Samuel Nión-Álvarez
Grupo de Investigación Síncrisis: Investigacións en formas culturais.
Departamento de Historia, Universidade de Santiago de Compostela.
Praza da Universidade, 1. 15703 Santiago de Compostela, A Coruña.
samuelnionalvarez@gmail.com 0000-0001-9717-2383 AAV-4774-2021
(Responsable de correspondencia)
María Guadalupe Castro González
Grupo de Investigación Ecopast. Departamento de Historia.
Universidade de Santiago de Compostela. Praza da Universidade, 1. 15703 Santiago de Compostela, A Coruña.
guadalupe.castro@usc.es 0000-0002-4061-0407 AAW-5717-2021
Marco Antonio Rivas Nódar
Arqueólogo municipal. Oficina técnica de A Grela, Concello de A Coruña. Calle Newton, 18. 15008 A Coruña.
marivasnodar@gmail.com 0000-0001-7204-0579 4634423/
Resumen La siguiente publicación tiene por objeto realizar una revisión de Príncipe 17 (A Coruña), solar excavado en el año 2007. A pesar de haber pasado desapercibido en su momento y de no contar con una estratigrafía particularmente esclarecedora, este yacimiento ofrece resultados transcendentales para la comprensión de las primeras fases de ocupación de la península de A Coruña. Se trata del primer contexto arqueológico publicado que parece determinar la existencia de una fase de ocupación anterior a la conquista de Roma dentro del ámbito de la ciudad vieja coruñesa. Esta afirmación supone tener que replantear las interpretaciones realizadas hasta el momento, y permite explorar nuevas hipótesis acerca de la evolución histórica de la ciudad herculina.
En este sentido, se realizará una revisión del estado de la investigación en lo relativo a los orígenes del asentamiento romano de Brigantium, que nos permitirá entender cuáles son las posturas planteadas y qué nuevas vías de interpretación podemos explorar. Con estas perspectivas, se planteará un estudio material del yacimiento con dos objetivos bien definidos: por un lado, definir y situar su registro arqueológico en su tiempo y en su espacio; por el otro, explorar sus implicaciones dentro de los procesos sociales e históricos del enclave.
Palabras clave Brigantium, arqueología urbana, Noroeste peninsular, Gallaecia, Edad del Hierro.
Abstract The following paper has the aim to assess the archaeological site of Principe 17 (A Coruña). Despite its stratigraphical simplicity, it offers remarkable insights on the first phases of the occupation of the A Coruña peninsula. In this area, Principe 17 is the first published archaeological context that suggests the existence of an occupation phase before the Roman conquest. This affirmation encourages a reassessment of the interpretations made up to that time, as well to explore new hypotheses about the historical evolution of the city.
Thus, a review of the state of research regarding the origins of the Roman settlement of Brigantium will be developed. It will permit to acknowledge different issues regarding the current state of the research as well as potential paths of interpretation to be explored. Following these guidelines, a study of the archaeological record is proposed, setting out two specific aims: on the one hand, to identify and locate this record in its time and space; on the other, to assess its implications within the social and historical processes of the site.
Key words Brigantium, urban archaeology, NW Iberia, Gallaecia, Iron Age.
Fecha recepción 11/5/2020 Fecha aceptación 11/12/2020
Nión-Álvarez, S., Castro González, M.G. y Rivas Nódar, M.A. (2021): “Una puerta a la ocupación prerromana de A Coruña: el yacimiento de Príncipe 17”, Spal, 30.2, pp. 124 - 157. https://dx.doi.org/10.12795/spal.2021.i30.20
2. Contextos materiales y textuales: primeras evidencias de ocupación
3. Deconstruyendo el pasado de Brigantium: viejas intervenciones, nuevas hipótesis
4. El yacimiento de Príncipe 17
4.1. Estratigrafía y registro material
4.2. Cerámica de tradición indígena
4.2.4. Patrones decorativos 151
Figura 1. Localización de la zona de estudio.
Figura 3. Ánfora tardopúnica y borde “tipo Vigo” de Tinajas 24.
Figura 4. Localización del inmueble de Príncipe 17 y plano de la intervención.
Figura 5. Cantidad de fragmentos por producción.
Figura 6. Plato (1), vaso (2) y cuenco (3) documentados entre la cerámica del Hierro.
Figura 8. Ollas de perfil aristado y cuello corto (1), y de cuellos de paredes rectas (2).
Figura 10. Ollas de perfil flexionado en forma de globo (1) y en forma de S (2).
Figura 11 (a). Diseños decorativos de la cerámica castreña del yacimiento.
Figura 11 (b). Diseños decorativos de la cerámica castreña del yacimiento.
El pasado arqueológico de Brigantium (A Coruña) ha sido una materia de gran fascinación, análisis y debate arqueológico (Naveiro, 1988; Bello, 1991b; Vázquez, 1991; Bello y Gómez, 1994; Pérez, 2002; López, 2008; Vázquez, 2008; Nión-Álvarez, 2019). El debate se ha centrado, principalmente, en el esbozo de un retrato más o menos complejo del origen y desarrollo del asentamiento en época altoimperial. No obstante, las investigaciones sobre los inicios de la ocupación en este enclave presentan un alcance interpretativo limitado y difuso, debido, principalmente, a las complicaciones del registro y a la ausencia de estudios y publicaciones sobre las intervenciones arqueológicas más recientes. En este trabajo, intentaremos explorar nuevas posibilidades para la comprensión de las primeras ocupaciones de la península coruñesa. Para ello, contamos con abundante información proporcionada por distintas intervenciones realizadas en el casco antiguo coruñés durante los últimos 20 años, en su mayoría, actuaciones de carácter urbano acordes a dicho planteamiento (Nión-Álvarez, 2019, p. 41), que proporcionan datos novedosos que apenas han sido objeto de estudio y síntesis.
En la actualidad, y a pesar de encarnizados debates a lo largo del siglo pasado que no retomaremos aquí (Murguía, 1948; Torres, 1981; Bello, 1991b; Vázquez, 1991; Franco, 2001), existe un consenso académico notable sobre la correspondencia de Brigantium respecto al núcleo urbano galaicorromano documentado bajo el subsuelo de la actual Coruña (Pérez, 2002; López, 2008; Nión-Álvarez, 2019). Brigantium es bien conocida por ser una mansio de la Vía XX del Itinerario de Antonino, así como un núcleo poblacional bien documentado por autores clásicos como Ptolomeo (II.6) u Orosio (Hist.Adv.Pag. I.2 69-72). Aparentemente, se trata de uno de los asentamientos romanos de época altoimperial de mayor relevancia en todo el conventus lucense, con función de centro administrativo respecto a su hinterland y con una extensión que, en los primeros siglos tras el cambio de era, puede rondar las 20 hectáreas (Nión-Álvarez, 2019). Todo indica, a priori, que sus principales atribuciones serían administrativas y portuarias, aprovechando las condiciones privilegiadas para la navegación marítima que proporciona su entorno (Naveiro, 1994; Pérez, 2002; San Claudio, 2003). No obstante, debemos tener en cuenta que las evidencias de intercambios comerciales a media-larga distancia son bastante escasas (López, 2004; 2008, Nión-Álvarez, 2019), y las actividades productivas documentadas distan de aproximarse a las registradas en otras regiones galaicas, como es el caso de Vigo y su entorno (Fernández, 2016; Iglesias et al., 2017). En este sentido, los datos actuales no permiten considerar al Brigantium altoimperial como un espacio portuario enfocado al comercio.
Sus vínculos con la administración imperial y con la gestión e intendencia de sus recursos son bastante más claros. Los argumentos para esta afirmación son abundantes: su buena situación como puerto de recalada (Naveiro, 1994; Bello, 2008; Nión-Álvarez, 2019), las evidencias epigráficas que manifiestan la presencia de exactores (Bello, 1991b; Rodríguez-Colmenero, 2005), su auge y crisis en clara consonancia con las dinámicas del tráfico marítimo de Occidente (Bello, 2008; Nión-Álvarez, 2019), un contexto “social y culturalmente romano” visible a nivel epigráfico con una significativa presencia de libertos imperiales (Balil, 1977; Rodríguez-Colmenero, 2005; Maroto, 2016) o la existencia de cultos netamente romanos inexistentes en el contexto inmediato de la zona. Todos estos puntos permiten destacar el papel de lo administrativo como un elemento clave en el auge y estructuración de este asentamiento. Es necesario mencionar que las características de Brigantium se corresponderían con las de un enclave “menor” en otras regiones en las que el desarrollo urbano bajo el mundo romano es mucho más profuso. En el contexto que nos ocupa, sin embargo, este enclave se pone de manifiesto como un centro político y administrativo relevante, especialmente si atendemos a la limitada presencia de otros ejemplos equiparables durante el Alto Imperio.
Tras un cierto declive a lo largo del s. III d.C., la ciudad experimentará un nuevo repunte en el último tercio de este siglo y a lo largo de los siguientes (Nión-Álvarez, 2019, pp. 67-68). Este proceso, al que apenas hemos iniciado a acercarnos, evidencia un claro proceso de reformulación de Brigantium, en clara relación con la profunda reconstrucción acontecida en el contexto urbano de la Gallaecia, donde se comenzarían a explorar distintas formas de estructuración social y económica en pleno proceso de reorganización del territorio (Sánchez-Pardo, 2008, p. 412; 2010).
