Un depósito votivo excepcional en Contributa Iulia Ugultunia (Medina de las Torres, Badajoz)

An exceptional votive deposit in Contributa Iulia Ugultunia (Medina de las Torres, Badajoz)

Macarena Bustamante-Álvarez

Profesora Titular Universidad de Granada

Departamento de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cartuja. Universidad de Granada.

mbustamante@ugr.es 0000-0001-5988-6908 AAA-9709-2020

(Responsable de correspondencia)

Alejandro González Blas

Doctorando Universidad de Granada

Departamento de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cartuja. Universidad de Granada.

alegonzablas@correo.ugr.es 0000-0002-9589-1197 ADS-0091-2022

Pedro Mateos Cruz

Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC

Pl. de España, 15, 06800 Mérida, Badajoz

p.mateos@iam.csic.es 0000-0001-7903-3929 G-4695-2015

Antonio Pizzo

Escuela Española de Historia y Arqueología, CSIC

Via di S. Eufemia, 13, 00187 Roma RM, Italia

antonio.pizzo@eehar.csic.es 0000-0003-1984-5356 AAA-4361-2019

Resumen Se presenta un conjunto cerámico excepcional localizado en el yacimiento hispanorromano de Contributa Iulia Ugultunia (Medina de las Torres, Badajoz). Además de un análisis en clave tipocronológica de las piezas, se estudia el contexto espacial en el que se localizó, donde se destaca la presencia de un edificio singular. Este estudio nos ha permitido, por un lado, aportar nuevas precisiones cronotipológicas de la vajilla y otros enseres localizados, gracias a la naturaleza unifásica del vertido. Por otro, se presenta una hipótesis de trabajo relativa al acto convivial que generó la deposición y su relación con las prácticas religiosas de este enclave. Para finalizar, este singular hallazgo se pone en relación con otros conjuntos excepcionales hallados en la misma región geográfica, la Baeturia céltica, lo que nos permite trazar algunos patrones de comportamiento común en este espacio del suroroeste peninsular.

Palabras clave Contributa Iulia Ugultunia, conjunto cerrado, cerámica, época flavia, prácticas votivas.

Summary An exceptional ceramic ensemble located in the Hispano-Roman site of Contributa Iulia Ugultunia (Medina de las Torres, Badajoz) is presented. In addition to a typochronological analysis of the pieces, the spatial context in which it was located is studied, where the presence of a unique building stands out. This study has allowed us, on the one hand, to provide new chronotypological details of the crockery and other localized items, thanks to the one-phase nature of the spill. On the other, a working hypothesis is presented regarding the convivial act that generated the deposition and its relationship with the religious practices of this settlement. Finally, this singular finding is studied in relation with other exceptional assemblages found in the same geographical region, the Celtic Baeturia, which allows us to trace some common behavior patterns in this area of the south-west of the Iberian peninsula.

Keywords Contributa Iulia Ugultunia, closed set, pottery, Flavian period, votive practices.

Fecha recepción: 31/08/2021 Fecha aceptación: 07/02/2022

Bustamante-Álvarez, M., González Blas, A., Mateos Cruz, P. y Pizzo, A. (2022): “Un depósito votivo excepcional en Contributa Iulia Ugultunia (Medina de las Torres, Badajoz)”, Spal, 31.2, pp. 137-183. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2022.i31.23

Sumario

1. Introducción

2. Sobre el contexto de aparición

3. Análisis de los objetos muebles

3.1. La vajilla fina

3.2. La cerámica común

3.3. Otros elementos

3.4. Otros materiales

4. Análisis de un conjunto excepcional

Financiación y agradecimientos

Contribución a la autoría

Bibliografía

Lista de figuras

Figura 1. Localización de la ciudad romana de Contributa Iulia Ugultunia.

Figura 2. A) Fotografía aérea del lado norte del foro de Contributa; B) Planimetría del lugar del hallazgo; B) Vista del acceso al edificio con el que se relaciona el depósito, desde el norte y D) Detalle del proceso de excavación del depósito (imagen cortesía M. García Cabezas).

Figura 3. Terra sigillata itálica y gálica (I).

Figura 4. Terra sigillata gálica (II).

Figura 5. Terra sigillata gálica (III).

Figura 6. Cerámicas de imitación tipo Peñaflor y terra sigillata hispánica (I).

Figura 7. Terra sigillata hispánica (II).

Figura 8. Paredes finas (I).

Figura 9. Paredes finas (II).

Figura 10. Paredes finas (III).

Figura 11. Cerámica común mesa: cuencos e imitaciones de formas de paredes finas.

Figura 12. Cerámica común mesa/cocina: tapaderas.

Figura 13. Cerámica común cocina: ollas.

Figura 14. Cerámica común de almacenaje, ánfora y mortero.

Figura 15. Lucernas (I).

Figura 16. Lucernas (II).

Figura 17. Terracotas y máscara teatral.

Figura 18. Vidrios y metales.

Figura 19. Conjunto de materiales desplegados y sin reconstruir.

Figura 20. Algunos materiales reconstruidos.

1. Introducción ^ 

Durante una intervención arqueológica desarrollada en el año 2013 en el yacimiento de los Cercos (Medina de las Torres, Badajoz) se produjo el hallazgo de un depósito de materiales que, por su naturaleza y calidad, nos puso sobre la pista de un posible conjunto que ultrapasaba los límites de las prácticas domésticas. Esta idea, además, se confirmó con el descubrimiento en las inmediaciones de un edificio de alta significación que, sin lugar a dudas, abría nuevas líneas de trabajo para conocer aspectos específicos de la idiosincrasia de la ciudad.

En el presente estudio, además de dar unas pinceladas sobre el contexto de aparición, se presenta un conjunto de materiales que asciende a más de 2412 fragmentos (1330 número mínimo de individuos; para los aspectos relativos a cuantificación y definición del NMI se siguen los principios establecidos en el denominado como protocolo de Sevilla: Adroher et al., 2016, p. 105). Este análisis se hará en clave funcional pero, además, tipocronológica, ya que su carácter “cerrado” permite plantear nuevas hipótesis de trabajo sobre las categorías de objetos muebles que aparecen en este singular contexto, coincidente cronológicamente con los primeros momentos de andadura de la dinastía flavia.

De igual modo, este conjunto brinda una buena oportunidad para conocer las dinámicas comerciales interprovinciales, teniendo presente que, aunque el municipio de Contributa Iulia Ugultunia se ubica en plena provincia Baetica (fig. 1), su localización en las postrimerías de la vía de la Plata fomentó unas buenas relaciones comerciales con las provincias colindantes, como se pone de relieve en este conjunto.

Figura 1. Localización de la ciudad romana de Contributa Iulia Ugultunia. ^ 

2. Sobre el contexto de aparición ^ 

El yacimiento de los Cercos, asociado al municipio de Contributa Iulia Ugultunia, se encuentra ubicado en pleno corazón de la Baeturia céltica (Strab. Geo. 3.2.3), un espacio de gran significación histórica aderezado por un interesante componente céltico (Plin. Nat. 3.13.14). Desde hace más de una década se ha reactivado la investigación de un paraje, el de los Cercos, que desde el siglo XIX comenzaba a deparar interesantes vestigios materiales que no siempre fueron asociados a este municipio. Sin embargo, sí existen estudios previos, caso del de Tamayo de Salazar en pleno siglo XVII que, a tenor de unos restos epigráficos depositados en dependencias de la iglesia de Medina, dieron pie a plantear la hipótesis que hoy en día se confirma (para más datos sobre esta problemática ver Mateos et al., 2009, pp. 10-14).

Después de más de una década de investigaciones se comienza a tomar el pulso del urbanismo del lugar, no sólo en lo relativo a su espacio forense (Mateos y Pizzo, 2013), sus zonas de espectáculo (Pizzo et al., 2016) o espacios religiosos (Mateos y Pizzo, 2015) sino también se ha podido dar a conocer algunos datos vinculados con las pautas comerciales (Bustamante-Álvarez et al., 2014) o artesanales (Bustamante-Álvarez et al., 2013) (fig. 2).

Figura  2. A) Fotografía aérea del lado norte del foro de Contributa; B) Planimetría del lugar del hallazgo; B) Vista del acceso al edificio con el que se relaciona el depósito, desde el norte y D) Detalle del proceso de excavación del depósito (imagen cortesía M. García Cabezas). ^ 

Durante la campaña desarrollada en el año 2013, cuyo objeto principal era la exhumación de la zona norte del foro, se documentó el conjunto de materiales que ahora presentamos. Estos formaban parte de una gran deposición de morfología lenticular localizada en las inmediaciones de un edificio con el que, creemos, guarda vinculación. Concretamente, nos referimos a una construcción de carácter público, de planta rectangular, orientada norte-sur y de la que tan solo conocemos una amplia sala central a la cual se anexan varias estancias. La zona hasta el momento exhumada permite definir el acceso que da paso a un vestíbulo, más ancho que largo, que precede a la gran sala principal presidida por un ara votiva enmarcada por cuatro columnas realizadas en granito de 60 cm de diámetro. Adosados a sus muros E y O se diseñaron dos bancos corridos que indican una función pública para la sala, bien de reunión o de representación.

Específicamente, esta acumulación de materiales se localizaba justamente en la esquina exterior E del acceso a este edificio, apoyándose en las estructuras adyacentes. Este acopio descansaba directamente sobre una superficie de tránsito y estaba cubierto por los niveles superficiales actuales, ya que esta zona, la más elevada del cerro, ha sufrido procesos postdeposicionales asociables a actividades agrícolas. Esto ha generado que se hayan perdido los niveles posteriores en el tiempo, por lo que no podemos calibrar el lapso de tiempo que este depósito estuvo a la intemperie. Los materiales fueron arrojados de manera simultánea, dato también confirmado por la datación que aporta su análisis tipocronológico. Se observa que la dinámica del vertido se produjo desde el O, quedando la mayor parte de los materiales adosados a uno de los muros de las construcciones adyacentes.

3. Análisis de los objetos muebles ^ 

Durante el desarrollo de la intervención arqueológica fueron dos los elementos que más llamaron la atención antes de iniciar el procesado y estudio de estos objetos muebles. Por un lado, la cantidad de materiales que, prácticamente, reducían a la mínima expresión el sedimento que la acompañaba y, por otro, la naturaleza del depósito, donde más del 58% correspondía a cerámicas asociables a la categoría de “vajilla fina”. Concretamente, por categorías: el 45,98% se asocia a paredes finas, el 27,44% a cerámicas comunes, el 12,77% a sigillatas, el 5,76% a lucernas, el 4,31% a terracotas, el 1,49% vidrio, el 1,37% ánforas, y las restantes categorías son ínfimas en lo que se refiere a su representación en porcentaje (hueso trabajado, monedas o elementos metálicos). A ello hay que unirle también algunos restos de fauna que comentaremos en las siguientes páginas, que podrían ayudar a completar el posible ritual allí desarrollado (tab. 1).

Tabla 1. Cuadro sinóptico de las categorías localizadas.

Partes diagnósticas

Galbos

Total fragmentos

%

Terra Sigillata

T.S. Itálica

3

2

5

0,21

T.S. Gálica

133

35

168

6,97

T.S. Hispánica

71

37

108

4,48

Peñaflor

14

12

26

1,08

ARSW-D

0

1

1

0,04

Total fragmentos

308

12,77

Paredes Finas

Cáscara de huevo

1

2

3

0,12

Paredes Finas Béticas

77

65

142

5,89

Paredes Finas Emeritenses

544

420

964

39,97

Total fragmentos

1109

45,98

Cerámica Común

Común Mesa

103

93

196

8,12

Engobe Rojo Pompeyano

15

9

24

1

Cocina Itálica

5

0

5

0,21

Común Cocina

103

300

403

16,71

Accesoria

34

0

34

1,41

Total fragmentos

662

27,44

Almacenaje

9

25

34

1,41

Ánforas

Gaditanas

1

23

24

1

Lusitanas

1

3

4

0,17

Guadalquivir

1

3

4

0,17

Indeterminadas

1

0

1

0,04

Total fragmentos

33

1,37

Lucernas

Emeritenses

92

0

92

3,81

Béticas

32

0

32

1,33

Itálicas

9

0

9

0,37

Indeterminadas

6

0

6

0,25

Total fragmentos

139

5,76

Terracotas

78

26

104

4,31

Material constructivo

5

0

5

0,21

Hueso Trabajado

1

0

1

0,004

Moneda

1

0

1

0,04

Vidrio

36

0

36

1,49

Metales

19

0

19

0,79

Total fragmentos

1242

1026

2412

3.1. La vajilla fina ^ 

Como ya hemos indicado previamente el grupo cerámico más representado en este conjunto corresponde a la categoría de vajilla fina (58%). Por un lado estarían las sigillatas con un 12,77% y por otro, con un 45,98%, las paredes finas. De especial interés resulta este apartado por varias razones. En primer lugar, por su patrón de fractura donde se observa que las piezas fueron arrojadas completas como se extrapola por la presencia de perfiles muy desarrollados. En segundo lugar, por ser grupos importados que pueden hablar de las rutas comerciales trazadas en un enclave a medio camino entre la Baetica y la Lusitania. En tercer lugar, al ser grupos que definen muy bien los arcos cronológicos productivos y de consumo, ayudando a fechar de manera justificada el conjunto.

