Samuel Sardà Seuma
Departament d’Història i Història de l’Art
Universitat Rovira i Virgili
Avinguda Catalunya, 35, 43002 Tarragona
samuel.sarda@urv.cat 0000-0001-8224-0937
Resumen El registro de la Primera Edad del Hierro en el bajo valle del Ebro presenta un panorama especialmente óptimo para el estudio arqueológico de los rituales de comensalidad. El abandono súbito de múltiples asentamientos por motivo de incendio y la documentación in situ de los repertorios permite disponer de una información especialmente detallada sobre la lógica funcional de los conjuntos y sobre el uso social de los espacios. Además, la identificación de determinados núcleos diferenciales que habrían desempeñado un rol destacado en sus respectivas microrregiones permite avanzar notablemente en la caracterización de las políticas de comensalidad y en el conocimiento de los ritmos y procesos de cambio social que acontecieron en este territorio.
Palabras clave Festines, políticas de comensalidad, cambio social, casa, fenicios, Primera Edad del Hierro.
Abstract The record of the First Iron Age sites in the lower Ebro valley shows a particularly optimal panorama for the archaeological study of commensality rituals. The sudden collapse of multiple settlements due to fire and the in situ documentation of material culture provide particularly detailed information on the functional logic of the complexes and on the social use of the spaces. In addition, the identification of certain differential nuclei that would have played a prominent role in their respective micro-regions, allows notable progress in the characterization of commensal politics and in the knowledge of the rhythms and processes of social change that occurred within this territory.
Keywords Feasts, Commensal Politics, Social Change, House, Phoenicians, First Iron Age.
Fecha recepción: 12-06-2023 | Fecha aceptación: 25-01-2024
Sardà Seuma, S. (2024): “Festines, casas y estrategias de poder en la Primera Edad del Hierro en el bajo valle del Ebro (ss. VII-VI a.C.)”, Spal, 33.1, pp. 89-112. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2024.i33.04
3. Banquete en espacios de hábitat: selección de contextosy posibilidades interpretativas
4. Episodios de segregación social y arquitecturas de prestigio
4.1. Centros redistribuidores: ánforas y ganado
4.2. Edificios turriformes, sets de vajilla e instrumental litúrgico
A la luz de los datos obtenidos en las últimas décadas, la Primera Edad del Hierro (700-550 a.C.) representa una etapa de notable trascendencia en la protohistoria del bajo valle del Ebro. En el siglo VII a.C. se consolida definitivamente la plena sedentarización del poblamiento en la región, coincidiendo con el momento en que se adopta el uso generalizado de los materiales constructivos duraderos (piedra y adobes). Además, es también en este mismo horizonte cuando se constata la irrupción regular de los intereses del comercio fenicio en la zona y la introducción sistemática de nuevos productos y objetos de origen mediterráneo. Un conjunto de variables que incidirá de forma muy evidente en el aumento de la distancia social de unos determinados linajes o grupos familiares, agudizándose la dinámica competitiva entre élites y la fijación de jerarquías en el seno de las comunidades.
Dichos episodios conllevarán la eclosión de los primeros intentos de emergencia aristocrática y las primeras tentativas de integración política de los territorios en entidades más complejas. Pero no estarán exentos de tensión y conflicto social, tal y como bien indican los datos acumulados. El interés que suscita el estudio específico de estos episodios ha situado el bajo valle del Ebro en un lugar destacado en el ámbito del análisis social de los horizontes formativos vinculados a los procesos de iberización. En este sentido, los distintos investigadores y equipos que trabajan en el territorio han establecido diferentes propuestas y modelos explicativos del cambio social. En algunos casos dichas propuestas se han efectuado desde perspectivas más locales o microrregionales (Moret et al., 2006; Rafel, 2006; Garcia i Rubert, 2015), pero también contamos con explicaciones que abordan estas cuestiones desde ópticas más amplias o generales (Sanmartí, 2004; Sanmartí, 2009; Sanmartí, 2010; Noguera Guillén, 2006; Bea y Diloli, 2019).
Por nuestra parte, nos hemos ocupado, específicamente, del papel relevante que desempeña el banquete en la comprensión de las transformaciones sociales que experimentaron las comunidades de la Primera Edad del Hierro. Una línea de investigación que hemos desarrollado durante estos últimos años en el marco de diferentes trabajos y proyectos, y cuyas últimas aportaciones y reflexiones de conjunto recogemos en el presente artículo. En este sentido, el conjunto de casos específicos de estudio que aquí se valora nos ilustra claramente sobre el rol destacado que desempeñaron determinadas casas a la hora de articular la gestión de las políticas de comensalidad y de capitalizar la adopción de nuevas estrategias de poder. Nos ocuparemos primeramente de valorar de forma sintética los casos que concentran un mayor potencial informativo (Aldovesta, Sant Jaume, En Balaguer I, Turó del Calvari, Puig de la Misercòrdia) para establecer posteriormente un análisis de conjunto sobre las formas de banquete que el estudio de sus contextos permite inferir.
El estudio arqueológico de los rituales de comensalidad constituye uno de los campos de investigación que ha experimentado un desarrollo más destacado en estas últimas décadas. Multitud de trabajos y proyectos han otorgado un papel especialmente relevante al estudio de las prácticas alimentarias. En cualquier caso, establecer valoraciones comparativas y de contraste entre los hábitos alimentarios cotidianos de una comunidad y aquellas situaciones que evidencian unos rasgos cualitativos y/o cuantitativos excepcionales e inusuales siempre representa la fórmula más eficaz para la identificación arqueológica del banquete (Hastorf, 2008, p. 1395).
A través del banquete se reproducen algunos de los escenarios (contextos) en los que la ideología y las estrategias de poder se materializan habitualmente de una forma más enfatizada. Básicamente, porque se trata de experiencias compartidas centradas en el consumo de alimentos y bebida, que no son de carácter abiertamente político, pero que suelen incorporar aspectos litúrgicos más ambiguos de tipo identitario, representativo y emocional (Knapp, 1988, p. 155; DeMarrais et al., 1996, p. 15) que les otorgan un enorme potencial social para incidir en la acción política (Dietler, 1999, p. 136). Además, en las sociedades de pequeña escala, el banquete suele actuar como un mecanismo clave para la redistribución de bienes y alimentos, actuando como un instrumento útil para promover la cooperación y la interdependencia socioeconómica entre los miembros de una comunidad (Rappaport, 1987), pero también para instaurar relaciones de jerarquía y de distinción social por parte de aquellos linajes y/o personajes que, al actuar como anfitriones, pueden presentarse ante el grupo como líderes eficientes, calificados y generosos (Potter, 2000, p. 472). En este sentido, se ha señalado que las transformaciones más significativas e importantes en las políticas de comensalidad suelen observarse en aquellas etapas en las que se agudiza la jerarquización y la institucionalización del poder político (Hayden, 2001, p. 46).
