Teresa Chapa Brunet
Departamento de Prehistoria, Universidad Complutense de Madrid
tchapa@ucm.es 0000-0002-4608-3812
Susana González Reyero
Departamento de Arqueología y procesos sociales, Instituto de Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas
susana.gonzalezreyero@cchs.csic.es 0000-0002-3887-6230
(Responsable de correspondencia)
Resumen Este trabajo presenta los elementos constructivos y escultóricos de época ibérica identificados en Jutia (Nerpio-Yeste, Albacete). La valoración iconográfica y territorial del conjunto nos lleva a señalar la existencia de un área monumental ubicada en un valle de altura, junto a una surgencia de agua y a caminos tradicionales, relevantes en la transitabilidad de este territorio de montaña. Su análisis nos permite proponer que esta monumentalización exhibió animales como ciervas y toros, en una probable alusión a la reproducción, al ciclo vital y a la protección de quienes circularan por estos caminos.
Palabras clave Edad del Hierro; Escultura ibérica; Sureste peninsular; Cérvidos; Bóvidos.
Abstract This paper presents the constructive and sculptural elements of the Iberian Iron Age identified in Jutia (Nerpio-Yeste, Albacete). The iconographic and territorial assessment of the complex leads us to point out the existence of a monumental area located in a high valley, next to a water surge and traditional paths, relevant to the passability of this mountain territory. The analysis of this area allows us to propose that this monumentalization exhibited animals such as hinds and bulls, in a probable allusion to reproduction, the life cycle and the protection of those who circulated on these roads.
Keywords Iron Age; Iberian sculpture; Southeastern Iberian Peninsula; Cervid; Bovid.
Fecha recepción: 31/03/2023 | Fecha aceptación: 05/07/2023
Chapa Brunet, T. y González Reyero, S. (2023): “Monumentos ibéricos en el valle de altura de Jutia (Albacete). Ciervas, toros y agua en las estribaciones de los sistemas béticos”, Spal, 32.2, pp. 149-179. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2023.i32.15
1. El valle de Jutia y el registro arqueológico ibérico
2. Elementos constructivos y escultóricos
3. El área monumental de Jutia
4. Distribución territorial de los monumentos con esculturas de cérvidos y bóvidos
5. Significado religioso de toros y cérvidos
Figura 8. Posible oreja de herbívoro. Casa de la Cultura de Nerpio (Albacete). Fotografía: autoras.
Figura 11. Suelo empedrado de Las Agualejas (Monforte del Cid, Alicante). Fotografía: L. Abad.
Figura 15. Relieve con figura de cierva. Albanchez de Úbeda. Museo de Jaén. Fotografía: T. Chapa.
Figura 21. Cabeza de macho cabrío y brazo humano de La Guardia. Museo de Jaén. Fotografía: T. Chapa.
El yacimiento de Jutia (Nerpio-Yeste, Albacete) se sitúa en un valle de altura (1280 msnm) ubicado en el Prebético interno entre los ríos Zumeta y Taibilla, dentro de la cuenca alta del río Segura. Con una orientación Suroeste-Noroeste, el valle está delimitado por una serie de pequeñas elevaciones calizas salvo por el Oeste, por donde su principal curso de agua, el arroyo de Rivelte, desagua en el Zumeta (fig. 1). A pesar de su situación geográfica y de estar rodeado de altas cumbres, este valle siempre ha contado con pequeñas unidades de población, que en los últimos siglos han consistido en cortijadas más o menos grandes. La supervivencia se ha basado en pequeñas explotaciones de secano, el aprovechamiento del bosque y algún cultivo de huerta gracias a la presencia de diversas fuentes (fig. 2). Un elemento básico han sido los pastos de verano, utilizados por ganaderías de vacuno, al menos en tiempos recientes, así como por ovejas y cabras. La abundancia de fuentes de agua ha servido para el asiento de la población y sus ganados, así como para apoyar la red de caminos que, como el cordel de Hellín, permite enlazar a través de esta orografía difícil la zona de la Alta Andalucía con la comarca Noroeste de Murcia y el curso medio del Segura. Estos caminos permiten la comunicación del valle de Jutia con el entorno en una dirección predominante Este-Oeste (camino rural de Jutia, camino de Cañada de la Cruz a Santiago de la Espada, cordel de Hellín y cordel de las Casicas) y, en menor medida, Norte-Sur (camino de Góntar, camino de los aserradores) hacia la actual Yeste o los altiplanos granadinos. Estos caminos se vinculan a su vez a vados, tanto sobre el cercano Zumeta como sobre el Taibilla.
Los restos arqueológicos ibéricos se relacionan con uno o varios monumentos decorados con esculturas, a los que se asocian depósitos de materiales y algunos restos funerarios. Muy cerca de ellos se sitúa la fuente del Álamo, un recurso que debió ser importante para la localización del yacimiento. Resulta muy difícil en la actualidad definir la fisonomía original del sitio, que ha sufrido notables transformaciones en los últimos tiempos. La antigua construcción ibérica dificultaba los trabajos agrícolas y el crecimiento de hierba para pasto, por lo que su estructura quedó recortada, formando un pequeño montículo.
Esta pequeña elevación delimita dos propiedades. Una de ellas, “Prado del Álamo”, se ha dedicado a pasto, mientras que la segunda, perteneciente a la Finca Jutia y denominada “Loma de los majanos”, ha procedido a una explotación agrícola intensiva del terreno, utilizando maquinaria pesada de reja profunda, lo que ha implicado la extracción de los restos de piedra que quedaban en su lado. Todos ellos fueron arrojados fuera de la linde norte, junto al Cortijo del Álamo, el principal núcleo histórico de población del lugar, hoy en ruinas. En esta acumulación de piedras se localizaron dos fragmentos escultóricos y otros componentes que pudieron formar parte de suelos o muros. Una cabeza de toro, muy erosionada, fue recuperada en el verano de 2004 por el Dr. Gerardo Vega, y una visita posterior de T. Chapa, en julio de 2005, documentó el cuerpo de un animal que, por el contrario, parecía recién extraído (Chapa, 2008-2009). Ambas piezas se trasladaron al Museo de Albacete, donde hoy se conservan.
Las campañas arqueológicas que hemos realizado en la estrecha banda de terreno de la Finca Jutia que linda con el Prado del Álamo han proporcionado bloques constructivos, aunque no escultóricos. No se descarta la posibilidad de que existan en la propiedad colindante, puesto que todavía conserva una elevación generada por algunos restos de piedra del antiguo monumento pero, dado que la propiedad se negó a facilitar el permiso necesario para realizar excavaciones, únicamente se han podido documentar las evidencias visibles en superficie.