El actual estado de la investigación sobre Brigantium ofrece una visión del poblado más o menos comprensible para su desarrollo durante el Alto Imperio. No obstante, las evidencias ocupacionales anteriores al I a.C. han ofrecido muchos más problemas para la investigación arqueológica, que no ha podido ofrecer una solución sólida para comprenderlas e integrarlas en un relato que las relacione con sus fases de ocupación posteriores. Debemos tener en cuenta, no obstante, que las características edafológicas de la Ciudad Vieja de Coruña son particularmente problemáticas. Los suelos de esta zona se caracterizan por una potencia muy escasa, lo que se ve acentuado por la intensa actividad humana desarrollada a lo largo de los dos últimos milenios (Nión-Álvarez, 2019, p. 43). La mayoría de los restos arqueológicos de la zona han sido muy alterados a lo largo del tiempo, y la propia disciplina ha experimentado grandes dificultades para acceder a contextos arqueológicos en primario, especialmente a aquellos de mayor antigüedad.
Como hemos comentado, los restos arqueológicos más antiguos de la península coruñesa han supuesto grandes problemas para su contextualización en la narrativa general del asentamiento. Los primeros restos documentados se recuperaron en las inmediaciones de la Torre de Hércules, limitándose a un fragmento de Campaniense C, una moneda de Publio Carisio (que puede datarse entre el 25 y el 23 a.C., durante su mandato como legado augusto en la Lusitania) y un posible fragmento de cerámica gaditana de barniz rojo (Bello et al., 1995, p. 55). Estos materiales, documentados por Luis Monteagudo en 1945 (Monteagudo, 1990, p. 25, Bello, 1991c, pp. 165-167), fueron recuperados ajenos a un contexto primario, en un nivel post-deposicional provocado por diversas obras públicas (Bello, 1991b, p. 166). De mayor entidad son los materiales documentados en la bahía coruñesa, recuperados tras el dragado del puerto en el área costera del Parrote. Estudiados por Juan Naveiro, estamos ante un conjunto en el que las tipologías mejor representadas son las Dressel I, que conforman casi la mitad de los ejemplares identificados (dato significativo, pues el espectro cronológico de dicho estudio alcanza hasta la Edad Moderna: Naveiro, 1981; 1982). En menor medida, también se documentaron distintas tipologías de ánforas denominadas como “tardopúnicas” (mayoritariamente, identificadas con las formas Ramón T-7433 o T-4225; 1981), las cuales suponen un 15% del total, así como algunos fragmentos de T-12112, de escasa representación porcentual.
Dentro del espacio urbano del asentamiento, los hallazgos se circunscriben en exclusiva a la Ciudad Vieja. Los primeros restos documentados fueron unos fragmentos de cerámica campaniense en la Calle Alfonso IX, recuperados por Salvador Correa (Bello, 1991c, p. 169, Pérez, 2002, p. 112). Más significativos son los recuperados en la intervención realizada en la Plaza del General Cánovas Lacruz (actualmente Praza do Parrote) (Vázquez, 1995). En un complejo contexto estratigráfico, donde se superponen estructuras de cronologías altoimperiales, tardorromanas y medievales, se documentarían diversos materiales anfóricos de cronologías anteriores al cambio de era, destacando varios fragmentos de Dressel I (Vázquez, 1995, p. 137). Tras una breve revisión de estos contextos, y a modo de propuesta preliminar, podemos añadir a este conjunto la existencia de varios fragmentos de campaniense A y B, cerámica de importación mediterránea y diversos recipientes de almacenaje de filiación indígena y características morfotécnicas prerromanas. También se verificó la mencionada existencia de varios ejemplares de Dressel 1a y 1c.
En pleno transcurso de esta investigación, hemos podido detectar otros solares con evidencias materiales coetáneas. Los casos más significativos, además del que ahora nos ocupa, son los yacimientos de los inmuebles Santo Domingo 6 y Tinajas 24. Santo Domingo 6 ha proporcionado un registro tan amplio y de tal magnitud que impide que nos detengamos ahora en él. Baste mencionar que fueron recuperadas más de 17000 piezas (Nión-Álvarez, 2019, 50), un contexto totalmente excepcional y sin parangón en la arqueología urbana coruñesa que, sin duda, demanda un estudio sistemático como el que aquí proponemos para Príncipe 17, pues no son pocos los indicios que podrían retrotraer sus inicios al s. II a.C. (o incluso antes: Nión-Álvarez, 2021, pp. 529-530). Tinajas 24 ofreció resultados semejantes en sus cronologías, pero mucho menos espectaculares. En este solar, fueron recuperados un fragmento de cuello de T-7433 y un borde de una vasija de almacenaje “tipo Vigo”, aunque ajenos a sus contextos primarios de deposición (Nión-Álvarez, 2021, p. 529), entre otros fragmentos de cerámicas indígenas y de importación mediterránea, en mal estado de conservación y de complicada definición.
No obstante, las primeras evidencias puestas de manifiesto por la investigación no han sido arqueológicas, sino textuales. Los textos clásicos ofrecen informaciones que podemos y debemos comprender de forma conjunta con el registro arqueológico, pues ambas son fuentes primarias que, a través de distintas metodologías, pueden ofrecer valiosa información para comprender nuestro pasado. Para este caso, es de especial relevancia el siguiente pasaje de Dión Casio (37.53.4), cuyo contenido despertó gran interés a la hora de identificar el origen de Brigantium (Barreiro, 1986; Romero y Pose, 1988, p. 109; González-García y Brañas, 1995, p. 23; Balboa, 1996) y que sitúa algunas de las acciones de Julio César en el 61 a.C.:
«Después, César, haciendo venir una barcaza desde Gades, atravesó con todo su ejército, y sin lucha, sometió a todos que estaban en una mala situación por falta de víveres. Y desde allí, navegando a lo largo de la costa, hacia Brigantium, ciudad de la Gallaecia, los atemorizó y sometió por el rugido de su embarcación, pues jamás habían visto una escuadra».
Más adelante analizaremos las implicaciones de este fragmento.
En cuanto a la respuesta de la academia ante estas escasas evidencias, las posiciones son diversas. Algunos investigadores optan simplemente por no considerarlas, llevando los inicios de la ocupación de este asentamiento en plena época altoimperial, ya sea de forma laxa en algún punto a lo largo del siglo I d.C. (Vázquez, 1991, p. 39, Pérez, 2002, p. 117) o incluso en pleno II d.C. (San Claudio, 2003, p. 121). Otros autores, a pesar de reconocer la existencia de materiales del II y del I a.C., niegan la posibilidad de una ocupación indígena anterior a Roma (Bello, 1991a, p. 45, Bello et al., 1995, pp. 49-53); relacionando estos materiales con la llegada de César en el 61 a.C. y el establecimiento de un supuesto “asentamiento portuario o baliza de señalización” erigido tras su llegada (Bello, 1991b, pp. 84-85). Por otra parte, también hay quienes se inclinan por una interpretación menos cerrada, asumiendo la indefinición de este registro y considerando múltiples opciones, pues estos materiales anteriores a la conquista podrían deberse “a una fundación romana, al desarrollo de un castro, a una ocupación indígena “de otro tipo” o a la presencia portuaria de “navegantes no romanos” (Naveiro, 1988, p. 43).
No obstante, la opinión más habitual es la de una fundación de época Flavia, tal y como proponía Alain Tranoy atendiendo a su denominación como “Flavium Brigantium”, ya mencionada por Ptolomeo (1981, 1992). Estas cronologías gozan de bastante aceptación a día de hoy, si no a través de su relación con la administración flavia (el vínculo entre el adjetivo “Flavium” y los emperadores flavios ha sido cuestionado por distintos autores: Monteagudo, 1947; Bello, 1991b; Bello et al., 1995; Pérez, 2002; que han explorado distintas alternativas), sí con unas fechas que pueden situar los inicios del asentamiento romano entre el 40 y el 80 d.C. (González-García, 2003, pp. 111, 259, López, 2010, pp. 99-103, Nión-Álvarez, 2019, pp. 59-60). A esta mayor precisión han contribuido los trabajos de Mª Catalina López sobre la sigillata documentada en Brigantium (2004, 2008), estableciendo una coherencia material entre la construcción de la Torre de Hércules y los inicios de Brigantium (López, 2010), datando de forma conjunta el despegue de ambos enclaves en las cronologías propuestas. En todo caso, si algo caracteriza a las interpretaciones sobre los orígenes de Brigantium es una notable “laxitud” en torno al registro arqueológico anterior al cambio de era. En muchos casos, estos materiales anteriores ofrecen más problemas que certezas, pues no encajan ni con los períodos de conquista del territorio galaico (ocupado e integrado en la administración imperial romana durante las Guerras Cántabras) ni con el auge del núcleo urbano de Brigantium. Veremos, a continuación, qué criterios podemos explorar para analizar y comprender estas evidencias.
El mayor problema que ofrece esta investigación es la ausencia de contextos estratigráficos primarios. Hasta ahora, la gran mayoría de materiales han sido documentados de forma casual o en depósitos secundarios. La aparición de un yacimiento como Príncipe 17 permite solventar en parte estas problemáticas, pero lo cierto es que, incluso atendiendo a estas limitaciones, podemos establecer algunas líneas generales de análisis para intentar cohesionar este fragmentario registro y plantear una hipótesis de partida para el enclave como conjunto.
Si atendemos a las síntesis generales sobre la cerámica de importación documentada (Naveiro, 1981; 1982; 1991; López, 2004), podremos ver como la práctica totalidad de los materiales identificados se corresponden con dos grupos bien definidos: ánforas vinarias Dressel I y cerámica campaniense. No se trata de una afirmación transcendental, pues ambas suelen ser localizadas conjuntamente en contextos de importación coetáneos (Adroher-Auroux y López-Marcos, 1996, pp. 16-17), tal y como se puede apreciar en el pecio marsellés de Riou 3 (Long y Ximenes, 1988), pero su encuadre cronológico conjunto puede ser relevante.
