http://dx.doi.org/10.12795/spal.2009.i18.01
http://dx.doi.org/10.12795/spal.2007.i16.01
http://dx.doi.org/10.12795/spal.2006.i15.01
Parodi Álvarez, M. J. (2006): “Arqueología española en Marruecos, 1939-1946. Pelayo Quintero de Atauri”, Spal 15: 9-20. DOI: https://dx.doi.org/10.12795/spal.2006.i15.01
Manuel J. Parodi Álvarez
Investigador. T.S. Miembro del Grupo de Investigación “La Bética y su Patrimonio Histórico”, HUM-323
Resumen: Pelayo Quintero de Atauri fue uno de los pioneros de la Arqueología española, andaluza y marroquí; su obra se extendió por dos Continentes a lo largo demás de medio siglo. En este trabajo queremos acercarnos a los rasgos de su perfil profesional en Andalucía y especialmente en el Norte de África, en Tetuán (1939-1946).
Abstract: Pelayo Quintero de Atauri was one among the first archaeologists in Spain, Andalousia and Morocco; his efforts developed in between two Continents all through more than half a Century. In this paper we try to understand his proffessional profile in Andalucia and specially in North Africa, in Tetuan (1939-1946).
Palabras clave: Norte de África, Marruecos, Arqueología, protectorado español, autoridad colonial
Key words: North Africa, Morocco, Archaeology, Spanish Protectorated, Colonial Authority.
Que Pelayo Quintero Atauri[1] (Uclés, Cuenca, 1867-Tetuán, Marruecos, 1946) fuera el “factotum” (o el “alma mater”[o “pater”]) de la Arqueología gaditana entre los años 10 del siglo XX y el comienzo de la Guerra Civil española es un aserto fuera de dudas. Que ocupó los cargos y tuvo las relaciones, superando los obstáculos, constituye igualmente una realidad[2]. Y, sin embargo, lo veremos marcharse de su entorno habitual, del que lleva siendo su mundo desde hacía décadas para encarar una nueva etapa en su ya extensa singladura vital, abandonando la Bahía de Cádiz, su puesto de director en el Museo de Bellas Artes (que retendrá, sin embargo), la presidencia de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes, la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz..., lo que constituía los referentes vitales del ucleseño, para llegar (con 72 años) a empezar una nueva singladura vital en una tierra nueva y distinta, a un paisaje no tan lejano como extraño, a Marruecos, al por entonces Protectorado de España en el Norte del país magrebí.
Puede resultar aventurado lanzar hipótesis de por qué y como consecuencia de qué Quintero Atauri debió marchar de Cádiz. Si hubiéramos de considerar en principio la probabilidad de que su marcha al Sur estuviera motivada exclusivamente por una voluntad e iniciativa del mismo Quintero, pronto descartaríamos tal hipótesis: Quintero no se marcha sólo por voluntad propia, y, al menos en apariencia (a juzgar por sus actos posteriores), se resiste (sentimentalmente) a marchar. Cuenta con el nombramiento como Director del Museo de Tetuán desde octubre 1939, pero no se hace cargo de las nuevas responsabilidades plenamente hasta 1940 en la ciudad Blanca (en parte quizá porque el Museo no se inaugurará hasta el verano de ese año). Se resiste en principio a conseñar los últimos materiales de sus excavaciones gaditanas, y protesta por la suspensión (aprovechando una breve ausencia de Quintero de la excavación motivada por enfermedad) de las que estaba realizando en los glacis de Puertas de Tierra en 1937, en plena Guerra Civil española (suspensión que sería llevada a cabo no sólo contra su voluntad, sino sin su conocimiento).
Al margen de que los avatares y circunstancias que rodearon la marcha de Quintero a África pudieran haber ejercido una acción negativa de cara a, por así decirlo, haber “desteñido” sus labores en Cádiz (o, mejor dicho, la trascendencia e imagen pública de dichas labores), contamos con algunos elementos merecedores de consideración. Y es que, en cualquier caso, Quintero es ya sobradamente un anciano en 1936, según los parámetros de la época[3]. Nacido en junio de 1867, el conquense cuenta al iniciarse la Guerra Civil con 69 años. Ha pasado ya su fase de madurez (como ser humano y como investigador), y está entrando en la de senectud, y pese a ello y sin embargo, se resiste a pasar a un segundo plano, a una esfera más “discreta” y más alejada de la actividad “en primera línea”, tanto desde la óptica de lo administrativo y de gestión, como desde la perspectiva del trabajo de campo[4].
Si A. Álvarez Rojas se refería a las dificultades de su áspero carácter y las consecuencias que esto podría acarrearle, mientras A. Sáez Espligares hacía mención de su posible adscripción a uno u otro movimiento pasado a la esfera de lo ilegal con el advenimiento del franquismo[5], no es menos cierto que Quintero se vio cogido entre dos fuegos: el de su voluntad de permanecer al frente de la esfera investigadora en el campo arqueológico de la provincia de Cádiz y el representado por las consecuencias de la Guerra Civil española. Quintero no era un hombre “del Régimen”. Si mantuvo su adscripción monárquica (recordemos su viejo cargo de Delegado Regio de Bellas Artes y de Turismo en la provincia de Cádiz, concesión directa de Alfonso XIII que databa de los años 20)[6] , y si ello le llegó a acarrear problemas con el franquismo[7], no resultaría tan extraño que todo ello le hubiera podido resultar, ciertamente, contraproducente (en un momento de merma de las libertades civiles como era el representado por un régimen totalitario y de corte fascista). Quizá su avanzada edad (72 años en 1939), unida al hecho de su extrañamiento respecto al nuevo régimen surgido de la contienda civil, así como la necesidad de dicho régimen por mantener bajo su estricto control (en la medida de lo posible) todos los ámbitos del saber[8] (con mayor empeño los de la administración), resultaran factores que jugaban dramática y definitivamente en contra de un Quintero rebasado por las circunstancias.
