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Proyecto, Progreso, Arquitectura. N33 (2025) Arquitectura y agua Noviembre 2025 ISSN 2171–6897 / ISSNe 2173–1616 © 2025. Editorial Universidad de Sevilla. Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International (CC BY-NC-SA 4.0) |
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Carolina Catrón Lazo
0000-0001-5458-2091
Persona de contacto / Corresponding author: carolina.catron@upc.edu. Universitat Politècnica de Catalunya. España.
Julián Galindo González
0000-0003-0287-832X
Recepción: 16-03-2025. Aceptación: 10-09-2025
Cómo citar:
CATRÓN LAZO, Carolina y GALINDO GONZÁLEZ, Julián. La memoria del agua: vida urbana en las Lagunas de Concepción (Chile). En: Proyecto, Progreso, Arquitectura. Sevilla: Editorial Universidad de Sevilla, noviembre 2025, nº 33, Arquitectura y agua, pp. 50-67. https//dx.doi.org/10.12795/ppa.2025.i33.03
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RESUMEN Las lagunas urbanas de Concepción (Chile) han otorgado a la ciudad un rasgo identitario, singular y representativo desde la época fundacional. Este artículo analiza la relación histórica entre las lagunas y la estructura urbana, a partir de cuatro dimensiones de la ciudad: la planificada, la construida, la percibida y la vivida. El objetivo es identificar los momentos en que las lagunas formaron parte de la ciudad vivida, así como los factores que favorecieron o limitaron esta integración. La investigación se desarrolló mediante un método histórico con enfoque cualitativo, sustentado en fuentes primarias (cartografías, planos reguladores, fotografías históricas y registros de Instagram) y secundarias (crónicas y relatos), organizadas en cinco periodos definidos por terremotos ocurridos entre 1751 y 2010. A través de la reconstrucción hipotética de cinco planos históricos, se identificó la ausencia o presencia de las lagunas en las cuatro dimensiones analizadas. Los resultados muestran que, aunque en determinados momentos adquirieron valor simbólico y recreativo, su integración en la ciudad vivida ha sido fragmentada y efímera, concentrándose la vida urbana en el casco histórico. Se concluye que las lagunas representan una oportunidad estratégica para expandir los límites de la ciudad vivida, con potencial de generar micro-centralidades y consolidar una infraestructura verde-azul que rescate la memoria del agua. PALABRAS CLAVE lagunas urbanas; ciudad vivida; infraestructura verde-azul; identidad urbana; micro-centralidades. |
SUMMARY The urban lagoons of Concepción (Chile) have given the city a singular and representative identity since its founding. This article analyzes the historical relationship between the lagoons and the urban structure, based on four dimensions of the city: the planned, the built, the perceived, and the lived. The aim is to identify the moments when the lagoons were part of the lived city, as well as the factors that favored or hindered this integration. The research employed a historical method with a qualitative approach, drawing on primary sources (maps, regulatory plans, historical photographs, and Instagram records) and secondary sources (chronicles and stories), organized into five periods defined by the earthquakes that occurred between 1751 and 2010. Through the hypothetical reconstruction of five historical plans, the presence or absence of lagoons in the four dimensions analyzed was identified. The results show that, although they acquired symbolic and recreational value at certain times, their integration into the lived city has been fragmented and ephemeral, concentrating urban life in the historic center. It is concluded that the lagoons represent a strategic opportunity to expand the boundaries of the lived city, with the potential to generate micro-centralities and consolidate a green-blue infrastructure that rescues the memory of water. KEYWORDS Urban lagoons; lived city; green-blue infrastructure; urban identity; micro-centralities. |