Esta vinculación entre ambas es palpable a lo largo del Noroeste (Naveiro, 1991, p. 25, 28-29). Las campanienses A, aunque conocidas, se circunscriben a unos pocos yacimientos. Uno de ellos es Santa Trega, dónde se identificó únicamente la forma 36 de Lamboglia, adscribible al II a.C. (Morel, 1981; Naveiro, 1991, p. 27), entre otros fragmentos de tipología indeterminada. Otros fragmentos inidentificables han sido localizados en Coto da Pena y el Castro de Vigo (Naveiro, 1991, p. 27). Es necesario apuntar que también son relativamente habituales en el cercano Castro de Elviña. En cuanto a campaniense B, también se han identificado formas 5 y 7 de Lamboglia en Santa Trega, así como varios fragmentos indefinidos en Santa Luzía y Castro de Vigo (Naveiro, 1991, pp. 27-28); y cómo no, también en Elviña. En todos estos casos, las Dressel 1 son igualmente una constante, documentándose en los mismos niveles y fases de ocupación.
No resulta complicado advertir el vínculo entre ambas: todos los contextos arqueológicos del Noroeste peninsular en los que aparecen conjuntamente Dressel 1 y campanienses son recintos fortificados de la Edad del Hierro (algo que ya había insinuado Naveiro, 1991, p. 28), en su mayoría, poblados que podrían encajan dentro de la definición de oppidum (Fernández-Götz, 2017, p. 122). Esta idea resulta particularmente relevante, pues no documentamos en la Gallaecia ningún contexto con Dressel 1 y/o campaniense adscrito a ningún yacimiento romano de nueva planta, sino a asentamientos fortificados indígenas y en contextos arqueológicos anteriores a la conquista. Aunque apenas se ha destacado este hecho en los estudios del Noroeste, no debe parecernos extraño: esta correlación entre ánforas vinarias (especialmente Dressel 1) y asentamientos prerromanos complejos en “entornos periféricos” ya ha sido puesta de manifiesto en otras regiones, como es el caso de la Galia (Dietler, 2010, pp. 254-258).
La única excepción son los escasos fragmentos de Dressel 1b documentados en el entramado urbano de Lucus Augusti, capital del conventus lucense (Carreras et al., 2011, pp. 47-49). Debemos tener en cuenta que los hallazgos de Dressel 1b, en contextos cronológicamente cercanos al cambio de era, únicamente se documentan en zonas con una ocupación militar intensa (Carreras y González-Cesteros, 2013, p. 285), como ocurre en los contextos de las campañas bélicas de Druso y Germánico. Sin entrar en el debate sobre el posible origen campamental de la ciudad, lo cierto es que esta intensa presencia de legiones en los primeros momentos de construcción de la ciudad está bien documentada (Rodriguez-Colmenero, 2001; Rodríguez-Colmenero y Ferrer 2014), lo que explica la anomalía de recuperar estos recipientes en contextos tan tardíos. Además, su presencia en el registro lucense es meramente testimonial: 4 fragmentos de un total de 1673 (Carreras et al., 2011, pp. 34-35). Es interesante recordar que en Lucus no existe ningún contexto con cerámicas campanienses, lo que indica que, como mínimo en el último cuarto del siglo I a.C., este tipo de producciones ya no se documenta en el territorio galaico. Por otra parte, la presencia de esta forma 1b no se ha recuperado en el casco antiguo coruñés.
Por su parte, las campanienses registradas en territorio galaico también ofrecen datos relevantes. La cantidad de fragmentos recuperada en el Noroeste es ínfima en comparación con otras importaciones engobadas de época altoimperial, limitándose a escasos fragmentos en yacimientos prerromanos fortificados de las Rías Baixas y el entorno de los castros de Elviña y Campa Torres, con relación a las intensas redes de interacción cultural que han entrelazado Atlántico y Mediterráneo durante la Edad del Hierro (González-Ruibal et al., 2007; 2010). Estas producciones de barniz negro suelen aparecer conjuntamente con abundantes cantidades de cerámica indígena y fragmentos de importaciones mediterráneas, en varios contextos que pueden encuadrarse entre los siglos II y I a.C., tal y como ocurre en Elviña (Nión-Álvarez, 2021: pp. 409-507). A falta de un estudio cuantitativo reciente que analice la dispersión de estas producciones en el Noroeste, todo parece indicar que, dentro de esta limitada distribución, son relativamente abundantes tanto en la península coruñesa como en el Castro de Elviña, con un conjunto que, a falta de un estudio individualizado, supera los 100 fragmentos sumando los registros de ambos enclaves. Teniendo en cuenta la situación “periférica” de este ámbito respecto a las Rías Baixas, en donde se sitúan los nodos principales de estas redes de interacción (González-Ruibal et al., 2010; García, 2019), resulta cuanto menos llamativa esta “abundante” presencia.
A tenor de los datos actuales, todo parece indicar que este tipo de importaciones forman parte de un intercambio transcultural en contextos claramente indígenas. La aparición de cerámicas de barniz negro y ánforas vinarias Dressel 1 forma parte de una dinámica de clara raíz local y que no implica ningún proceso de “romanización”. No es una cuestión que deba resultar extraña, pues las cronologías de la conquista son claramente posteriores a las principales fases de uso y consumo de estos materiales, pero es una reflexión que debemos subrayar para comprender su aparición en el registro arqueológico coruñés. Se trata de una primera llamada de atención para analizar hasta qué punto podemos cuestionar la romanidad, en cuanto a lógicas de ocupación, de estas primeras fases.
En contraposición, resulta particularmente relevante, en comparación, la limitación del “paquete” de materiales de intercambio que sucedería cronológica y funcionalmente a las Dressel 1 y a las campanienses en las interacciones comerciales del Noroeste. Hablamos, en el caso de las ánforas vinarias, de las Haltern 70; y en el caso de las cerámicas de lujo, de las sigillatas itálicas y gálicas. En el caso de las Haltern 70, sus importaciones podrían retrotraerse hasta períodos anterio-res de la conquista, aunque nunca con anterioridad al 50 a.C. No sucede así con las sigillatas: su llegada al Noroeste acontece tras el fin de las Guerras Cántabras y la integración po-lítico-administrativa de todo el territorio galaico. En lo referido al material anfórico, lo cierto es que estos recipientes, tan habituales en todo el Noroeste peninsular (Juan Naveiro, en sus estudios sobre el material anfórico de la Gallaecia, muestra que las Haltern 70 representan casi un 70% del material anfórico recuperado: 1991, pp. 64-67) son relativamente escasos en el asentamiento brigantino. Apenas se documentan un reducido número de fragmentos en Cánovas Lacruz (Vázquez, 1995), Parrote 14 (Nión-Álvarez, 2019, 47) o en el dragado de la bahía (Naveiro, 1981), siempre con unos porcentajes muy poco significativos y que podrían adscribirse a sus últimos momentos de importación, coincidentes con los inicios de Brigantium como núcleo de nueva planta. Más relevante si cabe es la ausencia de terra sigillata itálica y gálica. Si atendemos al análisis de las importaciones de cerámica fina en Brigantium realizado por Mª Catalina López, lo cierto es que ambas importaciones son “anecdóticas”, en palabras de la autora (2004, p. 71): 2 fragmentos de sigillata itálica (de procedencia desconocida) y 10 de gálica (2008, pp. 99-100) de un conjunto que supera ampliamente los 2.000 fragmentos en total (López, 2004, pp. 48-72). En este sentido, resulta complicado defender la existencia de un espacio portuario romano desde mediados del s. I a.C. sin que aparezcan materiales que lo evidencien. En lugar de aumentar o mantener un flujo estable, las importaciones desaparecen de forma abrupta, paradójicamente, a medida que nos aproximamos al cambio de era. Este hecho evidencia un notable contraste respecto a la ingente cantidad de materiales y construcciones documentadas a partir de la segunda mitad del I d.C. (López, 2008, pp. 100-101, Nión-Álvarez, 2019, pp. 64-65) además de la presencia, aunque en menor medida, de materiales de cronologías anteriores.
En este sentido, el registro material parece apuntar hacia una hipótesis bastante clara: si existen evidencias de una ocupación anterior al I a.C., y también una clara estructuración del núcleo urbano del asentamiento a partir de mediados del I d.C. (como fecha post quem), quizás estemos ante dos ocupaciones distintas con un hiato entre ambas, que parece documentarse entre mediados del I a.C. y comienzos-mediados del I d.C. Aún debemos explorar, sin embargo, las posibilidades de la adscripción cronocultural de estos primeros momentos. Veamos qué pueden ofrecer las fuentes clásicas.
Retomando a Dión Casio, aunque se haya considerado en determinadas investigaciones que el paso de César implicase el asentamiento de un espacio portuario romano (Bello, 1991b, pp. 82-84), lo cierto es que se trata de una afirmación sin evidencia textual alguna, y como acabamos de ver, tampoco arqueológica. Como han apuntado otros autores, todo parece indicar que se trató de una razzia (González-García y Brañas, 1995, pp. 24-25, Rodríguez-Colmenero, 1995, p. 93), una expedición para obtener recursos económicos de un territorio que semejaba albergar grandes riquezas. Esta habría sido realizada por César para financiar su campaña política y militar, muy marcada por aquellos entonces por sus dificultades económicas (Chic, 1995, p. 62).
En este sentido, debemos atender a la supuesta localización y denominación de Brigantium. En primer lugar, no tenemos por qué asumir que este espacio se definiese con ese nombre en el 61 a.C.; posiblemente se trate de una forma de referirse a una ubicación concreta conocida en tiempos de vida del autor (155-235 d.C.) con esa denominación, tal y como ya se ha propuesto (Bello et al., 1995, pp. 51-53). De hecho, es posible que Dión Casio ni tan siquiera conociese las características de su fundación o la denominación original del espacio, pues simplemente puede estar empleando un nombre conocido para este lugar, con la intención de evocar una localización que los lectores puedan localizar en el mapa. De hecho, la narración del historiador bitinio, a diferencia de la Geografía de Estrabón o la Corografía de Mela, se centra eminentemente en el hecho histórico, no en la descripción del mundo conocido. Dión Casio, en este sentido, no está priorizando la geografía, sino la descripción de los acontecimientos.