Quizá, simplemente y además (junto a todo lo anterior, que no es descartable), Pelayo Quintero estaba ocupando unos puestos que eran ambicionados por otros personajes de la escena gaditana, personajes mejor relacionados con el franquismo, personajes más jóvenes y pujantes que el ucleseño, personajes ascendentes –frente al sol en el ocaso del anciano Quintero– personajes que quizá jugaron sus cartas mejor de lo que Quintero Atauri jugó las suyas (si es que tenía cartas que jugar), y quizá, sólo quizá, estos personajes aprovecharon la situación (una situación que no era coyuntural, sino estructural) para hacer salir –literalmente– del ámbito gaditano a quien les “estorbaba” y venía a resultarles un relativo “obstáculo” a salvar para lograr la consecución de unos determinados (a la par que concretos y bien definidos) objetivos...
En relación con lo anteriormente expuesto diremos sólo, y como apunte colateral, que la presidencia de la Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz vino a recaer, tras ser abandonada por Pelayo Quintero (1939), en José María Pemán (“gloria literaria” de la época), mientras las responsabilidades en materia arqueológica en la provincia gaditana (tales como las equivalentes al antiguo puesto de “responsable [o “delegado-director”] de excavaciones”, o a la no menos reseñable presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos gaditana), convenientemente actualizadas (también en la nomenclatura a aplicar) y puestas en consonancia con la nueva situación estructural creada por el bando vencedor en la Guerra Civil, y la subsiguiente “reorganización” de las estructuras administrativas relacionadas con el Patrimonio Arqueológico (con, entre otras medidas, la institución de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, e.g.), vinieron a recaer en el hermano del anterior, César Pemán, a quien veremos convertido en el nuevo “comisario provincial de excavaciones arqueológicas” de Cádiz, desde 1940.
Será, precisamente, la directora del Museo Arqueológico de Cádiz por aquellas fechas, Concepción Blanco Mínguez, quien deje [aun ligera] constancia escrita de algunas de las tensiones y las situaciones negativas que debieron producirse en esos momentos en relación con Pelayo Quintero; por ella sabemos que Quintero no dejó de favorecer al Museo gaditano (en este caso al Arqueológico, no sólo al de Bellas Artes), y de este modo, y pese a todo, el conquense remitió (como donación o regalo) diversas publicaciones al referido Museo gaditano desde Tetuán en 1942, lo cual queda reflejado en la Memoria del citado año, aparecida el siguiente del Museo gaditano; del mismo modo, Blanco deja constancia de los ofrecimientos de Quintero para colaborar en diversas tareas de mejora del (y en el) Museo, como la definitiva instalación de una zona expositiva específicamente destinada a contener la recreación de las estructuras de necrópolis excavadas por él mismo, cosa que de acuerdo con lo que la misma Blanco especifica sólo podría hacerse con el concurso y la colaboración del que había sido [prácticamente] único excavador en Cádiz durante largos años, Pelayo Quintero Atauri (Blanco 1943: 104-ss.).
En el mismo texto, Blanco Mínguez deja igualmente constancia de la intención de incorporar al Museo Arqueológico gaditano la colección arqueológica hasta entonces conservada en depósito en el de Bellas Artes y reunida por su director, el Ilmo. Sr. D. Pelayo Quintero (que sería director del mismo aún, pese a su ausencia física), intención que sería preferente en los planes de la directora del Arqueológico y que, de acuerdo con su propio testimonio, contaba no sólo con el beneplácito del conquense, sino con su voluntad manifiesta y expresa de cooperación a tal fin y efectos; sin embargo, será igualmente la misma Concepción Blanco la que señale un dato cuando menos llamativo, al especificar que dichas intenciones no se han podido llevar a la práctica pese a los buenos deseos de Quintero y que se materializarían “...tan pronto cesen las circunstancias adversas que le han impedido ocuparse de la cesión” (Blanco 1943: 104). De la naturaleza, especificidad y carácter verdadero de tales “circunstancias adversas”, no tenemos noticia en el texto de Blanco (que no deja de ser, en fin de cuentas, un texto “oficial” al que no se le pueden pedir más detalles de los que ofrece), pero quizá dichas adversidades pudieron haber estado relacionadas precisamente con las razones íntimas y profundas de su marcha de Cádiz.
Fuera como fuera, Pelayo Quintero –a quien por aquellos años Navascués sigue llamando “Ilustrísimo señor don” cuando por escrito lo menciona (Navascués 1944)–, entregó finalmente 733 piezas, procedentes de sus excavaciones en Cádiz (desarrolladas, recordemos, entre 1915 y 1934/37, si hemos de contar el último y frustrado intento de trabajos de campo del año 1937), al Museo Arqueológico Provincial de Cádiz, dato recogido en la “Memoria-Resumen de la Inspección General”, publicada a su vez en el Volumen IV (de 1943) de las Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales (publicado en Madrid, en 1944), texto firmado por J.M. de Navascués, Inspector General; en el mismo Volumen, y en las páginas dedicadas a la “Memoria” correspondiente al Museo de Cádiz, su directora, la ya citada Concepción Blanco Mínguez, recoge igualmente el dato: el fruto del periplo gaditano de Quintero Atauri pasó a engrosar los fondos del Museo Arqueológico (que él mismo nunca llegaría a dirigir) en 1943 (Blanco 1944: 74-ss.). Y nuestro personaje cede las piezas, que formaban una colección “cobijada” (empleando la expresión de Blanco Mínguez) en el Museo de Bellas Artes [del que en 1943 Quintero aún es director, de acuerdo con su homóloga del Arqueológico gaditano], si bien reservándose el derecho a su estudio y definitiva publicación (condición aceptada por la directora del Arqueológico). De igual modo, Quintero vuelve a dar –nuevamente– pruebas de su buena disposición hacia el Museo Arqueológico de Cádiz al regalar 52 obras para la Biblioteca del mismo (de un total de 56 ingresadas en el año 1943).
