López Torres, P. (2018): “‘Loza Quebrada’ procedente de la bóveda de la capilla de San Isidoro. Catedral de Sevilla”, Spal 27.1: 283-296.
DOI: http://dx.doi.org/10.12795/spal.2018i27.11

http://dx.doi.org/10.12795/spal.2018i27.11

“Loza Quebrada” procedente de la bóveda de la capilla de San Isidoro. Catedral de Sevilla

“Loza Quebrada” from the dome of San Isidoro´s chapel. Cathedral of Seville

Pina López Torres
Grupo de Investigación de la universidad de Sevilla HUM712: Los Almohades: su Patrimonio Histórico en Andalucía Occidental.
Correo-e: pinalopeztorres@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1083-1951

Resumen: En este artículo se dan a conocer 42 formas cerámicas, de manufactura defectuosa, procedentes del relleno de las bóvedas de la capilla de San Isidoro de la catedral de Sevilla, y que actualmente se encuentran depositadas en almacenes del edificio catedralicio. Hay documentados un total de 8 tipos formales que pueden ser datados en las primeras décadas del siglo XVI, momento en el que se edifica la capilla de San Isidoro. Este artículo aporta más información y complementa los trabajos previos sobre la cerámica utilizada para el relleno de bóvedas, conjuntos cerámicos de gran valor arqueológico al asociar datos cronológicos precisos, con los tipos formales y su lugar de producción.

Abstract: Recovered from the filling of the vaults of the chapel of San Isidoro of the Cathedral of Seville, and deposited in the stores of the cathedral, 42 ceramic elements of defective manufacture are presented. A total of 8 types that could be dated to the first decades of the 16th century AD, when the chapel was built, were documented. In this article additional information is provided and complements previous works on pottery used for the filling of vaults, pottery assemblages of great archaeological value associating precise chronological data with the typology and production places of the ceramic.

Palabras clave: Cerámica; relleno bóvedas; cronología; siglo XVI; manufactura local; Sevilla.

Keywords: Ceramics; filling of vaults; chronology; 16th century AD; local manufacture; Seville.

1. “LOZA QUEBRADA” DE LAS BÓVEDAS SEVILLANAS

El estudio de los materiales cerámicos procedentes de las bóvedas de edificios históricos sevillanos se ha ido acometiendo de una manera intermitente. Ha estado condicionado, en primer lugar, por la realización de trabajos de restauración que afecten a la cubrición de los edificios y que implique el vaciado o sondeo del estado de las bóvedas; y en segundo lugar, por la existencia de una supervisión arqueológica de la extracción de piezas. Frecuentemente esta extracción se ha hecho sin los controles debidos, lo que ha llevado al tradicional reparto de recipientes entre los participantes en la obra y la consiguiente pérdida de importante información.

Durante los años 1990 se realizaron grandes proyectos de restauración de edificios históricos, con participación de equipos multidisciplinares, en los que la presencia del arqueólogo era indispensable. El resultado se plasmó en una serie de artículos y estudios que pusieron en valor los registros cerámicos de bóvedas, accediéndose incluso a colecciones particulares, o acopios afortunadamente guardados, pero que carecían de estudios serios o de una mínima catalogación.

De gran importancia fue la tipología realizada de los rellenos cerámicos de bóvedas de la Cartuja de Sevilla, en concreto, de algunas celdas del Claustro de Monjes, de la capilla de Santa Catalina, Sala Capitular y almacenes de legos (Amores et al. 1995). Más tarde, esta tipología se amplió con la incorporación de otros materiales procedentes de diversos edificios de la ciudad y la provincia, en concreto la capilla de la Virgen de la Antigua en la catedral de Sevilla, capilla de Maese Rodrigo, Hospital de las Cinco Llagas (actual Parlamento de Andalucía), iglesia de la Trinidad, antiguo convento de los Terceros, antiguo noviciado jesuita de San Luis, Atarazanas de Sevilla, antiguo Colegio de San Telmo, monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce), iglesia de San Juan Bautista (Marchena), y convento de San José e iglesia del Salvador en Carmona. (Amores y Chisvert 1993).

Este estudio tipológico ha servido de base para otros posteriores como los efectuados con los materiales de la capilla del Colegio-Universidad de Santa María de Jesús (Pleguezuelo et al. 1999), o de los claustros de Santo Domingo de Jerez de la Frontera, Cádiz (Barrionuevo 2008-2009).

Junto a estas aportaciones realizadas por la investigación arqueológica, está la importantísima documentación procedente de los archivos históricos, conocida fundamentalmente a través de la obra de José Gestoso publicada en 1904 (Gestoso 1995), y de posteriores investigadores que ofrecen datos fundamentales relacionados con los envases cerámicos y el comercio con América (Sánchez 1996).

Toda esta información nos lleva a hacer una valoración de los datos que aportan las piezas cerámicas para aligeramiento de bóvedas, ya señalados por los investigadores arriba nombrados, y que aquí concretamos:

Se trata de conjuntos cerrados, que aportan una fecha de fabricación y no de uso.

