Samuel Nión-Álvarez
Universidade de Santiago de Compostela/INCIPIT-CSIC
Monte Gaiás s/n, Edificio Domingo Fontán, 15702 Santiago de Compostela, A Coruña
samuel.nion.alvarez@usc.es 0000-0001-9717-2383
(Responsable de correspondencia)
María Guadalupe Castro González
Universidade de Santiago de Compostela
Monte Gaiás s/n, Edificio Domingo Fontán, 15702 Santiago de Compostela, A Coruña
guadalupe.castro@usc.es 0000-0002-4061-0407
Alba Lucía Carneiro Alonso
Praza da Universidade 1, 15702 Santiago de Compostela, A Coruña
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Resumen El presente trabajo realiza una aproximación arqueológica al Edificio de los Betilos (Castro de Elviña, A Coruña), una construcción de carácter cultual identificada en el año 2017. Con escasos ejemplos equiparables en el Noroeste de la Península, su estudio permite comprender el valor de las interacciones culturales con otros pueblos del sur peninsular como un elemento clave para el desarrollo de Elviña como asentamiento de gran complejidad interna. Este trabajo afronta un análisis arqueológico y arquitectónico, explorando cuestiones relativas a sus fases de ocupación, las actividades realizadas en cada área o su orientación funcional. Los resultados permiten comprender la dimensión simbólica del edificio, valorando las influencias endógenas y exógenas en su estructuración interna y comprendiéndolo como un elemento central para la sanción y legitimación de relaciones transculturales a larga distancia. Finalmente, se sugiere un análisis a escala macro, comprendiendo su génesis y desarrollo en el contexto de las relaciones atlánticas entre Gades, Roma y el Noroeste galaico.
Palabras clave Edad del Hierro, Noroeste peninsular, Elviña, oppidum, interacciones culturales, betilos.
Abstract The following work explores an archaeological approach to the Baetylic Cultual Building, a construction of a religious nature discovered in 2017. With only a few comparable examples in the Iberian Northwest, this building provides fresh information on the cultural interactions with South Iberian communities, a key element in the development of Elviña as an oppidum. This paper faces an archaeological and architectural analysis, addressing questions such as its phases of occupation, cronologies, the orientation of the material culture or the funcional specialisation by rooms. The cultic orientation of the building is also assessed, tackling the endogenous and exogenous influences as a central element for sanctioning and legitimating long-distance transcultural relations. Finally, a regional analysis is built on a macro-scale study of the relations between Gades, Rome and northwest Galicia. Its aim is to provide a framework for understanding these cultural dynamics, as well as the emergence and fall of the baetylic building within the oppidum of Elviña.
Keywords Iron Age, NW Iberia, Elviña, oppidum, cultural interactions, baetyls.
Fecha recepción: 03/05/2023 | Fecha aceptación: 07/08/2023
Nión-Álvarez, S., Castro González, M. G. y Carneiro Alonso, A. L. (2023): “El Edificio de los Betilos (Castro de Elviña, A Coruña): religiosidad e interacciones culturales en la Edad del Hierro del Noroeste”, Spal, 32.2, pp. 115-148. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2023.i32.14
2. Elviña: un oppidum allende el Finisterre
3. El Edificio de los Betilos: contextos y estructura
3.1. El Edificio de los Betilos: contextos y estructura
4. Usos, funcionalidades e implicaciones culturales
5. Cuando el Mediterráneo llegó al Atlántico: el Edificio de los Betilos como middle ground
5.1. Estrechando lazos entre Gades y Elviña
5.2. Un abrupto final: ¿todos los caminos conducen a Roma?
Figura 1. Localización del caso de estudio.
Figura 3. Ubicación y fecha de las campañas de excavación realizadas en el Castro de Elviña.
Figura 4. Planimetría del Castro de Elviña y ubicación del Edificio de los Betilos.
Figura 5. Fotografía aérea del Edificio de los Betilos.
Durante el verano de 1985, Felipe-Senén López Gómez, director del Museo Arqueológico de A Coruña, coordinó la primera intervención arqueológica que se aventuraba de forma sistemática en la acrópolis del Castro de Elviña (A Coruña) (fig. 1). En esta campaña, se identificaron materiales que, por aquel entonces, se consideraban insólitos en un castro: cerámica campaniense, ánforas vinarias procedentes de la bética, posible cerámica fina gaditana… Por desgracia, el prematuro final de la intervención no permitió conocer su contexto estructural. Los datos de esta excavación permanecieron olvidados durante más de tres décadas, por lo que nada hacía esperar que, durante la campaña de excavación realizada entre 2017 y 2018 (bajo la dirección de Luis Francisco López González), se identificase una de las construcciones más singulares de la Edad del Hierro del Noroeste: el Edificio de los Betilos del Castro de Elviña. Esta construcción no sólo permite subrayar la presencia de edificios betílicos en el Noroeste (ya conocida, aunque con muy escasos ejemplos: González-Ruibal, 2006; Ferrer Albelda et al., 2021), sino también explorar el grado de influencia de las interacciones con el mundo mediterráneo en este ámbito. Como veremos, su contexto, ubicación y cronología permiten explorar nuevas perspectivas sobre la relevancia de este tipo de construcciones.
El presente trabajo realiza un primer estudio integral de esta edificación, centrado en sus características constructivas y su registro material. Su objetivo es realizar una primera valoración conjunta del edificio, valorando aspectos como su secuencia ocupacional, las actividades realizadas o el peso de la influencia exógena en su génesis y desarrollo. Estos datos permiten comprender al Edificio de los Betilos como un elemento central en el sistema de relaciones desarrollado entre los habitantes del castro y las comunidades provenientes del sur peninsular, además de comprender su valor en el contexto interno del poblado y explorar su relación con distintos procesos a mayor escala.
El Edificio de los Betilos se sitúa en el área sudeste de la acrópolis del Castro de Elviña (A Coruña), un prominente poblado fortificado de 7-8 hectáreas de extensión situado en una pequeña colina, con gran control visual sobre las rutas naturales de comunicación (tanto marítimas como terrestres). El yacimiento fue excavado por primera vez en 1947, bajo la dirección de Luis Montegudo, trabajos que continuaron de forma discontinua, bajo distintos responsables, organismos financiadores y proyectos, hasta el día de hoy. Por desgracia, y a pesar del tiempo, esfuerzo y recursos invertidos en el yacimiento, el Castro de Elviña apenas ha contado con una repercusión científica equivalente, más allá de algunas publicaciones esporádicas (Luengo Martínez, 1956; Monteagudo García, 1990; Bello Diéguez y González Afuera, 2008), por lo que resulta necesario exponer una breve síntesis de sus características.
Elviña se define por un recinto de gran monumentalidad, delimitado por tres líneas de muralla de las que destaca la prominente entrada del acceso exterior suroeste, con tres puertas, varios torreones y más de 35 m de longitud. Todas las líneas de defensa semejan haberse construido bajo una planificación con criterios comunes y bien definidos, cuyo inicio podríamos situar entre finales del s. III a.C. e inicios del II a.C. (Nión-Álvarez, 2022b, p. 267). Son varios los argumentos que permiten sostener esta propuesta cronológica: en primer lugar, el gran asentamiento fortificado que define actualmente Elviña se erigió sobre un castro situado en el mismo emplazamiento, cuyo uso perduró hasta el siglo IV a.C., quizás amortizándolo (Nión-Álvarez, 2021, pp. 402-405). A falta de una mayor precisión de las producciones locales, algunas importaciones, como algunos recipientes askoides, ánforas grecoitálicas o Dressel 1a tempranas encajan cronológicamente en las últimas centurias del siglo III a.C. (Bello Diéguez y González Afuera, 2008, p. 335; Sáez Romero et al., 2019, pp. 617-618), si bien es cierto que el grueso de las importaciones se encuadra en los siglos II y I a.C. Finalmente, en los últimos años se han realizado varias dataciones radiocarbónicas, tanto en el entorno del Edificio de los Betilos como en la Exedra. Todas ellas son coherentes con un uso de estos espacios en los primeros momentos del siglo II a.C. (véase Tabla 1), o quizás antes, pues estudios aún inéditos indican que esta fase del poblado ya estaba en activo con anterioridad, atendiendo a la existencia de niveles de uso previos a algunas de las dataciones radiocarbónicas (Beta-667107 y Beta-667108) (fig. 2).
La homogeneidad de estas estructuras es palpable si consideramos la semejanza técnica y logística que subyace en todo el conjunto. Esto es apreciable, por ejemplo, desde las características técnicas de los accesos, pues todos se definen por una idéntica morfología, técnica constructiva y relación de intervisibilidad mutua, además de estructurar las zonas de tránsito del poblado bajo una concepción unitaria de su planificación (fig. 3).
La monumentalidad de Elviña también se ve reflejada en otras expresiones arquitectónicas. Un ejemplo son las cuatro edificaciones de carácter colectivo y/o cultual, un fenómeno poco habitual para el Hierro del Noroeste. La presencia de este tipo de espacios permite remarcar la complejidad de la planificación constructiva del poblado y la intencionalidad de definir espacios complejos ajenos al hábitat común de un castro, apuntando hacia cierta capacidad para controlar y orientar la fuerza productiva y posibilitando su interpretación como oppidum (Nión-Álvarez, 2022b, p. 271).
El destacado peso de las edificaciones “públicas” o “no domésticas” contrasta, paradójicamente, con una reducida presencia de espacios habitacionales. Éstos se localizan, en su mayoría, en la acrópolis, destacando un complejo conjunto doméstico (GE13001) que denota ciertas semejanzas con el modelo bracarense de las casas-patio (González-Ruibal, 2012, p. 256). En este caso, también se estructura en torno a un espacio privatizado (un pequeño corredor) y cuenta con varias estancias con distintas funcionalidades, aunque predomina la habitacional (Nión-Álvarez, 2023, p. 18), destacando la posibilidad de que hayan controlado tareas de posible prestigio, como la orfebrería (Bello Diéguez y González Afuera, 2008, p. 331).