Tras la marcha de Quintero Atauri de Cádiz se encuentra un cúmulo de factores que abarcan desde su avanzada edad hasta su más que escasa vinculación ideológica con el franquismo (su hipotética adscripción y lealtad monárquica habría de jugar, a corto plazo, en su contra), o la posible presión de determinados “elementos” del nuevo régimen ansiosos por hacerse con el control de los ámbitos (y cargos) hasta entonces ocupados por el de Cuenca en la gestión del Patrimonio Arqueológico gaditano. Parecería que Quintero debió, hasta cierto punto, resistirse a los hechos consumados, y quizá de ahí su renuencia a conseñar los fondos del Gabinete de Antigüedades del Museo de Bellas Artes durante unos años. Y parecería que esta resistencia desapareció en un momento determinado (tampoco podemos afirmar rotundamente las razones de este cambio de actitud), momento que podemos fijar en el año 1943, cuando el ucleseño contaba setenta y siete años, unos tres años antes de su fallecimiento (margen de tiempo que escaparía a su conocimiento, que él no podría saber). Quizá un Pelayo Quintero anciano, cansado (a quien restaban tan sólo dos años de actividad) terminó cediendo a las hipotéticas presiones que desde instancias superiores se le podrían haber estado dirigiendo.
En octubre del año 1939 ya Pelayo Quintero Atauri recibe los nombramientos de Inspector General de Excavaciones del Protectorado, así como de director del Museo Arqueológico de Tetuán, un museo del que ya hemos referido noticias anteriores (relacionadas con el propio Quintero y relativas al año 1923) (Parodi 2006, e.p.) pero que en estas últimas fechas (1939) está en pleno proceso de [re-]institución. No es quizá aventurar demasiado decir que a Quintero, para “sacarlo” de Cádiz, han de ofrecerle algo que le compense y que aparezca ante sus ojos como “sustancioso”, y ese “algo” va a ser la dirección del nuevo y flamante museo arqueológico tetuaní, que será definitivamente inaugurado precisamente el 19 de julio de 1940 (siendo los días 18 y 19 de julio fechas de referencia para el régimen franquista), ya con la presencia del conquense, así como la del Servicio Arqueológico de la Zona española en Marruecos.
Junto a la dirección del museo (a no confundir con el “Museo Marroquí” de Tetuán, museo etnográfico de la ciudad norteafricana), Quintero se responsabilizó asimismo, como venimos señalando, del Servicio de Arqueología de Tetuán, quedando por ello desplazado a la ciudad y provincia de Tánger[9] su predecesor en tierras tetuanís, el arqueólogo César Luis de Montalbán y Mazas, veterano en las lides de la arqueología de la región de Tánger-Tetuán, quien llevaba adscrito a dichos territorios desde principios de los años 20 y que había llevado a cabo su labor en las peores épocas de la presencia española en el Norte de África, coincidiendo con el período 1921-1925[10] (y quien continuaría sus labores en el ámbito más occidental de los territorios en cuestión, aunque en julio de 1936 sería inicialmente cesado en sus funciones, para ser reincorporado a las mismas, pero en un papel secundario, al término de la Guerra Civil).
Desde su misma llegada al nuevo puesto se suceden las campañas arqueológicas de Pelayo Quintero en África; ni la edad, ni la salud, ni las condiciones de su marcha de Cádiz iban a impedir al ucleseño dejar su impronta en Tetuán: Quintero excava ininterrumpidamente desde su misma llegada (desde su toma efectiva de posesión) en 1940 hasta que las fuerzas se lo permiten, siendo la de 1945 la última campaña (en Tamuda) directamente dirigida por él mismo, quedando la de 1946 (mismo año del óbito de Quintero Atauri) a cargo de C. Morán Bardón (ayudante de Quintero y sacerdote agustino), y de Cecilio Jiménez[11], secretario del museo teuaní y ayudante de Pelayo Quintero en los menesteres de su trabajo (de campo y gabinete), hasta su fallecimiento en Tetuán (el 27 de octubre de 1946).
Serían las normativas legales emanadas del reinado de Alfonso XIII las que vendrían a completar y complementar los pasos que el siglo XIX español había venido paulatinamente dando de cara a la organización de la gestión del Patrimonio Histórico, Monumental, Artístico y Arqueológico de España[12]. La Ley de Excavaciones Arqueológicas de 7 de julio de 1911 (y el desarrollo de la misma en el Reglamento de 1 de marzo de 1912 acerca de excavaciones y antigüedades) venía finalmente –y tras diversos intentos no culminados anteriores, como los de 1876 y 1883 (Maier 2004: 115-116)– a proporcionar una base tanto legal como organizativa a las labores arqueológicas [de campo y de gabinete], que se vería complementada con la creación de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades (creada en 1912 y que publicaría sus Memorias desde 1916) así como por el relanzamiento en 1918 de las Comisiones Provinciales de Monumentos (por Real Decreto de 11 de agosto de 1918), las cuales, creadas ya originalmente en la primera mitad del siglo XIX bajo Isabel II, por Real Orden de 13 de junio de 1844 (aunque con precedentes anteriores en el mismo reinado, como la creación del cargo de Inspector de Antigüedades en 1838, siendo nombrado como tal en Andalucía D. Manuel de la Corte y Ruano, correspondiente de la Real Academia de la Historia [R.A.H.], por R.O. de 9 de octubre de 1838 –en lo que vendría a representar el primer jalón de la instauración de una administración específicamente dedicada a la protección y gestión patrimonial en Andalucía) y reorganizadas en 1864-65 (bajo la tutela conjunta de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes) se verían ahora dotadas de un nuevo Reglamento (de 11 de octubre de 1918) bajo Alfonso XIII (Maier 2004: 100-ss.; López 2004: 363-ss.).