Para descifrar las evidencias y tendencias de comensalidad que reflejan algunos de los contextos analizados en el presente trabajo, se han valorado distintos factores o niveles de análisis (productos consumidos, escalas de participación, espacios de consumo, frecuencia de las celebraciones) (Potter, 2000; Hayden, 2001; Hayden, 2011; Halstead y Isaakidou, 2011; Kassabaum, 2019). Además, hemos aplicado una serie de categorías o conceptos interpretativos: Empowering Feasts (banquetes competitivos o de empoderamiento), Patron-role Feasts (banquetes patronales) y Diacritical Feasts (banquetes diacríticos) (Dietler, 1999; Dietler, 2001; Hastorf, 2008) con el objetivo de descifrar el tipo de prácticas desarrolladas, valorando su relación con las estrategias de poder y con los sistemas de integración sociopolítica vigentes en cada caso. No obstante, somos partidarios de adoptar el uso de estas categorías de una forma siempre orientativa y flexible, siendo conscientes de que pretendemos caracterizar situaciones habitualmente complejas y particulares, que no siempre admiten una correlación directa, sencilla y estricta con una determinada etiqueta, ni con un predeterminado sistema de configuración social.
En el presente trabajo centramos la atención en la lectura de las evidencias documentadas en una serie casos que reúne un potencial informativo especialmente destacado. En realidad, se persigue la comprensión conjunta de varias evidencias (artefactuales, bioarqueológicas, contextuales), con el propósito de identificar la lógica funcional de los conjuntos y los parámetros de consumo que habrían podido articular las fiestas de comensalía en cada caso.
Las aproximaciones arqueológicas al estudio del banquete se han efectuado generalmente de acuerdo con un tipo de contextos muy concretos: 1) espacios diferenciales de reunión y consumo, 2) determinados espacios de almacenamiento, 3) fosas/depósitos votivos, 4) tumbas que incluyen conjuntos distinguidos. En cualquier caso, las particularidades del horizonte cronocultural que se analiza, obligan a valorar conjuntos y evidencias procedentes, principalmente, de los asentamientos o núcleos de hábitat, donde se documentado la presencia de repertorios potencialmente relacionables con la práctica del banquete en contextos de distintas características (espacios diferenciales de reunión y consumo, espacios destinados al almacenamiento anfórico, espacios destinados al almacenamiento de determinados sets distinguidos de vajilla, fosas rellenas con restos de fauna y vajilla). Además, en los núcleos de hábitat, el tipo de registro arqueológico y su buen nivel de conservación han determinado también de forma muy importante la posibilidad de efectuar lecturas precisas y detalladas a nivel microespacial. De esta forma, todos los yacimientos del bajo valle del Ebro sobre los cuales hemos venido trabajando (Sant Jaume, Turó del Calvari, Aldovesta, Barranc de Gàfols, Moleta del Remei, Tossal Redó, Sant Cristóbal, En Balaguer I, Puig de la Misericòrdia) corresponden a asentamientos que presentan un abandono súbito por motivo de incendio.
En este sentido, se ha señalado que el estudio arqueológico de las prácticas vinculadas a la preparación y al consumo de alimentos proporciona datos especialmente fiables en aquellos contextos “de tipo pompeyano”, que presentan un último momento de ocupación interrumpido de forma repentina por un episodio catastrófico (Van der Veen, 2003, p. 415). Una realidad muy particular que contrasta significativamente con la situación documentada en momentos coetáneos en los territorios de la costa central y septentrional catalana y del sureste francés, donde la materialización del banquete encuentra su representación más habitual en determinados contextos funerarios (Graells y Sardà, 2009). De hecho, aunque disponemos de una muestra igualmente contrastada de datos referentes al registro funerario, en las necrópolis del bajo valle del Ebro están ausentes los contextos integrados por conjuntos amplios de ofrendas y vasos de acompañamiento. Esto refuerza el rol destacado que habrían desarrollado los propios asentamientos como espacios comunitarios de uso ritual y como auténticos escenarios de agregación social e identitaria.
Uno de los fenómenos que singulariza los procesos de cambio social que acontecen en el bajo valle del Ebro es la aparición de pequeños asentamientos vinculados con la eclosión de diferentes episodios locales de segregación social. La edificación de dichos núcleos responde a situaciones concretas, materializándose además de forma particular en cada caso. Ahora bien, todos estos núcleos presentan una serie de características (tanto a nivel estructural como contextual) que los aleja nítidamente de los típicos poblados o asentamientos de carácter comunitario. Su aparición se ha asociado al desarrollo de una arquitectura de prestigio vinculada a los procesos de afirmación de élites e integra desde mediados del s. VII a.C. diferentes variantes y tipos formales (Bea et al., 2012).
A nivel estructural, la singularidad de estas residencias aisladas responde tanto a sus pequeñas dimensiones como a la propia organización funcional de los espacios, resultando especialmente significativa la concentración de recursos alimentarios y/o de amplios conjuntos de vajilla documentados en algunos de sus recintos. Su existencia sugiere la aparición de núcleos vinculados y gestionados por determinadas familias preminentes que pretenden afianzar su posición social. Se trata, en todo caso, de núcleos que rompen claramente con la estructura y la uniformidad que presentan las viviendas y grupos domésticos (4-5 personas) en los poblados comunitarios tradicionales del valle del Ebro durante el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro (Belarte, 2010, p. 126). Esto ha llevado a plantear que pudiera tratarse de residencias ocupadas por un número mayor de habitantes, tratándose quizá de familias extendidas o linajes (Belarte, 2018, p. 131). Además, a nivel contextual, en estos núcleos se constata la existencia de espacios diferenciales de reunión y consumo (A1 de Sant Jaume, H-1 de Turó del Calvari, recinto 3 d’En Balaguer I), de ciertos espacios destinados al almacenaje anfórico y a la estabulación del ganado (Aldovesta y Sant Jaume) y de recintos que albergaron amplios conjuntos de vajilla (A4 de Sant Jaume, Sector 15 de Puig de la Misericordia, H-2 de Turó del Calvari, recinto 0 d’En Balaguer I). Este es un tipo de contextos que proporciona datos potencialmente relacionables con la gestión y el desarrollo de las políticas de comensalidad en sus respectivas microrregiones.
La voluntad de ampliar la capacidad de influencia social a través del control de los circuitos locales de intercambio suele señalarse como un factor clave a la hora de explicar los procesos que conducen a la fijación de jerarquías y a la integración política de los territorios. En el marco de estos procesos, suelen observarse cambios significativos que afectan el funcionamiento de las prácticas relacionales y que pueden alterar o modificar las formas de abastecimiento y circulación de bienes.
