La celebración del congreso de la Asociación ReiCretariae Romanae Fautores, entre el 29 de Septiembre y el 5 de Octubre de 2008 con sede principal en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, no sólo tuvo como aliciente asistir a interesantes sesiones acerca de las nuevas investigaciones en el mundo de la cerámica romana, sino que de forma inesperada, los asistentes recibimos como regalo uno de los libros, he de reconocer, que más he consultado en losúltimos meses. Este no es otro que Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión. Editado por la propia Universidad de Cádiz, una de las más activas y atentas tanto en la celebración de congresos arqueológicos, como en la inmediata publicación de sus actas, algo que, por supuesto, siempre es de agradecer. Con Darío Bernal y Albert Ribera i Lacomba cargando con la responsabilidad de la edición científica, esta publicación contaba desde un primer momento con una de las mejores cartas de presentación, avalada por el concienzudo trabajo del Doctor Bernal en publicaciones anteriores. He de decir que Cerámicas hispanorromanas, desde luego, cumple con creces las altas expectativas creadas, llamémoslo así, por sus predecesoras editoriales. Tanto más, cuando uno piensa en la inmensa labor que hay detrás de sus páginas y el tiempo record, unos diez meses, desde que se fraguó la idea hasta que el volumen salió de la imprenta y fue presentado en sociedad en el congreso de los Fautores.
El libro se inicia con una introducción de sus editores en la que son presentados los deseos que les han empujado a realizar esta publicación, así como el por qué de su organización en varios bloques con apartados monográficos encargados a diferentes especialistas, algo que desde mi punto de vista supone el primero de una larga lista de aciertos. Además, como buenos conocedores del tema de la cerámica (elemento imprescindible de cualquier estudio arqueológico de calidad), en estas primeras páginas hacen un repaso de aquellos que les precedieron, es decir, de la labor de los investigadores que empezaron a asentar las bases de la investigación ceramológica en la Península Ibérica, dejando de inmediato la palabra a uno de ellos, el doctor Beltrán Lloris, quien a modo de prólogo nos inserta directamente en la temática de la producción de cerámica en la antigua Hispania.
Tras la parte meramente introductoria, nos encontramos ante seis bloques o apartados temáticos, repartidos con gran destreza según cuestiones temáticas y cronológicas. Dentro de cada uno de los bloques hay varios artículos, que normalmente abordan la realidad de una producción cerámica en particular, presentando, en la mayoría de los casos, valiosas e interesantes ordenaciones de sus diferentes variantes y proponiendo nuevas líneas de investigación de cara al futuro. Sin embargo, también hay espacio para abordar otros aspectos relacionados con la cerámica de la Antigüedad hispana, que no se centran únicamente en el estudio de los distintos tipos de producciones cerámicas. Dichos aspectos encuentran cabida en el primero y el sexto de los bloques temáticos. Desde mi punto de vista, estas dos secciones son de gran importancia y su mera presencia, de acuerdo con las nuevas direcciones de los estudios ceramológicos, es sin lugar a dudas una acertada apuesta.
En el primero de los bloques, dividido en cinco artículos, se tratan cuestiones diversas, presentando dos trabajos dedicados a aspectos historiográficos, otros dos a la articulación de los espacios y procesos de fabricación de la cerámica y el último de ellos a introducirnos en lo que fue la asimilación y producción de cerámicas al estilo itálico en distintas zonas de la Península Ibérica, sobre todo durante el periodo que abarca el siglo I a.C., e inicios del I d.C. Si bien este último capítulo parece estar un poco descolgado de la temática general del bloque y tal vez hubiese sido más correcto haberlo incluido en el apartado siguiente, los demás trabajos abordan cuestiones de gran interés para el profesional que va más allá de la mera clasificación tipológica.