En esta línea, no tenemos por qué asumir que la denominación de Brigantium sea la original, pero tampoco que se trate de un asentamiento romano ya preexistente o en proceso de constitución. En este segundo caso, resulta complicado entender como Estrabón no lo definió como tal en sus noticias sobre la Gallaecia décadas después de la visita cesariana (González-García, 2003, pp. 90-93), algo impensable si ya estuviese en pleno funcionamiento. Tampoco aparece reflejado, de hecho, en la Corografía de Mela. Tras una profusa descripción del Golfo de los Ártabros, describiendo con exactitud sus características, los cuatro ríos que lo componen y también alguna que otra población (3.1 12-14), el geógrafo de Tingentera no hace ni la más mínima referencia a la existencia de Brigantium. Teniendo en cuenta que podemos ubicar su obra entre el 42 y el 44 d.C. (Guzmán, 1989, p. 42), resulta llamativo que no se mencione su existencia si Brigantium fuese, por aquel entonces, un asentamiento consolidado.
En segundo lugar, la ubicación concreta del “Brigantium” de Dión Casio y de sus “atemorizadas” poblaciones nativas ha sido un tema muy habitual en los estudios sobre el tema, centrándose en el debate sobre su localización exacta en el lugar del asentamiento romano altoimperial (Barreiro, 1986; Bello, 1991a; Bello et al., 1995; González-García, 2003; entre otras). Mientras algunos han optado por entender tácitamente que este espacio se refiere al mismo emplazamiento (Romero y Pose, 1988, p. 110), destacando también su valor como espacio portuario (Barreiro, 1986, p. 48), otros han propuesto que esta referencia no tiene por qué aludir a su misma localización, sino al de poblaciones del entorno (Bello et al., 1995, pp. 49-50, González-García, 2003, pp. 108-109). En nuestra opinión, no debemos descartar que la referencia sea certera, pero lo verdaderamente relevante no es su veracidad, sino quién y bajo qué lógicas estaba utilizando este espacio en aquellos momentos.
Tampoco parece probable que sus habitantes se atemorizasen “por el sonido de una embarcación que jamás habían visto”. Como hemos visto, la presencia de navíos y navegantes romanos está bien documentada desde el siglo anterior, por lo que puede tratarse de una simple exageración fruto de la necesidad de exacerbar el poderío de la armada romana. En todo caso, esta mención puede ayudarnos a comprender dos cuestiones: en primer lugar, que estamos ante un espacio que ya existía con anterioridad a Roma, donde sus “atemorizados habitantes” no son romanos, sino indígenas; pues incluso si considerásemos como veraz dicho temor, tal reacción sólo sería comprensible si la realizase un “bárbaro” que desconoce, en cierta medida, el mundo romano. ¿Cómo podríamos entender esta narración si fuese una comunidad romana la que se asustase de sus propias naves? En segundo lugar, si se tratase de un asentamiento preexistente sobre el que se asienta un espacio portuario romano ex novo, como se ha propuesto, deberían existir evidencias arqueológicas de ambos. Y si bien es posible constatar una ocupación anterior, en esta segunda mitad del I a.C. no se producirá una reactivación del enclave ni la aparición de un nuevo espacio portuario, sino un significativo abandono.
En esta línea, tanto los datos arqueológicos como las fuentes escritas no parecen facilitar la hipótesis de que esta primera fase de Brigantium sea una fundación romana. Debemos tener en cuenta que un asentamiento en época republicana supondría el asentamiento del primer núcleo de carácter urbano construido por Roma en todo el territorio, casi medio siglo anterior a la fundación de la capital conventual (respecto a la que, paradójicamente, experimenta una notable dependencia). Por otra parte, el registro material recuperado no encaja en absoluto con la fundación y desarrollo de un espacio portuario hecho bajo lógica y mandato de Roma. Más bien al contrario: las importaciones típicas de los últimos años del s. I a.C. y de los primeros del I d.C. podrían considerarse como residuales o incluso inexistentes, como lo son también las evidencias arquitectónicas para este período, en clara contraposición con el auge y desarrollo que experimentará Brigantium a partir de mediados del I d.C. (López, 2008; 2010, Nión-Álvarez, 2019). El registro de sus primeros momentos parece comprenderse mejor, a priori, bajo el prisma de una ocupación indígena, iniciada en algún momento del siglo II a.C. e interrumpiéndose aproximadamente a mediados del I a.C., dando paso a un hiato en su ocupación antes de su despegue como asentamiento altoimperial, bajo control de la administración romana, a mediados del I d.C.
En este sentido, quizás debamos entender este tipo de posturas bajo la habitual tendencia de la investigación de los años 90 y 2000 a atribuir todo tipo de mínima evidencia material romana a la agencia de su administración, incluyendo la categorización de todo tipo de yacimientos de gran complejidad (González-Ruibal, 2006-7, Torres-Martínez et al., 2015) una postura que en la actualidad ya se está superando. Debemos ser conscientes, tal y como ocurre en buena parte de europa en las últimas centurias de la Edad del Hierro (Dietler, 2010), que la aparición de materiales romanos en determinados contextos no tiene por qué evidenciar una ocupación romana, sino que dicha adscripción debe inferirse atendiendo al contexto en el que se integren, aunque implique que se deban explorar nuevas formas de interacción cultural y organización social. De esta forma, en nuestro siguiente apartado tendremos como objetivo principal la caracterización espacio-temporal y funcional del registro arqueológico recuperado en el yacimiento de Príncipe 17, con la intención de cohesionar los materiales de procedencia endógena y exógena como un conjunto homogéneo.
A priori, la intervención en este solar no parecía prometer resultados excepcionales. Estamos ante una de tantas intervenciones realizadas en la zona de protección especial de la Ciudad Vieja coruñesa, unos sencillos sondeos valorativos realizados en distintos puntos del solar, en relación con la posterior rehabilitación y ampliación de un viejo edificio en el número 17 de la Calle Príncipe. Fueron realizadas un total de 4 catas, situadas en distintas localizaciones del inmueble.
Resulta particularmente destacable el caso del Sondeo 1: bajo varios niveles de ocupación moderna y contemporánea, se documentaron dos estratos (“niveles” 12 y 13), un primero caracterizado por una tierra grisácea y un segundo caracterizado por una tierra marrón orgánica; en los que se documentaron abundantes restos cerámicos de considerables dimensiones, con una fragmentación muy limpia. Estos niveles descansarían directamente sobre la transición al substrato rocoso. Esta estratigrafía se repite, sin apenas variaciones, en los sondeos 2 y 3, sin que se haya documentado ningún vínculo con estructuras arqueológicas.
En un primer momento, se interpretó este conjunto material como parte de un nivel de relleno, cuya tierra sería traída desde un promontorio cercano para el asiento de cimentaciones de construcciones medievales y modernas. No obstante, tras una primera revisión inicial, estos materiales parecen formar parte de un depósito homogéneo in situ, con cronologías claramente anteriores al cambio de era atendiendo, principalmente a la morfología, técnicas de producción y patrones decorativos del conjunto. Ante tales datos, este estudio de materiales fue planteado con la intención de definir tres cuestiones fundamentales: dilucidar la adscripción cronológica, tipológica y funcional del conjunto; analizar porcentualmente la influencia del material alóctono y definir si se trataba o no de un registro homogéneo y en posición original. De esta forma, sería posible encuadrar cronológicamente dichos niveles y comprenderlos dentro del resto de evidencias arqueológicas.
Por último, es necesario destacar que, en la documentación relativa a la excavación, se hace referencia a la aparición de restos arqueológicos de distinta índole registrados en los niveles superiores (vidrio y material de construcción contemporáneo, restos de malacofauna, etc.) y que no han podido ser incluidos en el estudio.
En cuanto al conjunto cerámico estudiado, contamos con un total de 957 fragmentos. De ellos, 469 son panzas, 391 bordes, 69 cuellos, 24 fondos, 2 fragmentos de material constructivo, una forma con asa y un posible pico. Tras un análisis integral del registro disponible, el 91% de la muestra analizada se corresponde inequívocamente con producciones de la Edad del Hierro, conocida comúnmente en la zona como “cerámica castreña”. Esta afirmación resulta de gran relevancia, pues se trata del primer contexto arqueológico homogéneo del Hierro definido en la ciudad vieja de A Coruña, cuestión que rompe con el actual paradigma de la investigación y que requiere una contextualización urgente.
Como veremos más adelante, para cronologías semejantes, también se han identificado, dentro de este contexto, distintos materiales de importación mediterránea, como es el caso de 7 fragmentos de cerámica campaniense, y 14 fragmentos de producciones diversas. Además, también tenemos que mencionar que se han contabilizado un total de 38 fragmentos pertenecientes a épocas más recientes (cerámica común romana, medieval, moderna y contemporánea); principalmente asociados a unidades estratigráficas superiores o en contextos de revuelto. Un total de 24 fragmentos no se han podido adscribir a ningún conjunto cronotipológico concreto.
Tras el cálculo del Número Mínimo de Individuos, que proporcionó un total de 406, se han seleccionado 266 recipientes para el análisis formal. La adscripción cultural de los mismos parece coherente con la relación entre fragmentos y producciones. Predominan en gran medida los recipientes de cerámica indígena con un 92,9% del total, especialmente con relación a la cerámica importada, que no supera el 4,5%. Así mismo, se han identificado un total de 7 recipientes (2,6%) de cronologías posteriores al cambio de era. Es posible que esta diferencia cuantitativa entre las producciones anteriores al cambio de era y las posteriores se viese influenciada por las condiciones post-deposicionales. Como podremos ver, y si bien los conjuntos de materiales en la península coruñesa suelen destacar por su exigüidad (Nión-Álvarez, 2019, p. 43), las remodelaciones del espacio construido, en este caso, se realizaron sobre un depósito que “selló” los niveles de ocupación de la Edad del Hierro. Debido a ello, las diferentes unidades estratigráficas superiores se encuentran profundamente alteradas por las sucesivas actividades constructivas, propiciando, quizás, esta menor presencia material más reciente (sin que tampoco sea descartable, por otra parte, una menor presencia ocupacional de fases posteriores en este enclave).