Muestran tipologías formales completas.

Constituyen producciones locales.

Más discrepancia hay en el hecho de que cada conjunto de bóveda proceda de un mismo alfar. En este sentido, pensamos que se carece de la información suficiente para dar luz a este punto y el campo de especulaciones y posibilidades es amplio. En el caso concreto que nos ocupa, la catedral de Sevilla, hay abundantes datos históricos que señalan la compra a diferentes olleros de Triana, de cargas defectuosas para el relleno de las bóvedas del edificio, durante la segunda mitad del siglo XV y primeras décadas del XVI. También contamos con la tipología realizada sobre los materiales de la bóveda de la capilla de la Antigua, donde se recogen una serie de formas prácticamente idénticas a las de la capilla de San Isidoro, ambas cerradas en las primeras décadas del siglo XVI (Jiménez y Pérez 1997: 54), y que por su similitud podrían pertenecer al mismo alfar.

Todos estos puntos no vienen más que a ratificar la importancia de la extracción adecuada y estudio de los rellenos de bóvedas, para tener un conocimiento más preciso sobre la producción cerámica, los alfares y sus olleros, información diferente y que enriquece la que aportan las colecciones cerámicas extraídas en intervenciones arqueológicas del subsuelo.

2. LAS BÓVEDAS DE LA CATEDRAL DE SEVILLA. LA CAPILLA DE SAN ISIDORO

La obra gótica de la catedral de Sevilla se inició en el año 1434, cuando comienza a levantarse un nuevo edificio que irá mudando y sustituyendo a la antigua mezquita aljama, reconvertida en catedral tras la conquista cristiana de la ciudad en 1248. En 1506 se cierra la bóveda del cimborrio, y tras varios avatares, como es la caída del cimborrio cinco años después de su construcción, el edificio gótico se finaliza en el año 1515.

La capilla de San Isidoro se localiza en la vertiente oeste del edificio, en la fachada principal, espacio por donde empieza a construirse el nuevo edificio catedralicio, y se encuentra situada entre la puerta de la Asunción y la puerta de San Miguel o del Nacimiento. La capilla se construyó en las primeras décadas del XVI para albergar la Librería de Canto Llano (Jiménez y Pérez 1997: 54).

Por la abundante bibliografía y documentación procedente de los archivos históricos, sabemos que ya en el año 1467 se paga a olleros de Triana para que abastezcan de “loza quebrada” a la obra de la catedral, material necesario para el cerramiento o “enjarrado” de las bóvedas y disposición de las azoteas. Así consta también entre 1497 y 1499, en 1512 para la capilla de la Antigua, y 1515 para el coro de la catedral (Gestoso 1995).

La utilización de alcatifas para el aligeramiento de bóvedas está documentada desde época romana y la técnica es frecuente en zonas de climatología más benigna, donde se sustituyen las cubiertas a dos aguas, que evitan la acumulación de nieve y favorecen la rápida evacuación, por cubiertas aterrazadas y por tanto accesibles para trabajos de mantenimiento y reparación.

La técnica básicamente consiste en rellenar los senos de las bóvedas para obtener una superficie regular previa al enlosado. Este relleno se realiza con materiales cerámicos de desecho de alfar, procedentes de una cocción fallida en el horno, así las piezas mayoritariamente están completas pero tienen fracturas o grietas que impiden el uso para el que estaban destinadas. Para darle salida a la carga se venden a un precio más barato y se destinan al relleno de las bóvedas o para aislamiento de suelos. Las piezas se colocan en los senos, generalmente las de mayor tamaño en la zona más profunda y el resto se va encajando y adecuando a los espacios, todo se complementa con un vertido de mortero. Los recipientes forman pequeñas cámaras de aire que dan ligereza, evitando un exceso de peso en las cubiertas, a la vez que aíslan e impermeabilizan.

La técnica constructiva de las alcatifas de la catedral de Sevilla y su evolución ha sido documentada y analizada (Jiménez 2000). De este estudio podemos extraer que las bóvedas del XV y primeras décadas del XVI se rellenan de manera similar, colocando las piezas grandes en la zona más profunda, bien boca abajo o con la boca tapada, y el resto de los materiales de tamaño medio se va acomodando hasta alcanzar la altura deseada. Una capa de mortero o tierra con cal aglutina el relleno.

Durante la restauración de la fachada occidental de la catedral, se abrió la bóveda de la capilla de San Isidoro, pero desconocemos el método de construcción de las alcatifas, aunque por la cronología (primeras décadas del XVI) y la información que aportan los propios recipientes, podemos deducir que guardarían la misma disposición ya descrita. Así, contamos con cuatro dolias que ocuparían las zonas profundas de los senos, en ellas se aprecia resto de mortero en la mitad inferior de las piezas y en la zona lateral, quedando los hombros y bocas de los recipientes limpios de residuos, lo que nos hace pensar que fueron colocadas boca arriba o ligeramente tumbadas. Los demás recipientes conservan pocas huellas de mortero, posiblemente debido a que este no fue muy abundante en estas alcatifas.

