Diego Romero Vera
Departamento de Prehistoria y Arqueología
Facultad de Geografía e Historia. Universidad de Sevilla
C/ Doña María de Padilla s.n. 41004 Sevilla. España
drvera@us.es 0000-0002-4562-2407 AAE-9894-2019
Resumen El objetivo de este trabajo es analizar la fisonomía y evolución de los conjuntos públicos pertenecientes a las capita provinciarum de Hispania en el siglo II d.C. Así pues, pretendemos examinar en conjunto y comparar la abultada documentación arqueológica que estas ciudades han ofrecido, para trazar sus ritmos y pautas de monumentalización en la etapa referida. Dicho examen ha permitido establecer que estas áreas monumentales acogieron importantes intervenciones en época trajano-adrianea. Sin embargo, este impulso edilicio desaparece a partir del segundo tercio del siglo II, momento en que pasaron a registrar una fase de mantenimiento y continuidad.
Palabras clave Corduba, Tarraco, EmeritaAugusta, Hispania, siglo II d.C., urbanismo, monumentalización
Abstract The aim of this paper is to analyse the physionomy and evolution of the public spaces belonging to the capita provinciarum of Hispania in the second century AD. This work will examine and compare as a whole the large amount of archaeological documentation available for the areas studied. The latter will help tracing their patterns and standards of monumentalisation during the second century AD. The study of these materials has allowed to establish that these monumental areas suffered a building boom under the rule of Trajan and Hadrian. However, that building impulse disappeared from the second third of the second century onwards, when these cities began to experience a phase of stability and continuity.
Key words Corduba, Tarraco, Emerita Augusta, Hispania, second century AD, urbanism, monumentalisation
Fecha recepción 01-02-2021 Fecha aceptación 06-03-2021
Romero Vera (2021): “Vitalidad y transformación urbana en el siglo II d.C.: Los espacios monumentales de las capitales provinciales de Hispania”, Spal, 30.2, pp. 245 - 268. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2021.i30.24
2.1.2. Sector del templo de la calle Claudio Marcelo 259
2.3. Edificios de espectáculos
2.4. Otros espacios y edificios públicos
2.4.1. El espacio comercial situado junto a la puerta del Puente
2.4.2. El sector público de Altos de Santa Ana 262
3. Tarraco (Tarragona) (fig. 2)
3.3. Edificios de espectáculos
4. Augusta Emerita (Mérida) (fig. 3)
4.2. Edificios de espectáculos
4.3. Otros espacios y edificios públicos
En el presente artículo examinaremos la imagen arquitectónica y el desarrollo de los espacios cívicos de Corduba, Tarraco y Augusta Emerita durante la etapa antonina y primoseveriana (98-211 d.C.). Serán objeto de análisis no solo las áreas forenses de carácter local y provincial, sino también los edificios de espectáculos y las termas públicas; es decir, los espacios de representación de uso público característicos de la ciudad imperial (Zaccaria Ruggiu, 1995). Somos conscientes de la dificultad que supone ofrecer una visión global sobre este tema en un marco cronológico y espacial tan amplio y del que, asimismo, existe una enorme documentación. Creemos que se trata de un análisis modesto pero necesario, ya que no existe ningún trabajo que arroje una visión de conjunto sobre el desarrollo de los conjuntos públicos de las tres capitales provinciales hispanas entre los reinados de Trajano y Septimio Severo, periodo en el que la documentación arqueológica revela que muchos de estas áreas de representación alcanzaron su configuración definitiva desde el punto de vista arquitectónico y ornamental. En este sentido, únicamente se han analizado la topografía y los cambios urbanísticos en cada ciudad de forma individual.
Justamente, en el periodo que coincide con el gobierno de la dinastía antonina se desarrollaron profundos cambios en las ciudades hispanas (Ramallo y Quevedo, 2014; Brassous y Quevedo, 2015; Andreu, 2017; Andreu y Blanco, 2019; Noguera y Olcina, 2020). En trabajos anteriores nos hemos dedicado a estudiar dichas transformaciones (Romero Vera, 2019; 2020a; 2020b; 2020c). Ahora, no obstante, nos centraremos en analizar las actuaciones arquitectónicas y decorativas desarrolladas en los citados conjuntos de las capita provinciarum (Panzram, 2002; Dupré, 2004a; 2004b; 2004c). La base metodológica de este trabajo es, fundamentalmente, el análisis de la información que nos brinda el registro arqueológico. No obstante, la epigrafía de carácter cívico también constituye una fuente fundamental para evaluar la vitalidad de los centros urbanos, a la que cabría sumar los testimonios escultóricos y, asimismo, las escasas referencias sobre este asunto recogidas en la documentación literaria (especialmente la Historia Augusta). Así, empleando el método comparativo, podremos calibrar su desarrollo y obtener una imagen más aproximada del aspecto de estos espacios cívicos, estableciendo, por último, los patrones o tendencias que imperaron en ellos en el intervalo temporal propuesto.
Existen pocos elementos arqueológicos que permitan evaluar el desarrollo del centro cívico de Colonia Patricia (ubicado en las inmediaciones de las actuales calles Cruz-Conde y Góngora) en el siglo II, especialmente desde el punto de vista arquitectónico (Peña et al., 2011; Almoguera, 2011; Portillo, 2014-2015, pp. 72-74; 2018, pp. 37-44). La información se restringe a ciertos documentos epigráficos y algunos pocos fragmentos escultóricos (Aparicio y Ventura, 1996, p. 258; López y Garriguet, 2000, p. 65). En efecto, del entorno del foro colonial procede un conjunto unitario de inscripciones fechadas en la segunda centuria. Se trata de pedestales de estatua erigidos por iniciativa del ordo local que guardan relación en su mayor parte con el culto imperial a nivel provincial, pues no en vano sus receptores detentaron el flaminado de la Bética. Es el caso del patriciense M. Helvius Rufus (CIL II2/7, 296), así como de L. Iulius Gallus Mummianus, personaje de rango ecuestre y duovir de la colonia, que, según reza la propia inscripción, fue representado a caballo (CIL II2/7, 282). Por el contrario, el homenaje tributado al flamen L. Licinius Montanus Serapio, adlectus Cordubensis, partió del ordo de su localidad de origen, Malaca (AE 1996, 883). A estos tituli hay que sumar otras dos inscripciones, una que conmemora el homenaje escultórico tributado a Calpurnia Anus por parte del ordo patriciense (CIL II2/7, 370); y otro epígrafe dedicado a Némesis por parte de dos hermanos de la gens Cornelia que habían sido flamines locales (CIL II2/7, 237).