Destacaría sin lugar a dudas el dedicado a las alfarerías, un aspecto poco tratado en la investigación hispanorromana y que probablemente empiece a adquirir mayor protagonismo, gracias a nuevas aportaciones como la que nos presenta José Juan Díaz Rodríguez, quien en un aperitivo de lo que será su futura tesis doctoral, nos hace un acercamiento a los distintos ambientes funcionales y los procesos que eran llevados a cabo en un alfar. Este estudio queda perfectamente completado por el siguiente artículo que, redactado por Jaume Coll Colesa, se centra exclusivamente en analizar y ordenar la evidencia arqueológica, del más evidente de los espacios de un taller alfarero, es decir, de los hornos donde se cocían los utensilios cerámicos.
El segundo bloque temático queda reservado para aquellas producciones que se dan en territorio peninsular durante la fase de conquista y lenta entrada de las sociedades autóctonas en los esquemas romanos. Estos tipos cerámicos generalmente están marcados por la impronta de los pueblos prerromanos que los fabricaron, hundiendo su raigambre en un periodo anterior a la presencia de Roma en suelo hispano. Así, en la mayor parte de los artículos, en principio, se sobrepasa el límite cronológico en teoría impuesto por el propio título de la obra, ya que al tratar producciones como la cerámica ibérica, la celtibérica, la turdetana o las del Noroeste, nos adentramos de lleno en la protohistoria peninsular. Sin embargo, el planteamiento del bloque en sí es muy acertado, al poner de manifiesto cómo a través del estudio de la cerámica, puede observarse la manera en la que evolucionan las sociedades autóctonas ante la presencia de Roma y el influjo cada vez mayor que ésta ejerce, cuyo mejor reflejo es la adopción de nuevas formas y gustos que acaban transformando a unas producciones que, como bien dice la doctora Ana Mª Niveau de Villedary y Mariñas para el caso de la cerámica “Tipo kuass” (p. 256), en general terminarán desapareciendo ante el empuje de las vajillas itálicas o de tipo itálico.
El tercer bloque se centra en analizar las producciones de época Altoimperial. De esta forma, algunos de los capítulos abarcan las que podemos denominar como “producciones clásicas” dentro de la cerámica hispanorromana. La TSH es tal vez el mejor exponente y en este volumen se cuenta con un amplio resumen realizado por las doctoras Fernández García y Roca Roumens, probablemente sus dos mejores conocedoras. Totalmente inserta en las estructuras culturales y administrativas del Imperio romano, la propia singularidad de la Península Ibérica queda de manifiesto a través de las distintas cerámicas en ella elaboradas. Así, nos encontramos con diferentes tipos, que incluyen desde algunas innovaciones típicamente hispanas como la “nuevamente” denominada TSH brillante, hasta cerámicas que, desde una óptica propia, imitan las producciones dominantes del momento, como las cerámicas “Tipo Peñaflor” y las llamadas “cerámicas bracarenses”. Hay también espacio para un capítulo dedicado a las producciones “Tipo Clunia”, cerámicas pintadas que hunden sus raíces en momentos anteriores y que continuarán fabricándose en los siglos venideros.
El bloque dedicado a las diferentes vajillas fabricadas entre los siglos III y VII d.C., sin ser uno de los más brillantes, contiene una serie de artículos que logran conformar una guía para entender lo que hasta hace pocos años era un complejo panorama dominado por las vajillas africanas. En este apartado, una vez más vuelven a romperse los supuestos marcos cronológicos del libro y nos encontramos con producciones que llegan hasta el siglo IX d.C. Este es el caso de un artículo al que cuanto menos hay que calificar de valiente y novedoso. Me estoy refiriendo al que Miguel Alba Calzado y Sonia Gutiérrez Lloret dedican a la más que problemática interpretación de la cerámica de transición entre el mundo tardoantiguo y la Alta Edad Media.
