Linares-Catela, J.A., (2020): “Monumentalidad funeraria del Bronce en el sur de la Península Ibérica: la necrópolis de La Orden-Seminario (Huelva) ”, Spal 29.1: 13-39.

DOI: http://dx.doi.org/10.12795/spal.2020.i29.01

http://dx.doi.org/10.12795/spal.2020.i29.01

Monumentalidad funeraria del Bronce en el sur de la península ibérica: la necrópolis de La Orden-Seminario (Huelva)

Monumentalidad funeraria del Bronce en el sur de la península ibérica…

Funerary monumentality of the Bronze Age in the south of the Iberian Peninsula: the necropolis of La Orden-El Seminario (Huelva)

José Antonio Linares-Catela
Departamento de Historia, Geografía y Antropología, Facultad de Humanidades
Avda. Tres de Marzo s/n, Campus del Carmen, Universidad de Huelva, 21071 Huelva
Correo-e:
ja.linares@dhga.uhu.es <https://orcid.org/0000-0002-4773-3645>
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https://www.scopus.com/authid/detail.uri?authorId=36348732700>
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https://publons.com/researcher/AAG-2204-2019>

Resumen: La permanencia del megalitismo durante la Edad del Bronce en la península ibérica es uno de los elementos destacados en las investigaciones recientes, interpretándose la continuidad de las arquitecturas y de las prácticas funerarias pretéritas de diversas formas. La excavación microespacial, el análisis arquitectónico de las tumbas, el estudio antropológico y el establecimiento de la cronología de la actividad funeraria de las necrópolis de La Orden– Seminario ha posibilitado caracterizar la existencia de un monumentalismo funerario desarrollado durante la Edad del Bronce Antiguo, c 2300-1900 cal BC. Esta monumentalidad funeraria se sustentó en la reapropiación de las necrópolis calcolíticas para la implantación de tumbas individuales en las cámaras de las sepulturas colectivas. Estas tumbas (covachas, fosas, cámaras con suelos nivelados y “cistas” con cubriciones tumulares) se caracterizan por la perpetuación de esquemas conceptuales de la tradición megalítica, presentando elementos arquitectónicos, técnicas constructivas y materiales que propiciaron la perceptibilidad visual, la perdurabilidad y la recreación de una memoria en torno a los espacios mortuorios ancestrales. En su interior se enterraron individuos de diferente sexo y edad, acompañados de diversos ajuares muebles que representan las diferencias sociales introducidas en la esfera de la muerte por la nueva concepción de las sociedades desigualitarias.

Palabras clave: Megalitismo, monumentalistimo, Bronce Antiguo, tumbas, prácticas funerarias, cronología

Abstract: The permanence of megalithic architecture during the Bronze Age in the Iberian Peninsula is one of the elements highlighted in recent research, interpreting the continuity of architectures and funerary practices in various ways. The microspatial excavation, the architectural analysis of the tombs, the anthropological study and the establishment of the chronology of the funerary activity of the necropolis of La Orden-Seminario have made it possible to characterise the existence of a funerary monumentalism developed during the Early Bronze Age, c 2300-1900 cal BC. This funerary monumentality was based on the reappropriation of the Chalcolithic necropolis for the implantation of individual tombs inside the collective burial chambers. These tombs (caves, pits, chambers with level floors and “cists” with tumular coverings) are characterized by the perpetuation of conceptual schemes of the megalithic tradition, presenting architectural elements, constructive techniques and materials that contributed the visual perceptibility, the perdurability and the recreation of a memory around the ancestral mortuary spaces. Inside, individuals of different sexes and ages were buried, accompanied by various grave goods that represent the social differences introduced into the sphere of death by the new conception of unequal societies.

Keywords: Megalithism, monumentalism, Early Bronze Age, tombs, funerary practices, chronology.

1. Introducción. Emplazamiento y datos básicos de La Orden-Seminario

El yacimiento de La Orden-Seminario se ubica en la periferia norte del casco urbano de la ciudad de Huelva, dentro del sector B3 Santa Marta-La Orden de la Zona Arqueológica de Huelva (fig. 1). Se emplaza en un área amesetada al norte de la península del estuario formado por las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel, una zona intensamente ocupada durante la Prehistoria Reciente en la que el asentamiento de La Orden-Seminario ocupó un sitio estratégico. Entre el 6500-4000 BP esta península dominaba el espacio central del paleoestuario, conformando una gran ensenada abierta al mar delimitada por los esteros de los ríos y desembocaduras de los cauces secundarios del interfluvio, situándose el nivel del agua hasta 2 m por encima de la cota actual (fig. 2). A partir del 4000 BP el nivel del mar disminuyó drásticamente y se estabilizó la costa, asistiéndose a la progresiva colmatación sedimentaria de los estuarios (Cáceres et al. 2018, Zazo et al. 2005).

Figura 1. Localización del yacimiento de La Orden-Seminario (Huelva).

Figura 2. Situación de La Orden-Seminario y otros asentamientos en el paleoestuario del interfluvio de los ríos Tinto y Odiel entre el 6500-4000 BP.

El yacimiento comprende una superficie conocida de 23 hectáreas, en la que se presentan estructuras excavadas en el sustrato de arcillas arenosas, limos y arenas finas de la Formación Arenas de Huelva, siendo materiales del Plioceno Inferior de la cuenca del Guadalquivir (Baceta y Pendón 1999: 420, Mayoral y Abad 2008: 23). El sitio arqueológico cuenta con estructuras de distintas fases de ocupación: poblado y necrópolis del IV-III milenios BC, necrópolis de la Edad del Bronce, aldea con fondos de cabaña y otras estructuras del Bronce Final, diversos sistemas de cultivo protohistóricos, estructuras orientalizantes y turdetanas, necrópolis visigoda, necrópolis almohade y área de grandes silos, alcorques y trazas de arboricultura de la Edad Moderna y Edad Contemporánea (Gómez Toscano et al. 2014, González et al. 2008, Vera Rodríguez et al. 2010).

2. Las necrópolis prehistóricas. Tumbas, prácticas funerarias y secuencia diacrónica

En La Orden-Seminario se han documentado varias necrópolis correspondientes a tres fases: Neolítico Final, Edad del Cobre y Edad del Bronce (fig. 3).

Figura 3. Necrópolis prehistóricas de La Orden-Seminario.

Las necrópolis del IV y III milenios BC se concentraron en las zonas superiores de las dos lomas del asentamiento, siendo espacios reservados de forma preferente al dominio de los muertos. En la necrópolis noroeste se han constatado tres tumbas: dos fosas (estructuras 1307 y 1327) del Neolítico Final y un hipogeo (estructura 1336) de la Edad del Cobre. La necrópolis sureste se concentraba en la franja central de la meseta, estando compuesta por seis tumbas: dos fosas del Neolítico Final (estructuras 279 y 7015) y cuatro tumbas de la Edad del Cobre, siendo dos hipogeos (7005 y 7016) y dos tholoi (7049 y 7055) distribuidos de forma lineal en un eje noroeste-sureste y con orientación preferente de los accesos hacia 65º NE (Linares Catela y Vera Rodríguez 2015).

Las tumbas de la Edad del Bronce se ubicaron en cuatro sitios diferenciados: a) en las necrópolis noroeste y sureste, reutilizándose los espacios colmatados de las cámaras de las sepulturas colectivas calcolíticas para la implantación de tumbas individuales; b) en los alrededores de la necrópolis noroeste, constatándose dos fosas (1305 y 1788); c) en la meseta suroccidental, donde se presentaban una covacha (9240) y dos fosas (2515 y 2668); d) en el extremo suroeste, en donde se formó una nueva necrópolis compuesta por once tumbas, distinguiendo entre cinco fosas simples y seis fosas con cubrición de cantos de cuarcita (Martínez Fernández y Vera Rodríguez 2014).

La metodología de investigación de las necrópolis se ha sustentado en una estrategia de trabajo que ha aunado la excavación arqueológica microespacial, el estudio antropológico, la arqueometría de los materiales y el análisis bayesiano de diecisiete dataciones radiocarbónicas, obtenidas sobre huesos humanos en tres tumbas con una intensa actividad funeraria (1336, 7016 y 7055). Ello ha posibilitado determinar la biografía funeraria de estas sepulturas, reconstruir la secuencia estratigráfica de las estructuras, estudiar sus arquitecturas y técnicas constructivas, identificar los diferentes depósitos (restos óseos y objetos muebles) derivados de las prácticas mortuorias y establecer la temporalidad.

Las necrópolis del Neolítico Final, de mediados del IV milenio BC, presentaban dos fosas en cada sector. Las tumbas eran de plantas circulares y secciones similares a las construcciones doméstico-habitacionales, con dimensiones medias de 2 m de diámetro y 1 m de profundidad. Eran accesibles desde el firme externo superior, desde donde se realizaron las operaciones de gestión de los ámbitos mortuorios. Contaban con un espacio sepulcral colectivo formado por la reiteración de deposiciones de individuos diferidas en el tiempo. El número de miembros enterrados fue variable, oscilando entre un individuo en la tumba 1307, tres individuos en la tumba 7015 (dos inhumaciones primarias y un paquete funerario), cuatro individuos inhumados junto a las paredes en la tumba 1327 o hasta doce individuos en la tumba 279, agrupados en paquetes funerarios junto a los objetos muebles. Los individuos, de ambos sexos y diversos rangos de edad, se acompañaban de escasos ajuares, siendo los microlitos geométricos los objetos más comunes.