3.1.1. La terra sigillata

De la categoría terra sigillata altoimperial hemos localizado 308 fragmentos que, tras el análisis ceramológico, asociamos a 221 NMI. A ello le debemos unir 1 amorfo de ARSW-D datable en el IV d.C. que, claramente, responde a una intrusión fruto del proceso de exhumación del contexto y que también presentamos con el fin de incluir todos los elementos que conforman la muestra.

Del grupo de las sigillatas, el grueso responde a las gálicas (54,54% del total de esta categoría), le siguen las hispánicas (con un 35,06%), las cerámicas de imitación tipo Peñafor (4,5%) y las itálicas, con 1,6%. Debe hacerse notar que, con una mera visual a estos porcentajes estadísticos, se concluyen interesantes datos en lo referido al arco cronológico de formación de este depósito. Concretamente, su gestación se debió dar en un momento en el que las sigillatas gálicas siguen predominando y las sigillatas hispánicas irrumpen en el panorama alfarero peninsular. Si a ello le unimos una serie de piezas, indudablemente, asociada al servicio flavio, apostamos por las décadas de los 70-80/90 d.C. como momento en el que se produjo esta deposición que creemos fue simultánea (tab. 1).

3.1.1.1. La terra sigillata itálica

Dentro del grupo de las producciones sinterizadas, la sigillata itálica es la menos abundante con 2 galbos y 3 formas diagnosticables (1,6% de la muestra de sigillatas y 0,21% del total). Sin lugar a dudas, este reducido número responde al momento cronológico de formación de esta deposición, el último tercio del I d.C. En este lapso, los circuitos comerciales itálicos ya estaban prácticamente extintos, o bien por el descenso de los talleres en suelo itálico, o bien por la competencia que ejercieron los alfares provinciales bien representados en esta muestra.

Los 5 fragmentos localizados se asocian, mayoritariamente, al taller de Arezzo y, en menor medida, a Pisa. Desgraciadamente, podemos aportar pocas precisiones tipológicas de los dos galbos, a excepción de uno que se vincula a un plato que presenta restos de un sigillum en el que leemos ATE[.] que asociamos al alfarero Ateius (OCK 267) (fig. 3, nº 3). En relación con las otras piezas tenemos un fondo indeterminado y otro asociable al tipo Consp. 23 (fig. 3, nº 2) con un sello obliterado en el que leemos [.]TA que no es posible asociar a ningún alfarero. Para finalizar, contamos con un borde de un plato forma Consp. 20.1 (fig. 3, nº 1) cuyo arco cronológico se dilata en el tiempo entre el 10 a.C. y el 50 d.C.

Figura 3. Terra sigillata itálica y gálica (I). ^ 

A pesar de los escasos fragmentos localizados podemos definir con claridad un servicio formado por el plato Consp. 20 y la copa Consp. 23. A pesar de que la forma Consp. 23 se produjo hasta mitad del I d.C., la Consp. 20 pudo desarrollarse hasta la época flavia.

3.1.1.2. La terra sigillata gálica

La terra sigillata gálica se articula como la más numerosa en lo que se refiere a la producción sinterizada con un 54,54% de la muestra de sigillatas (6,97% del total de la muestra). Concretamente, el conjunto presenta 133 formas y 35 galbos. De nuevo, el patrón de fractura nos permite valorar que las piezas se arrojaron completas algo que se percibe del alto número de formas que tiene prácticamente su perfil intacto.

En relación a su procedencia, todas las piezas son originarias de la officina de la Graufesenque y forman parte de su producción roja, ya que no se ha localizado ningún ejemplar que se pueda adscribir a la producción de marmorata.

Funcionalmente, las piezas del conjunto son monótonas, al dividirse bien en copas (37%) o en platos (63%). Quedan fuera de la muestra otras formas que, aunque fueron comercializadas, no tuvieron cabida en este depósito (caso de los atramentaria o jarras).

El 10,54% de las copas corresponde a las formas Drag. 27, con variantes a medio camino entre la b y c (fig. 3, nº 18-25). En esta muestra están ausentes las del tipo a, las cuales presentan decoración burilada y una datación centrada en época tardoaugustea (Oswald y Pryce, 1920, p. 186). Se observan claramente dos tamaños de piezas, una en la que su diámetro alcanza los 13 cm, mientras que el otro se reduce a 8-9 cm, quedando fuera los de menor tamaño. Esta reflexión se apuntala en la idea de que los tipos preflavios presentan diámetros menores que los del último tercio del I d.C. (Polak, 2000, p. 107). En dos piezas se han localizado sigilla, concretamente uno en el que se lee OF CVI, que asociamos al alfarero L. Cosius Virilis, die 22-a, datado entre el 75-110 d.C., y el otro CALV[.], del alfarero Calvus, die i 21f, datable entre 65-90 d.C. (fig. 3, nº 18 y 21 respectivamente).

En relación con otras copas, destacamos la forma Ritt. 8, en su variante b (5,26% de las gálicas) (fig. 3, nº 4-10). Los diámetros oscilan entre 7-12 cm. En todos los ejemplares aparece una leve indicación bajo el borde tanto al interior como al exterior de la muestra. De manera puntual, dichas incisiones también aparecen a mitad del cuerpo, de nuevo, tanto al interior como al exterior de la pieza. La forma Ritt. 8 culmina su andadura en el 60 d.C. (Polak, 2000, p. 114) aunque en momentos transicionales de fines del I e inicios del II d.C. (Bourgeois y Mayet, 1991, p. 86) presenta algunos detalles técnicos que en esta muestra no apreciamos.

También en el grupo de las copas estaría la forma Drag. 24/25, mayoritariamente en su variante b (8,27% de las gálicas) (fig. 3, nº 11-17). Presentan unos diámetros que oscilan entre los 7-12 cm. Todos los ejemplares cuentan con el borde ligeramente redondeado, lo que le genera una leve incisión tanto al interior como al exterior del labio. Todas las piezas se aderezan con el tercio superior burilado, bien a partir de uno o dos trazos, con tendencia o bien recta, o bien inclinada. Algunos autores, caso de Farine (1996, p. 219) apuntan que la decoración de tendencia vertical alude claramente a la época flavia. De manera genérica, a la forma Drag. 24/25 se le ha establecido una cronología pareja al desarrollo de los talleres gálicos (Oswald y Pryce, 1920, pp. 171-172) con momentos álgidos como en época neroniana. Algunos autores, caso de Polak (2000, p. 118), afirman que en época flavia la producción queda extinta. Sin embargo, este conjunto calzaría perfectamente con las afirmaciones de Passelac y Vernet (1993, p. 573) quienes proponen una larga perduración en el tiempo hasta el 110 d.C., evidentemente, con un impacto menor que en épocas previas.

Las copas lisas, además, se acompañan de formas del tipo Drag. 35 (3,76% de la muestra), algunas de ellas con decoración a la barbotina en el borde, pero otras presentan el borde liso y con un ala muy reducida, insuficiente para recibir cualquier tipo de aderezo (fig. 3, nº 23).

Junto con estas copas lisas, de manera menos abundante, aparecen dos ejemplares de la forma Drag. 4-22 (1,5% de la muestra de gálicas) (fig. 3, nº 26), una forma Ritt. 9 (0,75% de la muestra) y dos formas Drag. 33 (1,5% de la muestra de las gálicas); a ello hay que unirle una serie de fondos, cuyo tipo no es posible precisar, pero que se pueden adscribir a copas (fig. 3, nº 30-34, una de ellas con sello ilegible).

Los platos son más numerosos que las copas. Mayoritariamente, aparecen los tipos Drag. 18 (27,07% de la muestra) (fig. 4, nº 1, 15-26, 28-29, 32-34 y 36), una forma con una amplia perduración cronológica (Polak, 2000, p. 91). La variante más representada es la a, con borde tendente al redondeo, dato que se ha interpretado como una cierta modernización del perfil (Ritterling, 1912, p. 181; Polak, 2000, p. 91), aunque también se advierte la presencia de algún ejemplar tipo b con centro interior apuntado. Todos los ejemplares presentan secciones muy similares con bordes apuntados o redondeados al exterior que se pueden complementar con una indicación al interior. Quizás sobresale por su excepcionalidad un ejemplar con un diámetro superior a la media (fig. 4, nº 15). Algunas de las piezas presentan sellos: OF VITA del alfarero Vitalis ii 8-a datable entre el 70-100 d.C. (fig. 4, nº 1); OFMODES del alfarero Modestus i 4a fechado entre el 40-65 d.C. (fig. 4, nº 28) o TERTIV[.] del alfarero Tertius iii-G- 1a datado entre el 50-70 d.C. (fig. 4, nº 29).

Figura 4. Terra sigillata gálica (II). ^ 

Del plato Drag. 15-17 contamos con un 15,04% de la muestra. Por un lado, constan las formas que, claramente, son Drag. 15 de las variantes b y c (fig. 4, nº 2, 7, 8-13) y las restantes pertenecen al grupo de las Drag. 15-17 (fig. 4, nº 3-6, y 14). También se localizan algunos fondos con cuarto de círculo indicado (fig. 4, nº 30 y 35). Recordemos que estas piezas inician su andadura en los momentos primigenios de la producción gala (Polak, 2000, p. 86), sufriendo una intensa disminución a fines del I d.C. (Oswald y Pryce, 1920, p. 175).

A los platos hay que unirle un 6,77% de la forma Drag. 36 con decoración a barbotina con hojas de agua (fig. 5). En estos ejemplares se observa, por un lado, aquellos que presentan el alerón más o menos recto (fig. 5, nº 3 y 5) y, por otro, aparecen otros con el ala ligeramente caída (fig. 5, nº 1-2 y 4). A los anteriores se suma un 14,29% de fondos que tipológicamente no se pueden adscribir a ningún tipo (fig. 4, nº 31, con sello ilegible).

Figura 5. Terra sigillata gálica (III). ^ 

A estas piezas añadimos un conjunto de 6 fragmentos cuya tipología no es posible precisar. Entre ellos destacamos tres galbos de fondos que presentan sellos. Dos contienen la lectura [.]SECVND y se asocian al alfarero Secundus ii 8f datable entre el 60-80 d.C. (fig. 3, nº 27 y 29). En el tercero leemos SIINICIOF, asociable a Senicio 5a que datamos entre el 30-65 d.C. (fig. 3, nº 28).

Tradicionalmente, la presencia de piezas asociables al servicio flavio –caso de las Drag. 35 y 36– apuntalaba bien la cronología en esta dinastía (Vernhet, 1976) aunque de manera más reciente se ha apuntado como inicio de su andadura momentos tardo-neronianos, con máximo auge en época flavia (Genin, 2007, p. 317). Sin embargo, son múltiples las evidencias que hemos ido analizando párrafos arriba que nos permiten confirmar la formación del conjunto en época flavia, caso de los alfareros Vitalis, Tertius o Secundus, junto con otros como Modestus o Senecio, que pudieron tener algo más de perduración en el tiempo. Lo mismo ocurre con algunas de las piezas que presentan variantes b u, otra como las Drag. 15, transicionales a las c (Passelac y Vernhet, 1993) que hablarían de un estadio evolucionado de las producciones gálicas.