No conocemos detalles sobre la procedencia exacta de otras piezas atribuidas a este yacimiento, que hoy se reparten entre la Casa de Cultura de Nerpio y el Museo de Hellín. Fueron recogidas en circunstancias no conocidas y por tanto no puede asegurarse su adscripción a Jutia aunque, como veremos, resulta probable. En todo caso, ninguno de los restos escultóricos ha aparecido in situ, por lo que resulta difícil establecer su contexto preciso. Además, en la Carta Arqueológica de Yeste se registraron “sillares”, junto a cerámicas y huesos quemados, en el lugar denominado “Necrópolis de los Toros” (Noval y Rico, 2003), que se corresponde con el yacimiento de Jutia. En la actualidad se desconoce la ubicación de dichos elementos constructivos.
En cualquier caso, este registro evidenciaba que el valle de altura de Jutia había sido habitado o frecuentado en época ibérica. Su estudio es relevante para ayudarnos a comprender cómo se integraron estos espacios de altura en su entorno regional y suprarregional, una cuestión ampliamente desconocida en esta época. El hecho de que estas poblaciones construyeran monumentos con esculturas es sin duda notable, por lo que pasaremos revista a todos los elementos encontrados con indicios de talla que constituyeron parte del escenario monumental de Jutia.
Los elementos con indicios de talla proceden tanto del yacimiento como del majano ubicado al Norte, donde se encontraron las dos esculturas mencionadas. Los elementos identificados, que detalla la tabla 1, pueden dividirse en solados y bloques en función de su tendencia formal hacia superficies planas o volúmenes cuadrangulares, compatible en cada caso con diferentes partes del monumento. Por una parte, los bloques son menos numerosos, pero reúnen ejemplares bien trabajados y escuadrados, como JU-CONS01, 02 y 03, incluyendo una marca de grapa en T en el primero de ellos y un indicio de grapa en el segundo. Por otra, los solados son más abundantes, varían en grosores y composición y tienen una distribución espacial más amplia, desde el yacimiento al majano ubicado al Norte del mismo, donde pudieron reubicarse tras el desmantelamiento de los restos antiguos. En este caso la tabla 1 recoge una muestra del conjunto de solados que pudo formar parte del monumento antiguo.
Tabla 1. Fragmentos constructivos documentados en Jutia (Nerpio-Yeste, Albacete).
JU-CONS01. Bloque en caliza blanquecina, bien trabajado, con huella de grapa en T. Depositada en el Museo de Albacete, n° inv. 19977. Presenta musgos relacionables con una exposición prolongada en superficie. Dimensiones (cm): Long.: 28; Ancho: 24; Grosor: 11. |
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JU-CONS02. Sillar en caliza blanco-amarillenta, bien trabajado y escuadrado, con indicio de posible grapa en un lado. Presenta musgos y oscurecimiento como indicios de una exposición prolongada en superficie. Dimensiones (cm): Long. 87,5; Ancho: 27,4; Grosor: 19 |
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JU-CONS03. Bloque en caliza blanco-amarillenta. Sus lados cortos muestran zonas fracturadas y rebajadas, sin presentar huellas de trabajo. Bien trabajado y escuadrado por algunos lados largos, conservando en uno de ellos huellas del cincel de talla, con un ancho de boca en torno a 2 cm. Dimensiones (cm): Long. 78; Ancho: 52; Alto: 20. |
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JU-CONS04. Bloque en caliza blanquecina de forma troncocónica. La base es irregular, con extracciones por golpes. La cara superior, más pequeña, está mejor conservada, aunque presenta golpes puntuales. La superficie ha sido regularizada y alisada mediante cincelado. En sus caras muestra erosión, golpes y evidencias de exposición en superficie. Dimensiones (cm): Altura máxima: 27,5; Anchura máxima 29 (“base”); Grosor máximo: 16 (lado trabajado). Cara superior: 22x12. |
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JU-CONS05. Fragmento irregular en piedra caliza de color amarillento. No presenta una forma reconocible. Muestra una cara plana, con dudosas marcas de labra y siendo el resto muy irregular. El tipo de piedra es parecido al de las esculturas. Dimensiones (cm): Long: 54; Ancho: 20; Grosor: 17. |
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JU-CONS06. Bloque en caliza blanco-amarillenta de forma alargada. Presenta seis caras facetadas y alisadas o con muestras de trabajo a cincel mediante golpes oblicuos. Dimensiones (cm): Long: 11; Ancho: 6,5; Grosor: 5. |
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JU-CONS07. Posible solado en piedra caliza compuesto por dos fragmentos con señales de labra en uno de sus lados. Dimensiones (cm): Fragmento solado 1: Long: 30; Ancho: 20,5; Grosor: 11. Fragmento solado 2: Long: 35; Ancho: 22; Grosor: 10. Medidas total solado completo: Long.: 41; Ancho máx. conservado: 34; Alto: 8. |
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JU-CONS08. Posible fragmento de solado en caliza con lateral de perfil oblicuo. Dimensiones (cm): Long: 25; Ancho: 21,5; Grosor: 11. |
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JU-CONS09. Posible fragmento de solado en caliza. Dimensiones (cm): Long: 15,5; Ancho: 10; Grosor: 7. |
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JU-CONS10. Posible fragmento de solado en caliza, con laterales verticales y marcas de talla. Dimensiones (cm): Long: 15,5; Ancho: 9,5; Grosor: 6. |
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JU-CONS11. Losa natural de caliza, con algunas concreciones y superficie algo cenicienta. Dimensiones (cm): Long: 44; Ancho: 34; Grosor: 5. |
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JU-CONS12. Posible fragmento de solado en caliza, aparentemente quemado. Dimensiones (cm): Long: 38; Ancho: 32; Grosor: 8. |
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JU-CONS13. Posible fragmento de solado en piedra arenisca. Dimensiones (cm): Long: 11; Ancho: 11; Grosor: 7. |
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JU-CONS14. Fragmento de piedra caliza procedente del corte 5 (UE 16). |
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JU-CONS15. Fragmento de piedra caliza procedente del corte 5 (UE 16). |
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Junto a estos elementos documentados en superficie, JU-CONS14 y 15 proceden de la excavación del yacimiento, actualmente en estudio.