La región de Tetuán en Marruecos no se encontraría (al formar parte del Protectorado de España en el Norte de África) al margen de esta reglamentación legal y administrativa de la gestión del Patrimonio Arqueológico dimanada del Reino de España al cual se encontraba administrativamente ligada. De hecho, y de forma paralela a la dotación de normativas y reglamentos a partir del impulso inicial, que debemos situar en 1911 (con la Ley de Excavaciones aparecida en dicho año), el 30 de abril de 1916 se emite el Real Decreto (firmado por Alfonso XIII) de creación de la Junta Superior de Estudios Históricos y Geográficos de Marruecos, adscrita al [por entonces] Ministerio de Estado del gobierno español. Esta Junta (cuyos trabajos estaba previsto que hubieran de centrarse preferente pero no exclusivamente en las zonas del Protectorado) tendría como primero entre sus atribuciones y deberes el de “trazar el plan general de exploración geográfica y arqueológica y de investigaciones y estudios históricos”, intención que no podemos considerar sino ambiciosa para la época y los medios disponibles[13].
La normativa española se vería completada por la emitida por el representante del Sultán en el Protectorado, el jalifa, quien emitió un Decreto Vizirial creando la Junta Superior y Juntas locales para la conservación de monumentos artísticos e históricos de la Zona del Protectorado el 22 de abril de 1919 (documento que sería a su vez aprobado por el gobierno de España), con lo que se proporcionaba (al menos sobre el papel) una estructura regional y una red local a la gestión del Patrimonio Arqueológico, Monumental, Histórico y Artístico en el Norte de Marruecos ya desde principios del siglo XX[14]. Este Decreto Vizirial había sido precedido de un Dahir de 18 de agosto de 1913, “Relativo a la conservación de los monumentos y objetos artísticos e históricos”, igualmente emitido por las autoridades marroquíes[15].
Más adelante, un Real Decreto de 23 de marzo de 1927 (Alfonso XIII) creó la “Junta de Investigaciones Científicas de Marruecos y Colonias”, que vino a englobar en su ámbito de acción a la primitiva Junta creada por el precedente R.D. de 1916, mientras, y en lo que se refiere al Patrimonio árabe escrito, un Dahir de 1 de febrero de 1938 aprobó la creación de una comisión de investigación encargada de catalogar las obras literarias manuscritas existentes en la Zona del Protectorado; en 1938 se creaban la Biblioteca General y la Hemeroteca de Tetuán, mientras en 1939 se hacía lo propio con el Museo Arqueológico (inaugurado finalmente en 1940).
El 24 de abril de 1941 se creó, por Orden del Alto Comisario español en el Protectorado, el Patronato de Investigación y Alta Cultura de Marruecos, el cual englobó a la Junta Superior de Monumentos, mientras el 30 de abril de ese mismo año se reglamentó el funcionamiento de la Junta Superior y las Juntas Regionales y Locales, adaptando dicho funcionamiento a las normas rectoras del Patronato citado.
Estas serían las principales de entre las bases de carácter y naturaleza legal y administrativa (grosso modo) relativas a la gestión del Patrimonio Cultural (Arqueológico incluido) que debió conocer (y que debieron afectar a) Pelayo Quintero Atauri en su etapa en Marruecos, y las que vinieron a enmarcar el desenvolvimiento de su trabajo cotidiano en el Norte de África, sin olvidar la legislación española relativa al conjunto total del territorio del Estado.
Como se ha visto, el embrión de la estructura administrativa de gestión del patrimonio en el Norte de África bajo administración española germina inicialmente entre los años 1916 y 1919, con la creación de la Junta Superior de Estudios Históricos y Geográficos de Marruecos (1916) y de la Junta Superior de Monumentos Artísticos e Históricos (con sus respectivas delegaciones locales, en 1919), a cargo de la cual quedaron los trabajos de naturaleza arqueológica. Los primeros pasos de las campañas de excavación en los yacimientos arqueológicos de Tamuda y Lixus habrían dado comienzo en 1919 y 1922, respectivamente.
Pronto se registrarían –desde el punto de vista organizativo– dos hechos referenciales para el ulterior desarrollo y continuidad de las actividades de naturaleza arqueológica en la región de Tetuán y coincidentes en tiempo y espacio; de una parte, la inspección girada por M. Gómez-Moreno[16] a los territorios en cuestión; de otra, la llegada al Norte de África y el inicio de los trabajos de César L. de Montalbán y Mazas, antecedente de Quintero y responsable de las intervenciones arqueológicas en el antiguo Protectorado en los años 20 y 30 del siglo pasado.