Contextos con cronología muy próxima a este conjunto, caso del pecio de Cala Culip IV o la caja de Pompeya, presentan ciertas concomitancias, como la presencia del alfarero Vitalis (Atkinson, 1914, nº 25; Nieto y Puig, 2001, p. 23). Sin embargo, desgraciadamente, no contamos en esta acumulación con ejemplares decorados que permitan precisar aún más la cronología. De igual modo, otro de los conjuntos más simbólicos conocidos para las sigillatas gálicas, la fosa Bassus, incluye todos los tipos formales que aparecen en esta acumulación (Genin, 2007, p. 115), a lo que se le debe unir la presencia también de algunos alfareros como Calvus, Secundus o Vitalis (Genin, 2007, p. 119). En relación al depósito del Grand Four (Genin, 2007, p. 133), de nuevo, se reiteran todos los tipos, a excepción de la Ritt. 9 que aparece en este conjunto; sin embargo, en el ruteno se encuentra ausente. En este caso, los alfareros coincidentes serían Secundus, Vitalis, Tertius y L. Cosius Virilis (Genin, 2007, pp. 136-137). Tanto el Culip IV (89/90-100/110 d.C.) como la fosa del Grand Four (80-120 d.C.) y la fosa Bassus (80/90-100/110 d.C.) presentan arcos cronológicos que perfectamente corresponden con la propuesta que hacemos. Cosa distinta ocurre con conjuntos ligeramente posteriores en el tiempo, caso del pecio del Guadiaro (Bustamante y Navarro, 2016), donde, aunque confluyen ciertas formas, la generalidad del conjunto se aleja de esta realidad.

Independientemente de la cronología aportada por la producción gálica podemos establecer, al menos, tres servicios: Drag 15/17 o 18 junto con Drag. 24/25 o 27 y el de Drag. 35 junto con el 36.

3.1.1.3. Cerámicas de imitación tipo Peñaflor

Dentro de la vajilla fina hemos querido incluir a las denominadas como cerámicas de imitación tipo Peñaflor. Una categoría cerámica que se encuentra a medio camino entre las producciones engobadas y las sinterizadas. A pesar de que hay algunos autores que las incluyen directamente en las producciones engobadas no queremos caer en dicho reduccionismo, ya que estas piezas presentan la particularidad de plantear un doble acabado, brillante al interior y mate al exterior. Tampoco esbozamos una exégesis de la producción ya que han sido varios los investigadores que han reflexionado sobre ella o bien como una fase precoz de la producción hispánica (Amores y Keay, 1999, pp. 240-241), o bien como fase tardía de producciones locales que entroncan con la llegada de la vajilla filoromana (Bustamante-Álvarez, 2013, pp. 70-71; Ruiz Montes, 2013, p. 245), o bien como producciones de emulación de vajilla fina foránea (Vázquez et al., 2005, pp. 315-333). A falta de análisis arqueométricos, podemos determinar que la producción es bética, posiblemente de los talleres de la bahía de Cádiz, por la presencia de sílices típicamente costeros.

En este conjunto las peñaflores representan el 1,08 % del total de las cerámicas halladas y suponen el 4,5% de la categoría de las sigillatas. De los 14 individuos localizados, el 78% se asocian al tipo Martínez III (fig. 6, nº 1-5 y 9), mientras que los restantes se vinculan a la forma Martínez I (fig. 6, nº 6).

Figura 6. Cerámicas de imitación tipo Peñaflor y terra sigillata hispánica (I). ^ 

La forma Mart. III corresponde a una gran pátera que, en algunos casos, alcanza los 25 cm. de diámetro. Tradicionalmente se le ha considerado como una imitación de corte local-regional de las producciones de engobe rojo interno pompeyano. Los bordes se presentan redondeados y la pared tendente al exvasamiento, dato que denota la variante Mart. IIIb. De interés resulta la presencia de estrías al interior, quizás como recurso que ayude a evitar que se termine pegando cualquier masa que allí se trabaje (fig. 6, nº 7-9). En otros estudios estratigráficos se observa cómo este tipo de piezas son más prolíferas en época flavia-domicianea (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 71).

De los otros tipos documentados, la forma Mart. I/Celti 14/imitación Consp. 14, se presenta, mayoritariamente, en su variante Ic. Claramente, esa descompensación numérica con respecto a la forma Mart. III atañe a su arco cronológico de aparición, más centrado en la época julio-claudia inicial y media, como se deja patente en contextos cerrados, caso del depósito b del Castrejón de Capote (Zarzalejos, 2003, pp. 133-136), Mérida (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 69), el conjunto de la cueva del Valle (Cazorla y Celestino, 2008, p. 218) o en contextos funerarios como en Córdoba (Vargas, 2002, pp. 302-303; Vaquerizo et al., 2005).

Sin lugar a dudas, en los contextos previamente referidos se observa, claramente, como hay cierta vinculación entre espacios cultuales y sustrato cultural indígena de gran raigambre, como de igual modo ocurre en Gades, Astigi, Carmo o bien en el entorno de la Baeturia, siendo ejemplificador el caso del Castrejón de Capote (Zarzalejos, 2003).

3.1.1.4 La terra sigillata hispánica

Los fragmentos asociables a la producción de sigillata hispánica alcanzan el 4,48% del total de la muestra y el 35,06% de la producción sinterizada. Estos porcentajes claramente aportan datos cronológicos de interés al mostrar una producción, la hispana, plenamente establecida y capaz de competir directamente con los talleres galos. Teniendo presente que ya sea la apertura de algunos de estos talleres (Bustamante-Álvarez, 2013), ya sea la eclosión de otros, se produce en época flavia, ello establece un horizonte cronológico bien definido, a lo que debemos unir criteria ex silentio, como la ausencia de producciones africanas, caso de las ARSW-A, presentes en los registros flavios.

Mayoritariamente, se atestigua la llegada de producciones procedentes de los talleres de La Rioja, salvo dos fragmentos que se podrían adscribir a los talleres de Isturgi. En esta ocasión sí contamos con formas decoradas, concretamente tenemos 16 NMI. En las formas lisas se observa unos porcentajes muy parejos, en lo que se refiere a su funcionalidad (26 NMI de platos frente a 28 NMI de copas).

En los platos predominan en esta muestra la forma Hisp. 18, con un 14,08% de la producción de sigillata hispánica (fig. 6, nº 16-19). Se observa una cierta homogeneidad en lo que se refiere a sus diámetros, que oscilan entre los 18-20 cm. Sin embargo, sí se detectan, al menos, dos variantes de forma Hisp. 18. En primer lugar, con pared recta y borde apenas marcado, un tipo localizado en Augusta Emerita en contextos flavios (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 89) (fig. 6, nº 17-19). En segundo lugar, se han localizado piezas transicionales a paredes “abombadas”, tipo ya más prolífico en época trajanea (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 89) (fig. 6, nº 15-16). Quedan fuera de la muestra los ejemplares de paredes hiper abombadas y sin borde marcado, típicos del II d.C. (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 89). En los fondos no se aprecia ningún ejemplo de abombamiento central, algo que para las producciones gálicas se ha determinado como evidencia de modernidad (Passelac y Vernhet, 1993) (fig. 6, nº 21-23). Destaca un fondo donde aparecen restos de un sigillum del que leemos IA[.] o [.]AI, del que pocos datos podemos ofrecer (fig. 6, nº 22). También es interesante la presencia de una marca post cocturam en forma de cruz en el fondo exterior de un plato de la forma Hisp. 18. Esta es la única marca de este tipo localizada en el conjunto (fig. 6, nº 23). La irrisoria presencia de marcas post cocción nos da pie a pensar que estamos ante un conjunto que fue usado puntualmente para este acto y que no precisaba de signos diferenciadores al no retornar dichas piezas a sus propietarios.

Los otros platos localizados corresponderían a las formas Hisp. 15/17 en un 12,68% de la muestra, un porcentaje que nos parece reducido teniendo presente el éxito alcanzado por la forma. De bordes no se ha localizado ningún ejemplar, ya que casi todas las piezas asociables a esta forma son fondos (fig. 6, nº 24-25). Quizás este reducido número de platos se suplió con el uso de las formas Hisp. 36 presentes en un 8,45% del total de las formas hispánicas (fig. 7, nº 1-3, 5 y 10). Al igual que la forma Hisp. 35 con la que formó servicio, aparecen mayoritariamente con el ala curvada y con decoración de flores de agua a la barbotina (fig. 6, nº 4 y 6-9). Esta variante, determinada para Mérida como la Hisp. 36a, se desarrolló desde época flavia hasta los primeros decenios del II d.C. (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 106).

Figura 7. Terra sigillata hispánica (II). ^ 

En las copas hay un predominio de la Hisp. 8, con un 9,86% de las producciones hispánicas. Las piezas presentan dos variantes en lo que se refiere al borde: una primera variante con borde indicado tanto al interior como al exterior de la pieza; claramente estas características la acercan de manera inevitable a los prototipos galos (fig. 6, nº 15). Por el contrario, el segundo tipo no presenta indicación en el labio en su zona externa, sólo al interior y contiene una cierta inclinación hacia el interior, a lo que hay que unir una mayor dimensión del diámetro, que permite ubicarlo a medio camino entre las variantes a-b determinadas para Augusta Emerita (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 76) (fig. 6, nº 14).

De la forma Hisp. 24/25 únicamente tenemos un ejemplar muy deteriorado y que no hemos representado gráficamente. De la forma Hisp. 27 tenemos escasamente un 7,04% de la muestra. En este caso se observan pocos con bordes apuntados, pero con un amplio diámetro, característica que lo ubica a medio camino entre las producciones hispanas propiamente dichas y las gálicas (Bustamante-Álvarez, 2013, pp. 96-97) (fig. 6, nº 10-11). A las copas se le unen dos formas de Hisp. 33 de la variante a, con indicación del borde tanto al interior como al exterior, típica de época vespasianea (Bustamante-Álvarez, 2013, pp. 100-101). Para finalizar con las copas lisas, estarían las formas Hisp. 35, representadas en un 8,45%, con bordes mayoritariamente abombados (fig. 6, nº 12-13).

A diferencia de lo que vimos con las producciones gálicas, se observa que no existen servicios marcados en lo que a agrupaciones formales se refiere. El más claro corresponde al servicio Hisp. 35-36, donde se observa unos porcentajes parejos frente a otros enclaves donde hay un cierto predominio de las Hisp. 36 (Romero Carnicero, 1985, p. 198).

De formas cerradas hemos localizado un tipo propio hispano, concretamente la Hisp. 2, con perfil de peonza, típica del tránsito del reinado de Vespasiano a Domiciano (Bustamante-Álvarez, 2013, p. 158). En este caso presentan decoración a molde, de la que únicamente se ha localizado una línea superior de bifoliaceas (fig. 6, nº 20).

Junto con esta pieza decorada destacamos varios boles tanto de la forma Hisp. 29, 37 como decorada hemisférica. Tanto la forma Hisp. 29 como la 37 aparecen representadas con montantes similares, 9,86%. Esto, sin lugar a dudas, proporciona un dato cronológico de interés, ya que ubica el conjunto en el último tercio del I d.C., al no producirse el desbancado de la forma Hisp. 29 por la Hisp. 37, sino que presenta un cierto equilibrio. En la forma Hisp. 29 tenemos tanto ejemplares con composición metopada como otros con decoración corrida. En los metopados hay una cierta reiteración de la composición con líneas bifoliaceas, así como quebradas que enmarcan motivos fitomorfos (fig. 7, nº 19 o 20-21 en su friso superior), mitológicos (fig. 7, nº 20 en su friso inferior), zoomorfos (fig. 7, nº 21 en su friso inferior) y combinados (fig. 7, nº 11 en su friso superior). También tenemos un ejemplo con decoración corrida con círculos concéntricos –quebrados o lisos– a partir de un molde en buen estado, como se extrapola del detallismo de la impresión (fig. 7, nº 12).

Las formas Hisp. 37 presentan tanto composiciones corridas con motivos florales insertos en cartelas circulares lisas o corridas (fig. 7, nº 15, 16-17), como metopadas con líneas enjoyadas como separadores (fig. 7, nº 18).

