Sebastián Celestino Pérez y Carolina López-Ruiz, Tartessos and the Phoenicians in Iberia. Oxford, Oxford University Press, 2015.

La realidad histórica que solemos denominar Tarteso ha sido objeto de una copiosa bibliografía que se refiere, por un lado, al río, territorio o ciudad mencionados en las fuentes y, por otro, a una imagen arqueológica que se formó a partir de 1958 con el descubrimiento y las primeras excavaciones de El Carambolo. Desde la celebración en 1968 del congreso Tartessos y sus problemas, ha correspondido a la Arqueología el papel principal en la discusión sobre el origen, el desarrollo y el ocaso de esta entidad, aunque no debe olvidarse la contribución de la Filología, especialmente en lo que se refiere a la determinación de su posible área de expansión.

El libro Tartessos and the Phoenicians in Iberia constituye en este sentido una síntesis que, por el hecho de estar escrita en inglés, puede alcanzar una audiencia más amplia. En ella se presenta el estado de la cuestión y se recoge la amplia diversidad de propuestas de interpretación y discusión publicadas desde finales del siglo XIX. Su publicación supone por ello un hito importante, al ofrecer al lector un texto asequible que intenta conciliar los problemas derivados de la documentación textual con los que plantea la interpretación del registro arqueológico.

Se trata de dos vías de investigación diferentes, aunque complementarias, cuyo adecuado tratamiento en la obra refleja la experiencia científica de cada uno de los autores. Sebastián Celestino, arqueólogo y autor de una amplia bibliografía sobre la Edad del Hierro extremeña y las estelas de guerrero, presenta la visión arqueológica de la “cuestión tartésica”. Por su parte, Carolina López-Ruiz, especialista en la presencia fenicia en la península ibérica y en la literatura clásica y oriental, realiza una aproximación basada en fuentes escritas clásicas y orientales. La madurez intelectual de estos dos investigadores garantiza el rigor y, sobre todo, la calidad científica de este estudio.

Los ocho capítulos de que consta el libro responden claramente a los objetivos básicos de la obra. Ésta comienza con una breve historia de las investigaciones (capítulo 1), para desarrollar a continuación una amplia lectura de diversos aspectos de las fuentes escritas griegas (geográficas e historiográficas: capítulo 2), abordar las representaciones cartaginesas y romanas (capítulo 3) y, finalmente, tratar la imagen mitológica de Tarteso (capítulo 4). Los capítulos 5 a 8 se dedican a la vertiente arqueológica: los contactos previos a la colonización propiamente dicha (capítulo 5), el paisaje económico y humano (capítulo 6), la religión y el mundo ritual (capítulo 7), tratándose por último las cuestiones relacionadas con la tecnología y el arte (capítulo 8). El libro termina con un epílogo titulado “Tartessic Questions”, en el que se profundiza sobre diversos aspectos controvertidos que han sido tratados en los capítulos precedentes. La bibliografía es amplia, del mismo modo que la lista de fuentes antiguas sobre Tarteso. El índice general es muy completo y su utilidad es indiscutible.

La historia de las investigaciones comienza con las excavaciones realizadas por George Bonsor con el propósito de “descubrir” Tarteso. Como se sabe, este objetivo “literario” (los autores lo exponen magníficamente) se convierte con Schulten (p.ej., 1945) en casi una obsesión, lo que hace de este último investigador el verdadero “padre” de los estudios tartésicos y el responsable de la primera sistematización de las fuentes escritas sobre la península ibérica en general y sobre Tarteso en particular. Su influencia es innegable en estudios posteriores, por lo menos hasta el descubrimiento del tesoro del Carambolo en 1958.

La justa relevancia que se concede a este último hecho para la construcción de la “arqueología tartésica” contrasta, sin embargo, con la poca atención que se presta a los problemas metodológicos que planteó la “transición” de un discurso centrado en los textos a la construcción de una imagen fundamentalmente arqueológica. En otras palabras, se admite implícitamente que este yacimiento es un hito en el “descubrimiento” de Tarteso, sin entrar a considerar los argumentos que recientemente han señalado su papel en la construcción de una imagen “tartésica” que plantea muchos problemas. De una cierta falta de crítica en este aspecto se deriva tal vez la perspectiva de fondo del recorrido historiográfico que presentan los autores. Ésta se centra en la delimitación de un territorio más amplio para la “cultura tartésica”, partiendo para ello del análisis de las fuentes escritas y de comparaciones con otros procesos de “orientalización” similares presentes en el Mediterráneo, siempre con el objetivo de obtener una visión que los autores consideran más “holística y contextualizada” (p. 23).

