Recensión

Ana Margarida Arruda, Daniela Ferreira y Elisa de Sousa, A cerámica grega do Castelo de Castro Marim. Estudos & Momórias 13. Centro de Arqueología da Universidade de Lisboa, Lisboa 2020

Spal, 30.1, pp. 335 - 339

Recepción: 12 de octubre de 2020. Aceptación: 2 de enero de 2021

Sumario

Bibliografía

La colección de Estudos y memórias de Uniarq, y esta obra en particular, es especialmente bienvenida por varios motivos. Primeramente, porque en el ámbito de la Arqueología, y más exactamente en la española, casi han desaparecido los estudios específicos sobre materiales arqueológicos. Existe una proliferación de publicaciones sobre datos arqueométricos en revistas especializadas, pero se han abandonado los trabajos científicos donde se detallan los materiales, especialmente los cerámicos. En muchas ocasiones se mencionan los artefactos, pero no se ilustran, ni se especifican sus contextos, de manera que los lectores tenemos que hacer un acto de fe sobre los datos que se presentan, tanto del material en sí y de su adscripción tipocronológica, como de su interpretación contextual y, por elevación, histórica.

En cierta manera esta deriva, que ya acumula cuatro décadas, se pudo deber a la devaluación y al abuso de las memorias de excavación y de las tipologías en las publicaciones, que se acababan convirtiendo en un fin en sí mismas y no en un medio para obtener inferencias cronológicas, funcionales y socioeconómicas. Las listas interminables de descripciones de fragmentos cerámicos y la creación de tipologías ad hoc (cada yacimiento arqueológico tenía su propia tipología) hicieron de estas monografías un instrumento útil, pero caro, aburrido, incómodo y difícil de justificar, que se abandonó al mismo ritmo que las arqueologías procesual y postprocesual se implantaban en nuestros ámbitos académicos. Interesaban entonces los grandes modelos interpretativos, adherirse a una u otra escuela, a determinada corriente epistemológica novedosa, olvidando sin embargo la base que sustenta el edificio: la cultura material. Recuerdo siempre un comentario que nos hacía el Prof. Dr. Oswaldo Arteaga Matute en las excavaciones de Cerro del Mar (Vélez-Málaga, Málaga) al equipo que trabajaba en esa campaña (1998): primero tenéis que ser positivistas y conocer bien el material, para después dedicaros a la interpretación. Si no se conocen bien los ítems arqueológicos es difícil, por no decir imposible, llevar a cabo una interpretación histórica correcta y válida desde el punto de vista científico.

Un segundo motivo para congratularse por esta publicación es que la tendencia que hemos descrito ha repercutido negativa y singularmente en los estudios protohistóricos de la península ibérica, por lo que esta monografía y otras de la serie [el poblamiento prerromano en la desembocadura del Tajo de Elisa de Sousa (2014)], constituyen contribuciones significativas e imprescindibles a un conjunto de títulos centrados en yacimientos concretos o en agrupaciones de ítems con una problemática específica enmarcados en la Protohistoria de la actual Portugal. En esto, y en otros aspectos de la gestión del patrimonio arqueológico portugués, la descentralizada arqueología española, y más concretamente la andaluza por cercanía personal y geográfica, debería tomar nota, ya que una parte importante de las excavaciones y prospecciones superficiales quedan inéditas o siguen esperando décadas después de las intervenciones que alguien las estudie, a veces cuando ya es muy tarde. Por falta de medios, pero sobre todo de interés de la propia administración autonómica, se ha abandonado sine die la científicamente sana costumbre de publicar resultados de proyectos o de excavaciones singulares, reservando unos cuantos títulos “emblemáticos” a algún investigador bendecido por los habitantes con capacidad de decisión de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