En el bajo valle del Ebro, los contactos con el comercio fenicio se materializaron esencialmente a través de la introducción de nuevos productos alimentarios (vino, aceite y salazones de carne y pescado), tal y como bien indica la distribución mayoritaria de grandes contenedores de transporte y almacenamiento (ánforas y pithoi). Son estos unos productos que habrían servido principalmente para potenciar el carácter excepcional de determinados ágapes señalados. En este sentido, el control de la redistribución y la centralización del almacenamiento anfórico en determinados asentamientos se han interpretado como un hecho estructural que caracteriza las dinámicas de intercambio en el área comprendida entre el Mijares y el Ebro, actuando estos espacios de almacenaje como expresión simbólica de aquellos grupos sociales que, al ejercer como interlocutores del comercio fenicio, acumularon un capital social que les permitió distribuir nuevos regalos y generar nuevas deudas sociales (Vives-Ferrándiz, 2008). Así, por ejemplo, en la habitación 17 del Torelló del Boverot (Almassora, Castellón) se recuperaron entre 10 y 15 ánforas fenicias (Clausell, 2002, p. 13), un dato equiparable a las situaciones documentadas en Aldovesta y Sant Jaume, que seguidamente trataremos con más detalle. Respecto a estos casos, Joan Sanmartí (2010, p. 94) llegó a señalar, de forma sugerente, su similitud con las substantial houses full of weighty possessions de los pueblos de la costa NO de América, mencionadas por Netting (1977) y recogidas por Johnson y Earle (2000).
La excavación del pequeño asentamiento de Aldovesta (Benifallet, Tarragona) (650-557 a.C.) representó un punto de inflexión fundamental a la hora de ilustrar el funcionamiento de un centro de redistribución. La presentación de los resultados en algunos artículos preliminares y la rápida publicación de una monografía (Mascort et al., 1991) sirvieron para dar a conocer la existencia de un asentamiento ciertamente singular, que concentraba una presencia de materiales fenicios mucho más significativa de lo que sugerían las tendencias apuntadas hasta el momento. La cerámica fenicia recuperada representaba el 57,5% del conjunto total de recipientes recuperados, habiéndose documentado cerca de un centenar de ánforas, principalmente del tipo T.10.1.2.1. Sin embargo, la propuesta interpretativa inicial que entendía el asentamiento como un auténtico puerto fluvial (Mascort et al., 1991), se ha matizado en varios trabajos posteriores, que han efectuado una nueva lectura social del yacimiento, haciendo hincapié en el hecho de entenderlo como un caserío distinguido; en concreto, como una residencia vinculada a un cabeza de linaje que dispone de un acceso preferente a las importaciones fenicias (Noguera Guillén, 2006, pp. 117-121; Sanmartí et al., 2009, p. 227). Las características estructurales del asentamiento sugieren que se trata de un único núcleo habitacional, integrado en su última fase por distintos recintos adosados que conforman un complejo constructivo que ocupa una superficie total de 317 m2. Además, se ha señalado que el grupo humano establecido en Aldovesta estaría constituido por una docena de miembros, aunque resulta difícil concretar si se trataba de una familia extendida (linaje) o de una familia nuclear (Mascort et al., 1991, p. 37).
La existencia de un almacén de ánforas (Recinto A) y la identificación total de aproximadamente un centenar de individuos anfóricos, contando la totalidad de los materiales cerámicos recuperados (niveles superficiales, niveles amortizados, etc.), indican la recepción de un gran volumen de importaciones. Si la capacidad media de las ánforas fenicias es de 25-30 litros, podemos llegar a plantear que, en el último momento de ocupación, sólo en el recinto A (que albergaba un mínimo de 10 individuos anfóricos) la reserva de productos exógenos se situaría alrededor de los 250 o 300 litros de vino y/u otros productos (aceite, salazones). Estas cifras señalan un acceso diferencial a un tipo de productos, como el vino, que, en función de su naturaleza, circularon como exchange valuables. Es decir, se trata de bienes que pueden ser acumulados temporalmente, pero sólo a efectos de poder realizar una demostración de donación y de entrega, con el objetivo de establecer unas determinadas relaciones sociales y alcanzar o mantener el prestigio (Dietler, 1999, p. 146). También se documentaron algunos ámbitos (recintos D, E y G) interpretados como destinados específicamente al estabulado de animales, evidencia que parece indicar la voluntad de disponer de una reserva cárnica, no sólo destinada al autoconsumo, sino también orientada a la celebración de ciertos actos excepcionales de tipo comunitario. En todo caso, el estudio de los restos faunísticos conservados procede mayoritariamente del recinto D y permitió identificar la presencia de bóvidos, cerdos, ovicaprinos y équidos (Nadal y Albizuri, 1999). En este sentido, conviene señalar que no puede descartarse que la concentración específica y altamente significativa de restos faunísticos en el recinto D (32 m2) deba relacionarse con la existencia de un ámbito utilizado de manera eventual como espacio de sacrificio, preparación y consumo de la carne. La alta fracturación de las diáfisis aparecidas entre los restos no determinados taxonómicamente es indicativa de estar ante desechos de alimentación (Nadal y Albizuri, 1999, p. 210). Además, debemos destacar también la identificación en el asentamiento de dos cuchillos de hierro (Mascort et al., 1991, p. 34, lám. 43, nos. 1 y 12), un instrumento de notable valor que se ha relacionado con el sacrificio de los animales y el reparto de la carne (Mancebo, 2000). Por otro lado, también se pudo concretar que el aporte cárnico a la dieta lo proporcionaron esencialmente el cerdo y los ovicaprinos, siendo el cerdo el único animal que fue criado para el consumo, porque es la única especie de la que se documentaron individuos infantiles (Nadal y Albizuri, 1999, p. 210). En cualquier caso, el estudio de los restos faunísticos nos indica la presencia mayoritaria de bueyes y caballos, unos animales que habrían sido utilizados en tareas agrícolas y de transporte, porque fueron sacrificados para el consumo en edad avanzada (Font, 2016, p. 410).
El funcionamiento del circuito redistribuidor de Aldovesta estaría íntimamente vinculado a la gestión y convocatoria periódica del banquete y sitúa el grupo familiar que habitó este núcleo en un lugar preminente o destacado en la articulación de las políticas de comensalidad implementadas a nivel regional (Sardà, 2010, pp. 700-701). En cuanto a la frecuencia de los festines convocados, pensamos que el calendario relativo a los momentos de contacto con el comercio fenicio tendría una incidencia determinante. Sobre todo, si imaginamos la convocatoria recurrente de eventos sociales basados esencialmente en el consumo de ciertos productos exógenos como el vino. Este aspecto obliga a plantear posibles alteraciones o modificaciones en las pautas litúrgicas y festivas de un calendario local, articulado entorno al ciclo agrícola y a los momentos de matanza/sacrificio de los animales. En este punto, conviene señalar que el vino podía reservarse durante un cierto tiempo para ser consumido en ocasiones señaladas, pero la necesidad de disponer de notables cantidades para efectuar las debidas exhibiciones promocionales y de hospitalidad, obligaría a renovar las reservas de forma periódica cada verano, coincidiendo con la etapa en la que se llevarían a cabo preferentemente las navegaciones. En cuanto al tamaño de las convocatorias y a las escalas de participación, la reducida muestra de elementos de vajilla recuperados dificulta en este caso la posibilidad de establecer cálculos precisos relativos al número de comensales. En todo caso, los pocos elementos documentados (4 vasitos globulares, 3 bandejas de fondo plano y 1 plato carenado) (Sanmartí, 2000, p. 310) parecen corresponder a usos y necesidades relativas únicamente a los habitantes del recinto. Dicha ausencia sugiere la posibilidad de que los invitados en los grandes eventos colectivos pudieran acudir a la cita con sus propias vajillas e instrumentos de consumo, tal y como bien ilustra la antropología a través de múltiples ejemplos y como se ha planteado también en otros contextos protohistóricos peninsulares claramente vinculados a la celebración del banquete como Cancho Roano y Casas del Turuñuelo (Celestino y Cabrera, 2008; Rodríguez González y Celestino, 2019).