Figura 7. Base de escultura de herbívoro. Casa de la Cultura de Nerpio (Albacete). Fotografía: autoras. ^
La presencia de piezas escultóricas en las necrópolis y santuarios ibéricos se ha vinculado a dos tipos principales de monumentos: las torres con esculturas arquitectónicas (Almagro-Gorbea, 1983) y los pilares-estela con figuras exentas como remate y, ocasionalmente, relieves en su alzado (Izquierdo, 2000). Sabemos que también existieron esculturas directamente colocadas como señalizadoras de ciertas tumbas tumulares (Blánquez, 1995) o sobre soportes arquitectónicos encajados en los empedrados que ordenaban las necrópolis (Llobregat, 1993, p. 84) y, en el caso del santuario del Pajarillo (Huelma, Jaén), figuras exentas sobre torres, con leones adaptados a las escaleras de acceso (Molinos et al., 1998).
La presencia de diversos bloques con evidentes marcas de talla junto a la zona excavada en Jutia y en el área límite entre las dos fincas mencionadas, revela que existió un soporte arquitectónico para las representaciones escultóricas. Los bloques trabajados no pueden considerarse sillares, ni por su grosor ni por su morfología, y por tanto no revelan la existencia de monumentos construidos en altura. La única salvedad podría ser el bloque con la grapa en T (JU-CONS01), un elemento que se repite en las piezas que rematan los pilares-estela (Izquierdo, 2000, p. 112). Sin embargo, las grapas son elementos prácticos, que se emplean en los sillares del alzado de los monumentos, pero también en los suelos de los espacios funerarios y de culto.
El hecho de que no se hayan encontrado cornisas o elementos de gola en Jutia no quiere decir que no existieran. El desmantelamiento de los majanos en torno al antiguo monumento ha sido un fenómeno reciente, y la edificación del poblado agrícola de El Álamo pudo aprovechar bloques procedentes del entorno de la fuente de Jutia. La inspección visual que hemos realizado de las paredes arruinadas en el antiguo caserío no ha mostrado evidencias de estas reutilizaciones, pero como es lógico, esta no puede considerarse una revisión exhaustiva.
Sea como sea, las características morfológicas de los bloques consignados en la zona del monumento revelan una búsqueda de superficies aplanadas y no muy gruesas, con al menos una de sus caras trabajada mediante cincel cuando es necesario. También se observa el aprovechamiento de lajas calizas naturales, con escasas muestras de regularización, en ocasiones innecesarias. Todo parece indicar que, salvo algunas piezas que luego identificaremos, la mayor parte de los bloques pudieron corresponder a un suelo de piedra que conformaría la base del lugar de culto. Además de los encontrados en la zona del monumento, otros muchos han sido acumulados en los majanos del límite de la finca, lo que permite pensar en una superficie empedrada amplia.
El único paralelo que podemos mostrar en este sentido es el del yacimiento alicantino de Las Agualejas, en Monforte del Cid (Alicante). Las excavaciones realizadas localizaron un suelo rectangular de piedras planas y diversas concentraciones de ceniza (fig. 11), que por sus materiales se fecharon desde el Ibérico antiguo hasta el siglo I a.C. (Abad et al., 1997, p. 8). No se conoce la relación de esta estructura con las numerosas esculturas, principalmente de bóvido, encontradas en la zona, pero indudablemente espacios como este debieron tener un papel específico en el desarrollo del culto.
En Jutia existen otras piezas que no responden a estas características, como es el gran bloque rectangular de algo menos de 1 m de longitud (JU-CONS02) que no encaja como pieza de suelo. En la necrópolis del Cercado de Galera (Liétor, Albacete) se documentó un elemento similar, así como fragmentos compatibles con un solado (fig. 12). Sin embargo, en las fotos tomadas en este lugar se refleja igualmente la presencia de grandes bloques y una cornisa o sillar de gola que evidenciaría un monumento de tipo pilar-estela (Sanz y López, 1994, p. 214, fotos 11 y 12).
No debemos olvidar que la arquitectura más frecuente en el mundo ibérico es la que combina piedras irregulares y adobes, y que estos últimos elementos constructivos pudieron ser importantes para la delimitación de espacios cubiertos y no cubiertos, tanto domésticos como religiosos (Ortiz et al., 2020). Podemos pensar para la pieza de Jutia una función como dintel, o mejor, como umbral de acceso, que marcara el punto de tránsito entre lo sagrado y lo cotidiano mediante un escalón. Sus dimensiones, con 87 cm de ancho, serían más que suficientes para pertenecer a una puerta.
Los fragmentos JU-CONS14 y 15 son los únicos que proceden de la excavación arqueológica realizada, concretamente de la UE 16 del corte 5. La posición estratigráfica de la UE 16, un depósito pardo-amarillento de compacidad media, con arenisca disgregada y cantos de pequeño tamaño, plantea un rango cronológico entre los siglos III-I a.C. Basamos la potencial relación de estos fragmentos pétreos con las esculturas y su monumentalización, en dos argumentos. Por una parte, su análisis mostró su compatibilidad petrográfica con la cabeza de toro (JU-ESC01, n° inv. 16122, Fort et al., 2019), y por otra, en la UE 2 de este corte 5, se halló un goterón de plomo, vinculable a una actividad constructiva en este espacio.
En definitiva, la conclusión que podemos obtener del estudio de estas piezas es que sin duda pertenecieron a un monumento definido mediante un suelo empedrado. Las esculturas pudieron integrarse o sobreponerse a él mediante peanas, ya que no se han encontrado elementos para pensar en la existencia de pilares-estela, aunque el ya citado caso de Liétor invita a la prudencia.
Por su parte, y respecto a los diversos fragmentos escultóricos inventariados más arriba, dos proceden con seguridad de Jutia (JU-ESC01 y 02) y el resto han sido atribuidos a este yacimiento por sus descubridores. En general, las características de las piezas permiten confirmar esta asignación, tanto por su morfología como por la piedra en la que han sido realizadas. Los estudios petrográficos (Fort et al., 2019) han identificado la materia prima de las esculturas como una calcarenita, mientras que los elementos arquitectónicos corresponden a una caliza detrítica, ambas con una cronología del Mioceno medio. Mientras que la piedra para los componentes arquitectónicos se localizaba en un afloramiento inmediato al sitio, la utilizada para las esculturas procede de las canteras de Rambla Comina, situadas a unos 3 km de distancia. Por tanto, los escultores realizaron una prospección geológica en el entorno que les llevó a localizar una materia prima adecuada para la talla, desechando la fuente de caliza más cercana por sus inferiores condiciones para el trabajo y apariencia final de las piezas.