Las necrópolis de la Edad del Cobre se componían de dos tipos de sepulturas colectivas: hipogeos y sepulcros de falsa cúpula. Ambas arquitecturas poseían tres sectores: atrios abiertos escalonados y pavimentados con puertas y otros dispositivos de cierre/apertura destinados al acceso a las tumbas; corredores cubiertos longitudinales segmentados por jambas, sirviendo como espacios de tránsito y de deposición de ofrendas; y cámaras circulares abovedadas. Los hipogeos eran estructuras subterráneas en su integridad. Por el contrario, los tholoi eran construcciones semisubterráneas con un desarrollo parcial en alzado, con paredes formadas por finas lajas de revestimiento de pizarra azul y cubiertas mixtas, siendo los corredores adintelados y estando las cámaras levantadas mediante aproximación concéntrica de hiladas de mampostería de pizarra trabada con arcilla. En las cámaras sepulcrales se formaron diversos niveles funerarios superpuestos como consecuencia del prolongado uso de estos espacios. Los depósitos identificados, tanto inhumaciones primarias como paquetes funerarios acompañados de ajuares muebles, relatan los diferentes gestos mortuorios y las reiteradas prácticas de manipulación, reorganización y acondicionamiento de los espacios sepulcrales.

La actividad funeraria de las sepulturas colectivas se desarrolló en una cronología c 3000-2400/2300 cal BC, a tenor de las catorce dataciones radiocarbónicas efectuadas en las tumbas 1336, 7016 y 7055. El proceso de colapso estructural, derrumbe y colmatación de las sepulturas colectivas condicionó el abandono y el desuso de las estructuras funerarias c 2500/2400-2300 cal BC, comprendiendo este hiato o lapso temporal una duración de una a dos centurias dependiendo de cada tumba. La actividad funeraria se reanudó en el último cuarto del III milenio BC, asistiéndose a la emergencia y desarrollo de las necrópolis en la Edad del Bronce Antiguo, comprendiendo una cronología c 2300-1900 cal BC, conforme a las tres fechas obtenidas en las tumbas 7016 y 7055 (tab. 1 y 2; fig. 4).

Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas de los enterramientos del Bronce Antiguo. Necrópolis sureste de La Orden-Seminario.

CÓDIGO

LAB.

TUMBA

FORMA

TIPO DE
DEPÓSITO

MUESTRA

FECHA BP

d13C (‰)

FECHA

CAL ANE

1σ (68%)

FECHA

CAL ANE

2σ (95%)

CNA-327

Tumba

7016

Covacha

subterránea

Depósito primario

individual (UE 37):

inhumación

Hueso humano no específico de adulto masculino

3796±50

-25.14±0.30

2300-2140

2460-2040

CNA-330

Tumba

7055

Covacha

subterránea

Deposito primario

Individual (UE 87):

inhumación

Hueso humano no específico de infantil II (6-7 años)

3700±50

-15.64±0.72

2200-2020

2280-1940

CNA-622

Tumba

7016

“Cista” con cubrición

tumular

Depósito secundario individual (UE 15):

inhumación

Hueso humano (clavícula) de adulto masculino maduro

3600±60

-19.47±0.68

2120-1880

2140-1770

Figura 4. Modelado bayesiano de secuencia en fases de las necrópolis de La Orden-Seminario. Dataciones radiocarbónicas de las tumbas del Bronce Antiguo. OxCal v4.3.3. Brank Ramsey (2017); r:5 IntCal13 atmospheric curve (Reimer et al. 2013).

Las necrópolis de la Edad del Bronce Antiguo se caracterizan por la presencia de tumbas individuales de diversas formas arquitectónicas: covachas subterráneas, fosas (con o sin cubrición), suelos nivelados en cámaras bajo tumulaciones y “cista” con cubrición tumular. En una cronología posiblemente posterior, c 1900-1500 BC, a tenor de las arquitecturas y ajuares muebles, pudo surgir la necrópolis suroeste, siendo un nuevo espacio mortuorio.

3. Las tumbas individuales del Bronce Antiguo integradas en las sepulturas colectivas

3.1. Sepultura 7016

En los niveles de colmatación de la cámara del hipogeo 7016 se documentaron dos tumbas individuales con formas y depósitos funerarios diferenciados. Primeramente, se consumó una inhumación en el interior de una covacha subterránea (fig. 5). Esta estructura fue excavada en el lateral noroeste de la cámara, junto a las paredes, llegando hasta el firme del hipogeo. Contaba con dos sectores espaciales conectados: a) un hueco de acceso de perfil escalonado, de 1,20 m por 0,60 m de anchura; b) una estructura subterránea de morfología rectangular alargada, con dirección norte-sur (185º N), de 1,85 m de longitud por 0,90 m de achura (1,6 m2 de superficie) y hasta 0,50 m de altura. La covacha fue cerrada con un dispositivo de lajas de pizarra y arcilla y cubierta por el nivel de derrumbe removido de la falsa cúpula del hipogeo mixto, conformando un nivel tumular de lajas de pizarra, cantos de cuarcita y arcilla.

Figura 5. Covacha subterránea de la tumba 7016. Estructura y depósito funerario.

En el interior de la covacha se documentaron los restos de un enterramiento primario de un individuo adulto masculino en conexión anatómica parcial y su ajuar (UE 37). Del esqueleto se conservaban las extremidades inferiores y brazos, varios fragmentos del cráneo y huesos del tronco central, determinándose que fue colocado en decúbito lateral izquierdo con las piernas flexionadas y los brazos extendidos y basculados hacia la pared oeste de la covacha, hacia supinación del tórax, con orientación sagital 10º norte y cara al este. Este difunto se descompuso en un medio aerobio, permanecido la covacha como un espacio hueco de manera previa a su colmatación tras el colapso estructural y entrada de tierras desde el exterior. El estudio antropológico ha revelado que este hombre, de 1,67 ± 6,96 m de estatura, presentaba una patología osteoarticular leve en los pies y diversas afecciones derivadas de hábitos posturales: platicnemia e hiperdesarrollo de la pilastra femoral. Los objetos muebles eran de tradición campaniforme, presentando dos recipientes cerámicos lisos de superficies bruñidas (un cuenco semiesférico y un vaso colocado en su interior), adosados a la pared tras el costado y la cabeza del difunto, y una punta de lanza de cobre tipo Palmela, dispuesta en el extremo superior y que estaría unida al extremo final de un astil de madera. La datación radiocarbónica ha proporcionado una cronología para este enterramiento de 3796±50 BP: 2460-2040 cal BC 2σ (CNA-327, tab.1).

Con posterioridad, se construyó sobre y con los materiales reutilizados del nivel de derrumbe del hipogeo mixto una estructura con cubrición tumular, conteniendo en su interior un depósito funerario secundario (fig.6). La estructura era de morfología seudocuadrangular, delimitando un espacio interno de 1,20 m por 0,80 de lado (0,96 m2 de superficie) a modo de “cista”, con orientación dominante noroeste-sureste, perpetuando el eje axial del hipogeo (65º NE). Estaba formada por dos muretes de mampostería de tres hiladas superpuestas de lajas de pizarra y cantos de cuarcita trabados con arcilla, conformando dos paredes en forma de “L” de 0,30 m de anchura y altura. El firme lo constituía el nivel regularizado de arcilla limo-arenosa del derrumbe de la pared y la cubierta del cuadrante sureste del hipogeo, con marcado buzamiento desde el centro hacia el borde sureste.

Figura 6. “Cista” con cubrición tumular de la tumba 7016. Elementos arquitectónicos y depósito funerario.

En su interior se documentó un depósito secundario compuesto por restos óseos seleccionados de un individuo adulto masculino de edad madura (entre 40-60 años) y un ajuar formado por escasos fragmentos de dos cuencos cerámicos, uno de forma hemisférica y otro con mamelón próximo al borde, y dos puntas de flecha de sílex, una de base cóncava y otra con pedúnculo. Los restos óseos se concentraban en la parte central de la estructura, apareciendo algunos fragmentos diseminados en el lateral sureste como consecuencia del soterramiento. Los dieciocho huesos que componían este depósito procedían de distintas partes del esqueleto: cabeza (arco posterior izquierdo del cráneo, molar inferior), tronco central (cuatro costillas, vértebra lumbar L5, dos fragmentos de la rama del pubis, escápula y fragmento de clavícula), extremidades superiores (húmero izquierdo, segunda falange proximal de la mano), extremidades inferiores (fémur, tibia izquierda) y tres fragmentos no específicos. Mediante el estudio antropológico se ha identificado que este hombre padeció artritis, una patología ostearticular degenerativa. La datación radiocarbónica efectuada ha proporcionado una cronología de 3600±60 BP: 2140-1770 cal BC 2σ (CNA-622, tab. 1).

Su nivel de cubrición estaba formado por dos capas superpuestas de hasta 25 cm de espesor, formada por lajas de pizarra, cantos de cuarcita y arcilla, que colmataba al completo el espacio interior de la cámara, de 2,30 m por 2,10 m. Este elemento de cubrición presentaba un perfil monticular alcanzando la máxima altura y mayor grosor en la parte central de la cámara.

