Castro Páez, E. (2023) De Tartesos a Hispania. Geografía y etnografía en la literatura greco-latina, Bellaterra Arqueología. Barcelona: Edicions Bellaterra. 322 págs. ISBN 978-84-18723-65-0

Spal, 33.1, pp. 270-274

Es bien sabido que ni los apriorismos ni los prejuicios han sido nunca buenos aliados de la verdad científica. No obstante, no es menos cierto que en muchas ocasiones —y en especial en los tiempos que corren— asistimos cada vez más a forzados intentos de legitimación de las realidades histórico-culturales vigentes en nuestros días, en virtud de unos precedentes del pasado que pretenden dar cuenta de sus ancestrales orígenes. El fenómeno es especialmente frecuente cuando se trata de analizar la realidad geográfica y etnográfica de territorios que en nuestro presente se conciben como cerradas y consolidadas unidades históricas, casi sin posibilidad siquiera del mínimo atisbo de discordancia interna. Se explica así que, tradicionalmente, los estudios sobre la geografía y la etnografía de la antigua península ibérica pequen de un claro esencialismo, en la idea de que todo aquello que hoy nos define como “españoles” halla su última respuesta en la indudable especificidad geoetnográfica de cada uno de los pueblos autóctonos que habitaron nuestro suelo, nunca borrada del todo con la llegada de Roma. No en vano los esfuerzos se han concentrado en el hallazgo de evidencias arqueológicas de tales axiomas, considerando la documentación literaria solo como testimonios de segundo orden, accesibles, por lo demás, a partir de elencos descontextualizados y amalgamados de forma acrítica en repertorios clásicos como los Fontes Hispaniae Antiquae de A. Schulten, necesitados, desde hace ya demasiado tiempo, de un rigor filológico hoy indispensable.

El libro de Encarnación Castro Páez (en adelante ECP) que ahora comento parte de unos presupuestos radicalmente distintos. De entrada, y tal como se reconoce ya en su propio subtítulo, centra su interés en el fenómeno literario como fuente de información. Pero aparte de ello, la solvencia de esta obra se basa en el reconocimiento de una realidad que, aunque obvia, exige ser reconocida y valorada en su justo término: la singularidad del mundo antiguo, que ha de ser entendido de acuerdo con claves que le son propias, y por tanto intransferibles sin más a cualquier otro ámbito cultural, ni siquiera a aquellos que, como el nuestro, se tienen por sistemas evolucionados del mismo. Tal como reconoce G. Cruz Andreotti en el “Prólogo: una obra necesaria” (pp. 9-13), este nuevo libro se beneficia de esa visión renovada de las fuentes grecolatinas que desde las dos últimas décadas del pasado siglo nos brinda la filología moderna, cuyos responsables abordan análisis individualizados y contextualizados de dichos autores antiguos, priorizando en ellos su condición de literatos a la de meros transmisores de información. Asimismo, la presente obra es deudora de ese radical cambio de paradigma en los estudios sobre geo-etnográfica y etnografía antiguas que se produjo sobre todo en Italia (especialmente de manos de P. Janni y F. Prontera) y en Francia (donde destaca Ch. Jacob, entre otros) en esta misma época, gracias al cual hoy se está de acuerdo, sin discusión, en que la descripción geoetnográfica antigua no es, ni mucho menos, el simple precedente de sus actuales equivalentes modernos, sino que responde a claves de interpretación (percepción hodológica del espacio, concepción esencialmente histórica y dinámica del fenómeno geográfico y étnico) que le son exclusivas y propias.

Con dichos presupuestos ECP, bajo un criterio absolutamente acertado, propone un acercamiento diacrónico a la realidad geo-etnográfica de Iberia/Hispania, en la idea de que, como ya adelanté, el análisis geográfico y etnográfico propio de la antigüedad es siempre histórico y, por tanto, dinámico: es decir, nunca refleja la foto fija de un determinado momento, sino que responde a una realidad cambiante, mutante, que se redefine progresivamente sobre la base de la evolución del conocimiento (léase dominio) histórico de un territorio dado. De este modo, tras una breve “Introducción” (pp. 17-21) que sirve de clara guía de lectura, la autora estructura su obra en los cuatro grandes capítulos que describo a continuación.