Cabe destacar, además, la presencia de una forma decorada hemisférica (fig. 7, nº 13). Concretamente, localizamos un ejemplar que podemos caracterizar como “evolucionado”. Aunque tradicionalmente se ha propuesto un origen preflavio, los ejemplares localizados en los centros consumidores parecen aportar datos discordantes, que plantean ritmos distintos entre la producción y la distribución (Bernal et al., 2006, p. 417, fig. 35, nº 2; Bustamante-Álvarez, 2013, p. 179). La pieza propuesta presenta una decoración metopada a partir de líneas verticales quebradas que enmarcan festones verticales con límite inferior en tridente o a modo de pompón en su extremo superior.

3.1.2. Las paredes finas

Las cerámicas de paredes finas se caracterizan por ser la categoría cerámica más numerosa en la muestra. En total alcanzan el 45’98% de todos los objetos muebles localizados (621 NMI). De ellas más del 86% corresponde a producciones emeritenses y el resto son béticas. Este dato es altamente significativo ya que nos ayuda a trazar pautas de consumo interprovinciales basadas en la lógica de las transacciones comerciales, más que en demarcaciones administrativas. De igual modo, la abrumadora presencia de vasa potoria, funcionalidad atribuida a este tipo de piezas, nos da la pista del carácter convivial del depósito.

Sin lugar a dudas, esta categoría es una de las que más datos cronológicos aporta, teniendo presente que el otro conjunto que se vislumbra como referencia –el del Castrejón de Capote– presenta un registro totalmente distinto, no sólo desde el punto de vista formal, sino de la procedencia, estando ausentes las formas hispanas, ante el predominio de las itálicas y gálicas (Berrocal y Ruiz, 2003, p. 154). Los investigadores que trataron el conjunto achacaban la ausencia de las producciones hispanas a la reciente apertura de las officinae, que no habría dado pie aún a que llegara a un punto geográfico “central”, Capote, algo alejado de los focos productivos (Berrocal y Ruiz, 2003, p. 154). Sin embargo, el contexto de Capote, que podemos calificar como cerrado, refleja lo mismo que los estudios estratigráficos concluyen: las producciones emeritenses no inician su andadura hasta medidados del I d.C. (Bustamante-Álvarez, 2011, p. 169).

También, desde el punto de vista tipológico, el carácter cerrado de este conjunto permite vislumbrar la tipología propia de esta característica producción en el último tercio del I d.C. A pesar de la variada tipología desarrollada por las paredes finas, se percibe una concentración máxima de las formas consumidas que bien puede hablar de pautas de consumo selectivas o bien de ritmos productivos en el seno de los alfares. En este sentido, creemos que la balanza se termina decantando por la segunda opción, ya que la función de los vasos representados –ingesta de líquidos– es básicamente la desarrollada para la amplia mayoría de las formas de esta categoría.

Tipológicamente el 57% de la muestra de paredes finas se asocia a la forma emeritense Mayet XLIII, con un escaso impacto de la variante con asas, con 6 NMI (fig. 9, nº 35). El 28% corresponde a la forma emeritense Mayet XLIV. Entre las producciones béticas las Mayet XXXVII aparecen con un 2,68% y las Mayet XLV se localizan con un 0,47%. A ello hay que unirle que el 9,82% son fondos indeterminados.

En relación con las decoraciones que presentan, el 35% plantea trazos burilados, el 31% presenta algún aderezo a la barbotina (6% lúnulas, 11% hojas de agua y 14% puntos) y con escasamente 0,09% de la representación se encontrarían las producciones arenosas y “a pellizcos”. El 34% restante son vasos lisos.

Las formas Mayet XLIII, las más numerosas –no sólo en esta muestra sino en otros contextos (Mayet, 1975, p. 99)-, son cuencos individuales que presentan como característica fundamental que el cuerpo está dividido en dos partes fundamentales separadas con un baquetón –simple o doble– siempre abrupto (fig. 8 en su totalidad menos nº 11, 38, 43 y 50; fig. 9, nº 9, 1-8, 10-12, 14-21, 23-25, 27, 29-34 y 43; fig. 10, nº 4). La parte superior corresponde casi a 2/3 de la forma y presenta una tendencia bien recta o bien inclinada hacia el interior. En alguna ocasión pueden presentar un mayor desarrollo en la parte superior, dato que le aporta estilización a la forma (fig. 8, nº 20; fig. 7, nº 33) y que fue considerado por Mayet como una variante de la forma canónica (Mayet, 1975, p. 103, nº 543). Este tipo de variables es muy rara en esta producción, aunque se conocen ejemplos sobresalientes (Mayet, 1975, pl. LXIII, nº 517). La parte inferior, 1/3 del recipiente, está inclinada con un perfil recto y el fondo, aunque de tendencia plana, puede presentar algunas hendiduras centrales. Los bordes aparecen, mayoritariamente, definidos por un gancho o elemento circular y su diámetro varía sensiblemente entre los 8-11 cm. Pueden llegar a tener asas, aunque en nuestra muestra es muy esporádico dicho elemento (fig. 9, nº 35). De interés resulta la presencia de una franja delimitada en su parte superior o inferior por incisiones que, de manera muy recurrente, puede llegar a tener decoración, dato que permite diferenciar dos variantes: la Mayet XLIIIa, lisa, y la XLIIIb, decorada. En este conjunto, las formas Mayet XLIIIa son las menos numerosas –escasamente 3 piezas– mientras que la mayoría presenta prolífica decoración. El 44,77% de estas formas presenta decoración burilada en dos registros, separados por una incisión más o menos profunda. La tendencia mayoritaria es que ambos registros presenten el burilado inclinado, aunque también hay ejemplos en los que tiene una cierta verticalidad, bien en la zona superior (ejemplo de ello la fig. 8, nº 13) o en la parte inferior (como en la pieza fig. 8, nº 1). Contamos también con formas híbridas entre las XLIII y XLIV (fig. 10, nº 51).

Figura 8. Paredes finas (I). ^ 

Figura 9. Paredes finas (II). ^ 

Figura 10. Paredes finas (III). ^ 

La procedencia generalizada de estas formas son los talleres emeritenses; esto se ha definido gracias a la autopsia macroscópica. Sin embargo, contamos con un ejemplar cuyo recubrimiento poco compacto se aleja bastante de la producción emeritense (fig. 9, nº 43) y que, en la actualidad, no podemos aún adscribir geográficamente.

Estudios estratigráficos planteados sobre la evolución tipológica de esta forma permitieron afirmar que las que presentan decoraciones más prolíficas –sobre todo a la barbotina– se desarrollan fundamentalmente a fines de época flavia (Bustamante-Álvarez, 2010, p. 1468), aunque algunos autores han planteado erróneamente la posibilidad de que se desarrollaran previamente retrotrayéndose a época de Tiberio (Rodríguez, 1996a, p. 143; Martín y Rodríguez, 2010, p. 388). Tradicionalmente, el arco de distribución se ha centrado en el suroeste peninsular (Mayet, 1975, p. 146).

A partir de aquí el estudio formal de las piezas aparecidas presenta una dificultad añadida: muchos de los tipos definidos por Mayet (1975, pl. LXXVIII-LXXX) presentan variaciones difícilmente perceptibles si las formas no están completas. A pesar de ello, hemos intentado de manera minuciosa adscribir tipológicamente los ejemplares teniendo presente los siguientes datos: coetaneidad y similitud formal. En concreto, estos posibles problemas los hemos encontrado con las formas Mayet XXXVII, XL, XLIV y XLV.

El ejemplar más prolífico dentro de este grupo sería el de la forma Mayet XLIV (fig. 8, nº 11, 38, 43 y 50; fig. 9, nº 9, 13, 22, 26, 36-41 y fig. 10, nº 1-2, 11-13, 15-19, 21, 23, 26-28, 38-40, 41-43, 48-50. Son dudosas por su escaso desarrollo las piezas y por su pasta que no es la típica emeritense las formas fig. 8, nº 43-44, fig. 9, nº 44, 45 y 47, fig. 10, nº 25). Este tipo se articula, claramente, como una evolución de la pieza a la que anteriormente hemos hecho alusión. La diferencia se encuentra en la tendencia general del recipiente que se hace más globular. Esto hace que los elementos aristados (como los baquetones) se pierdan dando la sensación de homogeneidad en la pieza. En algunas ocasiones, si la pieza está muy deteriorada y solo se cuenta con el perfil superior, existen dificultades para proceder a su diferenciación tipológica. En este caso los bordes aparecen redondeados y, de nuevo, puede presentarse la decoración bien en el registro superior o bien en ambos registros. Lo mismo que ocurría con la forma anterior, estas zonas decoradas presentan diferenciación por medio de líneas incisas más o menos profundas, una bajo el borde y otra a final de la panza. En este grupo tipológico el 33% son buriladas, 28% tienen hojas de agua, 21% lúnulas, 11% puntos/espinas a la barbotina y 4% a pellizcos. La datación que se le había aportado a esta forma por otros contextos analizados –caso de Munigua y Conimbriga– era de la segunda mitad del I d.C. (Mayet, 1975, p. 99; Rodríguez, 1996a, p. 145).

Dentro de este grupo también se podría diferenciar a las formas Mayet XXXVII, en este caso de génesis bética (fig. 10, nº 8-10 y 29-37) una de las más difundidas en la producción de paredes finas (Mayet, 1975, p. 73). Éstas son copas globulares con borde redondeado y delimitación de registro central con baquetón o incisión profunda. La principal diferencia que encontramos con respecto a las Mayet XLIV es que presentan las incisiones que delimitan el registro decorativo en un lugar más bajo que las formas Mayet XLIV.

Las siguientes formas corresponden a las Mayet XLV (fig. 9, nº 42; fig. 10, nº 3-7, 14, 24, 38-39). En este caso se pueden considerar como una evolución estilizada de las formas Mayet XLIV. El perfil globular al que anteriormente hemos hecho alusión se vuelve más estilizado alcanzando forma de peonza (fig. 10, nº 5-7). Tenemos un ejemplar muy estilizado de fondo (fig. 10, nº 53). Los bordes aparecen con dos variantes, bien redondeados simples o bien dobles, que permiten definir un pequeño abombamiento (fig. 10, nº 5 -7). El diámetro de borde oscila entre los 8-10 cm. En este caso todos los ejemplares presentan decoración burilada en un solo registro (fig. 9, nº 42) o en dos (fig. 10, nº 5 -7).

Sin lugar a dudas, este conjunto supone un avance muy significativo en la caracterización cronológica de esta producción inicialmente definida por Mayet (1975; 1978) y posteriormente evaluada por otros investigadores (Rodríguez, 1996a; Rodríguez, 1996b; Rodríguez, 1996c; Rodríguez, 2006; Martín y Rodríguez, 2010; Bustamante-Álvarez, 2013). De igual modo, es especialmente interesante la ausencia de determinadas piezas muy recurrentes en el repertorio de las paredes finas emeritenses (caso de las formas XLVIII, XLIX, L entre otras), que nos plantea nuevas líneas de reflexión como que estas formas hubieran cesado en su producción o que no se hubiera comenzado a comercializar aún. Sin lugar a dudas, los criterios ex silentio en contextos de este calibre suponen una buena cimentación para plantear reflexiones futuras. Sobre todo, ante la escasez de datos que han aportado hasta el momento los centros productores: c/Constantino del que no se ha localizado ninguna estructura de termoalteración, uno en la calle Concejo (Barrientos, 2004) y, de manera más reciente, en la domus del Mitreo (Bejarano et al., 2020).

La abrumadora presencia en este conjunto, dentro de la demarcación bética, supone un claro avance en lo que se refiere a la definición del mercado de este artesanado figlinario. Su identificación en contextos fuera de la capital de la Lusitania no es algo nuevo (ver Mayet, 1975, carte 7); sin embargo, lo que realmente impacta es el número y el que haya anulado cualquier otra categoría de similares características. De igual modo, el voluminoso conjunto y su calidad replantean la idea de un comercio puntual extraprovincial (Rodríguez, 1996b, p. 203; Martín y Rodríguez, 2010, p. 386).