La mayoría de los hallazgos proceden del Sondeo 1, siendo especialmente significativos los estratos UE112 y UE113, que se corresponden con estos niveles de mayor antigüedad. La mayoría de los recipientes analizados fueron recuperados en este primer sondeo, siendo también estudiados algunos ejemplares de la UE209 del Sondeo 2, y de la UE306 del Sondeo 3, menos representativas a nivel cuantitativo. En todo caso, debemos tener en cuenta que estos depósitos son aparentemente equiparables entre sí. Como hemos podido ver, la distancia entre los distintos sondeos es bastante reducida como para ofrecer diferencias edafológicas notables, argumento que le otorga una mayor homogeneidad a esta interpretación estratigráfica.
Volviendo a la relación entre materiales y contextos, destacamos la enorme amplitud del registro documentado en la UE113. La gran cantidad de fragmentos y su escaso rodamiento, manifestado en el predominio de fracturas aristadas, evidencia que no se trata, probablemente, de un aporte de tierras, sino de un lugar de deposición original. Este nivel daría asiento a una UE112 que también aportaría materiales semejantes, aunque en porcentajes menores. Resulta significativo que en estratos superiores (UE105 y 106) sigan apareciendo escasos materiales castreños, pero en este caso combinados con fragmentos medievales y modernos, constituyendo distintos niveles de revuelto. En los otros dos sondeos se han documentado contextos de similares características, en los que, aunque el porcentaje de material es mucho menor, predomina la cerámica castreña, aunque también están presentes cerámicas de importación de cronologías semejantes.
Gracias a estos datos, podemos realizar una nueva reinterpretación del registro estratigráfico. Por una parte, se confirma que los depósitos no se corresponden con cronologías relacionadas con los últimos años de ocupación imperial, sino que se adscriben a la Edad del Hierro. Por otra parte, debido a que el material cerámico apenas muestra afecciones derivadas de haber sido removido y presenta una homogeneidad formal y cronológica, es bastante probable que se trate de los restos de un basurero in loco. Esta interpretación viene motivada por la amplia densidad de los fragmentos recuperados con relación al limitado espacio excavado y a las características de su deposición. Es cierto que el registro material es eminentemente cerámico, cuestión que podría suponer un obstáculo para esta interpretación. No obstante, la acidez de los suelos gallegos dificulta la conservación de otro tipo de objetos, siendo relativamente habitual la ausencia de objetos metálicos u óseos en contextos de deposición en los que cabría suponer su presencia. La UE113 sería la más representativa de este nivel de depósito homogéneo de la Edad del Hierro, siendo asimilables también las UE209 y UE306; mientras que la UE112 sería la parte superior del mismo. Este vertedero se vería algo alterado, como es lógico, por las actividades de cimentación y consolidación de edificaciones posteriores (medievales, modernas y contemporáneas), tal y como podemos ver a través de las UE105 y UE106.
Contamos con un total de 247 recipientes, todos ellos realizados a mano, 83 decorados y 164 lisos. En este conjunto, predominan las formas compuestas cerradas, contabilizándose un total de 210 ollas y 17 tinajas. Además, se contabilizó una forma compuesta abierta (posible vaso) y dos formas simples abiertas (cuencos). Estas formas concuerdan perfectamente con la tendencia a entender la olla como elemento central en la alfarería de esta región (Rey, 1991, p. 413).
Podemos subdividir el conjunto en varios grupos morfológicos:
Solo hemos encontrado 3 recipientes lisos dentro de esta gran categoría. En primer lugar, contamos con cuenco de paredes curvas simples (fig. 6: 1), tamaño grande (375 mm de diámetro en la boca), borde exvasado y labio plano casi reentrante. Si bien su labio resulta bastante común dentro de los cuencos castreños, este tipo de recipientes suele contar con bordes invasados, mayor proyección del reborde interior y diámetros bastante reducidos (Parcero-Oubiña y Cobas, 2006; Sánchez y Prieto, 2019); por lo que realmente podríamos estar ante un plato para servicio de mesa, muy poco habituales en esta tradición alfarera. También es excepcional el vaso de labio apuntado, aunque el grado de conservación del recipiente no nos permita aproximarnos más a la forma o el tamaño del contenedor (fig. 6: 2). Por último, contamos con un cuenco de borde invasado y labio redondeado, pequeño tamaño (130 mm en la boca) y paredes curvas simples. Este recipiente se corresponde en mayor medida con lo habitual en los cuencos castreños (Sánchez y Prieto, 2019), y aunque estos sean una producción minoritaria, no son morfologías extrañas dentro de los contextos del Noroeste (fig. 6: 3). Todos estos recipientes abiertos suelen relacionarse estrechamente con la consumición y servicio de alimentos.
El término tinaja es empleado con criterios exclusivamente morfológicos, aglutinando, de forma genérica, todas aquellas piezas con diámetros superiores a los 400 mm, con independencia de su funcionalidad. En este caso, podemos dividirlas entre las de perfiles flexionados (mayoritarias en número) y las de perfiles aristados.
Las primeras se caracterizan, mayoritariamente, por presentar un borde exvasado con labio de doble reborde, cuello largo poco estrangulado y paredes probablemente globulares (fig. 7: 1). A pesar de no corresponderse totalmente con el tipo conocido como Borneiro A al tratarse de recipientes lisos, es de destacar que tienen el mismo tipo de borde con doble reborde que éstos (Rey, 1991, pp. 66-69, Calo, 1999, pp. 183-184). En todo caso, sus formas permiten encuadrarlas en la tradición alfarera septentrional galaica, pues este tipo de bordes son uno de sus trazadores más significativos (Rey, 1991, p. 413, González-Ruibal, 2006-7, pp. 459-463). El resto de las tinajas con perfiles flexionados presentan bordes exvasados con labios planos, aunque su morfología global se asemeja en gran medida a las anteriores (fig. 7: 2; forma 1c en Martins, 1987, p. 45).
En el caso de los perfiles aristados, contamos únicamente con dos ejemplos (fig. 7: 3). Uno se corresponde con la típica morfología de las ollas multifacetadas de labio plano (aunque de mayores dimensiones); y el otro es un recipiente de cuello y bordes rectos con labio plano. Es destacable que la forma de moldeado del borde de este último recipiente es idéntica a la de las vasijas con doble reborde, utilizando dos “churros” pegados con el fin de reforzar esta zona.
Debido a sus grandes diámetros y su morfología característica, es muy probable que todas hayan tenido funcionalidades relacionadas con el almacenamiento. En cuanto a su cronología, no es fácil precisarla dentro de un momento exacto. Los recipientes de doble reborde tienen su mayor expresión en el tipo Borneiro A de la tipología de Rey (1991), quien le otorga un valor cronológico comprendido entre los siglos VI y II a. C., o incluso posterior. Por su parte, González-Ruibal encuadra este tipo de vasijas con bordes característicos entre inicios del siglo IV a. C. e inicios del siglo I d. C. (González-Ruibal, 2006-7, 449).
En otros ejemplos de estratigrafía mejor contrastada, podemos apreciar como las tinajas de grandes dimensiones empiezan a aparecer en la fase II del Castro de Doade, cuyas cronologías se sitúan entre el siglo II y mediados del I a. C. (Sánchez y Prieto, 2019). Las formas más parecidas a las de Príncipe se corresponden con las de su fase III, datada en torno al último siglo antes del cambio de era. En comparación con los materiales del Castro de Montealegre podemos ver que también hay cierta similitud de formas con Príncipe 17, especialmente entre las tinajas de borde plano, con cronologías comprendidas entre el siglo II a. C. y mediados del I d. C. (González-Ruibal et al., 2007: p. 70). Debemos destacar también que estas tinajas de borde plano son visibles en la tercera fase del yacimiento de Alto do Castro, antes de su abandono (II – I a. C.) (Parcero-Oubiña y Cobas, 2006). En la fase más reciente de Castrovite (mediados del s. II - s. I a. C.), situado algo más al norte, encontramos tanto el tipo de borde similar al Borneiro A como estas tinajas de borde plano (Carballo y González-Ruibal, 2001; Rey Castiñeira et al., 2011). No podemos olvidar, por último, el caso del cercano Castro de Elviña, donde encontramos recipientes morfológicamente iguales a las tinajas de Príncipe 17, documentadas en su fase III y relacionadas con importaciones como ánforas grecolatinas, púnicas africanas y Dressel 1a, cerámicas campanienses (sobre todo campaniense A), algunos fragmentos de askós y cerámicas pintadas ibéricas (Bello y González-Afuera, 2008); elementos que podrían insinuar una primera relación para los contextos de importación documentados en Príncipe 17.
Como ya hemos mencionado, la olla es la forma predilecta de esta tradición alfarera, y también de este conjunto. Se trata de un tipo de recipientes multifuncionales (cocina, servicio y almacenamiento), decorados o lisos, definidos por tener un diámetro de boca inferior a 400 mm y una morfología compuesta cerrada de paredes globulares con fondos planos.
En este caso, se han contabilizado 210 ollas, de las que se han reconstruido 141 perfiles aristados y 58 flexionados.