Desde el punto de vista de la escultura, hay que citar únicamente el busto de un personaje masculino y barbado que guarda ciertas semejanzas con las representaciones de Clodio Albino, además de ciertos fragmentos de escultura de adscripción indeterminada hallados en las inmediaciones de este enclave (Niemeyer, 1980-1981, pp. 41-62; López y Garriguet, 2000, n. 15-19). A esta magra información cabría añadir un fragmento de cornisa fechado en época adrianea y una ménsula decorada con una victoria. Esta última pieza constituye el único vestigio de un posible arco triunfal erigido a finales de época antonina, que quizás actuaría como acceso monumental al recinto forense (Marcos, 1982-1983, pp. 43-62; Márquez, 1998a, pp. 147, 151, 164 y 176).
Por otro lado, en el contexto topográfico del forum novum o adiectum (un complejo monumental de época tiberiana conformado arquitectónicamente por un templo, una plaza y un temenos porticado), justamente en la actual calle Morería, se halló una base de estatua dedicada en el año 191 a L. Cominius Iulianus, flamen provincial originario de Ilurco, en este caso por parte del concilio de la Bética (CIL II2/7, 293) (Márquez, 1998a, p. 176; 1998b, p. 117; Portillo, 2018, pp. 45-59). Además, tres fragmentos de coronamiento de arquitrabe y otro fragmento de capitel jónico, datados estilísticamente en el periodo trajano-adrianeo, han servido de base para plantear que este espacio monumental fue remozado a inicios del siglo II (Portillo, 2014-2015, pp. 76-81; 2018, pp. 236-237; Ruiz y Portillo, 2020, pp. 135-137). Por último, cabría citar un fragmento de una escultura colosal de Hércules, labrada en mármol de Paros, cuya cronología se atribuye a época adrianea. Fue hallada en el sector sur de la Avda. del Gran Capitán, esto es, en los aledaños del foro colonial y del complejo monumental de la calle Morería (Márquez, 2020, pp. 379-392).
El sector comprendido entre las calles Capitulares y Claudio Marcelo y la manzana de Orive se ha venido interpretando como un complejo religioso de carácter provincial vinculado al culto imperial. Estaríamos ante un conjunto de espacios públicos –cohesionados desde el punto de vista arquitectónico e ideológico– compuesto por un templo (delimitado por una plaza porticada), así como por un circo anexo extramuros y una terraza intermedia que conectaba ambos espacios. Por tanto, el complejo de culto imperial cordubense seguiría los modelos de Ancyra y Tarraco, así como el del templo de Apolo Palatino y el Circo Máximo de la propia Roma (Murillo et al., 2003, p. 69; Garriguet, 2007, pp. 299-321; 2014, pp. 238-267). No obstante, existen discrepancias entre los investigadores sobre la interpretación de este sector, principalmente acerca de su cronología, función, o la pertenencia de los diferentes espacios a un conjunto monumental unitario (Monterroso, 2011, pp. 82-89). Así, otros especialistas sitúan el foro provincial en el llamado forum novum o adiectum con base, fundamentalmente, en el hallazgo de varios pedestales relacionados con el culto imperial que fueron dedicados por el concilio provincial (Fishwick, 2000, p. 101; Panzram, 2003, pp. 124-125; Ventura, 2007, pp. 215-238).
En relación con este espacio, en el último cuarto del siglo II, se produjeron ciertos cambios que afectaron a la plataforma superior que albergaba el templo de la calle Claudio Marcelo. Justamente, en el lado oriental del temenos se alzó un muro adosado a la parte externa de las substrucciones de la citada plataforma. Este muro estaría destinado a clausurar el lado oriental de la plaza que, hasta ese momento, había permanecido desprovisto de pórtico, conectando visualmente el templo y el circo contiguo. Esta intervención es coetánea al desmantelamiento del circo y de la terraza intermedia (vid. infra). Asimismo, se construyeron tres nuevos altares en el recinto superior, lo cual se ha puesto en relación con un posible cambio de advocación del templo (Murillo et al., 2003, pp. 84-85 y n. 48). Todos estos cambios se han relacionado, a su vez, con un desplazamiento del culto imperial a otros puntos del tejido urbano de la colonia. Siguiendo esta interpretación, los homenajes escultóricos colocados en la terraza superior habrían sido trasladados de lugar en época severiana, lo que explicaría, al menos en parte, el aparente vacío epigráfico y escultórico de este sector (Murillo et al., 2003, p. 85). Se ha comprobado que en el siglo III el recinto perdió su carácter sacro, un hecho cada vez más extendido en aquella época, y que ya en el siglo siguiente fue ocupado por construcciones domésticas (Jiménez Salvador et al., 1996, pp. 124-125; Murillo et al., 2001, p. 73; Arce, 2006; Trombley, 2011; Ward-Perkins, 2011). En cualquier caso, constituye una incógnita el uso que tuvo el templo desde época severiana hasta su definitiva amortización (Garriguet, 2002, p. 175).
No se han detectado intervenciones arquitectónicas en termas públicas en el ámbito cronológico de nuestro estudio. Sin embargo, la excavación desarrollada en la calle Duque de Hornachuelos 8 sacó a la luz tres esculturas masculinas ideales en la piscina del frigidarium de un conjunto termal (Ruiz Nieto, 2006, pp. 254-264). Estas han sido datadas en época adrianea e interpretadas como efigies de Eros y de dos atletas jóvenes (Garriguet, 2013b, pp. 384-393). Todo apunta a que la piscina hallada en la intervención perteneció a unas termas públicas; sin embargo, esto no ha podido determinarse con seguridad. Dicho conjunto termal se ha datado de manera genérica en época altoimperial (Ruiz Nieto, 2006, pp. 260-262). En la capital de la Bética también fueron halladas una escultura de Afrodita agachada y dos figuras de ninfa con concha, fechadas en época antonina, que igualmente pudieron formar parte de la decoración escultórica de un complejo termal (Aparicio, 1994, pp. 181-197; Koppel, 2004, p. 347).