Junto con estas piezas que caracterizamos como emeritenses se ha localizado 3 fragmentos (1 NMI) del tipo cáscara de huevo del tipo Mayet XXXIV de procedencia bética que nos ayuda a calibrar el flujo interprovincial (fig. 10, nº 52).

3.2. La cerámica común ^ 

La otra categoría que acumula el gran grueso de la muestra es la cerámica común, que copa el 28,94% del total. En su mayor parte son producciones locales-regionales lusitanas, a excepción de un 4% que corresponde a producciones béticas –mayoritariamente jarras y morteros– así como itálicas –fundamentalmente formas de cocina–. Inicialmente nos parecía que este número era elevado atendiendo al posible carácter cultual de la deposición, sin embargo, en el cercano depósito B del Castrejón de Capote esta categoría supera, con creces a las demás (Zarzalejos, 2003, p. 137).

3.2.1. La cerámica común mesa

Las cerámicas comunes de mesa alcanzan el 8,08% de la muestra total (37,7% de la cerámica común, de las que 2,20% es de producción bética y el resto corresponde a la producción local).

Dentro de este grupo podemos hacer tres grandes divisiones: preparación de alimentos sin contacto con el fuego, servicio de alimentos y consumo.

En relación con la preparación de alimentos, en primer lugar, contamos con los morteros (4,91% de las comunes de mesa). Algunos son de conformación bética, con pastas muy blanquecinas e inclusiones de granulometría media-gruesa (fig. 13, nº 14-18). Mayoritariamente presentan bordes “arriñonados”, con presencia de estrías a partir de la mitad inferior de ellos. Este tipo de piezas están ampliamente representada en la Bética a lo largo del I d.C. (Vegas, 1973, p. 33). Para la Lusitania, los ejemplos localizados en Conimbriga se datan entre época flavia y trajanea (Alarcão et al., 1976, pp. 136-137; Pinto y Morais, 2007, serie 6).

Sin embargo, también localizamos ejemplares que se alejan de la composición bética y, posiblemente, sean de origen local (fig. 14, nº 4). En este caso los perfiles se asemejan bastante a las secciones de los cuencos, pero su amplio tamaño hace dudar de esa posible adscripción. Dentro de este grupo de preparación, incluimos, con cierta cautela, la presencia de un borde de posible barreño/lebrillo asociable a la tipología Mérida 1, 16, de acuerdo con la ordenación tipológica definida por Bustamante-Álvarez (2012, fig. 21) (0,98% de la muestra) (fig. 14, nº 3).

Los cuencos representan el 55,88%. En este caso todos tienen pastas que podemos asimilar a la producción emeritense. En la muestra predominan los cuencos de sección globular con borde redondeado, Mérida 11, 7 (fig. 11, nº 1-5, 15, 17, 28-29, 32 y 34-35). Con el borde ligeramente engrosado al interior o exterior (Mérida 11, 6) encontramos también algunos ejemplares (fig. 11, nº 7, 11, 14, 23, 26-27, 31-34 o 35); lo mismo ocurre con los bordes ligeramente biselados, Mérida 11, 3 (fig. 11, nº 6, 13, 16, 18-19, 20-22, 24 o 25); los de borde apuntado del tipo Mérida 11, 1 (fig. 11, nº 30); los de borde bífido del tipo Mérida 11, nº 4 (fig. 11, nº 9) o vueltos al exterior de la forma Mérida 11, 9 (fig. 11, nº 8, 10 y 12). A ello le debemos unir una pieza de pequeño formato con borde sinuoso (fig. 11, nº 28) sin paralelos en el repertorio local-regional, así como varios fondos (fig. 11, nº 38-40). También se localizan algunos fondos con pie anular (fig. 11, nº 36-38).

Figura 11. Cerámica común mesa: cuencos e imitaciones de formas de paredes finas. ^ 

Una de las formas más variadas en lo que se refiere a la tipología son las jarras (6,86% de la muestra). Entre las formas encontramos recipientes con diámetro reducido entre los que aparecen ejemplares con borde redondeado vuelto al exterior, Mérida 6, 17 (fig. 11, nº 46-47). Con diámetros más amplios encontramos formas con bordes vueltos al exterior con acabado apuntado y cuello truncado, Mérida 13, 5 (fig. 11, nº 40); con borde apuntado y tendencia exvasada, Mérida 13, 4 (fig. 11, nº 44-45); un ejemplar de la forma Mérida 13, 7 a medio camino entre una jarra y una urna (fig. 11, nº 42); jarras con borde plegado al exterior (fig. 11, nº 41 y 43) y con borde de tendencia bífida, Mérida 13, 40 (fig. 11, nº 39).

Dentro de este grupo, destacamos por su carácter excepcional unas piezas que se encuentran a medio camino entre la producción de paredes finas y la producción común. Sin embargo, debido al grosor de sus paredes (0,4-0,5 cm) y su acabado tosco, las valoramos en este apartado a pesar que haya autores que las hayan incluido dentro del grupo de producciones de paredes finas lusitanas (Martín y Rodríguez, 2010, fig. 7). Concretamente, este grupo corresponde con el 24,51% de esta categoría cerámica. Entre las formas se encontrarían imitaciones de las formas LXVII (fig. 11, nº 50, 51 y 52-54), IV (fig. 11, nº 55), así como otros recipientes que, aún estando manufacturados en pasta similar, no emulan formas del repertorio de paredes finas, sino de las cerámicas comunes, caso de ollas (fig. 11, nº 48-49). Interesante resulta que una amplia mayoría de las piezas cuentan con decoración estampillada cuadrangular o bien a ruedecilla. Su producción está atestiguada en Mérida (Alvarado y Molano, 1996, pp. 291-292) y tienen una interesante difusión por el suroeste peninsular, como demuestra su aparición en la necrópolis de Valdoca (Alarcão y Alarcão, 1966, sep. 441). En relación con la cronología que se ha aportado tradicionalmente a estos recipientes se inserta entre Claudio y el siglo II d.C. (Sánchez, 1992, p. 41).

A todas las formas a las que nos hemos referido previamente hay que unirle una serie de tipos con escaso desarrollo que, aunque incluida dentro de las comunes de mesa, a ella no podemos adscribir ninguna forma concreta (2,94% de la muestra).

3.2.2. La cerámica común cocina

Las formas que entran en contacto con el fuego representan el 4,51% de la muestra total (40,35% de la cerámica común, 1,85% de producción itálica frente al 38,5% local-regional). Esto, claramente, nos indica que no se están cocinando alimentos en el mismo lugar de la deposición sino en otro lugar.

Las ollas presentan formas muy comunes y, de nuevo, habituales en los repertorios locales-regionales. Forman parte del repertorio en un 87% de la producción de cocina. La mayoría corresponden a bordes redondeados con cuellos más o menos desarrollados (fig. 13, nº 1, 3, 4, 6, 11-12, 18-19, 21, 24, 25, 28, 29). Una variante de este tipo sería de bordes a modo de gancho (fig. 13, nº 8-9, 10, 13, 17, 23, 30, 31, 33-34) así como los que tienen frente plano (fig. 13, nº 26-27 y 35).

Entre otros tipos de bordes destacamos los vueltos al exterior con labio pegado al recipiente (fig. 13, nº 5, 14 y 22) y labios vueltos al exterior a modo de alerón (fig. 13, nº 20). También están presentes las formas que tienen un perfil tipo carrete en la unión entre el cuello y el borde (fig. 13, nº 16 y 32). Para finalizar con el apartado de las ollas hay un ejemplar a medio camino entre las ollas y las cazuelas con bordes apuntados y cuerpos rectos (fig. 13, nº 2, 7 y 15).

Los fondos de estas piezas, mayoritariamente, se presentan planos, sin ningún tipo de aderezo, recayendo sobre el fuego directamente (fig. 13, nº 36-41).

Las piezas destinadas al fuego se completan con las cazuelas (11,54% de la producción de cocina), dos de ellas de procedencia itálica como macroscópicamente hemos podido determinar por la presencia de desgrasantes de granulometría media-fina de componente volcánico (fig. 12, nº 21 y 22). Destaca también una cazuela de borde engrosado y pasta local (fig. 12, nº 20).

Figura 12. Cerámica común mesa/cocina: tapaderas. ^ 

Figura 13. Cerámica común cocina: ollas. ^ 

3.2.3. Engobe rojo interno pompeyano de tradición local

La presencia de engobes rojo interno pompeyano (ERIP) alcanza un 1% del total de la muestra (5,5% de la muestra de cerámica común). Todas las piezas se caracterizan por ser producciones de corte local-regional. No se localiza ninguna pieza cuyo origen geográfico se considere la península itálica.

Las producciones locales aparecen representadas como grandes cazuelas de borde redondeado y perfil de tendencia inclinada asimilables al tipo Luni 5 (fig. 12, nº 23-24 y 25-26), a excepción de uno que presenta la pared más vertical (fig. 12, nº 27). Los prototipos itálicos en suelo peninsular se datan entre época augustea y el II d.C. (Aguarod, 1998, p. 134).

Estas piezas, formalmente, guardan gran relación con los tipos Mart. III en Peñaflor. Sin embargo, la gran diferencia se observa en el momento en el que estas últimas plantean un doble acabado, mate por fuera y brillante por dentro, mientras que las ERIP únicamente plantean dicho recubrimiento al interior.

La presencia de vajillas resultantes de prácticas de emulación no es algo nuevo para el enclave a valorar ya que se analizó de manera pormenorizada este fenómeno en lo referido a las producciones de época tardía. En dicho estudio poníamos de relieve que las emulaciones, a excepción de las que afectaban a las ARSW-C, presentaban montantes que eran parejos a las producciones que le servían de prototipo (Bustamante-Álvarez et al., 2014, p. 276). Igualmente se puede apreciar entonces la escasa perduración de las formas que imitaban a los ERIP (2 NMI en el siglo III frente a su desaparición en el IV d.C.).

En el cercano Castrejón de Capote, datado unas décadas antes, se observa la convivencia de piezas itálicas e imitaciones (Zarzalejos, 2003, nº 184). Sin embargo, en Contributa hay una ausencia total de formas prototipos itálicas que, sin lugar a dudas, permiten plantear esta emulación como una posible respuesta ante unos circuitos comerciales no fluidos.

3.2.4. Almacenaje

Las piezas de gran formato que asociamos al almacenaje también aparecen presentes con un 1,7% del total de la muestra (el 3,7% de la cerámica común).

Además de los grandes dolia (fig. 14, nº 5) se localizan también ejemplares de borde vuelto al exterior de tendencia redondeada (fig. 14, nº 10 y 12-14) o bien borde en alerón plano (fig. 14, nº 9 y 11) o inclinado (fig. 14, nº 6). Cabe unir además la presencia de un fondo de un gran recipiente indeterminado (fig. 14, nº 7).

Figura 14. Cerámica común de almacenaje, ánfora y mortero. ^ 

3.2.5. Accesoria

El 1% de la muestra total correspondería a sistemas de cierre, así como una posible tessera lusoria hecha en cerámica (supone el 12,5% de la muestra cerámica común). Todas las tapaderas tienen un origen local-regional, sin embargo, sí se observan ciertas emulaciones formales, como varias tapaderas asociables a las formas africanas Ostia I, 261 (fig. 12, nº 1, 3 o 8) y Ostia I, 262 (fig. 12, nº 15-17). El resto representa formas comunes en el repertorio local-regional. Entre ellas destacamos tapaderas de borde redondeado y perfil inclinado (fig. 12, nº 2, 6-7 o 9) o las que presentan un perfil ligeramente globular, que se podrían asociar a una doble funcionalidad cuenco-tapaderas (fig. 12, nº 4-5 y 12-13). Interesantes resultan los cuencos-tapaderas de borde bífido de la forma Mérida 5, 21 (fig. 12, nº 10-11) o tapaderas con borde muy redondeados y que, posiblemente, forman parte de la producción fina ya implementada en los cubiletes (fig. 12, nº 18-19).

En los fondos, predominan, principalmente, los que cuentan con un botón en su parte posterior (fig. 12, nº 14), siendo menos numerosos aquellos que son planos.