3.2. Sepultura 7055

En el tholos 7055 se constató una covacha subterránea construida en el área frontal de la cámara colmatada del sepulcro (fig. 7). Su implantación demandó la ejecución de diversas acciones constructivas: el desmonte parcial del nivel de derrumbe de la falsa cúpula mediante la apertura de una zanja, el arranque y la fracturación de gran parte de las lajas de revestimiento de la pared sureste de la cámara y algunas lajas de las paredes y techumbre del corredor y la excavación de la estructura subterránea. Los materiales extraídos (lajas de pizarra, cantos de cuarcita y arcilla) fueron reutilizados para la construcción de la covacha.

Figura 7. Covacha subterránea de la tumba 7055. Elementos arquitectónicos y depósito funerario.

La covacha, con orientación norte-sur, tenía un espacio sepulcral ovalado de reducidas dimensiones (0,76 m2 de superficie), de 0,95 m en el eje norte-sur por 0,80 m en el eje este-oeste, alcanzando una altura media en el tramo central de 0,40 m. Se componía de varios elementos arquitectónicos: a) estructura excavada y tallada en el sustrato, con orientación norte-sur, que formaba las paredes norte y trasera y el suelo de la covacha, cuyo firme estaba levemente sobreelevado respecto a la cota de la cámara y con una ligera pendiente ascendente hacia el fondo; b) murete de mampostería lateral y laja de revestimiento; c) techumbre construida mediante dos lajas dispuestas oblicuamente y encastradas en una ranura tallada en el sustrato; d) abertura frontal de forma esférica orientada al este, de 0,80 m de anchura máxima en el tramo central y 0,50 m de altura. Estos elementos otorgaron a la covacha de una gran consistencia y estabilidad estructural.

En su espacio interno se registró la inhumación primaria de un individuo articulado infantil I-II de 6-7 años de edad, acompañado de un ajuar de tradición campaniforme (UE 87), formado por varios objetos: dos recipientes cerámicos lisos superpuestos componiendo una forma “campaniforme” (un cuenco de carena media que contenía un vaso troncocónico en su interior), colocados detrás de la cabeza, en el espacio existente entre esta y la pared; un pequeño puñal romboidal de cobre, dispuesto con orientación 20º N en el antebrazo, de sección longitudinal muy fina, extremo apuntado y bisel doble afilado, enmangado probablemente con madera o hueso; un brazalete de arquero manufacturado en pizarra gris con dos orificios perforados en los extremos, colocado al este del antebrazo.

El individuo fue dispuesto en decúbito lateral izquierdo con brazos flexionados y piernas hiperflexionadas, espalda contra la pared de la covacha, con posición anatómica sagital orientada hacia el norte (20º N) y con dirección de la cabeza hacia el acceso, mirando la cara hacia el este. La descomposición integral del cuerpo se produjo en un espacio hueco, como consecuencia de la presencia de un dispositivo de cierre que propició la formación de un medio aerobio. Por diversas razones tafonómicas el esqueleto presentaba un bajo estado de conservación, preservándose escasos restos óseos muy deteriorados: un fémur, las dos tibias, los dos peronés, parte de los cúbitos y radios, un húmero, el cráneo y varios fragmentos no específicos. Presentaba diversos rasgos morfológicos dentarios: tubérculos accesorios en el molar 1º inferior, raíz bífida en premolares superiores y cíngulo marcado en caninos.

Tras el enterramiento del difunto se procedió al cerramiento y sellamiento de la covacha. En primer lugar, se colocó un dispositivo de cierre en la entrada, formado por un murete de mampostería irregular trabada con arcilla de lajas de pizarra y cantos de cuarcita, ejecutado en tres tramos y con progresivo decrecimiento ascendente del grosor de las hiladas y del tamaño de las piedras. En segundo lugar, se construyó un forro de revestimiento de cantos de cuarcita y pequeñas lajas de pizarra que selló el espacio frontal completo de la cámara, documentándose un cuenco cerámico semiesférico en la base, ofrendado como práctica de clausura de la covacha. Finalmente, se realizó el tapado y la cubrición en dos niveles constructivos. El nivel de base conformaba la colmatación de la zanja, disponiéndose un relleno con cantos de cuarcita, arcilla y algunas lajas de pizarra, que comprendió hasta 0,70 m de potencia. El nivel superior lo formaba la cubrición tumular circular, compuesta por cantos de cuarcita, pequeñas lajas de pizarra y arcilla, de 1,60 m de diámetro y 0,25 m máximo de espesor, ocupando el espacio completo de la cámara y sobresaliendo por encima de la rasante del firme externo del tholos.

La datación radiocarbónica efectuada sobre este individuo ha arrojado un resultado cronológico  de 3700±50 BP: 2280-1940 cal BC 2σ (CNA-330, tab. 1).

3.3. Sepultura 7005

En la tumba 7005 se llevaron a cabo varias deposiciones funerarias en el interior de la cámara del hipogeo, de 2,05 m de diámetro, que se encontraba parcialmente colmatada tras su derrumbe. Estas deposiciones se agrupaban en dos niveles estratigráficos, que se corresponden con las fases 2 y 3 de la tumba (fig. 8).

Figura 8. Enterramientos de la tumba 7005: fosa con depósito primario y suelo con paquete funerario y estela asociada.

En el nivel funerario 2 (fase 2) se realizaron dos depósitos funerarios. En primer lugar, se efectuó un enterramiento primario (UE 15) en una fosa oblonga excavada en el relleno sedimentario junto al lateral sureste de la cámara, aprovechando las paredes del hipogeo como límite de la estructura. La fosa, con orientación noreste-suroeste, medía 1,30 m de longitud por 0,65 m de anchura (1,25 m2 de superficie), alcanzando una altura máxima de 0,40 m. En su interior se inhumó una mujer adulta joven de 20-25 años, con una estatura de 1,54 ± 5,96 m, que fue colocada en decúbito lateral derecho con brazos y piernas, plano sagital al noreste (50º NE) y cara orientada al noroeste. Presentaba una patología dentaria común, caries. Contaba con un cuenco cerámico hemisférico, dispuesto junto a la cabeza y recostado de manera oblicua contra la pared de la fosa. Por el posicionamiento del esqueleto articulado, su buen estado de conservación y por la descomposición del cuerpo en un medio anaerobio, la difunta pudo haber estado ataviada por un sudario o mortaja, siendo soterrada tras su deposición en la fosa.

Posteriormente, se realizó un depósito secundario (UE 12) sobre el suelo nivelado de la cámara, ocupando el espacio central. Formaba un paquete funerario de huesos largos apilados y agrupados con orientación norte-sur en una superficie cuadrangular de 40 cm de lado (0,16 m2 de superficie), que fue soterrado por una capa de arcilla de 15 cm en forma de montículo. Los huesos se correspondían con las extremidades inferiores y superiores de una mujer adulta, a la que se asoció una lezna o punzón de cobre y un fragmento de piedra pulida.

En el nivel funerario 3 (fase 3) se documentó un depósito secundario colectivo desarrollado en el tramo central de acceso de la cámara, sobre un firme (UE 7) con buzamiento de las paredes hacia el centro. El paquete funerario (UE 8) estaba formado por cuatro huesos largos de las extremidades inferiores (un fémur derecho, una tibia izquierda) y superiores (un húmero derecho y hueso no específico) de dos individuos adultos (uno masculino y otro femenino), concentrados en un espacio de 55 por 30 cm de lado (0,16 m2), con dirección este-oeste, acompañado de una lámina tallada de sílex, varios restos de útiles líticos tallados y fragmentos cerámicos. El paquete funerario se delimitó mediante tres bloques de calcarenita colocados en la conexión con el corredor y se cubrió mediante una capa de arcilla rojiza dispuesta en la superficie completa de la cámara, formando un montículo de 25 cm de espesor que sobresaldría respecto al firme externo. Asociada a este paquete se documentó tumbada una laja de pizarra azul, de forma rectangular alargada, de 70 cm de longitud por 30 cm de anchura máxima y 8 cm de grosor, en conexión espacial con su fosa de cimentación (de 50 por 5 cm) y separada 20 cm al sur de los restos óseos. Esta piedra pudo haber estado colocada en vertical sobresaliendo por encima de la cubrición monticular, funcionando como una estela señalizadora del enterramiento. La laja de pizarra, fracturada en un extremo y retallada en sus aristas laterales, era un soporte reutilizado que pudo haberse extraído del tholos 7055 con anterioridad a la construcción de la covacha subterránea o proceder del tholos 7049, que fue desmantelado integralmente.

3.4. Sepultura 1336

El hueco superior de la cámara colmatada del hipogeo 1336 fue reutilizado en el Bronce Antiguo, excavándose una fosa oblonga con orientación norte-sur, de 1,25 m por 1 m y 0,30 m de profundidad, destinada a un enterramiento primario de un individuo adulto masculino sin ajuar asociado. El difunto fue colocado en decúbito lateral izquierdo con piernas y brazos flexionados, basculado sobre sí hacia pronación, con la cabeza orientada al sur, con orientación sagital al sur (190º S), habiéndose descompuesto de forma parcial en un medio aerobio. La fosa presentaba una cubrición formada por cantos de cuarcita, bloques de calcarenita y lajas de pizarra, siendo materiales provenientes del atrio del hipogeo y/o del derrumbe del murete de mampostería del nivel estratigráfico inferior.