En cuanto a las de perfil aristado, podemos definir las siguientes morfologías:
Recipientes que solo presentan una faceta, o monofacetados (51 recipientes). Dentro de este grupo hemos encontrado dos variantes principales: los que presentan cuellos muy cortos y estrangulados (fig. 9: 1) y una minoría de recipientes con cuellos largos poco estrangulados que presentan un hombro en su transición a la panza (fig. 9: 2). Predominan los labios apuntados, seguidos de los redondeados, entre los cuales se cuentan tres con patilla externa, los planos, uno de ellos con patilla, y labios rectos muy minoritarios. En conjunto, no parece ser una forma excesivamente decorada (un 65% de los recipientes son lisos), aunque es interesante que, en estos soportes, se utilizan multitud de técnicas decorativas para enfatizar la forma de los recipientes, predominando la incisión. Son vasijas de tamaños medianos, con 220 mm de diámetro medio de boca, pudiendo llegar en algunos casos excepcionales a los 380. Es destacable que 7 recipientes presenten huecos en el borde para la colocación de posibles tapaderas (fig. 9: 3).
Recipientes que presentan más de una faceta, o multifacetados (49 recipientes). Se corresponden con cuellos mayoritariamente cortos y estrangulados (fig. 9: 6) (36, frente a 13 recipientes con cuellos largos (fig. 9: 5), y labios apuntados, redondeados y planos. De igual forma que en el caso de los recipientes monofacetados, algunos de los labios redondeados presentan patilla externa, siendo muy minoritaria en los planos e inexistente en los apuntados. Es una forma con una amplia mayoría de recipientes lisos (el 85 %), con menor variación en técnicas decorativas que el anterior e igual predominancia de las líneas incisas que enfatizan la forma. Tienen un tamaño medio de 250 mm de diámetro en la boca, si bien existen casos puntuales donde los recipientes alcanzan diámetros de 380 mm. De todo este conjunto de bordes multifacetados, solo 2 de ellos presentan huecos para la colocación de tapaderas (fig. 9: 4).
En el caso de las ollas de perfil flexionado, hemos podido diferenciar dos tipos de perfiles:
En cuanto a su encuadre cronológico, la olla es una forma de difícil encuadre temporal, dada su gran homogeneidad dentro de la alfarería del Hierro del Noroeste. Una buena muestra son las ollas de perfil aristado y borde monofacetado, así como las de perfiles flexionados, que se repiten con asiduidad desde el siglo VI a.C. hasta superar el cambio de era. No obstante, sí podemos extraer alguna conclusión de los recipientes de perfil aristado, caracterizados por su cuello largo y recto, un elemento considerado como propio de las dos últimas centurias antes de nuestra era, cuestión que puede corroborarse a través de los ejemplos de Alto do Castro (Parcero-Oubiña y Cobas, 2006), Castrovite (Carballo y González-Ruibal, 2001) o Elviña (Bello y González-Afuera, 2008), asentamientos en los que aparecen ejemplares en niveles de estas cronologías. Por otra parte, los bordes multifacetados se corresponden con fases avanzadas en todas las regiones alfareras del Hierro (Rey, 1999a). Sin embargo, y además de los bordes de doble reborde que nos recuerdan al tipo Borneiro A (que también se encuadran en las últimas centurias antes del cambio de era), no existe una cronotipología en la región donde las formas de las ollas lisas se correspondan con unas cronologías determinadas. Debido a ello, lo más representativo de la comparativa es la presencia de perfiles idénticos a los de los recipientes monofacetados y multifacetados de este conjunto en la Fase III de Elviña, denominados como “perfiles en V” (Bello y González-Afuera, 2008), además de formas idénticas a los perfiles flexionados, identificados como “recipientes en forma de S”.
Dentro de la cerámica indígena, encontramos 83 recipientes decorados: 46 de ellos con diseños decorativos simples (un elemento decorativo), 19 con diseños decorativos de complejidad media (2 elementos decorativos) y 18 con diseños complejos (3 o más elementos decorativos). Para crear estos motivos, se ha utilizado en todo el conjunto la incisión, la impresión, el cepillado, el espatulado, el peinado, la decoración plástica de cordones o perlas y, de forma muy excepcional, la excisión (figs. 11 a y b).
Dentro de las decoraciones simples, predominan las incisiones de líneas horizontales (entre 1 y 3) marcando las transiciones entre zonas del recipiente o cambios bruscos en los perfiles. Algo parecido sucede con los recipientes cepillados y espatulados, que presentan diseños decorativos de líneas verticales con cierta curvatura en la zona de la panza, siguiendo la expansión de sus paredes y enfatizando su forma globular. Además, dentro de esta categoría también existen cordones de sección redondeada y triangular.
En el caso de los diseños de complejidad media, estos juegan con la morfología de los recipientes, decorándose la panza o el cuello y dejando el resto del soporte liso. Para ello, se utiliza o el espatulado o la combinación de líneas incisas en el cuello, con cepillado o espatulado. Además de este tipo de diseños, en este grupo se encuadran recipientes con decoración cubriente en forma de bandas, realizadas por medio de incisión; incisión y espatulado; o incisión y peinado. La decoración plástica se presenta en forma de cordones simples o acotados por líneas incisas, horizontales en el cuello de los recipientes o verticales en la panza.
Dentro de los diseños decorativos complejos, encontramos mayor variedad de combinaciones de elementos y motivos. En primer lugar, existen recipientes en donde se utiliza solo el espatulado o una combinación espatulado-cordones y/o líneas incisas horizontales para dividir las diferentes zonas del soporte. Igualmente, encontramos decoración cubriente en formato de bandas (diseños que combinan líneas incisas o cordones como acotadores de bandas rellenas de motivos espatulados o impresos).
Además, existen tres recipientes que destacan en el conjunto. El primero de ellos presenta, por todo el desarrollo del soporte, cordones de sección cuadrangular sobre los que se imprimieron líneas oblicuas. Estos elementos plásticos están acotados por líneas horizontales incisas, generando bandas decoradas separadas por espacios en blanco por todo el soporte. El otro de los recipientes singulares presenta bandas de líneas incisas alternadas con espacios en blanco y destaca porque, entre dos de las bandas decoradas, presenta un zigzag en positivo creado por triángulos excisos en su contorno, en lugar de un espacio en blanco. Se trata de una cuestión excepcional, pues la excisión no es una técnica habitual en la alfarería del Hierro septentrional (González-Ruibal, 2006-7, pp. 460-461). Por último, tenemos un recipiente con dos zonas decoradas bien diferenciadas entre sí. En el estrangulamiento del cuello presenta dos cordones horizontales, uno sobre el otro, acotados ambos por líneas incisas superior e inferiormente. A estos les sigue un espacio en blanco, que los separa de un friso compuesto por dos bandas pegadas limitadas por dos líneas incisas superior e inferior, que encierran un motivo de “SS doble” horizontales, entrelazadas y hechas a base de peinado.
Debemos señalar, además, que en este tipo de diseños complejos toma importancia la decoración plástica. Encontramos cordones decorados con impresión de espigado, decoración perlada, un tipo de cordón con impresiones que recuerda a los cordones gallonados del sur de Galicia (Rey, 1991, p. 392) y también la combinación de cordones impresos, horizontales y verticales, con un motivo similar a la espina de pez. Así mismo, otra novedad es que la incisión, técnica bastante secundaria en el resto de los diseños, se presenta como la única empleada para el trazado del único motivo metopado del conjunto.
No es difícil encontrar en el registro paralelos para este tipo de decoraciones. En el castro de Viladonga, se han documentado recipientes con diseños espatulados representando los mismos motivos que en Príncipe 17 (Dorrego y Rubiero, 1998), con la misma diferenciación entre las partes del soporte: recipientes decorados con líneas acanaladas en bandas separadas por espacios en blanco, un recipiente excepcional que presenta decoración excisa y decoración plástica de botones hechos a molde, que se podría corresponder con decoración perlada. Por otro lado, el castro de Borneiro destaca por su cerámica con decoración plástica, entre la que encontramos cordones combinados con espigados y de sección cuadrangular con decoración impresa (Calo, 1999). Igualmente, en Borneiro se documenta una pequeña proporción de cerámica perlada y cordones en la zona del cuello (Rey, 1991, pp. 92-95), semejantes al cordón gallonado del registro estudiado.
Otro ejemplo que podemos traer a colación es el de Elviña. En este caso, se repiten algunos de los motivos, como pueden ser los cordones impresos con espigados o espinas de pez (cuyos autores denominan “de medialuna”) y algunos motivos destacados como los peinados en forma de sigma y doble sigma (Bello y González-Afuera, 2008, p. 339). En la última fase de Castrovite, encontramos algunos de los esquemas decorativos coincidentes con nuestro conjunto como pueden ser los reticulados espatulados o los cordones combinados con impresiones tanto verticales como horizontales (Rey et al., 2011). Así mismo, encontramos diseños similares en el castro de Doade, en concreto en aquellos recipientes con decoraciones simples o de complejidad media, como pueden ser los reticulados espatulados, acotados superiormente por incisión (Sánchez y Prieto, 2019). Además, en estos dos asentamientos, a los que se puede unir el ejemplo de Alto do Castro (Parcero-Oubiña y Cobas, 2006), podemos ver como se hace mención a que la decoración deja de estar acotada por elementos plásticos en sus fases cronológicamente más tardías, pasando a utilizar líneas incisas como elemento de acotación.
Si nos aproximamos al sur de Galicia, sin embargo, sus motivos y patrones decorativos difieren en mayor medida respecto al conjunto estudiado. Esto se debe, principalmente, a la acusada diferencia entre sus tradiciones alfareras. En este sentido, Príncipe 17 no cuenta con ningún ejemplo de estampillado, una técnica decorativa profusamente utilizada en la zona de las Rías Baixas y de la tradición alfarera tipo Miño (Rey, 1991, pp. 411-413, 1999a; 1999b, González-Ruibal, 2006-7, 466-478), pero menos habitual a medida que avanzamos hacia el norte.