3. ESTUDIO DE LA COLECCIÓN. TIPOLOGÍA

El conjunto cerámico procedente de la bóveda de la capilla de San Isidoro de la catedral de Sevilla lo forma un total de 42 piezas, todas ellas prácticamente completas o con pequeñas pérdidas. Desconocemos si la colección corresponde a la totalidad de los recipientes utilizados para realizar las alcatifas, o bien son una muestra, o se han producido pérdidas, debido a que la extracción se realizó sin un seguimiento arqueológico, pero nos resulta escaso el número de piezas con las que contamos para realizar dichas alcatifas, teniendo en cuenta el espacio a rellenar y comparando con la cantidad de ejemplares que se han recuperado en bóvedas de otros edificios y bajo una supervisión arqueológica.

Para la descripción y clasificación de los objetos cerámicos, vamos a seguir los mismos criterios utilizados por Amores y Chisvert (Amores y Chisvert 1993), y posteriormente por Pleguezuelo (Pleguezuelo et al. 1999). La idea es que este estudio complemente y enriquezca las aportaciones realizadas por los anteriores investigadores en el estudio de recipientes cerámicos procedentes de los rellenos de bóvedas de edificios sevillanos. De esta manera nos acogemos a la tradicional división basada en criterios funcionales, conscientes de lo arbitraria que puede ser en algunos casos, pero que resulta útil para exponer el material con que contamos. Igualmente seguimos la misma terminología aplicada a idénticas piezas, así, de una manera sencilla podremos establecer comparaciones con los contenidos de las bóvedas ya estudiadas.

Cuatro grupos funcionales están representados en la colección: transporte, doméstico, agrícola-industrial y arquitectónico (ver figura 1).

Transporte: dolia, cantimplora

Doméstico: cántaro, cántara, bacín

Agrícola-Industrial: forma azucarera, cangilón

Arquitectónico: atanor

Con la idea de aportar más información respecto a estas formas cerámicas hemos considerado interesante intentar obtener la capacidad de contención de cada recipiente. La tarea resulta compleja, al ser lozas de desecho todas ellas presentan grietas u orificios que imposibilitan obtener el cálculo de manera experimental, pues el líquido que vertiéramos en el interior o bien se escaparía por las grietas más amplias, o habría riesgo de que la presión abriera más las fracturas produciéndose una rotura total del vaso. Por tanto optamos por utilizar la fórmula del cálculo del volumen de una esfera

V= 4/3 π r3

Las anotaciones obtenidas no pueden considerarse exactas debido a la irregularidad de las siluetas, nos acercamos más en el caso de las cantimploras debido a que su forma está más cercana a la de la esfera. En el caso de las dolias y otros recipientes los cálculos deben considerarse simples aproximaciones.

3.1. Grupo Transporte

Agrupamos bajo este epígrafe aquellos recipientes utilizados como envases para el transporte fluvial y marítimo de diversas mercancías. Estas podían ser líquidos, fundamentalmente vino y aceite, y en menor medida, vinagre o aguardiente. Los productos sólidos o semisólidos son más variados, y la documentación histórica nos habla de cargas de escabeches, embutidos, miel, manteca, alcaparras, aceitunas, pasas, higos, almendras, berenjenas…

Los términos utilizados para nombrar los dos tipos de recipientes que presentamos son objeto de ciertas controversias y a veces llevan a confusión y error. Es evidente que solo contamos con la documentación histórica de la época para conocer los nombres de los diferentes recipientes y envases, y desde este dato podemos deducir a qué tipo formal se referirían. Pero estos datos históricos a veces son confusos o parciales y complican más el uso de una terminología adecuada.

El término dolia es de origen latino (dolium), y no se recoge en los textos bajomedievales o modernos. Sí es más aceptado el uso de cantimplora que hace referencia a una forma concreta, utilizada frecuentemente para el transporte de líquidos, para uso personal o en caballerías. En los “registros de mercancías” de la Casa de Contratación aparecen tres tipos de envases cerámicos: vaso, jarra y botija o botija perulera (Sánchez 1996). Este autor y otros investigadores (Pleguezuelo et al. 1999) asocian el término de jarra al de cantimplora, y para distinguirlas de las jarras de uso doméstico las denominaron “jarras comerciales”, pero en última instancia los ceramólogos optamos por términos que identifiquen y diferencien de una manera clara los tipos formales existentes. De esta manera, y con el fin de facilitar la identificación de los diferentes tipos formales, nos parece adecuado usar las voces ya propuestas en otros trabajos: dolia, cantimplora y botija, de esta manera podremos establecer comparaciones con los contenidos de las otras bóvedas ya estudiadas.