4. Arquitecturas y prácticas funerarias de las tumbas de la Edad del Bronce Antiguo

4.1. Arquitecturas y técnicas constructivas

En el conjunto de las necrópolis de La Orden-Seminario se han identificado cuatro formas arquitectónicas del Bronce Antiguo (fig. 9):

Figura 9. Formas arquitectónicas y elementos de cubrición de las tumbas de La Orden-Seminario.

Covachas subterráneas con orientación norte-sur, construidas en el cuadrante noroeste de las cabeceras de las tumbas 7016 y 7055. Cada una de ellas presentaba particularidades constructivas, aunque las dos contaban con cubriciones tumulares formadas por los materiales de derrumbe de las cámaras de las sepulturas colectivas. Otra covacha fue documentada en la agrupación de la meseta suroccidental, la estructura 9240, excavada y modelada en el sustrato con dirección noroeste-sureste, con acceso escalonado y espacio interno ovalado, de 1,50 m de longitud por 0,65 m de anchura (1 m2) y hasta 0,75 m de altura, contando con un murete de cierre de mampostería trabado con arcilla.

Fosas, de dos tipos: a) fosas sencillas, con orientación noreste-suroeste, sin cubrición tumular, de formas oblonga (tumba 7005) o circular (tumbas 1305 y 1788) y con paredes rectas o curvadas, de 1-1,5 m de longitud, 0,60-0,90 m de anchura y 0,40-0,65 m de altura, con un espacio sepulcral de 1 m2, que fueron soterradas tras la deposición de los difuntos en su interior; b) fosas con cubrición tumular o con montículos, de formas y dimensiones análogas, con orientación norte-sur y tapadas por piedras (pizarra, calcarenita y cantos de cuarcita) y tierra, caso de la tumba 1336.

Depósitos sobre suelos nivelados abiertos con montículos tumulares en la tumba 7005. Los paquetes funerarios fueron depositados en el centro de la cámara, ocupando una superficie de apenas 0,16 m2, siendo soterrados bajo un montículo de tierra y/o piedras de entre 15-25 cm de espesor, colocándose una estela de pizarra asociada al segundo depósito.

“Cista” con cubrición tumular, en la tumba 7016. Se trata de una estructura subcuadrangular, construida con mampostería de lajas de pizarra trabadas con mortero de barro que delimitaba un espacio sepulcral de 0,96 m2 y hasta 0,30 m de altura, con orientación noreste-suroeste. Contenía un depósito funerario secundario que fue soterrado y tapado por un potente nivel de cubrición compuesto por lajas de pizarra, cantos de cuarcita y arcilla, que colmataba la oquedad de la cámara y sobresalía respecto al exterior.

4.2. Prácticas funerarias y bioantropología

Las diferentes tumbas estuvieron destinadas a enterramientos individuales de un único episodio, siendo clausuradas o soterradas tras la deposición de los difuntos. La desigual presencia de individuos por sexo y edad en las diferentes arquitecturas, la diversidad de tratamientos y de posicionamiento de los cuerpos (primarios o secundarios) en el interior de las tumbas y las disimetrías en la posesión de objetos funerarios nos lleva a distinguir la realización de cuatro ritos mortuorios (tab. 3).

El ritual mortuorio 1 se corresponde con los enterramientos primarios de individuos masculinos en covachas subterráneas, documentados en las tumbas 7016 y 7055 de la necrópolis sureste así como en la covacha 9240 de la agrupación funeraria de la meseta suroccidental. Los difuntos de estas tumbas fueron colocados en decúbito lateral derecho y en posición flexionada en un medio aerobio, con orientación preferente norte-sur, acompañados generalmente de ajuares de marcada tradición campaniforme, compuestos de uno o dos recipientes cerámicos lisos superpuestos y de armamento metálico (punta de cobre de tipo Palmela, puñal de lengüeta o puñal romboidal). En la covacha de la estructura 7016 se depositó un hombre adulto acompañado de dos recipientes cerámicos (un cuenco y un vaso) colocados tras el costado y la cabeza y de una punta de cobre. En la covacha de la tumba 7055 se inhumó un individuo infantil II, de 6-7 años de edad, tratándose posiblemente de un individuo masculino, al compartir el mismo ritual de enterramiento y ajuares: dos recipientes cerámicos (cuenco de carena media y vaso troncocónico) colocados tras la cabeza y un puñal romboidal de cobre junto al antebrazo y un brazalete de arquero de pizarra al este del antebrazo. En la covacha 9240 se depositó un individuo adulto masculino joven, de entre 20-25 años, envuelto probablemente en sudario o mortaja, siendo colocado en decúbito lateral izquierdo con brazos y piernas hiperflexionados, con posición sagital 340º N y cara orientada al este. Su ajuar se componía de dos objetos de raigambre campaniforme: un vaso cerámico troncocónico, colocado verticalmente delante del tórax, y un puñal de lengüeta de cobre cogido por la mano derecha del individuo (Martínez Fernández y Vera Rodríguez 2014: 23-26).

Este ritual funerario se desarrolló a lo largo de las tres últimas centurias del III milenio cal BC. La datación radiocarbónica modelada del individuo de la covacha de la tumba 7016 (CNA-327) ha arrojado una cronometría que sitúa el enterramiento entre las centurias 23 y 22 cal BC, c 2260-2130 cal BC (68% de probabilidad) o c 300-2040 cal BC (95% de probabilidad). La datación modelada del individuo de la covacha 7055 (CNA-330) ha proporcionado una cronología algo posterior, debiendo haberse realizado el entierro un siglo más tarde, entre las centurias 22-21 cal BC, c 2150-2030 cal BC  68% de probabilidad) o c 2210-1980 cal BC (95% de probabilidad) (tab. 2).

Tabla 2. Modelado bayesiano de la actividad funeraria en las necrópolis de La Orden- Seminario. Dataciones radiocarbónicas de las tumbas del Bronce Antiguo.

ACTIVIDAD
FUNERARIA

TUMBA

DATACIONES CALIBRADAS

MODELO BAYESIANO

Amodel= 153.8

Aoverall= 153.6

FASES

CÓDIGO

LAB.

EDAD BP

FECHA

CAL BC 1σ

68%

FECHA

CAL BC 2σ

95%

68%
probabilidad

95%
probabilidad

FASE 1

TUMBAS

COLECTIVAS

Boundary Start 1

2990-2700

3060-2670

Boundary End 1

2460-2330

2480-2250

FASE 2

TUMBAS

INDIVIDUALES

Boundary Start 2

2330-2150

2400-2060

T7016

CNA-327

3796 ± 50

2300-2140

2460-2040

2260-2130

2300-2040

T7055

CNA-330

3700 ± 50

2200-2020

2280-1940

2150-2030

2210-1980

T7016

CNA-622

3600 ± 60

2120-1880

2140-1770

2140-1930

2200-1870

Boundary End 2

2120-1860

2190-1570

El ritual mortuorio 2 se atribuye a las inhumaciones primarias de mujeres u hombres adultos con ajuar cerámico reducido o inexistente, depositados en el interior de fosas con o sin montículos de cubrición, como testimonian las tumbas 7005 y 1336. En la sepultura 7005 se documentó una fosa en la que se depositó una mujer adulta de 20-25 años de edad envuelta en un sudario o mortaja, siendo colocada en decúbito lateral derecho con brazos y piernas hiperflexionados con cara orientada al noroeste, acompañándose de un cuenco semiesférico liso dispuesto junto a la cabeza y recostado de manera oblicua contra la pared de la fosa. La fosa de la tumba 1336 contenía en su interior un individuo adulto masculino dispuesto en decúbito lateral izquierdo con piernas y brazos flexionados, basculado sobre sí hacia pronación, con la cabeza orientada al sur, sin ajuar asociado.

El ritual mortuorio 3 es representado por la realización de paquetes funerarios de huesos largos de las extremidades inferiores y superiores junto a escasos ajuares muebles, depositados en suelos abiertos nivelados de las cámaras y posteriormente cubiertos por montículos tumulares. En la tumba 7005 se han distinguido dos tipos de depósitos secundarios: a) paquete óseo de mujer adulta, con lezna/punzón de cobre y un fragmento de piedra pulida; b) paquete óseo colectivo de dos individuos adultos (uno masculino y otro femenino), acompañados de fragmentos cerámicos y de productos tallados de sílex (lámina y útiles), soterrados bajo tumulación y con estela de pizarra indicadora.

El ritual mortuorio 4 se concretó en el depósito secundario efectuado en la estructura cuadrangular de mampostería de pizarra soterrada y con posterior cubrición tumular de la tumba 7016. Este depósito se compuso de diversos restos óseos de un individuo masculino adulto y de fragmentos cerámicos dispersos de dos cuencos y tres puntas de flecha de sílex. Según el modelado bayesiano de la datación efectuada (CNA-622), este ritual mortuorio se desarrolló en una cronología concreta de transición entre el III y II milenios cal BC, c 2140-1930 cal BC (68% de probabilidad) o c 2200-1870 cal BC (95% de probabilidad) (tab. 2), una centuria más tarde que los enterramientos en covacha.

