Antonio M. Sáez Romero, La producción cerámica en Gadir en época tardopúnica (siglos –III/-I), BAR International Series S1812 y Universidad de Cádiz, 2008, 2 vols.

La arqueología del archipiélago gaditano ha sido, hasta fechas muy recientes, motivo de frustración para todo aquel investigador que pretendiera indagar sobre la Gadir fenicio-púnica. La abundante documentación arqueológica, después de más de un siglo de excavaciones ininterrumpidas y de numerosos hallazgos ocasionales, sólo ha sido sistematizada parcialmente (ceca, orfebrería, ánforas), y siempre ha estado condicionada y supeditada al desarrollo urbanístico de la ciudad, sin planificación previa, sin coordinación, y, en consecuencia, con resultados pobres a efectos de la publicidad científica de la información y de la gestión del patrimonio arqueológico.

Asimismo, y hasta hace dos décadas, hablar de la arqueología gaditana significaba referirse casi exclusivamente a la necrópolis púnica, ya que, en la práctica, era el único sector de la ciudad antigua que había aportado datos objetivos suficientes para su correcta valoración desde las primeras noticias de J.B. Suárez de Salazar, en 1610, hasta los más recientes trabajos publicados sucintamente en el Anuario Arqueológico de Andalucía. Sin embargo, la nota común ha sido la atomización de la información y la falta de criterios generales en su publicación, a pesar de los esfuerzos de ordenación de los datos de autores como Rodríguez de Berlanga, Romero de Torres, García y Bellido y, en fechas recientes, Muñoz Vicente.

Como decíamos, la expansión urbanística de Cádiz en la isla ha marcado la pauta de las actuaciones arqueológicas, con hitos como la explanación de los terrenos de Punta de la Vaca para albergar la Exposición Marítima Nacional en 1887, la construcción de los Astilleros de Vea-Murguía en 1891 y 1892, el desmonte del glacis de Puerta de Tierra y la primera expansión de la ciudad extramuros (1912-1934), los trabajos llevados desde el Museo Provincial de Cádiz (1979-1984), y las actuaciones de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que ha gestionado el desarrollo urbanístico de la ciudad insular y del resto de los municipios de la bahía en las dos últimas décadas (San Fernando, Puerto Real, Rota, El Puerto de Santa María).

De estos más de cien años de trabajos arqueológicos han quedado algunos estudios parciales de gran interés y un Museo Provincial atestado de materiales procedentes de excavaciones y de hallazgos submarinos, muchos de los cuales permanecían, y aún permanecen, sin estudiar. En 1995, cuando concluí la redacción de mi tesis doctoral, la arqueología fenicio-púnica en Cádiz estaba en una situación desesperanzadora; entonces escribí que “lo más positivo de esta fase lo ha constituido la imprescindible sistematización de los materiales cerámicos de Cádiz (Muñoz Vicente 1987)”.

Por suerte, y no sin muchos esfuerzos personales, la situación ha experimentado un giro copernicano. La redacción de trabajos de investigación, como el ya mencionado de A. Muñoz (Las cerámicas fenico-púnicas de Cádiz, Memoria de Licenciatura inédita, Universidad de Sevilla, 1987), y, en la década siguiente, de las tesis doctorales de L. Lagóstena, Alfarería romana en la Bahía de Cádiz, Cádiz, 1996, y de E. García Vargas, La producción de ánforas en la Bahía de Cádiz en época romana (siglos II a.C.-IV d.C.), Écija, 1998, fueron los primeros peldaños no sólo de la ordenación y estudio de las producciones anfóricas, sino también de la inserción en la dinámica económica y política de Gadir en el estado romano. La sistematización de los envases anfóricos prerromanos locales, teniendo como precedente el trabajo de A. Muñoz Vicente, fue realizada por J. Ramón en 1995, en el marco general de las producciones fenicio-púnicas del Mediterráneo central y occidental; un estudio que ha marcado un hito y ha servido de modelo para trabajos posteriores.