Respecto a los trabajos arqueológicos de campo desarrollados en la etapa de Montalbán, es de señalar el predominio de las excavaciones por encima de otros posibles tipos de intervenciones (tales como prospecciones sistemáticas o asistemáticas, o labores de consolidación y restauración de monumentos y yacimientos). Montalbán, nombrado asesor técnico de la Junta Superior de Monumentos Artísticos e Históricos y con residencia en Larache, centraría sus esfuerzos –en lo que al trabajo arqueológico de campo se refiere– en los yacimientos de Tamuda, Lixus, Tabernae, Ad-Mercuri y M’zora, aunque no sería posible hablar de trabajo sistemático hasta 1926-1927 (coincidiendo con el R. D. de 23 de marzo de 1927 que determinó la creación de la Junta de Investigaciones Científicas de Marruecos y Colonias), una vez apaciguado el país tras la II Guerra de África y el desembarco de Alhucemas (1925).
César Luis de Montalbán y Mazas [17], uno de los primeros arqueólogos españoles con responsabilidades directas de trabajo de campo en Marruecos, excavó en Tamuda (Tetuán) y Lixus (Larache) desde casi misma llegada al Magreb de la nueva normativa: las campañas iniciales de este arqueólogo pionero (y controvertido) se fechan en 1921 (año del desastre de Annual) en Tamuda, junto a Tetuán, yacimiento que luego protagonizaría los esfuerzos principales de Quintero en lo que toca al trabajo de campo, y en el más occidental emplazamiento de la antigua ciudad de Lixus, junto al río Lukkus, igualmente a principios de la década de los 1920.
En cuanto a las instituciones culturales españolas que venían funcionando (o que comenzaron a funcionar) en la región de Tetuán por las fechas en las que Quintero comenzó a desarrollar sus labores en aquellas comarcas mencionaremos, siquiera brevemente, a la Hemeroteca y la Biblioteca del Protectorado, creados ambos organismos en 1938, o al Instituto General Franco para la Investigación Hispano-Árabe (cuya sede principal se establecería en Tánger)[18], contemporáneo de las anteriores (Pons 1998: 249-ss.; Díaz 2002: 143-ss.).
El panorama que encuentra Pelayo Quintero al llegar a Marruecos es el de unas estructuras en formación, que van contando con marcos legales y administrativos, pero que arrastran las penurias de la posguerra española y de la II Guerra Mundial. La tarea previa se ha repartido en varios yacimientos arqueológicos, en el reconocimiento y excavación de los mismos (como los de Lixus, Tamuda o M’zora, ya mencionados), en un esfuerzo fundamentalmente realizado desde la segunda mitad y los finales de los años 20 en adelante (esto es, en los 10-12 años anteriores al bienio 1939-40).
Si en el siglo XIX Marruecos, el Marruecos norteño, el que luego habría de estar organizado bajo la cubierta administrativa del Protectorado de España, había atraído a viajeros e investigadores aún imbuidos de un cierto espíritu romántico (como el alemán Barth o los franceses Charles Tissot y Henri de la Martinière, que había centrado su interés en la zona de Lixus), una de las primeras figuras españolas con nombre propio en lo relativo a la materia arqueológica en aquellos territorios fue Teodoro de Cuevas, vicecónsul español en Larache, cuyas experiencias (e.g., en Mezora) son anteriores a los de Montalbán [19]. Será precisamente César L. de Montalbán quien dé una primera carta de organización a las labores arqueológicas en el Protectorado, perteneciendo ya sus trabajos a la sistemática de la administración, a las tareas regladas y organizadas dependientes no de iniciativas más o menos aisladas, sino a un trabajo subordinado a unas estructuras administrativas.
Este perfil será a posteriori plenamente desarrollado por Pelayo Quintero Atauri. El de Cuenca será nombrado Inspector General de Excavaciones del Protectorado (con oficina radicada en Tetuán) ya en 1939, siendo esta Inspección por él dirigida la responsable de los trabajos de campo, y encontrándose bajo la dependencia de la Delegación de Cultura de la Alta Comisaría de España en el Protectorado. Esta Inspección sería heredera del “Servicio de Arqueología” que desde mediados-fines de los años 20 y hasta ese momento (o, más exactamente, hasta el inicio de la Guerra Civil española, en 1936) había venido desarrollando sus tareas en el Marruecos septentrional, Servicio asentado en Tetuán y encargado del estudio de las antigüedades preislámicas del territorio; habría dependido de la Junta Superior de Monumentos Históricos y Artísticos, estando a cargo de C.L. de Montalbán hasta la llegada de Quintero Atauri (Tarradell 1953-54: 8-ss.).
La tarea arqueológica (el trabajo de campo) de Quintero –frente a lo acometido por Montalbán– se centrará casi con exclusividad en el tetuaní yacimiento de Tamuda, quizá por la proximidad de este sitio arqueológico (antigua ciudad mauritana-prerromana y romana, sita a los márgenes del río Martil, por aquellos entonces a cinco Km. de Tetuán, aunque hoy los arrabales de la ciudad se han aproximado bastante al sitio). En las seis campañas que, de forma sucesiva y anual, se emprendieron bajo la directa dirección de P. Quintero (con quien en distintos momentos colaboraran tanto el agustino C. Morán como el secretario del museo, C. Jiménez –o Jimeno, o Gimeno) en Tamuda (entre 1940 y 1945), se amplió la zona prospectada y excavada anteriormente en el referido yacimiento, poniéndose de relieve la importancia del mismo, y aumentando (fruto de los trabajos de dichas campañas) el volumen de los fondos materiales del Museo Arqueológico tetuaní.