Un último aspecto representativo es la recurrente presencia de materiales procedentes del área itálica y del sur peninsular. La presencia de materiales de importación en el Noroeste es un fenómeno bien conocido y estudiado durante los últimos años (González-Ruibal et al., 2010; Sáez Romero et al., 2019; García Fernández, 2019; García Fernández, 2020), pero esta dinámica de interacción suele estar centrada en las Rías Baixas, siendo Elviña y Campa Torres (Gijón, Asturias) los únicos asentamientos conocidos que rompen esta norma en puntos más septentrionales. En este caso, el flujo de materiales parece iniciarse en el siglo III a.C. con la presencia de varios ejemplares de grecoitálicas (Bello Diéguez y González Afuera, 2008, p. 335), aunque son otras ánforas vinarias, como las Dressel 1, las que cuentan con una mayor representatividad en el yacimiento. Mayoritariamente presentes en espacios abiertos o edificaciones colectivas, buena parte de los objetos de importación proceden del área bética, especialmente del entorno gaditano (García Fernández, 2019, p. 120), aunque también se ha documentado una cantidad significativa de cerámica campaniense (Nión-Álvarez et al., 2021, p. 131) (fig. 4).
Figura 4. Planimetría del Castro de Elviña y ubicación del Edificio de los Betilos. ^
Es posible, además, que este flujo de materiales no se limitase al espacio del castro, sino que implicase una estrategia de recepción y/o territorialización del paisaje circundante. En la península de A Coruña, se han identificado materiales de formas, tipologías y cronologías coetáneas a Elviña en contextos aparentemente no habitacionales. Los estudios pioneros de Naveiro López (1981; 1982) en la Bahía de A Coruña permitieron identificar la presencia de producciones gadiritas que llegan a remontarse al s. IV a.C. Las importaciones más abundantes, no obstante, se enmarcan en los siglos II y I a.C., siendo en su mayoría ánforas vinarias, y destacando, incluso, la presencia de producciones de origen rodio (Sáez Romero et al., 2019, p. 620). Atendiendo a los datos actuales, ya con contextos estratigráficos, este enclave parece tratarse de un espacio portuario de recepción y consumo, directamente relacionado con la llegada de estos bienes (Nión-Álvarez et al., 2021, p. 151), cuestión que remarca la relevancia de las interacciones entre el mundo ártabro y el mediterráneo (fig. 5).
El Edificio de los Betilos se define como una construcción de planta irregular de 55 m2 dividida en tres estancias (A, B y C). Todos sus paramentos se definen por una mampostería asogada con piedras graníticas de tamaño medio (10-20 cm) trabados con una argamasa realizada con una tierra de tonalidad marrón carente de cal. Su anchura oscila entre los 45 y los 50 cm. La planta del edificio se estructura acorde al camino de ronda que, además de delimitar y jerarquizar el tránsito interno de la acrópolis, también funciona como paramento este del edificio betílico (López González, 2018). A nivel estratigráfico, todos los muros forman parte de una misma fase constructiva. Los primeros en ser construídos son los de las Estancias A y B, para posteriormente adosárseles dos tramos orientados hacia el Norte, componiendo la Estancia C (fig. 6).
La Estancia A es la más representativa del conjunto. Con una extensión de 18 m2, cuenta con un total de cuatro betilos dispuestos a lo largo de la estancia, orientados en dirección N-S y permitiendo un espacio de tránsito en el interior. Tres de los cipos se conservan in situ, mientras que el restante se encuentra caído, quizás alineado con el resto de los betilos (López González, 2018). No se descarta la presencia de un quinto cipo en una oquedad cercana (véanse figs. 6 y 8). Todos los monolitos presentan cuatro facies talladas y alineadas geográficamente con los cuatro puntos cardinales (Nión-Álvarez, 2021, p. 472). Además de los betilos, la estancia cuenta con un posible altar, situado en la parte sudoeste del edificio. Se trata de una piedra granítica de forma cuadrangular cuya superficie superior ha sido tallada y aplanada, alineada con el cipo del lado sudeste y con el hueco del betilo ausente al noroeste (López González, 2018) (fig. 7).
Por su parte, la Estancia B, de 14 m2 de extensión, se encuentra separada de la A por un muro medianero y un escalón, situándose a una mayor altura que la Estancia A. Esta misma relación se produce con la Estancia C, también escalonada, que define un espacio de unos 16 m2 de extensión y que parece haber funcionado más como un atrio que como una verdadera estancia, en buena medida, por tratarse de un espacio abierto (por lo menos, en el ámbito norte. En su interior, destaca la presencia de un hogar y un conchero en su área oeste. Al norte de esta estancia, se encuentra un doble muro escalonado, que da acceso hacia el afloramiento rocoso de la zona. En este espacio, se documentan varios elementos arquitectónicos (muretes, agujeros de poste) y evidencias de trabajos de cantería, que regularizan y aplanan su superficie, lo que hace pensar que también hubiese formado parte del conjunto. Debe señalarse que, en esta estancia, las excavaciones de 1985 alcanzaron una mayor hondura debido a una menor potencia estratigráfica de la zona, cuestión que, como veremos, redujo el volumen de tierra potencialmente excavable y, en consecuencia, también impidió obtener una información estratigráfica más detallada en este ámbito (fig. 8).
Si analizamos la estratigrafía desde un punto de vista cronológico, y obviando los niveles agrícolas y de uso reciente, podemos señalar un destacado nivel de destrucción y arrastre de materiales (UEs 19026 y 37 en el caso de la Estancia A, 19023 para la B, 19019 para la C). Estos niveles, además de proporcionar piezas del entorno inmediato, es posible que también contengan objetos procedentes de otras áreas de la acrópolis, debido a la notable pendiente de la zona. Los materiales aparecen bastante rodados y fragmentados, además de pertenecer a distintos períodos históricos. Esta secuencia se continúa con varios sedimentos correspondientes a las fases de destrucción y abandono de la muralla y el camino de ronda (UEs 19040, 41, 42 y 43 en la Estancia A; 19045 y 51 para la B). Como puede verse en la tabla 1, las dataciones obtenidas en dos de los niveles sedimentarios (Beta-501425 y 646495), correspondientes con la amortización de la muralla, sitúan este proceso en la primera mitad del siglo I d.C., fecha coherente con los datos disponibles sobre la destrucción y abandono de los espacios defensivos sondeados en el castro (Nión-Álvarez, 2021, pp. 408-410). Esta fase no sólo tiene relación con la amortización de la muralla, sino con su abandono posterior y con eventuales reocupaciones realizadas en época galaicorromana. De hecho, los niveles datados se corresponden con esta reocupación tras el abandono de la muralla (fig. 9).
Bajo estos niveles de abandono de la muralla, se documenta un nuevo proceso de colmatación y abandono (UEs 19044-60 para la Estancia A, 19058 y 59 para la B). En este contexto, solamente se encuentran materiales de la Edad del Hierro, relacionados con una fase de sedimentación y acumulación de materiales anterior al cambio de era. Como en la fase anterior, el registro material y la acumulación sedimentaria es representativa de una fase de amortización y abandono, con una materialidad particularmente heterogénea y representativa de otras actividades alejadas del uso del edificio betílico (e.g. la producción metalúrgica), aunque sin evidencias de actividad galaicorromana. Este nivel se sitúa sobre una fase de destrucción (UE19063 y 68-69-71 para la Estancia A, 19066 para la C) que se corresponde con un proceso de demolición y relleno intencional del edificio. En este momento, se remueven materiales previamente rotos en niveles inferiores, siendo posible identificar fragmentos de un mismo recipiente en esta fase y en la de uso. Además, las características de depósito son claramente diferentes respecto a los niveles superiores, destacando una menor dispersión de materiales y un menor número de piezas, claramente relacionada en composición, forma y tipología con los contextos de uso del edificio. Este nivel de destrucción se sitúa, precisamente, sobre el de ocupación (UEs 19072 y 76 para la Estancia A, 19065 para la B, 19061 y 67 para la C). Debe señalarse que algunos de estos niveles (19072 y 76) no fueron completamente excavados en algunos puntos para evitar alteraciones en la cimentación de los betilos, asentados directamente en un agujero excavado sobre el xabre que funcionaba como su cimentación (véase fig. 6). Algunos de estos niveles son coetáneos a la cimentación de los muros del edificio betílico (UE19076, sobre los paramentos de la estancia A: López González, 2018). Como en el nivel interior, el contexto material está marcado por una mayor presencia de importaciones (especialmente, cerámica fina) y un menor número de piezas. A nivel cronológico, uno de los niveles (UE19076) ha podido ser datado en la primera mitad del s. II a.C., cuestión que, como veremos, resulta coherente con la materialidad recuperada en esta fase (véase Tabla 2 y Anexo I).
Tabla 1. Dataciones del Edificio de los Betilos.