Del entorno del teatro proceden algunos fragmentos escultóricos que revelan que este edificio, construido en época augustea, fue objeto de ciertas actuaciones de carácter decorativo en el siglo II (Ventura, 1999; Ventura et al., 2002). En primer lugar, hay que citar un retrato muy erosionado de un varón barbado que parece corresponder al emperador Antonino Pío. La escultura –hallada en el contexto topográfico del propio teatro– pudo formar parte del frente escénico, o bien estar situada en otro punto del edificio o de sus inmediaciones (Garriguet, 2002, pp. 39-40). Además, la excavación del sector del teatro ocupado por la ampliación del Museo Arqueológico deparó el hallazgo de cinco fragmentos de relieves pertenecientes, por su similitud técnica y estilística, a un mismo conjunto. Las figuras fueron representadas con hábitos característicos y portando diferentes armas. En virtud de estos atributos se ha interpretado que estos disiecta membra formaban parte de una representación de las provincias o nationes sometidas por Roma; un motivo decorativo muy en boga en época antonina y vinculado al culto imperial (Márquez, 2002, pp. 255-260; Ventura y Márquez, 2005, p. 109). Este gran ciclo pudo estar formado por hasta 80 figuras, de modo que el lugar más indicado para su exposición dentro del edificio habría sido la porticus in summa cavea (Ventura y Márquez, 2005, p. 113). Precisamente, se han identificado a algunas de estas nationes representadas en el teatro: Africa, Thracia, Lybia y Scythia (Ventura y Márquez, 2005, p. 109). El teatro se mantuvo en uso hasta el tercer cuarto del siglo III, momento en el que habría sido arruinado por los efectos de un movimiento sísmico (Monterroso, 2002, pp. 133-146).
La vida del anfiteatro se prolonga entre época julio-claudia e inicios del siglo IV d.C. (Murillo et al., 2010a, pp. 250-277). La datación en el siglo II de buena parte de la epigrafía gladiatoria cordubense demuestra el funcionamiento de este edificio de espectáculos en el marco cronológico de nuestro estudio (Vaquerizo y Sánchez, 2010, pp. 480-485). Sin embargo, no se han documentado reformas correspondientes al siglo II en el propio edificio.
El final del circo como edificio de espectáculos se data en el último cuarto del siglo II d.C. En efecto, las excavaciones desarrolladas en el entorno del convento de San Pablo y la calle Capitulares han puesto de manifiesto que el graderío fue desmantelado hasta sus cimientos y que sus materiales fueron objeto de rapiña (Murillo et al., 2009, pp. 43-136). La documentación arqueológica demuestra que se trató de una amortización rápida, dado que no transcurrió demasiado tiempo entre su expediente de abandono y la subsiguiente transformación en cantera, quedando el circo reducido al nivel de cimentación en cuestión de unas pocas décadas (Murillo et al., 2010b, pp. 505-506). En aquel mismo momento, se detecta el cese del mantenimiento de la red de colectores que canalizaba las aguas procedentes del circo (Ruiz Lara et al., 2003, p. 219). A su vez, este sector se convierte en un lugar degradado en el que se registran vertidos de desechos desde finales del siglo II (Murillo et al., 2009, pp. 70-71; 2010b, pp. 505).
Las razones del abandono de este importante edificio de espectáculos se ignoran, ya que la documentación arqueológica no es concluyente al respecto. Con todo, se han esgrimido algunas hipótesis para el abandono, como un posible fallo estructural (Vaquerizo y Murillo, 2010, p. 472; Murillo et al., 2010b, p. 505 n. 294). Asimismo, se han expuesto razones de tipo defensivo, dado que su ubicación, junto a la muralla, pudo ser peligrosa ante un hipotético asalto de los Mauri (Ventura, 2004, p. 79). También se ha recurrido como explicación a la inestabilidad creada por la invasión de los Mauri y la posterior guerra civil desatada entre Clodio Albino y Septimio Severo (Murillo et al., 2010b, p. 505 n. 294).
Gracias a un conocido epígrafe, sabemos que L. Iunius Paulinus ofreció, ob honorem flaminatus, la celebración de espectáculos gladiatorios, teatrales y circenses, así como 400.000 sestercios para la erección de estatuas (CIL II2/7, 221). Por tanto, en época severiana, momento en el que se data la inscripción, se siguieron celebrando ludi circenses en Colonia Patricia. La evidencia epigráfica pone en bandeja la incógnita sobre el lugar donde se celebraron estas carreras, ya que, por el momento, no existe ninguna prueba material de la existencia de otro circo en la colonia. Sin embargo, algunos investigadores han sugerido que en época severiana pudo erigirse otro circo que habría venido a sustituir al anterior (Moreno, 2004, pp. 55-59; Murillo y Vaquerizo, 2010, p. 470).
En el sector intramuros anexo a la puerta del Puente existió un espacio público de carácter comercial. Allí se ha documentado la construcción de varias tabernae en la segunda mitad del siglo II d.C. (Carrasco et al., 2003, pp. 289-290).
En las inmediaciones de la actual calle Ángel de Saavedra, el hallazgo de diferentes restos arqueológicos ha llevado a plantear que en ese punto de Córdoba pudo alzarse en época romana un espacio público de carácter monumental. Se sabe realmente poco acerca de la articulación arquitectónica de este supuesto espacio público. No obstante, parece probado que en esa área de la colonia existió un templo consagrado a Ártemis (y, probablemente, también a Apolo) y un gran edificio datado en el siglo III d.C., construido con materiales reaprovechados, que se ha puesto en relación con la citada divinidad (Ventura, 1991, pp. 253-290; León et al., 1996, pp. 101-104; Garriguet, 1999, pp. 87-113; 2002, pp. 125-126). Allí se documentó un fragmento de arquitrabe marmóreo colosal datado en época trajano-adrianea. Este vestigio prueba la existencia de un edificio, probablemente un templo, de grandes proporciones y factura monumental en función de las características que presenta la citada pieza (Márquez, 1998a, pp. 179; 1998b, pp. 121; Carrillo et al., 1999, pp. 53). A esta misma fase pertenece también una estatua femenina del tipo Deméter (Vicent, 1973, p. 674; López, 1998, pp. 87-89).
Por otro lado, la documentación epigráfica (además de otros testimonios menos elocuentes) revela que este espacio público estuvo vinculado con el culto imperial, tanto a nivel provincial como local. De hecho, el hallazgo en este contexto de algunos epígrafes dedicados a flamines provinciales constituye la razón que llevó a interpretar los Altos de Santa Ana como “foro provincial” (Stylow, 1990, pp. 259-282). Al respecto, cabría destacar el pedestal dedicado a la flaminica local Fulcinia Prisca, por parte de su padre, el duovir Fulcinius Pacatus, fechado en la segunda mitad del siglo II (CIL II2 /7, 305). Otro testimonio de importancia lo constituye el homenaje escultórico tributado al flamen provincial Clodius Saturninus por parte de su hijo, Clodius Setuleius, con la aprobación de los decuriones (CIL II2/7, 292). Por último, el pedestal de C. Antonius Seranus, flamen provincial originario de Iporca, fue mandado erigir por el concilio provincial de la Bética en el año 152 d.C., según datación consular (CIL II2 7, 29).
