Spal, 33.1, pp. 275-281
Hace tiempo que, afortunadamente, el análisis historiográfico ha adquirido carta de naturaleza en los estudios sobre la antigüedad en nuestro país, en un proceso que arranca, sobre todo, con la celebración del I Congreso Internacional sobre Historiografía de la Arqueología y la Historia Antigua en España (siglos XVIII-XX), celebrado en Madrid a fines de 1988, bajo la coordinación de Javier Arce y Ricardo Olmos (1991). Ya en el segundo de esos congresos se vinculó más exclusivamente al ámbito de la arqueología, desde la perspectiva de su desarrollo institucional (Mora y Díaz-Andreu, 1997; sobre ese tema, puede consultarse también, Belén y Beltrán, 2007), mientras que los siguientes congresos han desarrollado aspectos más concretos, hasta el último (el 5º) dedicado a la Arqueología de los Museos (Carretero et al., 2018). El mismo año de 1997 también se constituyó en España la Sociedad Española de Historia de la Arqueología (SEHA), que ha desarrollado múltiples actividades, amén de su loable labor de divulgación (http://seharq.blogspot.com/2008/07/informacion-general.html; consultado: 14 agosto 2023). Todo ello ha sido exponente de un importante desarrollo de la historiografía arqueológica en nuestro país, con exposiciones, con sus respectivos, documentados y útiles catálogos, tesis doctorales y otros trabajos de investigación, aportaciones a congresos, traducciones de algunas obras sobre el tema –aunque no con la profusión debida–, etc., lo que ha generado una ingente bibliografía. Sobresalientes han sido, por su carácter pionero y enorme labor documental, el proyecto de catalogación de los fondos del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia (vid., por ejemplo, Almagro-Gorbea, 1999) y, por su carácter de síntesis de la arqueología española de los últimos tiempos, el libro que acompaña la realización de la exposición sobre El poder del pasado. 150 años de arqueología en España, que se celebró en el Museo Arqueológico Nacional en el año 2017 (Ruiz Zapatero, 2017; cfr., además, Ayarzagüena et al., 2017), o bien, en el ámbito andaluz, la exposición y catálogo que dedicamos a El rescate de la Antigüedad clásica en Andalucía (Amores et al., 2008), pero que –como se recoge en el título– se centraba en el mundo de Roma.
En ese marco general, el tema de la arqueología ilustrada centrada en las excavaciones y descubrimientos llevados a cabo en Herculano, Pompeya y Estabia ha tenido una destacada repercusión también en la investigación española, por el protagonismo que la España del siglo XVIII y, en concreto, nuestro Rey Carlos III –Carlos VII de Nápoles– habían tenido en el inicio y desarrollo de tales trabajos, entre 1738 y 1759, con la vuelta a España del monarca. Podemos citar entre otras afortunadas iniciativas las exposiciones –con magníficos catálogos– coordinadas por Carmen Rodrigo y José Luis Jiménez, Bajo la cólera del Vesubio. Testimonios de Pompeya y Herculano en la época de Carlos III (Rodrigo y Jiménez, 2004) y, algunos años después, la comisariada por Martín Almagro-Gorbea y Jorge Maier, Corona y Arqueología en el Siglo de las Luces (Almagro-Gorbea y Maier, 2010), que completaron con el libro colectivo De Pompeya al Nuevo Mundo. La Corona española y la Arqueología en el siglo XVIII (Almagro-Gorbea y Maier, 2012). En esta segunda obra se destaca el trabajo de Paz Cabello, donde analiza el impacto de los descubrimientos italianos en el ámbito americano (Cabello, 2012; cfr., previamente, Cabello, 1989; Cabello, 1992). Para ese aspecto hay que hacer mención a la síntesis clásica de José Alcina sobre la arqueología en la América española del siglo XVIII, con una esmerada edición (Alcina, 1997). También nosotros, desde la Universidad de Sevilla y en colaboración con la Escuela Española de Historia y Arqueología del CSIC, en Roma, y la Università degli Studi di Roma “Tor Vergata”, organizamos un congreso dedicado a analizar las relaciones arqueológicas entre España e Italia durante el siglo XVIII (Beltrán et al., 2003). Finalmente, de una de las editoras de este volumen que reseñamos, Mirella Romero, conocemos destacadas monografías sobre estos argumentos del descubrimiento de Pompeya (Romero, 2010) y de su relación con España (Romero, 2012).