Tamuda absorbió las energías (que no habrían de ser ya muchas) del ucleseño, y al estudio de dicho yacimiento consagró los últimos años de su vida, pero sin descuidar otras facetas de su actividad: es de recordar cómo seguía ejerciendo su dirección en el Museo de Bellas Artes gaditano, cómo se ofrecía a colaborar con la dirección del Arqueológico de Cádiz, cómo finalmente cedía las piezas del antiguo gabinete de antigüedades del de Bellas Artes al Arqueológico gaditano o cómo mantenía relaciones (cordiales y dentro del mejor espíritu de colaboración) con otros museos españoles de la época, de lo cual deja constancia con sus propias palabras (en la “Memoria” de dicho Museo de 1945), por ejemplo, la directora del Museo de Granada, Joaquina Eguarás Ibáñez, quien habría visitado el Museo de Tetuán en varias oportunidades –ya bajo la dirección de Quintero– y habría conseguido una donación de las autoridades de la Alta Comisaría (entre las que se contaba el mismo Quintero como responsable del Servicio de Arqueología y director del Museo de Tetuán) para el Museo de Granada de materiales procedentes del ámbito tetuaní; Quintero habría asimismo donado algunos objetos a título personal al museo granadino (Eguarás 1946: 68-ss.).
Las Memorias de las Excavaciones de Tamuda dejan constancia de los hallazgos y de los avances de la investigación arqueológica realizados en esas seis campañas (y están recogidas en la Bibliografía que acompaña estos párrafos, infra)[20]. Por lo que respecta a las publicaciones de nuestro investigador, su actitud siguió siendo básicamente la misma en Tetuán que en Cádiz: difundir y divulgar lo más posible los frutos de su trabajo; de este modo, diversos estudios de su autoría (no sólo los representados por las referidas Memorias) vieron la luz en este período marroquí (vid. Bibliografía), publicados en el Archivo Español de Arqueología, en las páginas editadas por el entonces Instituto General Franco, en la revista Mauritania (publicación divulgativa a la par que órgano de difusión de los franciscanos en la región) y prácticamente en cuanto medio pudo estar a disposición del ucleseño.
Por lo que atañe al Museo de Tetuán, es de mencionar cómo se registraba correspondencia entre esta institución y la Comisión Provincial de Patrimonio de Cádiz ya en los primeros años 20 del siglo pasado. De este modo, podemos señalar cómo en la sesión del 10 de julio de 1923 de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz, la presidencia de la misma, ocupada por Pelayo Quintero de Atauri, dio a conocer una carta dirigida a la referida Comisión por el Director del Museo Arqueológico de Tetuán (sic) en la que éste informaba a la misma acerca de la existencia de “vestigios de seguros descubrimientos de Arqueología en terrenos de propiedad particular de la ciudad de San Roque”[21], lo que deja de manifiesto las relaciones de Quintero (como presidente de la referida Comisión, es de entender, además de por sus personales prestigio y contactos) no sólo en el ámbito provincial gaditano, sino incluso más allá del Estrecho de Gibraltar, en el mismo Norte de África que, andando el tiempo, debía acoger a este castellano de forma definitiva; tal circunstancia y carta podría precisamente haber obedecido a la llegada de Montalbán a tierras tetuaníes y al comienzo de sus trabajos arqueológicos.
Precisamente a raíz de la puesta en marcha de los trabajos de campo sistemáticos (plus minus) por C.L. de Montalbán en los años 20, se observó la necesidad de contar con un Museo que pudiera albergar adecuadamente los materiales hallados en dichas prospecciones y excavaciones (materiales que hasta entonces eran almacenados en distintas dependencias de las ciudades de Larache y Tetuán). Vistas las circunstancias que incurrían, se decidió habilitar como Museo unas dependencias en un edificio de la calle de Mohammed Torres (en el entonces nº. 7), en Tetuán, en las que habría quedado instalado el Museo en noviembre del año 1931[22]; en 1938 se decidió su traslado, al resultar insuficientes las citadas instalaciones, y en 1939 iniciaron las obras del nuevo Museo, construido en la calle Mohammed ben Hossain, en la intersección entre las áreas de influencia de las zonas urbanas del Ensanche español y la Medina de Tetuán. El nuevo Museo Arqueológico de Tetuán, inaugurado el 19 de julio de 1940 (Zouak, 2006, 343-ss.), tuvo un primer director en la persona de P. Quintero desde casi un año antes de la fecha de su inauguración, desde octubre de 1939, fecha del nombramiento del mismo (que en tal fecha había sido nombrado a la vez Inspector de Excavaciones y director del Museo Arqueológico de Tetuán), en sustitución de César Luis de Montalbán, quien había cesado en sus funciones en julio de 1936 (y quien no volvería a recuperar algunas de dichas funciones hasta finalizada de la Guerra Civil, coincidiendo con la llegada de Quintero a Marruecos).
Con Pelayo Quintero se conseguiría conformar un primer Museo funcional (al estilo de la época), que sirviera no sólo como “depósito de colecciones”, sino, y de la mano del desempeño del conquense como Inspector General de Excavaciones del Protectorado, como núcleo vinculado a la investigación arqueológica de campo, como matriz de la investigación sobre el terreno. Igualmente, y desde 1943 (año en el que los Museos de la clase al que estaba adscrito el de Tetuán –los no servidos por el Cuerpo Facultativo de archiveros, arqueólogos y bibliotecarios– se incorporaron anualmente al conjunto de las Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales), Pelayo Quintero Artauri cumplió con el procedimiento, de forma que en los años en los que se mantuvo al frente del Museo (esto es, los que le quedaron de vida), Tetuán estuvo siempre en el número correspondiente de la periódica edición de las referidas Memorias.
