Como aquellos ilustrados del siglo XVIII que ejercieron su labor crítica reclamando la higiene de las historias nacionales por patriotismo, limpiándolas de las leyendas y falsedades que constituían un motivo de desprestigio entre las naciones europeas cultas, los coordinadores de este nuevo número de la Colección Kronion, apelan a la “responsabilidad social del historiador”, como artífice de “una perspectiva crítica de la relación pasado/presente” “desde las necesidades y las demandas de su entorno cultural y de pensamiento”, para abordar un tema del presente a través del pasado: las identidades étnicas y las identidades políticas.
Preocupa el presente y se analiza por ello el pasado, dotando al problema de una perspectiva desapasionada y haciendo de la Historia “un instrumento no sólo de crítica, sino también de reflexión y debate actual sobre los problemas que nos acucian”. Pero preocupación por el presente no es sinónimo de presentismo, esa habitual tendencia entre los historiadores de todos los tiempos a analizar el pasado tomando como referencia el presente, a escribir sobre los tiempos pretéritos según las construcciones mentales y los factores contextuales contemporáneos. Al contrario, los coordinadores han conseguido esquivar esta propensión muchas veces interesada mediante una selección de textos que utilizan la exégesis y el criticismo como los más efectivos antídotos, inoculados en las dosis convenientes en todos los artículos del libro.
En efecto, esta publicación es oportuna dado el contexto nacional e internacional en el que se han sucedido aceleradamente fenómenos como la desactivación de la Guerra Fría y la desmembración del imperio soviético, la creación de la Unión Europea, la globalización, la crisis de los modelos nacionales decimonónicos, y la reacción y emergencia de los nacionalismos de corte etnicista, muchos de los cuales utilizan el pasado real o inventado para conformar el presente y proyectar su futuro segregados de “los otros”. Bienvenidas sean, pues, las reflexiones sobre la identidad étnica, impensables hace dos décadas en la investigación española porque la realidad social, que es a la vez generadora y demandante de temas de investigación, no las requiso.
Identidades étnicas – Identidades políticas en el mundo prerromano es ejemplo de un tipo de publicaciones muy en boga últimamente que tiene su origen en el interés de los coordinadores por un tema determinado, y en la selección de los autores adecuados para la monografía. El resultado suele ser óptimo, dependiendo lógicamente de dicha selección, porque además de los textos de los autores, se suele presentar el estado de la cuestión y una bibliografía completa y actualizada. En el caso que nos ocupa la selección de los autores ha sido la conveniente, si bien se han quedado inéditas algunas áreas de la Península Ibérica y se ha introducido un artículo, a mi juicio imprescindible, sobre la etnicidad en el mundo griego.
En efecto, en Ethnos y etnicidad en la Grecia clásica, Mª. Cruz Cardete expone con orden, claridad y brillantez el concepto que del ethnos tenían los griegos, una abstracción de la idea de unidad y de cohesión aplicable “a cualquier grupo que compartiera las suficientes similitudes como para ser tratado en genérico, fuese humano o animal”, de ahí que se utilizara para designar tanto a ciertos insectos, como a los habitantes de una polis, o para diferenciar a los hombres de las mujeres. El carácter polisémico de la palabra se complica con la evolución histórica del concepto, de forma que si en época arcaica los criterios básicos de etnicidad serían la referencia a un ancestro común y la querencia de una tierra materna, y el sentimiento de pertenencia a un ethnos, según C. Renfrew, constituía un mecanismo social para marcar las diferencias del grupo o una forma de validar el propio estatus a través de la descendencia, a partir de las Guerras Médicas, con la aparición del “otro”, de un enemigo común, la identidad étnica griega se constituye como antítesis del bárbaro.
“El concepto de bárbaro se construyó por oposición al griego, pero el griego también se construyó por oposición al bárbaro”. Los rasgos identitarios de los griegos no estaban claros para los propios contemporáneos, pues no había unos límites geográficos ni conceptuales bien definidos, si bien se puede hablar de unas fronteras mentales que separaban a los griegos de los bárbaros, la eschatia o “modo de vida griego”, aunque sin unas características claramente definidas. La dimensión “espiritual” que otorga Heródoto al ethnos griego (consanguinidad, comunidad de lengua y creencias religiosas, ritos sacrificiales, usos y costumbres), no era asumida por la mayoría de los griegos, quedando descartada la idea de un sentimiento nacional tal y como hoy lo entendemos. Posteriormente la Guerra del Peloponeso evidenciaría cómo el concepto de ethnos continuó su evolución, y cómo en fue objeto de manipulación por atenienses y espartanos al utilizar el elemento étnico (dorios contra jonios) como propaganda de guerra.
