In memoriam

Manuel Pellicer Catalán

Caspe 17 de octubre de 1926, Sevilla 24 de abril de 2018

En la fotografía del profesor Pellicer que abre esta noticia necrológica podemos verle a la edad aproximada con la que se incorporó a la Universidad de Sevilla, su último destino profesional como investigador y docente. Al profesor Pellicer se le conoció siempre como “Don Manuel” en todos los centros en los que desempeñó estas labores; por ejemplo en las Universidades de Granada, de La Laguna y de Sevilla, pero también en el Conjunto Arqueológico de Itálica, cuya dirección llevó durante unos años en que todavía su nombre oficial respetaba la tradición popular de llamarlo Ruinas de Itálica. A la Universidad de Sevilla, desde la que editamos esta nota en su recuerdo, llegó en 1974, asumiendo de inmediato la jefatura del entonces denominado Seminario de Arqueología, en la Facultad de Filosofía y Letras (hoy de Geografía e Historia). Desde aquel año de su nuevo destino, una de sus primeras preocupaciones fue incorporar a dicha institución los estudios y la enseñanza de la Prehistoria, que hasta la década de los setenta del siglo pasado dependía de Historia de América y Antropología. Fue ésta la transformación necesaria para que naciera el actual Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla.

Si hay que reconocerle al profesor Pellicer un primer impacto positivo en su magisterio sevillano, éste fue sin duda la incorporación en un mismo departamento universitario de esas dos áreas afines, unión que todavía persiste en una fecunda y enriquecedora convivencia. Este hito marca en realidad el comienzo de su última gran etapa como profesor e investigador especializado en ambas disciplinas, ya que siempre supo compaginar dichas tareas en las dos áreas sin mayores problemas. Así lo demuestra por ejemplo su vasto y diverso currículum, cuya versión más reciente dada a conocer, compilada por O. Arteaga, puede consultarse en Spal 10 (2001), número de esta revista que forma parte del homenaje que se le dedicó con motivo de su jubilación.

Como docente, el profesor Pellicer no podía sino introducir en el nuevo destino sevillano su concepto instrumental de la arqueología como ciencia para el estudio histórico. A diferencia de una de las líneas principales hasta entonces dominantes en la arqueología española, muy vinculada a la Historia del Arte, impartió asignaturas que rápidamente pusieron a sus primeros discípulos en contacto directo con la arqueología de campo. Para ello ejerció una docencia especialmente dedicada al estudio de las principales culturas antiguas del Mediterráneo a través de sus restos materiales cotidianos más que de sus grandes monumentos, sin olvidar en cualquier caso aspectos importantes de la arquitectura o de otras manifestaciones artísticas mayores de la Antigüedad.

A Pellicer no le atraía la orientación winckelmaniana de la disciplina. Prefería una arqueología más apegada al terruño y más relacionada con la vida diaria de las viejas sociedades que analizaba. Su ámbito de estudio predilecto fue sin duda el de la cerámica, terreno en el que se le reconocía su saber enciclopédico por su amplio conocimiento directo de muchas culturas orientales y occidentales perimediterráneas.

Casi todos esos dominios fueron visitados directamente por él y en compañía de su esposa, porque sabía que el contacto directo con los materiales arqueológicos es el mejor método para conocerlos en profundidad. Y fueron esos saberes, sin duda, los que propiciaron su intervención en campañas arqueológicas o de estudio fuera de su principal ámbito de actuación, la península ibérica; así, por ejemplo, las que llevó a cabo en Sudán, en Egipto, en Túnez o en el Sahara español, que perfilan su vocación africanista. Por esta amplísima experiencia, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía contó con él durante muchos años como miembro de la Comisión de Arqueología, encargada de informar los principales proyectos de investigación sistemática que tenían como estudio este ámbito regional en la nueva España autonómica.