La ciudad puede entenderse como un entramado complejo en el que convergen cuatro dimensiones interdependientes -lo planificado, lo construido, lo percibido y lo vivido- que, en conjunto, configuran la experiencia urbana. La ciudad planificada, representa las expectativas o anhelos respecto al espacio urbano, las cuales suelen materializarse en instrumentos de planificación territorial. Aunque estas proyecciones no siempre se materializan por completo, establecen un marco discursivo y una visión respecto al potencial de la ciudad. La ciudad construida, por su parte, corresponde al espacio tangible y objetivo, definido por su morfología y organización espacial. Por otro lado, la ciudad percibida es el espacio subjetivo donde la forma urbana es interpretada, valorada y jerarquizada por sus habitantes. En este punto, la percepción individual y colectiva encuentran un medio de expresión en la imagen urbana, la cual es el marco visual compartido que permite reconocer, aprender y recordar la ciudad. Tal imagen, se construye a partir de los mapas cognitivos que cada persona elabora en función de su experiencia cotidiana. Cuando estas representaciones individuales se superponen y dialogan entre sí, emergen los referentes más recurrentes de la memoria colectiva[1] [2]. Finalmente, la ciudad vivida corresponde al espacio visitado y utilizado, más allá de la mera percepción. Se manifiesta a través de la interacción directa con el entorno y en la multiplicidad de vínculos sociales, donde la experiencia individual se convierte en práctica colectiva, configurando lo que se entiende como vida urbana: un entramado de actividades, desplazamientos y encuentros que dan funcionalidad social al espacio y lo transforman en un soporte activo para la vida diaria. En este contexto Kevin Lynch (1960) identifica tres propiedades fundamentales en los lugares que articulan la vida urbana: identidad, estructura y significado. Estas cualidades se han enriquecido con aportes posteriores: Gordon Cullen (1974) incorporó la dimensión visual y experiencial, sumando atributos de óptica, lugar y contenido[3]; Marc Augé (1998) definió el lugar antropológico como aquel dotado de atributos históricos, relacionales e identitarios[4]; y John Montgomery (1998) destacó la tríada conformada por actividad, forma e imagen[5]. En esta misma línea, Jane Jacobs (1961) y Donald Appleyard (1981) subrayan el papel central de la calle como soporte esencial de la ciudad vivida, señalando que la ciudad recorrida a pie tiene el potencial de convertirse en un espacio plenamente habitado y apropiado[6] [7] [8].
Respecto a la relación entre las dimensiones de la ciudad, Richard Sennett distingue entre la ciudad construida (la ville) y la ciudad vivida (la cité), advirtiendo que cuanto mayor es la desconexión entre ambas, menor es la capacidad del espacio público para diversificar y descentralizar la vida urbana[9]. De forma complementaria, Henri Lefebvre -aunque se refiere al concepto de espacio más que al de ciudad- plantea que la dimensión construida tiende a ocupar una posición dominante y reconoce en la dimensión vivida un potencial de resistencia y apropiación capaz de contrarrestar y transformar ese predominio, situando a la dimensión percibida como la base de la experiencia urbana, pues condiciona la manera en que se comprenden y utilizan las otras dos[10]. En ambas perspectivas, la memoria colectiva es el medio que regula la transición entre dimensiones, pudiendo potenciar o inhibir su interacción y, con ello, la capacidad de los espacios urbanos para adaptarse, resignificarse y sostener la vida urbana en el tiempo.
La ciudad de Concepción, situada en el sur de Chile, es la capital de la región del Biobío y del Área Metropolitana homónima, esta última está conformada por 11 ciudades y es el segundo conglomerado urbano más poblado del país, después de Santiago (capital nacional). Desde su fundación, la ciudad ha estado marcada por una intensa actividad sísmica, la cual ha influido no solo en su morfología y estructura urbana, sino también en la relación que mantiene con los espacios naturales que la rodean. La secuencia de eventos sísmicos registrados en la ciudad se extiende desde 1570 hasta 2010[11]. Los terremotos de 1570, 1575, 1657, 1730, 1737 y 1751 provocaron el traslado de la ciudad desde su ubicación original, en lo que actualmente corresponde a la ciudad de Penco, hacia su emplazamiento actual en el Valle de la Mocha. Este cambio respondió principalmente a los posteriores tsunamis que destruyeron repetidamente la ciudad, debido a su ubicación frente al mar.