3.1.1. Dolia

Se trata del recipiente de mayor tamaño de los que forman la colección de las alcatifas de la bóveda de San Isidoro, con una altura media de 70 cm. Tiene cuerpo de tendencia ovoide, base convexa y boca robusta, a manera de anillo, con labio plano. Muestra unas paredes de grosor fino (0,6 cm), si tenemos en cuenta el tamaño del recipiente, y el barro aparece con tonalidades anaranjadas. En la zona de los hombros está la huella de la cuerda que se utiliza durante el proceso de elaboración de la pieza, y que tiene como función evitar que las paredes del cacharro, debido a su peso y altura, se abran antes de que la cocción las endurezca. En uno de los ejemplares, esta huella también está en la mitad inferior de la pieza. Las cuatro dolias recuperadas carecen de tratamiento de las cubiertas y dos de ellas cuentan con posibles marcas. En una [13/1] se aprecia sobre los hombros un círculo de barro de 5 cm de diámetro que se ha desprendido del recipiente y que podría ser la huella de un sello. En la otra [11/1] se trata de una marca incisa próxima a la base y que podría representar la mano de Fátima, símbolo protector utilizado por musulmanes y judíos, que se expande a otras creencias y culturas (fig. 2).

Atendiendo a su silueta y tamaño podemos agruparlas en dos tipos:

Tipo I: de cuerpo ovoide regular. Tienen una altura de 77 cm, y un diámetro de boca de 5,5 cm. Capacidad aprox. 5,96 arrobas (71,62 l)

Tipo II: cuerpo ovoide con estrangulamiento en la zona central del recipiente. Es de menor tamaño, con una altura de 66 cm y una boca de 8 cm. Capacidad aprox. 3,71 arrobas (44,60 l)

Tal como apuntan Amores y Chisvert (Amores y Chisvert 1993, Amores 2004), pensamos que la dolia sería uno de los primeros envases de época cristiana utilizados para el comercio fluvial o marítimo. Están documentadas en las bóvedas sevillanas desde el siglo XIV hasta principios del XVI, si bien en las bóvedas del claustro de Santo Domingo de Jerez se registran hasta fines de esta misma centuria.

Su uso como recipiente de transporte queda evidenciado no solo por su propio aspecto formal, sino también por el hecho de que no aparezcan en los registros arqueológicos del subsuelo de la ciudad. El rastreo de estas piezas en los diferentes yacimientos arqueológicos apoya además su condición de transporte en la red europea, pues se localizan no solo en el Levante español sino también en Inglaterra e Italia. En cambio es llamativa su ausencia en los asentamientos americanos.

Los dos tipos de dolias documentados en la capilla de San Isidoro guardan interesantes paralelos con las aparecidas en otros conjuntos de “loza quebrada” de Sevilla. El más evidente es la similitud del Tipo I con la forma recuperada en la bóveda de la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral, además de mucha concordancia con formas de la Sala Capitular de la Cartuja de Sevilla (Amores y Chisvert 1993: 305), y el tipo A de la capilla de Maese Rodrigo (Pleguezuelo et al. 1999: 281). Este mismo subtipo, con variaciones en el desarrollo del borde, lo vemos en Jerez (Barrionuevo 2008-2009: 268). El Tipo II, diferenciado por su menor volumen y por el estrangulamiento central de su cuerpo, mantiene similitudes con las dolias de la Cartuja (Amores y Chisvert 1993: 305) y más lejanamente con el tipo C de la de la capilla de Maese Rodrigo (Pleguezuelo et al. 1999: 281).

3.1.2. Cantimplora

Se han recuperado 25 ejemplares de cantimplora, la mayoría de ellos completos. Esta tipología se caracteriza por su forma globular, con base convexa, dos asas situadas en la zona superior del cuerpo y un cuello corto y estrecho. El cuerpo presenta la peculiaridad de tornearse en dos partes: se realizan dos medias esferas que pueden finalizarse de manera cónica o cóncava con botón central. Estas dos partes se unen, colocándose la boca de modo perpendicular a las líneas del torno, lo que da lugar a que en su posición de uso, estas huellas de torneado no se presenten como es habitual en sentido horizontal, sino vertical. Consecuencia de este tipo de manufactura es que suele haber una asimetría del cuerpo, que queda patente en ambos frontales de la cantimplora. Las pastas son básicamente de tonalidad anaranjada, presentando algunos ejemplares colores verdosos o rosados. El grosor de las paredes es similar al de las dolias y está en torno a los 0,6 cm. No se registra tratamiento alguno de las paredes internas o externas, pero sí se observa en tres de los recipientes chorreones de vedrío en verde o en manganeso, seguramente resultado del contacto con otras piezas dentro del horno.