En su labor como investigador, Don Manuel –el tratamiento casi formaba parte de su propio nombre– inició un ambicioso programa de prospecciones territoriales destinado al conocimiento exhaustivo de la ocupación humana de Andalucía occidental en tiempos prehistóricos y en la Antigüedad. Encargó para ello diversas cartas arqueológicas a muchos de los recién licenciados que lo eligieron como director de sus tesinas, trabajo de investigación que permitía continuar con los estudios de doctorado. Fue así como se localizaron múltiples yacimientos hasta entonces inéditos en Los Alcores, en la meseta del Aljarafe, en la periferia de Las Marismas del Guadalquivir, en las sierras de Cádiz y de Huelva, en la campiña sevillana, etc., multiplicado por diez o más, en todas estas comarcas, el número de sitios arqueológicos conocidos. Paralelamente, fue eligiendo una serie de enclaves que dispusieran de secuencias culturales muy completas y que, mediante sondeos estratigráficos, le permitieran ordenar el esqueleto cronológico de este poblamiento y los rasgos básicos de los elementos arqueológicos que caracterizaban a cada fase histórica: el Macareno, Carmona, Gandul, la Cueva de la Dehesilla, la Cueva Chica de Santiago, Lebrija, etc., todos ellos acompañados de sus investigaciones de campo en la Cueva de Nerja, donde retomó los estudios de Neolítico y Calcolítico en la costa malagueña, que iniciara poco después del descubrimiento de esta cavidad.

No hay que olvidar que parte de estos trabajos y sitios señalados fueron el resultado de investigaciones conjuntas con su esposa, la profesora Pilar Acosta Martínez. Por exigencias administrativas, la dirección de los proyectos de investigación en algunos de estos puntos citados estaban unas veces a nombre de ella y otras al de él; pero al menos en los aspectos relativos a la Prehistoria Reciente, los dos trabajaron normalmente de consuno, de ahí que ambos firmaran en equipo muchas de las publicaciones emanadas de esas intervenciones.

Al profesor Pellicer hay que reconocerle su incansable esfuerzo y su constante preocupación por “poner orden” en los temas principales que la investigación arqueológica tenía planteados en muchas de las zonas geográficas en las que trabajó. En el Valle del Ebro hizo una primera sistematización general de la tipología cerámica prerromana, fundamentalmente de la alfarería ibérica. Desde la Universidad de Granada abordó el conocimiento del Neolítico y de otras etapas de la Prehistoria final y de la Protohistoria. En Canarias se preocupó por establecer buenas pautas cronoestratigráficas de la ocupación de las principales islas del archipiélago. Y desde Sevilla atendió también estas mismas etapas, ahora en el ámbito de Andalucía occidental. Fue a lo largo de toda su carrera científica como logró convertirse en experto en diversas materias, desde la arqueología fenicia (por ejemplo con sus intervenciones en la necrópolis Laurita de Almuñécar) hasta las etapas más viejas de las culturas productoras del Holoceno en el Mediterráneo occidental.

Fue la del cerro Macareno, sin duda, una de sus excavaciones más destacadas en el ámbito geográfico del Guadalquivir inferior. Allí formó en la autopsia e interpretación de estratigrafías a muchos de sus últimos discípulos. Era la escuela ideal porque cualquier tell protohistórico de la baja Andalucía puede incluirse entre los tipos de yacimientos arqueológicos más difíciles de diseccionar y de leer, ya que la arquitectura del adobe, que da lugar a esta modalidad de cabezos, complica en extremo la cantidad y las relaciones de las hoy llamadas “Unidades Estratigráficas”. Aunque ­Pellicer no empleó esta terminología moderna en aquellos primeros años de su aterrizaje en Sevilla, percibió esta gran complejidad y la dificultad de su interpretación, muchas veces demasiado simplificadas por quienes, después de él, han convertido sus conclusiones sobre el Macareno casi en un catecismo aplicado a territorios mucho más amplios que los referidos en las propuestas iniciales.