Este cambio de ubicación se definió entre cuatro posibles alternativas (figura 1). La elección definitiva se concretó por las ventajas defensivas que proveía el paisaje del Valle de la Mocha, en contraste con las otras opciones. Este valle, alejado del mar, proporcionaba una extensa planicie protegida por diversos accidentes geográficos que actuaban como barreras naturales (figura 2). Los cerros circundantes ofrecían resguardo frente a los vientos predominantes y mayor seguridad ante posibles invasiones de mapuches y otros extranjeros[12]. Por otro lado, la delimitación natural de los ríos Biobío y Andalién aportaba un suministro constante de agua dulce para abastecer los primeros asentamientos.
1. Sitios considerados para el nuevo emplazamiento de la ciudad de Concepción.
2. Reconstrucción hipotética del paisaje del Valle de la Mocha, previo al trazado fundacional de Concepción.
Sin embargo, la abundante presencia de lagunas y pajonales generaba opiniones divididas y se transformaron en el tema decisivo para trasladar la ciudad a esta ubicación. Por un lado, generaban suspicacia en quienes las percibían como focos de humedad y enfermedades, quedando registro en textos históricos, en donde se señalaba que: “… ese lugar es enfermizo, por la mucha humedad, por las continuas nieblas, por ser un lugar bajo, circundado de lagunas…”[13]. Por otro lado, para quienes estaban a favor de la nueva localización, las lagunas eran un punto positivo, principalmente por representar una oportunidad para extraer agua y construir pozos que abastecieran a toda la ciudad. A pesar de las objeciones y tras un extenso debate que se prolongó durante 13 años, el traslado de la ciudad se decretó en 1764, aunque el primer trazado y las primeras edificaciones se concretaron en 1752[14]. De este modo, Concepción dejó de ser una ciudad costera para convertirse en la ciudad de las lagunas, y este paisaje configuró la ciudad percibida mucho antes de que la ciudad construida tomara forma.
Este estudio se origina a partir de la siguiente pregunta: ¿por qué las lagunas de Concepción, pese a haber configurado la ciudad percibida, han tenido a lo largo de la historia una presencia desigual e intermitente en la ciudad vivida? En respuesta, el objetivo es identificar los momentos en que las lagunas fueron efectivamente utilizadas y visitadas, analizando los factores que favorecieron o limitaron su integración en la ciudad vivida.
La investigación se basó en un método histórico con enfoque cualitativo, sustentado en la recopilación de información proveniente de fuentes primarias y secundarias. El análisis abarcó cinco periodos de la historia de Concepción, definidos por los terremotos de 1751, 1835, 1939, 1960 y 2010, respectivamente (figura 3).
3. Esquema metodológico, indicando periodos de análisis y fuentes de información.
La selección de fuentes procuró ser representativa de cada periodo analizado. Como fuentes primarias se utilizaron, cronológicamente: cartografías, fotografías de época, planos reguladores y fotografías georreferenciadas de Instagram. Como fuentes secundarias se utilizaron crónicas y relatos históricos extraídos de libros escritos por historiadores locales.
La información fue procesada a través de la reconstrucción hipotética de cinco planos, cada uno correspondiente a uno de los periodos históricos analizados. En cada plano se contrastan los límites de la ciudad construida, percibida y vivida, identificando la presencia o ausencia de las lagunas en cada uno de ellos. La representación de la ciudad construida se elaboró a partir de la identificación de la mancha urbana, obtenida mediante el análisis de cartografías y planos reguladores históricos. La ciudad percibida se reconstruyó considerando los lugares mencionados en fuentes documentales o destacados en los planos reguladores de cada periodo. En el caso de la ciudad vivida, su reconstrucción se basó exclusivamente en los espacios mencionados en textos documentales y representados en imágenes, tanto en fotografías históricas como en publicaciones de Instagram, evidenciando así que se trata de lugares efectivamente visitados y utilizados.
Los planos fueron analizados e interpretados de manera comparativa, identificando en cada periodo la presencia o ausencia de las lagunas en las distintas dimensiones de la ciudad. Este proceso permitió reconocer los factores que, a lo largo del tiempo, han favorecido o limitado su integración como configurantes de la ciudad vivida.