El estudio de esos depósitos funerarios y el análisis de las prácticas mortuorias revelan marcadas diferencias respecto al género y edad de los individuos inhumados. El número total de enterrados es reducido, sumando entre las cuatro estructuras la cantidad de ocho individuos. Destaca una mayor predominancia de hombres adultos (cuatro) sobre las mujeres adultas (tres), constatándose solo un infantil de 6-7 años de edad en la covacha de la tumba 7055 (tab. 3).

Tabla 3. Tumbas individuales de la Edad del Bronce Antiguo integradas en sepulturas colectivas. Espacios sepulcrales, depósitos funerarios y rituales mortuorios.

TUMBA

NECRÓPOLIS

RITUAL

ARQUITECTURA

Y ORIENTACIÓN

DIMENSIONES

Long x anch

x prof

(superficie)

DEPÓSITO

FUNERARIO

POSICIÓN

SEXO

GÉNERO,

EDAD,

ESTATURA

PATOLOGÍAS / RASGOS FUNCIONALES-MORFOLÓGICOS

AJUAR

T7016

Sureste

Ritual 1

Covacha subterránea con cubrición tumular

N-S

1,20 x 0,60

x 0,40 m

(1,28 m2)

Inhumación primaria

Decúbito lateral izquierdo con brazos extendidos y piernas flexionadas

Hombre adulto N.E.

1,67±6,96 m

Patología ostearticular degenerativa en los pies

Platicnemia

Hiperdesarrollo de la pilastra femoral

Dos recipientes cerámicos: vaso troncocónico y cuenco hemisférico

Punta Palmela de cobre

T7055

Sureste

Ritual 1

Covacha subterránea con cubrición

N-S

0,95 x 0,80

x 0,50 m

(0,76 m2)

Inhumación primaria

Decúbito lateral izquierdo con extremidades flexionadas

Infantil II

(7-8 años)

Rasgos dentarios: a) tubérculos accesorios en el molar 1º inferior; b) raíz bífida en premolares superiores; c) cíngulo marcado en caninos

Dos recipientes cerámicos: vaso troncocónico y cuenco con carena

Puñal romboidal de cobre

T1336

Noroeste

Ritual 2

Fosa con cubrición de piedra

N-S

1,25 x 1

x 0,30 m

(1,25 m2)

Inhumación primaria

Decúbito lateral izquierdo con extremidades flexionadas

Hombre adulto N.E.

Sin ajuar

T7005

Sureste

Ritual 2

Fosa simple

NE-SO

1,30 x 0,65

x 0,40 m

(0,85 m2)

Inhumación primaria

Decúbito lateral derecho con brazos y piernas hiperflexionadas

Mujer adulta joven

(20-25 años)

1,54±5,96 m

Patología dentaria: caries

Cuenco hemisférico

T7005

Sureste

Ritual 3

Suelo bajo tumulación

N-S

0,40 x 0,40 m

(0,16 m2)

Depósito secundario

Paquete funerario

Mujer adulta

N.E.

Lezna de cobre

Piedra pulida

T7005

Sureste

Ritual 3

Suelo bajo tumulación

y estela

E-O

0,55 x 0,30 m

(0,16 m2)

Depósito

secundario

colectivo

Paquete funerario con restos de dos individuos

Hombre y mujer adultos

N.E.

Lámina tallada

Útiles líticos fragmentados

Cerámicas fragmentadas

T7016

Sureste

Ritual 4

“Cista” con cubrición tumular

NE-SO

1,60 x 0,80

x 0,30 m

(0,72 m2)

Depósito secundario

Hombre adulto maduro

(40-60 años)

Patología ostearticular degenerativa: artritis

Fragmentos de dos cuencos cerámicos semiesféricos

Tres puntas de flecha de sílex

Total NMI en las tumbas individuales del Bronce Antiguo

integradas en las sepulturas colectivas

8

4 hombres adultos: 3 de edad no específica y 1 hombre maduro (40-60 años)

3 mujeres adultas: 2 de edad no específica y 1adulta joven (20-25 años)

1 infantil II de 7-8 años

Todos los difuntos masculinos se inhumaron en una posición común, siendo colocados de forma articulada en decúbito lateral izquierdo con las extremidades flexionadas y/o hiperflexionadas. Las diferencias entre los hombres se presentaban en el contenedor funerario empleado y fundamentalmente en el tipo y grado de acumulación de ajuares muebles. Los hombres enterrados en las covachas subterráneas (7016 y 9240) poseían ajuares de tradición campaniforme, compuestos por uno o dos recipientes cerámicos lisos y una pieza de armamento de cobre (punta de lanza o puñal de lengüeta). Por el contrario, el sujeto inhumado en la fosa de la tumba 1336 no contenía objeto mueble alguno. El individuo infantil II, de 6-7 años, de la covacha 7055 pudo ser de género masculino, dado que presentaba una pieza de armamento metálico en su ajuar, siendo elementos vinculados exclusivamente a los miembros de este sexo enterrados en estas arquitecturas.

Las mujeres evidencian otras prácticas funerarias. La mujer adulta joven enterrada en la fosa de la tumba 7005 fue inhumada con mortaja en una posición contraria, siendo colocada en decúbito lateral derecho con extremidades hiperflexionadas, acompañándose de un cuenco cerámico. El resto de las mujeres formaron parte de paquetes funerarios depositados en suelos bajo tumulaciones en la tumba 7005, caso del paquete individual del nivel inferior, que contenía huesos largos de una mujer adulta y una lezna/punzón de cobre y una piedra pulida o del paquete colectivo del nivel superior, compuesto por restos de dos individuos adultos (mujer y hombre) y varios objetos muebles fragmentados (una lámina tallada, útiles líticos tallados y cerámicas), al que se asoció la estela de pizarra.

5. Discusión

5.1. Ruptura con el megalitismo o permanencia de la monumentalidad funeraria en la Edad del Bronce

Las sociedades de la Edad del Bronce evidencian un profundo cambio respecto a la monumentalidad funeraria de las comunidades de la Edad del Cobre, como consecuencia de las transformaciones de las organizaciones sociales, surgiendo sociedades desigualitarias con unos modelos políticos centralizados (estados) y con marcadas diferencias entre los individuos (clases) en el sur peninsular c 2200-1500 cal BC, tanto en la Cultura de El Argar en el sureste (Lull et al. 2011) como en las comunidades del Bronce del suroeste peninsular (García Sanjuán 2006: 160). Estas transformaciones se iniciaron c 2400-2200 cal BC, experimentándose una crisis generalizada de las sociedades calcolíticas, como atestiguan los procesos de abandono de los poblados y los cambios en los patrones de ocupación (Lull et al. 2010: 90), las rupturas de las secuencias estratigráficas y las discontinuidades diacrónicas de los poblados (Balsera et al. 2015: 149) y el colapso cultural c 2200 cal BC producido por el drástico cambio climático del evento 4.2 ka BP, significando un repunte de la aridez y una transformación paisajística del sur de la península ibérica (Blanco-González et al. 2018).

Los cambios en la esfera de la muerte se tradujeron en un progresivo proceso de individualización de los enterramientos, constatándose una sustitución progresiva de las sepulturas colectivas por tumbas individuales destinadas a la deposición de un difunto acompañado de un ajuar acorde al grupo o clase social. Al respecto, algunos autores han destacado la desmonumentalización de las arquitecturas funerarias a partir del 2200-2100 cal BC, asistiéndose a una reducción del tamaño de las estructuras y a un descenso en el uso de las tumbas megalíticas (Díaz-Zorita et al. 2012: 61, García Sanjuán 2006: 160-161, García Sanjuán et al. 2011: 153).

Esta nueva concepción de la muerte se desarrolló en el suroeste peninsular c 2200-1500 cal BC (García Sanjuán 2006: 160-162, García Sanjuán y Odriozola 2012, García Sanjuán et al. 2011: 149-153), siendo acorde a una cosmovisión social en la que se posicionó al individuo por encima del colectivo. Las necrópolis con tumbas individuales emergieron c 2200-2000 cal BC, constatándose cuatro tipos de contenedores: fosas, cistas, covachas y urnas. Las cronologías más antiguas se sitúan en el último cuarto del III milenio cal BC, como evidencian las dataciones obtenidas de las necrópolis de los grupos SE-K/SE-B y de Jardín de Alá (Salteras, Sevilla), con una diacronía c 2260-1680 cal BC (Hunt 2012, Hunt et al. 2009: 232), situándose la actividad funeraria de las fosas (tumba 12B y tumba 4B) y cistas (tumba 2B) en las centurias 22 y 21 cal BC. Las dataciones de varias tumbas en el casco urbano de Carmona (Sevilla) revelan igualmente que los enterramientos más antiguos se remontan a las dos últimas centurias del III milenio BC, caso de la fosa 2 de la Plaza de Santiago 6-7, con una fecha de 3755±30 BP: 2290-2040 cal BC 2σ (Belén et al. 2015: 173), generalizándose las covachas y las fosas durante la primera fase de la Edad del Bronce, c 2200/2100-1600-1500 cal BC (Belén et al. 2000, 2015).

Los monumentos megalíticos sufrieron un proceso de transformación en su consideración y uso como contenedores funerarios durante la Edad del Bronce, pudiendo establecerse tres pautas comunes: el descenso en la actividad, el reúso de las tumbas para enterramientos individuales y colectivos y la permanencia del megalitismo como fenómeno cultural de larga perduración temporal.