El abandono de su sistema de excavación mediante el método Wheeler, la técnica que había usado durante toda su labor de campo anterior, lo ensayó Pellicer ya en sus últimas actuaciones, cuando algunos discípulos suyos comenzaron a aplicar una lógica distinta más parecida a lo que hoy denominamos técnica de Harris. La nueva táctica consistió en avanzar el trabajo respetando los límites naturales de los estratos, aunque sin diferenciar, como ahora suele hacerse, entre unidades positivas y negativas. La adopción de esta estrategia la llevó a cabo por lo menos en el corte practicado en el Barrio de San Blas de Carmona, influido por su colaboración en este caso con su discípulo y luego colega Fernando Amores. Este aspecto puede ser uno de los más relevantes y dignos de señalar en su trayectoria como investigador, porque muestra hasta qué punto el maestro aceptaba recomendaciones y visiones nuevas de sus propios discípulos, dando así ejemplo de lo que un tutor universitario está obligado a hacer: no forzar nunca a los alumnos a replicar por clonación las ideas propias. Resulta paradigmática, en este sentido, su apertura mental hacia el nuevo enfoque surgido en la investigación del mundo fenicio occidental a raíz de los últimos descubrimientos en el valle inferior del Guadalquivir, especialmente en las ciudades antiguas de Carmo, Caura e Ilipa, o en el asentamiento de Montemolín y en el santuario del Carambolo. Esta actitud le llevó a ser pionero en la defensa de una colonia fenicia en Huelva, una hipótesis que, a pesar de explicar mejor que otras muchos rasgos de la arqueología protohistórica onubense, la han soslayado investigadores (aparentemente) más jóvenes que él.

Cuantos han conocido de cerca al profesor Pellicer saben de su incansable entrega a la investigación y del “dejar hacer” que presidía su relación con los jóvenes que le buscaban como preceptor para adentrarse en los terrenos de la arqueología. Hasta pocos meses antes de su fallecimiento en la primavera de 2018, quienes lo visitaban en su domicilio podían observar fácilmente su preocupación por sacar adelante tareas atascadas desde muchos años atrás. Entre ellas, tal vez la que más le inquietó en los últimos tiempos fue publicar los resultados de las investigaciones de la profesora Acosta y de él mismo en la Cueva Chica de Santiago, en la localidad sevillana de Cazalla de la Sierra, sobre todo por la deuda que contrajo con su propia esposa ante la inesperada muerte de ésta y porque siempre comprendió la importancia de este sitio para conocer la ocupación neolítica de Sierra Morena, tan ignorada aún.

Incidentalmente en unas ocasiones, o como obligación derivada de su dirección del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla en otros momentos, Pellicer fue protagonista y responsable de otras actuaciones e investigaciones que podrían calificarse de “menores” si no fuera por la importancia que luego han adquirido en la historiografía arqueológica. En este sentido, es tal vez paradigmático su empeño en establecer una cronología para la ocupación de la antigua Italica que fuera independiente de la información suministrada por los textos escritos latinos, cuestión que originó en su momento un importante debate entre opiniones encontradas sobre si el sitio estaba habitado o no antes del 206 a.C., cuando Roma asentó allí a un grupo de legionarios licenciados de su ejército tras la batalle de Ilipa. Pero menos conocidos son diversos informes destinados a clarificar, por ejemplo, los contextos arqueológicos de hallazgos casuales de singular importancia. Pensemos, en este otro caso, en la estela con escritura tartésica de Villamanrique de la Condesa publicada por el lingüista J.A. Correa, cuya cronología se basó en parte en la opinión de Pellicer sobre algunos materiales arqueológicos cerámicos localizados en el lugar del hallazgo, o sus indagaciones sobre la procedencia del llamado Bronce Carriazo, que le llevaron a concluir que había aparecido en el mismo punto que la referida estela.

Tanto sus discípulos de las universidades españolas que recorrió a lo largo de su dilatada vida académica como otros muchos expertos han valorado siempre en Pellicer sus amplísimos conocimientos en la arqueología antigua del Mediterráneo. De ahí que hayan sido constantes las consultas dirigidas a él cuando se encontraban materiales exóticos en algunos yacimientos prehistóricos y protohistóricos, especialmente los ubicados en Andalucía. Sus visitas anunciadas a las excavaciones de otros colegas y/o discípulos siempre iban precedidas de una expectante selección de dudas que el profesor Pellicer contribuía a resolver, convirtiéndose su dictamen en la apasionante lección siempre esperada de un maestro para el que todos deseamos ya su descanso definitivo.