El centro cívico colonial, que ya contaba con una dilatada historia desde época tardorrepublicana, ha proporcionado testimonios de una potente intervención arquitectónica acaecida en el periodo adrianeo. La reforma afectó a la basílica y al capitolio forense. Este último edificio sacro fue prácticamente levantado de nuevo desde sus cimientos, ya que tan solo se respetó el podio del templo de la fase anterior. El resultado de esta restauración ab fundamentis fue la creación de un nuevo templo de triple cella, próstilo y pseudoperíptero que, no obstante, respetaba las dimensiones y la plataforma del capitolio anterior (Mar et al., 2010a, p. 64; Mar et al., 2010b, pp. 520-521; Mar et. al., 2014, pp. 45-47). La intervención no fue fácil de datar debido a que no se hallaron materiales arqueológicos significativos en el relleno del podio. Sin embargo, esta transformación se ha vinculado con un importante personaje de la colonia que llegó a ser incluido en el orden ecuestre y que desarrolló su carrera en tiempos de Adriano: L. Aemilius Sempronius Clemens Silvanianus (Mar et al., 2010a, p. 65). Su amigo, el complutense C. Apuleius Lupus, le dedicó una escultura en Tarraco; entre los cargos que se hacen constar en el pedestal nos interesa el de curator capitoli (AE 1946, 2). Así pues, todo parece indicar que Silvanianus fue el magistrado encargado de supervisar la restauración del templo forense.
La otra actuación tuvo lugar en el interior de la basílica forense. Dicho edificio, de cronología tiberiana, contaba en su extremo con un tribunal delimitado por dos columnas in antis (Mar et al., 2010a, p. 62; Mar et al., 2015, pp. 45-47; Bablitz, 2007, pp. 51-70). A inicios del siglo II, se operó una reforma en este espacio, que consistió en elevar el suelo y delimitar con un muro el tribunal para, de esta forma, aislarlo del resto de la basílica. Al mismo tiempo, el muro trasero se retrasó para ampliar esta sala, pavimentándose, por último, con un rico opus sectile que combinaba recuadros de mármol verde antico y círculos de mármol blanco, datado estilísticamente en época adrianea (Pérez Olmedo, 1996, nº 129; Ruiz de Arbulo, 1998, p. 47). La finalidad de esta intervención parece estar relacionada con la monumentalización de este ámbito, que pudo estar destinado al culto imperial. O bien, si tuvo una función meramente judicial, pudo estar motivada por una mejora de la sonoridad de la sala (Mar et al., 2010a, pp. 62-63).
Para cerrar este apartado, hay que citar el hallazgo en este contexto de sendos retratos de Marco Aurelio y Lucio Vero, lo que demuestra que el foro colonial fue el escenario elegido para la erección de homenajes escultóricos imperiales en el tercer cuarto del siglo II d.C. (Koppel, 1985, núm. 46-47; Trillmich et al., 1993, pp. 329 y ss.). Además de los citados, existen otros dos retratos imperiales tarraconenses de la dinastía antonina: una efigie de Trajano y otra de Adriano, cuyo contexto de procedencia es incierto (Koppel, 1985, pp. 92-95, núm. 124 y 126).
Existe un cúmulo de información importante acerca del sector público de la parte alta de la ciudad (la sede del concilium provinciae Hispaniae citerioris) durante el siglo II (Hauschild, 1983; Mar, 1993; Mar et al., 2015, pp. 83-211). Las fuentes literarias relatan que Adriano, con ocasión de su visita a Tarraco en el 122-123, mandó restaurar a sus expensas el templo de Augusto (HA Vita Hadr. 12.3-5) (Alföldy, 2014). Además de esta referencia, se conserva un pedestal, al parecer coetáneo de dicha intervención, que recoge una inscripción dedicada al flamen provincial C. Calpurnius Flaccus en el que se hace constar su labor como curator templi (CIL II, 4202). Por su parte, también hay ciertos vestigios arqueológicos que avalan el pasaje que relata la Historia Augusta. Se trata de dos capiteles corintios labrados en mármol blanco proconesio datados en época adrianea (Pensabene, 1993, pp. 33-35; Pensabene y Mar, 2010, p. 289). Ambas piezas se han adscrito al porticado que envolvía al templo, o bien a la decoración arquitectónica del interior de la cella (Pensabene, 1993, p. 102). Asimismo, en las excavaciones desarrolladas en la catedral de Tarragona fueron halladas una moldura con casetones y un fragmento de casetón de la misma cronología y material que los capiteles anteriormente citados (Macias et al., 2012, p. 30, cat. 1.2.10 y 1.2.11). Además de estos elementos, se han hallado otros testimonios de decoración arquitectónica procedentes de la parte alta de la ciudad datados en la primera mitad del siglo II. Son varios fragmentos de cornisa fechados en época trajano-adrianea y una basa ática (Gimeno, 1992, pp. 95-96). La misma fuente literaria, Historia Augusta, refiere que a Septimio Severo (el cual en el 178 había desarrollado el cargo de legatus iuridicus en esta capital provincial) se le encomendó durante un sueño restaurar el templo de Augusto (HA. Vita Sev. 3.3). No obstante, no existen argumentos arqueológicos que permitan corroborar esta intervención. Por consiguiente, tal vez debería entenderse el pasaje completo en el que se inserta la cita como una alegoría más o menos lírica de la consecución del poder imperial (Ruiz de Arbulo, 1993, pp. 104-105).