3.3. Otros elementos ^ 

3.3.1. Las lucernas

Estas piezas suponen un 5,76% (139 individuos) del total de los materiales documentados en este contexto; morfológicamente, se pueden clasificar en perfiles completos (5,04%), valvas superiores (8,63%), margines (20,86%), rostra (17,99%), discos (12,23%), ansae (4,19%), infundibula (15,83%) y bases (12,23%).

Comenzando con un análisis tipológico de este conjunto, encontramos dos de las grandes familias de lucernas cerámicas en época romana: de volutas (41 ejemplares) y de disco (5 individuos).

La primera, las lucernas de volutas, se fecha grosso modo entre el reinado de Augusto y el siglo II d.C. (Morillo, 2015, p. 348). Debido a la poca envergadura de alguna de las piezas, un total de 23 individuos no ha podido ser clasificado tipológicamente (fig. 15, nº 2 y 4; fig. 16, nº 2 y 15). Del resto de piezas de esta familia, encontramos dos ejemplares de Dressel 9 fechadas entre Augusto y el inicio de la dinastía flavia. Además, a estas habría que sumar un fragmento de rostrum triangular, cuya separación entre las dos volutas es la misma que la documentada entre los dos extremos, por lo que se la puede clasificar como una Dressel 9B (fig. 15, nº 1), típicas del reinado de Claudio (Lamboglia y Beltrán, 1952, p. 88). A estas se une la denominada Dressel 11, de la cual se han localizado dos piezas completas (fig. 15, nº 9; fig. 16, nº 22), además de cinco fragmentos de rostra (fig. 15, nº 8) y un fragmento de margo. Esta tipología se fecha desde el reinado de Claudio hasta el de Vespasiano (Lamboglia y Beltrán, 1952, p. 88). Otra de las presentes es la Dressel 12-13, de la que se documentan ejemplares de ansae plásticas (fig. 16, nº 1), su elemento característico. Se fechan entre los reinados de Tiberio y Vespasiano (Lamboglia y Beltrán, 1952, p. 88). De las dos siguientes, Dressel 14 y Dressel 15, se ha documentado únicamente un ejemplar de cada una, fechándose ambas durante el reinado de Vespasiano (Lamboglia y Beltrán, 1952, p. 88). La última de las tipologías que se englobaría dentro de este grupo es la denominada Deneauve VG. Se ha documentado una pieza completa (fig. 15, nº 5), además de un fragmento de rostrum y otro de margo. En cuanto a su cronología, se fecha entre el 25 d.C. y el 100 d.C. (Deneauve, 1969, p. 158).

Figura 15. Lucernas (I). ^ 

Figura 16. Lucernas (II). ^ 

Las lucernas de disco se encuentran representadas por un fragmento de perfil completo, dos de valva superior y uno de margo (fig. 16, nº 5 y 21). Cronológicamente, esta familia se fecha desde mediados del siglo I d.C. hasta el siglo III d.C. (Morillo, 2015, pp. 360-362).

En último lugar, también se documentan cuatro fragmentos de valvas superiores (fig. 15, nº 7; fig. 16, nº 7) de lucernas “mineras” o de tipo “Riotinto-Aljustrel”.

Desde un punto de vista iconográfico, en este conjunto de piezas se documenta un total de treinta y un individuos con decoración, suponiendo un 22,30 % del total, localizándose los motivos tanto en el disco (24 piezas), como en la margo (5 individuos), y en el ansa (2 ejemplares). En el caso de las decoraciones de los discos de las piezas, y siguiendo la clasificación de Casas y Soler (2006), los motivos presentes se han clasificado en cuatro grandes grupos:

  1. Mitológicos: en primer lugar, nos encontramos con una representación del dios Marte (fig. 15, nº 3). En ella la divinidad se encuentra de perfil, mirando hacia la izquierda, portando en su mano izquierda un posible pilum, mientras que con la derecha porta un estandarte a modo de trofeo. Presenta casco con penate y sudario anudado en la espalda. De esta representación se ha documentado un paralelo en el British Museum (Bailey, 1980, Q828). En segundo lugar, se documenta la representación de la diosa Diana (fig. 16, nº 10). Se observa a la diosa de perfil mirando hacia la izquierda, cubierta con un traje corto con vuelo, portando en su mano izquierda un arco. La mano derecha se encuentra desplazada a su espalda alcanzando las flechas de su carcaj. La escena se completa con la presencia de un cánido que corre al lado de la divinidad. Se han documentado varios paralelos de esta decoración en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Rodríguez, 2002, p. 57). La tercera de las divinidades aquí representada es el dios Mercurio, presente en dos motivos decorativos. En el primero (fig. 15, nº 2) se observa el busto del dios del frente, cubierto con petasus, cuyos laterales presentan forma de ala. A su derecha se encuentra el caduceus. Se han documentado paralelos en el British Museum (Bailey, 1980, Q928) y Ampurias (Casas y Soler, 2006, E368). En la segunda representación (fig. 16, nº 17), el dios se encuentra representado de frente, ligeramente volteado a la derecha y portando en la mano izquierda el caduceus. Existe un paralelo de esta decoración en Cartago (Deneauve, 1969, p. 404). De igual modo, contamos con un posible fragmento de caduceo fragmentado (fig. 15, nº 20). Entre el resto de deidades representadas en los discos, se encuentran tres ejemplares de la diosa Victoria en su forma alada. En la primera de ellas (fig. 16, nº 5) se observa de perfil mirando hacia la izquierda dejando las alas ligeramente extendidas a la derecha. Porta una túnica de cuerpo entero con pliegues. En su mano izquierda se observa un orbe sogueado con ínfulas caídas donde se lee OPPI RESII. Bajo el asa presenta dos hojas. A pesar de que la disposición de esta decoración es bastante frecuente, la presencia del orbe sogueado en combinación con la marca del alfarero, hace que no se haya documentado paralelos. En la segunda de las representaciones (fig 15, nº 9), se observa a la divinidad en el centro, de frente, y con las alas ligeramente desplegadas hacia la derecha. El brazo izquierdo se encuentra levantado portando una posible corona. Se han documentado paralelos en Bilbilis (Amare, 1984, Lam. V, nº 31) y Ampurias (Casas y Soler, 2006, E401). En la última de las representaciones (fig. 16, nº 22) se observa a la diosa en el centro con las alas ligeramente desplegadas hacia la derecha. El brazo derecho se encuentra extendido hacia abajo portando una espada, mientras que en el izquierdo, dispuesto de igual manera que el derecho, porta un clipeus. Esta representación se ha documentado en una gran cantidad de lugares: Mérida (Rodríguez, 1996c, fig. 16, nº 8), Museo Nacional de Arte Romano (Rodríguez, 2002, nº 81 y 86), Cartago (Deneauve, 1969, nº 299) y Torre Águila (Rodríguez, 2005, nº 37).
  2. Vida cotidiana: de esta categoría se contabilizan cuatro ejemplares. En primer lugar, dos escenas relacionadas con un munus (fig. 16, nº 11 y 16), donde se puede observar lo que interpretamos como el brazo de una figura antropomorfa protegido con vendajes. A pesar de la escasa porción conservada, se podría hablar de un paralelo a esta decoración en el Castrejón de Capote (Morillo, 2009, nº 45). En segundo lugar, se puede documenta una escena erótica (fig. 16, nº 19) en la postura de coito a tergo, donde una figura masculina se encuentra arrodillado detrás de una figura femenina con los brazos apoyados en un posible lecho. Se han podido establecer paralelos con decoraciones en Ampurias (Casas y Soler, 2006, E101) y el British Museum (Bailey, 1980, Q1042). Por último, se identifica la representación de una máscara teatral (fig. 16, nº 18) junto a un cántaro, situado a la derecha. Se ha documentado un posible paralelo a esta decoración en el golfo de Fos (Rivet, 2003, p. 261).
  3. Motivos zoomorfos: en la primera de las decoraciones se puede observar la presencia de una pantera o de una leona rampante que apoya sus patas delanteras en una crátera, de la cual solo se conserva la parte superior, repleta de uvas (fig. 16, nº 8). Esta decoración se ha documentado en el Museo Nacional de Arte Romano (Rodríguez, 2002, fig. XVI, nº231), Cartago (Deneauve, 1969, nº 599 y 600) y Bílbilis (Amare, 1984, nº 29 y 30). En segundo lugar, se identifica la representación de un delfín (fig. 15, nº 9) orientado hacia la derecha. Se ha documentado una gran cantidad de paralelos en Bílbilis (Amare, 1984, nº 58), Museo Nacional de Arte Romano (Rodríguez, 2002, fig. XVII, nº 254 y lám. LXIII, nº 230 y 231), Cartago (Deneauve, 1969, nº 527 y 528) y Ampurias (Casas y Soler, 2006, E619, E620 y E621).

A ello hay que unirle algunas representaciones que, debido a su débil impresión o bien su fragmentación, no podemos determinar (fig. 16, nº 6 o 13-14).

Como hemos mencionado anteriormente, los motivos decorativos no son sólo visibles en los discos de las piezas, sino también en las margines y las ansae, en las plásticas. En el caso de este conjunto de piezas, se documentan cinco piezas con decoración en la margo y dos con decoración en el ansa. En el caso de las margines, son tres los motivos que se observan: fitomorfos (fig. 16, nº 21), ovas (fig. 16, nº 5) y motivos globulares (fig. 15, nº 7), propios de las lucernas mineras. Mientras, en el caso de las ansae, se documenta un motivo fitomorfo y otro zoomorfo (fig. 16, nº 1), donde dos aves comen el tallo de una palmeta vegetal.

Otro de los puntos en los que debemos detenernos es en la procedencia de las piezas aquí expuestas, documentándose tres grandes focos de origen. En primer lugar, un 67,63% de las piezas serán de producción emeritense, siendo característica la coloración blanquecina de la pasta, así como la presencia de un engobe de tonalidades rojizas y anaranjadas. El segundo punto de origen, con un 23,03%, sería la Bética, cuyas pastas se han caracterizado por una coloración amarillenta y pulverulenta. El último foco será la zona itálica, 6,47%, caracterizándose estas piezas por presentar pastas muy bien depuradas y engobes de tonos negruzcos.

Es preciso indicar, además, la presencia de cinco marcas de alfarero. La primera de ellas, C.OPPI.RE(S) (fig. 15, nº 5), se asocia al alfarero Caius Oppius Restitutus, considerado uno de los artesanos más prolíficos de la península itálica y que, posiblemente, tendría diferentes sucursales por todo el Imperio (Rodríguez, 2002, pp. 154-155). A esto habría que sumar que, en el caso de la pieza aquí expuesta, se documenta inserta en la decoración otra marca de alfarero OPPI RESII, por lo que, en una misma pieza, se observan dos marcas diferentes del mismo alfarero. La segunda de las marcas documentadas es OPPI (fig. 15, nº 2), marca que se relaciona con la anterior, siendo posible que se elaboraran en el mismo taller o por miembros de la misma familia (Maestripieri y Ceci, 1990, pp. 119-122), considerando que será esta firma, junto con C.O.R., de las primeras usadas por este taller, entre el 70-80 y el 100 d.C. (Casas y Soler, 2006, pp. 48-49). La pieza sobre la que se documenta esta marca (OPPI), se encuentra elaborada en pasta de lucernas emeritenses, por lo que existe la posibilidad de que existiera un taller de este alfarero en dicha ciudad (Rodríguez, 2002, pp. 154-155). La última de las marcas de alfarero documentada es NIC, situada sobre una pieza de producción emeritense. Se conocen pocos datos de este alfarero del que únicamente hay atestiguado un paralelo similar en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Rodríguez, 2002, p. 171). El empleo del mismo tipo de pasta en ambos casos podría indicar que este taller se situara en las cercanías de Augusta Emerita.

Además de estas tres marcas de ceramista de carácter epigráfico, se han conservado dos anepígrafas (fig. 16, nº 3 y 4) con cartucho in planta pedis simples o dobles.

3.3.2. Las terracotas

Uno de los elementos más significativos de la muestra, por aportarnos datos relativos a la idiosincrasia de los participantes en este acto, son las terracotas. Estas aparecen representadas en un número altamente significativo, alcanzando el 4,31% del conjunto. Las mismas, a excepción de dos que presentan un buen estado de conservación, se encuentran muy fragmentadas. Las partes diagnósticas que hemos podido diferenciar –fundamentalmente cabezas– permiten definir, al menos, 15 NMI. Todas las facciones de estos bustos apuntan a una única divinidad representada: Minerva.