El periodo en el cual Concepción se trasladó a su actual emplazamiento, posterior al terremoto y maremoto de 1751, se denomina “Descubrimiento y distanciamiento”. Este nombre surge a partir de la relación que se estableció entre la estructura urbana y las lagunas, las cuales fueron conscientemente evitadas y marginadas del trazado fundacional. Esta decisión respondió a una estrategia defensiva frente a los riesgos que representaban los cuerpos de agua, y a la necesidad de evitar los cerros por tratarse de puntos clave para enfrentar eventuales invasiones (figura 4).
4. Plano primer periodo: descubrimiento y distanciamiento (1751-1834).
En este contexto, la ciudad construida correspondió al primer trazado de 1752, el cual adoptó una cuadrícula uniforme compuesta por 11 manzanas de largo y 9 de ancho (figura 5). Esta se organizó alrededor de un incipiente centro cívico, cuyo eje central era la plaza principal. Alrededor de esta, se distribuían los edificios más relevantes: la Catedral, el Cabildo, la Casa Real, el Palacio de los Gobernadores, un sector administrativo y otro de cuarteles militares. Este espacio central se complementaba con siete conventos distribuidos de manera equidistante a lo largo del trazado. En 1817, se evidencia una expansión del trazado urbano, el cual se amplió a 13 manzanas de largo por 8 de ancho[15], manteniendo la plaza central como elemento predominante en la configuración de la ciudad y conservando el distanciamiento con los cerros y las lagunas (figura 6).
5. Cartografía del primer trazado de Concepción en el Valle de la Mocha. Dibujada por el agrimensor Diego Vilugrón en 1752.
6. Cartografía de la Batalla de Gavilán desarrollada en Concepción. Dibujada por Carlos Beyer por encargo del ingeniero del ejército José Alberto d’Albe, con base en croquis del General Las Heras y plano topográfico de la ciudad de Talcahuano.
En cuanto a la ciudad percibida, esta se caracterizó por la conciencia respecto al entorno natural en la periferia. Los cerros fueron equipados con artillería y se destinaron al almacenamiento de municiones, lo cual reforzó su distanciamiento con el núcleo urbano. Por otro lado, las lagunas, aunque en un inicio fueron valoradas como fuentes de agua dulce, comenzaron a ser percibidas como focos de insalubridad y barreras físicas para el crecimiento de la ciudad. Esta visión significó el desecamiento de la Laguna Gavilán y de un cuerpo de agua identificado en documentos históricos como La Zanja[16] [17] [18]. Al respecto, en 1801, el obispo Tomás de Concepción advertía sobre este proceso: “La laguna de Gavilán ya se ve en estado de desaparecer en muy poco tiempo (…), con esperanzas positivas que se concluya en el término de tres años, librándose la ciudad de este enemigo que tanto mal hace a la salud de todos”[19].
En consecuencia, la ciudad vivida se limitó al centro cívico y religioso. La plaza principal, la catedral y los conventos concentraron la vida urbana y social, mientras que los cerros y las lagunas quedaron fuera de la experiencia cotidiana. Sin embargo, hacia 1832 surgieron las primeras iniciativas para transformar la ladera del cerro Caracol en un espacio recreativo, bajo el propósito de “visualizar una población comunicada directamente con la naturaleza y de otorgarle espacios nuevos de encuentro a la comunidad”[20]. Esta discusión y su posterior materialización marcaron un hito en la relación que establecería Concepción con su entorno natural.
El periodo denominado “Encuentro” corresponde a la etapa en la que se genera una nueva relación entre la estructura urbana de Concepción y sus lagunas. Este “encuentro” no fue inmediato, sino el resultado de una serie de intervenciones que permitieron reconocer en estos espacios, anteriormente marginados, un valor recreativo, simbólico y cultural dentro de la experiencia urbana. El terremoto de 1835 fue determinante en esta transformación, ya que los damnificados se refugiaron en el cerro Caracol, aprovechando su altura y sus vertientes de agua. Este hecho, más allá de ser una respuesta circunstancial, marcó el inicio de una nueva forma de relación entre la ciudad y sus espacios naturales, al otorgarle al cerro un valor que trascendía su función defensiva (figura 7).