Sin embargo, la petrología de los dos grupos de esculturas (JU-ESC01 y 02 y el resto), muestra pequeñas diferencias, dado que el contenido en granos de cuarzo y la presencia de potasio es mayor en el segundo grupo (JU-ESC03-12). En base a estos datos, se considera que la extracción de la piedra también parece haber correspondido a la cantera de Rambla Comina, pero en otra zona más próxima al eje de la cuenca sedimentaria (Fort et al., 2019, p. 868). Esta información puede indicar la existencia de dos monumentos muy cercanos o de episodios constructivos consecutivos en un mismo lugar. En ambos casos la piedra utilizada procede de Rambla Comina, aunque de distintos frentes de cantera.
Esto nos lleva a evaluar el número de ejemplares a los que corresponden los fragmentos escultóricos, y con ello, al esfuerzo dedicado a la labor de cantería y escultura. Así, y como cálculo mínimo, en uno de los conjuntos puede identificarse un toro, representado por su cabeza (JU-ESC01), y un herbívoro, al que correspondería el cuerpo recogido al exterior de la valla de la Finca Jutia (JU-ESC02). En el segundo conjunto, contaríamos con otro cuerpo de herbívoro al que podrían pertenecer varios de los restantes fragmentos conservados en la Casa de la Cultura de Nerpio (JU-ESC04-07). Desconocemos el lugar del hallazgo de la cabeza de cierva conservada en el Museo de Hellín, y dado que no conocemos su composición petrológica, queda abierta su pertenencia a uno u otro cuerpo, o a un tercer ejemplar.
La atribución específica de los cuerpos de herbívoro resulta difícil (fig. 13). La cabeza conservada en Hellín es seguramente de una cierva, mientras que la presencia de dos extremos de cuernos en la Casa de la Cultura de Nerpio podría indicar que el cuerpo allí conservado pudiera ser de un corzo o una cabra silvestre joven, especies ambas que ocupaban estos territorios en época ibérica (Mata et al., 2014). Sin embargo, no podemos renunciar al planteamiento de otras hipótesis. Por una parte, la sección redondeada de los cuernos y su superficie lisa pudieran estar indicando la presencia de un toro, al que podría añadirse la oreja (JU-ESC06) y por otra, el hecho de que sean dos piezas de tamaño diferente permite sugerir su pertenencia a dos animales.
Las esculturas revelan un buen conocimiento del proceso de talla y un objetivo ambicioso, ya que representan a las figuras en pie, o al menos con el interior vaciado, y no echadas, respetando el bloque, como sucede con la mayor parte de sus paralelos. Esto resulta habitual en los toros “realistas”, grupo al que pertenece el de Jutia, pero no en los cérvidos o cápridos, que como se verá, aparecen en su mayoría en posición echada. La fragilidad de las patas, largas y delgadas, obliga a la presencia en uno de los ejemplares de una columna central de sustentación (JU-ESC 04 y 05), lo que indica hasta qué punto los escultores consideraron la postura erguida como un elemento caracterizador de la pieza. Es difícil saber si el cuerpo de posible cérvido (JU-ESC 02) también se representó en pie, puesto que el espacio entre el vientre y la base, no conservada, ha sido completamente vaciado. La orientación de las patas delanteras y el extraño pliegue de las traseras induce a pensar en una posición parcialmente flexionada, como en alguno de los ejemplares cordobeses del Cerro de San Cristóbal de Baena (Vicent, 1982-1983, pp. 19-20).
La cabeza de cierva conservada en el Museo de Hellín es un ejemplo de la calidad técnica e inspiración de las esculturas de Jutia. Fiel a los modelos reales, que comparten también otras especies, como las gamas (Dama dama) o las corzas (Capreolus capreolus), se respeta la relación de proporciones entre el área de la frente y la zona ocular frente al adelgazamiento del hocico, en el que se representan fielmente los orificios nasales. Los ojos son tallados en el interior de una zona cuidadosamente rebajada, marcándose los párpados y alargando el lacrimal, como en los ejemplares vivos. Las orejas, largas y voluminosas, como corresponde a las ciervas, no llegan a separarse del todo de la cabeza por razones prácticas de la talla, pero su extremo se separa del inicio del cuello. Su interior mantiene un volumen dividido en dos lóbulos, haciendo quizás alusión al pelo que los rellena en las ciervas reales, confiriéndoles un cierto dibujo interno. Este delicado trabajo, sin duda fue preparado pensando en la pintura final que completaría la obra y daría vida al animal representado.
Con los datos disponibles, es posible avanzar algunos elementos más para la discusión sobre el espacio donde se ubicó el monumento antiguo. Por una parte, el análisis de la evolución del montículo, al menos entre los años 80 y la actualidad, permite plantear que las esculturas de la cabeza de toro (JU-ESC01) y el cuerpo de herbívoro (JU-ESC02) fueron extraídos de la actual propiedad de Finca Jutia, en la zona donde hemos excavado. De hecho, el desmonte casi completo del montículo en la parte de Finca Jutia está claramente vinculado a la aparición de estas dos esculturas, entre 2004 y 2005. Esto es relevante, porque nos permite relacionarlas con un contexto arqueológico, que explicaría también los posibles restos constructivos documentados en la UE 16 del corte 5. Existen, por tanto, argumentos para afirmar que en este punto hubo un espacio acondicionado mediante un enlosado pétreo al que estarían vinculadas las esculturas.
Es importante, a su vez, situar este monumento en su contexto inmediato. Para su localización se escogió un afloramiento rocoso que se eleva ligeramente en un punto muy visible del fondo del valle, en las inmediaciones de un manantial y de un espacio inundable. Arqueológicamente, se han documentado en este punto fosas y depósitos que incluyen cultura material diversa, con fragmentos cerámicos, fíbulas, armas, cuentas de collar y restos orgánicos como carbones, semillas y huesos, incluyendo restos humanos (Gener et al., 2016; Fort et al., 2019). Ninguno de estos depósitos es asimilable a una tumba o depósito ritual relevante en términos de su materialización externa o interna. La extensión excavada coincide, con bastante exactitud, con la totalidad del montículo conservado en esta parte de la linde, lo que hace que los resultados sean representativos de este espacio, al que asociamos las esculturas JU-ESC01 y 02. Este panorama de depósitos arqueológicos relativamente homogéneos, sin evidencia de una jerarquía o diferenciación relevante, nos permite afirmar que el monumento de Jutia se vinculó a ritos practicados por un colectivo de personas, funcionando como un espacio ritual al que se asociarían tanto los habitantes del lugar como quienes transitaron por la ruta montañosa de este valle.