La autora concluye su ensayo distinguiendo entre la comunidad cultural que sí constituyeron los griegos, y la conciencia étnica que nunca llegaron a tener, pues, salvo el período de las Guerras Médicas, las poleis griegas se definieron más por oposición a sus “compatriotas” que a los enemigos externos.
Por su parte, P. Moret aborda magistralmente en Ethnos ou ethnie?. Avatars anciens et modernes des noms de peuples ibéres el difícil problema de la etnicidad de los pueblos ibéricos. Antes de entrar en materia, el autor hace una revisión del concepto contemporáneo de etnia, que tilda de “invención colonial”, atribuible por los antropólogos a los pueblos preindustriales “sin historia”, en contraposición al concepto “nación” reservado a los pueblos civilizados. Siguiendo a J.L. Amselle, analiza la etnicidad en su dimensión histórica, “como el resultado de una interacción de los procesos de integración o de disgregación en el interior de las sociedades indígenas y de agentes exteriores que pueden ser diversa naturaleza: comerciantes, poder colonial..”, tomando como ejemplos algunas experiencias del colonialismo africano y comparándolas con la experiencia romana en Hispania, al comprobar que la consolidación de algunas etnias pudo ser una consecuencia de la empresa colonial.
Propone el autor tres momentos o discursos etnográficos sobre los iberos en la literatura griega y latina antes y después de la conquista romana. En la primera fase, protagonizada por los mitógrafos y periégetas griegos hasta época helenística, predomina el discurso odológico y la descripción etnopolítica, con la mención de nombres genéricos y una visión simplificadora de las poblaciones locales, que según P. Moret, “no son de gran utilidad para el historiador del mundo indígena”.
La segunda fase, protagonizada por autores como Polibio o Tito Livio, se contextualiza en la conquista romana de Hispania, y tiene un interés particular porque en estos episodios las entidades políticas (ethne, gentes) son mostradas en acción, y en ocasiones son descritas en aspectos como su organización, alianzas o importancia numérica. En este momento, los iberos son distinguidos de otros pueblos hispanos por criterios geográficos y culturales (por ejemplo de los celtas y otros pueblos del Occidente peninsular, símbolos de la barbarie). Aún así, son considerados semibárbaros, a veces con cierta ambigüedad. La visión polibiana del paisaje étnico hispano dependería de una composición documentalmente heterogénea, formada por dos fuentes diferentes, las griegas, quizás filopúnicas, y las romanas; es calificada de voluntariamente simplificadora, pues los iberos son englobados en una “entidad artificial que anula la diversidad de regiones culturales y comunidades políticas”, e ideológicamente marcada por una división más teórica que real entre la Iberia mediterránea y el mundo bárbaro oceánico.
Después de la conquista, y sobre todo a partir del Principado, se produce una nueva simplificación del mosaico étnico y político en aras de una mayor integración en el estado romano, pero paradójicamente la labor administrativa favoreció la definición y descripción de numerosos pueblos, aunque insertos ya en la administración romana, como ocurre con Estrabón, Plinio y Ptolomeo.
Por último, P. Moret nos advierte del peligro del empleo indiscriminado del concepto etnia y del “uso arqueológico de etnónimos literarios”, con los ejemplos de Edetania, Contestania y Deitania, pues la primera no existe en las fuentes más que como regio augustea, y las dos siguientes son claros ejemplos de anacronismos en el uso de etnónimos.
La contribución de M. Díaz Andreu, Ethnicity and Iberians. The archaeological crossroads between perception and material culture constituye un severo correctivo al hábito entre los arqueólogos de utilizar la cultura material para identificar o distinguir etnias, centrando su crítica en la obra Los iberos de A. Ruiz y M. Molinos, y más concretamente en el problema de la cerámica “tipo Liria”. La etnicidad, según la autora, debe ser definida como percepción, de ahí que “las(s) identificación(es) étnica(s) que cada persona tiene en un momento determinado cambia(n) dependiendo de las circunstancias, del interlocutor y de la situación”.
Nos celtis genitos et ex Hiberis. Apuntes sobre las identidades colectivas en Celtiberia es un trabajo denso, lleno de información y de matices, que supera con creces el cometido propuesto por los coordinadores de la monografía. El estudio de F. Beltrán Lloris contextualiza el análisis de la etnicidad en Celtiberia en el proceso de “mundialización” de Roma y en la evolución de las relaciones entre los celtíberos y el estado romano, desde la tenaz resistencia a la conquista, a la adaptación y a la posterior integración plena. En este proceso se produjo un reajuste de las identidades colectivas, en el que “la identidad celtibérica parece ser el resultado de la percepción que Roma tenía de estos pueblos hispanos, asumida por las poblaciones locales sólo en una fase tardía y con un valor claramente accesorio frente a otros referentes como la etnia, la ciudad o la civitas Romana”.