Finalmente, respecto a los espacios de consumo, no contamos con ningún recinto habitacional que podamos relacionar de manera clara con la práctica de estos actos comunales, lo que parece sugerir que estos eventos pudieran llevarse a cabo al aire libre; ya fuera en las proximidades del propio asentamiento o en algún paraje cercano. En este sentido, no podemos excluir que la celebración de estos grandes ágapes pudiera realizarse en el cercano sitio de Turó de Xalamera (Benifallet), ubicado justo en la ribera opuesta del Ebro, donde se documentaron en superficie fragmentos pertenecientes a un número de ánforas fenicias seguramente superior a los cincuenta individuos (Ramón, 1994-1996, p. 400).
El otro yacimiento del bajo valle del Ebro que ha permitido documentar una destacada concentración de ánforas fenicias es la residencia fortificada de Sant Jaume (Alcanar, Tarragona) (650-550 a.C.). Un núcleo que se ha convertido en el yacimiento de referencia para evaluar la incidencia del factor fenicio en el área que nos ocupa (Garcia i Rubert et al., 2016). A nivel de importaciones, Sant Jaume es además el yacimiento del NE peninsular que ha permitido documentar una mayor variedad de tipos cerámicos del repertorio fenicio. Entre estas producciones, los recientes estudios arqueométricos han permitido identificar 29 grupos cerámicos, algunos de los cuales corresponden a producciones procedentes de conocidos talleres fenicios del sur de Andalucía e Ibiza (Miguel et al., 2023).
Sant Jaume ha sido interpretado como una residencia potentemente fortificada que ocupa una superficie aproximada de unos 500 m2. Su estratégica ubicación en la cima de un cerro le permite disponer de un excelente control visual de la línea de costa situada justo al sur de la actual desembocadura del Ebro y de los distintos fondeaderos factibles de ser utilizados por el comercio fenicio. Sant Jaume se ha vinculado a un pionero episodio de emergencia aristocrática, en función de varias de las características documentadas: planteamiento y distribución funcional interna (predominan los espacios destinados al almacenaje supra-doméstico, a la producción artesanal y a la celebración de ceremonias sociales), potente sistema defensivo (que incluye una muralla de doble paramento con dos torres de planta absidial en el sector norte) y singularidad del conjunto de objetos muebles (resultando especialmente significativo el elevado porcentaje de cerámica fenicia, que supone el 30% del total de fragmentos recuperados) (Garcia i Rubert, 2005; Garcia i Rubert, 2011; Garcia i Rubert et al., 2016). El Barrio Norte es el sector del asentamiento que ha ofrecido hasta el momento un potencial informativo más destacable. Resultan especialmente relevantes para el estudio del banquete los datos que han proporcionado los recintos A4, A3 y A1. En el recinto A4 destaca la identificación agrupada de un amplio conjunto de vajilla que integra un mínimo de 35 piezas (31 vasos cerámicos y 4 elementos metálicos) (Garcia i Rubert y Moreno, 2009). Es un conjunto potencialmente relacionable con diferentes formatos de banquete que ya interpretamos de forma detallada en una publicación en equipo (Sardà et al., 2016). Entre los vasos cerámicos que conforman este conjunto predominan los elementos elaborados a mano, pero también se incluyen tres piezas fenicias (1 cuenco carenado, 1 mortero-trípode y 1 plato de borde ancho). En cuanto a los elementos metálicos destacan tres instrumentos de hierro (1 cuchillo, 1 asador y 1 hacha) y uno de bronce (1 simpulum).
La composición y homogeneidad funcional del conjunto parece apuntar de manera bastante precisa al consumo de dos productos muy concretos: el vino y la carne asada (Sardà et al., 2016). En este sentido, cabe destacar la presencia de ciertos indicios (“signos diacríticos”) relacionables de manera clara con la preparación, el servicio y el consumo de estos dos productos. Por diacritical insignia entendemos aquellos bienes de prestigio que se utilizan como indicadores de estatus a través de su posesión y exhibición. A menudo son objetos que se habrían adquirido inicialmente en intercambios de regalos con fuentes externas y que generalmente circulan de forma altamente restringida en las redes locales de intercambio (Dietler, 1999, p. 146). Con relación al consumo cárnico, incluimos el asador y el cuchillo, pero también el hacha, un elemento que puede relacionarse con el desollado de los animales. Por otro lado, la presencia de instrumentos como el simpulum y el mortero-trípode nos indican la inclusión de objetos claramente vinculados con la preparación y al reparto de la bebida, mientras que la presencia de una clepsidra debe relacionarse con la realización de libaciones o de determinados gestos ritualizados vinculados a la manipulación de líquidos. Además, tampoco podemos olvidar la presencia de un plato y de un cuenco fenicios, que parecen indicar que al menos uno de los comensales (¿el anfitrión?) pudo utilizar ciertos instrumentos exóticos para el consumo individual de alimentos y bebida. Entre los objetos almacenados en el piso superior de A4 se incluyen también otros vasos cerámicos de función accesoria (1 vaso de perfil en S con decoración zoomorfa, 1 pithos y 1 ánfora) que podrían haber desempeñado un papel igualmente significativo. En este sentido, la asociación ánfora/pithos, mortero y cuenco conforma un singular set de elementos que permitiría articular la preparación y consumo de la bebida a la manera fenicia. En definitiva, las características tipológicas, funcionales y la localización contextual de este conjunto de objetos almacenados en un mismo espacio, invitan a pensar en un conjunto de instrumentos relacionable con la celebración de ciertas prácticas extraordinarias o festivas.
En cuanto a escalas de participación, podemos pensar en prácticas restringidas a un círculo limitado de comensales; en concreto, eventos con una participación de entre 6 y 12 personas, en función de las asociaciones que admiten los elementos de vajilla estrictamente vinculados al consumo individual de alimentos y bebida (Sardà et al., 2016, p. 47). Dichos ágapes de acceso y participación limitada podrían haberse realizado en el recinto A1, un espacio que ocupa el extremo oriental del barrio norte y que es el único que admite la posibilidad de ser interpretado como un ámbito destinado eventualmente a la celebración de ciertas prácticas de reunión y/o consumo. La proximidad de este espacio respecto al recinto A4 permite plantear el uso y el despliegue eventual del extenso servicio de vajilla en el interior de A1. Además, el repertorio cerámico recuperado en A1 (Garcia i Rubert, 2005, pp. 606-607) también destaca por la presencia de varios recipientes fenicios (2 ánforas, 4 pithoi, 2 urnas Cruz del Negro) e incluye algunos elementos específicamente vinculados con la preparación y consumo de alimentos y bebida como dos morteros-trípodes y un plato fenicio. Finalmente, tampoco podemos pasar por alto la identificación en el recinto A1 de los restos de fauna pertenecientes a un individuo perinatal (1-4 meses) de Sus domesticus (Font et al., 2015, p. 603). Pero al margen de estos ágapes de aforo restringido, las evidencias documentadas en Sant Jaume permiten plantear también la celebración de banquetes comunitarios. En este sentido, resultan especialmente ilustrativos los datos documentados en el ámbito A3, que ha librado un mínimo de 14 ánforas (que equivaldrían a unos 420 litros), además de los distintos espacios destinados a la estabulación del ganado identificados. Son estas unas evidencias de carácter supra-doméstico que permitirían disponer de los excedentes necesarios para patrocinar y convocar banquetes de amplia participación, con el objetivo de efectuar las pertinentes demostraciones promocionales y vehicular también la redistribución de determinados bienes. En dichos festines también podemos plantear el uso y la exhibición de muchos de los instrumentos distinguidos de preparación y reparto de alimentos y bebida que integran el set de vajilla antes mencionado.