El declive del uso y la reducción de la actividad funeraria en los megalitos (dólmenes, tholoi e hipogeos) se inició a partir del 2200-2100 cal BC, decreciendo de forma progresiva hasta el 1600-1500 cal BC (García Sanjuán et al. 2011: 153). No obstante, en el caso de los tholoi se constata un periodo de intensa reutilización funeraria hasta c 1550 cal BC, asistiéndose a una etapa de gran intensidad de uso ritual (Lozano Medina y Aranda Jiménez 2017: 27-28).

En numerosos monumentos megalíticos funerarios se ha puesto de manifiesto la reutilización del espacio sepulcral para la realización de enterramientos y de ofrendas en diversas etapas de la Edad del Bronce (fig.10). En este sentido, se ha destacado el reúso funerario y la reelaboración de las prácticas mortuorias tras el hiatus de mediados del II milenio ANE (c 1550 cal BC), como consecuencia de la crisis de las sociedades de la Edad del Bronce del suroeste (García Sanjuán y Odriozola 2012: 383) y del sureste (Aranda Jiménez 2015, Lozano Medina y Aranda Jiménez 2017: 28). Para algunos autores, el Bronce Tardío fue la fase de reúso más intensa, a tenor de la mayor concentración de las dataciones de los contextos funerarios c 1600/1500-1300 cal BC (García Sanjuán et al. 2011: 151, 153). Para otros, por el contrario, se constata durante el Bronce Tardío y Final una reutilización atenuada de los tholoi que concluyó en los siglos IX-VIII BC, coincidiendo con el inicio de las transformaciones sociales y culturales de la Edad del Hierro (Lozano Medina y Aranda Jiménez 2017: 27-28).

Figura 10. Tumbas y monumentos megalíticos reutilizados en la Edad del Bronce en el sur de la península ibérica. Sitios citados en el trabajo.

En el sureste peninsular se ha puesto de manifiesto que la reutilización de las sepulturas megalíticas durante el Bronce Final fue una práctica habitual, generalizada y extensiva (Lorrio 2008: 360, 2017: 275, 286, Lorrio y Montero 2004: 102, 113), constatándose una treintena de enterramientos de los siglos X-IX BC en los dólmenes, tholoi y cámaras simples, predominando la deposición de inhumaciones colectivas acompañados de ajuares compuestos por objetos de adorno (brazaletes, anillos, cuentas de collar, y botones de bronce y cuentas de caliza y cornalina) y vasos cerámicos (Lorrio 2017: 278, Lorrio y Montero 2004: 104). Esta práctica perduró hasta los siglos VIII-VII BC, como testimonia la presencia de fíbulas de doble resorte en el grupo de tumbas del Llano de la Sabina 99 de la necrópolis de Gorafe (Lorrio y Montero 2004: 105). El frecuente reúso de las tumbas megalíticas funeraria implicó la consecución de diversas prácticas (Lorrio 2008: 360-368, fig. 198): a) reutilización de los niveles superiores de colmatación de las cámaras, con leves modificaciones estructurales y sin alterar los suelos funerarios precedentes, caso del sepulcro de Domingo 1 de la necrópolis de Fonelas, en el que se presentaba un depósito colectivo formado por cuatro inhumaciones (Ferrer Palma 1977: 177, 198; Ferrer Palma et al. 1988: 82); b) la limpieza parcial de la cámara, caso de Los Caporchanes o Caldero de Mojácar; c) el vaciado total de la cámara, caso de los Pozos del Marchantillo 10 o Cabezo de Almanzora; d) la construcción de tumbas monumentales de nueva planta “inspiradas” en las sepulturas megalíticas, caso de Los Millares 33. Estas prácticas de reutilización testimonian el valor simbólico de las antiguas sepulturas megalíticas, la vinculación con el pasado y la existencia de una forma de culto a los ancestros que legitimaban la posición social de parte de los individuos de las comunidades en el Bronce Final (Lorrio 2017: 286).

La pervivencia de la actividad funeraria en las arquitecturas megalíticas durante la Edad del Bronce, c 2200-850 cal BC, ha llevado a plantear la permanencia del megalitismo como fenómeno cultural (García Sanjuán 2005, García Sanjuán et al. 2011: 149), sustentada en la construcción de tumbas con patrones megalíticos y en la continuidad de gestos mortuorios análogos a los depósitos funerarios colectivos. Esta etapa de tradición megalítica tardía (García Sanjuán 2005, 2006: 161) o de permanencia de la ideología megalítica (Costela Muñoz 2017: 53) se ha caracterizado por la construcción de estructuras funerarias que reproducen los diseños arquitectónicos y las formas de las sepulturas megalíticas, la reutilización funeraria de los espacios internos y la adopción de prácticas mortuorias que imitaban las conductas pretéritas, cuya mayor intensidad se evidencia a partir del 1600-1500 cal BC (García Sanjuán y Odriozola 2012: 376, García Sanjuán et al. 2011: 149-153).

Este proceso de emulación de las arquitecturas megalíticas se plasmó en diversos elementos:

La continuidad en la construcción de arquitecturas megalíticas, en especial de las pequeñas cámaras dolménicas, caso del dolmen de Cortijo de El Tardón (Antequera, Málaga) erigido en el Bronce Antiguo (Fernández Ruiz 2004: 287-288), o del dolmen de El Carnerín (Alcalá del Valle, Cádiz), provisto de un ajuar funerario de la Edad del Bronce (Martínez Rodríguez y Perera 1991: 69-70).

La construcción de cistas megalíticas (estructuras tumulares con formas, tamaños y técnicas constructivas inspiradas en patrones megalíticos) de manera conjunta en las mismas necrópolis con las cistas de la Edad del Bronce, caso de la tumba 5 de La Traviesa (Almadén de la Plata, Sevilla), fechada c 2020-1400 cal BC 2σ (García Sanjuán 1998: 166-167), o de varias necrópolis en la provincia de Huelva: El Becerrero, El Castañuelo y La Ruiza (Amo 1975).

La reutilización funeraria y la consecución de enterramientos colectivos a mediados del II milenio cal BC en dólmenes, hipogeos y sepulcros de falsa cúpula que evidencian prácticas funerarias conectadas con la tradición megalítica, como se ha documentado en el dolmen de Tesorillo de la Llaná (Alozaina, Málaga) durante el Bronce Tardío, c 1610-1450 cal BC 2σ (Márquez Romero et al. 2009) y en el hipogeo 14 de la necrópolis de Alcaide (Antequera, Málaga), cuya actividad funeraria se desarrolló en una cronología c 1999/1720-1221/946 cal BC 1σ (Tovar et al. 2014: 140).

Para algunos autores, esta permanencia conllevó la continuidad de una memoria cultural y una pervivencia de la ideología funeraria del megalitismo. La consecución de prácticas sociales de imitación y emulación de determinados patrones de tradición megalítica y el desarrollo de cultos a los ancestros realizados en torno a estas arquitecturas milenarias sagradas sirvieron de mecanismos de exhibición del poder de los líderes o elites sociales (jefes y/o guerreros), propiciando la vinculación genealógica con los antepasados y la legitimación de su posición social (García Sanjuán 2005, García Sanjuán 2006: 161).

Para otros autores, la continuidad del uso funerario de sepulturas megalíticas durante la Edad del Bronce, c 2200-1550 cal BC, cabe entenderla como una forma de resistencia a las dinámicas sociales y económicas del Estado Argárico, constatándose enterramientos colectivos con ajuares argáricos (vasos y copas cerámicas, puñales con remaches, punzones, brazaletes, cuentas, anillos y pendientes) en varios sitios, caso del dolmen del Pantano de los Bermejales (Arenas del Rey, Granada) (Aranda Jiménez 2015: 133) o en la necrópolis de tholoi de El Barranquete (Níjar, Almería) (Aranda Jiménez y Lozano Medina 2014, Aranda Jiménez et al. 2017). Estas prácticas funerarias estaban sujetas a dos pautas: la exclusión de los símbolos del poder de la sociedad argárica, siendo minoritarios los materiales que denotaban un alto grado de individualización (alabardas y diademas), y la vinculación con el pasado ancestral, representando a grupos sociales con formas comunitarias de fuerte identidad cultural y de una sólida memoria colectiva (Aranda Jiménez 2015: 136).

En el área de Huelva, se han identificado otras pautas de reapropiación y reutilización de los megalitos durante la Edad del Bronce que amplían la discusión:

1)La ejecución de remodelaciones arquitectónicas de los monumentos funerarios. En el caso del dolmen 1 de Los Gabrieles (Valverde del Camino) se ha constatado la transformación de la galería ortostática preexistente, desmontándose parte de los soportes de las paredes a efectos de construir una estructura cuadrangular de 2,10 m de lado en el área de cabecera, a modo de cista megalítica (Linares Catela 2010: 222, 2011: 143). En su interior se documentó un ajuar mueble compuesto por once recipientes cerámicos característicos del Bronce Antiguo (Cabrero 1978: 84-86), que corrobora la cronología de fines del III milenio y/o inicios del II milenio BC.