Ya hemos comentado anteriormente la posibilidad que el término jarra utilizado en los “registros de mercancías”, concuerde con lo que ceramólogos y arqueólogos denominamos cantimplora. En el Registro de Olleros que publica Gestoso, se menciona un pago en 1512 a Fernando Olmedo (tinajero), de “120 mrs. de jarras para las bóvedas de la capilla de la Antigua” (Gestoso 1904: 428), y en ese mismo año otro pago a Diego Rodríguez de “240 mrs. por 22 cargas de jarras e cantaros que dio para la capilla de la antigua” (Gestoso 1904: 436).

Atendiendo a la forma del cuerpo y el desarrollo de los bordes, podemos distinguir cuatro tipos formales (figs. 3 y 4):

Tipo I: Cuerpo globular con acabados frontales cónicos / borde engrosado.

Tipo II: Cuerpo globular con acabados frontales cónicos / borde entrante.

Tipo III: Cuerpo globular con acabados frontales cónicos / borde moldurado.

Tipo IV: Cuerpo globular con acabados frontales cóncavos con botón central/borde engrosado.

En cuanto a las capacidades de los recipientes y sus medidas, la documentación histórica nos aporta unos datos interesantes al respecto (Sánchez 1996) y hace referencia a dos capacidades para estos tipos de recipientes: una sería la jarra de azumbre, equivalente a unos 2 litros, y otra la de media arroba, en torno a los 6 litros. Pero hay que señalar la existencia de evidencias arqueológicas de cantimploras de 1 arroba. Esto nos lleva a agruparlas en tres bloques, coincidentes con los presentados en estudios anteriores (Amores y Chisvert 1993, Pleguezuelo et al. 1999) (fig. 5):

Envases de 1 arroba: Hay que matizar que la equivalencia de la arroba en litros varía según la zona geográfica y el tipo de líquido que contenga, pero la capacidad media se sitúa en torno a los 12 litros. En la colección cerámica de San Isidoro hay 5 envases cuyo volumen está en torno o más de 12 litros, llegando hasta los 17, 14 litros. La altura total varía entre 29 y 35,5 cm y los diámetros de la boca entre 5,5 y 9 cm. Corresponden al tipo 1.1, cantimploras grandes de la clasificación de Amores y Chisvert (Amores y Chisvert 1993: 282).

Envases de media arroba: La capacidad aproximada es de 6 litros. Contamos con 12 recipientes con un volumen que va de 5,57 a 7,23 litros, y un envase más de 8,17 litros, que por proximidad de medida incluimos en este grupo. La altura de estas cantimploras está entre 24,50 y 29 cm, el diámetro de la boca entre 5,5 y 9 cm. Equivalentes al Tipo 2, cantimploras medianas de la clasificación de Amores y Chisvert (Amores y Chisvert 1993: 282).

Envases de un cuarto de arroba: La capacidad aproximada es de 3 litros, existe otra medida registrada en la documentación histórica denominada “azumbre” y que equivale a 2 litros. En el caso de los envases que aquí agrupamos, todos ellos tienen una capacidad entre 3,05 y 4,18 litros, por tanto pensamos que estos recipientes se ajustan más a la medida de un cuarto de arroba. La altura de las cantimploras está entre 21,20 y 23,70 cm, el diámetro de la boca entre 5 y 6 cm. Tipo 3, cantimploras pequeñas de la clasificación de Amores y Chisvert (Amores y Chisvert 1993: 282).

Interrelacionando los datos tipológicos y las capacidades observamos los siguientes datos (tabla 1):

La cantimplora más representada es la de media arroba (13 ejemplares), seguida de la de un cuarto de arroba (7 ejemplares) y la de 1 arroba (5 ejemplares).

De las 25 cantimploras recuperadas, 4 de ellas no pueden adscribirse a un tipo formal concreto al carecer de la boca (uno de los elementos clave para la clasificación tipológica). El resto de los recipientes nos da la siguiente clasificación: 10 ejemplares del tipo I; 7 ejemplares del tipo IV; 2 ejemplares del tipo II; 2 ejemplares del tipo III. Por tanto, una mayor representación de los tipos I y IV.

Los dos tipos formales más representados se asocian mayoritariamente a las capacidades más habituales

Tipo I: media arroba (todos los ejemplares excepto uno que corresponde al tipo II)

Tipo IV: un cuarto de arroba (todos los ejemplares)

Tabla 1. Cantimploras: tabla de medida y capacidad.