El tema concreto del estudio de las excavaciones en aquellas ciudades sepultadas por el Vesubio se ha unido, en España, a un especial interés por el desarrollo de la arqueología ilustrada, tal como ya se plasmó, de manera pionera y con magnífico planteamiento, en la tesis doctoral y libro de Gloria Mora sobre La Arqueología clásica española en el siglo XVIII (Mora, 1998). Este trabajo inaugura un ámbito de estudio que ha tenido destacados logros, entre los que citaré, entre otros muchos, los trabajos de Jesús Salas –otro de los editores de esta monografía–, especialmente su trabajo de síntesis sobre ese proceso en Andalucía (Salas, 2011), o los de Alicia León, que analizó la excepcional documentación de dibujos y grabados generada en aquella centuria para el estudio de los edificios de espectáculos hispanorromanos, teatros, anfiteatros y circos (León, 2006; León, 2012).
El libro que se reseña en esta ocasión se incluye, pues, en una importante línea de estudios historiográficos en nuestro país, que analiza la recepción e influencia de lo pompeyano –concepto que integra asimismo a Herculano y Estabia– en España e Iberoamérica (con alguna excepción referida a Estados Unidos de Norteamérica) desde el siglo XVIII hasta el siglo XX. Corresponde a uno de los resultados de un proyecto de investigación, desarrollado entre los años 2019 y 2022, bajo el título “RIPOMPHEI. Recepción e influjo de Pompeya y Herculano en España e Iberoamérica (1738-1936)” (PGC2008-093509-B-I00), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación / Agencia Española de Investigación (AEI), con Fondos Feder, y codirigido por Mirella Romero (UC3) y Jesús Salas (UCM). Estudia un amplio período de tiempo, entre el inicio de las exploraciones en Herculano (1738) hasta el año del comienzo de la guerra civil española (1936) (vid. el sitio web https://humanidadesdigitales.uc3m.es/s/ripomphei/page/inicio_rimpophei; consultado: 14 agosto 2023).
Los autores (20) que firman los diversos capítulos (18, más una introducción) de esta obra son miembros de ese proyecto junto a otros investigadores, sobre todo del ámbito iberoamericano, quienes –en muchos casos– participaron en un coloquio internacional celebrado en el Museo Arqueológico Nacional en junio de 2022, con el mismo título que el del libro y que da pie a este. Los capítulos son diversos en lo territorial y en el enfoque temático, pero todos responden al análisis de la recepción e influencia de lo pompeyano en diferentes ámbitos, especialmente durante el siglo XIX y comienzos del XX. Completa de esta manera algunos de los resultados, ya publicados o en prensa, fruto de este interesante proyecto, que demuestra la enorme influencia que tuvo el mundo arqueológico de Herculano y Pompeya en las sociedades española y americana de aquellas centurias (cfr. Buitrago et al., 2023; Romero, 2023).
Los coeditores, Mirella Romero, Jesús Salas y Laura Buitrago, han sabido agrupar los trabajos en cinco apartados, lo que facilita la labor de lectura y –podríamos decir– de asimilación del gran contenido de datos y análisis que incluye. El primer apartado se refiere a los contactos directos con los yacimientos italianos, es decir, los viajes desde España y América Latina a Herculano y Pompeya. Federica Pezzoli (UCM) (pp. 17-33) analiza ese aspecto a raíz del diario del cubano Eusebio Guiteras Font (1823-1893), quien entre 1843 y 1845 visita Europa en un viaje formativo, mediatizado por la idea existente en la Cuba de aquellos años de la supremacía del modelo estético y moral del mundo y el arte clásicos, en línea con el aprendizaje que se daba en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro de La Habana. Ese mismo enfoque traslada el estudio de María Gabriela Huidobro (Univ. Andrés Bello, Chile) (pp. 35-52) sobre la experiencia del chileno Benjamín Vicuña Mackenna, a raíz de una carta que publicó en 1871 en el periódico El Mercurio del Vapor, en la que relata su visita a Pompeya, con la descripción del yacimiento y, sobre todo, establece una analogía con algunas ciudades chilenas, desde un enfoque político y social, estableciendo por medio «de la semejanza y del contraste… lo que constituía particularmente lo americano, lo chileno y lo moderno» (p. 51). A continuación, Laura Buitrago (UC3) (pp. 53-67) trata los viajes de varias mujeres hispanoamericanas, en el marco del estudio de la historia de las mujeres; en concreto, analiza los relatos de la mexicana Elena de Larraínzar (en 1853), de la colombiana María Teresa de Arrubla (en 1884) y de la peruana afincada en Argentina Clorinda Matto de Turner (en 1908), quienes destacan en sus impresiones el interés por el arte antiguo, así como las emociones por las visitas a las ruinas italianas. Es curioso que la primera autora, en un texto publicado entre 1880 y 1882 parafrasea en algún caso a Pedro Antonio de Alarcón en su De Madrid a Nápoles (Madrid 1861) (cfr. el sugerente análisis sobre esta obra en Olmos, 2006), así como la segunda autora se refiere a las esculturas de Itálica en el Museo Arqueológico de Sevilla (p. 62). Cierra este apartado de viajeros el capítulo que dedica Mirella Romero (UC3) (pp. 69-88) al valenciano José Manaut Viglietti (1898-1971), quien, no habiendo podido disfrutar de una de las pensiones formativas en Italia en su juventud, viajó unos pocos días a Pompeya y Herculano, en 1960, y estuvo seis meses en Nápoles, en 1966. La autora analiza los cuadros del pintor influenciados por el arte romano y sus comentarios sobre este, así como su referencia ideológica al modelo clásico, aunque centrado más bien en lo griego.