En cuanto a los espacios de consumo, el formato y las reducidas dimensiones del asentamiento obligan a situar muy probablemente la celebración de estos ágapes colectivos en algún espacio al aire libre, ya fuese en algún paraje cercano al asentamiento, o incluso en el poblado vecino de la Moleta del Remei (Alcanar, Tarragona), que dispone de una amplia plaza central. En este caso, la opción de plantear la celebración de determinadas ceremonias colecticas en la Moleta del Remei, oficiadas eventualmente por personajes destacados de Sant Jaume, reforzaría el papel político preeminente que habría podido desarrollar este asentamiento en su marco territorial más inmediato. En cuanto a la frecuencia de las celebraciones, tanto la singularidad del amplio conjunto de vajilla como el tipo de productos consumidos (principalmente vino y carne asada) nos sitúan claramente en la esfera de los ágapes de celebración puntual y periódica. La propia localización del set de vajilla almacenado en el recinto A4 parece sugerir la práctica de un tipo de comensalidad que obedecería, al menos parcialmente, a una estricta regulación basada en un calendario o ciclo litúrgico predeterminado.
Durante la primera mitad del s. VI a.C. las dinámicas de cambio social que acontecen en el bajo valle del Ebro se materializaron, en algunos casos, a través de la construcción de determinados edificios turriformes aislados. Se trata de pequeños núcleos fortificados que pudieron actuar como centros diferenciales y que nos ilustran otro tipo de episodios locales de segregación social. Dentro de este tipo de edificios se incluyen las denominadas casas-torre del Ibérico Antiguo (Moret, 2002; Moret et al., 2006; Bea et al., 2012), pero también algunos ejemplos anteriores como Turó del Calvari (Vilalba dels Arcs, Tarragona) y En Balaguer I (Portell de Morella, Castellón), que han proporcionado notables evidencias relacionadas con la práctica del banquete. Dichos recintos se han vinculado a comunidades familiares de estatus privilegiado y su existencia se ha relacionado con los procesos ligados al aumento de la distancia social de unas determinadas casas o linajes.
Se trata, en todo caso, de núcleos que empiezan a funcionar en un momento nítidamente posterior a la fundación de los núcleos redistribuidores antes analizados, aunque en sus primeros momentos habrían coincidido con la fase final de ocupación de Aldovesta y Sant Jaume. Entre ellos, el yacimiento de Turó del Calvari (Vilalba dels Arcs, Tarragona) es hasta el momento el que ha ofrecido un mayor potencial informativo para abordar las cuestiones relativas a la arqueología del banquete. Se trata de un núcleo ocupado durante la primera mitad del s. VI a.C., habiéndose establecido el periodo comprendido entre 580-550 a.C. como su etapa de ocupación más probable (Diloli et al., 2018). En este caso, nos encontramos ante un recinto turriforme aislado y de ostentoso diseño arquitectónico, cuya existencia parece responder claramente a la voluntad de comunicar un rol distintivo en el paisaje. Concentra, además, una serie de elementos de marcado carácter litúrgico (soportes de barro tipo kernoi, mesitas-altar, vajilla local inspirada en tipos fenicios, ánforas vinarias) que nos ilustra sobre la existencia de un centro diferencial con unas funciones claramente vinculadas a la celebración y gestión de los ciclos rituales. En este sentido, conviene tener presente que, de acuerdo con el NMI, las piezas de vajilla representan el 57,89% del conjunto total de recipientes a mano (27 platos carenados, 5 oinochoai y 8 vasitos/tacitas) y el 55,42% del conjunto total de recipientes recuperados. A nivel contextual, resultan especialmente destacables las evidencias documentadas en la habitación 1, un espacio con columna central que proporciona una superficie útil de 33,5 m2y que presentaba las paredes interiores totalmente encaladas y decoradas a base de motivos geométricos en pintura de diferentes colores (ocre anaranjado, rojo oscuro, gris y amarillo). Fue además en este espacio concreto donde se pudo documentar la presencia conjunta de un set de elementos vinculables al consumo de la bebida (3 ánforas, 1 pithos, 5 oinochoai y 8 vasitos para el consumo individual de la bebida) y de varios elementos singulares que podemos interpretar como instrumentos de uso litúrgico (3 mesitas de barro, 2 quemadores o cucharitas de barro tipo kernoi y un punzón de cobre para la realización de tatuajes o pinturas corporales). Respecto a la bebida, los análisis carpológicos permitieron identificar la presencia de algunas semillas de vitis procedentes de una muestra relacionada con el contenido de uno de los recipientes anfóricos, lo cual permite plantear aún con más consistencia, la práctica de un ritual centrado en el consumo de vino. No obstante, no podemos pasar por alto que el recinto se ubica en una región interior, donde la llegada de productos mediterráneos como el vino y la vajilla asociada a su consumo debió producirse de forma mucho más puntual y restringida. Ello explicaría la necesidad de recurrir al uso de algunos elementos de vajilla local inspirados en tipos exógenos, como los 5 oinochoai en cerámica a mano identificados en la Habitación 1. Son unas piezas que imitan o reinterpretan de forma más o menos directa formas propias de la tradición vascular fenicia, tanto en lo que se refiere a las soluciones morfológicas como a los acabados decorativos (Sardà, 2008, p. 105, fig. 44. 2-5; Sardà, 2014; Sardà et al., 2010). Por lo que se refiere a los instrumentos de uso litúrgico, debemos mencionar en primer lugar las tres mesitas de barro, para las cuales se ha planteado su más que probable uso como elemento para el transporte y la presentación de ofrendas y alimentos. Justo al lado de estas mesitas, se recuperaron también unos pequeños soportes o cucharitas de barro, que fueron utilizadas para la cremación de algún tipo de líquido o perfume, a modo de kernoi o kotiliskoi (Graells y Sardà, 2011, pp. 177-179). Las analíticas efectuadas en estas piezas confirmaron la cremación de espigas de cereal con aceite de oliva. Unas evidencias que se han relacionado con la realización de ofrendas de cereales, asociadas posiblemente a primeras cosechas (Diloli et al., 2018, p. 159). Además, la cremación de determinadas sustancias podría representar un recurso muy efectivo a la hora de potenciar la creación de ambientes ritualizados en determinadas estancias cerradas (Sardà, 2020). Finalmente, entre los elementos destacados que se recuperaron en la habitación 1, también debemos mencionar la presencia de una parrilla cerámica, un instrumento relacionable con la preparación y consumo de carne a la brasa.