Este tipo de monumentos presenta una amplia extensión geográfica en el área ibérica, mayoritariamente entre los siglos V-III a.C. (fig. 14). La cabeza de bóvido encontrada en la zona del Cortijo del Álamo coincide con los modelos “realistas” de los toros ibéricos (Tipo A de Chapa, 1980, p. 807), que siguen un modelo común. Se trata de figuras exentas representadas en pie sobre una gruesa base de sustentación. La cabeza es la zona en la que los escultores se permiten una mayor originalidad, pero lo habitual es marcar arrugas curvas sobre los ojos y trabajar las orejas y los cuernos en el mismo bloque de piedra. Ocasionalmente se representa un adorno que cubre parcialmente la frente y que puede aludir a su carácter de ofrenda sagrada y vínculo con la divinidad. El sexo, caso de indicarse, se limita a un engrosamiento en el bajo vientre. Las piezas se tallan en un solo bloque, vaciando el espacio entre el vientre y las patas. Muy ocasionalmente, y en piezas de envergadura, se refuerza la sustentación manteniendo la piedra entre las patas, como en el caso de Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén) (González Navarrete, 1987, pp. 189-192). Sin embargo, no suele recurrirse con este fin a un soporte estructural central, lo que revela el interés por demostrar una gran maestría en la talla de estos voluminosos animales.
La presencia de este tipo de toros es casi ubicua en los lugares ibéricos con devoción religiosa, como los cementerios, sin que falten tampoco en algunos lugares de culto. Pareciera que casi cualquier monumento debería incluir una figura de bóvido para resultar adecuado y conforme a los designios de la divinidad. Por poner algún ejemplo, en el caso de los recintos funerarios de tierras interiores, podemos recordar el pilar-estela rematado con un toro de la necrópolis de Jumilla (Murcia), que articula una zona de tumbas de un alto nivel de riqueza, como eran las sepulturas 22 y 70 (García Cano, 1997, pp. 264-265). Entre los yacimientos próximos a la costa, podemos recordar el de Cabezo Lucero (Alicante), asociado a una necrópolis (Llobregat, 1993), en donde los túmulos rematados con toros aglutinaban una serie de tumbas en su entorno. En un entorno costero se localiza igualmente la necrópolis de Los Nietos (Murcia), a la que se asocian un bóvido y restos de un sillar de gola (Cruz, 1990; García Cano, 1990). También en ciertos lugares de culto, las esculturas de toro fueron numerosas. El caso más claro es el conjunto de Monforte del Cid, en el que varios ejemplares de gran calidad ocupaban una zona sacra (Abad et al., 1997) en la confluencia del río Vinalopó con el arroyo de Orito (Moratalla, 2000-2015; Molina, 2020).
En cuanto a las figuras de herbívoro, como se ha señalado, su clasificación específica a partir de los restos conservados resulta difícil. De Jutia proceden dos cuerpos, además de otros elementos, como patas y pezuñas, una cabeza y dos cuernos que podrían corresponder a bóvidos o cápridos, aunque su superficie lisa argumenta a favor de los primeros. Creemos más probable que los herbívoros de Jutia fueran cérvidos, tanto por las características de la cabeza conservada en el Museo de Hellín, que probablemente correspondería a uno de los cuerpos, como por la tradición que estos animales tienen en la iconografía ibérica, con precedentes en el mundo tartésico (García-Gelabert y Blázquez, 2007, pp. 96-97).
La distribución de las esculturas de cérvido en el territorio ibérico es muy amplia, pero llama la atención tanto su presencia recurrente en lugares de montaña, como su asociación a fuentes de agua. Esto último caracteriza a los ejemplares cordobeses de Torre Morana (Morena y Rodero, 2006, pp. 144-145, Morena, 2021, láms. 53-55) y del Cerro de San Cristóbal de Baena, el primero asociado a una necrópolis ibérica y el segundo a un posible santuario, tal y como propuso A. M. Vicent (1982-1983, p. 23). Las áreas montañosas de Jaén y Albacete presentan varios ejemplares, en yacimientos con ciertos rasgos recurrentes. Uno de ellos es Cerro Alcalá (Jaén), en una de cuyas necrópolis, la “Era Alta de Caniles”, se recuperaron varias piezas escultóricas. Una de ellas es el cuerpo de una figura femenina (Rísquez y Rueda, 2015), al que hay que asociar, sin que se tenga noticia de su procedencia concreta, una escultura de toro, otra de herbívoro, quizás un cérvido y una tercera representando un animal indeterminado (Chapa, 1980, pp. 439-443). La localización del yacimiento es crucial, en una red de caminos que funciona desde tiempos preibéricos y que marca el eje del río Torres como punto a controlar. La ocupación de este sitio también se beneficia de una fuente o manantial (“Fuente de Caniles”) que ha tenido un uso continuado en las explotaciones rurales del entorno (Díaz López, 2014).
Además de la presencia de posibles cérvidos en la necrópolis del Estacar de Robarinas, de Cástulo (Linares, Jaén), cuyas noticias son algo confusas (Blázquez y Remesal, 1979, p. 363, plano 16, láms. XLII y XLIII.1), encontramos de nuevo otros lugares asociados a este tipo de esculturas, incluyendo también relieves como el de Albanchez de Mágina (Úbeda, fig. 15). En el camino abierto por el Guadiana Menor, entre el Guadalquivir y las altiplanicies granadinas, se instaló una importante ruta a partir del tránsito entre el siglo V y el IV a.C., aunque ya había funcionado en el siglo VI a.C. Uno de los yacimientos principales, en el extremo norte, será Toya (Peal de Becerro, Jaén). De este lugar procede una escultura exenta de cérvido que, junto a numerosas cerámicas y otros materiales, fue vendida tras las rebuscas que se produjeron a raíz del hallazgo de la cámara (Cabré, 1925, p. 85, fig. 13; Madrigal, 1997, p. 171, lám. II; Chapa et al., e.p.). Si se asoció a esta singular estructura subterránea, o si fue recogida en el entorno de la necrópolis que se extiende por el Cerro de la Horca, es algo que no puede asegurarse por ahora, pero en todo caso, su contexto parece ser funerario.