BP |
CAL |
MAT |
UE |
CONTEXTO |
UBICACIÓN |
|
Beta-501425 |
1940 ±30 |
0-130 d.C. |
Carbón |
UE19042 |
Nivel de abandono |
Estancia A (sector norte) |
Beta-501426 |
2120 ±30 |
206-50 a.C. |
Carbón |
UE19072 |
Nivel de uso |
Estancia A (sector sur, área de acceso) |
Beta-646495 |
1980 ±30 |
43 a.C.-120 d.C. |
Carbón |
UE19043 |
Nivel de uso |
Estancia A (sector central) |
Beta-667107 |
2120 ±30 |
201-49 a.C. |
Carbón |
UE041 |
Nivel constructivo |
Casa de la Exedra (ladera E) |
Beta-667108 |
2130 ±30 |
205-51 a.C. |
Carbón |
UE037 |
Nivel de uso |
Casa de la Exedra (ladera E) |
El presente trabajo ha analizado un total de 4337 objetos relativos al espacio interno del Edificio de los Betilos, descartando niveles vegetales y de uso agrícola (el estudio de materiales completos, incluyendo un apartado gráfico general para la totalidad del yacimiento, puede consultarse en López González, 2018). Como es habitual, la mayor parte son cerámicos (el 98.2%, 4258 fragmentos), a los que hay que sumar 55 fragmentos de elementos relacionados con la producción metalúrgica (1.3%), 10 líticos y los escasos fragmentos de objetos metálicos (9 piezas) y fusayolas de cerámica (5 piezas) documentados en el edificio (para una relación detallada de los materiales identificados en cada estancia, desglosados por unidad estratigráfica, fase y adscripción cronocultural, véase Anexo I).
Desde un análisis global, el conjunto no parece presentar características particularmente novedosas. Hay una minoría de elementos de importación (el 2.3%); dentro de la cerámica de producción local destaca la cerámica lisa (97.2%); las formas mayoritarias en la cerámica local son las ollas (81.9%), como suele ser común en la región (González-Ruibal, 2006-2007, p. 457); las decoraciones más representadas se componen de diseños simples espatulados, incisos o plásticos; y las tipologías identificadas mayoritariamente (ollas facetadas de diverso tipo, ollas «en cinco», tinajas Borneiro A y de labios facetados o engrosados - fig. 10.1-2) remiten a una producción típica de esta región alfarera de la costa cantábrica (González-Ruibal, 2006-2007, p. 459-463). Sin embargo, gracias a un análisis en detalle de los materiales, encontramos ciertas peculiaridades morfológicas y decorativas en la cerámica indígena.
Primero, hemos detectado una presencia inusual de formas abiertas (cuencos y platos: figs. 10.3 y 10.5), prácticamente inéditos en la cerámica de la región. En particular, los cuencos (10 individuos) están mínimamente representados en las obras de referencia: solamente se ha sistematizado el cuenco tipo Corredoiras (Rey Castiñeira, 1992, pp. 395-399) y la forma 3 de Martins (1987). De la misma forma, en estudios de materiales de yacimientos ampliamente excavados con cronologías similares, como Alto do Castro (Parcero-Oubiña y Cobas Fernández, 2006), Doade (Sánchez Blanco y Prieto Martínez, 2019) o Armea (Rodríguez Novoa, 2021) se ha destacado el reducido porcentaje de este tipo de elementos. Autores como González-Ruibal (2006-2007, pp. 458-466) relacionan la presencia de este tipo de formas con la alfarería de la zona norte e interior de Galicia, mostrando su ausencia en la zona de las Rías Baixas y de la cuenca sur del Río Miño. Esto podría indicar un rasgo de regionalización poco estudiado, provocado por la falta de estudios sistemáticos de cerámica de la Edad del Hierro en la fachada norte e interior de Galicia. De hecho, no contamos con muestras relativas a piezas semejantes en otros estudios de la zona (Rey Castiñeira, 1992; Calo Ramos, 1999; González-Ruibal, 2006-2007), pero los indicios documentados en Elviña y su hinterland apuntan en esa dirección.
Los platos (3 individuos) no aparecen representados en los repertorios tipológicos conocidos. Aunque se tiene constancia de fuentes con o sin asas de orejas interiores (Rey Castiñeira, 1992, p. 432; González-Ruibal, 2006-2007, p. 497), este tipo de platos de pequeño tamaño (entre los 13 y 14 cm de diámetro de boca: fig. 10.5), de fondos planos, con protuberancias a modo de pequeño pie y paredes rectas son, por ahora, desconocidos en el repertorio de la cerámica castrexa.
La decoración (fig. 10.6-10) también presenta algunas peculiaridades. Este conjunto muestra una amplia combinación de técnicas (plástica en forma de cordones simples, líneas horizontales incisas aisladas, reticulados espatulados o bruñidos…) propia de la cerámica de la región norte. Esto es coherente con las tipologías anteriormente mencionadas y refuerza la idea de que el conjunto cerámico documentado en esta estructura fue producido siguiendo elecciones técnicas típicamente locales.
Aun así, dentro de los motivos típicos de esta tradición alfarera pueden encontrarse ciertos elementos destacados. Por un lado, es indudable la excepcionalidad de vasijas con decoración perlada (5 recipientes). Este tipo de decoración es, cuanto menos, reducido en la mayoría de los estudios sistemáticos de patrones decorativos (Calo Ramos, 1999) destacando por ser la técnica decorativa utilizada en posibles esqueomorfos en cerámica de contenedores metálicos, como las sítulas de bronce, usadas en contextos altamente ritualizados (Seoane Novo, 2017).
A este tipo de recipientes excepcionales hay que sumar una vasija tipo Borneiro B (1 individuo – fig. 10.1, superior derecha). Este tipo de vasijas solamente se han recuperado en A Cidá de Borneiro, y su fabricación implica un proceso técnico altamente cualificado (Rodríguez-Corral, 2008). Esta vasija, así como los soportes profusamente decorados con perlas y otros motivos mencionados anteriormente, se han vinculado con banquetes y actividades colectivas (González-Ruibal, 2006-2007, p. 462).
Otra de las peculiaridades de los patrones decorativos es la presencia de motivos que emplean la estampilla. Aunque solo el 7.6% de los individuos decorados (9 piezas) presentan esta técnica, no es lo habitual en esta región (suelen aparecen en porcentajes inferiores al 5%: González-Ruibal, 2006-2007, p. 463). Dentro del registro podemos ver estampillas típicas para la cerámica de los s. II-I a. C. en la costa cantábrica, como son las sigmas en friso o aisladas, pero también motivos estampillados de círculos simples, concéntricos o incluso con forma triangular (fig. 10.8), prácticamente ausentes en esta región y más comunes en la alfarería de las Rías Baixas – cuenca del Miño.
Esto refuerza la hipótesis de que el tratamiento decorativo de algunos recipientes fue diseñado ex profeso para este edificio, al no tratarse de una cerámica para un uso común. Para comprender la excepcionalidad de estas producciones en el área ártabra, los ejemplos más septentrionales de castros con motivos variados de estampilla son Doade (Sánchez Blanco y Prieto Martínez, 2019), Castrovite (Rey Castiñeira et al., 2011); ambos en la zona norte del interior de la provincia de Pontevedra, o Viladonga en los alrededores de la actual ciudad de Lugo (Dorrego Martínez y Rubiero da Pena, 1998).
Centrándonos en la cerámica de importación, puede apreciarse la presencia de cerámica común romana y TSH, en particular una forma de 15-17 y una Forma 30 decorada (fig. 11.3), recuperadas en la fase de abandono posterior a la destrucción de la muralla. Dejando aparte la 15-17, cuyas cronologías son particularmente amplias, la Forma 30 se corresponde con una de las producciones de TSH más tempranas. En el caso del NW peninsular, suelen encuadrarse en las décadas centrales y finales del s. I d.C. (López Pérez, 2004, pp. 147-148). Estas fechas son coherentes con un fragmento de Dressel 7-11 (fig. 11.1, superior izquierda) identificada en este mismo nivel (Vargas Fernández, 2019, p. 500), así como con las dataciones absolutas obtenidas para esta última fase de abandono (véanse Tablas 1 y 2), representativas de un proceso claramente posterior al uso del edificio. Analizando el resto de las producciones anfóricas, destaca la identificación de tres contenedores adscribibles a formas del grupo T-7 de Ramón Torres (1995). El análisis de las piezas indica su adscripción a las producciones iniciales (Sáez Romero, 2008, p. 498), probablemente en el marco de las T-7.4.3.2-7.4.3.3 “antiguas”, con ejemplares en los que únicamente se refleja una moldura en el labio. De hecho, uno de los recipientes identificados (fig. 11.1, central izquierda) no conserva moldura alguna debido a las alteraciones postdeposicionales, indicando una decoración plástica menos profusa, coherente con estas primeras producciones. La adscripción cronológica de estas T-7 más tempranas se sitúa entre el último tercio del siglo II a.C. y los dos primeros tercios del I a.C. (García Vargas et al., 2011, p. 198), aunque ejemplares más tardíos, con mayor profusión en sus molduras, pueden documentarse con anterioridad a época augústea (Sáez Romero, 2008, p. 498) (fig. 11).
Los niveles relacionados con la amortización del edificio y el uso de las diferentes estancias nos brindan una imagen material diferente. En la estancia A destaca la presencia de cerámica de importación mediterránea “no anfórica” (57 fragmentos), ausente en los niveles superiores. De hecho, el porcentaje de cerámicas alóctonas en los niveles antiguos ofrece números particularmente representativos (8,6% en la Estancia A, 7,5% en el conjunto del edificio betílico) en comparación con el cómputo global del análisis (2,3%). De estos fragmentos, hemos podido identificar varias formas muy relevantes para entender la funcionalidad de esta estancia. En primer lugar, hemos documentado 4 piezas askoi o askoides (fig. 11.6, quizás también fig. 11.4 superior derecha), cuyas pastas, muy depuradas y con coloraciones amarillentas, son coherentes con las producciones gaditanas (Sáez Romero, 2006, p. 1974). Destaca una de las piezas mejor conservadas (fig. 11.6, superior derecha), que aún conserva el arranque del asa, recordando a las formas más sencillas encontradas en el yacimiento gaditano de Centro Atlántida (Montero Fernández y Montero Fernández, 2004, p. 415). No obstante, el carácter fragmentario de la mayor parte de las piezas impide realizar una aproximación más fiable. De hecho, tampoco es descartable que alguno de los ejemplares (sobre todo la fig. 11.6, inferior central), atendiendo a su diámetro y a la morfología del fondo, encajase en las conocidas como “jarras askoides” de producción gaditana, identificadas en la Ría de Arousa y los castros de Alobre y Montealegre (Sáez Romero et al., 2019, pp. 614-615). Este tipo de producciones se encuadran entre los siglos III y I a.C., momento en que experimentan un cierto auge en el entorno gaditano, quizás como consecuencia de una mayor presencia de emigrantes púnicos tras la derrota en la II Guerra Púnica (Montero Fernández y Montero Fernández, 2004, p. 415). Más allá de su adscripción tipológica, resulta interesante la concentración de askoi en los niveles de uso, cuya presencia, vinculada con contextos cultuales, religiosos y/o funerarios (Fernández Gómez et al., 2017, p. 326) podría enfatizar el uso cultual del edificio.