En la actualidad una nueva generación de investigadores, procedentes en su mayoría del ámbito universitario gaditano, ha tomado el testigo, y ya ha proporcionado abundantes y buenos frutos. En el volumen 13 (2004) de esta misma revista tuve la oportunidad de reseñar positivamente la monografía de A.Mª. Niveau de Villedary sobre las cerámicas “tipo Kuass”; en el siguiente número, 14 (2005), se publicó un artículo de A.M. Sáez Romero dedicado a una “Aproximación a la tipología de la cerámica común púnico-gadirita de los ss. III-II”; y ahora nuevamente encuentro la ocasión de valorar muy favorablemente la monografía del mismo autor, titulada La producción cerámica de Gadir en época tardopúnica (siglos –III/-I).

Los dos volúmenes que componen la monografía, como el autor indica, tienen su origen en un trabajo de investigación de doctorado, que bien podría haber sido por su extensión, objetivos y calidad, su Tesis Doctoral. El primero de los volúmenes se dedica a Torre Alta: Balance de la investigación y novedades histórico-arqueológicas, y el segundo a La producción alfarera gadirita durante los siglos –III y –II. En realidad podrían haber sido publicados como dos monografías distintas porque ambos tienen suficiente entidad por separado y, aunque íntimamente relacionados, el primer volumen está dedicado al análisis de un yacimiento arqueológico concreto, Torre Alta (San Fernando, Cádiz), y el segundo a un estudio de todos los alfares, a la tipología anfórica y de otros productos cerámicos, y a una síntesis de la producción de salazones y salsas de pescado y de la economía de Gadir.

La producción cerámica en Gadir en época tardopúnica (siglos –III / -II) tiene como subtítulo Novedades y balance de la investigación en el taller de Torre Alta. Aproximación a la caracterización de los alfares y productos gadiritas. En efecto, el primer volumen ha sido dedicado al estudio de este importantísimo alfar, el primero de los muchos hallados en la isla de San Fernando, que puede ser considerado el germen de los posteriores análisis sobre la alfarería gadirita de época tardopúnica. Se inicia el capítulo 1 con tres apartados imprescindibles: el inevitable problema de la ubicación del yacimiento y de la paleotopografía de las islas; un exhaustivo balance historiográfico sobre las investigaciones antes y después de las primeras excavaciones de Torre Alta; y la exposición de las propuestas sobre modelos ecónomico-espaciales de Gadir, es decir, sobre la estrecha vinculación entre alfares y salazones. En todas estas secciones, que otros autores suelen aprovechar para establecer distancias abismales entre los estudios precedentes y los propios, con el objetivo de acreditar su propia aportación, A.M. Sáez Romero, sin embargo, destaca por su prudencia y ecuanimidad en la valoración de los trabajos que le precedieron, por la claridad en la exposición de las carencias y deficiencias de la documentación, así como por el realismo de sus propios objetivos. Señala como lagunas de la investigación, y por tanto como objetivos principales: la exposición exhaustiva de la documentación de los depósitos de los hornos 1 y 2, la carencia de una cronología de amortización de éstos y de las estampillas de las ánforas fabricadas en el alfar, la indefinición de los productos fabricados en al alfar, y el estudio de los hornos y escombreras excavados en 1995 y 1997 (pp. 118-119).

El cumplimiento de estos objetivos ocupa los capítulos 3, 4 y 5 y, en ellos se dan, ciertamente, respuestas a todos estos interrogantes. El capítulo segundo está dedicado a las excavaciones de 2001-2003, en las que se documentaron los hornos 4 y 5, y al establecimiento de la secuencia del alfar, desde su presumible inicio, escasamente definido en los siglos V-IV a.C. por un conjunto de materiales descontextualizados (fase 0), aunque bien registrado en el segundo cuarto del siglo III a.C. (fase 1), hasta la fase 6 o último período de actividad del horno, hacia la segunda mitad o tercer cuarto del siglo II a.C. El período de apogeo del alfar se atribuye a las fases 2 a 5. En todo momento el autor procura integrar esta secuencia en su contexto histórico, de manera que si la fase 1 posiblemente estuvo relacionada con la recuperación mercantil gadirita experimentada en los años de la 1ª Guerra Púnica, las 2 y 3 se vincularían a la presencia cartaginesa y al desarrollo de la 2ª Guerra Púnica, y las posteriores a los fenómenos de continuidad. El período transcurrido entre las fases 2 y 5 (ésta última datada a mediados del siglo II a.C.) fue una etapa de enorme vitalidad y dinamismo de la economía salazonera local y, por tanto, de la producción alfarera, caracterizada por el crecimiento del taller y por la diversificación de los productos.