El quinto bloque supone un cambio con respecto a la deriva temática de los capítulos centrales, dedicados principalmente al análisis de la cerámica como vajilla. Ahora pasamos a vernos las caras con el mundo de las ánforas, una de las más singulares producciones cerámicas de la Antigüedad, cuya fabricación tuvo una gran trascendencia en la economía de varias zonas de Hispania. Los distintos capítulos de este apartado suponen en general, una explicación muy esclarecedora de los distintos tipos de ánforas y de sus características formales y funcionales. De nuevo se presentan primero las ánforas de tradición prerromana –con las denominadas ánforas ibéricas, seguidas de las de tradición púnica gaditana–, para pasar a analizarse individualmente y a modo de síntesis, las producciones de época Alto y Bajoimperial de cada una de las provincias hispanas. Tal vez, el único fallo de este apartado, es no haber incluido dos o tres capítulos más. Uno de ellos estaría dedicado a la interesante cuestión de la aparición de restos epigráficos sobre ánforas, que en algunas tipologías anfóricas y en determinados momentos cronológicos tuvo especial trascendencia. Mientras que otro estaría centrado en la espectacular difusión exterior de estos contenedores hispanos, pues hay que tener en cuenta que en ella están una gran parte de los argumentos para entender la riqueza y desarrollo que alcanzaron las provincias hispanas en la Antigüedad. Por último, creo que las producciones ibicencas podrían haber sido incluidas en un pequeño apartado.
En el sexto y último bloque, indudablemente se ha de reconocer un nuevo acierto de los editores, que en este caso queda materializado en haber incluido un apartado dedicado a otros tipos de producciones cerámicas, aquellas que podrían ser consideradas como las olvidadas de la investigación ceramológica. En especial quisiera resaltar el trabajo de la profesora Lourdes Roldán Gómez acerca del material latericio, uno de los grandes protagonistas de la arquitectura romana cuyo corazón es, como no podía ser de otra forma, de cerámica. Sin embargo, este bloque final tiene aún otra sorpresa. Me refiero al capítulo de Josep M. Gurt i Esparraguera y Verònica Martínez Ferreras dedicado a la arqueometría. Quisiera resaltar, que su inclusión tiene bastante trascendencia, pues pone de manifiesto lo imprescindible que son hoy en día los análisis arqueométricos para el arqueólogo dedicado a los estudios sobre cerámica.
Por último, terminaré mi reflexión sobre este libro imitando al Doctor Beltrán Lloris en el prólogo del mismo (p. 37), al destacar que esta obra marca un punto de inflexión en la historia de la cerámica hispanorromana, convirtiéndose desde el mismo momento de su publicación en un auténtico manual de referencia para el profesional de la arqueología y cumpliendo de este modo las expectativas de sus editores. Únicamente queda por decir que espero que en el futuro pueda ser posible llevar a cabo iniciativas similares, para poder seguir avanzando con el mismo dinamismo que impregna las hojas de Cerámicas hispanorromanas, ya que significaría que se está yendo en la dirección correcta para resolver, entre otros, los interrogantes que en este libro se plantean.
BELTRÁN LLORIS, M. (1990): Guía de la cerámica romana. Zaragoza.
BERNAL CASASOLA, D. y LAGÓSTENA BARRIOS, L. (eds.) (2004): Figlinae Baeticae. Talleres alfareros y producciones cerámicas en la Bética romana, BAR I.S. 1266 vols. I y II. Oxford.
ROCA, M. y FERNÁNDEZ GARCÍA, M. I. (eds.) (2005): Introducción al estudio de la cerámica romana. Una breve guía de referencia. Monográfico de CVDAS, Revista de Arqueología e Historia, Universidad de Málaga. Málaga.
VVAA (2007): La producció i el comerç de les àmfores de la provincia Tarraconensis. Homenatge a Ricard Pascual Guasch. Museu d´Arqueologia de Catalunya, Servei de Patrimoni Arquitectònic Local, Barcelona.
Horacio González Cesteros
Doctorando de la Universidad Autónoma
de Madrid y la Humboldt Universität zu Berlin.