Sigla

Tipo

Altura (cm)

Dm cuerpo (cm)

Dm borde (cm)

Capacidad (litros)

Capacidad (arrobas)

9/6

IV

22

18

3 c

3,05

<1/2

5/3

IV

21,5

19

6

3,58

<1/2

6/5

IV

23

19

3 c

3,58

<1/2

8/3

IV

23

19

3,8 c

3,58

<1/2

10/5

IV

23,7

20

5,5

4,18

<1/2

6/1

IV

21,20

20

5

4,18

<1/2

9/7

IV

21,20

20

4,18

<1/2

9/3

I

24,5

22

5,5

5,57

1/2

3/3

II

27

23

4,8

6,36

1/2

7/1

-

27

23

3,2 (cuello)

6,36

1/2

7/2

I

27,30

23

5,6

6,36

1/2

8/1

I

25,80

23

5,2

6,36

1/2

9/4

I

26

23

5

6,36

1/2

8/2

27,5

23,30

4,2 (cuello)

6,61

1/2

4/3

I

26

23,5

5,5

6,79

1/2

14/3

I

27,5

24

6,5

7,23

1/2

6/2

I

27,20

24

5,5

7,23

1/2

6/3

I

27,30

24

5,5

7,23

1/2

6/6

I

26,60

24

6 c

7,23

1/2

9/1

29

25

4 c

8,17

1/2

7/3

I

33

29

6,5

12,76

1

3/1

III

29

29,20

5,5

13,02

1

12/3

II

35

30

7

14,13

1

5/1

III

30

30

9

14,13

1

4/1

35,5

32

8,5 c

17,14

1

Este tipo de envase parece ser el más utilizado durante las primeras décadas del siglo XVI y es sustituido por las botijas a partir de la segunda mitad de la centuria, aunque su cronología ha quedado aún más ajustada, según nos informan los estudios de las bóvedas de la Cartuja de Sevilla, donde se documentan cantimploras desde finales del siglo XV hasta mediados del XVI (Amores y Chisvert 1993), datos que coinciden con los aportados por las intervenciones arqueológicas en los primeros asentamientos coloniales de América (Goggin 1968, Deagan 1987).

Goggin realizó los primeros estudios de estos envases llegados al área colonial antillana (Goggin 1960), las denominó olive jars, y las cantimploras las agrupó en el estilo temprano o Early Type. Los recipientes aparecían vidriados interiormente y se les atribuyó acertadamente un origen sevillano y un uso relacionado con el transporte del aceite. Parece evidente que en estos recipientes se llevaría además otro tipo de productos como vino, miel, higos, pasas, etc., tal como consta en el “registro de mercancías” de la Casa de Contratación (Sánchez 1996). Sí hemos de anotar que en el caso de las cantimploras aquí presentadas, ninguna de ellas está vidriada interiormente, y por otro lado, los diámetros de sus bocas oscilan desde 4,8 cm las más pequeñas a 9 cm las grandes. Esto nos lleva a pensar en un uso más adecuado para transporte de líquidos, semisólidos como la miel, o productos de tamaño reducido (almendras, aceitunas, alcaparras), adecuados para introducirlos por estas bocas, si bien hay constancia en las colonias americanas de cantimploras con diámetros más amplios, también detectadas en la Cartuja de Sevilla, y que darían opción al envasado de productos de mayor tamaño.

De los tipos de cantimplora documentados en la colección objeto de este estudio, el tipo I y el II son los que muestran más similitudes con los estudiados entre las “lozas quebradas” de Sevilla. En el caso del Tipo I, al igual que ocurría con la dolia, hay paralelos muy evidentes con el ejemplar procedente de la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral, además de los procedentes de la Cartuja de Sevilla, la capilla de Maese Rodrigo, y el claustro de Santo Domingo de Jerez. El Tipo II lo identificamos también con piezas de la Cartuja, Maese Rodrigo y del monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla). No contamos con paralelos de los tipos III y IV, aunque las cantimploras con cuerpos de acabado frontal cóncavo, están presentes en todos los registros anteriormente mencionados.

Los envases de transporte documentados en la capilla de San Isidoro, la dolia y la cantimplora, fueron las primeras formas cerámicas básicas para llevar productos a otros puertos de Europa y a ultramar. Su uso se documenta desde fines del siglo XV hasta mediados del XVI, momento en el que son sustituidos por las botijas o botijas peruleras. Este cambio formal estaría motivado por un incremento del comercio a América que demandaba gran cantidad y variedad de envases (no sólo cerámicos). La producción de los mismos tenía que ser rápida y obtener como resultado recipientes más manejables y resistentes a las largas travesías a ultramar. Por ello las dolias, de gran tamaño y paredes finas, al igual que las cantimploras, complejas también a la hora de tornear, se fueron quedando obsoletas. La botija, en cambio, ofrecía un recipiente más compacto, al que se le restaron las asas y se fortaleció la boca, a manera de anillo macizo o rosco. Como resultado dio un envase más fácil y rápido de manufacturar, con una mayor resistencia a las roturas (tanto cantimploras y botijas llevaban una “funda” de esparto para protegerlas durante las travesías), y que ocupaba menos volumen en las bodegas de las naves. De esta manera, dolias y cantimploras desaparecieron de los registros cerámicos de las bóvedas sevillanas.

3.2. Grupo Doméstico

Conjunto funcional que agrupa una amplia y heterogénea variedad de recipientes que tienen como función facilitar y diligenciar todas las tareas habituales de una casa. En el caso de las “lozas quebradas” de la capilla de San Isidoro contamos con tres formas básicas: cántaro, cántara, y bacín (fig. 6).