No obstante, llama la atención el hecho de que en las abundantes notas a pie de página, los autores señalan la bibliografía que puede cuestionar los planteamientos de esta monografía, lo que es síntoma de una importante y necesaria honestidad intelectual.

El estudio de las fuentes (capítulos 2 a 4) plantea, como se sabe, no pocos problemas, puesto que, desde el punto de vista cualitativo, el conjunto de textos disponibles es muy heterogéneo. Algunas obras han sobrevivido en extenso, mientras otras se conocen por fragmentos, lo que constituye una dificultad a la hora de integrar un pasaje en un contexto determinado. Sabemos, p.ej., que Heródoto señala que apenas conoce el Occidente (Hdt. 3.115), pero no podemos evaluar hasta qué punto Anacreonte, Herodoro, Éforo o Teopompo, por poner algunos ejemplos, conocían esa realidad occidental. Sin embargo, desde el punto de vista metodológico, se afirma en el libro que hay que considerar el contexto, la obra y los objetivos de cada autor a la hora de determinar la importancia que Tarteso tiene en cada uno de los textos mencionados en este trabajo. Es difícil no estar de acuerdo con esta opción, pero sería igualmente importante partir de la misma lectura para definir el modo en que una fuente transmite o no una información fiable, o la utilidad que tiene a la hora de extraer de ella información de carácter histórico o etnográfico.

Ante este panorama, parece adecuada la opción de los autores a favor de analizar las fuentes de acuerdo con cada tipo de texto en cuestión, pero pronto se evidencian las dificultades de interpretación al presentarse en primer lugar dos poetas (Estesícoro y Anacreonte: capítulo 2). Seguramente ha pasado desapercibida la ausencia de un apartado dedicado a Estesícoro. En lo que respecta a Anacreonte, el fragmento que se conoce (Fr. 361 PMG/ Str. 3.2.14) no autoriza a afirmar con seguridad, como se hace en la p. 27, que los receptores conocían suficientemente Tarteso y que el fragmento puede ser cotejado con los vestigios arqueológicos de los siglos VII-VI a.C.

Este detalle no afecta a la calidad de la presentación de las fuentes en estos capítulos, en los que los autores logran transmitir los rasgos que consideran relevantes, con pocas conjeturas. Además, se muestran en poco espacio diversas lecturas posibles de un elenco textual cuantitativamente amplio. Este esfuerzo de síntesis se ve complementado por una bibliografía de comentarios críticos (genérica, pero adecuada) sobre los autores, las obras y su contexto histórico, y por una reflexión que intenta relacionar los textos con los contactos con la península ibérica por parte de griegos, cartagineses y, por último, romanos. Este último aspecto se expone en general con lucidez, aunque en algunas ocasiones se intenta obtener de estos mismos textos argumentos para defender el indigenismo de Tarteso, partiendo, p.ej., de la ausencia de fenicios en los testimonios de Heródoto (1.163; 4. 152) y Tito Livio (Libro 23).

Como señalan Celestino y López-Ruiz, no disponemos de textos que nos transmitan la visión del “otro lado”, lo que dificulta un análisis que vaya más allá de representaciones hechas por autores que querían dar a conocer los territorios lejanos, muy a menudo sin autopsia, a receptores ausentes. Desde luego, es toda una tentación, en la que se cae inevitablemente en alguna que otra ocasión, considerar estos textos como “criterio de autoridad” cuya “verdad” se desprende directamente de lo que se lee y de lo que no puede leerse en ellos. Se escapa, de este modo, alguna conjetura histórica, como la que se deriva de la identificación de los “Blastofenicios” de Apiano (Ib., 56) unida a la supuesta invitación de Argantonio a sus interlocutores focenses (un episodio que implícitamente se considera histórico), para afirmar que «curiously, we never hear of Tartessophoenicians or Turdetano/ Turdulophoenicians», o la que sugiere que el gesto del basileus tartésico podría haber llevado a la génesis de unos “Helenotartesios” (p. 91).