También se han identificado otras formas de cerámica fina, como un kalathos (fig. 11.2) que presenta el característico borde exterior de estas producciones, con una parte superior plana, y un ligero reborde interior. La pieza se corresponde con una producción del grupo A-2 de Conde y Berdòs, producida en distintos alfares ibéricos, que experimenta su mayor difusión a mediados del siglo II a.C. (Conde i Berdós, 1992, p. 150). Estos recipientes se destinaban habitualmente al almacenaje de productos como frutos secos o miel (Nicolás Mascaró y Conde i Berdós, 1993, p. 21), bienes exóticos para el contexto del Noroeste, y tampoco son extraños en contextos sagrados o ritualizados (Seco Serra, 2010a, pp. 253-254).
Así mismo, tenemos que mencionar la aparición de una jarrita/cuenco de origen gaditano (fig. 11.4, superior izquierda), recuperada en otros contextos del NW como A Lanzada (Sáez Romero et al., 2019, p. 612) o Montealegre (González-Ruibal et al., 2010, p. 57). En el área galaica, estas piezas suelen acompañar a ánforas tardopúnicas como las T-7, siendo posible datarlas entre finales del s. II a.C. y comienzos del I a.C.
Por último, también documentamos un fragmento de campaniense A, cuya adscripción tipológica no puede identificarse debido a su alto grado de rodamiento. Según lo documentado hasta el momento, las importaciones de campaniense en el contexto de la ría coruñesa pueden enmarcarse en un arco cronológico que va desde finales del siglo III a. C. hasta mediados del siglo I a. C. (Naveiro López, 1991, pp. 27-28; Nión-Álvarez et al., 2021, pp. 130-131).
Finalmente, hemos valorado el estudio de material con relación al espacio de aparición (para una revisión pormenorizada, véase Anexo I y Tabla 2). El Edificio de los Betilos presenta un patrón muy marcado en la distribución del material: las UEs relacionadas con momentos de amortización y abandono muestran un mayor número de restos, especialmente de cerámica indígena, pero con evidencias de actividades (como la producción de metal) que no se vinculan de forma directa con las identificadas en el edificio betílico. Este es el caso de las tres últimas fases indicadas en la Tabla 2, en las que la presencia material es mucho más amplia y heterogénea. En esta línea, las primeras evidencias correspondientes con el mundo galaicorromano (TSH, Dressel 7/11, cerámica común romana procedente de Lucus Augusti) se vinculan con procesos posteriores al abandono de la muralla, quizás vinculadas a la ocupación altoimperial de la cercana Casa de la Exedra (Mañana-Borrazás et al., 2002, pp. 74-75).
El nivel inmediatamente anterior se corresponde con un proceso de abandono del edificio, previo al de la muralla. Aunque carece por completo de materialidad adscribible a época romana, todavía presenta una heterogeneidad material significativa, así como una mayor presencia de objetos rodados procedentes de otros ámbitos. Sin embargo, los registros materiales de los niveles inferiores (fase de uso y amortización intencional) presentan patrones mucho más homogéneos, tanto a nivel cronológico como formal, además de evidenciarse algunas diferencias de uso por estancias. En particular, se observa un aumento destacado de cerámica de importación fina, mayoritariamente de origen gaditano, en la Estancia A, que va asociado a una disminución considerable de cerámica castrexa. Resulta interesante una destacada presencia de materiales mediterráneos vinculados con la ritualidad (sobre todo askoi y askoides) que están completamente ausentes en otras estancias. Por su parte, los niveles de uso de la Estancia B permiten destacar una mayor presencia de cerámica indígena relacionada con el almacenaje: un total de 5 de los 6 individuos identificados se corresponde con tinajas. Esta cantidad resulta muy superior al del contexto general del edificio (un 2,9% de los individuos identificados en el conjunto), o al de otras estancias, hecho que puede indicar su funcionalidad como espacio de almacenaje. En lo referido a la Estancia C, los datos del material son algo más parcos, debido a que la excavación realizada en 1985 alcanzó una mayor hondura en este sector. A pesar de ello, en los niveles de uso pueden destacarse dos patrones de deposición material que divergen de la norma: la aparición de dos molinos naviculares, con sus respectivas manos, y una mayor presencia de material anfórico.
Tabla 2. Síntesis estratigráfica y contextual de las fases de ocupación.
FASE |
CONTEXTO |
MATERIALES RELEVANTES |
CRONOLOGÍAS |
|
19072, 19076, 19065, 19061, 19067 |
Nivel de uso |
Niveles relacionados con la ocupación del edificio betílico |
Askoi, cerámica fina bética, fíbula transmontana, cerámica castrexa, campaniense, ánfora tardopúnica |
II-I a.C. (Beta-501426) |
19063, 19068, 19069, 19071, 19073, 19066 |
Amortización intencional del edificio |
Niveles de destrucción y relleno intencional del edificio. Nivel de derrumbe con dispersión de materiales coetáneos al anterior nivel (incluso con los mismos individuos) |
Askoi, kalathoi, cerámica fina bética, cerámica campaniense, cerámica castrexa, ánfora tardopúnica |
I a.C. (¿mediados?, ¿finales?) |
19044, 19060, 19058, 19059 |
Amortización y derrumbe |
Niveles de acumulación sedimentaria posteriores, aparentemente heterogéneos y vinculados al abandono general del castro |
Cerámica castrexa, cerámica fina bética, ánfora tardopúnica, escoria de hierro |
Finales I a.C.-comienzos I d.C. |
19043, 19040, 19041, 19042, 19045, 19051 |
Derrumbe y abandono muralla |
Niveles relacionados con la amortización y abandono de la muralla. Evidencias de ocupación esporádica. Contextos materiales heterogéneos en funcionalidad y cronologías |
Cerámica castrexa, cerámica común romana, TSH, ánfora bética tardopúnica e imperial, escorias de hierro y bronce, crisol |
Primera mitad I d.C. (Beta-501425, 646495) |
19023, 19026, 19037 |
Arrastre y sedimentación |
Materiales procedentes de la sedimentación natural de zonas elevadas. Contextos muy heterogéneos con materiales de distintas actividades y cronologías |
Cerámica castrexa, cerámica común romana, ánfora bética, escorias de hierro y bronce |
I d.C. en adelante |
En conclusión, el registro material del Edificio de los Betilos ofrece un contexto excepcional, en el que la materialidad local y la mediterránea (mayoritariamente gaditana) se ponen en contacto a través de un edificio de carácter “mixto”. El conjunto de cerámica indígena refleja en sus rasgos morfotécnicos una completa asimilación a las preferencias estilísticas de la región alfarera de la costa cantábrica, incluyendo, además, elementos singulares para toda la alfarería galaica, como son la presencia de platos y elementos del servicio de mesa o la abundancia de recipientes con decoración perlada, todos ellos relacionados con la realización de banquetes y un consumo ritualizado. Esta amalgama de producciones locales y alóctonas compone un interesante contexto que materializa distintas decisiones e interacciones y que representa una concepción particularmente específica del uso de los espacios, que exploraremos en las siguientes páginas.
Como hemos visto, el Edificio de los Betilos fue construido en algún momento entre finales del siglo III e inicios del II a.C., manteniéndose en uso hasta el segundo tercio del I a.C. El edificio fue destruido y amortizado intencionalmente en algún momento de esta centuria, tal y como ocurrió con otras áreas de la acrópolis (Bello Diéguez y González Afuera, 2008), sin que sea posible precisar más al respecto. Con posterioridad, se documenta una secuencia de sedimentación relacionada con su abandono (aparentemente, previa al mundo romano) y una fase de colapso de la muralla. Es posible que esta fase fuese coetánea a la identificada en otras áreas del castro, pues otros espacios defensivos sondeados parecen indicar un proceso sincrónico (Nión-Álvarez, 2021, pp. 409-411). En el siglo I d.C., el entorno del edificio betílico, ya completamente abandonado, fue reocupado puntualmente.
Podemos destacar tres características principales de esta edificación: una funcionalidad cultual, un uso del edificio diversificado por estancias y un contexto cultural con influencias tanto locales como alóctonas. El carácter anómalo de este edificio hace necesario un estudio que permita comprender el contexto que implicó su génesis y desarrollo. Quizás podamos comenzar por el elemento más representativo de este espacio: el conjunto de grandes cipos de piedra presentes en la Estancia A. Su identificación como betilos, siguiendo la definición de Seco Serra (2010a, pp. 35-36, 45), no ofrece dudas: un betilo es una representación pétrea y (habitualmente) anicónica de una divinidad o una entidad sacralizada, con independencia de su adscripción cultural. De hecho, los edificios con betilos no siempre representan cultos de filiación u origen estrictamente fenicio, sino que reformulan algunos esquemas generales en el marco de un culto dinámico, variable e indefinible (Seco Serra, 2010a, p. 100), ajeno a esquemas iconográficos claros o bien definidos y evocando símbolos y divinizaciones cambiantes por naturaleza.