Figura 15. Relieve con figura de cierva. Albanchez de Úbeda. Museo de Jaén. Fotografía: T. Chapa. ^
Y en pleno curso del Guadiana Menor, entre los yacimientos citados y en las estribaciones meridionales de las sierras de Cazorla y Segura, se localiza Castellones de Céal (Hinojares, Jaén), que supuso un importante punto de apoyo en la ruta encauzada por ese río. En el área de su necrópolis se localizaron dos esculturas, precisamente un toro y un cérvido (fig. 16), cuyo contexto concreto desconocemos, pero que en el caso del bóvido podemos asociar a una estructura tumular de gran tamaño que no era en sí una sepultura, sino un monumento que dominaba el acceso a la necrópolis (Chapa et al., 2002-2003, p. 81). El desarrollo principal de este cementerio comienza a inicios del siglo IV a.C., continuando al menos durante todo el siglo III a.C. (Chapa et al., 1998). ^
Algo más al Norte de Jutia, bordeando por el este la Sierra de Alcaraz y próximo a la población de Liétor (Albacete), se localiza el Cercado de Galera, un yacimiento al que ya nos hemos referido por la semejanza de sus materiales con los de Jutia. Junto a numerosos restos arquitectónicos se recuperaron dos cuerpos animales incompletos. Uno de ellos podría ser un felino, puesto que aunque no tiene indicios del costillar, su cola se introduce entre los cuartos traseros para aparecer bajo el lateral derecho del vientre, algo más propio de estos animales. La segunda figura es indudablemente un herbívoro que se representa echado, en bloque macizo y con las patas dobladas bajo el vientre (fig. 17). Nuestra reciente prospección de este yacimiento nos permite señalar una surgencia de agua inmediata, que es otro elemento recurrente con Jutia y otros casos vistos aquí. Además, la identificación de una pesa de telar con una figura de bóvido estampillada alude posiblemente a la vinculación entre una actividad productiva y económica relevante, como la textil, y el culto propio del lugar.
Siguiendo en sentido Norte, la necrópolis de El Salobral (Albacete) ha proporcionado restos de bóvidos, un cérvido y un posible felino (Blánquez, 1995, p. 250). Se encontraron fragmentadas y reutilizadas en las construcciones más tardías o en los espacios entre tumbas. La presencia de sillares y de elementos decorados hace pensar en la existencia de pilares-estela como soporte, al menos de alguna de las esculturas. De los animales representados, las cabezas de la cierva y el toro responden a un mismo estilo, de rasgos expresivos y esquematizados, por lo que con seguridad pertenecieron a un mismo monumento. Todas las piezas tienen un tamaño reducido, una característica que se ha señalado también en Jutia.
En el límite sur de las formaciones calizas que se abren hacia los llanos de Bonete, se encuentran las fincas de Casa Aparicio y la Mata de la Estrella (Higueruela, Albacete). De aquí procede un cuerpo de herbívoro encontrado de forma casual al realizar tareas agrícolas. El lugar se sitúa a unos 1000 m de altitud y las sierras de su entorno alcanzan los 1200 m. A pesar de esta altura, presenta buenas características para un emplazamiento de uso agrícola y de apoyo a los caminos que se dirigen desde el Sur hacia las serranías y de Oeste a Este, entre Higueruela y Alpera, como destinos más inmediatos. La existencia de este emplazamiento pudo suponer igualmente un buen punto de apoyo a estas rutas. La base de datos de puntos de agua del IGME (http://info.igme.es/BDAguas/; consulta 10/03/2023) señala el alto poder hidrológico de las formaciones calizas de la zona y la existencia de manantiales.
No muy lejos de Higueruela hay que registrar el importantísimo hallazgo de Caudete (Albacete). De allí procede una escultura femenina encontrada cerca de la Rambla del Paraíso (Soler, 2006, pp. 22-23). En otro emplazamiento cercano, conocido como “Capuchinos” y junto a la Fuente de Bugarra, se recuperaron diversas esculturas ibéricas, la mayoría fragmentadas (Blech y Sanz, 2000; Almagro-Gorbea et al., 2016). Es muy relevante la buena conservación de una gran cierva exenta, a la que se unen otros fragmentos de herbívoros y bóvidos, alguno de buen tamaño y excelente calidad (figs. 18.1 y 2). El sitio se ha interpretado como una necrópolis debido a la presencia de las esculturas y un capitel que pudiera rematar un pilar-estela (Pérez Amorós, 2001), sin embargo, aunque se testimoniaron restos cerámicos, no aparecieron conjuntos claramente funerarios.
Finalmente, recordemos un hocico de posible cérvido en el yacimiento costero alicantino de Tossal de les Basses, con indicios tanto de una necrópolis como de un lugar de culto (Rosser y Fuentes, 2007, p. 98). En otro extremo geográfico, las esculturas del importante yacimiento de Alarcos (Ciudad Real) (Prada, 1977; Chapa, 1980, pp. 691-698) incluyen también algún fragmento que puede caracterizarse como un cérvido.
Este largo recorrido nos permite apreciar que, en el caso de Jutia y en otros varios donde se han recuperado esculturas de cérvidos, la presencia inmediata de fuentes y manantiales resulta acorde con estas representaciones y, como señaló Llobregat (1981) también lo es respecto a los toros.
El sentido que pudo tener el toro para la sociedad ha sido ya valorado en sus diversos aspectos y en su relación con las creencias, la economía, los astros o el agua (Álvarez de Miranda, 1954; Blanco Freijeiro, 1962; García-Gelabert y Blázquez, 1997; Llobregat, 1981; Maier, 2004). El toro, peligroso animal al que resulta muy arriesgado enfrentarse, debió constituir uno de los contrincantes a batir por personajes principales o heroicos, tal y como se interpreta en una escena representada sobre una placa de marfil de Medellín (Almagro-Gorbea, 2002). Vinculado a Hércules en ese caso, merece la pena también recordar que este personaje se apodera del rebaño de Gerión en su décimo trabajo, lo que implicó transitar con los animales por una larga ruta que cruzó toda la geografía ibérica.
Considerando la ubicación de Jutia, el esfuerzo que debió suponer encargar una escultura a un taller especializado revela hasta qué punto estas figuras suponían la sacralización de un lugar. Ante su representación se desarrollarían ceremoniales, se depositarían ofrendas y se realizarían sacrificios. Si el toro fue una alusión directa a la divinidad, o más bien la evidencia material y permanente de un culto sacrificial, no podemos saberlo por el momento. Ciertamente, las características de los animales representados parecen indicar que pudieron ser ofrendas en actos ceremoniales de especial importancia.
En cualquier caso, queda clara su relación con un sólido mundo de creencias compartido en amplios territorios ibéricos. La ubicuidad de las esculturas de toro en un espacio geográfico tan extenso, reflejaría la existencia de ciertos principios simbólicos comunes, que favorecerían el contacto entre los grupos regionales y el mantenimiento de relaciones políticas, económicas y comerciales. El bóvido de Jutia cumpliría este papel en un lugar remoto, en el que una fuente, un camino y una comunidad de apoyo, respaldarían el tránsito de personas y ganaderías en un área de orografía difícil.