A partir del estudio arqueométrico se pueden diferenciar dos grupos, ambos procedentes de suelo emeritense. El primero, de pasta caolinítica muy blanca y con recubrimiento irisado, cocido a una alta temperatura (por ej. fig. 17, nº 7-9). Este tipo de pastas es similar a las producciones de paredes finas manufacturadas en la capital de la Lusitania. El otro grupo presenta una pasta beige muy depurada. En esta ocasión no presenta recubrimiento irisado, técnica que se suple por la policromía de la superficie (por ej. fig. 17, nº 1-2). Los estudios de pigmentos a partir de técnica Ramen, actualmente en curso, permiten determinar el uso de una paleta cromática estándar, donde los cabellos son amarillos –emulando al rubio/oro–, el casco presenta coloración roja y azul y el vestido también cuenta con los mismos colores.

Figura 17. Terracotas y máscara teatral. ^ 

En relación con la iconografía, se observan ciertas diferencias en lo que se refiere al tocado, peinado, así como los atributos, aunque en todos los casos se incluyen dentro de la tradición de carácter tardo-helenística. En relación al tocado, todas las figuras aparecen cubiertas con casco corinto. Algunas pueden llegar a tener cimeras laterales (fig. 17, nº 4). Los cascos, además, pueden plantear una serie de variantes como son las incisiones en la zona central (fig. 17, nº 5), o bien en las uniones entre el casco y el penacho (fig. 17, nº 4). Esto lleva parejo una mayor o menor abertura del casco, que termina definiendo variaciones tipológicas. En el caso que ahora planteamos no se percibe la esquematización a la que Blech (2003, p. 54) alude para las piezas del Castrejón de Capote, donde afirma que los cascos terminan evolucionando y pueden llegar a parecer gorros frigios.

El rostro presenta facciones bastante homogéneas, ojos almendrados, nariz bien definida y boca cerrada y casi inerte. El peinado es un recogido con raya central que en algunas piezas termina cayendo en unos tirabuzones laterales o bien ínfulas. Todas las piezas aparecen aderezadas por un pendiente circular pegado a la oreja. En relación al atuendo presenta un peplum con apotygma y cinto central. En algunos casos se podría atisbar la presencia de un himation. Los pliegues, por regla general, están muy bien detallados, adaptándose a las siluetas de la figura –caso de los senos–. Este atuendo deja el antebrazo desnudo. Este traje puede llegar a tener en el pecho un pequeño pectoral –egida– alusivo posiblemente a la Gorgona. Los pies aparecen esquematizados pero podríamos decir que están calzados. Junto con estos elementos otros atributos que aparecen son los siguientes:

La figura se asienta directamente sobre una peana, que puede ser de tendencia redondeada o aristada (fig. 17, nº 1). En ninguna de las piezas se atisba la presencia de inscripción, como sí ocurre en otros ejemplos documentados en suelo peninsular, caso del depósito cercano de San Pedro en Valencia del Ventoso, donde nos hablan de la producción de un alfarero llamado Marcus (Gómez Pantoja y Prada, 2000, pp. 391-392).

Junto con estas figuras, incluimos en este grupo un fragmento de máscara teatral (fig. 17, nº 3). Presenta coloración amarillenta y su composición, analizada tan solo macroscópicamente, se distancia de las terracotas a las que hemos aludido, lo que hablaría de una producción posiblemente foránea. Únicamente se percibe un ojo, así como el peinado en ondas con un cinto enrollado. El detallismo en el peinado quizás apunte a la representación de una fémina. Sin embargo, no podemos precisar ni quién sería ni cuál sería su funcionalidad. Es evidente que la presencia de este tipo de piezas podría apuntar a la posible presencia de un espacio teatral, hasta el momento no documentado en la ciudad. Sin embargo, es importante tener presente que estos elementos podrían haberse utilizado en representaciones callejeras o simplemente en actos donde fuera necesario la caracterización de un personaje.

Algunos autores como M. Blech, a la hora de reflexionar sobre el depósito del Castrejón de Capote, han afirmado que el sentido de este tipo de figuras no es ofrendar a la divinidad representada sino simplemente ser la representación material de dicho exvoto (Blech, 2003, p. 56). A pesar de ello, la presencia exclusiva de representaciones de Minerva debe ser tomada en consideración al existir un claro interés por optar por un tipo de iconografía y no por otra. A ello hay que unirle la reiteración de este tipo de piezas –con similares características– en el contexto geográfico de la Baeturia (Blech, 2003, p. 66). Aunque también es importante definir que este tipo gozó de buena salud en otros puntos de Hispania, caso de Mérida (Gijón, 2004, pp. 88-95.), en donde a las formas ya definidas en este conjunto se le unen otras representaciones, como las de busto o como las tocadas con un casco antropomorfo. Esto, sin lugar a dudas, plantea una serie de dudas, entre ellas, la siguiente: si la caracterización arqueométrica apunta a su fabricación en Mérida, ¿por qué estos tipos de cuerpo entero son los menos representados en el suelo emeritense? Quizás estemos ante una producción prácticamente redirigida en su totalidad a la Baeturia.

3.3.3. Ánforas

Uno de los elementos más significativos de este conjunto es el escaso impacto que tienen las ánforas. Alcanzan el 1,37% del total de la muestra. A ello hay que unirle que, tipológicamente, se alejan de los contenedores tradicionalmente asociados al transporte de líquidos que, a tenor de los datos extrapolados de las paredes finas, sería el producto mayoritariamente consumido. Otro de los datos a comentar es el abrumador patrón de fractura y la presumible selección de las piezas, ya que mayoritariamente nos enfrentamos a galbos. Esto puede hablar de una práctica de servicio del producto y retirada del contenedor.

Por adscripción macroscópica, sobresalen primero las del Círculo del Estrecho con un 74%, las lusitanas y las del Valle del Guadalquivir con 12% cada una; un 0’25% no ha podido adscribirse a ninguna procedencia fiable.

Empezando por las procedentes del Círculo del Estrecho, únicamente tenemos dos asas muy rodadas que podemos asociar al tipo Beltrán II. Estas ánforas tradicionalmente se han asociado a la comercialización de productos haliéuticos. El resto de la muestra son amorfos que no permiten aportar precisiones a este respecto. Del grupo bético también se ha localizado un conjunto de galbos con paredes muy gruesas que asociamos, con reservas, al grupo tipológico de las Dr. 20, indudablemente vinculadas al comercio oleícola.

El grupo de las lusitanas, aunque poco numeroso, es de interés, ya que presenta la única forma que podemos adscribir tipológicamente. Estamos ante un borde de variante emeritense de Haltern 70 (fig. 14, nº 8) con labio ligeramente redondeado. Estas formas se han definido como una emulación local de las formas Haltern 70 asociables a la producción y consumo de vino (Bustamante-Álvarez y Heras, 2013).

3.3.4. Material constructivo

En el total de la muestra aparecen 5 fragmentos de tegulae que únicamente corresponden al 0,21%. En este conjunto, que caracterizamos como altamente votivo, creemos que no tienen ninguna funcionalidad clara y que simplemente es parte de los detritos adyacentes a esta deposición.

3.4. Otros materiales ^ 

Dentro del depósito también aparecieron otros objetos en menor porcentaje que pasamos a comentar de manera sucinta en este apartado.

3.4.1. Los metales

De objetos en metal se han localizado restos que alcanzan el 0,83% de la muestra. Entre los elementos aparecen 8 clavos de hierro y 7 vástagos del mismo material que, posiblemente, pertenecieran a dichos clavos. Estas piezas, quizás, nos hablen de alguna estructura lígnea hoy perdida.

También aparecen dos monedas, desgraciadamente, frustas de las que únicamente se percibe parte de los bustos (fig. 18, nº 8-9).

Figura 18. Vidrios y metales. ^ 

A ello hay que unirle tres ejemplos de fibulae. La primera, corresponde a un aro interrumpido de sección redonda con parte central más engrosada que los extremos. El círculo acaba con una protuberancia a cada lado ligeramente abierta que se podría insertar dentro del tipo b de la tipología basada en la morfología de sus extremos determinada por Fowler (1960). Desgraciadamente, la aguja central se ha perdido. Hattat (1985) definió como arco cronológico propio de esta variante el periodo entre los siglos I a.C.-I d.C. (fig. 18, nº 7).

Los otros dos ejemplares de fibula se pueden incluir dentro del tipo Aucissa, cuya cronología se desarrolla entre la primera mitad del I a.C. y el II d.C. (Alonso, 1984, p. 46). Sin embargo, nuestro ejemplar, concretamente, se puede insertar dentro de las Erice 20.5/Mariné 10.2 o 42d/1a de Da Ponte, datable en la segunda mitad del I d.C. (Erice, 1995, p. 141; Erice, 2009, p. 462) (fig. 18, nº 10 y 11). En este caso, no presentan ningún tipo de inscripción alusiva al productor. Ambas piezas presentan un buen estado de conservación y, a priori, plantean similitud tipológica. Ambas charnelas miden 1,6 cm y tienen tres registros diferenciados. El superior de pocos milímetros y que da la sensación de que presenta decoración incisa que se ha borrado con el tiempo. El segundo registro, el central, presenta escotaduras laterales y no contuvo decoración alguna. Su dimensión es ligeramente inferior al superior. Para finalizar, el inferior está borrado en su parte central para insertar el agarre de la aguja hoy perdida. El eje central en ambos casos presenta los botones de cierre lateral, hechos de hierro. El puente presenta sección en D, con una leve nervadura en su parte central. El pie presenta el portaagujas con botón final levemente moldurado.

Este tipo de piezas también aparece con leves variantes en contextos cercanos, caso de Capote (Arévalo y Berrocal, 2013, p. 176) o Nertobriga (Berrocal, 1992, p. 139). En relación al por qué de su aparición en un contexto de estas características, algunos autores lo han intentado vincular con los militares, asociando su presencia con las poblaciones indígenas integradas en diversas campañas militares (Arévalo y Berrocal, 2013, p. 177).

En nuestro caso, para dar una posible respuesta al fenómeno, nos parece de interés la prolífera presencia de terracotas de Minerva, que nos insertan en el mundo de la feminidad. Este marco conceptual plantea una línea de investigación en la que podríamos pensar que estas fibulae no serían el objeto ofrendado sino que acompañarían a alguna prenda textil hoy perdida. El mundo de las ofrendas textiles vinculadas a las divinidades femeninas es una práctica documentada, por ejemplo con Atenea, el precedente griego de Minerva. En concreto, en el libro VI de la Ilíada la reina Hécuba consagra un peplum a Atenea (Il.6.293-303). Esta práctica no parece que se limitó, en exclusividad, a esta divinidad, sino que afectó a otras muchas (Greco, 1997, pp. 192-194; Brøns, 2015, pp. 43-45). Esta idea, no obstante, podría ser compatible con el componente militar, teniendo presente el carácter belicoso de Minerva.

Junto a estas piezas, traemos a colación un ejemplar de bulla (fig. 18, nº 6). Concretamente, sólo poseemos una de las valvas de dicho estuche, así como el nexo de unión de ambas partes por donde pasaría el hilo/cordel/cadena que permitiera su suspensión. Un ejemplar de similar morfología y factura fue localizado en un contexto del III d.C. en Pompaelo (Mezquíriz, 2011, nº 12).

3.4.2. El vidrio

En relación con el vidrio, esta categoría alcanza el 1,49% del total de la muestra. Aunque el patrón de fractura es amplio podemos diferenciar algunas formas datantes.

En primer lugar, localizamos algunas formas cerradas, como una posible botella inserta en las tipologías Isings 50-51 (fig. 18, nº 1). Presenta color natural verde-azulado y fue manufacturada mediante soplado al aire. Cuenta con cuello corto, sección cilíndrica y borde en ala a partir de un pliegue hacia el interior. Cronológicamente, presenta un arco temporal amplio entre mediados del siglo I d.C. hasta el siglo III d.C. (Sánchez de Prado, 2018; Rutti, 1991). A esta pieza pudieron acompañar dos asas (fig. 18, nº 3-4), ambas de color natural y aplicadas mediante fundido sobre recipiente. La primera se articula como un asa corta, de perfil angular, ancha y con cierto plegamiento en la zona superior. En su parte inferior, al contacto con el recipiente, se bifurca. La segunda presenta similares características, aunque es más aplanada.