Aunque la presencia de elementos “betiliformes” es un fenómeno poco usual en el Noroeste, no es ni mucho menos exclusivo de Elviña. De hecho, podría encajar mejor en las dinámicas de interacción propias de las Rías Baixas, donde se han documentado materiales fenicio-púnicos en más de 50 yacimientos (Sáez Romero et al., 2019). En este ámbito, se han identificado los otros tres ejemplos conocidos: Castro de Alcabre (Vigo), Toralla (Vigo) y A Lanzada (O Grove), aunque las evidencias disponibles en estos dos últimos casos son bastante más exiguas. En Toralla, fue recuperado un betilo in situ que pertenecía a una fase anterior del poblado, así como un segundo reutilizado en una vivienda circular (Ferrer Albelda et al., 2021, p. 531). En A Lanzada, se ha identificado una estructura rectangular, con una profusa cantidad de material púnico y un posible exvoto lítico (González-Ruibal, 2006, p. 140), muy semejante en forma y fondo a aquellos recuperados en asentamientos como Baelo Claudia (Jiménez Díaz, 2007). En Alcabre, se ha documentado un pequeño edificio de planta cuadrangular con tres grandes betilos hincados en el suelo (González-Ruibal et al., 2010, p. 590). Este espacio podría estar relacionado con una profusa cantidad de cerámicas de origen bético recuperada en este ámbito, si bien su relación estratigráfica no ha podido ser contrastada (Rodríguez-Corral y Rodríguez Rellán, 2019). A pesar de sus semejanzas formales, Alcabre responde a un contexto de interacción diferente del de Elviña, pues los últimos estudios señalan su ocupación durante los siglos IV y III a.C. (García Fernández, 2019, p. 139). Por otra parte, todos estos ejemplos se enmarcan en un área con una estrecha relación con el comercio púnico del sur ibérico, especialmente A Lanzada, cuya intensa actividad comercial permite su calificación como emporion (González-Ruibal, 2006, p. 131; García Fernández, 2020, p. 721); dinámicas completamente alejadas al contexto regional de Elviña. No obstante, todo parece indicar que el castro y su hinterland sí formaban parte de un nodo de interacción de cierta relevancia, con independencia de las dinámicas del entorno. El propio Edificio de los Betilos es un ejemplo notable de la influencia cultural que habrían ejercido estas relaciones en la construcción del edificio.
Sin embargo, y sin desdeñar este hecho, son varios los aspectos que indican una construcción bajo lógicas de índole local. Los muros están trabados sin mortero, empleando una argamasa con base de xabre granítico carente de cal, como es habitual en el poblado. Los paramentos se relacionan de forma sucesiva a través de varios muros adosados para permitir una correcta distribución de cargas, evitando la imbricación de los muros (técnica que no se emplea en la Edad del Hierro del Noroeste). Estas características reflejan una forma local de gestionar la monumentalidad arquitectónica, coherente con otras estructuras del castro (e.g. el tercer torreón del acceso exterior sudoeste). Otro aspecto significativo que señala su carácter de interpretatio local con influencias alóctonas es la presencia de cuatro (o incluso cinco) betilos. En la inmensa mayoría de casos, los betilos suelen ser representados de forma individual o en tríadas (Seco Serra, 2010a, pp. 86-88). Es muy poco habitual su agrupación en otras cantidades, una constante que se refleja en distintos santuarios con betilos en el mundo ibérico, con ejemplos con uno (Torreparedones-Baena, Córdoba: Bandera Romero et al., 2004, pp. 252-253) o tres cipos (Cerro de las Cabezas-Valdepeñas, Ciudad Real: Moneo et al., 2001); nunca en otras cantidades. Finalmente, la mayor presencia de producciones indígenas también señala un predominio de la influencia local en el uso de este espacio. Las importaciones representan un 6,9% del total en los niveles de uso y amortización intencional, porcentaje que asciende al 8,7% en el caso de la Estancia A, siendo muy inferior en el resto de los espacios (véase Anexo I). Incluso en aquellos ámbitos y niveles en los que cuenta con una mayor representatividad, el porcentaje de cerámicas de importación nunca supera el 10%.
La distribución interna del Edificio de los Betilos señala una división en tres estancias, que también representa una diversificación funcional de los usos del espacio. Todo parece indicar que la Estancia A habría funcionado como sancta sanctorum, un espacio que encarna la sacralidad del edificio y en el que se habrían realizado exvotos y actividades rituales de distinta índole. La disposición de los betilos y la existencia de un presumible altar, relacionado con la ausencia de estructuras en el resto de las estancias, pone de manifiesto la representación de una escenografía sagrada que canalice el uso del espacio hacia este área. Este hecho se ve subrayado por los datos obtenidos en el estudio de materiales, que señala la existencia de una estrategia de consumo orientada hacia la ritualidad. La presencia de kalathoi y (especialmente) askoi indica una ocupación propia de espacios cultuales y sacralizados, con recipientes cuyo uso se vincula con la realización de libaciones y actos de consumo de determinados líquidos (Uroz Rodríguez, 2018, p. 130). La presencia de piezas de origen indígena, de carácter anómalo o manufacturadas ex profeso para formar parte de un contexto ajeno a lo cotidiano, también permite remarcar el carácter ritualizado de este consumo. Además, dada la presencia de un posible altar, no se descarta que estos actos se hayan podido combinar con algún tipo de sacrificio, como se ha señalado en otros contextos del sur peninsular (véase Cerro de las Cabezas o Alto Chacón-Teruel: Almagro Gorbea y Moneo, 2000, pp. 53, 76). Es cierto que no se han encontrado restos óseos en los niveles de uso, pero existen algunos condicionantes: la estancia no fue completamente excavada, la presencia de huesos es particularmente anómala en contextos galaicos dada la acusada acidez del suelo (Fernández Marcos et al., 1994) y tampoco puede descartarse que los restos fuesen trasladados, tras el ritual, a otra habitación (quizás hacia la Estancia C).
Además de libaciones y el consumo ritualizado de bienes (y quizás sacrificios), es probable que el edificio acogiese actividades que no dejan huella arqueológica. En este caso, pueden sugerirse actos de consagración o actividades específicas de rituales de carácter general. Un ejemplo podría tratarse del procesado de alimentos, dada la presencia de molinos en las Estancias A y C, quizás a modo de evocación del ciclo agrícola y de su interrelación con múltiples esferas de la vida (Hingley, 2006, pp. 217-218). Tampoco podemos descartar la realización de actividades vinculadas al procesado del bronce en un contexto ritualizado, atendiendo a los restos de recipientes con escorificaciones. La metalurgia de la Edad del Hierro es una actividad cargada de connotaciones simbólicas, en la que el ámbito espiritual y religioso juega un poderoso papel como elemento legitimador y habilitador de los procedimientos técnicos y que garantiza la correcta producción del objeto. Precisamente, la actividad del fundido en la Edad del Hierro ha sido relacionado con determinados actos que implican la presencia de lo sobrenatural y lo divinizado (Nión-Álvarez, 2022a, pp. 497-498), por lo que no resultaría extraño que algunos procesos relacionados con piezas concretas requiriesen de la consagración a alguna divinidad. Es justo señalar, no obstante, que la mayor parte de los hallazgos fueron recuperados en la UE19044-60, vinculada con un proceso de colmatación y abandono del edificio. La presencia de algunas piezas esporádicas en niveles más antiguos hace que debamos considerar esta posibilidad, si bien tampoco podemos descartar una eventual contaminación estratigráfica.
La Estancia B parece tratarse de un espacio intermedio, una cella (también conocidas como «sacristías»: Almagro Gorbea y Moneo, 2000, p. 26) relacionada con el almacenaje y preparación de productos para su uso en la Estancia A. Se trata de un uso habitual en los edificios betílicos, que suelen presentar estancias destinadas a albergar productos y recipientes (véase Cerro de las Cabezas: Moneo et al., 2001 o Torreparedones: Belén, 2011-2012), probablemente relacionados con algunos de los usos del edificio. Esta propuesta resulta coherente con el predominio de ollas de producción local, así como por la significativa presencia de tinajas de almacenaje en proporción claramente superior al de otras estancias (véase Anexo I).
Finalmente, la Estancia C funcionó a modo de atrio, un área adosada al cuerpo del edificio quizás relacionada con el tránsito hacia (o desde) el cercano afloramiento rocoso. Este espacio contaba con un conchero de pequeñas dimensiones en el entorno de un gran hogar (López Gómez, 1985), compuesto por restos óseos (mayoritariamente, suidos y bóvidos), distintos moluscos (com. pers. del Dr. Fernández-Rodríguez), fragmentos de ánforas vinarias (Dressel 1 y tardopúnicas) y algún recipiente de cerámica campaniense (Nión-Álvarez, 2021, p. 517). En este caso, estos materiales no se han podido incorporar en el estudio, pues forman parte de la intervención de 1985, cuyas problemáticas ya se han señalado anteriormente. No obstante, la presencia de estos materiales, mencionada en la documentación de la campaña (López Gómez, 1985) y en posteriores estudios generales del castro (Naveiro López, 1991; Rey Castiñeira, 2000), así como su revisión en el presente trabajo, hace necesaria su consideración en este análisis general.
En lo referido a los datos del presente estudio, lo más destacado es la alta representatividad de los fragmentos anfóricos en los niveles de uso y primera destrucción (casi un tercio del total), siendo mucho más escasos en los niveles equiparables de las Estancias A y B. Por otra parte, el hecho de que se trate de un espacio aparentemente abierto en su lado N hace pensar en su uso como una especie de vestíbulo, un espacio relacionado con las estancias cerradas pero que implicaría el uso de otro tipo de actividades. Más difícil es precisar su orientación funcional. Los materiales y contextos identificados en 1985, la mayor presencia de material anfórico y sus particulares características constructivas parecen insinuar su uso como espacio abierto dedicada al consumo, quizás a la realización de banquetes. La presencia de un gran hogar y las evidencias de consumo “masivo” apoyan estos planteamientos, aunque tampoco es descartable que, de forma complementaria o exclusiva, se tratase de un área destinada al depósito de ofrendas o a la acumulación de residuos.