De esta forma, algunas de las decoraciones aquí presentadas y su disposición en el soporte permiten encuadrar algunos de los diseños en fases avanzadas de la alfarería del Hierro, encontrando ejemplos en asentamientos con dataciones de los siglos III–I a.C., como Borneiro, Alto do Castro o Elviña. Igualmente, de forma aún más clara, estamos ante un tratamiento decorativo propio de la zona septentrional de Galicia. No obstante, esas afirmaciones deben matizarse por el hecho de que existan diseños que se prolongan durante todo el Hierro y, además, en todas las regiones alfareras definidas hasta ahora.
Las importaciones mediterráneas documentadas señalan una adscripción cronológica y cultural semejante. Aunque su valor porcentual es limitado (en torno al 5%), sus características son lo suficientemente significativas e influyentes a nivel cronológico. Este conjunto material se define por la existencia de siete recipientes de barniz negro y otros tres de “origen mediterráneo”.
En el caso de las campanienses, ya hemos mencionado con anterioridad su significativa limitación en los registros arqueológicos galaicos, siendo el ámbito de Elviña–A Coruña uno de los lugares del Noroeste donde más se documentan. En Príncipe 17 se han podido identificar un total de 7 recipientes, de los cuales se reconstruyó parcialmente la morfología de 5 de ellos. Todos los ejemplares presentan formas abiertas, contabilizando dos platos y un cuenco/vaso, además de otro posible plato (fig. 12: 4) y otro posible cuenco (fig. 12: 5).
Estos recipientes presentan pastas de color rojizo y textura granulosa, en donde se aprecian algunos de sus desgrasantes, con un barniz denso con ciertos brillos. En todos los fragmentos es posible apreciar las marcas del torno de su manufactura original, y en el único plato que conserva parte de su pie es posible apreciar una mancha rojiza en la zona inferior de la panza, probablemente una marca de la práctica de sujetar los recipientes por esta zona en el momento de su inmersión en el barniz. Estas características técnicas permiten adscribirlas al cuerpo de las campaniense A. Atendiendo a sus morfologías generales, en su mayoría platos profundos y cuencos/vasos para beber, se encuadran perfectamente en el grueso de las campanienses A medias, cuyas cronologías, grosso modo, podemos situar en el II a.C. (Pérez Ballester, 1986; Adroher-Auroux y López-Marcos, 1996); momento en el que este tipo de cerámicas se convierte en una producción universal dentro del comercio Mediterráneo (Sanmartí y Principal-Ponce, 1998).
En cuanto a su identificación tipológica, dada la fragmentación de estas piezas y al amplio rango de formas posibles, ha resultado inviable adscribirlas a una tipología específica. Una de ellas (fig. 12: 1), un plato de poca profundidad, borde ligeramente exvasado y 23 cm de diámetro, parece identificarse con la forma 5 de Lamboglia, uno de los recipientes más característicos dentro de las campaniense A media (Sanmartí y Principal-Ponce, 1998, p. 213). Como hemos visto, esta forma ya se ha identificado en algunos yacimientos del Noroeste peninsular, siendo una de las formas más “habituales”, siempre teniendo en cuenta su escasa representación porcentual. En cuanto a sus cronologías, es posible encuadrarla entre mediados del siglo II a.C y mediados del siglo I a.C. (Principal-Ponce y Ribera, 2013, pp. 63-64). Es posible que otra de las piezas (fig. 12: 3) se identifique con las formas 31 o 33a de Lamboglia, aunque sus características son bastante generales y no podemos precisar demasiados detalles al respecto.
El último de los recipientes identificados de campaniense (fig. 12: 2) es un plato de poca profundidad, ligeramente flexionado, con pie realzado y dos pequeñas incisiones en su parte central exterior. Sus características podrían llevarnos a una forma 2252 o 2255 de Morel (1981, pp. 153-154, Mancilla, 2004, p. 150), situándola en la segunda mitad del s. II a.C.; pero la ausencia de borde dificulta una adscripción tan concreta. En todo caso, podemos adscribirla de forma general al grueso de las Lamb. 5 o 6 (descartamos la forma 7 por no alcanzar tales dimensiones), con unas cronologías que la encuadrarían desde los inicios del siglo II a.C. hasta mediados del I a.C. (Principal-Ponce y Ribera, 2013, pp. 64-65).
En cuanto a las cerámicas referidas de forma genérica como “de importación mediterránea” destacamos, en primer lugar, un recipiente que se identifica claramente como un kalathos. Cuenta con un borde cuya parte horizontal es prácticamente plana, mientras que su parte inferior aparece algo caída, generando una forma triangular (fig. 12: 6). Resulta particularmente significativo que la parte interna del borde se prolongue bastante hacia el interior del recipiente. A pesar de su alto grado de fragmentación, parece que, tras un pequeño estrangulamiento del cuello, sus paredes continuarían rectas paralelas, cuestión que encaja con estas morfologías. Sus pastas presentan una textura compacta cuyo desgrasante es casi inapreciable, y su porosidad muy reducida. Su superficie es de color naranja intenso, mientras que en la fractura se evidencia una coloración “tipo sándwich” con un nervio central gris. Conservamos una pequeña muestra de su engobe original, también naranja, pero ligeramente amarronado.
En cuanto a su identificación tipológica, parece relacionarse con los tipos de Fontscaldes, muy habituales en el Baix Segre (Lleida) (Garcés, 2000). Estos recipientes se pueden encuadrar cronológicamente entre mediados del siglo II a.C. y las dos primeras décadas del I a.C., aunque algunas de las formas más tardías pueden alcanzar, sin superarlo, el segundo cuarto del I a.C. (Garcés, 2000, p. 28). En el Noroeste, aparecen distintos ejemplares en yacimientos como Montealegre (González-Ruibal et al., 2007), Alobre o A Lanzada (González-Ruibal et al., 2010, pp. 587-588), si bien es particularmente destacable un ejemplar documentado en Campa Torres, muy semejante al recuperado en Príncipe 17 (Conde, 2001).
También se ha documentado un recipiente de tendencia globular, de hombro pronunciado, cuello extremadamente corto y borde entrante; probablemente una olla (fig. 12: 7). Se trata de un recipiente de factura monocroma amarillenta, cuya superficie tiene la misma tonalidad, que presenta pastas arenosas de reducida porosidad y sin que se aprecie el desgrasante. En el interior, son bastante acusadas las marcas del torno, mientras que en el exterior se dibujan tres líneas incisas horizontales sobre la panza (dos sobre las paredes y una a la altura del hombro), distando entre ellas espacios en blanco de tamaños variables. En la bibliografía de la región, este tipo de ollas suelen denominarse como “vasijas de borde entrante”, un elemento propio del comercio mediterráneo de los últimos siglos antes del cambio de era (González-Ruibal et al., 2010, p. 589). Si bien carece de un estudio específico, se han documentado este tipo de ollas en contextos galaicos con cronologías semejantes a las de Príncipe, como A Lanzada (González-Ruibal et al., 2010), Montealegre (González-Ruibal et al., 2007) o Santa Trega (Naveiro, 1991, pp. 24-25).
Concluimos este apartado con un fragmento anfórico del que sólo conservamos su cuello, en mal estado de conservación (fig. 12: 8). Parece tratarse de un ánfora no excesivamente abierta, de cuello cóncavo relativamente largo y que presenta una moldura en su parte exterior, casi en donde se encontraría el borde. Sus paredes cuentan con un grosor de 1,5 cm en este punto, y a pesar de no conservar su superficie exterior, las marcas de torno en su interior son bastante acusadas. La pasta es de tacto arenoso y presenta una tonalidad más anaranjada en su fractura que en su superficie, dónde su coloración es más amarillenta, quizás por motivos post-deposicionales.
En cuanto a su adscripción tipológica, parece claro su encuadre general en el grupo G–7 de Ramon (1995), aunque en una aproximación más concreta parece tratarse de una T-7.4.2.1 (1995, p. 538). Estos recipientes parecen adscribirse a un comercio posterior a la caída de Cartago (146 a.C.), experimentan cierto auge hasta los primeros años del I a.C. y dejan de ser habituales a mediados de esta misma centuria (Díaz, 2016, p. 170).
A tenor de estos datos, Príncipe 17 emerge, a pesar de su simplicidad estructural, como un yacimiento de gran relevancia para conocer los primeros momentos de ocupación de la Ciudad Vieja coruñesa. En cuanto a sus cronologías, el conjunto de las importaciones parece bastante coherente con las características morfotécnicas de la cerámica castreña. En el caso de los recipientes de la tradición local, sus características morfológicas y decorativas parecen situarlos entre la Fase II y la Fase III de la tipología de Rey (Rey, 1991, pp. 414-425; González-Ruibal, 2006-7, pp. 456-490), quizás más cerca de la II, con un registro que se puede datar entre los siglos II y I a.C. Las cerámicas de importación permiten precisar algo más estas apreciaciones generales. La aparición de determinados tipos de Campaniense A media encuadra el yacimiento entre la segunda mitad del II a.C. y la primera mitad del I a.C., cronologías que encajan perfectamente con el kalathos y la T-7.4.2.1. Además, estos dos últimos recipientes de origen mediterráneo parecen señalar que esta ocupación durante el I a.C. no habría superado sus décadas iniciales. De esta forma, la visión global de todas las producciones parece indicar que el yacimiento de Príncipe 17 presenta su momento de uso entre el siglo II a.C. y los primeros años del I a.C., lo que nos lleva a entender estas actividades bajo la agencia de lógicas indígenas, claramente anteriores al Brigantium romano y apuntando, como hemos visto, una acusada discontinuidad entre ambas fases de ocupación.