Siguiendo un esquema lógico, el capítulo 3 se dedica al análisis de las estructuras registradas en las excavaciones: escombreras (MC-I y MC-II) y hornos 3, 4 y 5, de las que se expone la secuencia estratigráfica, los aspectos constructivos y contextuales de las estructuras, los materiales documentados y la cronología. En todos y cada uno de estos aspectos el autor demuestra una sólida formación en el análisis arqueológico y un profundo conocimiento de los materiales tanto locales como foráneos (griegos, púnicos centro-mediterráneos, etc.).

El colofón de este tercer capítulo es un estudio de la tipología de los vertederos -distingue hasta tres tipos- y de la secuencia evolutiva de los alfares gadiritas, teniendo como base éstos y otros indicios; y, en segundo lugar pero quizás de mayor interés, un análisis de la evolución morfológica de los hornos. Los de Gadir, así como otros hornos cerámicos documentados en la península ibérica, tienen un origen próximo-oriental, cuyos prototipos se pueden retrotraer hasta la Edad del Bronce, y una evolución perfectamente identificada hasta época romana. No obstante, el autor refiere un fenómeno de gran interés: la introducción en época bárcida de un nuevo tipo de horno de planta circular con pilar circular y parrilla con barras plano-convexas radiales, que responde a prototipos cartagineses del siglo III a.C.; esta corriente innovadora no cesó tras la expulsión cartaginesa en 206 a.C., sino que continuó con la incorporación de hornos “con praefurnium escalonado” entre fines del siglo III y principios del II a.C., también característicos del área tunecina-tripolitana. Avanzado el siglo II a.C. los modelos itálicos, íntimamente ligados a fenómenos coetáneos como los cambios en el patrón de asentamiento y en el modelo de explotación, se fueron imponiendo hasta la generalización del horno de ladrillo en el siglo I a.C.

De notable interés es también la documentación de enterramientos (Villa Maruja, Camposoto,…) en la cercanía de los alfares, aunque no se puede saber con certeza si se trata de una prueba de la estabilidad de la ocupación o de fenómenos ocasionales, pues no hay evidencias de viviendas y estructuras de carácter permanente, lo que permitiría avalar la posibilidad de la estacionalidad o temporalidad de la actividad alfarera (pp. 205-206).

El capítulo 4 está consagrado al estudio exhaustivo de los contextos cerámicos asociados a las escombreras y hornos, con una descripción pormenorizada de las secuencias estratigráficas, de los contextos y de los materiales registrados, destacando una documentación gráfica muy completa, imprescindible para poder llevar a cabo una labor crítica y una atribución cronológica mínimamente fiable. En las dos últimas décadas el estigma de la “arqueografía” ha hecho que sea cada vez menos frecuente encontrar una documentación gráfica correctamente presentada y minuciosa, de forma que los lectores tenemos que hacer un acto de fe y dar por válidos aspectos contextuales y cronológicos a los que no se les puede hacer una crítica por falta de representación gráfica. Valoro, pues, muy positivamente la prodigalidad de dibujos, a lo que contribuye sin duda el gran formato de la publicación y la ausencia de restricciones en las normas editoriales.