Esta es la conclusión principal, si bien el tema es tratado desde todas las perspectivas posibles: la del análisis de la documentación literaria, epigráfica y numismática, que permite abordar el tema de manera muy genérica; la de la experiencia romana en otros ámbitos geográficos, como la península itálica, en la que se evidencia la individualización de la ciudad como marco organizativo básico de las sociedades célticas, de manera que “Celtiberia” sería “un término erudito con el que los observadores clásicos individualizaron... a un conjunto de pueblos hispanos”. Seguidamente se analizan los posibles rasgos identitarios (lengua, onomástica, estructura familiar, teónimos, instituciones, cultura material) que distinguirían a los celtíberos de otros pueblos célticos (vetones, vacceos, carpetanos), con los que comparten rasgos. En este sentido, una de las características de los celtíberos sería la precocidad en la adopción de “peculiaridades mediterráneas” como la organización ciudadana, o el uso de la escritura y de la moneda.
F. Beltrán hace hincapié en la idea de que, además de una afinidad cultural entre las etnias celtíberas, lo que incidió en la percepción unificadora de los celtíberos quizás fue su actuación mancomunada en las guerras contra Roma de los siglos II y I a.C. Asimismo establece dos períodos claramente definidos en el estudio de la identidades colectivas, el primero circunscribible a la fase republicana, cuando los rasgos definidores son la acusada afinidad cultural, más que la solidaridad étnica, la articulación comunitaria basada en la etnia, pero sobre todo en la ciudad, las agrupaciones familiares extensas y el protagonismo en las guerras del siglo II a.C. El segundo período abarca el final de la República y el Principado; es un período convulso en el que se inscribe un complejo proceso de integración culminado en época flavia, con dos modelos regionales diferenciados de comportamiento (Celtiberia meridional y Celtiberia nororiental), que desemboca en la incorporación de los celtíberos a la civitas romana y en la adopción de rasgos que la caracterizan: creación de la escritura, de la moneda, desarrollo del urbanismo y de la arquitectura, forma de vida urbana y comercio a larga distancia, etc.
La aportación de J.L. López Castro, titulada La identidad étnica de los fenicios occidentales, tiene como objetivo demostrar la existencia de una identidad y una conciencia étnica entre los fenicios occidentales basada en sus orígenes tirios y en el culto a las divinidades oficiales del panteón fenicio, Melqart y Astarté. Dada la escasez de datos vernáculos, o sea de una literatura propia superviviente o de datos epigráficos fenicio-púnicos, el autor recurre a la literatura grecolatina para intuir algunos aspectos de autoconciencia, como el “mantenimiento de su propia identidad frente a Cartago”. No obstante, lo que caracterizaría a los fenicios occidentales sería su origen colonial, su conciencia de emigrados –de ahí que en tiempos de San Agustín todavía se autodenominen cananeos–, así como el fenómeno “político”, o sea la formación de ciudades-estado que reproducían la estructura sociopolítica metropolitana.
En la búsqueda de datos que avalen la autoconciencia fenicia occidental recurre, sin embargo, a aspectos de la literatura clásica extremadamente discutibles, como la mención a los tirios en el segundo tratado entre Roma y Cartago, tenidos éstos por gaditanos o fenicios occidentales, como ya idearon Tsirkin y Koch, o la interpretación de la Chorografia de Pomponio Mela como la obra de un autor de origen fenicio, y por tanto, una versión de la geografía mediterránea desde la tradición fenicia, hipótesis sugerida por R. Batty.
Para concluir, y como hemos podido comprobar, hay una unanimidad entre los autores a la hora de abordar la etnicidad como un concepto polifacético, difícil de definir porque es un fenómeno “que se construye desde la visión particular de una sociedad concreta y de un momento concreto”, “es una percepción subjetiva de cada miembro del grupo”, y constituye una formulación en respuesta a “otros” (M. Cruz Cardete). Asimismo, las etnias se constituyen y se reproducen políticamente, “son construcciones históricas resultados de procesos sociales y políticos que pueden coincidir o no con unidades políticas y territoriales” (J.L. López Castro).
Identidades étnicas e identidades políticas en el mundo prerromano hispano constituye, en definitiva, una reflexión fecunda sobre el concepto de etnicidad y sobre las aplicaciones prácticas en diversos ejemplos de la protohistoria peninsular: el mundo helénico, iberos, celtíberos, fenicios occidentales.
Eduardo Ferrer Albelda