7. Plano segundo periodo: encuentro (1835-1938).
A partir de ese momento, la ciudad construida comenzó a expandirse hacia las zonas periféricas, integrando gradualmente el paisaje a su estructura. Esta expansión fue favorecida por dos factores principales:
La reconstrucción del centro urbano permitió que las áreas periféricas, antes consideradas marginales, se reconocieran como refugios para escapar del caos y los escombros.
La expansión de la red vial, fortalecida por la incorporación del tranvía y el ferrocarril, facilitó el acceso a las lagunas e impulsó los desplazamientos hacia estos cuerpos de agua.
En cuanto a la ciudad percibida, las colonias extranjeras -española, inglesa, francesa y alemana- introdujeron y promovieron la práctica de los paseos en la naturaleza, posicionando el entorno natural en la imagen urbana de Concepción. En este contexto emergieron los primeros paseos urbanos de la ciudad, los cuales se transformaron en los nuevos configurantes de la ciudad vivida[21] (figura 8). El primero de ellos fue la Alameda de las Delicias, creada en 1839 en las faldas del cerro Caracol. El segundo se consolidó en torno al Molino Puchacay (1848), ubicado en el Estero Nonguén, afluente del río Andalién. Más tarde, las lagunas de Concepción adquirieron un rol central en la vida recreativa de la ciudad, con la creación del Club de Regatas (1901) y del Velódromo (1908) en la Laguna Tres Pascualas, el Club de Regatas y Natación (1919) en la Laguna Lo Méndez y la instalación de una cancha de golf (1920) frente a la Laguna Redonda. Finalmente, en el cerro Chepe se construyó un mirador y una cruz de 20 metros de altura (1933), como una extensión simbólica del cementerio colindante.
8. Serie de fotografías de los paseos urbanos de Concepción.
Estos espacios -cerros y lagunas integrados como lugares de encuentro, ocio y contemplación- modificaron la experiencia de la ciudad vivida, ampliando sus límites y complejizando su estructura. Sin embargo, durante este periodo las lagunas enfrentaron constantes amenazas de desecamiento. El archivo consistorial de 1890-1892 documenta: “… se está secando la laguna de los negros, se realiza el secado de las lagunas próximas a la ribera del río Bío Bío”[22].
El periodo denominado “Pérdida” se refiere a una etapa en la cual la relación entre la estructura urbana de Concepción y sus lagunas, se debilita de forma significativa. Esta denominación surge de la constatación de una ruptura progresiva entre la ciudad y el agua, donde las lagunas dejan de ser espacios de encuentro y recreación para transformarse en soporte de necesidades habitacionales. Esta transformación comenzó tras el terremoto de 1939, cuando los primeros damnificados se establecieron en los alrededores de las lagunas Tres Pascualas y Redonda, atraídos por la disponibilidad de agua dulce. Esto provocó que los clubes que animaban la vida social en torno a las lagunas se retiraran, lo que redujo la protección y la atención sobre estos espacios y ello facilitó su ocupación informal (figura 9).
9. Plano tercer periodo: pérdida (1939-1959).
En este periodo, la ciudad construida se define por un proceso de expansión hacia la periferia, impulsada por la demanda habitacional derivada del terremoto y del auge industrial en Concepción y en ciudades vecinas como Talcahuano. Esta presión llevó al desarrollo de políticas de vivienda social, que comenzaron en 1942 con la consolidación del barrio Lorenzo Arenas en torno a la laguna Redonda. Posteriormente, hacia 1950, el crecimiento económico atrajo una fuerte migración campo-ciudad, que derivó en la formación de asentamientos informales en las inmediaciones de la laguna Lo Méndez y en la ladera nororiental del cerro Caracol, dando origen a los barrios Lo Méndez y Agüita de la Perdiz, respectivamente. Así, el paisaje natural pasó de ser un elemento estructurante del ocio y la identidad urbana, a ser absorbido por procesos de urbanización informal o habitacional, quedando reducido a un soporte físico sin mayor valor simbólico.