En el capítulo 4, “Tartessos and the Mythological Far West”, se exponen fuentes que, de acuerdo con el planteamiento general de la obra, configuran una imagen mitificada o fantasiosa del Extremo Occidente, sobre todo en lo referido a los relatos relacionados con las hazañas de Heracles en general, y con las Hespérides y Gerión en particular. De esta lectura se excluyen textos que podrían haberse considerado a este respecto, como el pasaje de Anacreonte o la proverbial longevidad de Argantonio que, como se ha dicho, se incluye en el capítulo 2 (dedicado a informaciones geográficas e históricas). No obstante, se presentan reflexiones de gran interés como las referencias a reyes fundadores, a Taršiš en el Antiguo Testamento (en sus diversas acepciones) y en algunos documentos epigráficos (p.ej., la estela de Nora), una vez más con un abanico de alternativas de discusión en las que el lector puede profundizar.

Causa alguna perplejidad la inclusión de las referencias de las fuentes próximo–orientales a Taršiš (Antiguo Testamento y epigrafía) en el capítulo 4. Por un lado, estos textos no presentan un trasfondo mítico y, por otro, el argumento de que no se pueden obtener informaciones concretas sobre la ubicación de Taršiš en estas fuentes tampoco es suficiente para tratarlas como un reflejo de una imagen mítica o fantasiosa del extremo occidente. Se incluye en esta discusión por primera vez la cuestión de la etimología del topónimo (*trt) para defender, previsiblemente, un origen indígena, en la línea defendida por autores anteriores, entre ellos M. Koch (2003).

Llama la atención la exégesis que hacen los autores del mito de Gárgoris y Habis, seguramente una de las cuestiones más interesantes que se discuten en esta obra, por el trabajo hermenéutico que supone la comparación entre el Libro 44 de Justino y la visión griega y oriental de los “primeros inventores”. Se defiende que esta función se atribuye a los dioses en la literatura clásica (por lo menos hasta los siglos III y IV d.C.) y a personajes humanos en las fuentes orientales (se citan los ejemplos de Caín y Abel). Los autores concluyen, con esto, que se trata de un mito de origen tartésico (indígena), relacionable con el pasaje problemático de Str. 3.1.6 sobre las leyes de los Turdetanos, aunque admiten un sustrato oriental para el mismo. Se puede aceptar esta interpretación, pero también se puede utilizar el mismo argumento para reforzar la relación de Tarteso con los fenicios que se transmite por algunas fuentes latinas (cf., p.ej., Álvarez 2007). Esperamos el prometido desarrollo en el futuro de esta interesante hipótesis, que seguramente aportará nueva luz sobre este mito.

La segunda mitad de la obra está dedicada, como se dijo, al registro arqueológico. Así, en el capítulo 5 se tratan cuestiones generales sobre la hibridación y las influencias mutuas, una temática habitual en los estudios postcoloniales. Los autores destacan especialmente el significado, contenido y problemas del nombre “fenicios” cuando se aplica a grupos que se han venido identificando con su ciudad de origen, e intentan integrar el “otro lado” (los tartesios) en la expansión de fenicios y griegos. Resulta pertinente la comparación entre estos dos aspectos, pues ésta permite afirmar que el éxito de la colonización fenicia se debe a una rápida integración de las comunidades autóctonas en general y de Tarteso en particular, y sobre todo porque permite considerar en una perspectiva más adecuada el concepto y los modos de “precolonización”.