En cuanto a su funcionalidad concreta, Príncipe 17 parece tratarse de un basurero de la Edad del Hierro. La ausencia de estructuras, la ingente cantidad de cerámica por m3, la homogeneidad cronológica del conjunto cerámico y su escaso rodamiento son argumentos suficientes como para entenderlo como un espacio de deposición original. Tras su abandono, sufriría continuas alteraciones desde la Edad Media hasta la actualidad, debido al intenso proceso de urbanización documentado en el entorno.
Atendiendo a los datos expuestos, podemos proponer algunas líneas generales que permitan una primera interpretación a este enclave y a sus funcionalidades, aunque debamos ser conscientes de que nuestro objetivo aquí es poner una primera piedra, dado el incipiente estado de la investigación. Su registro y las características de sus importaciones lo aproximan a lo documentado en yacimientos de las Rías Baixas como Alcabre, Montealegre o A Lanzada (González-Ruibal, 2004; González-Ruibal et al., 2007; González-Ruibal et al., 2010), adscribibles a la Segunda Edad del Hierro y dentro de las lógicas de sus sociedades. No obstante, debemos de ser conscientes de que también existen notables diferencias: hasta el momento, las importaciones parecen bastante menores en cantidad y, atendiendo a los datos actuales, en este caso se circunscriben en exclusiva a los dos últimos siglos antes del cambio de era. Además, tampoco existe la más mínima evidencia de fortificación o actividad habitacional, lo que dificulta entenderlo como un lugar de vivienda, como sí ocurre en estos otros casos.
Si bien no podemos otorgarle el calificativo “castro”, por lo menos no con el actual estado de la investigación, tampoco parece tratarse de un port of trade (en el sentido de Polanyi, 1963), como sí parece serlo A Lanzada (González-Ruibal et al., 2010, p. 585), a pesar de sus igualmente privilegiadas condiciones para la navegación. Desde luego, su entidad parece mucho menor, como también lo es su capacidad para recibir materiales y su rango de interacción. No obstante, a este último respecto, tal y como podemos evidenciar de la documentación de un kalathos ampuritano o de las cerámicas de barniz negro, no es probable que el contacto se limitase a la Turdetania, foco principal (aunque no exclusivo) de contacto para las Rías Baixas, sino que parece que esta interacción implicó un vínculo con algunas zonas de la Citerior y con la península itálica, en consonancia con el registro de Elviña.
En cuanto a sus atribuciones, parece que este enclave se enfocaría hacia un espacio de interacción comercial, en que se realizarían determinadas actividades habituales relacionadas con distintas formas de interacción transcultural. Éstas no se habrían limitado en exclusiva al intercambio, sino que también habrían implicado el consumo y la sanción de dichas actividades. En este sentido, debemos de ser conscientes que la interacción con las sociedades de la Edad del Hierro no se habría circunscrito al mero intercambio de bienes: se trata de un proceso mucho más complejo en el que entran en juego muchos otros factores, políticos, religiosos y sociales (Dietler, 1990; Dietler y López-Ruíz, 2009), que implican muy diversas actividades alejadas de la percepción de la transacción económica que tenemos en la actualidad.
En este sentido, quizás sea el momento de mirar hacia el interior y explorar sus vínculos con el Castro de Elviña. Elviña muestra varias características relacionables con la estructuración de un asentamiento de cierta complejidad social, como es el desarrollo de varias edificaciones de carácter público-cultual y una destacada planificación urbanística que facilitan su interpretación como oppidum, quizás el único espacio conocido del ámbito septentrional galaico al que dicho concepto no le quede grande (Nión-Álvarez y Rivas, 2019). Aunque apenas estamos empezando a explorar la superficie de su complejidad interna y de su relación mutua, ambos registros materiales insinúan una significativa homogeneidad cronológica, tanto en sus importaciones (campanienses A y B, ánforas vinarias mediterráneas, cerámicas ibéricas, etc.) como en las producciones locales. En este sentido, quizás sea posible sugerir una relación entre ambos espacios que transcienda lo cronológico y evidencie una cierta interdependencia (o simplemente dependencia) mutua, que podría evidenciar cómo se habrían estructurado los primeros procesos de agregación y jerarquización social en una región que, aparentemente, parecía relativamente alejada de estas dinámicas (González-Ruibal, 2012, pp. 258-259). No obstante, debemos ser cautos respecto a estas propuestas, pues apenas hemos dado los primeros pasos y es mucho el camino por andar.
Lo que sí parece claro es que no existe relación entre las (hasta ahora) descontextualizadas evidencias adscribibles al siglo I a.C. y la fundación del Brigantium romano. Príncipe 17 nos permite contextualizar este flujo de importaciones mediterráneas dentro de las lógicas del comercio indígena, dentro del marco de una intensa interacción, pero desde un enfoque local, ajeno a una ocupación romana. Además, aunque el estado de la investigación siga siendo limitado, debemos señalar que las cronologías de Príncipe no parecen avanzar más allá de mediados del I a.C.; cuestión que parece poner de manifiesto su coherencia con el hiato ocupacional expuesto anteriormente, que parece acentuarse en las últimas décadas antes del cambio de era.
Con relación a este hecho, surgen dos cuestiones de gran relevancia. Por una parte, ya hemos visto como la fundación del núcleo romano de Brigantium parece no tener continuidad con las ocupaciones que estructuraron su fase anterior. En este sentido, estos datos apuntan con mayor certeza hacia su fundación a mediados del siglo I d.C., momento en el que se definiría su núcleo urbano como tal y en el que Brigantium dará comienzo su pujante etapa como enclave portuario altoimperial. Se trata de un momento perfectamente coherente con el proceso de urbanización romano del territorio galaico, tal y como podemos ver a través de la fundación de nuevos núcleos cercanos a la costa del conventus lucense, como Brandomil o Iria Flavia.
Por otra parte, y dentro del terreno de las hipótesis, quizás sea posible entrever cierto vínculo entre esta acusada retracción comercial y ocupacional de la última mitad del I a.C. con la visita de Julio César realizada en el 61 a.C. Como hemos visto, parece que la llegada del político romano a tierras ártabras tuvo ciertas implicaciones bélicas, pues era su intención era obtener crédito militar, político y económico para el desarrollo de su carrera política (objetivo que caracterizó su campaña militar en otras regiones de la fachada atlántica, Plu. Caes.12.1). Recordemos que, en los momentos posteriores a su llegada, el registro arqueológico no muestra precisamente un auge comercial, sino una significativa ausencia de materiales de importación y, en general, de ningún tipo de ocupación. En esta línea, es posible que esta eventual actuación militar implicase la desaparición de un sistema de intercambio anteriormente beneficioso; cuestión que daría lógica al “temor” de los nativos mencionado por Dión Casio, pues el contacto con Roma no habría implicado acciones militares hasta entonces. En todo caso, y a pesar del significativo vínculo temporal entre ambos hechos, siempre es complicado trazar líneas comunes entre historia y arqueología. Por lo de pronto, no podemos extralimitar este planteamiento del terreno de lo hipotético, una conexión a considerar en futuras investigaciones.
Esta primera revisión del yacimiento de Príncipe 17 nos permite abrir la puerta a la presencia de actividades de la Edad del Hierro en pleno corazón de la Ciudad Vieja coruñesa, una posibilidad que durante muchos años ha sido rechazada, denostada o simplemente ignorada. Los datos expuestos muestran como estas evidencias fragmentarias, recopiladas en las primeras páginas de esta publicación, parecen ser parte de una actividad ocupacional bajo lógicas de las comunidades locales durante la Edad del Hierro, un espacio que se desarrollaría entre mediados de los siglos II y I a.C., y en el que la presencia de materiales de importación no es demasiado elevada, pero sí significativa. Los niveles que hemos analizado se corresponden, aparentemente, con el lugar de depósito original de dichos materiales.
Si atendemos al conjunto de los datos expuestos, estas primeras ocupaciones parecen insinuar la existencia de un enclave portuario, en el que el intercambio comercial entre galaicos y mediterráneos parece una actividad relevante, aunque no exclusiva, pues el consumo de algunos de estos bienes también parece haber sido una parte activa dentro de sus atribuciones. Tal contexto no debe extrañarnos, pues el comercio en la Edad del Hierro no se limita exclusivamente a la mera transacción comercial, sino que las interacciones se producen en un complejo marco de relaciones simbólicas, sociales y políticas, en el que los banquetes y el consumo de determinados bienes son parte activa del proceso (Dietler, 2010).
Aparentemente, esta ocupación no duraría mucho más de unos 100-150 años, sin superar el primer tercio del s. I a.C. En este sentido, y más allá de las implicaciones que pudo haber tenido la llegada de César, esta fase debe entenderse de forma separada de la fundación del núcleo romano de Brigantium, cuyo origen podemos situar en torno a mediados del s. I d.C., casi un siglo después, de forma totalmente ajena y sin evidencias de continuidad alguna. Quizás estos datos sirvan como punto de inflexión para reorientar nuestras investigaciones y empezar a atender a la relación que podrían tener estas actividades con el Castro de Elviña, un yacimiento de gran complejidad interna con el que parece estrechar varios lazos a nivel material.
Esta investigación se ha financiado por el programa “Axudas de apoio á etapa predoutoral nas universidades do Sistema Universitario de Galicia, nos organismos públicos de investigación de Galicia e noutras entidades do sistema galego de I+D+i, cofinanciadas parcialmente no ámbito das universidades do SUG polo programa operativo FSE Galicia, 2014-2020”.
Queremos expresar, además, nuestra gratitud al arqueólogo Víctor Tomás Botella, arqueólogo director de la intervención en Príncipe 17, que amablemente nos ha facilitado los materiales de la intervención, así como a Francisco Javier González-García y a César Parcero-Oubiña por sus valiosos comentarios y aportaciones.
DION CASIO:
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Todos los autores han contribuido por igual en la elaboración de este trabajo.