La habitación 2 corresponde a una estancia tipo cella, en la cual la notable presencia de vajilla, exclusivamente platos (27 ejemplares en cerámica a mano y 2 ejemplares a torno), compartía protagonismo con la acumulación de ciertos productos alimentarios como cereales y frutos secos (almendras). En todo caso, la presencia de un repertorio tan extenso y singular de vajilla en un edificio aislado, que podría estar ocupado por una única célula familiar (calculamos un máximo de 8 ocupantes), parece indicarnos la necesidad de disponer de un conjunto de instrumentos potencialmente utilizable para la celebración periódica de liturgias y ágapes comunitarios. Así, en cuanto a escalas de participación, podemos plantear por un lado la práctica de un ritual de la bebida restringido o reservado a un círculo muy reducido de participantes (entre 6 y 8 individuos) y que se llevaría a cabo en la Habitación 1, mientras que la significativa presencia de platos documentada en la Habitación 2 parece indicar la celebración de unas prácticas de consumo de convocatoria más amplia (en torno a los 25-30 comensales). El despliegue de este extenso conjunto de platos obliga a plantear la celebración de unos festines cuyo desarrollo principal tendría lugar muy probablemente en algún espacio abierto situado en el exterior del edificio.
En cuanto a la frecuencia de las celebraciones, debemos tener en cuenta que la orientación del eje principal del edificio de Turó del Calvari se ha vinculado con el ciclo del orto y el ocaso helíaco de la estrella Arturo, la tercera estrella más brillante del cielo (Pérez Gutiérrez et al., 2016). La primera manifestación de la estrella sucedería a mediados de marzo, coincidiendo con el despunte de la primavera, que culminaría días después en el equinoccio, mientras que su última manifestación tendría lugar a mediados de septiembre. Estas son un conjunto de evidencias que dibujan un ciclo ritual que tendría su inicio en la primavera, y que podría celebrarse mediante la ofrenda de primicias (los primeros frutos de la vida tras el parón invernal). En este sentido, conviene tener en cuenta que respecto a la Habitación 2 del poblado de San Cristóbal (Mazaleón, Teruel), se ha señalado también una orientación arqueoastronómica ligada a la celebración de prácticas rituales, que se llevarían a cabo en los equinoccios (primavera y otoño) (Esteban et al., 2021). Del mismo modo, en el caso de La Gessera (Caseres, Tarragona) se ha podido identificar una modificación arquitectónica del denominado recinto A11, destinada a posibilitar su iluminación por la luz solar durante los equinoccios (Diloli, 2021, p. 276). A escala peninsular, un caso que ofrece notables conexiones con Turó del Calvari es la casa-santuario de Las Cortinas (Aliseda, Cáceres) (ss. VII-VI a.C.), ya que presenta una orientación SO-NE que vincula también el eje mayor de la estancia con el orto helíaco de la estrella Arturo y la celebración del equinoccio de primavera. Además, dicho recinto se ha relacionado también con la realización periódica de unos festines en los que habrían participado entre 20-40 personas (Rodríguez Díaz et al., 2020, p. 74).
En cualquier caso, desde un punto de vista arquitectónico, el modelo que representa Turó del Calvari tendría su precedente regional más inmediato en la fase más antigua del yacimiento de En Balaguer I (Portell de Morella, Castellón). Es un edificio de características edilicias similares, que fue concebido como construcción turriforme exenta (45 m2), hacia mediados del siglo VII a.C. (Barrachina et al., 2011). En este caso, la fase arqueológicamente mejor documentada corresponde a la primera mitad del s. VI a.C. y es, por lo tanto, coetánea a la etapa de ocupación de Turó del Calvari. Durante la primera mitad del s. VI a.C. se constata la integración de la denominada casa-torre inicial de En Balaguer I, en un complejo constructivo más extenso que incluye distintos departamentos adyacentes (1, 2, 3 y 4). Precisamente, la excavación de los niveles de derrumbe del departamento 3, contiguo al edificio turriforme, permitió recuperar un importante conjunto de vasos en cerámica a mano integrado por 66 individuos; entre ellos destaca una serie amplia de piezas refinadas de vajilla que incorpora elementos singulares como el engobe rojo, las decoraciones grafitadas y los pies calados (Barrachina et al., 2011, pp. 16-23). Entre éstos se incluyen 17 vasitos (tipos 2, 3 y 10) vinculables al consumo individual de la bebida. En este mismo espacio se recuperó también un conjunto de elementos metálicos que incluye varias piezas claramente vinculadas con la preparación y el consumo de bebida (un simpulumy una pátera de bronce) y de carne (cuchillo y parrilla de hierro). Todos estos materiales fueron documentados in situ, en un recinto que puede interpretarse como un ámbito destinado al almacenamiento de vajilla, pero a la vez también como un espacio de cocina y preparación de alimentos. Por otra parte, en el departamento 4 se localizó un gran paquete de restos de fauna calcinada justo por encima del nivel de uso, que se ha relacionado con una sucesión regular de vertidos que se habrían depositado en el último estadio de uso del departamento (Barrachina et al., 2011, p. 14). Ello podría sugerir que se tratase del recinto destinado a la preparación y el consumo de la carne; o quizá de un espacio donde simplemente se vertían los restos generados en el marco de dichos ágapes festivos. En cualquier caso, el extenso repertorio cerámico documentado evidencia el rol destacado que pudo desempeñar el edificio turriforme de En Balaguer I como centro ceremonial y espacio de reunión a nivel regional. Se trata de unas convocatorias que habrían contribuido de forma muy significativa a su configuración definitiva como núcleo o complejo comunitario capaz de atraer e incorporar otros grupos familiares.
La existencia de otro edificio fortificado integrado en un asentamiento más amplio se ha podido constatar también en el Puig de la Misericòrdia (Vinaròs, Castellón) (Oliver et al., 2021). En este caso, destaca el ámbito formado por los sectores 15-16, que ha proporcionado una notable reserva de alimentos y un destacado conjunto de vajilla fechable en la primera mitad del s. VI a.C. Dichos recintos formaban parte de un edificio fortificado ubicado en la parte más elevada de un asentamiento que sufrió un incendio y abandono repentino a mediados del s. VI a.C. Ello garantizó el buen nivel de conservación de un notable conjunto de elementos cerámicos y metálicos. Concretamente, en el sector 15 (25 m2) la cerámica a torno de tipo fenicio integra: 5 ánforas, 3 pithoi, 1 urna Cruz del Negro y 1 oinochoe; a su vez, entre el conjunto de vajilla en cerámica a mano destaca la presencia de 3 jarras/botellas para el servicio de los líquidos, un embudo y un mínimo de 8 vasitos/tacitas para el consumo de la bebida. Además, sobresale de forma significativa la imitación en cerámica a mano de un thymateriono quemaperfumes y también de un cucharón cerámico que imita un simpulum. Entre los elementos metálicos de hierro se señala la presencia de algunos fragmentos de cuchillo y también se apunta el posible uso como asadores de algunas varillas (Oliver et al., 2021, p. 78).