En cuanto a los cérvidos, su importancia viene también refrendada por historias y leyendas. Es muy conocido el hecho de que Sertorio, a quien un lusitano había ofrecido una cervatilla albina, comprendió la manera en que este animal podía ayudarle en sus ambiciones de ser reconocido como un personaje especial por parte de los grupos hispanos (Moret y Pailler, 2002; García Cardiel, 2020). En este mismo sentido, es preciso recordar la leyenda de Habis (Gascó, 1986, p. 128) que, abandonado en el bosque de niño, fue respetado y alimentado por los animales más fieros, hasta que, arrojado al mar y salvado milagrosamente, fue amamantado por una cierva. Su vida con estos animales le dotó de una rapidez y agilidad sin precedentes, así como de un excelente conocimiento de bosques y montes, pero no pudo rehuir la caza a la que fue sometido y que le devolvió a la mansión de Gargoris, convirtiéndole finalmente en un héroe civilizador. El texto de Justino (Iust. XLIV, 4, 8) es una versión tardía, recogida de la obra de Pompeyo Trogo (Gascó, 1986, p. 127), que suele referirse a su vez a Asclepíades de Mirlea (Moret y Pailler, 2002, p. 120), un escritor contemporáneo a Sertorio (García Cardiel, 2020, p. 327). Lo importante de este hecho es que en el siglo I a.C., las leyendas fundacionales de la sociedad prerromana peninsular eran en gran parte conocidas, compartidas y transmitidas, lo que de nuevo indica que los ciervos, y en concreto las ciervas, tuvieron un papel de largo recorrido en el universo religioso ibérico.
Entre los aspectos que pueden destacarse en relación a estos animales se encuentra la caza, la reproducción y una relación directa con la divinidad. Las ciervas son animales herbívoros, silvestres, asustadizos y ágiles, por lo que su caza implica no tanto peligrosidad, sino sigilo, precisión, velocidad y resistencia. En el mundo ibérico, las ciervas son frecuentes en la decoración vascular, como muestran El Tolmo de Minateda y Libisosa en el ámbito albaceteño (Abad y Sanz, 1995; Uroz, 2012). Las representaciones de la caza de los ciervos reflejan una acción tanto individual como de grupo (en el relato de la cierva de Sertorio se habla de “los cazadores”). Esta actividad aristocrática se desarrolla a menudo a caballo e incluye a dos o más personas, como se aprecia en los vasos del Tossal de Sant Miquel de Llíria (fig. 19), en donde no solo cuentan con armas, sino también con redes (Bonet, 1995, pp. 112 y 114, fig. 44). Su sentido es diferente al combate heroico frente a los grandes depredadores, como leones, grifos o lobos, adquiriendo un carácter más “festivo”, más grupal y más repetitivo.
La muerte o apresamiento de un animal protegido por la divinidad no parece resultar un hecho impío, sino una actividad habitual entre los aristócratas ibéricos, aunque su desarrollo debió implicar una dedicación o signo de respeto a la instancia divina, a la que quizás se dedicaban los cérvidos obtenidos. Podemos plantear aquí una nueva lectura para una de las escenas de la pátera de Tivissa con umbo de lobo (Olmos, 1997, pp. 97-102, fig. 6). En ella, tres personajes alados protagonizan una escena de sacrificio (fig. 20). Uno de ellos sostiene un timiaterio, mientras que el segundo sujeta con su mano izquierda la cabeza de un animal echado -una oveja, según la interpretación de Olmos-, y con la derecha empuña un cuchillo con el que va a perpetrar el sacrificio. El tercer personaje lleva entre sus manos lo que se ha considerado como “ramas aspersorias”. Consideramos que este elemento bien podría ser interpretado como una cornamenta de ciervo adulto, que ha sido previamente separada de la cabeza del animal sacrificial. Si esto es así, una ofrenda de este tipo podría considerarse como plenamente ritualizada en el mundo ibérico, como parecen indicar los casos ya citados de Cerrillo Blanco y La Guardia (fig. 21).
Otro elemento clave de las historias relatadas y de las representaciones iconográficas, es el de la edad, tanto de Habis como de la cervatilla que se ofrece a Sertorio. Se trata de criaturas muy jóvenes, que solo pueden sobrevivir si son amamantadas. En estos casos, la debilidad y dependencia extrema ponen en peligro su capacidad de supervivencia, pero la divinidad, por distintos medios, provoca un desenlace imprevisto, en el que la vida se impone a la muerte. La imagen de una cierva dando de mamar a su cría, repetida en varios ejemplos en piedra, como el relieve de Marchena (Ferrer, 1999, pp. 106-107) y en cerámicas como las del Tossal de Sant Miquel de Llíria nos revela la transmisión de la vida (Ramos, 2000; Olmos, 2000-2001). En este contexto, hemos de fijarnos tanto en el ejemplar adulto como en el joven que, poco a poco, va siendo autosuficiente, perpetuando el ciclo. La leyenda de Habis le equipara a un cervatillo que sobrevive y crece, convirtiéndose en un adulto físicamente poderoso e intelectualmente sabio. La presencia de animales jóvenes se ha señalado ya en el caso de la cierva de Toya (Chapa, 2022; Chapa et al., e.p.), y puede estar detrás de ciertas figuras presentes en contextos funerarios como, entre otros, en un ejemplar de bronce de Pozo Moro (Alcalá-Zamora, 2004, p. 47) o una terracota de la tumba 76 de Hoya de Santa Ana (Sánchez Jiménez, 1943, p. 12; Martínez Picazo, 2016, p. 147) que muestra con sus incrustaciones el moteado propio de los cérvidos de muy corta edad.
Finalmente, su relación directa con lo divino puede deducirse de la presencia de esculturas sobre monumentos que no forman parte de escenas de caza ni de sacrificio, y que por lo tanto nos muestran a los cérvidos como animales propios de lugares sacros y representativos de la divinidad. La tapadera de una caja de piedra recuperada en la tumba 10 de Galera reproduce una figura de cierva como pomo central (Pereira et al., 2004, pp. 75-82). El carácter arquitectónico en miniatura de estas cajas nos da una idea de cómo pudieron disponerse estos animales sobre los monumentos funerarios. Otra caja cineraria, esta vez de Toya, que por fortuna conserva todavía su decoración pintada, repite en sus diferentes lados a una pareja de cérvidos afrontadas a una rama y con aves sobre sus dorsos (Cabré, 1925, p. 96; Chapa, 2022, fig. 7, pp. 3-4). Mientras una de las figuras es de color oscuro y vientre más grueso, sugiriendo una cierva adulta, su acompañante es de color más claro y de vientre muy adelgazado, lo que parece asociarse a un animal más joven. La vinculación con el árbol y las aves aproxima estas figuras al mundo púnico, en un tipo de creencias que los iberos debieron compartir en momentos en los que los contactos entre ambos ámbitos fueron continuos (Olmos y Tortosa, 2010).