3.2.1. Cántaro

Recipiente de base plana, cuerpo panzudo en la mitad superior y de silueta cóncava en la inferior. Únicamente contamos con dos ejemplares: de uno de ellos solo se conserva la mitad inferior y del otro, todo el cuerpo excepto la boca, que suele presentar bordes engrosados o moldurados, y el arranque del asa bajo los hombros.

Este tipo de cántaro responde al modelo de cántaro de azacán o aguador, pieza muy representada en la pintura sevillana del siglo XVII, como en el cuadro El Aguador de Velázquez, si bien los tipos de estas cronologías más avanzadas resultan menos estilizados y más pesados que el que aquí se muestra.

Parece generalizada la capacidad de estos recipientes que suele ser de 1 arroba o de media arroba. En nuestro caso, tenemos el tradicional cántaro de 1 arroba, que tenía como función básica el transporte de agua en las tareas domésticas.

Al igual que ocurre con otras formas anteriormente descritas, el cántaro de la capilla de San Isidoro, guarda grandes similitudes formales con el de la capilla de la Virgen de la Antigua, que muestra en el asa un sello estampillado que reproduce esquemáticamente la Giralda (Amores y Chisvert 1993: 287). Nuestro ejemplar solo conserva el arranque del asa, y por tanto desconocemos si contaría con algún tipo de sello. Estos paralelos tipológicos también se dan con formas de la Cartuja de Sevilla, con el Tipo C de la capilla de Maese Rodrigo y con formas del claustro de Santo Domingo de Jerez, aunque estas se muestran menos estilizadas.

3.2.2. Cántara

Forma de cuerpo piriforme, cuello cilíndrico desarrollado y base cóncava con umbo central. El único ejemplar con que contamos carece de borde, pero por paralelos sabemos que este se desarrolla de manera no diferenciada, marcándolo con una incisión, y labio curvo. De las dos asas que poseen estos recipientes, solo conservamos los arranques. La pieza muestra una marca incisa, consistente en un motivo en aspa cruzando un trazo oblicuo con otros tres paralelos, y se localiza en la parte superior del cuerpo. El cálculo aproximado de la capacidad del recipiente nos da en torno a los 8,13 l, más cercana a la media arroba que a la arroba.

La función de este tipo de cántara no está muy definida y hay diversas opiniones. Se les ha dado un uso relacionado con el ordeño del ganado, o bien como recipientes para recoger del alambique la destilación de aguardiente (Amores y Chisvert 1993: 277), pero no dejan de ser deducciones basadas en paralelos etnográficos. Sí podemos destacar que esta tipología formal no suele aparecer en las intervenciones arqueológicas del subsuelo y como ocurre con dolias y cantimploras, podríamos darle un uso relacionado directamente con el comercio marítimo y fluvial, o con tareas que se realizaban exclusivamente en determinadas localizaciones.

Los paralelos morfológicos en las bóvedas de Sevilla están en la Cartuja y la capilla de Maese Rodrigo, además de localizarse en Jerez, tanto el claustro de Santo Domingo, como en la Cartuja.

3.2.3. Bacín

Recipiente de base plana, cuerpo troncocónico, con borde ligeramente engrosado y saliente en ala, y labio curvo. Posee dos asas de codo que se sitúan inmediatamente bajo el borde. De los tres bacines de la bóveda de la capilla de San Isidoro, dos muestran cubiertas meladas al interior y en el tercio superior del anverso de la pieza. El otro ejemplar se vedría en blanco al interior y parcialmente en verde al exterior. En todos ellos podemos ver, adheridos a la pared, pequeños restos de barro procedente de otro recipiente con el que han estado en contacto durante la cocción en el horno.

El bacín es un objeto de uso generalizado desde la Baja Edad Media hasta época moderna y su función básica es de carácter higiénico. El tipo formal aquí representado es común en cronologías del siglo XV y primeras décadas del XVI. Los paralelos son abundantes tanto en las intervenciones arqueológicas del subsuelo, como en los rellenos de bóvedas, localizándose en las alcatifas de la Cartuja de Sevilla, en la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral, la capilla de Maese Rodrigo, y en el monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce.

3.3. Grupo Agrícola-Industrial

Bajo este epígrafe se agrupan aquellas formas que tienen un uso relacionado con la producción y el trabajo diario en el campo, con animales domésticos y con actividades de carácter artesano-industrial. Documentamos dos tipos formales: cangilón y forma azucarera (fig. 7).

3.3.1. Cangilón

El cangilón o arcaduz es el recipiente que va ajustado a la rueda de la noria para extraer el agua. Es muy común su presencia en registros de bóvedas y de subsuelo, presentando una gran variedad de formas y tamaños.