En tercer y último lugar, el tema que incumbe, la cerámica griega de Castro Marim, también constituye una aportación valiosa en sí misma por cuanto se ha retomado una línea de investigación que tuvo gran repercusión y predicamento en los años 80 y 90 del siglo XX, pero que por las causas antes apuntadas había languidecido, si bien contaba con aportaciones esporádicas pero abundantes, convenientemente señaladas por las autoras en las primeras páginas (p. 9). En efecto, en estas décadas los estudios sobre cerámicas griegas en contextos fenicio-púnicos e ibéricos habían alcanzado unas altas cotas en la investigación, porque lejos de constituir estudios artísticos y estilísticos previsibles en este tipo de cerámica, se habían convertido en estudios de los productos en sí, de su importancia para las sociedades receptoras y consumidoras de cerámica griega, sobre todo ática, del carácter performativo que podía llegar a tener en estas sociedades (VVAA 1987), e incluso de las rutas comerciales seguidas para abastecer a sitios tan alejados del Mediterráneo o de las rutas atlánticas como Cancho Roano (Maluquer de Motes 1985; 1987; Domínguez Monedero 1988). Sin ánimo de ser exhaustivo, los trabajos pioneros de R. Olmos (1988), de la recientemente desaparecida P. Cabrera (1988-1989; Cabrera y Sánchez 1998), de C. Sánchez (1992a y b), A.J. Domínguez Monedero (1993), P. Rouillard (1991) o A. Adroher Aroux (Adroher y López 1995; recientemente Adroher et al., 2016), o el hallazgo del El Sec (Arribas et al., 1987), entre otros autores y títulos, han marcado la investigación durante estas últimas cuatro décadas. Una buena parte de las aportaciones de estos años puede consultarse en obras compilatorias más recientes (Domínguez Monedero y Sánchez 2001), o en el reciente homenaje realizado a Gloria Trías Rubiés con motivo del cincuentenario de su obra Cerámicas griegas de la Península Ibérica (Aquilué et al., 2017).

Por tanto, creemos más que justificada esta monografía porque, aunque ya estaban publicadas algunas cerámicas griegas de Castro Marim, sin embargo, como expresan las propias autoras (p. 9), el número 13 de Estudos & memórias constituye una publicación integral, además de la oportunidad de llevar a cabo una discusión más profunda, con la publicación de contextos y asociaciones de materiales, y de presentar materiales inéditos. El texto se organiza de manera convencional, según los parámetros de la disciplina arqueológica, y más concretamente de los estudios de materiales cerámicos, con una introducción, una breve síntesis del yacimiento arqueológico y de la historia de las excavaciones, para seguidamente dar lugar al catálogo de las cerámicas griegas ordenadas según la cronología (épocas arcaica y clásica) y los tipos de decoración (figuras rojas y barniz negro), más un apartado específico sobre ánforas, concluyendo con unas breves conclusiones y la bibliografía. Dentro de los grupos decorativos las cerámicas se ordenan según las formas así nombradas por los helenos ( kilikes, skyphoi, etc.), mientras que en otras ocasiones -en el caso del barniz negro- se combinan estas denominaciones griegas con otros nombres convencionales de origen hispano, como las “copas Cástulo” o las de “Clase Delicada”, inglés ( plain rim cups o stemless cups) o procedentes de las tipologías de Lamboglia o Jehasse, o se utilizan los tres al mismo tiempo. Las cerámicas de “figuras rojas” se clasifican por su parte en grupos atribuidos a talleres áticos concretos (“Pintor de Viena 116”, “Pintor de Marlay”, etc.). Cada fragmento cerámico tiene una útil ficha técnica en la que se detalla el año del hallazgo, detalles de su contexto, número de catálogo, características morfológicas y decorativas, figuras, y, en su caso, la bibliografía. El catálogo se acompaña a su vez por un magnífico aparato gráfico (dibujos y fotografías), característica que se hace extensiva a toda la obra, editada con calidad y buen gusto.

Echo en falta, no obstante, una mayor atención a dos aspectos importantes, que, aunque no constituyen el objeto de estudio, sí contribuirían a una más aquilatada definición de la identidad étnica y cultural de Castro Marim, y a una mejor contextualización del yacimiento desde el punto de vista histórico en el Mediterráneo occidental. Me refiero a que en la introducción de la monografía hay una calculada ambigüedad en la adscripción étnica de sus habitantes. El hecho de que se registraran cerámicas modeladas presumiblemente del Bronce Final en los estratos más profundos ha sido el criterio para considerar el asentamiento como indígena con relaciones con el área del Estrecho (desde fines del siglo VIII a los últimos años del siglo VI a.C.), pero dentro del universo “tartésico-orientalizante”, a pesar de que en la orilla opuesta del Guadiana, en Ayamonte (Huelva), se ha excavado una necrópolis fenicia (Marzoli y García, 2018), de que el asentamiento se fortificara con una muralla de casamatas en el siglo VII a.C., y de que el santuario documentado en Cerro del Castillo (Gomes, 2012) presenta notables concomitancias con otros espacios de culto fenicios del Bajo Guadalquivir (El Carambolo, Coria del Río) y de Málaga, cumpliendo de esta manera con el modelo “atlántico” de implantación fenicia en la península ibérica (Escacena, 2018).