2)La destrucción deliberada y la condenación de los monumentos, como se ha atestiguado en varios dólmenes del conjunto de El Gallego-Hornueco (Berrocal-El Madroño). En el dolmen de Puerto de los Huertos se produjo el desmantelamiento integral de la galería ortostática (apertura de zanja de expolio, extracción de las losas de cubierta, rotura y extracción de los soportes de las paredes y relleno del interior), el desmonte del túmulo y la ocultación del monumento (Linares Catela 2010, 2011: 154-155). La datación de una muestra de carbón vegetal del relleno de la zanja de expolio proporcionó una fecha de 3680±50 BP: 2210-1930 cal BC 2σ, situando la destrucción y condenación del monumento entre fines del III milenio e inicios del II milenio cal BC (Linares Catela y García Sanjuán 2010: 140, 142).

3)La aparición de otras formas de monumentalidad arquitectónica, caso de los recintos de terrazas con plataformas circulares en el grupo de Los Llanetes, conjunto de El Pozuelo (Zalamea la Real), siendo una intencional estrategia de reapropiación de los espacios ancestrales con nuevos usos y significados sociales desarrollada en el Bronce Antiguo (Linares Catela 2017). Estos monumentos fueron construidos en los emplazamientos y con los materiales de los viejos dólmenes, estando compuestos por diversas estructuras (muros y rampas, además de una plataforma circular en el monumento 1) dispuestas en niveles escalonados y erigidas mediante varias técnicas de mampostería (ortostática, en seco y con morteros de barro), integrándose los esqueletos megalíticos y los túmulos desmantelados (Linares Catela 2016, 2018: 530).

La permanencia del uso de los grandes monumentos funerarios hasta el Bronce Final, caso del dolmen de Soto (Trigueros), en el que se ha documentado una estructura de combustión y condenación ritual en el atrio y el grabado de puñales y espadas en los soportes pétreos de la galería megalítica, que testimonian la continuidad del sitio como centro ceremonial c 1230-940 cal BC (Linares Catela y Mora Molina 2018: 110-111, 130).

5.2. El monumentalismo funerario de La Orden-Seminario

La investigación de las necrópolis de La Orden-El Seminario ha permitido caracterizar e interpretar la existencia de un monumentalismo funerario específico desarrollado c 2300-1900 cal BC, sustentado en la integración de tumbas individuales en las cámaras de las sepulturas calcolíticas. La reutilización y la continuidad del uso funerario de las dos necrópolis implicaron la reapropiación física de estos espacios, perpetuándose esquemas arquitectónicos, técnicas constructivas y algunos gestos funerarios característicos de los rituales mortuorios colectivos del megalitismo.

El estudio de las necrópolis posibilita plantear la existencia de otras formas de monumentalidad y de permanencia del megalitismo en la Edad del Bronce, coexistiendo elementos y conceptos característicos de las sepulturas colectivas con los nuevos esquemas funerarios de las sociedades desigualitarias. Ello permite introducir otras líneas de discusión (tradición versus ruptura y reformulación versus innovación) y plantear interpretaciones alternativas sobre la secuencia del fenómeno megalítico en el sur peninsular.

Este monumentalismo funerario se sustenta en una serie de elementos: a) la perdurabilidad de las antiguas necrópolis como espacios funerarios, siendo ámbitos usados y reservados de forma exclusiva al dominio de los muertos; b) una variabilidad de tumbas individuales, conteniendo en su mayoría dispositivos que favorecieron la monumentalidad arquitectónica, la delimitación espacial y la alta perceptibilidad visual; c) la diversidad de prácticas funerarias y de ritos mortuorios que podrían representar a los diferentes estatus sociales.

Las tumbas se organizaron en agrupaciones, documentándose tres pautas de emplazamiento: a) tumbas construidas en el interior de las sepulturas colectivas de las necrópolis noroeste y sureste; b) fosas dispuestas en el entorno próximo de la necrópolis noroeste; c) tumbas ubicadas en otras zonas del poblado, conformando nuevos espacios mortuorios, caso de la agrupación de la meseta suroccidental y la necrópolis suroeste.

En las tumbas ubicadas en el interior de las sepulturas calcolíticas y en las áreas circundantes a la necrópolis noroeste se observa una perpetuación de los esquemas de organización dual de los espacios mortuorios de la Edad del Cobre. En cada sector se presentaban tres tumbas con distintas formas arquitectónicas y técnicas constructivas. En la necrópolis noroeste se dispusieron tres fosas, una en la cámara del hipogeo 1336 y dos fosas (1305 y 1788) en el entorno. En la necrópolis sureste se implantaron cuatro modelos de tumbas individuales: a) covachas subterráneas (tumba 7016 y tumba 7055); b) fosa sin tumulación (tumba 7005); c) suelos preparados para la deposición de paquetes funerarios (tumba 7005) soterrados bajo tumulación y con estela asociada; d) “cista” con cubrición tumular (tumba 7016).

La variabilidad formal de las tumbas representa la existencia de técnicas constructivas diferenciadas en las arquitecturas funerarias de la Edad del Bronce Antiguo. Sin embargo, todas las tumbas presentaban parámetros, elementos arquitectónicos e intencionalidades comunes:

Eran estructuras funerarias subterráneas excavadas en el interior de las cámaras de las sepulturas colectivas y construidas con materiales reutilizados.

Contaban con espacios sepulcrales reducidos, entre 1-1,5 m2 de superficie máxima, con una orientación dominante norte-sur. Estaban destinadas a la deposición de un único individuo, conformando estructuras ocultas e inaccesibles, quedando sus espacios definitivamente sellados por los dispositivos de cierre, montículos de tierra o cubriciones tumulares.

Presentaban elementos de cubrición (covachas de las tumbas 7016 y 7055; fosa de la tumba 1336; depósitos con montículos en la tumba 7005) e hitos de señalización (estela de la tumba 7005) externos que posibilitaron la preservación, la señalización espacial y la perceptibilidad visual de las estructuras funerarias. Las cubriciones tumulares debían cumplir una cuádruple función arquitectónica: a) estructural, garantizando la protección respecto a las condiciones externas y su ocultación; b) espacial, propiciando la delimitación física de cada tumba como espacio funerario; c) visual, incrementado su grado de perceptibilidad en el espacio circundante; d) simbólica, marcando un espacio funerario sagrado, que se reforzó por la reutilización de materiales de las arquitecturas de los ancestros, conteniendo probablemente determinados valores singulares y propiedades visuales significativas, caso de los cantos de cuarcita blanquecinos que contrastaban con las lajas de pizarra azul y la arcilla rojiza.

Las prácticas funerarias desarrolladas en las tumbas individuales fueron acordes a los nuevos esquemas de la esfera de la muerte de la Edad del Bronce. En los cuatro ritos mortuorios identificados se observan marcadas diferencias en cuanto al género de los individuos enterrados, que pueden expresar los diversos estatus y las desigualdades sociales, siendo un patrón común en las sociedades de la Edad del Bronce Antiguo de Europa (Mittnik et al. 2019).

El ritual funerario 1 se correspondía con hombres adultos enterrados en covachas subterráneas, colocados en decúbito lateral izquierdo con extremidades hiperflexionadas, acompañados de piezas de armamento metálico de cobre (puñal y/o punta de lanza) y uno o dos objetos cerámicos lisos de marcada tradición campaniforme, caso de los individuos de las tumbas 7016 y 9240. Este patrón es común en varias necrópolis de Andalucía occidental de similar cronología, caso de las agrupaciones de cistas y fosas de SE-K/SE-B y Jardín de Alá, (Hunt 2012, Hunt et al. 2009: 232) o de las necrópolis de covachas y fosas del casco urbano de Carmona (Belén et al. 2000, 2015: 173). Los individuos de La Orden-Seminario pudieron contar con un prestigio social relevante, dada su vinculación con los ancestros y la acumulación de objetos metálicos en el mundo de los muertos. No obstante, estos varones no estuvieron exentos de la realización de actividades que implicaron esfuerzos físicos en la vida cotidiana, como denotan las patologías identificadas. El hombre adulto de la covacha 7016 presentaba una patología osteoarticular leve en los pies y diversas patologías, una derivada de hábitos posturales (platicnemia), generadas por actividades continuadas de esfuerzo y tareas repetitivas, y otra por una alteración idiopática de la circulación (hiperdesarrollo de la pilastra femoral) que debió provocarle dolores de cadera y restarle movilidad. El hombre joven de la covacha 9240, de 20-25 años, presentaba igualmente dos rasgos derivados de hábitos funcionales o posturales: lateralidad derecha y posible platimeria y platicnemia (Martínez Fernández y Vera Rodríguez 2014: 23-26), testimoniando igualmente la realización de tareas que implicaron un esfuerzo físico continuado de gran intensidad.

En este grupo puede incluirse el infantil de 6-7 años enterrado en la covacha subterránea integrada en el tholos 7055. A pesar de la corta edad de este individuo (probablemente un niño) debía tener un estatus social elevado adquirido desde su nacimiento, dada la acumulación de diversos objetos funerarios indicadores de su posición y prestigio social (puñal romboidal de cobre, brazalete de arquero de pizarra y dos vasos cerámicos) y la presencia de un cuenco cerámico ofrendado en el forro de clausura de forma previa al ocultamiento definitivo por la cubrición tumular. Este patrón es recurrente en otras áreas de la península ibérica, constatándose desde la fase Campaniforme la presencia de ricos ajuares personales vinculados a determinados individuos infantiles con un elevado estatus social desde el nacimiento (Herrero-Corral et al. 2019).