En cuanto a la ciudad percibida, esta perdió la referencia hacia las lagunas, aunque mantuvo cierta conexión con los cerros, los cuales quedaron relegados a un segundo plano como paseos urbanos de carácter mayoritariamente religioso. En términos generales, la percepción de la ciudad se centró en el reconocimiento de su zonificación, donde el centro urbano adquirió protagonismo y se diferenció claramente de los nuevos barrios periféricos. En este contexto, la ciudad vivida se concentró en el centro histórico. Este se vio revitalizado principalmente por el Plan Regulador de 1948, el cual propuso romper la rigidez del damero fundacional mediante la creación de ejes que culminaban en plazas. Uno de los más relevantes fue la Diagonal Pedro Aguirre Cerda, que articulaba la plaza Perú con la plaza O’Higgins (hoy plaza de los Tribunales), continuando luego por Barros Arana hacia la plaza de la Independencia y finalmente hacia la plaza España, vinculada a la estación de ferrocarriles, principal acceso a la ciudad. Este eje, activado por el dinamismo cultural y estudiantil entre la Universidad de Concepción y la estación, se consolidó como el principal escenario de la vida urbana, desplazando el protagonismo que anteriormente tuvieron los paseos en las lagunas.
Este periodo se denomina “Reconocimiento y acercamiento” porque representa el primer intento explícito por reconocer a las lagunas como configurantes urbanos, proponiendo una relación directa entre la estructura urbana y estos cuerpos de agua. En 1960, Concepción sufrió el terremoto más devastador de su historia. Esto aceleró la implementación del plan regulador de Emilio Duhart y Roberto Goycoolea, el cual introdujo por primera vez la idea de Concepción como “la ciudad de las lagunas” y reconoció el valor paisajístico y urbano de estas. Aunque este plan se vio interrumpido por la dictadura cívico-militar (1973-1990), introdujo propuestas concretas y pioneras para recuperar el vínculo entre la ciudad y sus cuerpos de agua (figura 10).
10. Plano cuarto periodo: reconocimiento y acercamiento (1960-2009).
Por lo anterior, durante este periodo es posible reconocer no solo la ciudad construida, percibida y vivida, sino también la planificada. En esta, se propuso como imagen objetivo la idea de una red de áreas verdes que permitiera la recuperación de las lagunas Redonda, Lo Méndez y Tres Pascualas, destacando que “Concepción es la única ciudad del país con espejos de agua naturales dentro de su casco urbano”[23]. Para integrarlas, se proyectó un anillo verde que conectaba las lagunas con los cerros Caracol y Chepe y con la ribera del río Biobío, mediante parques lineales y avenidas arboladas. Esta propuesta delineaba una ciudad construida en torno a un sistema natural, en el que las lagunas actuaban como nodos paisajísticos y potenciales espacios de encuentro ciudadano. De este modo, las lagunas, junto con los ríos, los cerros y las principales áreas verdes de la época, volvieron a posicionarse como configurantes de la ciudad percibida. Sin embargo, hacia 1962 la ciudad construida se enfocó en la reconstrucción del centro histórico y en la provisión de viviendas tanto a los damnificados del terremoto como a la creciente población obrera que migraba desde el campo para trabajar en las industrias de la vecina ciudad de Talcahuano. Lo anterior impulsó el desarrollo de viviendas en las inmediaciones de las lagunas, promovido por la Corporación de la Vivienda (CORVI), entidad estatal que entre 1953 y 1976 fomentó la construcción de viviendas sociales de alto estándar. Las inmediaciones de las lagunas, hasta entonces pobladas de manera informal, comenzaron a transformarse en el barrio El Golf, ubicado frente a la laguna Redonda, y el barrio Remodelación Paicaví, cercano a la Laguna Tres Pascualas, consolidando la expansión de la ciudad en esos ejes. Aunque estos proyectos buscaban recuperar las lagunas para la ciudad, terminaron relegándolas a una escala barrial y aislándolas de otros espacios públicos, debilitando el concepto de “anillo verde” imaginado y propuesto en el plan regulador.