El último capítulo del volumen 1 se ha centrado en la producción cerámica de Torre Alta; en él, como síntesis del capítulo anterior, se expone la secuencia evolutiva de las producciones en el alfar a partir de los datos de vertederos y hornos: las primeras ánforas fabricadas serían las clasificadas como T-12.1.1.1 y T-8.2.1.1, a las que se unen en el período de apogeo (fines del siglo III a.C.), las imitaciones de grecoitálicas y los envases T-9.1.1.1. En la primera mitad del siglo II a.C. el panorama no se modifica, salvo en la producción del último eslabón de las ánforas tradicionales salazoneras gadiritas (T-12.1.1.1/2 y T-12.1.1.2) y el inicio de la producción de las ánforas T-7.4.3.0, de inspiración cartaginesa, que coincide con la última fase del alfar. En relación con los envases anfóricos, y sobre la base de estudios previos, el autor presta una especial atención a los sellos anfóricos, a los que atribuye una cronología inicial no anterior a fines del siglo III o inicios del II a.C., los relaciona con determinados tipos de envases, y, por su simbología religiosa, se alinea con aquellos que defendemos el protagonismo de los santuarios gadiritas en el proceso de producción y distribución de las salazones.

Las últimas páginas de este volumen están dedicadas a los instrumentos de alfarero y al resto de las cerámicas producidas en el alfar: terracotas, cerámicas comunes, “de fuego o de cocina”, “pintadas”, un nuevo producto que denomina “platos de borde acanalado moteados en rojo con decoración estampillada” y las “cerámicas de barniz rojo”, siguiendo la clasificación de Niveau de Villedary, sobre la que hace algunas precisiones puntuales.

El volumen 2 se subtitula Hornos, vasijas y salazones. La producción alfarera gadirita durante los siglos -III y –II, y se articula en dos capítulos, 6 y 7, dedicados respectivamente al catálogo de “áreas de aprovechamiento alfarero” insulares (San Fernando, Cádiz) y continental (Puerto de Santa María), y a las cerámicas producidas en los alfares de época tardopúnica. Un último capítulo se dedica a las conclusiones y al análisis de la economía de los recursos marinos de Gadir, finalizando la monografía con una bibliografía extensa, exhaustiva y completa.

El catálogo de estas “áreas de aprovechamiento alfarero”, que comprende hornos y vertederos fundamentalmente, sigue los mismos criterios y resultados satisfactorios que los expuestos en el alfar de Torre Alta: rigor en el análisis de la documentación y en la representación gráfica, sin concesiones a la especulación y a la subjetividad. Enumera un total de 22 áreas en San Fernando, 4 en el solar de la actual Cádiz y otras evidencias en la desembocadura del río Guadalete, y aborda el difícil tema de la explotación de los alfares y su titularidad pública o privada. Entre otros indicios, la estructura territorial de los alfares parece responder a un patrón territorial planificado y relativamente regularizado que perduró desde época tardoarcaica hasta la transición de los siglos II-I a.C.; una ordenación del espacio periurbano que no cree fruto de la casualidad sino de la iniciativa de una “institución superior” propietaria del terreno, lo que le llega a plantear la posibilidad, ya apuntada por otros autores, del control de estas actividades por parte de la oligarquía ciudadana y del santuario de Melqart aunque gestionadas por particulares.

No comparto la posibilidad de que “si hubiese sido una industria directamente explotada por la ciudad, en poco tiempo hubiese proliferado un modelo de taller de grandes dimensiones, concentrando grandes esfuerzos de producción en torno a las áreas más ricas de recursos naturales, modo que la arqueología por el momento no ha mostrado…”. A mi parecer, la mano de las instituciones cívicas en la gestión de los alfares se puede detectar precisamente en los aspectos que autor destaca como contrarios a esta posibilidad: “un enjambre de pequeños centros, dotados de un número variable de hornos, pero que parecen funcionar siguiendo unos parámetros o directrices generales sobre cuestiones técnicas-tecnológicas, morfométricas y de explotación de recursos…”, con una cronología atribuible, como mínimo, al final del siglo VI a.C. en sus inicios, y que perdura hasta los siglos II-I a.C. Precisamente la organización de esta estructura coincide en el tiempo, o mejor, es una consecuencia de la constitución de Gadir como ciudad-estado, de modo que tal planificación y coordinación en los ritmos y características de la producción puede atribuirse a la iniciativa de instituciones cívicas, si bien la gestión directa puede estar en manos de particulares bajo diversas fórmulas como el arrendamiento; ejemplos coetáneos en algunas poleis griegas no faltan. Coincido, por ello, con el autor en que “la opción más probable parece la representada por una gestión cívica (“estatal”) del territorio y los recursos paralela a una explotación “privada” u oligárquica de los medios de producción (alfares, saladeros, salinas, áreas de pesca, etc.)”.