Con respecto a esta etapa previa, se asume la existencia de contactos que no supusieron la fundación de ocupaciones permanentes, pero que dependieron de la complicidad entre elites indígenas y comerciantes orientales. Estos serían, en una primera fase, de origen chipriota, atendiendo a los datos del grupo de Baiões – Santa Luzia y a algunos hallazgos de los siglos X-IX a.C. de Huelva (Méndez Núñez y Plaza de las Monjas). A todo ello se suma un análisis detenido de las estelas de guerrero o del suroeste (ampliamente tratado por S. Celestino en otras publicaciones) que son «the single most important corpus of information that we have about Tartessic society before the colonial wave» (p. 159). Se puede cuestionar hasta qué punto estas estelas contienen elementos que permitan integrarlas en el concepto de “sociedad tartésica” y explicar al mismo tiempo su amplia distribución en el territorio peninsular (mapa 5), independientemente de la coincidencia cronológica entre estos monumentos y dichos contactos precoloniales. Además, el conocido depósito de la Ría de Huelva representa la integración de las comunidades indígenas en el contexto del comercio mediterráneo a partir del siglo IX a.C. y la formación de la sociedad tartésica (sic).

La formación de esa nueva realidad, de cariz mediterráneo, es el tema del capítulo 6, dedicado a una reflexión sobre el paisaje económico y humano de una entidad que ahora se considera híbrida y a la vez responsable de una expansión pacífica hacia el hinterland a partir del siglo VI a.C., manifestada en la ocupación de nuevos lugares en el interior del Tajo o del Guadiana, así como en la construcción de edificios como Cancho Roano o Turuñuelo. Los autores intentan, en ese sentido, presentar varias propuestas que explicarían la crisis de este siglo y el abandono generalizado de algunas ocupaciones, constatada a partir tanto del registro arqueológico como de las fuentes escritas, incluyendo la consideración de catástrofes naturales como tsunamis.

Sobresalen en este análisis algunos problemas metodológicos que afectan a la comunidad científica en general, entre ellos la capacidad de definir con criterios rigurosos qué distingue un “indígena orientalizado” de un “fenicio occidentalizado” a la hora de proponer la existencia de grupos “híbridos”. Por otro lado, parece admitirse implícitamente que las comunidades autóctonas tienen una capacidad de cambio que luego no se reconoce en los grupos exógenos. Quizás sea esa la clave para entender la opción de definir como tartésicos los elementos que no cuadran en totalidad en la imagen de los elementos canónicos “fenicios”. Es más: se acepta en este trabajo, con razón, que los grupos mediterráneos que llegaron a la península ibérica tampoco eran homogéneos (pp. 131ss.), pero dejan de serlo en el momento en que se comparan las manifestaciones religiosas (santuarios) y funerarias en el capítulo 7. Es decir, se sigue manteniendo, explícita e implícitamente, una premisa fundamental que procede, sobre todo, de los trabajos de Schulten (1945): que los tartesios, híbridos o no, son siempre una comunidad diferente de los fenicios (cf. Álvarez 2005).

Ello es evidente en los mapas 6 y 7, en los que se exponen, respectivamente, los yacimientos fenicios y tartésicos, en un discurso que defiende dicha hibridación. Este concepto es usado en el texto como alternativa al de “aculturación”, lo que permitiría explicar «the emergence of a complex, politically organized society (even if we ignore the details), which we call Tartessic, born from local and Phoenician cultural traits and hybrid practices» (p. 201). Sin embargo, es legítimo cuestionar hasta qué punto resulta lícito aplicar este esquema a algunos sitios, por ejemplo, cuando se presenta Cádiz como fenicio y tartésico a la vez, o cuando se incluyen yacimientos cuya cronología es anterior al proceso de desarrollo y expansión de estos grupos “tartésicos” (Ratinhos y Alcorrín).

La indefinición del concepto de Tarteso se hace patente con más fuerza en el capítulo 7, dedicado a los santuarios y necrópolis, en el que sorprende la lectura del santuario de El Carambolo como tartésico. En los últimos años se han presentado argumentos sólidos sobre una fundación fenicia de Spal, tanto en lo que respecta al origen del topónimo (la cuestión de la toponimia, además, es tratada por los autores en el ámbito llamado “tartésico” en el apartado 8.3, aunque se excluyen de la discusión nombres de posible origen oriental), como en lo que hace al propio registro arqueológico. No se encuentra, en las líneas dedicadas al santuario, una réplica que sería, seguramente, beneficiosa para reforzar los argumentos a favor de tal interpretación, del mismo modo que habría sido útil discutir las últimas contribuciones de la arqueología urbana sevillana.