El segundo apartado incluye tres capítulos que tratan de la “difusión del mito pompeyano” a través de la prensa americana. Carolina Valenzuela Matus (Univ. Autónoma de Chile) (pp. 91-103) analiza esa labor de la revista chilena Zig-Zag a principios del siglo XX, como exponente de la divulgación de un gusto artístico basado en la antigüedad clásica a partir de las formas y los descubrimientos arqueológicos en Roma y Pompeya. Ello se identifica como exponente de una “democratización de la cultura” en la sociedad chilena –lógicamente solo en ciertos grupos burgueses– (como los artículos referidos a los descubrimientos de G. Boni en el Foro Romano o del Anfiteatro de Pompeya, con fotografías), a la par que existe también un uso político de aquella referencia al mundo clásico (como demuestra el artículo que trataba sobre: “Los Estados Unidos y la decadencia romana, ¿hay un punto de comparación entre ambas naciones?”). Renata S. Garraffoni (Univ. Federal de Paraná, Brasil) (pp. 105-121) analiza las noticias de Pompeya y el Vesubio en la prensa de Río de Janeiro entre 1870 y 1889, pero con referencia también a momentos previos de desarrollo del interés por la arqueología clásica, como el protagonizado por la emperatriz Teresa Cristina, desde 1843 a 1889, o la creación del Museo Nacional de Río de Janeiro, con una sobresaliente colección de arte grecorromano –hay que recordar el nefasto incendio que sufrió en 2018–. Estudia las noticias de prensa también desde una perspectiva social, política e ideológica, concluyendo –entre otras cuestiones– “la ausencia de las mujeres. Por diversas que sean las noticias… nos dicen mucho sobre los hombres, pero casi nada sobre las mujeres» (p. 119). El último capítulo de este apartado es escrito por Ricardo del Molino García (Univ. Externado de Colombia) (pp. 123-142) y trata un tema diferente y sugerente a través de la documentación periodística: la influencia de Pompeya en las casas y decoraciones en América durante la época de la Belle Époque, entre fines del XIX y comienzos del XX, con diversos ejemplos en México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile, Uruguay o Argentina, tanto de casas privadas como de otros espacios (teatros, sedes colegiales, restaurantes, balnearios, jardines, etc.), lo que demuestra la destacada influencia del estilo pompeyano en los ámbitos burgueses urbanos hispanoamericanos, quienes «se sirvieron del pasado europeo, a través de un historicismo romántico, para conectarse con las elites del Viejo Continente tanto por un interés político-económico como por una necesidad identitaria» (p. 137).