Finalmente, debemos tener en cuenta el espacio antropizado del prominente afloramiento rocoso situado al norte. Como hemos visto, la Estancia C acoge varios escalones que conducen hacia este área, lo que hace reflexionar sobre la orientación y el tránsito del edificio. Aunque inicialmente se dio por hecho que el acceso se daría desde el pequeño vano que se encuentra en la Estancia A, con dirección S-N hacia la Estancia C o al afloramiento (López González, 2018, véase también fig. 2), no es descartable un acceso inverso desde el área superior del poblado a través de este afloramiento, en dirección N-S (com. pers. de Marco Antonio Rivas Nódar). Esta hipótesis puede verse reforzada por la mayor presencia habitacional en este ámbito, lo que proporcionaría un acceso coherente al área sacra del edificio (Estancia A) tras realizar rituales de consumo con anterioridad (Estancia C). Este hecho también encajaría en la cosmovisión sugerida para las saunas galaicas, tanto norteñas como bracarenses, que implicaba el “descenso” hacia el espacio de culto desde una posición más elevada (García Quintela, 2016, p. 121).
Estos datos permiten comprender el Edificio de los Betilos como un verdadero santuario, cuya diversidad funcional varía en función del espacio y que responde a un origen local, aunque con una marcada influencia púnica y/o mediterránea, representada principalmente a través de los betilos de la Estancia A. La presencia de betilos en otros oppida ibéricos permite ponderar, en primera instancia, el rango de su influencia cultural en el hábitat fortificado del Hierro. Aunque es un fenómeno bien conocido en distintos espacios, como Cerro de las Cabezas (Moneo et al., 2001), La Escuera (Sant Fulgenci, Alicante) (Berenguer González, 2017), o San Miquel de Liria (Lliria, Valencia) (Seco Serra, 2010b), no se trata, ni mucho menos, de una dinámica generalizada. En este sentido, y aunque el ejemplo de Elviña puede reflejar ciertas concomitancias con estos ejemplos (presencia de betilos, usos diversificados por estancias, posibles altares sacrificiales), no debemos trazar ningún otro vínculo entre las comunidades ibéricas que erigieron estos edificios y Elviña que no sea el influjo de las poblaciones procedentes del área bética. Precisamente, la irregular presencia de estos cultos betílicos en el mundo ibérico ha provocado que algunos autores hayan dudado de su verdadera transmisión a través del influjo colonial, aludiendo más bien a la presencia directa de migrantes púnicos en enclaves fortificados (Belén Deamos, 2011-2012), aunque otras posturas consideran que la influencia cultural colonial sí habría fomentado y desarrollado su difusión (Ferrer Albelda, 2014, p. 242).
Lo cierto es que ninguna de estas opciones resulta verdaderamente convincente y aplicable para comprender este recóndito enclave del Atlántico, alejado geográficamente de unas dinámicas coloniales y migratorias púnicas que representan más una anomalía que una constante. En esta línea, quizás sea más adecuado comprenderlo como la plasmación paralela de lógicas cultuales semejantes, quizás influenciada por aspectos comunes en sus ethos culturales que implicaron la cristalización pétrea y anicónica de muy distintas divinidades bajo expresiones semejantes. En esta línea, la existencia de un edificio religioso con influencias culturales de pueblos lejanos requiere de un enfoque que afronte cómo pudo haber encajado en los esquemas congnitivos de las poblaciones locales. La religión y la identidad son dos cuestiones firmemente entrelazadas, y entender cómo cambia y de qué forma lo hace es esencial para comprender el desarrollo de su contexto social. Los cambios en la esfera cultual nunca son acríticos ni irreflexivos: renunciar activamente parte de tu identidad religiosa para asumir la del Otro implica, como decía Clifford Geertz (1973, pp. 160-161), dejar de ser parte de ti mismo, por lo que deben existir determinados condicionantes que permitan comprender estas transformaciones identitarias.
El Edificio de los Betilos es una construcción “mixta”, quizás “híbrida”, con expresiones que manifiestan una forma local de expresar influencias alóctonas. En este sentido, la condición cambiante, dinámica y anicónica de los cultos betílicos genera un contexto propicio para su adopción y reinterpretación bajo lógicas de pensamiento e identidades muy diversas. Curiosamente, la elección de grandes cipos de piedra como elemento hierofánico, aunque remita a un elemento exógeno en su ordenación y percepción como son los betilos, encaja en la cosmovisión local y en su tendencia hacia la “litolatría”, pues existe cierta tradición hacia la sacralización de grandes monolitos de piedra en contextos estructurados y arquitecturizados. Un antecedente lo encontramos en la Estructura XX, situada en el cercano yacimiento de Punta de Muros (Arteixo, A Coruña). Se trata de una estructura de pequeño tamaño, con un banco corrido en su interior interrumpido por un pequeño nicho en el que se encastra un monolito de más de media tonelada (Nión-Álvarez y González García, 2023, pp. 61-62). Tal y como evidencia el contexto arquitectónico del Templo del Ídolo Fálico (situado a escasos metros del Edificio de los Betilos, en la primera terraza del Castro de Elviña), este tipo de configuración cultural parece haber pervivido en la Edad del Hierro. Esta construcción presenta un esquema constructivo muy semejante al de la Estructura XX, con una planta irregular (de mayores dimensiones) que presenta un nuevo banco corrido con un nicho para encastrar un monolito (Nión-Álvarez, 2022b, p. 269), en este caso, tallado con forma antropomorfa (Luengo Martínez, 1956, p. 96).
En este sentido, las lógicas de representación del betilo como materialización pétrea de la divinidad en un espacio sacro (Ramallo Asensio, 2000, p. 189) no solo encajan con las formas de culto locales, sino que expresan una forma muy semejante de relacionarse con lo divino y lo sobrenatural. La existencia de lugares comunes entre ambos cultos, incluso aunque se produjese de forma casual, pudo haber facilitado el estrechar lazos entre ambas formas de ver el mundo. Estas semejanzas habrían facilitado la erección de un edificio neutral, un middle ground (en términos de White, 1991) que, representativo para ambos, sancionase cualquier tipo de interacción religiosa, cultural, simbólica o económica que involucrase a ambas comunidades (González-Ruibal, 2006, p. 122). Lo cierto es que la consagración de un espacio sacro a una (o varias) divinidad(es) como elemento protector del comercio es una constante a lo largo del mundo púnico en el Mediterráneo (Aubet, 1994, pp. 240-241; Ferrer Albelda, 2002, p. 193), con múltiples ejemplos en la fachada costera bética y levantina (Ruíz de Arbulo, 2000, pp. 18-22; Ferrer Albelda, 2002, p. 209). La creación de lugares sacralizados era esencial para establecer un marco seguro de interacción. Inicialmente, los contactos con estas poblaciones pudieron centrarse en consagrar accidentes costeros relacionados con la navegación (Ferrer Albelda et al., 2021: 526), como pudo haber ocurrido en la península de A Coruña (González García, 2003, pp. 176-177). No obstante, el contacto reiterado y el fortalecimiento de las relaciones pudo implicar su traslado hacia un verdadero espacio neutral, “híbrido” y arquitecturizado, en el seno del asentamiento que canalizaba estas interacciones. Precisamente, la presencia de cerámica indígena con rasgos altamente locales, junto con elementos importados de uso muy específico (como es el caso de los askoi) que son empleados de forma precisa y acorde a su funcionalidad original indica, cuanto menos, un flujo de información común en materia de usos y prácticas, propio de una relación sólida y estable entre ambas comunidades, que habría culminado en la estructuración de un espacio representativo para ambos.
La estructuración de un middle ground, coherente con formas de ver el mundo tan dispares, implica una interacción estable que debería ser rastreable desde distintas fuentes. Si atendemos a los textos clásicos, resulta significativo que un lugar tan geográficamente alejado del Mediterráneo como el populus ártabro esté particularmente presente en las fuentes clásicas, especialmente en comparación con otras poblaciones del entorno. Las referencias al territorio ártabro en la obra de Estrabón (II.5.15; III.1-3 III.3.4-5; III.5.11), por ejemplo, son más abundantes que las de otras regiones del ámbito galaico (Thollard, 1987, p. 70). Otras fuentes, como Pomponio Mela (III.9-13), Claudio Ptolomeo (II.6) o Plinio el Viejo (Nat. III.28; IV.113-114), también realizan una descripción más detallada del territorio ártabro en comparación con las regiones circundantes, siendo únicamente equiparable a las de las Rías Baixas (González García, 2003, pp. 31-32); datos coherentes con las evidencias arqueológicas.
