eran navegantes ni grandes comerciantes. No en vano, si bien con una hipocresía acentuada, las actividades comerciales siempre estuvieron mal vistas en la sociedad romana por las clases aristocráticas, que incluso llegaron a tener prohibida su participación en las mismas. Estos cultos por su carácter, parecen tener más posibilidades de ser desarrollados por los mercaderes fenicio-púnicos que Rebuffat y nosotros creemos que se hallaban en Roma en su época arcaica, sobre todo el culto a un Hércules-Melqart que desde nuestro punto de vista fue introducido por ellos mismos.

Cabría hacer una serie de reflexiones antes de concluir con nuestro trabajo. En primer lugar a pesar de todo lo expuesto y como dijimos desde la primera línea, no pretendemos en ningún momento colocar a la cultura fenicio-púnica como germen de la romana, ni mucho menos. Tampoco ponemos en tela de juicio que los griegos y etruscos fueron los que mayores aportes hicieron a la población lacial de Roma. Lo que sí queremos hacer constar es que hubo otra serie de elementos a los que los romanos en su fase de etnogénesis fueron permeables, entre ellos los púnicos, y que se pueden abrir nuevas líneas de investigación en ese sentido. Éstas pueden desarrollarse mediante la revisión de materiales y nuevas excavaciones, así como con la reinterpretación de los textos sobre los orígenes de Roma, que no podemos olvidar, se escribieron muchísimo tiempo después y están profundamente helenizados en su mayor parte.

También nos gustaría plantear cuestiones como por ejemplo si la interpretatio graeca es siempre la opción para cualquier culto, mito o rito en estas fases de la arcaica Italia central, incluso en la cultura Etrusca y la propia Pyrgi, ¿por qué están en etrusco y fenicio las láminas de oro encontradas en este lugar y no en etrusco y griego? Si estas hubieran estado en griego, con total seguridad los investigadores afirmaríamos sin temor alguno al error, como de hecho se hace, la presencia greco-focea en estas costas, incluida la propia Roma. Pero la presencia púnica es puesta constantemente en tela de juicio. Probablemente aunque se encontraran en el foro Boario láminas que nos hablaran de la fundación del Ara Máxima o los templos de Sant´Omobono con los nombres de Melqart y Astarté adscritos a las divinidades locales y hablando de los mercaderes púnicos que practicaban esos cultos, el escepticismo a la presencia fenicio-púnica en las orillas del Tíber seguiría siendo total por la mayor parte de los investigadores del mundo clásico, aunque algunos de ellos dejen siempre abierta la puerta a la posibilidad sugerente de una presencia fenicia en los albores de Roma (Coarelli 1992: 128; Scullard 1991: 22; Marcos Casquero 2002).

Agradecimientos

Agradezco sinceramente por toda la ayuda prestada a mi querido amigo Michal Krueger, sin el cual jamás habría sido partícipe de la VIIth Internacional Conference of Student of Archaelogy “Past, myths and symbols” de la Adam Mickiewicz University de Poznan. Este artículo es el resultado de la revisión y ampliación de la conferencia que presenté en dicho congreso.

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Recepción: 25 de enero de 2011.. Aceptación: 8 de marzo de 2011


[1] Es tan abrumadoramente inmensa la cantidad de publicaciones en este sentido que no citamos ninguna, puesto que con sólo una pequeña selección no tendríamos lugar para desarrollar nuestro trabajo.

[2] Un interesante resumen de esta problemática lo encontramos en el trabajo de Cornell (1999: 250-252).

[3] Identificado con el yacimiento de Santa Marinella según R. Rebuffat (1966) y T. J. Cornell (1999), si bien es verdad que el primero deja claro que no está del todo claro, ya que las fuentes son muy tardías (Itinerario de Antonino y otras listas geografícas de época posterior).

[4] Rebuffat va un poco más lejos teorizando sobre la presencia de una factoría fenicia ya en el s. VII a.C., si bien no expone sólidos argumentos para ello.

[5] Al menos eso nos dice Polibio, al que consideramos una fuente de bastante credibilidad.

[6] En el 399 a.C. se documenta que participó en un lectisternio junto a Diana y en el 312 a.C. se nacionaliza su culto gracias al censor Apio Claudio, que compró a los Poticios su familiae sacerdotium, ya que con anterioridad a esta fecha el culto de Hércules era privado y lo llevaba a cabo la familia de los Poticios secundados por los Pinarios.

[7] Plutarco (Quaestiones romanas, 35 y Vid. Rómulo, 4); Lactancio (I, 1, 20); Macrobio (Saturnalia, I, 10-16)

[8] (Coarelli 1992: 333-334) infiere de la planta del templo y sus cellas que se practicaba la hierodulía en el templo B de Pyrgi.

[9] Virgilio, Aen. 8, 282; Varrón, LL, 5, 130; Dionisio de Hali­carnaso, Ant. Rom. 12-16

[10] Para una descripción y explicación pormenorizada de las peculiaridades del culto de Hércules en el Ara Máxima de Roma, consultar el artículo de Marcos Casquero (2002).