En 1982, en plena dictadura, se promulgó un nuevo plan regulador comunal. En este, y bajo la excusa de una supuesta reactivación económica, el uso de suelo perdió regulación. Como consecuencia, el centro urbano perdió su zonificación y control normativo, transformándose en un espacio homogéneo, desprovisto de jerarquías, forma y estructura[24]. En cuanto a la relación entre la ciudad y sus lagunas, el plan proponía la creación de áreas verdes en sus entornos para fomentar el uso recreativo. Sin embargo, la coexistencia de usos de suelo disímiles -residencial, comercial e industrial- terminó por diluir este carácter, dificultando tanto su adecuada protección ecológica como su reconocimiento como espacios de esparcimiento. Esto último se revierte el año 2000 cuando se aprobó el actual Plan Regulador de Concepción, vigente desde el año 2004. Este plan propuso por primera vez una protección oficial para las lagunas -incluyendo por primera vez a la Laguna Lo Galindo- y otros cuerpos de agua. Además, el plan advertía que “Uno de los desafíos más relevantes de la ciudad, será recuperar su vínculo con los recursos naturales que posee, potenciando la integración de sus lagunas, cerros, bosques, ríos y humedales, que en su conjunto son la fuente de identidad urbana y colectiva de los penquistas”[25].
Sin embargo, a pesar de las válidas intenciones de los planes reguladores, la ciudad vivida se mantuvo configurada en el centro urbano, a partir de la relación entre la diagonal, las plazas, el paseo peatonal y las galerías comerciales construidas al interior de las manzanas, cuyo eje se vio tensionado por la configuración del espacio foro ubicado en el campus de la Universidad de Concepción. En paralelo, las lagunas mantuvieron su incidencia barrial y vecinal.
El último periodo, denominado “reencuentro interrumpido”, se caracteriza por la renovada relación entre la estructura urbana de Concepción y sus lagunas, aunque todavía interrumpida por barreras físicas y funcionales que impiden su plena integración. Durante 2010 ocurrió el terremoto más reciente que ha afectado a Concepción. Una de las consecuencias de este, fue el desabastecimiento de agua potable por aproximadamente dos semanas[26]. Durante este periodo, momentáneamente las lagunas se transformaron en los configurantes de la ciudad vivida, ya que se convirtieron en una fuente improvisada de abastecimiento de agua dulce. Hacia ellas acudieron no solo los residentes de los barrios colindantes, sino también personas de distintos sectores de la ciudad, lo que generó desplazamientos principalmente a pie o en bicicleta, ante la suspensión del transporte público y la falta de combustible para vehículos particulares.
Aunque la presencia de las lagunas en la ciudad vivida fue solo temporal, el episodio post terremoto permitió volver a posicionarlas en la ciudad percibida. Esta revaloración dentro del imaginario colectivo coincidió posteriormente con la remodelación de los parques urbanos ubicados en las lagunas Redonda y Lo Méndez, así como con la construcción de nuevos parques en las lagunas Lo Galindo y Lo Custodio. Estas intervenciones, propias de la ciudad construida, determinaron un encuentro entre las lagunas y la estructura barrial en la cual se emplazan y el agua volvió a posicionarse como un elemento promotor de vida urbana, una vez que las lagunas recuperaron el rol lúdico-recreativo que habían adquirido anteriormente a través de los paseos urbanos (figura 11). Sin embargo, más allá de los barrios, el reencuentro entre la ciudad y sus lagunas se ha visto interrumpido por la presencia de infraestructuras viales que, lejos de fortalecer la integración con la estructura urbana, la debilitan e interrumpen. Estos elementos imponen recorridos peatonales que están condicionados por pasos sobre o bajo nivel, los cuales dificultan la continuidad espacial, desincentivan la circulación peatonal y limitan el acceso de distintos usuarios y medios de transporte, generando barreras físicas y sociales que fragmentan la experiencia urbana y potencian la accesibilidad solo a través de vehículo particular o transporte público.