Precisamente, la existencia de contactos, acuerdos y pactos reiterados entre las comunidades gaditanas y otros pueblos es uno de los principales argumentos que justifica la existencia de este tipo de construcciones (Ferrer Albelda et al., 2021, p. 526). Desde un punto de vista arqueológico, este fenómeno ya se ha constatado en otros asentamientos fortificados peninsulares, como el Castro de Ratinhos (Moura-Alqueva, Portugal) (Berrocal Rangel y Silva, 2010), Montemolín (Montemolín, Badajoz) (Ferrer Albelda, 1999) o Castillejos de Alcorrín (Manilva, Málaga) (Marzoli et al., 2010). En todos ellos, se ha constatado una notable influencia fenicia y/o una evidencia reiterada de contactos, interacciones y/o acuerdos. En el caso de Elviña-A Coruña, el registro material permite rastrear el inicio de las relaciones entre el área gaditana y el ártabro en torno al siglo V-IV a.C. Así lo indican, por ejemplo, las ánforas púnicas del grupo T-12 recuperadas en el entorno de la Bahía de A Coruña (Naveiro López, 1982, pp. 68-69), una primera evidencia de estos contactos que resulta coherente con el contexto galaico (García Fernández, 2019, p. 141). Las interacciones se mantienen durante los siguientes años, aunque de forma menos estable que el nodo de interacción de las Rías Baixas, donde asentamientos como Alcabre o A Lanzada presentaban una dinámica comercial mucho más intensa (González-Ruibal et al., 2010, pp. 583-585). Como se evidencia en el Edificio de los Betilos, estos contactos adquieren una nueva dimensión en los siglos II y I a.C., momento en el que el flujo de materiales es mucho más intenso y constante, en consonancia con las dinámicas de las Rías Baixas (Gónzález-Ruibal et al., 2010; Sáez Romero et al., 2019; García Fernández, 2020). En este caso, sin embargo, no contamos con evidencias de que estos contactos hayan transcendido más allá del hinterland de Elviña. Con la excepción de alguna pieza esporádica, como un fragmento de kalathos recuperado recientemente en las excavaciones del Castro de Montesclaros (A Laracha, A Coruña) (com. pers. de Purificación Soto Arias), apenas se han encontrado evidencias significativas de estas interacciones en el entorno galaico al norte del río Ulla. Los únicos ejemplos los ofrecen grandes lugares centrales, como el propio Elviña o, ya en pleno cantábrico, Campa Torres (Gijón, Asturias) (Maya González y Cuesta Toribio, 2001). Este hecho, no obstante, no implica necesariamente que el área coruñesa fuese el único ámbito de interacción, pues la investigación de la Edad del Hierro en el territorio ártabro aún cuenta con notables lagunas.
En Elviña, la presencia material de estas interacciones comenzó a ser verdaderamente destacada tras la completa reformulación y monumentalización de Elviña, proceso iniciado a finales del siglo III a.C. Es probable que este contexto generase una mayor capacidad para obtener productos de interés del área gaditana, requiriendo nuevas estrategias que apuntalasen un nuevo sistema social. Es interesante señalar que, en el contexto del Noroeste, este período suele representar una retracción en las interacciones, probablemente causado por el desarrollo de distintos conflictos a escala peninsular (como la Segunda Guerra Púnica o las Guerras Lusitanas: González-Ruibal et al., 2010, p. 585). Curiosamente, es durante este contexto de inestabilidad (o en los años inmediatamente posteriores) cuando cristalizan las relaciones entre Elviña y el mundo gaditano, cuyo vínculo culminó con la estructuración del Edificio de los Betilos.
Aunque este proceso de interacción cultural se produce tras la conquista romana del sur de la Península, no se trata de una relación directa con Roma. La reorganización política y administrativa del ámbito bético es particularmente compleja tras la conquista: en un mismo contexto, coexistieron ciudades refundadas como colonias de derecho latino, como Carteia (Pena, 2014, pp. 156-157) con otras que preservaron un modelo organizativo más autónomo, como aconteció con la mayoría de las viejas ciudades fenicias. En su caso, Roma consideraba que su vertebración a nivel sociopolítico era coherente y confluyente con los intereses romanos, siendo posible sustentar su estatuto jurídico en relaciones de amicitia (López Castro, 1995, p. 153). Este es el caso de Gades, que mantuvo buena parte de su ordenamiento jurídico, modos de vida y tradiciones al consolidarse como civitas foederata (Machuca Prieto, 2019, pp. 192-194). Precisamente, este contexto independiente respecto a otros ámbitos más “romanizados” permitió que las tradiciones romanas apenas tuviesen presencia (Wulff Alonso, 2001, pp. 486-494), de la misma forma que los cultos y tradiciones “púnicos” pervivieron con notable arraigo en urbes como Gades, en las que existió un cierto nivel de continuidad demográfica (Machuca Prieto, 2019, pp. 314-315). De hecho, elementos como los cultos betílicos y los santuarios cívicos siguen vigentes durante los dos siglos antes del cambio de era, incluso más allá (Ferrer Albelda, 2014, p. 242). Esta cuestión no solo permite comprender su presencia en nuestro caso de estudio, sino que señala uno de los pocos ámbitos con cultos vigentes en activo, coherente con la procedencia de las importaciones: recordemos que Alcabre, ejemplo paradigmático de betilismo en el noroeste, ya estaba amortizado cuando se inicia la construcción del edificio de Elviña.
Como civitas foederata, Gades mantenía, por encima de todo, el control de sus redes comerciales, especialmente aquellas particularmente provechosas, como la del estaño (Machuca Prieto, 2019, p. 208). En realidad, Gades ya era, por lo menos desde el siglo IV a.C., un punto de enlace esencial entre el Mediterráneo y las rutas atlánticas (Ferrer Albelda, 2008), un espacio que conservaba datos relevantes sobre cómo navegar hacia el Atlántico (Domínguez Monedero, 2019, p. 116). En este sentido, desde el punto de vista gaditano, era de gran relevancia mantener esta red comercial e incentivar aquellos vínculos más propicios, como pudo ser el de los ártabros de Elviña. En cierta medida, el edificio betílico de Elviña podría comprenderse como la representación material de un contexto beneficioso para ambos mundos.
La arquitecturización de lugares de culto en asentamientos “indígenas” evidencia el interés de los navegantes fenicios, ya sea por el acceso a determinados recursos económicos (Sánchez-Palencia, 1997), por contar con una localización estratégica en términos de transporte marítimo o terrestre (Domínguez Monedero, 2007) o por ser el centro de un poder político (Ferrer Albelda et al., 2021, p. 526). Uno de los elementos más mencionados es el potencial de los recursos minerales de la zona (González García, 2003). No obstante, quizás sea de interés atender a otros posibles recursos que, igualmente difíciles de apreciar desde la arqueología, también se han destacado desde los textos clásicos. Un ejemplo son los objetos de metal producidos y manufacturados: si recordamos los textos de la Púnica de Silio Itálico (4.320; 10.120), el escudo de Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, de gran calidad y resistencia, fue forjado en territorio galaico. También podríamos considerar otros bienes “inmateriales” difíciles de rastrear arqueológicamente, aunque presentes en los textos escritos, como la capacidad artesanal (Sil., 2.410) el apoyo bélico (Sil., 3.350) o el talento adivinatorio (Sil., 3.340). Aunque se sugieran como hipótesis, estas referencias permiten reflexionar sobre otros aspectos inmateriales imbricados en estas interacciones y a ponderar su influencia en las relaciones políticas, pues buena parte del intercambio no se limita a la materialidad, sino a la necesidad de establecer redes de apoyo a través de regalos y redes de obligación mutua (Graeber, 2001, p. 44).
No obstante, esta percepción solo abarca la mitad de los puntos de vista involucrados. El interés de las poblaciones indígenas del Noroeste en estrechar lazos con los navegantes gaditanos puede comprenderse desde distintos enfoques. En su mayoría, los objetos intercambiados forman parte de actividades de consumo colectivo (González-Ruibal, 2006, p. 143), hecho que se pone de manifiesto con el valor del vino como elemento canalizador de las interacciones (González-Ruibal et al., 2010, p. 586). Se trata de una cuestión reflejada en múltiples estudios de la Edad del Hierro europea (Poux, 2004; Dietler, 2010) y que plasma detalladamente la percepción de autores clásicos como Diodoro Sículo (5.26.2-3), Tácito (Ger. 23.2) o, para el Noroeste peninsular, Estrabón (3.3.7). Obtener y consumir productos alcohólicos es una poderosa herramienta para legitimar el orden social, tanto por la capacidad que ejerce aquel que consigue obtenerlo para distribuirlo y decidir dónde, cuándo y cómo se consume (Dietler, 2010, pp. 67-68), como para emplearlo en distintas estrategias que favorezcan la movilización de fuerza productiva con el alcohol (así como otros bienes exóticos) como incentivo (Dietler, 1990, pp. 364-366). Incluso la propia capacidad para interactuar con los navegantes mediterráneos y gestionar de forma efectiva estas redes de intercambio pudo haber sido un factor de legitimación social, pues el conocimiento del otro y la capacidad de comprender y canalizar estas redes de interacción son elementos de potencial adquisición de prestigio (Helms, 1988, pp. 132-134). En este sentido, no se trata, solamente, de importar alcohol, bienes exóticos o productos alóctonos, sino de emplear estos bienes y estas redes como elemento legitimador de una posición social predominante, además de explorar relaciones políticas con otras comunidades. Al mismo tiempo, esta capacidad de obtener bienes de prestigio puede tener consecuencias inesperadas, como la generación de conflictos a escala regional en el marco de un proceso de tribalización (Ferguson y Whitehead, 1992, p.3), favoreciendo la emergencia de potenciales enfrentamientos entre aquellos que controlan las relaciones y aquellos que pretenden hacerlo, tanto a escala intracomunitaria como en el propio territorio.
En este sentido, el valor de las interacciones transciende el ámbito comercial y económico para adentrarse en el político y el social. En distintos casos de la Edad del Hierro europea, se ha señalado cómo una mayor dispersión de bienes importados, especialmente ánforas vinarias, se relaciona con un mayor desarrollo de procesos de desigualdad social y jerarquización política (Poux, 2006; Dietler, 2010; González-Ruibal, 2012). El uso de estos productos en contextos de consumo masivo o ritualizado pudo haber ayudado a fomentar, legitimar y sostener un nuevo modelo social de mayor complejidad y desigualdad (Hayden, 2018), contexto del que puede ser representativo el edificio betílico de Elviña (Nión-Álvarez, 2023, p. 16).