Quintero dedicó al Museo Arqueológico de Tetuán y a la protección e investigación del Patrimonio Arqueológico en la región tetuaní los últimos años de su vida. Siquiera por esto (que no constituye su único mérito), este pionero de la arqueología andaluza, española y marroquí, es merecedor del respeto de quienes han seguido la senda que él emprendiera en el campo de los trabajos históricos y arqueológicos concernientes a estos ámbitos geográficos y culturales. De su labor aún queda constancia en la memoria y en la bibliografía histórica del Norte de África, en una muy superior medida a la que conservamos en Andalucía. Sus trabajos, adscritos al método y el carácter de una época (los finales del siglo XIX y los principios del XX) se insertan en esa fecunda corriente mezcla de lo mitológico y lo aventurero que coronaba los esfuerzos de los Carter, los Mallowan, los Burkhardt, los Champollion, los Paris, los Gómez-Moreno, los Schulten, los Schliemann, los Bonsor, los La Marmora y tantos otros personajes que poco a poco, con las virtudes y los defectos propios de sus caracteres y de las épocas en las que les tocó vivir fueron forjando peldaño a peldaño la escalera ascendente de los estudios arqueológicos e históricos en este entorno del Mediterráneo Occidental, Central y Oriental, así como en una y otra orillas de este espacio común que era y es el Fretum Gaditanum.
APÉNDICES
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[1] Hemos tenido ocasión de aproximarnos a la figura de Pelayo Quintero de Atauri gracias al concurso de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, del Observatorio Cultural “VIGíA” de la Excma. Diputación Provincial de Cádiz y del Ministerio de Cultura del Reino de Marruecos a través de su Delegación Provincial en Tetuán, con cuyo responsable, el Dr. M. Zouak, director asimismo del Museo Arqueológico de Tetuán, nos reconocemos en deuda por su amabilidad y las múltiples facilidades prestadas para el curso de la investigación y la elaboración de este trabajo.
[2] Sobre la labor de Pelayo Quintero en Cádiz hemos tenido ocasión de presentar la comunicación titulada “Pelayo Quintero: Arqueología en las dos orillas del Fretum Gaditanum”, en el “XVII Convegno dell’Africa Romana”, tenido en Sevilla, en diciembre de 2006 (Actas e.p.); hasta el momento no existe ningún estudio específico de conjunto sobre este arqueólogo de finales del XIX y principios del XX, si bien es E. Gozalbes Cravioto (vid. Bibl. adjunta) quien ha abordado hasta el momento con mayor detenimiento el papel desempeñado por Quintero en el antiguo Protectorado.
[3] Y según los que, básicamente rigen aún hoy el sistema de pensiones español.
[4] De hecho no lo hará: morirá “con las botas puestas” (si se permite la licencia de la expresión coloquial) y en pleno ejercicio de sus cargos y responsabilidades en el trabajo de gabinete y de campo, aunque ciertamente mermado por lo avanzado de su edad (fallece con 79 años, edad avanzada para la época) y la enfermedad, que le alejarán de la campaña de excavaciones en el yacimiento de Tamuda durante el último año de su vida, en 1946.
[5] En ambos casos se trata de referencias de palabra que agradezco a los interlocutores mencionados, respectivamente director del Museo Provincial de Cádiz en la fecha de la reunión con él sostenida (a la redacción de estos párrafos –enero de 2007– asumía su responsabilidad como director del Museo de Bellas Artes de Sevilla) y subdirector del Museo Municipal de San Fernando (Cádiz).
[6] Por no hablar de los reconocimientos a su trabajo materializados en diversas condecoraciones otorgadas por Alfonso XIII a lo largo de su reinado, como la encomienda de número de Alfonso XII o la Gran Cruz de Isabel la Católica (Jiménez 1947).
[7] Como sostiene Gozalbes 2003: 142, quien tilda a Quintero de “conservador y monárquico”, y señala que tuvo problemas con el filofranquista Martínez Santa-Olalla, quien, recordemos, llegaría a ser responsable de la Comisaría Nacional (o General) de Excavaciones Arqueológicas: mal enemigo en mal momento; sin ánimo de entregarnos a interpretaciones post quid, quizá Quintero y Martínez Santa-Olalla representaban dos mundos muy distintos y enfrentados entre sí al fin de la Guerra Civil: el uno, un monárquico en la línea con la tradición católica y conservadora española, el otro, un “filonazi” (Gozalbes 2003: 142, lo llama “fascista pro-nazi”), camisa vieja de la Falange, representativos ambos uno de la “España vieja” y otro de la “España nueva”, según la terminología falangista al uso en la época; ambos podían muy bien considerarse traidores: para Quintero, quizá Santa-Olalla pertenecía a un mundo ideológico traidor a la Monarquía y al orden tradicional español, mientras quizá para Santa-Olalla Quintero se identificaba con una España y una Monarquía “caducas”, cuyo fracaso político (el fracaso de la Restauración y del sistema canovista), social y económico (ergo, cuya “traición” –por fracaso) había coadyuvado al advenimiento de la II República.
[8] Para un caso concreto de la aplicación de la “maquinaria” franquista al ámbito educativo en el contexto de la provincia de Cádiz ya durante la Guerra Civil, véase Parodi y Parodi (2001).
[9] Tánger, núcleo que gozaba del estatuto de “ciudad internacional”, y no adscrita al Protectorado español en Marruecos inicialmente, fue ocupada (“liberada”, de acuerdo con la terminología de la dictadura) por las tropas franquistas el mismo día de la entrada de la entrada del ejército del III Reich en París, en 1940.