En la bóveda de la capilla de San Isidoro se ha localizado un cangilón completo y la mitad inferior de otro. El tipo completo se define por su cuerpo inferior ovoide, base convexa y apéndice en el fondo. La mitad superior es de tendencia cilíndrica, con borde saliente, engrosado al exterior y labio curvo. El inicio del borde se marca con una arista muy pronunciada y la zona central del cuerpo queda señalada por un estrangulamiento que tiene como finalidad asegurarlo a la rueda de la noria.

En la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral se documenta un cangilón muy similar al que aquí presentamos, mostrando también paralelos con los de la Cartuja, capilla de Maese Rodrigo, monasterio de San Isidoro del Campo y claustro de Santo Domingo de Jerez.

3.3.2. Formas Azucareras

La forma azucarera es un recipiente de silueta cónica, con boca muy amplia, de borde engrosado al exterior, y labio biselado. La pieza finaliza con una base convexa y curva, con orificio (1,5 cm de diámetro) para la decantación del pan de azúcar.

Este tipo formal podríamos decir que es exclusivo de los registros de bóvedas, ya que no se localiza en intervenciones arqueológicas tradicionales. Ello es debido a que Sevilla no era productora de caña de azúcar, pero sí abastecía a los ingenios americanos (Amores y Chisvert 1993: 278). Ya Gestoso (Gestoso 1904: 372), recoge en su Registro de Olleros un encargo a Diego Ferrandez de Morón de “mil formas para hazer açucar” con destino a Santo Domingo, en el año 1505.

En la capilla de San Isidoro se registran dos formas azucareras completas, con paralelos en la Cartuja de Sevilla y en el Hospital de las Cinco Llagas, también en la ciudad.

3.4. Grupo Arquitectónico

Reúne el conjunto de formas cerámicas que son utilizadas en el proceso de construcción de edificios, como pueden ser ladrillos, tejas, atanores, azulejos, etc., si bien hay otras formas como el atanor, que también era utilizado para el riego de los cultivos y por tanto tendría un uso agrícola. Es precisamente esta forma, el atanor, la que se documenta en el relleno de la bóveda de la capilla de San Isidoro.

3.4.1. Atanor

El atanor o tubería es una pieza cilíndrica, con diámetros diferentes en los dos extremos, y que es utilizada para la conducción del agua (fig. 7). Sus tamaños son variados dependiendo del uso de la canalización de la que formen parte. En nuestro registro contamos con tres piezas de diámetros diferentes: 9, 12´2 y 15 cm.

4. CONCLUSIONES

A la vista del conjunto de “loza quebrada” procedente de la bóveda de la capilla de San Isidoro, lo primero que destaca es el volumen de piezas, inadecuado para completar el enjarramiento de la bóveda, si lo comparamos con el número de ejemplares que se han recuperado en las bóvedas de otros edificios, como la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral o el claustro de la Cartuja de Sevilla. Esta falta de recipientes se justifica por una extracción inadecuada de los mismos, sin una supervisión arqueológica que hubiese garantizado una información más real y completa.

Tras el estudio tipológico y formal de la colección, concretamos que la cronología del conjunto se ajusta a las primeras décadas del siglo XVI, dato acorde con la fecha de construcción de la capilla que está en torno a estos primeros años de la centuria (Jiménez y Pérez 1997: 54).

Del total de 42 piezas documentadas, el 69% de ellas pertenecen al grupo funcional de transporte, el 14% al doméstico, el 10% al agrícola-industrial y el 7% al arquitectónico. Así, como es común en las cerámicas de relleno de bóvedas, hay una predilección por piezas de tamaño medio y voluminosas. Estos tipos de recipientes forman cámaras de aire que dan mayor ligereza al sistema de enjarrado y aterrazado de las azoteas del edificio.

Por la información aportada a través de la documentación histórica sabemos que se compraban “partidas de loza quebrada” o de “labor de ollería” para el relleno de las bóvedas. Podemos pensar que las cargas defectuosas, aunque perdían valor monetario, se cuidaban relativamente, pues es complicado el almacenamiento y el transporte de estos recipientes sin que sufran mayores desperfectos. Así, las piezas están prácticamente completas, pero muestran algún defecto que impide el uso para el que inicialmente fueron elaboradas, bien pueden ser deformaciones, grietas, o pequeños orificios. Defectos que generalmente se producen durante el proceso de cocción en el interior del horno.

Uno de los datos más importantes que aportan los registros cerámicos de las bóvedas es la información relativa a los envases comerciales que se utilizaban para el mercado fluvial y marítimo. Estos datos no se encuentran en los registros arqueológicos del subsuelo, que nos muestran los recipientes que eran utilizados en ambientes domésticos y urbanos. De ahí la singularidad de las alcatifas de los edificios históricos.

Agradecimientos

Mi agradecimiento a la Catedral de Sevilla por facilitar el acceso a estos materiales, dentro del desarrollo de los trabajos realizados por la Escuela-Taller Artesanía Catedral de Sevilla VII, especialidad Auxiliares de arqueología.

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Recepción: 24 de julio de 2015. Aceptación: 31 de marzo de 2017