El primero de ellos: “La compleja génesis de un género literario: la geografía, un instrumento para explicar y dominar el mundo conocido” (pp. 23-53), hace las veces de necesaria introducción teórica, en la que se insiste en la naturaleza literaria de la geografía antigua, que va de la mano (si es que no prevalece sobre ella) de su condición de disciplina meramente científica. ECP desgrana, de forma concisa pero completa, todos los pormenores de esa larga historia que recorre la geografía griega desde sus albores a la sombra del epos y sus supuestos míticos hasta la recepción estraboniana, pasando por los jonios, Heródoto, la Academia y el Liceo y la Biblioteca de Alejandría, con Eratóstenes como cota más alta en su proceso de maduración científica. A pesar de que la cuestión es compleja y árida, su lectura resulta agradable y fácil, de tal modo que la consulta de este capítulo inicial es muy aconsejable para quienes todavía no están muy familiarizados con la materia.

Siguen a continuación otros cuatro capítulos en los que la autora focaliza ya su atención en lo que constituye realmente el tema de su obra: el análisis diacrónico de la progresiva entrada en la escena mediterránea de la “ákra ibérica”, es decir, de ese paulatino proceso según el cual los ignotos territorios extremo-occidentales van abandonando progresivamente la neblina del mito para acabar integrados, por razones históricas de peso, en el orbe romano, y por ende hallan su lugar en un mapa ecuménico que tiene por eje central un mare nostrum cuyo centro no es ya el entorno egeo, sino la península italiana. Inicia la serie el capítulo 2: “Entre mythos e historía: el extremo occidente desde los primeros testimonios hasta Eratóstenes” (pp. 55-88), donde se pasa revista a la esquematización geográfica de la Península desde sus primeros esbozos hasta su elevación a “categoría científica” en Alejandría por parte del sabio de Cirene. Se estructura en los tres apartados siguientes: “2.1. La periferia occidental en el imaginario épico y lírico arcaico” (pp. 55-59); “2.2. De los esquemas jonios a la ordenación alejandrina” (pp. 59-73); y “2.3. Eratóstenes y la ἄκρα occidental” (pp. 73-82). El capítulo 3: “La irrupción de Roma y su reflejo en el imaginario griego” (pp. 89-122), se consagra al estudio de la concepción geo-etnográfica de Iberia/Hispania por parte de los más destacados analistas griegos de los dos últimos siglos previos a nuestra era, de ahí que se vertebre en los tres apartados siguientes: “3.1. Polibio” (pp. 89-98); “3.2. Artemidoro y el Papiro” (pp. 99-108); y “3.3. Posidonio” (pp. 108-112). Sigue el capítulo 4: “Hispania pacata est. El conocimiento geográfico y la conquista de la península” (pp. 123-180), en el cual la autora analiza la imagen geoetnográfica del extremo Occidente europeo propia de los autores latinos que se ocuparon de dicho territorio (Livio, César, Agripa y Plinio), muchos de los cuales fueron testigos de excepción del proceso de incorporación a Roma de estos territorios, ya hispanos, desde las Guerras Civiles hasta la pax augusta. Los apartados en los que se estructura son los que se indican: “4.1. Literatos cum imperio (pp. 124-134); “4.2. la «construcción» de Hispania en César y su Corpus” (pp. 134-147); y “4.3. Las transformaciones augusteas, Agripa y la coda pliniana” (pp. 147-159). Y concluye la serie el capítulo 5: “Estrabón y su Iberia romana” (pp. 181-220), uno de los más interesantes y el más completo, en el cual se analiza pormenorizadamente la descripción estraboniana de la Península entendida como punto de llegada de todo ese rico caudal de información que habría sido ya sistematizado y canonizado por Eratóstenes y posteriormente enriquecido y “rectificado” por Polibio, Artemidoro y Posidonio, una información que el geógrafo de Amasía incorpora siempre de manera crítica y estratigráfica, obteniendo como resultado una descripción de Iberia que es ante todo cultural, literaria y —sin duda— histórica. Se incluyen aquí los apartados que se mencionan: “5.1. Iberia en el conjunto de la ecúmene estraboniana” (pp. 181-185); “5.2. Las grandes áreas corográficas peninsulares” (pp. 185-202) (“5.2.1. Turdetania” [pp. 185-190]; “5.2.2. Lusitania” [pp. 190-193]; “5.2.3. Costa Calpe-Pirineos” [pp. 194-195]; “5.2.4. Celtiberia” [pp. 195-197); y “5.2.5. Las islas” [pp. 197-202]); y “5.3. Describir una península desde Homero hasta Augusto” (pp. 202-207).