Posiblemente la elevada posición social del individuo infantil inhumado en la covacha se deba a la posible vinculación genealógica con los antepasados enterrados en el tholos 7055. Este individuo presenta rasgos morfológicos dentarios análogos a los niños inhumados en centurias anteriores en los diversos suelos colectivos. Estos rasgos epigenéticos son diversos: a) tubérculos accesorios en el molar 1º inferior; b) raíz bífida en premolares superiores, como se evidenció en un premolar de un individuo infantil del suelo funerario 2 depositado en la cámara; c) cíngulo marcado en caninos, como se documentó en el individuo 3 (infantil de 7-8 años) del suelo funerario 1, teniendo también un incisivo lateral superior izquierdo con cíngulo marcado en la cara palatina. Por tanto, es plausible que los rasgos dentarios de estos niños inhumados en esta sepultura pudieran obedecer a una relación genético-hereditaria mantenida durante varias centurias. En este sentido, es revelador el hecho de que en el tholos del NMI, de quince identificados en los tres suelos funerarios colectivos, un total de nueve (60%) se corresponden con infantiles.

Las piezas de armamento de cobre solo parecen asociarse a individuos masculinos inhumados conforme al ritual funerario 1, ya fuesen hombres adultos o el niño, enterrados en covachas entre las centurias 23 y 22 cal BC. Estos individuos pudieron pertenecer a grupos familiares dominantes, tratándose probablemente de líderes sociales o de miembros de “clases sociales” privilegiadas.

El ritual funerario 2 englobaba los enterramientos de hombres y mujeres adultos inhumados en fosas con o sin tumulación, poseyendo un ajuar limitado o inexistente. La mujer joven adulta, de 20-25 años, amortajada en el interior de una fosa y acompañada de un cuenco cerámico padeció una patología común, caries. El hombre adulto de la fosa excavada en la tumba 1336 no poseía objeto mueble de ningún tipo. Este ritual mortuorio, por tanto, se aplicó a individuos adultos de ambos sexos que no acumularon objetos de prestigio, enterrándose sin ajuar o con productos cerámicos de la esfera doméstica. Probablemente estas personas, a pesar de ser inhumadas en el espacio de los ancestros, contaron con un rango social más limitado que el grupo anterior.

El ritual funerario 3 se corresponde con depósitos presentes en suelos nivelados bajo tumulaciones de la tumba 7005, representando a hombres y mujeres adultos que recibieron un tratamiento de los cuerpos post-esqueletización. La formación de los paquetes funerarios conllevó la articulación de diversas prácticas de manipulación, reducción y selección de los huesos largos y de deposición de objetos muebles fracturados. Estos paquetes estaban formados por restos de un único individuo o de dos. En el caso del paquete funerario individual se correspondía con los restos de una mujer adulta a la que se asoció un punzón o lezna de cobre y una piedra pulida fragmentada. En el caso del paquete funerario colectivo, combinándose los huesos de un hombre y una mujer adulta, se registraron diversos objetos muebles fracturados (cerámica y útiles tallados de sílex) y una estela de pizarra reciclada colocada verticalmente junto al depósito. Estas prácticas funerarias revelan la continuidad de gestos mortuorios documentados en las sepulturas colectivas calcolíticas, que fueron reformulados y/o reinterpretados durante el Bronce Antiguo, pudiendo estar reservados a grupos de población específicos con un relativo elevado rango social.

El ritual funerario 4 se corresponde con el hombre adulto maduro depositado en la “cista” con cubrición tumular de la tumba 7016. Los restos esqueléticos de este individuo se acopiaron formando un depósito secundario junto a varios fragmentos cerámicos de dos cuencos y dos puntas de flecha de sílex. Este hombre padeció artritis, siendo una patología ostearticular degenerativa acorde a su edad, entre 40-60 años. A pesar de no contar con un ajuar destacado este individuo pudo tener un estatus social relevante, dado que se trataba del último enterramiento efectuado en esta tumba, clausurando la actividad funeraria. Sus restos fueron previamente desarticulados y reducidos en este u otro espacio y posteriormente soterrados en una estructura con cubrición tumular que la haría visible en el entorno de la necrópolis sureste. De este modo, este ritual mortuorio al igual que el anterior, revela la continuidad de ciertas prácticas funerarias de las sepulturas colectivas durante la transición del III al II milenio cal BC.

Esta amplia variabilidad de rituales mortuorios puede representar los diversos estatus sociales de los individuos, marcando las diferencias de género y edad en la esfera de la muerte las desigualdades sociales existentes en el mundo de los vivos. No obstante, es probable que el conjunto de los individuos enterrados en estructuras integradas en las viejas sepulturas colectivas contase con una consideración social elevada, dado el acceso limitado a estos espacios ancestrales, que pudo estar reservado a familias o grupos sociales de mayor estatus de la comunidad, documentándose tan solo ocho individuos en estos espacios: siete en la necrópolis sureste y uno en la necrópolis noroeste. El resto de los individuos se inhumaron en los restantes espacios mortuorios del asentamiento: dos en las áreas aledañas a las necrópolis noroeste, tres en la agrupación de la meseta suroccidental y once en la necrópolis suroeste, esta última de una cronología posterior, c 1900-1500 BC. Un estudio futuro del conjunto de los espacios funerarios permitirá profundizar en las prácticas funerarias y en los aspectos sociales de la esfera de la muerte de la comunidad de la Edad del Bronce.

Prácticas análogas de reapropiación de espacios ancestrales durante la Edad del Bronce Antiguo han sido documentadas en otros monumentos megalíticos del sur peninsular, presentándose arquitecturas y prácticas funerarias similares en el tholos de Las Canteras (Hurtado y Amores 1984: 156-158, 164-166), tholos de Monte Velha 1 (Monge Soares 2008: 47-48) y dolmen de Santa Rita (Inácio et al. 2008: 45-46, 48, 2010: 82-83), testimoniando que esta forma de monumentalidad debió ser una práctica social extensiva.

6. Conclusiones

El monumentalismo funerario de la necrópolis de La Orden-Seminairo se sustenta en la reapropiación de los espacios ancestrales para la implantación de tumbas individuales en el interior de las viejas sepulturas colectivas, c 2300-1900 cal BC, siendo testimonio de una de las vías de permanencia de los esquemas del megalitismo en la esfera de la muerte en las sociedades del sur peninsular durante la Edad del Bronce.

La pervivencia funeraria de los espacios mortuorios ancestrales durante 300-400 años conllevó la continuidad de las necrópolis durante el Bronce Antiguo, siendo áreas reservadas de forma exclusiva al dominio de los muertos. Esta forma de monumentalidad revela la continuidad de determinados esquemas constructivos, prácticas funerarias y objetos muebles característicos del megalitismo que coexistieron con los nuevos rituales de la muerte de las sociedades desigualitarias. Los conceptos de la tradición megalítica calcolítica fueron reformulados ante los cambios y códigos sociales introducidos por la nueva ideología funeraria emergente en el último cuarto del III milenio BC.

Las estructuras funerarias fueron de diversas formas arquitectónicas: covachas subterráneas, fosas, depósitos sobre suelos nivelados en las cámaras y “cistas”. En ellas destaca la presencia de cubriciones tumulares o tumulaciones que propiciaron la monumentalidad arquitectónica, la perdurabilidad temporal, la delimitación espacial y la perceptibilidad visual de las necrópolis. Del mismo modo, se constata el reciclaje de materiales (lajas de pizarra azul y cantos de cuarcita blanquecinos) de alto valor simbólico en las tumbas de las dos necrópolis, y de una estela de pizarra asociada al paquete funerario bajo tumulación de la tumba 7005.

Las tumbas estuvieron destinadas a enterramientos individuales, constatándose hasta cuatro rituales funerarios con diferencias en cuanto al tipo de depósito, posicionamiento del difunto y posesión de ajuares muebles en función del género, que pueden corresponderse con los diversos estatus sociales. En cuanto a las prácticas funerarias, se evidencia la continuidad de diversos gestos (reducción y desarticulación de los esqueletos) y de tratamiento de los ajuares muebles (fragmentación de los objetos cerámicos) herederos de la tradición megalítica. El enterramiento en los espacios ancestrales hubo de estar restringido a personas con un estatus social privilegiado, siendo una práctica que justificase la posición de cada grupo o clase social.

Con todo, la reapropiación de los espacios ancestrales posibilitaría la continuidad de las necrópolis como lugares monumentales sagrados, la creación de un discurso genealógico que vinculase a estos miembros con sus ancestros y una nueva memoria colectiva del lugar, a través de los que se regulase el derecho al enterramiento y se legitimase el orden social de la comunidad de La Orden-Seminario en el Bronce Antiguo.

Agradecimientos

Este trabajo se ha desarrollado en el marco del Proyecto “MEGA-LITHOS. Métodos de estudio geo-arqueológicos para la investigación de los megalitismos de Huelva” (UHU-1263153), financiado por el Programa Operativo FEDER 2014-2020 y la Consejería de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía, y dentro del Plan General de Investigación de la Zona Arqueológica de Huelva, codirigidos por el profesor titular de Prehistoria de la Universidad de Huelva Juan Carlos Vera Rodríguez, al que agradezco poder disponer de documentación del yacimiento de La Orden-Seminario para su realización. Igualmente quiero agradecer los comentarios y las sugerencias de los revisores, que han favorecido la mejora de diversos aspectos.

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Recepción: 17 de enero de 2019. Aceptación: 18 de marzo de 2019