Entre el conjunto de casos que hemos valorado, el núcleo de Aldovesta (Benifallet) ilustra una situación que puede utilizarse como punto de partida. En este caso, la significativa acumulación de productos alimentarios, ligada a la práctica ausencia de instrumentos que podamos calificar propiamente como diacritical insignia, nos sitúa claramente en la esfera de unas políticas de comensalidad competitivas centradas en la convocatoria de banquetes comunitarios de carácter promocional (empowering feasts); es decir, festines cuya convocatoria es entendida y planteada como un medio que posibilita la obtención de poder y prestigio en sociedades en que los roles y rangos políticos no están plenamente institucionalizados (Dietler, 1999, pp. 142-145). Es esta una situación que induce a plantear la celebración periódica de unos festines en los que el grupo o linaje establecido en Aldovesta ostentaría muy probablemente la capacidad de movilizar un mayor volumen de recursos (sobre todo exóticos) respecto a otras familias y grupos vecinos. El inusual volumen de ánforas fenicias documentado permite plantear incluso la celebración de grandes ceremonias competitivas de ámbito interregional en las que podían participar miembros de grupos residentes a mayor distancia (Sanmartí, 2010, p. 95). En cualquier caso, no podemos obviar que la distribución de contenedores fenicios (ánforas y pithoi) está profusamente documentada en múltiples asentamientos del área de Aldover-Tivenys-Benifallet, muy cercanos a Aldovesta. Ello podría indicar que, en un segundo escalón, otros grupos o linajes tuvieron también opción de patrocinar sus propios banquetes promocionales aportando un volumen limitado de estos productos exógenos, ya fuera en el marco de sus propias comunidades o invitando a los miembros de otras comunidades vecinas. En este sentido, resultan especialmente interesantes las novedades que ha aportado la excavación del yacimiento de Els Tossals (Aldover, Tarragona) (Ferré et al., 2016). Se trata de unos trabajos que han permitido documentar la existencia de un caserío destinado al estabulado del ganado (rebaños de ovicápridos y bóvidos), resultando también destacable la notable presencia de materiales cerámicos fenicios recuperados (25% del NMI). Es, por lo tanto, otro núcleo que habría podido desempeñar un rol socioeconómico importante en esta misma zona.
En el caso de Sant Jaume, constatamos una realidad diferente, ya que, al margen de la significativa concentración de ánforas fenicias, destaca también la presencia de un extenso y complejo servicio de vajilla que incluye una serie de ítems distinguidos de carácter diacrítico. En total un 22,85% de los instrumentos que conforman dicho conjunto (simpulum, asador, hacha, cuchillo, mortero-trípode, clepsydra, cuenco y plato fenicios) puede incluirse en la categoría de los objetos distintivos o diacritical insignia, algo que nos da pistas muy relevantes sobre la práctica de unos parámetros específicos para el consumo de la carne y del vino. Sant Jaume nos ilustra un episodio particular y concreto, que en lo que a la comensalidad se refiere nos ubica en un interesante escenario de transición (Sardà et al., 2016, pp. 50-55), en cuyo marco se constata como emergen ciertos parámetros destinados a remarcar el carácter distinguido y la expresión de estatus social de un determinado linaje. Y, a la vez, observamos que los banquetes comunitarios, a pesar de mantener aún estrechas conexiones con las dinámicas de comensalidad de raíz competitiva, se podrían estar transformando en algo muy próximo a los banquetes patronales (patron-role feasts), basados ya en un vínculo tributario de tipo clientelar (Dietler, 1999, pp. 142-145). Si tenemos en cuenta que en Sant Jaume el contacto directo y regular con el comercio fenicio debió de conllevar una demanda creciente de determinados bienes locales (especialmente determinados metales como el plomo), el acceso regular a este tipo de bienes sólo pudo garantizarse ampliando las redes de influencia social y creando nuevas relaciones de interdependencia con territorios y comunidades vecinas. Estas nuevas relaciones podrían estar ya forjadas o apoyadas en nuevos vínculos de dependencia desigual, basados en este caso en el reconocimiento del rol diferencial desempeñado por Sant Jaume. Todo ello nos sitúa ante un episodio en el que se habrían instaurado de forma pionera unas estrategias marcadamente orientadas a la institucionalización del poder político. En este sentido, conviene señalar que el núcleo fortificado de Sant Jaume ha sido interpretado como la residencia de un linaje aristocrático que ostenta el poder sobre una entidad política territorial de base polinuclear, regida ya por un sistema de jefatura simple (Garcia i Rubert, 2015; Garcia i Rubert et al., 2016).
Por otro lado, y a diferencia de lo que se constata en Aldovesta o Sant Jaume, los recintos turriformes como Turó del Calvari no presentan espacios destinados al estabulado de animales, ni evidencias que puedan relacionarse de forma clara con la realización de tareas productivas y/o de abastecimiento de carácter supradoméstico. En el caso de Turó del Calvari, es probable que las limitaciones a la hora de ampliar la base de recursos pudieran llevar a establecer relaciones fuera de la familia o del linaje a través de celebraciones y relaciones de intercambio vehiculadas a través del banquete, con el objetivo de acceder a ciertos alimentos y proveerse de excedentes. Ello permite plantear que pudiera tratarse de un recinto de reunión intergrupal en el cual podían congregarse de forma periódica distintas familias o linajes (y sus representantes) en una buffer zone o territorio de frontera entre la zona del propio curso inferior del Ebro y el área bajoaragonesa (Diloli et al., 2018, pp. 190-192). Desde esta perspectiva, en Turó del Calvari la gestión de los ciclos ceremoniales y la práctica exclusiva del ritual del vino pudo convertirse en la clave de acceso a determinados recursos y alianzas sociales. Es esta una dinámica que nos aproxima a la idea del tributo de alimentos y bebidas y que parece situarnos aún más firmemente en la esfera de los banquetes patronales (patron- role feasts), en los cuales los grupos invitados están obligados a proporcionar y entregar una parte de su propia producción, como requisito previo a la participación en el festín. Además, también podemos pensar en otras fórmulas, como los banquetes de trabajo (work-party feasts), que representan un mecanismo muy común para movilizar la reserva de alimentos (Dietler y Herbich, 2001). Se trata de un tipo de banquete que, en etapas posteriores del mundo ibérico septentrional, habría podido desempeñar un papel clave a la hora de facilitar la prestación de servicios por parte de los grupos subordinados a las élites aristocráticas de los siglos IV y III a.C. (Asensio, 2016). Además, en Turó del Calvari el uso de una serie de elementos refinados de vajilla local de marcado carácter orientalizante (oinochoai y platos) parece situarnos en un escenario marcado por la creciente importancia de los festines de carácter restringido o diacrítico, basados en el estilo y la exclusividad de los productos consumidos y de los instrumentos utilizados (Dietler, 1999, pp. 142-145). En este sentido, debemos apuntar que ciertas tendencias documentadas en Turó del