Sobre la estacionalidad o la producción continua de los alfares, el autor evalúa ambas posibilidades con el escepticismo que la falta de datos concluyentes le permite adoptar, si bien es de la opinión de que “el carácter estable de los centros industriales (tanto saladeros como alfarerías), planteando que la clave,…, sería la diversificación de actividades en las fechas en las cuales los túnidos y escómbridos no constituían la actividad económica prioritaria. En este sentido, quizás sea oportuno valorar la pesca de otras especies que no son migratorias, y que pueden ser capturadas a lo largo de todo el año, para la elaboración de salazones y salsas.

Las cerámicas tardopúnicas gadiritas ocupan el capítulo 7, dedicado a la definición tipológica y cronológica de las producciones. El estudio se hace por grupos funcionales, ocupando lógicamente un espacio destacado las cerámicas de transporte, de cuyos tipos hace una síntesis de su origen y definición morfológica, de las características evolutivas, de los centros productores, del contenido y de la distribución espacial. Retoma, asimismo, la cuestión de los sellos anfóricos y aborda un tema normalmente soslayado como es el de la hermetización de los envases. Otras producciones, como las cerámicas de “barniz rojo”, las “pintadas”, la cerámica común y la coroplastia son analizados con el mismo rigor metodológico y con resultados óptimos a efectos de ordenación cronológica y de evolución morfológica, y por tanto se constituye en una herramienta muy útil que facilitará sin duda la labor del interesado en la arqueología prerromana y romano-republicana del Suroeste de Iberia-Hispania.

El último capítulo es una síntesis de lo ya expuesto y el planteamiento de numerosos interrogantes, muchos de los cuales son difíciles de contestar en el estado actual de nuestros conocimientos. No obstante, el paso dado por Sáez Romero es enorme en todos los sentidos, sobre todo si miramos atrás objetivamente.

Pocos son los defectos que podemos atribuir a la monografía, si acaso la integración de dos libros independientes en uno sólo con dos partes, una estructura deudora del formato de trabajo de investigación o de tesis doctoral, que hace que en numerosos temas el autor reitere planteamientos y repita argumentos innecesariamente (introducciones historiográficas, tipologías, sellos anfóricos, estados de la cuestión, etc.). El problema, como digo, se hubiera solucionado sencillamente con haber publicado de manera independiente los dos volúmenes, ambos con suficiente entidad por separado.

Otras puntualizaciones son de orden conceptual y no empañan en absoluto la inestimable aportación del autor. Una primera es el empleo inapropiado de las palabras “barniz rojo” que singularizan a las cerámicas conocidas comúnmente como “tipo Kuass”. Como en el caso de las cerámicas fenicias de época arcaica, se trata en realidad de un engobe, y no de un barniz, pues las características de este tipo de revestimiento son la transparencia y la impermeabilidad, ésta última conferida por la vitrificación durante la cocción. En segundo lugar, el autor en ocasiones se refiere al uso del étnico turdetano como equivalente de indígena. Reconocemos que es una convención establecida por la historiografía arqueológica difícil de erradicar, pero no por ello dejar de ser inexacto tanto en su acepción cronológica como en la étnica. Turdetania es una región “artificial” de época romana que engloba en su territorio una gran diversidad étnica y formaciones socio-políticas dispares, e incluso fenómenos de hibridación en los que resulta muy compleja la clasificación cultural o étnica de determinadas comunidades con las escasas herramientas que nos proporciona la arqueología.

En síntesis, La producción cerámica en Gadir en época tardopúnica (siglos –III/-I) es una obra de consulta obligada y de referencia para aquellos interesados la historia del Extremo Occidente, en un momento en que estaba dejando de ser el límite de la ecúmene y comenzaba a integrase en un naciente imperio. Es de esperar que el autor y la Universidad de Cádiz sigan produciendo trabajos de esta calidad; así se acabaría con casi cien años de oportunidades perdidas.

Eduardo Ferrer Albelda

Departamento de Prehistoria y Arqueología
Universidad de Sevilla