A esta serie de capítulos se añaden unas breves pero interesantes y claras “Conclusiones” (pp. 221-224) y varios índices, que enriquecen mucho el libro y facilitan su manejo: “Listado de figuras y cuadros” (pp. 225-226); “Índice de fuentes” (pp. 227-245); “Índice geográfico (antiguo y moderno)” (pp. 247-262); Índice de étnicos y nombres propios (antiguos y modernos)” (pp. 263-269); y “Bibliografía” (pp. 271-322).

Es de justicia destacar aquí el gran valor que debe concederse a lo que estimo una de las principales aportaciones de esta obra. Me refiero al hecho de que la autora no se limita a obsequiar al lector en cada capítulo con un argumentario discursivo solvente, de impecable factura y de fácil consulta, sino que añade a ello, en todos los casos, amplísimos y rigurosísimos cuadros en los que registra todas las noticias sobre nuestra Península que se pueden extractar en cada autor comentado (Hecateo [p. 83], Heródoto [p. 84], Eratóstenes [pp. 85-87], Polibio [pp. 113-116], Artemidoro [pp. 117-118], Papiro de Artemidoro [pp. 119-120], Posidonio [pp. 120-122], Livio [pp. 160-169], César [pp. 170-173], Agripa y Plinio el Viejo [pp. 173-180] y Estrabón [pp. 207-220]). Todos los cuadros son de cuño propio y han sido elaborados a partir de las versiones originales (en griego y en latín) de los autores analizados, lo cual habla en favor de otra de las fortalezas de ECP: su absoluto dominio de las fuentes clásicas, rara avis entre nuestros historiadores hoy en día. La presencia de estos cuadros hace que el libro que comento se convierta en una herramienta indispensable para cualquier estudio analítico sobre la visión grecorromana de nuestro solar patrio.

Podría objetarse que la autora no crea ex nihilo. Es cierto, máxime cuando su objeto de estudio es ya un tema clásico en el panorama de nuestra historiografía antigua. Es cierto que sus aportaciones siguen la estela de otras aproximaciones recientes, igualmente beneficiarias de los renovados paradigmas que se han ido imponiendo en el último medio siglo (en la mente de todos están obras afines como Gómez Espelosín et al., 1995; Cruz Andreotti, 2006; Cruz Andreotti, 2007; y hace poco Moret, 2017). Pero el libro de ECP, que remodela y adapta las partes fundamentales de su brillante Tesis Doctoral, reivindica un lugar propio dentro del ámbito en el que se encuadra. Y ese lugar propio, que justifica su utilidad y la necesidad de su consulta, reclamada ya desde el prólogo, se lo conceden virtudes exclusivas: así, el hecho de que, lejos de reparar en cuestiones concretas, como la evolución del diseño cartográfico propiamente dicho (Moret, 2017), su propósito sea un análisis diacrónico del pensamiento geográfico en sentido general, completo, no parcial, hasta ahora inédito (p. 20), que se centra en las fuentes literarias, cuya voz se deja oír sin condicionamientos externos, sin determinismos ni apriorismos históricos, al son de las claves de aquellos momentos que fueron sus testigos. Un análisis sin restricciones, sin prejuicios, con amplitud de miras, fruto de la serenidad y de la frialdad y sosiego crítico propios de quien domina a la perfección las claves hermenéuticas que exige cualquier aproximación actual a la geografía antigua, así como las opiniones de quienes le han precedido en su tarea.