Calvari encuentran correspondencia con los datos obtenidos en la fase II de Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona) (590-560 a.C.). Este último es un asentamiento donde el conjunto más significativo de vajilla se concentra en las habitaciones I y II, dos recintos que incluyen ciertos elementos de carácter especializado que parecen estar vinculados con las prácticas cultuales y el consumo comunitario de la bebida (Sanmartí et al., 2000, p. 243). Además, destaca también el conjunto de materiales documentado en los niveles de relleno de una cisterna amortizada (Sanmartí et al., 2000, figs. 5.180, 5.181, 5.182, 5.183), porque puede relacionarse con los restos de una escombrera generada por la celebración de determinadas prácticas de consumo excepcional, tal y como se desprende del tipo de elementos recuperados (dos copas, un cuenco, un plato, un oinochoe, un thymiaterion, una lekané y una tapadera) y de la significativa presencia de restos de fauna procedentes de este mismo depósito. En este sentido, la información recuperada en Barranc de Gàfols contribuye a hacernos pensar que durante la primera mitad del s. VI a.C. las formas de banquete basadas en el estilo, más que en la cantidad de lo consumido, empezaban a tener un papel importante (Sanmartí et al., 2009, p. 229). Esto permite pensar en la existencia de un sector social netamente diferenciado del resto, o que, al menos, pretende serlo. Así, en el caso de Barranc de Gàfols, la presencia de dos copas y un cuenco nos informa de la introducción de ciertos instrumentos exóticos destinados específicamente al consumo individualizado de la bebida, algo que junto con la adopción del oinochoe, permitiría expresar un mensaje diacrítico remarcado. Ahora bien, en función de las características del asentamiento y del tamaño del grupo que pudo habitarlo (unas 30 personas), Barranc de Gàfols corresponde a un concepto de asentamiento comunitario nítidamente distinto al modelo que representan Turó del Calvari, En Balaguer I y Puig de la Misericordia, pues éstos responden a la construcción de auténticas casas diferenciadas (exentas o directamente aisladas) y marcadamente fortificadas, que actúan como espacios de congregación social a nivel microrregional y que cumplen en lo que a diseño arquitectónico se refiere una clara función representativa. De hecho, participan de un fenómeno regional más amplio que, en la primera mitad del s. VI a.C., también detectamos a través de otros ejemplos, tal y como bien reflejan las fases de ocupación inicial del Coll del Moro (Gandesa, Tarragona) (Rafel et al., 2015) y La Gessera (Caseres, Tarragona) (Diloli, 2021).
El conjunto global de episodios de segregación social que documentamos durante la Primera Edad del Hierro en el bajo valle del Ebro nos ilustra claramente el rol destacado que desempeñaron determinadas casas, al disponer de un acceso desigual al poder (y al capital económico, social y simbólico).
Por ello, pensamos que a nivel interpretativo resultan útiles algunos parámetros conceptuales de los modelos inspirados en la teoría de las house-societies (Lévi-Strauss, 1991; Joyce y Gillespie, 2000; Gillespie, 2007). Es decir, entendemos que más allá de sus particularidades edilicias y contextuales, el conjunto de casas diferenciales que hemos analizado puede ser leído y valorado como resultado de la materialización de unas nuevas instituciones sociales. En este sentido, conviene tener en cuenta que la extensión social de la casa es variable, pues puede integrar uno, dos o más linajes. Y en ella confluyen y se entrelazan múltiples factores relacionales: ascendencia, filiación, residencia y alianzas matrimoniales (próximas o alejadas) (Pool, 2017, p. 113).
Además, se ha señalado que sólo el grupo central de una casa (los miembros de más alto rango) suele utilizarla como residencia, mientras que el resto de integrantes únicamente se reúnen en ella en ocasiones rituales especiales (Errington, 1989). En cualquier caso, queremos dejar claro que en el presente trabajo no se ha pretendido contraponer las “sociedades de casa” con las jefaturas. Tal y como ha sido señalado, algunas sociedades de casa podían estar organizadas en forma de jefatura, pero otras no (González-Ruibal y Ruiz-Gálvez, 2016; Ruiz-Gálvez, 2018).
Recurrir a la casa como mecanismo social que permite subvertir las estrictas relaciones de parentesco resulta especialmente obvio entre aquellas comunidades que no presentan una estructura política compleja centralizada, pero en las cuales se están instaurando fuertes desigualdades (González-Ruibal, 2006, p. 145). En este sentido, es interesante tener en cuenta que los integrantes de una casa puedan tener también vínculos superpuestos con otras casas, ya que su capacidad para hacer valer su derecho de membresía puede depender de varios criterios: la participación previa de sus ascendientes, la capacidad para contribuir al mantenimiento de la casa o, precisamente, la aportación y participación activa en las celebraciones y prácticas rituales convocadas por la misma. Es este un conjunto de parámetros que permite efectuar una aproximación más precisa a la diversidad de situaciones y de episodios transicionales encaminados a la institucionalización del poder político y que se constata en la Primera Edad del Hierro del bajo valle del Ebro.
El desarrollo de estrategias de reproducción social para intentar mantener el patrimonio y transmitirlo intacto a las siguientes generaciones actúa como un factor crucial en el surgimiento de las sociedades de casa. La acumulación de bienes y el uso exclusivo de ciertos objetos de valor, a menudo considerados sagrados, contribuye al crecimiento del poder ritual que, en última instancia, puede ser transformado en poder político (Gillespie, 2000, p. 51). En todo caso, las casas que se han analizado en este trabajo tuvieron un corto desarrollo histórico, tal y como bien indica el abandono súbito y violento de todos los ejemplos analizados. Resulta razonable suponer que ello pudiera deberse a las situaciones de marcada inestabilidad social que acompañaron estos intentos pioneros y acelerados de afianzar la institucionalización del poder aristocrático por parte de unas determinadas casas. En definitiva, pensamos que las evidencias analizadas nos sitúan más concretamente en un horizonte de una “sociedad de casa” en gestación, que colapsó antes de llegar a desarrollar plenamente todos sus atributos.
El presente trabajo recoge resultados obtenidos en el desarrollo de los proyectos que actualmente lleva a cabo nuestro equipo de investigación (GRESEPIA-URV) en el área de estudio analizada: Paleo-paisatge, poblament i canvi social: models d’ocupació territorial a l’antiga desembocadura de l’Ebre (Ier Mil·lenni aC) (2022-25) (CLT009/22/000083/ IP: Samuel Sardà Seuma) y Evolució de l’ocupació del territori al curs inferior de l’Ebre durant la protohistòria (2022-25) (CLT009/22/000082/ IP: Jordi Diloli Fons).
Quisiéramos agradecer a los investigadores que, en el marco de múltiples situaciones y ocasiones, han compartido con nosotros reflexiones, ideas y datos sobre la protohistoria del bajo valle del Ebro: Jordi Diloli, Ramon Ferré, Marc Prades, Ivan Cots, David Garcia i Rubert, Rafel Jornet, Núria Rafel, Carme Belarte y Luis Fatás, entre muchos otros.
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