Esta reconsideración étnica y cultural del yacimiento ayudaría a contextualizar con más definición la fase posterior del sitio, al que atribuyen una fuerte influencia púnico-gaditana y de Turdetania, aunque en otras ocasiones las mismas autoras (Sousa y Arruda, 2010) se han referido con toda propiedad a un proceso de “gaditanización” del litoral meridional portugués. Estas similitudes entre el Bajo Guadalquivir, el Algarve y el “Círculo del Estrecho”, que afectan también al litoral atlántico marroquí y al Noroeste de Iberia, responden, a mi modo de ver, a un mismo fenómeno: durante la segunda mitad del siglo V o inicios del IV a.C. se produjo una gran reestructuración de la economía y de las empresas marítimas de las urbes púnicas del sur peninsular, y especialmente de Gadir. Esta expansión del comercio meridional partía de un conocimiento desarrollado desde la época arcaica de la colonización fenicia, y se focalizó en el aprovisionamiento de metales y la apertura de nuevos mercados que en cierta medida compensasen la pérdida de otros en el Mediterráneo central y oriental, ahora copados por la emergente potencia marítima de Cartago. Gadir comenzó así a proyectarse hacia el Atlántico, al norte y al sur, explorando estas rutas extremas hacia las Casitérides y hacia Mogador con el objetivo de afianzar rutas de abastecimiento de materias primas y de consolidar un dominio marítimo de la zona (Sáez et al., 2019).

La cerámica griega es un magnífico indicador de este proceso porque probablemente Gadir (quizás con Cartago como intermediaria) actuó como redistribuidora regional de estos productos cerámicos de calidad que constituyen un conjunto muy homogéneo desde el punto de vista cronológico y tipológico en todos los yacimientos fenicio-púnicos y de su órbita comercial. Este es un trabajo que está por hacer: valorar el papel de la cerámica griega en las comunidades púnicas del extremo Occidente y de su entorno, sobre todo en los siglos V y IV a.C., del mismo modo que se ha realizado en las sociedades ibéricas. El principal escollo es que el registro no es tan abundante, no porque no se usara habitualmente, sino porque en las necrópolis púnicas, a diferencia de las ibéricas, no se amortizó la cerámica griega en los ajuares funerarios, a lo sumo algunas lucernas, y en el Bajo Guadalquivir no se han documentado necrópolis de esta cronología. Debemos recurrir a los hallazgos en asentamientos, que son numerosos, pero fragmentarios y han pasado desapercibidos.

En este sentido, en 1995, cuando presenté mi Tesis Doctoral, hice un recuento de los yacimientos púnicos o de su órbita con cerámicas griegas áticas publicadas, que eran la mayoría: Huelva, La Tiñosa, Gadir, Castillo de Doña Blanca, Las Redes, Castillo de Santa Catalina, La Manuela (factoría 19), Vejer de la Frontera, Algeciras, Cerro del Prado, Gorham’s Cave, El Torreón, Castillo de Fuengirola, Málaga, Cerro del Mar, necrópolis Jardín, Morro de Mezquitilla, necrópolis de Puente de Noy, Abdera, Ciavieja, acrópolis y necrópolis de Villaricos y Tagilit. Entonces, me hice eco de una hipótesis que estaba tomando cuerpo, sobre todo a raíz del hallazgo de El Sec, sobre la redistribución de la cerámica griega en Bastetania y Oretania a través de intermediarios púnicos, en la que Villaricos jugaría un papel importante. Un papel similar debió tener Gadir en el suroeste de Iberia. Lo que parecía claro entonces es que el auge de las importaciones áticas tuvo lugar en las últimas décadas del siglo V y en las primeras del IV a.C., a partir de las cuales el volumen de importaciones decayó hasta su desaparición, siendo reemplazados por imitaciones locales. Además, los gustos de los compradores púnicos también quedaban bien definidos por la selección preferente del barniz negro sobre las figuras rojas y, en el repertorio vascular, los vasos abiertos tipo copas, cuencos, bolsales, platos de pescado, copas-cálices o escifos (Ferrer Albelda, 1995, pp. 840-847). Castro Marim se integraría en este grupo de asentamientos, y más específicamente en la órbita gaditana.

En síntesis, A cerámica grega do Castelo de Castro Marim constituye un ejemplo paradigmático de una línea de investigación científica coherente y bien desarrollada por estas investigadoras portuguesas, que se ha hecho extensiva a otras partes del territorio portugués, como lo demuestra la también reciente publicación de las cerámicas griegas registradas en los castros del norte de Portugal (Ferreira, 2019). Confiamos en que esta línea de trabajo tenga continuidad en un futuro porque la juventud de las autoras permite tener esperanzas al respecto.

Bibliografía ^ 

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Eduardo Ferrer Albelda

Catedrático de Arqueología

Universidad de Sevilla

Departamento de Prehistoria y Arqueología

C/María de Padilla s/n, 41004, Sevilla.

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