El final del Edificio de los Betilos aún ofrece innumerables interrogantes. No deja de resultar sorprendente que un lugar sagrado, representativo de un sistema relacional aparentemente estable, acabe por ser destruido intencionalmente y abandonado de forma abrupta. Aunque aún no podamos responder con detalle a las causas concretas que motivaron su final, quizás podamos plantear algunas hipótesis desde un análisis histórico y arqueológico del contexto social y político del momento.
Como hemos visto, el Edificio de los Betilos es abandonado intencionalmente en algún momento entre el segundo tercio del I a.C. y antes del cambio de era. Esta fecha, desgraciadamente aún imprecisa, coincide temporalmente con el abandono y destrucción de algunos espacios de la acrópolis de Elviña (como, por ejemplo, los ámbitos 11 y 12: Nión-Álvarez, 2021, pp. 411-414). La destrucción y abandono intencional de esta construcción, antaño representativa de un beneficioso sistema de relaciones, tuvo que suponer un cambio significativo en el contexto social del poblado. Resulta interesante que su abandono sea coetáneo al del espacio portuario de la Ciudad Vieja coruñesa, cuyas últimas evidencias materiales datan, como muy tarde, de mediados del I a.C., y cuya reocupación no se produjo hasta la fundación del asentamiento de Brigantium (Nión-Álvarez et al., 2021, pp. 151-152), que se produjo en el segundo tercio del I d.C. bajo la acción directa de la administración imperial romana (Nión-Álvarez, 2019, p. 65).
De forma coetánea al abandono de espacios representativos de las interacciones entre Elviña y Gades, existen distintos procesos a escala macro que implicaron modificaciones substanciales en la fachada atlántica, en su mayoría, consecuencia de la aparición de un nuevo agente político: Roma. Aunque es probable que ya estuviese presente con anterioridad, su influencia directa no fue verdaderamente representativa hasta las dos últimas centurias antes del cambio de era. Considerando que su aparición en las rutas del estaño, sus influencias en la política gaditana y sus acciones militares en la fachada atlántica reflejan ciertas coetaneidades con el abandono del edificio betílico, quizás sea pertinente explorar si existe algún vínculo entre ambos procesos.
Los datos disponibles apuntan hacia un papel secundario de Roma en la gestión de las rutas comerciales gaditanas con el Noroeste. El control de las rutas atlánticas por parte de los comerciantes púnicos y el desconocimiento romano (parcial o total) de las mismas se pone de manifiesto en los textos de Estrabón, quien señala el carácter esquivo de los navegantes púnicos a la hora de compartir este preciado conocimiento, siendo tras la expedición de Publio Licinio Craso (96-94 a.C.) cuando finalmente experimentaron cierta difusión (Str., 3.5.11). Entre estas rutas, siguiendo a González García (2003, pp. 132-144), podemos incluir aquellas dirigidas a las Casitérides, comprendidas como una mistificación de un área poco conocida y que representaría, de forma amplia y figurada, a distintos territorios del Noroeste peninsular. De hecho, su geología muestra uno de los contextos más pródigos en yacimientos primarios y secundarios de estaño (Meunier, 2019, p. 307), que ya eran ampliamente conocidos por aquel entonces (Str., 3.2.9). El “descubrimiento” de estas redes por parte de Roma habría provocado una presencia netamente romana en áreas de interacción mayoritariamente púnicas y/o gaditanas e incentivado posteriores intervenciones con objetivos diversos, como la de Marco Perpenna Bretón (74-73 a.C.).
Aunque, a priori, esto no tendría por qué haber supuesto un cambio paradigmático en las relaciones entre el sur y el noroeste de la península ibérica, sí creó un contexto propicio para posteriores actuaciones. Este es el caso de las campañas realizadas por Julio César con anterioridad a la Guerra de las Galias, cuya influencia en este entorno ya se ha señalado en otros trabajos (e.g. Álvarez Martí-Aguilar, 2019, p. 233). Durante el año 61 a.C., Julio César era propraetor de Hispania Ulterior, manteniendo un estrecho vínculo a nivel personal y político con Gades. En aquel momento, sus objetivos estaban centrados en obtener gloria y prestigio militar (Ferreiro López, 2008, p. 314), así como una mayor capacidad económica y financiera (Chic García, 1995, p. 62) para posteriores campañas. Con el objetivo de obtener prestigio y recursos, César inició una campaña militar contra determinados pueblos del norte de la Lusitania (Dio., 37.53), consistente en breves expediciones de asalto cuyo botín permitiría pagar sus deudas y satisfacer a sus soldados (Alonso Troncoso, 2014, p. 183). Esta campaña finalizó con el sometimiento de los habitantes del entorno de Brigantium (Dio., 37.53.4), asimilable con el área de Elviña y la península coruñesa (Nión-Álvarez et al., 2021, pp. 132-133). La relación entre este suceso y el final de las relaciones entre Elviña y el área gaditana surge al establecer una relación espacial y cronológica con el enclave, pues la fecha del 61 a.C. podría encajar con los datos actuales relativos al abandono del espacio portuario, del Edificio de los Betilos y de alguna otra área del castro.
A esta hipótesis cabría objetar que el edificio no representaba un vínculo con Roma, sino con Gades. No obstante, sabemos que la razzia del político romano contó con apoyo militar gaditano (López Castro, 2019, p. 363). Gades no solo era el centro de operaciones de César en sus campañas atlánticas (Machuca Prieto, 2019, p. 224), sino que también habría apoyado militarmente estas expediciones, en virtud del cumplimiento de sus compromisos como civitas foederata, tal y como indica Dion Casio (Dio., 37.53). De hecho, y dada su amistad con los Balbo, es probable que el propio Lucio Cornelio Balbo Maior hubiese acompañado a César en estas campañas (Rodríguez Neila, 2011, p. 311). La participación de los navegantes gaditanos en una razzia que afectaría directamente a los habitantes del área de Elviña tuvo que provocar una profunda brecha entre dos mundos antaño cercanos, quizás provocando un agrio final en una relación anteriormente pacífica.
De ser así, existen varias opciones que pueden contextualizar la influencia de este choque en el abandono del Edificio de los Betilos: desde el desarrollo de un conflicto armado hasta la destrucción del edificio como expresión de la ruptura de un vínculo irreparable. La caída de este sistema de relaciones también pudo haber socavado irremediablemente un elemento clave en la legitimación del sistema establecido, propiciando el fin de la estructura social de Elviña.
El Edificio de los Betilos supone un verdadero hito en la arqueología de la Edad del Hierro del Noroeste. Además de poner de manifiesto el dinamismo cultural y comercial entre el mundo ártabro y el gaditano, permite comprender cómo estas relaciones se expresaron a través de una construcción de influencia híbrida, un verdadero middle ground que canalizaba estas interacciones transculturales a través de la sacralización de un espacio común.
A través del estudio del registro material y constructivo de este edificio, se ha podido identificar una estrategia de uso diversificado por estancias, con un área sacra en la que se realizarían distintos tipos de rituales, un espacio de almacenaje y otro de consumo y/o depósito. La relación de estos materiales con las dataciones radiocarbónicas disponibles ha permitido encuadrar su ocupación entre finales del s. III/inicios del s. II a.C. y mediados del s. I a.C., momento en el que es intencionalmente destruido.
Estos datos han puesto de manifiesto una estrecha relación con el mundo gaditano, con una destacada presencia de producciones relacionadas con el uso cultual y religioso de este espacio y su sacralización desde una óptica común, representativa de un complejo sistema de relaciones interculturales. También han permitido comprenderlo en el contexto de las dinámicas comerciales, políticas y militares del área gaditana y su respectiva influencia en la fachada atlántica, una cuestión de gran relevancia para comprender el carácter intencional de su abandono. Es posible que su amortización no supusiese el final de las interacciones, sino quizás también el colapso del sistema social del poblado y el inicio del fin de Elviña como poblado fortificado. Estas primeras aproximaciones permiten avanzar hacia una necesaria sistematización de los contextos de abandono del castro, con el objetivo de afrontar nuevos contextos con mayor certidumbre cronológica y explorar estas interesantes cuestiones con mayor nivel de detalle y fiabilidad.
Tabla resumen de referencia de los elementos materiales del Edificio de los Betilos empleados en la realización del estudio.
https://revistascientificas.us.es/index.php/spal/article/view/23603/21358
Este trabajo ha sido realizado en el marco de los siguientes proyectos: “Análisis diacrónico de cambios sociopolíticos en las últimas centurias de la Edad del Hierro”, financiado por las Ayudas de Recualificación del Sistema Universitario Español - modalidad Margarita Salas”; y “Axudas de apoio á etapa posdoutoral nas Universidades do Sistema Universitario de Galicia, programa operativo FSE Galicia (2014-2020)”. Las dataciones radiocarbónicas hna sido financiadas por el Grupo de Investigación Síncrisis (USC).
Queremos expresar nuestro agradecimiento a Ana Martínez Arenaz, por su incansable e inestimable apoyo a la hora de consultar los materiales de Elviña. A Carlos Fernández Rodríguez, por sus comentarios sobre los resultados del conchero excavado en 1985. A Puri Soto, por sus comentarios sobre los materiales del Castro de Montesclaros. Al Grupo Síncrisis: Investigacións en Formas Culturais, especialmente a José Carlos Sánchez Pardo y a Pedro López Barja de Quiroga, por el apoyo para la realización de dataciones absolutas. Al Área de Arqueología del Concello de A Coruña por proporcionarnos acceso a los informes técnicos. A Leticia López-Móndéjar, Juan Naveiro López, Marco Rivas Nódar y Rafael Rodríguez Martínez por sus valiosos comentarios y aportaciones relativos a los materiales de importación.
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