El tercer apartado se ocupa del ámbito del arte e incorpora cuatro capítulos. Daniel Expósito (Univ. de Puerto Rico) (pp. 145-162) estudia la obra del pintor Robert S. Duncanson (1821-1872), asentado en Cincinnati y con el respaldo del filántropo Nicholas Logworth, en un momento de escasez de referencias a lo pompeyano en la pintura de Estados Unidos. En concreto, analiza sus tres óleos titulados “Pompeii” (uno de 1855 y otro de 1871) y “Vesuvius and Pompeii” (1870) y lleva a cabo un análisis comparativo e interpretativo. Cristina Martín Puente (UCM) (pp. 163-178) trata la influencia de Séneca, Tácito y “el pompeyismo” en un óleo del pintor madrileño Manuel Domínguez Sánchez (1840-1906), bajo el título “Séneca, después de abrirse las venas, se mete en un baño y sus amigos, poseídos de dolor, juran odio a Nerón que decretó la muerte de su maestro” (1871), exponente típico del XIX español en el marco de la pintura de historia. Formado en la RABASF y pensionado en Roma durante 1864, participó en la decoración de la Galería Pompeyana del Palacio de Linares en Madrid. El siguiente capítulo lo firma María Martín de Vidales García (Univ. Isabel I) (pp. 179-195) y trata, de manera general, de la influencia de Pompeya en la pintura española, centrándose especialmente en la segunda mitad del siglo XIX; así, refiere a artistas de la pintura de historia, formados también en Italia, como Ulpiano Checa (“Enamorados de Pompeya”; “Flirteo antiguo”), Arturo Montero (“Nerón ante el cadáver de su madre Agripina”), José Rico (“Pompeyana o Vestal romana”), Arcadi Mas (“Niño pompeyano”), etc., como ejemplos de «la influencia que supuso la pintura internacional… en el estilo clásico de revival arqueológico» en España (p. 192). Finalmente, Ana Valtierra Lacalle (UCM) (pp. 197-215) ofrece nuevas e interesantes reflexiones sobre dibujos (bocetos) y pinturas “supuestamente pompeyanas” de Joaquín Sorolla (1863-1923), también pensionado en Italia en 1885-1886; analiza el uso del color en estos trabajos del pintor valenciano y concluye que existe una gran diferencia en su producción tras la visita a Pompeya y Herculano.
El siguiente apartado agrupa tres capítulos que tienen el nexo de considerar, desde una perspectiva artística a la vez que ideológica, Pompeya y Herculano como “modelos culturales de progreso”. Rosaria Ciardiello (Univ. degli Studi Suor Orsola Benincasa de Nápoles) (pp. 219-242) pasa revista a la influencia del estilo pompeyano en Estados Unidos a partir de mediados del siglo XIX, sustituyendo el modelo griego que había sido seguido en la primera mitad. Ello se advierte en las “Pompeian rooms” encargadas por algunos millonarios americanos, como H. G. Marquand o N. Straus, en Nueva York, o en otros espacios públicos, como el Congress Hotel de Chicago, y que asimismo llega a ambientes extraurbanos, según documentan, por ejemplo, la Pompeia de Saratoga Springs, el jardín de Crowninshield, en Wilmington, y, sobre todo, la Villa Getty en Malibú. La justificación sería la legitimación de aquellos nuevos ricos a partir del uso de las formas clásicas, siguiendo, sobre todo, las interpretaciones de la aristocracia europea, que se quería imitar. Elvia Carreño Velázquez (Univ. Nacional Autónoma de México) (pp. 243-262) trata ese mismo modelo de imitación en la vida cotidiana de México desde el mismo siglo XVIII a inicios del XX, por lo que nos ofrece un panorama rico y dilatado en el tiempo, apuntando a los objetos de la vida diaria, a la indumentaria, a las noticias de prensa, a las obras de arte, a los espectáculos, etc., influenciados por el estilo pompeyano. En complemento con ese marco general mexicano, en el siguiente capítulo, Aurelia Vargas Valencia (Univ. Nacional Autónoma de México) (pp. 263-275) se centra en dos momentos históricos clave para el desarrollo de lo pompeyano en México: 1) el siglo XVIII, con la creación de la Real Academia de San Carlos por Carlos III en 1781 y según reflejan las noticias de prensa o testimonian las publicaciones académicas –como las Antichità di Ercolano– existentes en instituciones mexicanas; 2) el corto período del emperador Maximiliano I de México, entre 1864 y 1867, pero quien impulsó el estilo pompeyano (como en el castillo de Chapultepec, en Ciudad de México) como símbolo de modernidad y suntuosidad. Se anuncia un catálogo de 40 edificios, 64 casas y villas, 5 monumentos, 6 teatros, 3 jardines y 5 registros toponímicos con motivos pompeyanos, en 13 estados de México, realizados durante los siglos XIX y XX.