Por otro lado, como es sabido, cada flamen tenía derecho a la erección de una estatua honorífica al finalizar su mandato anual (así lo refleja la lex de officiis et honoribus flaminis provinciae Narbonensis CIL XII, 6038). Se han documentado 75 pedestales de flamines y 12 de flaminicae provinciales correspondientes a época flavia y antonina que, en origen, ornaron la llamada plaza de representación, dispuesta entre el circo y la terraza superior (Alföldy, 1973; 1975; 1981; 2003, p. 163; Mar et al., 2015, pp. 269-272). Este ciclo se inicia en época de Vespasiano y los últimos testimonios corresponden a época de Marco Aurelio (dada la gran cantidad de piezas encuadradas en el siglo II no es posible detenernos en el comentario de cada una de ellas, remitimos para ello a la obra de referencia sobre este aspecto: Alföldy, 1973). También formaban parte del foro provincial un grupo de esculturas dedicadas a los Genios de los conventus iuridici de la provincia Tarraconense. En concreto, del grupo original han llegado hasta nosotros únicamente cinco, correspondientes a los Genios de los Conventus Asturicensis, Caesaraugustanus, Cluniensis y Tarraconensis, además de otra pieza fragmentada en la que no se ha conservado tal información (Mar et al., 2013) (CIL II2/14, 821-825). En todos los casos, las piezas no presentan dedicante –algo que remarca su sentido oficial– y conservan huellas de anclaje, lo que evidencia que sostuvieron esculturas broncíneas (Alföldy, 2001, pp. 139-149). Un estudio del conjunto ha fijado su cronología en época antonina temprana y, asimismo, ha interpretado que, en origen, las imágenes estarían expuestas en un ámbito cerrado, ya fuese una sala o un aula. Un lugar propicio a este efecto sería la gran aedes axial situada al fondo del área sacra, interpretada como curia provincial (Mar et al., 2013, 34-36). El paisaje epigráfico del foro provincial se implementó con una serie de pedestales dedicados a miembros de la dinastía antonina: a Lucio Vero (aún príncipe), Faustina Minor y, por último, Diva Faustina, cónyuge de Antonio Pío (CIL II2/14, 907; CIL II2/14, 911; CIL II2/14, 905). Se trata, por tanto, de un homenaje escultórico a la domus Augusta de mediados del siglo II. Aunque, ciertamente, es muy probable que formaran parte de un ciclo escultórico más amplio que pudo acoger también a Trajano y Adriano divinizados, así como a la totalidad de la familia imperial (Ruiz de Arbulo y Mar, 2013, pp. 41-42; Mar et al., 2013, pp. 37-38). Un apoyo a esta conjetura se encuentra en el oficio que desempeñó el flamen provincial C. Numisius Modestus, electo a concilio provinciae ad statuas aurandas Divi Hadriani (CIL II2/14, 1154).
La fachada marítima de la ciudad también estaba integrada por un área monumental. En el suburbio portuario, justamente en los aledaños del teatro, se puso en marcha una notable construcción entre las postrimerías del siglo II e inicios del siglo III (Díaz et al., 2005, pp. 67-80; Macias, 2004b, p. 155; Macias y Remolà, 2010, pp. 129-140). Se trata de las termas de Sant Miquel, un conjunto termal de gran porte que se encuadra en la tipología de las llamadas termas imperiales (Mar, 2000, pp. 15-21; Gros, 2002, pp. 97-101). A pesar de que la excavación no ha permitido documentar todas sus estancias, se ha planteado que las termas debieron estar conformadas por dos basilicae thermarum, dos palestras, una natatio, así como los espacios clásicos de este tipo de edificios (Pociña, 2004, pp. 144-152; Díaz y Macias, 2004, pp. 134-152). Por tanto, estaríamos ante unas termas marítimas de marcada monumentalidad con una extensión aproximada de 3000 m2 (Macias, 2009, pp. 550-554). Así pues, este espacio debió convertirse en un nuevo polo de sociabilidad de la colonia. En este sentido, es significativo que la erección de este edificio sea contemporánea al abandono del teatro, emplazado, además, muy cerca de las termas (Mar et al., 1993, p. 18; 2010a, p. 199; 2015, pp. 316-317).
El edificio teatral fue objeto de una actuación en el periodo que nos ocupa, cuyo alcance final desconocemos. Justamente, una serie de elementos arquitectónicos marmóreos se han fechado con relativa seguridad en el siglo II. Estamos hablando de varias cornisas, algunos vestigios pertenecientes a la ima cavea y ciertos fragmentos de semicolumnas (Gimeno, 1991, pp. 601-616). Asimismo, el ciclo escultórico del teatro fue remozado en época antonina avanzada con la inclusión de esculturas de musas y un retrato de Faustina Minor (Koppel, 1985, nº. 3, 12, 14 y 15; Mar et al., 1993, p. 19). En este sentido, todavía perdura el debate sobre la interpretación de las tres esculturas militares acéfalas que decoraban el frente escénico (Rodríguez Almeida, 1994, pp. 204-211; Mar et al., 2015, p. 254). Una corriente los interpreta como un ciclo dedicado a Antonino Pío y sus sucesores, Marco Aurelio y Lucio Vero (Niemeyer, 1972-1974, p. 157; Koppel, 1985, núm. 8, 9 y 10; Garriguet, 2001, núm. 76-78 y 65).
El final del teatro como edificio lúdico se fecha a finales del siglo II. En efecto, este prematuro abandono se ha podido datar con seguridad con base en los testimonios aportados por su excavación: por un lado, la cloaca que recogía las aguas del parascenium oriental ofrece materiales que no sobrepasan el siglo II; por otro lado, la piscina del ninfeo monumental anexo al teatro quedó colmatada en este preciso momento. Sobre ella se construyó en el siglo III una vivienda con materiales de acarreo procedentes del teatro (Mar et al., 1993, p. 18; 2010a, p. 199; 2015, pp. 316-317).
Este edificio de espectáculos se levantó en el suburbio nororiental, entre el recinto amurallado y la línea de costa, espacio por donde penetraba la vía Augusta en la ciudad (Ruiz de Arbulo, 2006, pp. 207-208). La pendiente de la ladera se aprovechó para apoyar la mitad occidental de la cavea, mientras que el resto del graderío se asentaba sobre fábricas de opus caementicium y opus quadratum. Presenta una extensión de 109.5 m de largo y 86.5 m de ancho y su aforo se ha cifrado en 14000 espectadores (Dupré, 1994, pp. 239-246; Ruiz de Arbulo, 2006, pp. 208-215; Mar et al., 2015, pp. 213-236). Las intervenciones arqueológicas determinaron que su construcción se desarrolló en la primera mitad del siglo II d.C. (TED’A, 1990, pp. 196-198). Por su parte, el análisis de la inscripción fundacional permitió precisar que el edificio fue sufragado por un flamen provincial de época trajano-adrianea (Alföldy, 1997, 62-67) (CIL II2/14, 1109).