Los capítulos 7 y 8 pretenden reforzar, por tanto, la argumentación a favor de la formación de una sociedad jerarquizada que utiliza como lenguaje de poder las aportaciones de los grupos exógenos, tanto en la construcción de santuarios como de necrópolis, o en la tecnología (orfebrería, cerámica, etc.). Los autores admiten, con razón, que se conoce poco el panorama anterior y que es una tarea difícil –por lo menos en el estado actual de los conocimientos– evaluar el impacto de estos contactos en las comunidades autóctonas. Esto no impide que se repita, quizás excesivamente, el término “Tartessic” para referirse a los más diversos aspectos (arquitectura, comercio, territorio, centro/ periferia, crisis del siglo VI a.C., etc.), sin que quede claro cómo esa denominación se compadece con la idea de hibridación que a menudo es mencionada.

De hecho, el encomiable esfuerzo de presentar al lector una visión amplia y conciliadora de las diversas propuestas acaba por revelar las limitaciones metodológicas de la “cuestión tartésica” en general, y de la definición del concepto de “tartésico” en particular. Así, en los primeros cuatro capítulos, se intenta demostrar que Tarteso es una entidad indígena, mientras los siguientes lo presentan como una realidad híbrida protagonista de un nuevo proceso de expansión (en el que los fenicios dejan de estar presentes), interactuando con otros “indígenas” de la Meseta. El hilo conductor es, implícita o explícitamente, la idea de que fenicios y tartesios son dos entidades separadas, al mismo tiempo que se defiende un fenómeno de hibridación.

El epílogo, titulado «Tartessic Questions», permite aclarar en ese sentido algunas de las dudas que pueden haberse presentado al lector a lo largo de la obra. Tarteso es, para los autores, un territorio, y tartesios los que allí habitan. Este escenario de diversidad étnica parte, sin embargo, de un desconocimiento del sustrato indígena que fue, artificialmente, rellenado con elementos que recibieron la designación de “tartésicos” porque representaban las fases “precoloniales”, y porque se creía –y esta obra sigue igualmente esa idea– que Tarteso tiene sus raíces en el Bronce Final. Prudentemente, los autores señalan que todavía la investigación trabaja en el campo de las hipótesis que no siempre pueden ser contrastadas.

Como conclusión de todo lo dicho hasta ahora, quisiéramos destacar que esta obra presenta un interesante reto a la investigación: la necesidad de repensar los contactos interculturales y su papel en la formación de nuevas identidades, lo que exige una saludable interacción entre filólogos, historiadores y arqueólogos. Ello obligará a perfeccionar metodologías que permitan reconocer e interpretar estos procesos, y de hecho, los autores presentan algunas claves para profundizar la investigación en los próximos años.

Se reafirma con ello la importancia de Tartessos and the Phoenicians in Iberia como un trabajo que presenta y discute el estado de la cuestión sobre las fuentes escritas y el registro arqueológico, y recoge además una bibliografía no excesivamente extensa que permite tomar contacto con diferentes posiciones sobre la “cuestión tartésica”. Este es uno de los grandes méritos de una obra que presenta un discurso lúcido (independientemente de algunas matizaciones apuntadas) esperado y reclamado desde hace mucho tiempo por la “arqueología tartésica”.

Bibliografía

Álvarez Martí-Aguilar, M. (2005): Tarteso: la construcción de un mito en la historiografía española. Málaga, CEDMA.

Álvarez Martí-Aguilar, M. (2007): “Arganthonius Gaditanus: la identificación de Gadir y Tarteso en la tradición antigua”. Klio: Beitrage zur alten geschichte 89.2: 477-492.

Koch, M. (2003): Taršiš e Hispania: Estudios histórico-geográficos y etimológicos sobre la colonización fenicia de la Península Ibérica. Madrid, CEFYP.

Schulten, A. (1945): Tartessos. Madrid, Espasa-Calpe.

Pedro Albuquerque

Departamento de Prehistoria y Arqueología. Universidad de Sevilla
Correo-e: albuquerque@us.es

Recepción: 31 de octubre de 2017. Aceptación: 12 de febrero de 2018