Junto con estos recipientes cerrados aparece un borde de un cuenco tipo Isings 20 / Augusta Raurica 8 (fig. 18, nº 2). Este cuenco fue desarrollado mediante modelado y cuenta con acanaladura interna tallada. Atendiendo a Rütti (1991) se fecharía entre época de Tiberio y época flavia temprana.

Se localiza un fondo de plato del que conservamos el pie sólido en forma de anillo (fig. 19, nº 5). La pieza fue elaborada mediante moldeado. Como posibles paralelos podrían estar las formas Augusta Raurica 15-16, 18 o 24, al no tener presente el borde.

A estas piezas habría que unirle algunos fragmentos de cuerpo de un ungüentario fragmentado de coloración azulada, que podría indicar el uso de esencias y aceites perfumados.

Figura 19. Conjunto de materiales desplegados y sin reconstruir. ^ 

4. Análisis de un conjunto excepcional ^ 

A lo largo de estas páginas hemos analizado una acumulación / depósito de materiales que, por su naturaleza, podemos caracterizar como de muy excepcional. El volumen de piezas, el estado de conservación, así como la selección intencionada de las mismas, claramente, nos dan las pistas de un vertido fuera del ámbito doméstico (fig. 19, 20).

Figura 20. Algunos materiales reconstruidos. ^ 

Cronológicamente, hemos ido desgranando a lo largo del trabajo los motivos tanto tangibles como ex silentio (caso de la ausencia de formas en ARSW-A) que inducen a pensar en la formación de este depósito en un momento muy puntual entre el 70-90 d.C. (fig. 22). Sin lugar a dudas, la vajilla fina, tanto las sigillatas gálicas / hispánicas, así como las paredes finas son claramente los fósiles directores para afinar en la datación. No menos importante es la presencia de cerámica común de mesa y cocina que habla del preparado de este acto convivial, tanto con procesos de termoalteración como sin ellos.

De manera mayoritaria se hace uso de piezas destinadas a la ingesta de alimentos líquidos y semilíquidos. A ello hay que unirle restos de fauna, algunos de ellos con huellas de corte, que permiten reconstruir el posible desarrollo de actos sacrificiales. Entre los animales que se han podido rastrear habría algunos ejemplares de bóvidos (huesos largos o premolares), ovicápridos (huesos cortos), suidos (maxilares) o bien lemúridos (huesos cortos).

También aparecen otras categorías de objetos muebles que ayudan a reconstruir el acto que generó dicha deposición. Entre ellos destacamos la vajilla vítrea, que ayuda a valorar el posible uso de aceites y ungüentos perfumados claramente vinculables a actos en los que se intenta buscar una esfera propicia para el contacto con las deidades. También nos parece de interés la presencia de algunas piezas metálicas, caso de las fibulae, que creemos terminan siendo los elementos resultantes del progresivo deterioro de prendas textiles.

Su ubicación espacial dentro de esta ciudad betúrica –en contexto público y vinculado con un edificio de un alto simbolismo por su definición– permite plantear la hipótesis de que estamos ante los vestigios materiales de un acto –claramente convivial– desarrollado en el seno, o bien en los límites, de ese singular edificio y donde el número de participantes es ciertamente amplio. Sin lugar a dudas, tenemos que alejarnos de otros conceptos como el de favissa, que implica el almacenamiento de piezas que no serían usables (De Cazanove, 1991, p. 217) o del término bothros (Bouma, 1996, p. 59), que lleva implícito una subestructura con datos sacrificales más evidentes.

Tabla 2.. Cuadro sinóptico con las principales tipologías documentadas.

T.S. Itálica

T.S. Gálica

Imitación tipo Peñaflor

T.S. Hispánica

Paredes finas

Lucernas

Consp. 23

Drag. 7

Mart. III

Hisp. 18

Mayet XLIII

Dressel 9

Consp. 20

Ritt. 8

Mart. IIIb

Hip. 15/17

Mayet XLIV

Dressel 9B

Drag. 24/25

Mart. I/Celti 14

Hisp. 36

Mayet XXXVII

Dressel 11

Drag. 35

Hips. 8

Mayet XLV

Dressel 12-13

Drag. 4-22

Hisp. 24/25

Dressel 14

Ritt. 9

Hisp. 27

Dressel 15

Drag. 33

Hisp. 27

Deneauve VG

Drag. 18

Hisp. 35

Derivadas de Dressel 3

Drag. 15-17

Hisp. 2

Drag. 15

Hisp.29

Drag. 36

Hisp. 37

En cualquier caso, intentar calificar o dar motivación al mismo es una tarea ardua pero no es desatinado pensar en un acto comunitario que culminara con la inutilización sagrada de los recipientes usados. Sin lugar a dudas, su cronología –plena época flavia– invalidaría el posible cierre ritual de dicho complejo (Moneo, 2003, pp. 353-359) ya que la presencia de materiales más tardíos en los estratos más superficiales –como denota la presencia intrusiva de un fragmento de ARSW-D– nos habla que la amortización total de la zona no llegará, al menos, hasta el siglo IV d.C. (Atlante, 1981).

Por consiguiente, habría que pensar, bien en algún hito concreto puntual que diera sentido a la unión de la comunidad, o bien a un posible cambio funcional de dicho espacio que conllevara un cierre votivo que terminó por dejar depuestos los materiales en el entorno de su acceso. Además, nos parece altamente significativa la rotura intencional de las piezas, como una manera de inutilizar unos elementos que, al haber formado parte de un ritual, terminarían siendo considerados impuros, como demuestran otros ejemplos de piezas arrojados completos y que terminan rompiéndose por su impacto (Merrifield, 1987, p. 48).

En relación con el cómo, creemos que la gran cantidad de clavos (8 NMI) quizás informa de un entarimado ligneo sobre el que reposaron las piezas y que se terminó perdiendo por el paso del tiempo.

Uno de los elementos más significativos del conjunto es la aparición de un abultado número de terracotas, las cuales apuntan iconográficamente a la figura de Minerva. Como ya hemos advertido previamente, una representación iconográfica concreta en terracotas no tiene que aludir específicamente a la divinidad representada. Simplemente, podría ser la materialización de un exvoto independientemente de la deidad a la que vaya dedicada (Blech, 2003, p. 56). Sin embargo, el que se repita de manera abrumadora la misma deidad con un mismo modelo iconográfico, sí podría ser un elemento indicativo de que en dicho contexto sí se está invocando directamente a dicha divinidad. Aunque algunos autores han apuntado a la posibilidad de que esta representación aluda a la divinidad prerromana de Ataecina (Berrocal-Rangel, 2010, p. 278), nos parece digna de mención la hipótesis de trabajo planteada para el yacimiento de Turibriga/Arucci, donde se ha querido relacionar a Minerva con una de las Rixamae. Estas son divinidades asociables a las Matres romanas, pero enlazadas sincréticamente con diosas del panteón celtíbero que, atendiendo al sufijo de superlativo que compone su nombre, ocuparían un lugar predominante en la idiosincrasia celtíbera (Gimeno y Rothenhöfer, 2013, p. 467). Esta hipótesis se planteó, por un lado, debido a la presencia de una inscripción en bronce que aludía a una dedicación a las Rixamas (Gimeno y Rothenhöfer, 2013) y, por otro, por la presencia de un voluminoso conjunto de terracotas entre las que se encontraban algunas representaciones de Minerva, asociable a los ciclos agrícolas (Bermejo, 2013, p. 318; Bermejo, 2014, p. 114) y localizadas en el foro de Arucci/Turobriga. Sin lugar a dudas, por un lado, la inserción de ambos enclaves en la Baeturia céltica y, por otro, la reiteración de estas piezas cerámicas con similar representación, son rasgos indicativos lo suficientemente interesantes para aplicar esta propuesta en suelo contributense. A pesar de lo sugestivo de esta idea, sería necesario en un futuro ahondar en la posibilidad de si esta divinidad, en el caso de Contributa, pudo ser honrada sola o formando tríada con otras deidades.

Sobre quién o quiénes pudieron participar en este acto cuyos vestigios materiales aquí quedan recogidos, es muy difícil obtener conclusiones a partir de objetos que, desgraciadamente, no presentan marcas de propiedad (a excepción de dos grafitos anepígrafos). Quizás, la presencia de determinadas categorías, como las cerámicas de imitación tipo Peñaflor, claramente, nos pueden dibujar la posible participación de un contingente poblacional de base popular. Sin embargo, la convivencia con otras categorías, caso de las sigillatas gálicas o hispánicas, a priori con un coste más elevado, anulan cualquier interpretación vinculable a la capacidad adquisitiva de los participantes o su deseo de emular a los estratos “privilegiados” (Bustamante-Álvarez, 2013; Fernández et al., 2014, p. 68).

Sin lugar a dudas, este contexto evoca en buena medida el depósito altoimperial del Castrejón de Capote, no sólo por los materiales, con los que ya hemos visto que guarda cierta concomitancia –sobre todo en lo referido a las terracotas y lucernas– sino, de igual modo, por la modalidad de deposición. En ambos casos aparecen arrojados contra una estructura que termina por hacer de parapeto. A pesar de ello, sí existe una diferencia insalvable que hace que, indudablemente, estemos hablando de dos momentos distintos. La presencia, en el contexto que ahora nos centra, de un repertorio mucho más moderno –caso de sigillatas gálicas o hispánicas– permite definir su génesis en el último tercio del I d.C. y no en el momento temprano vinculable al 45 d.C. (Berrocal y Marín, 2003, p. 208). Tampoco debemos olvidar el cercano depósito de San Pedro donde la predominancia de terracotas de similar morfología a las aquí presentadas es un dato a tener en cuenta. Alejándonos de este espacio geográfico también tenemos significativos ejemplos en otros lugares, caso de Valentia (Ribera, 2010).

Además de todas estas connotaciones de carácter funcional, este conjunto también permite definir un arco tipocronológico de las piezas, localizadas en su fase de producción, uso y perduración. Sin lugar a dudas, las características que confluyen en este conjunto retrotraen a las fosas localizadas en la Graufesenque que, para el caso de las sigillatas gálicas, han permitido la definición de periodizaciones bien aquilatadas en el tiempo. Quizás, este caso es especialmente interesante para el estudio de las formas de paredes finas tanto béticas como lusitanas, al presentar un registro de tal magnitud.

De igual modo, desde el plano ceramológico y económico es especialmente significativa la procedencia de los materiales. Encontramos que la mayoría de ellos son de procedencia local-regional, predominando las piezas posiblemente fabricadas en los alfares de la cercana Augusta Emerita. Además de ello sigue siendo reseñable la documentación de piezas importadas de lugares como la Gallia o la península itálica, lo que podría permitir hablar de contactos comerciales bien articulados con otros puntos del mundo romano, posiblemente a través de grandes urbes, como podría ser la actual Mérida. A lo largo de estas páginas y de la autopsia de este registro se observa que Contributa Iulia Ugultunia, a pesar de formar parte administrativamente de la Bética, planteó claramente una estrategia de consumo adaptado a sus necesidades y atendiendo a estrategias de minimización de costes y riesgos. En este “posicionamiento comercial” claramente la vía de la Plata termina siendo definitoria y termina bebiendo tanto de los flujos comerciales que vienen desde el sur como los que proceden del norte.

Financiación y agradecimientos ^ 

Este trabajo es el resultado del proyecto Corpus Vasorum Hispanorum. Analisis tipológico, cronológico y prosopográfico de los sigilla en terra sigillata hispánica a partir de los centros consumidores. Parte I: Lusitania (PGC2018-093478-A-I00 – Convocatoria Proyectos de Excelencia – Plan Estatal de Generación de Conocimiento – Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades – España.

Agradecemos a la directora de la intervención en la que fue hallado el depósito, Dña. M. García Cabezas las atenciones prestadas; también a la Dra. R. Erice las apreciaciones sobre determinados tipos de fíbulas.

Contribución a la autoría ^ 

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