Como es sabido, este gran edificio de espectáculos formaba parte del conjunto forense provincial. Como consecuencia de las dinámicas postdeposicionales, no se han registrado niveles arqueológicos en el circo correspondiente a la horquilla temporal que va de inicios del siglo II a mediados del siglo V (Dupré, 2004, p. 65; Mar et al., 2015, pp. 171-209; Díaz et al., 2017, p. 261). Sin embargo, el circo tarraconense siguió en uso durante la segunda centuria, siendo esta, probablemente, la etapa de mayor esplendor de los ludi circenses en la capital provincial. De hecho, contamos con dos epitafios métricos de aurigas fechados en el siglo II (Gómez Pallarés, 2001, pp. 254-261; Dupré, 2004, pp. 60-61) (CIL II, 4314; CIL II, 4315).
Por lo que respecta al foro de la colonia, presidido por el llamado templo de Diana, se han identificado tres fases decorativas: augustea, tiberiana y antonina (Álvarez y Nogales, 2003, pp. 254-268; Ayerbe et al., 2009a, pp. 385-404; 2009b, pp. 807-827; Ayerbe et al., 2011, pp. 209-227). No obstante, los datos disponibles sobre la fase ornamental antonina son bastante exiguos, debido al reaprovechamiento de estos materiales arqueológicos, en especial de pedestales y elementos de decoración arquitectónica, una vez que este complejo pierde su función original (Nogales, 2011, p. 448). Tenemos constancia de varios epígrafes muy fragmentados fechados en el siglo II (Stylow y Ventura, 2009, p. 522). Entre los elementos del programa decorativo, habría que citar un surtidor con forma de máscara teatral femenina, cuya función parece estar relacionada con los sistemas acuáticos de los espacios ajardinados del foro, y una cabeza de erote (Álvarez y Nogales, 2003, pp. 278-279; Peña, 2009, p. 602). Para finalizar, se ha planteado la existencia de un programa alegórico imperial en bronce cuya hechura se fecharía a mitad del siglo II d.C. Concretamente, la existencia de varias piezas broncíneas (una pierna diestra de una escultura imperial, una estatuilla interpretada como Genius Senatus, una figura femenina de rasgos africanos, además de varias placas de bronce) sirvió a Trinidad Nogales (2007a, pp. 483-490) para desarrollar la teoría de que estas piezas compondrían un grupo estatuario. Siguiendo esta línea interpretativa, la escultura ideal del soberano se colocaría sobre un basamento decorado con elementos alegóricos complementarios, entre los que estarían la figuración de una provincia de África y del Senado. En definitiva, estaríamos ante un monumento conectado con el culto imperial que celebraba la sumisión al soberano de todas las provincias que componían el Imperio (Álvarez y Nogales, 2003, pp. 278-279; Nogales, 2011, p. 448).
Augusta Emerita debía a su condición de capital provincial la presencia de otro complejo forense, el llamado foro provincial, cuyos restos más reconocibles hoy día son el llamado Arco de Trajano y el basamento del templo de la calle Holguín (Mateos, 2006, pp. 315-354). Las evidencias que permiten analizar el estado de este conjunto en el siglo II son aún más escasas que las disponibles para el caso del foro colonial. Solo el hallazgo de inscripciones, muy fragmentarias, fechadas en el siglo II, refrenda el uso de este espacio forense durante dicho periodo (Mateos et al., 2006, p. 114).
Recientemente, se ha desarrollado un estudio de conjunto del teatro que ha deparado la datación de su frente escénico en época domiciano-trajanea (Mateos, 2018). Esta cronología la proporcionó el estudio de su decoración arquitectónica, ejecutada a finales de época flavia, y también el examen de varias inscripciones vinculadas a esta reforma (graffiti calendáricos y una inscripción honorífica dedicada a Trajano) (De la Barrera, 2018, pp. 125-153; Stylow y Ventura, 2018, pp. 155– 192. Igualmente, ciertas esculturas del frente escénico se han atribuido al reinado de Adriano. Justamente, una musa, una estatua de Serapis y una escultura femenina sedente (Ojeda, 2018, pp. 201-204). Asimismo, recientes excavaciones han demostrado que la porticus postscaenam comenzó a ser construida en época flavia, no obstante, no fue culminada hasta el reinado de Trajano, en ese justo momento se erigió uno de sus brazos (Ayerbe y Peña, 2018, pp. 269-287).
La construcción en la ima cavea de un sacrarium consagrado al culto imperial también se adscribe a época trajanea. La posición del sacellum no era arbitraria, puesto que este se hallaba alineado en un mismo eje con la valva regia y el aula sacra del peristilo, reforzando mediante esta axialidad su naturaleza sagrada. Esta reforma conllevó la reducción del aforo del edificio, al amortizar parcialmente las gradas 2 y 3 (Trillmich, 1989-90, pp. 95-97; Gros, 1990, pp. 381-390). En este pequeño recinto, llamado propiamente sacrarium Larum et imaginum (AE 1990, 515), se dispusieron un ara adornada con guirnaldas y seis pedestales con la inscripción Augusto sacrum (CIL II, 472; AE 2003, 868-872). Sobre estas últimas, se ubicarían pequeñas estatuas de Lares o Genios (Trillmich, 1989-90, pp. 98-100). El fondo estaba decorado con unos paneles labrados con amontonamientos de armas de extremada calidad adscritos a un taller metropolitano que, probamente, sirvieron de inspiración para la ornamentación del templo de Marte. Sin duda, esta era la iconografía más apropiada para la exaltación del optimus princeps, cuyo modelo fue el programa decorativo del foro trajaneo (Nogales, 2007b, pp. 115-118). La articulación arquitectónica del teatro se completó, también por estas mismas fechas, con el añadido de los parascenia y la construcción de antas y escalerillas en las valvae (Durán, 2004, p. 126). Por último, hay que aludir a dos máscaras de mármol, datadas en época antonina, que fueron ubicadas originalmente en las entradas del teatro (Nogales, 2000, pp. 59-60).
En relación al anfiteatro, hay que indicar que el conjunto pictórico con escenas de venationes que cubre el balteus ha sido datado a finales del siglo I o comienzos del siglo II (Álvarez y Nogales, 1994, pp. 265-278). En principio, esta sería la única actuación documentada en el anfiteatro emeritense en el ámbito cronológico de nuestro estudio.