El último de los apartados se ocupa de la investigación sobre documentación del tema en archivos, contemplado desde una perspectiva amplia. Así, en el capítulo de María del Carmen Alonso Rodríguez (UCM) (pp. 279-297) destaca el análisis de la documentación del siglo XVIII en adecuación a los trabajos de excavación realizados, sobre todo, en la Regio V de Pompeya, para concluir que existieron excavaciones en el yacimiento con anterioridad a su inicio “oficial” en 1748, en contra del “mito historiográfico” de que se había conservado intacta desde la antigüedad; supone una hipótesis atractiva y bien sustentada, que certifica la presencia de “buscadores” durante las épocas tardoantigua, medieval y moderna, lo que explicaría ciertas perforaciones en los muros. Por el contrario, se documentaría «una intensa actividad posterupción desarrollada en el yacimiento durante siglos, previa al inicio de las excavaciones regulares» (p. 291). Jesús Salas Álvarez (UCM) (pp. 299-322) pasa revista a la documentación y obras referidas a Pompeya y Herculano existentes en el siglo XIX tanto en algunas instituciones españolas, como la Biblioteca del Palacio Real o la Biblioteca Nacional, cuanto en colecciones particulares, como las de Luis de Usoz, Antonio Cánovas del Castillo o José Lázaro Galdiano, amén de una revisión de las referencias en algunas revistas de ese siglo, como El Artista, El Arte en España y Museo Español de Antigüedades. Incluye finalmente un repaso a materiales arqueológicos del área campana conservados durante el XIX en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de Reproducciones Artísticas (para todas estas cuestiones, y otras más, desde el prisma de las relaciones de España e Italia en el siglo XIX, cfr. Beltrán et al., 2006). En el siguiente capítulo María Eugenia Cabrerizo Barranco (Ministerio de Cultura y Deporte) (pp. 323-342) trata un tema artístico, pero a partir del análisis de documentación del archivo personal de los Madrazo. En primer lugar, destaca la figura de Luis de Madrazo (1825-1897) y su estancia en Italia –en Roma, desde donde se trasladó por un período a Nápoles– como pensionado de la Academia de Bellas Artes en 1848-1849, y a continuación pasa revista a una serie de 15 acuarelas, que reproducen pinturas murales pompeyanas, conservada en el Museo del Prado; ha sido atribuida a José de Madrazo (1781-1859), pero apunta –en una sugerente hipótesis– que más bien debió realizarla el citado Luis de Madrazo como consecuencia de aquella estancia en Nápoles, descartando por otro lado la posible autoría de Bernardino Montañés, del que sí se conserva un Álbum de Pompeya, fechado en el mismo año de 1849 (vid. Hernández et al. 1999). Finalmente, el último capítulo lo firman Mar Bujalance-Pastor, Inmaculada Muro-Subías y Lola Santonja-Garriga (UC3) (pp. 343-352) y se refiere al sitio web antes mencionado del proyecto “RIPOMPHEI. Recepción e influjo de Pompeya y Herculano en España e Iberoamérica”, ubicado en la plataforma de Humanidades Digitales de la Biblioteca de la Universidad Carlos III, describiendo sus características.
Cierran la monografía, que ha sido editada por la prestigiosa editorial italiana L’Erma di Bretschneider, como volumen 13 de su colección “Hispania Antigua. Serie Histórica”, los resúmenes de los diferentes capítulos (pp. 355-367). En conclusión, nos encontramos con una obra colectiva de gran interés científico, que trata un tema importante de la historiografía de los siglos XVIII al XX, cual es el de la repercusión de los descubrimientos arqueológicos de Herculano y, sobre todo, Pompeya –pues se concentra especialmente durante el siglo XIX y comienzos del XX– en España e Iberoamérica. Según se decía anteriormente, la evidente diversidad temporal, geográfica, temática, de documentación analizada, etc., ofrece un interés añadido, pues afecta a diferentes disciplinas. Se ha sabido conjugar de manera adecuada esa diversidad, pues se corría el riesgo de un resultado demasiado misceláneo, por lo que hay que felicitar a los tres editores en ese esfuerzo. Los diferentes trabajos, con apartados bibliográficos amplios, abren al ámbito especializado, pero también al lector interesado, un panorama de enorme atractivo y muy bien documentado, a la vez que aúna una investigación generada en diversas instituciones de España, Italia (Nápoles) y de países iberoamericanos (Chile, Colombia, Puerto Rico, México). Un solo inconveniente podemos señalar: el que no se hayan incorporado las figuras en color, que hubiera mejorado notablemente la publicación, sobre todo, en aquellos trabajos que hacen referencia al ámbito artístico. No obstante, si se lleva a cabo más adelante una edición electrónica –que es deseable para obtener una óptima difusión– se puede subsanar fácilmente esa carencia.
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José Beltrán Fortes
Departamento de Prehistoria y Arqueología
Universidad de Sevilla
Doña María de Padilla, s/n, 41004 Sevilla