Por supuesto, no todo es “impecable” en este libro, como en ningún otro. Hay veces en las que se detectan imperfecciones y se echa de menos mayor abundancia de datos y mayor profundización en el debate: así, la autora no se percata de que confunde a Caronte (no “Carón”) de Lámpsaco con su homónimo el periplógrafo helenístico de Cartago (pp. 66-67); y se antoja corto el tratamiento de Éforo y de Timeo (ambos afectados por serios problemas filológicos relacionados con la transmisión de los restos de sus producciones perdidas) como pioneros en el (re)descubrimiento de realidades geo-etnográficas occidentales en las que hasta entonces no se había reparado (pp. 68-72). En ocasiones da la impresión de que la autora se limita a dar cuenta de opiniones ajenas y se reserva en exceso la exposición y defensa de las propias (que no le faltan), aunque es igualmente cierto que no evita temas escabrosos, como los debates sobre el Papiro de Artemidoro (pp. 102-108) y sobre el bronce de Bembibre (pp. 152-154), y que en casos como la deuda real (mayor que la reconocida) de Estrabón respecto a Posidonio se posiciona sin ambages (pp. 110-112, 203 y 205). Y hay veces —más de las deseadas al menos por un lector filólogo— en las que la narración se vuelve quizás demasiado plana, demasiado descriptiva o demasiado historiográfica, sin más. Pero son casos fácilmente explicables por las exigencias del guion y por la simple presunción de un déficit formativo en el lector medio. En otras ocasiones —pocas, pero existen— se detectan imprecisiones gramaticales (erratas, faltas leves [“iberia” por “Iberia” en el título del capítulo 5, p. 181], incorrecciones en la puntuación de las frases, etc.). Todo ello peccata minuta, por supuesto. Aunque sí hay un par de aspectos que resultan más censurables en una obra que destaca, en general, por su acribia. Me refiero al poco cuidado que se pone en la transcripción de los nombres antiguos: frecuentemente se hace mal, sin atender a las normas (que las hay y deben respetarse), como se ve incluso en el propio título, donde hallamos un indebido “Tartesos” en lugar del correcto “Tarteso”, que sí aparece, por el contrario, en p. 188. Pero menos justificable es la falta de precisión en las referencias bibliográficas: se echa de menos un último cruce de datos que hubiera evitado la incoherencia entre las referencias que figuran en las notas y lo que encontramos en la lista bibliográfica final, de tal modo que se perciben ciertos desajustes de fechas [así “Arnaud 1990” se registra correctamente en la lista, pero se alude al él en notas como “Arnaud 1991” en p. 173, n. 190 y “Arnaud 1999” en p. 206, n. 158] e incluso la ausencia de algunos de los registros citados. Y por último: casi sistemáticamente se incurre en el erróneo y evitable vicio de indicar en notas las páginas de un estudio cuando se hace referencia a todo el estudio completo.

Como se aprecia, nada que empañe el brillo de un estudio bien construido, riguroso y plenamente solvente. Una muestra más de los muchos esfuerzos por “poner en el mapa” de la investigación actual sobre el mundo antiguo a la geografía grecolatina que se derrochan en el seno de la Asociación Internacional Geography and Historiography in Antiquity (GAHIA), la cual me honro presidir.

Bibliografía

Cruz Andreotti, G., Le Roux, P. y Moret, P. (eds.) (2006) La invención de una geografía de la Península Ibérica, I: La época republicana. Málaga: CEDMA.

Cruz Andreotti, G.; Le Roux, P. y Moret, P. (eds.) (2007) La invención de una geografía de la Península Ibérica, II: La época imperial. Málaga: CEDMA.

Gómez Espelosín, F.J., Vallejo Girvés, M. y Pérez Largacha, A. (1995) La imagen de España en la antigüedad clásica. Madrid: Gredos.

Moret, P. (2017) Des noms à la carte. Figures antiques de l’Ibérie et de la Gaule, Mongrafías de GAHIA. Alcalá de Henares-Sevilla: Universidad de Alcalá – Universidad de Sevilla.

Francisco J. González Ponce

Departamento de Filología Griega y Latina

Universidad de Sevilla

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