Este edificio de espectáculos, construido en época julio-claudia, parece acoger una leve reforma a principios del siglo II (Gijón y Montalvo, 2011). Concretamente, en la spina se erigieron dos euripi que eran abastecidos mediante canalizaciones de plomo, cuyo recorrido llegaba hasta el centro de la barrera central; del mismo modo, otra canalización de drenaje desaguaba junto la meta (Sánchez-Palencia et al., 2001, p. 82). Existen algunos problemas para datar con exactitud esta intervención; a falta de argumentos estratigráficos se ha fechado por paralelos tipológicos en un momento no anterior a época de Trajano (Sánchez-Palencia et al., 2001, p. 91)
Existe constancia de la existencia en la colonia de un templo dedicado a Marte cuya erección se encuadra cronológicamente en época adrianea o antonina temprana. Con sus restos marmóreos se edificó en el siglo XVII una capilla (conocida como hornito) consagrada a la mártir local santa Eulalia. En concreto, los elementos de decoración arquitectónica reutilizados son dos capiteles corintios, dos fragmentos de fuste, dos basas, varias cornisas y dinteles. Los sofitos se decoran con congieres armorum, tema ornamental de moda en época de Trajano que también fue aplicado en el sacellum del teatro emeritense (León, 1970, pp. 181-190). Asimismo, el entablamento contiene la dedicación del templo, realizada con litterae aurae: Marti sacrum Vettilla Paculi (CIL II, 468). Al parecer, la donante fue la esposa de L. Roscius Pacullus, cuestor en Augusta Emerita y cónsul suffectus en el año 133 (León, 1970, pp. 194-197) El emplazamiento original del edificio no se ha podido identificar con exactitud, aunque no han faltado intentos al respecto (Edmonson, 2007, p. 51).
Una pequeña edícula labrada en plata hallada en la ciudad constituye otro vestigio relacionado con la presencia de una construcción sacra. La pieza vendría a ser la copia exacta a escala reducida de un templo dedicado a Divo Antonino Pío, como proclama la inscripción presente en su arquitrabe (De la Barrera, 2000, pp. 188-189) (CIL II, 480). No obstante, hay que tener presente que la pieza no tiene que reproducir necesariamente un templo de Augusta Emerita (Álvarez y Nogales, 2003, p. 285, n. 20 y 21).
A la hora de estudiar la fisonomía de los espacios públicos correspondientes a las capitales provinciales de Hispania hay que tener en cuenta la existencia de ciertos escollos. Las urbes que nos ocupan han ofrecido un enorme volumen de información que es difícil de analizar en conjunto. Además, estamos ante ciudades que han estado ocupadas desde su fundación hasta nuestros días, lo cual dificulta enormemente su análisis arqueológico. A esto cabría sumar la fragmentariedad de muchos de los testimonios arqueológicos tomados en consideración para el presente estudio. Así pues, definir, aun a grandes rasgos, la imagen arquitectónica y la evolución de estos espacios de representación a lo largo de todo un siglo no constituye una tarea sencilla.
Tomando en consideración la información arqueológica, parece evidente que, en general, las capitales provinciales registraron una etapa de gran dinamismo constructivo a principios de la segunda centuria. Y todo ello a pesar de que ya habían vivido un intenso proceso monumentalizador entre las épocas augustea y flavia; en relación a con su condición de núcleos administrativos de sus respectivos conventos jurídicos y provincias, así como centros de reunión de los concilia (Haensch, 1997). En efecto, entre los reinados de Trajano y Adriano, estas metrópolis adquirieron su desarrollo monumental prácticamente definitivo. De hecho, se documentan muy pocas actuaciones edilicias en contexto público después de los primeros decenios del siglo II.
Por lo que respecta a Tarraco, en esta fase se gestó la construcción del anfiteatro en una fecha un tanto tardía, en la que, al menos en Hispania, ya no era tan habitual la erección de este tipo de edificios de espectáculos. La estancia de Adriano marcó el culmen de la actividad arquitectónica en la Tarraco antonina. De hecho, fue precisamente este emperador, durante su visita a la ciudad, quien mandó restaurar el templo de Augusto. También la reconstrucción del capitolio republicano y la reforma de la basílica forense pertenecen a esta fase. En la capital lusitana, el foro colonial se benefició de una intervención decorativa de la que han llegado hasta nosotros escasos indicios. En este sentido, hay que mencionar también el templo de Marte, cuyos restos fueron reutilizados en el Hornito de Santa Eulalia. Asimismo, la creación de dos euripi en la spina del circo, la decoración del balteus del anfiteatro y, sobre todo, la renovación del frente escénico y la instalación del sacrarium de culto imperial en el teatro revelan el dinamismo de esta comunidad cívica en los inicios del siglo II.
En cambio, este boom edilicio que venimos comentado no fue tan acusado en Colonia Patricia o, al menos, el registro arqueológico es menos elocuente al respecto (Cf. Ruiz Bueno y Portillo, 2020, pp. 130-141). En su centro monumental no se han documentado evidencias de la puesta en marcha de construcciones notables, exceptuando los vestigios de la refectio del forum novum, cuyo verdadero alcance desconocemos. A lo que cabría sumar la fragmentaria documentación que avalaría la reforma o construcción de un edificio monumental ubicado en el sector de Altos de Santa Ana. En los principales espacios públicos de la colonia se registra, sobre todo, el desarrollo de homenajes estatuarios ligados al culto imperial. Estos fueron completando el paisaje epigráfico de los citados conjuntos públicos. En este sentido, estos epígrafes muestran cierta homogeneidad en cuanto a los homenajeados, flamines provinciales en su mayoría, pero no en lo que respecta a su dedicantes, pues fueron ejecutados a instancias tanto del ordo patriciense como del concilio provincial.
Así pues, en lo que respecta a la cronología, la construcción de edificios monumentales y las reformas y actuaciones decorativas se concentran de forma manifiesta en la primera mitad de siglo, y, sobre todo, en el primer tercio del siglo II d.C. Aunque la epigrafía no es demasiado elocuente en este sentido –dejando al margen los casos del anfiteatro de Tarraco y del templo de Marte en Augusta Emerita–, es verosímil pensar que el evergetismo constituiría el motor de estas intervenciones edilicias; al respecto no hay que olvidar que estas poblaciones, en su calidad de capitales, constituían el mejor escaparate posible para la autorrepresentación de las élites provinciales (Melchor, 1993; 1994, pp. 147-171; Andreu, 2004, pp. 54-98).
En los decenios posteriores, y ya con el equipamiento delas ciudades prácticamente completado, se detectan pocas actuaciones, generalmente, de carácter decorativo, que vendrían a rematar o perfeccionar la monumentalidad de los espacios públicos heredados del siglo anterior. En efecto, las actividades de esta naturaleza fechadas en época antonina avanzada decaen bastante en relación con la etapa previa. En dicho periodo asistimos más bien a una fase de mantenimiento en la que, como decimos, solamente se detectan puntuales iniciativas ornamentales. En este sentido, el ritmo edilicio y la dinámica urbanística reseñada en las capitales provinciales no difiere de la documentada en la mayoría de ciudades hispanas durante el siglo II (Romero Vera, 2021a; 2021b). Ahora bien, las áreas monumentales no permanecieron inmutables en los dos últimos tercios de la segunda centuria, pues siguieron acogiendo homenajes escultóricos y epigráficos.