El estudio de la iconografía zoomorfa ibérica ha subrayado habitualmente las imágenes relacionadas con el poder y la agresividad, identificadas sobre todo en los leones y los animales sobrenaturales. Los toros, en cierta medida, participan de estos atributos, pero dentro ya de una esfera doméstica. Otras especies, como los cérvidos, han estado menos presentes en la bibliografía, pese a su indudable importancia en el registro iconográfico. Esto se debe, al menos en parte, a las dificultades que plantea tanto la identificación de sus imágenes como su interpretación. Las frágiles ciervas –animales de pezuña, como señalan Ruiz y Sánchez (2003, p. 139)- no encajan demasiado bien entre esos símbolos de fuerza que encarnan mejor los leones –animales de garra, según los mismos autores-. En el trabajo que acabamos de citar, se intenta encontrar en esta dicotomía entre depredadores y herbívoros, un reflejo de cómo se reconoce la aristocracia en la sociedad, y cómo adopta, en consecuencia, unas formas cambiantes de representación, ligadas a la consolidación progresiva del oppidum y a los diversos sistemas de ocupación territorial.
Según los datos disponibles, las esculturas de cérvidos se centran principalmente en un área que coincide con los actuales territorios de Jaén y Albacete. Pueden aparecer solos, pero se complementan bien con los toros, que tienen una representación geográfica más amplia. Ambos son animales herbívoros, pero sus referentes son distintos. Los toros necesitan amplios terrenos de pastos naturales que deben formar parte de un paisaje controlado por la ciudad, y aunque sin duda entran en la clasificación de animales domésticos, algunos rebaños debieron relacionarse con los santuarios y el calendario religioso, ajenos al trabajo impuesto por las actividades agrícolas y de transporte. Corpulentos y poderosos, fueron gratos a la divinidad, que aceptaría gustosa su ofrenda en ceremonias colectivas. Por tanto, sus esculturas en piedra debieron ser el testimonio de una sólida devoción, extendida por toda la geografía ibérica.
En cuanto a los cérvidos, pertenecen plenamente al ámbito silvestre, tanto al bosque como a zonas más abiertas. Difícilmente pueden considerarse animales peligrosos, y su iconografía resalta las habilidades de la caza, y el papel de las ciervas como animales curótrofos, mientras que los cervatillos confirman el éxito del ciclo vital. Seguramente los propios espacios arbolados que habitaban los ciervos fueran a menudo considerados sagrados, y la presencia humana en ellos precisaría de un reconocimiento a la divinidad protectora. Todo este universo es favorecido y protegido por la divinidad, a la que aluden los ciervos que rematan monumentos en necrópolis o lugares de culto.
La extensa distribución de los monumentos con toros y cérvidos indica una aceptación generalizada de estas representaciones en amplios territorios. Específicamente, resulta de interés subrayar que, sin descartar su presencia en asentamientos de entidad, varios de estos conjuntos se asocian a pequeños núcleos alejados de las poblaciones principales y situados en lugares de vegetación densa y orografía difícil, como es el caso de Jutia. Las imágenes de toros y cérvidos aludirían directamente a divinidades cuyo culto se respeta en un área geográfica muy extensa, que ciertamente va más allá de los territorios políticos. Al contrario que las representaciones ligadas a personajes y grupos de élite que reclaman identidades propias (Chapa, 1998), estas figuras buscan una aceptación mucho más amplia, en la base de creencias comunes que convienen al establecimiento de rutas de tránsito entre áreas muy alejadas. Estas rutas, que conectaban diferentes regiones interiores entre sí, y a estas con las costeras, pudieron establecerse a partir de los inicios del siglo IV a.C., si tenemos en cuenta la presencia generalizada de cerámica ática y la fundación de numerosos asentamientos de apoyo a los centros principales (Molinos et al., 1998, p. 255). El movimiento de materias primas, ganados y personas se vería favorecido por estas infraestructuras, que incluirían el acceso al agua y a la protección divina mediante monumentos en los que tendrían lugar los rituales adecuados.
Aunque pueda considerarse esa fecha como inicio de un sistema de comunicaciones estable, su mantenimiento debió ser de interés en los siglos siguientes, en los que probablemente el trazado de las rutas fue cambiando conforme a la creciente expansión de los asentamientos y de sus intereses estratégicos. En el caso de Jutia, el área monumental, que funcionaba con seguridad al menos en el siglo III a.C., se construyó en un valle remoto y en altura, un lugar relevante en la transitabilidad de este paisaje de montaña, asegurando la conexión entre varios territorios políticos y zonas geográficas. La sacralización de este lugar favorecería el contacto entre grupos supracomarcales, asegurando y conformando relaciones políticas y económicas. El monumento evidenciaría los derechos sobre el paso del valle y el uso de sus recursos, como los pastos y las fuentes de agua. Toros y ciervas exhibían una comprensión religiosa del ciclo vital, cuya naturaleza encaja bien tanto con un entorno religioso como funerario. La iconografía, que a menudo consideramos como signo de identidad de grupos humanos concretos es aquí, por el contrario, evidencia de una aceptación mucho más extensa y transterritorial.
Este trabajo se ha realizado dentro del proyecto “Paisajes de montaña mediterráneos. Poblamiento, explotación del territorio e ideología en la cuenca alta del Segura durante el I mil. a.C.”. PID2019-105508GB-I00/AEI/10.13039/501100011033.
Agradecemos a Rubí Sanz y Blanca Gamo, del Museo de Albacete, a Francisco Javier López Precioso, del Museo de Hellín y al Ayuntamiento de Nerpio la consulta de los materiales analizados en este trabajo, así como la cesión y elaboración de ilustraciones a Lorenzo Abad y Miriam Alba. Julia Sánchez nos ha proporcionado bocetos para la reconstrucción de las figuras. Queremos subrayar la ayuda prestada por los propietarios, administradores y vecinos del valle de Jutia, que han hecho posible nuestro trabajo. Agradecemos igualmente los comentarios realizados por dos revisores anónimos.
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