[10] Entre la matanza de Annual (1921) y el desembarco de Alhucemas (1925), en el pleno desarrollo de la II Guerra de África (si la I G.Á. es la de 1860-1865).
[11] O “Gimeno”, o “Jimeno”: el apellido aparece de las tres formas en la documentación; hemos preferido “Jiménez” puesto que así firma él mismo la necrológica de Quintero publicada en la Memoria de los Museos del año 1946 –publicada el año siguiente (Jiménez 1947); el P. Morán fue responsable de diversas intervenciones arqueológicas y publicaciones en la Península como el África; personaje de singular perfil, fue autor asimismo de una novela, “Vicentuco”, dedicada de su puño a Quintero Atauri, así como de estudios de carácter etnológico centrados en tierras castellanas.
[12] Sobre la Bibliografía referida al estado de la cuestión en el siglo XIX, señalaremos sólo tres obras de conjunto y un trabajo específico: M. Belén y J. Beltrán, eds. (2002); J. Maier y J. Salas (2000); M. Díaz-Andreu (2002); J. Maier Allende (2004).
[13] BRAH LXVIII, 1916. Documentos Oficiales II, pp. 642-645.
[14] BRAH LXXIV, 1919. Cuaderno VI, junio. Documentos Oficiales II, “Decreto Vizirial creando la Junta Superior y Juntas locales de Monumentos Históricos y Artísticos en Marruecos”, pp. 546-549.
[15] Dahir en el que se apelaba a la calidad ética y moral de los creyentes musulmanes para proteger el Patrimonio sosteniendo que era propio del buen creyente proteger las huellas del pasado.
[16] Fruto de la cual sería el texto “Descubrimientos y antigüedades en Tetuán”, aparecido originalmente en el Suplemento al Boletín Oficial de la Zona de Protectorado Español en Marruecos [noviembre de 1922]. Madrid, 1922, y que luego sería recogido igualmente más tarde en la Revista Hispano-Africana, enero-febrero 1924 (pp. 9-15). Cfr. E. Gozalbes Cravioto (2005: 329-ss).
[17] A quien E. Gozalbes no vacila en tildar de “peculiar personaje”; cfr. E. Gozalbes Cravioto, (2003: 137, e.g).
[18] Para la evolución de las instituciones y los organismos de estudios árabes en España (desde las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada [1932, sobre proyecto de 1908], hasta el Instituto General Franco, el posterior Instituto Hispano-Árabe de Cultura y el Instituto de Cooperación con el Mundo Árabe [ya a finales de los años ochenta del siglo XX]), Díaz (2002: 143-ss.).
[19] T. de Cuevas y Espinach, “Estudio General sobre geografía, usos agrícolas, historia política y mercantil, administración, estaística, comercio y navegación del Bajalato de Larache y descripción crítica de las ruinas del Lixus romano”, en Boletín de la Real Sociedad Geográfica, 15, 1883; igualmente sobre el particular Gozalbes (2006: 330), de quien nos reconocemos deudores en lo referente a la referencia sobre de Cuevas.
[20] Se ha achacado alguna vez a Quintero precisamente que se esforzase casi únicamente en el yacimiento de Tamuda, recriminándosele el haber “descuidado” el resto del territorio bajo su responsabilidad. Es de estimar que las condiciones de edad y salud de Pelayo Quintero debieron hacer ya sobradamente difícil su labor en las inmediaciones de Tetuán como para (máxime contando con los medios de transporte y las comunicaciones de la época) haber hecho posible que, con la misma intensidad, se hubieran podido desarrollar –por su parte– trabajos de campo en el resto del territorio del Protectorado.
[21] Este apunte (recogido en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz. 2ª. Época. Núm IV. Años 1923 y 1924, pg. 16) resulta especialmente interesante por varios motivos: refleja las conexiones de Quintero ya en 1923 con Tetuán y el Protectorado; muestra claramente sus relaciones en el marco de la Arqueología gaditana (no en vano es el presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, esto es, del organismo dedicado a la gestión del Patrimonio monumental y arqueológico de la provincia); este texto revela asimismo una de las primeras noticias acerca de la existencia de los que debían ser los restos del yacimiento de Carteia (es de especificar que la referida Comisión facultó a su presidente –una vez más, Quintero– para hacer gestiones cerca del propietario de aquellos terrenos sanroqueños, destinando a tales fines las 2.000 pesetas [y pesetas de 1924] destinadas a la continuación de las excavaciones que se venían realizando en el Barrio de San Severiano de la capital gaditana; finalmente, resulta asimismo interesante este apunte porque revela la existencia de un “Museo Arqueológico de Tetuán” ya en 1923; de otra parte, y ello no obstante, E. Gozalbes (2005b: 235, n. 36) recoge la referencia a la inauguración del “Museo Arqueológico de Tetuán” en 1926 [Sin autor: “Inauguración del Museo Arqueológico de tetuán”, texto publicado en el nº. 17 de la Revista de Tropas Coloniales, 1926, pg. 100]. En cualquier caso, el Museo Arqueológico tetuaní, en el edificio en el que se mantiene su sede, fue inaugurado en julio de 1940, bajo la dirección de Pelayo Quintero Atauri. Pero parece ser que ya varios lustros antes de dicha fecha debía existir una instalación merecedora de esa denominación.
[22] De todos modos, alguien debió tener la responsabilidad de la dirección de dicho Museo (aun cuando las instalaciones de la calle Mohamed Torres no estuvieran en activo hasta finales de 1931) en 1923, cuando se registra la correspondencia a la que venimos haciendo referencia, y ese alguien debió más que posiblemente ser César L. de Montalbán.