En época antonina avanzada se erigió en la capital de la Tarraconense un ciclo estatuario dedicado a los Genios de los conventos de la provincia. Al mismo tiempo, es notable la cantidad de homenajes escultóricos que se consagran a Antonino Pío, así como a sus familiares y sucesores. A ellos se brindó un ciclo estatuario en el foro provincial. La misma dinámica se detecta en el foro colonial, de donde proceden sendos retratos de Marco Aurelio y Lucio Vero, a los que tal vez habría que sumar las tres thoracatas del teatro, además del retrato de Faustina Minor procedente de este mismo punto. Corduba también se ajusta a la dinámica descrita, para este periodo hay que reseñar únicamente la inclusión de un programa iconográfico de nationes en el teatro. Menos información aún existe en el caso del caput provinciae lusitano. Únicamente podemos aludir al probable templo consagrado a Divo Antonino Pío, reproducido en una miniatura argéntea, y al hipotético grupo estatuario de bronce emplazado en el foro colonial. Como se ha indicado, en esta fase las urbes que han sido objeto de análisis viven bajo el signo del mantenimiento y la continuidad y, de hecho, apenas se detectan en ellas actividades constructivas en contexto público.
La tónica general de estancamiento constructivo que venimos describiendo fue acentuándose con el paso del tiempo. En paralelo, a finales del siglo II, se documentan algunos episodios de amortización en los espacios públicos reseñados. Justamente, en Tarraco asistimos el abandono del teatro. Este hecho es significativo porque dicho edificio había sido objeto de atención solo unas décadas antes. Además, su abandono prácticamente coincide con la construcción de las grandes termas imperiales, justamente en sus inmediaciones. Por tanto, el final del teatro no se puede asociar a las dificultades derivadas de su mantenimiento, ni siquiera, al parecer, a su mal estado de conservación, sino directamente a un cambio de tendencia en la sociedad tarraconense, a la que los ludi scaenici dejaron de interesar (Romero Vera, 2020a, pp. 250-251). Con todo, la existencia de un mimógrafo, Aemilus Severianus (CIL II2/14, 857), en la Tarraco del siglo III ha servido para pensar que el abandono del teatro no supuso el final de las representaciones teatrales en la ciudad (Dupré, 2004, p. 60). Por su parte, la amortización del circo de la capital de Baetica a finales del siglo II constituye el mayor interrogante arqueológico de la Corduba medioimperial. La documentación aportada por las diferentes intervenciones realizadas en el sector donde se emplazó el circo parece concluyente acerca de la datación y el alcance del abandono. No es una amortización al uso, en la que la falta de utilización y mantenimiento acarrean la ruina del inmueble, sino un abandono seguido de la depredación inmediata de sus materiales constructivos. No es fácil interpretar por qué un edificio de carácter monumental sin aparentes problemas estructurales fue abandonado en el momento en que los ludi circenses gozaban de mayor popularidad (Romero Vera, 2020a, pp. 256-260). Este hecho supone una auténtica anomalía en el contexto general del urbanismo hispanorromano del siglo II. La evidencia de la celebración de espectáculos en época severiana, como demuestra la donación evergética de Iunius Paulinus, no hace más que acrecentar este interrogante arqueológico. La hipótesis de la construcción de un nuevo circo con materiales perecederos (o bien de una mera pista de tierra) no parece concordar con la rica donación de Paulinus y hasta que no sea avalada por datos arqueológicos no dejará de ser una explicación provisional y poco satisfactoria.
En estos momentos –finales del siglo II y comienzos de época severa– y sin que sepamos muy bien la razón, se desarrollaron transformaciones de envergadura en la fisonomía de Colonia Patricia Corduba (Ruiz Bueno, 2018, pp. 39-49 y 80-82). Es el caso del cierre del flanco oriental del temenos que contorneaba el templo de la c/ Claudio Marcelo, al que hay que sumar el citado abandono del circo y de la plataforma intermedia. Al mismo tiempo, se detectan apropiaciones de espacios públicos por parte de estructuras privadas; cambios que, quizá, habría que poner en relación con las mutaciones características del urbanismo de época tardía y la llegada al poder de la dinastía severa. Al respecto, ignoramos cómo afectó a las capitales provinciales la guerra civil desencadenada tras el asesinato de Cómodo. Tan solo sabemos que el gobernador de la Tarraconense, L. Novus Rufus, se decantó del lado de Clodio Albino, siendo apoyado por buena parte de la élite local y provincial (Alföldy, 1969, pp. 42-45). En cualquier caso, la actividad edilicia no se detuvo en la colonia; Septimio Severo pudo haber mandado restaurar el templo de culto imperial y Heliogábalo hizo lo propio con el anfiteatro. En cambio, parece significativo que, entre finales del siglo II y época severiana, se produzca un descenso enorme de la epigrafía cívica, desapareciendo prácticamente por completo entre las élites de Tarraco la costumbre de erigir estatuas como medio de autorrepresentación. Lamentablemente, la información que existe sobre la transformación de los edificios públicos de Emerita Augusta la etapa referida es sensiblemente menor a las que han brindado el resto de capitales provinciales. En cualquier caso, acabado el siglo II las capitales provinciales de Hispania habían dejado mucho tiempo atrás su época de mayor actividad monumentalizadora y se prestaban a vivir de las realizaciones arquitectónicas desarrolladas entre la primera etapa imperial y el primer tercio del siglo II d.C., a la vez que acusaban los primeros síntomas de pérdida de dinamismo.
El resultado de nuestra investigación se ha beneficiado del apoyo financiero del Programa Estatal de Promoción del Talento y su Empleabilidad, en el marco del Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación 2013-2016, entre las que se encuentran las ayudas Juan de la Cierva-formación 2016 (FJCI-2016-29310). Nuestro trabajo se enmarca dentro del Proyecto Colonia Aelia Augusta Italica. Arqueología del Sector NE de la Vetus Urbs de Italica en el Marco del Proceso de Romanización en el Guadalquivir Inferior. Ministerio de Economía y Competitividad de España (HAR2017-89004-P).
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