11. Plano quinto periodo: reencuentro interrumpido (2010-actualidad).
Si bien estos parques urbanos cumplen un papel relevante en la diversificación y descentralización del espacio público, la ciudad vivida continúa organizada en torno al centro histórico, articulado por el foro, la diagonal, el paseo peatonal, las galerías comerciales, las plazas y el parque Ecuador. En cambio, las lagunas permanecen como espacios periféricos que solo adquieren protagonismo a escala ciudadana en momentos puntuales.
Para reforzar esta conexión y proyectar a las lagunas más allá de su escala barrial, el plan regulador vigente contempla, en lo que sería la ciudad planificada, la futura ejecución del “Parque Interlagunas y Humedales Valle Paicaví”, un corredor ecológico que enlazará la Laguna Redonda con la Laguna Lo Méndez a través del Humedal Paicaví y Tucapel Bajo. De materializarse, esto permitiría retomar, en parte, el “anillo verde” imaginado y propuesto en el plan regulador de 1960 y potenciar la recuperación de los espacios del agua como parte esencial del desarrollo urbano de Concepción.
La relación entre la estructura urbana de Concepción y sus lagunas ha sido históricamente dinámica e inestable, manifestándose en cinco periodos clave. Estos periodos evidencian fluctuaciones en la presencia o ausencia de las lagunas dentro de cuatro dimensiones de la ciudad: planificada, construida, percibida y vivida. Los resultados muestran que, en la ciudad vivida, la presencia de las lagunas ha sido intermitente y efímera, y que esta ha estado definida históricamente en torno al centro urbano a través del foro, la diagonal, el paseo peatonal y las plazas, los cuales se consolidaron mayoritariamente durante la década de 1950. Esto evidencia que, en los últimos 75 años, la ciudad vivida no ha logrado expandir ni diversificar sus límites al punto de integrar de manera sostenida a las lagunas en su dinámica cotidiana.
El protagonismo persistente del centro histórico pone en evidencia la ausencia de nuevas centralidades dentro del área urbana, aun cuando las lagunas presentan el potencial de impulsar el desarrollo de al menos micro-centralidades, dado que han contribuido a descentralizar el espacio público y se han consolidado como elementos significativos de la ciudad percibida. La ausencia de centralidades en los barrios donde se ubican las lagunas, responde a la falta de una mezcla de usos y a una baja densidad habitacional, lo cual transforma a estos sectores en espacios con escasa actividad pública y una alta dependencia del automóvil. Esto parece ser una tendencia de las ciudades chilenas, donde existe una dependencia funcional hacia el centro urbano, dado que en la periferia predominan áreas residenciales extensas sin suficiente provisión de bienes y servicios[27]. A ello se suma un aspecto histórico relevante: tras el terremoto de 1939, las redes de tranvía sufrieron graves daños, lo que posteriormente derivó en la suspensión definitiva de su servicio. En consecuencia, el transporte público de Concepción se sostiene exclusivamente en una red de buses, cuya carencia de diversidad e interconexión dificulta el acceso hacia las lagunas más distantes del centro, ya que se reduce tanto la cobertura como la frecuencia en estos barrios. Adicionalmente, tampoco existen vías peatonales expeditas que fomenten itinerarios fluidos desde el centro urbano, pues dichos desplazamientos se encuentran condicionados al cruce de la línea férrea o de las autopistas mediante pasos sobre o bajo nivel. Otros estudios coinciden en que la accesibilidad peatonal resulta un factor decisivo en el aprovechamiento real de los parques urbanos, pues incluso cuando estos se localizan próximos a las viviendas, su uso efectivo se ve limitado si no existen condiciones o disposición para llegar a ellos caminando[28].
Paralelamente, entre los factores que han fortalecido la presencia de las lagunas en la ciudad vivida destaca el rol lúdico-recreativo que asumieron, primero como paseos urbanos y, más recientemente, como parques. Asimismo, la memoria colectiva en torno a las lagunas como elementos identitarios, ha contribuido a que estos “lugares del agua” adquieran un valor simbólico compartido, consolidando su percepción como escenarios urbanos significativos.
Finalmente, entre las principales oportunidades para integrar las lagunas urbanas a la ciudad vivida se encuentra la posibilidad de retomar ideas previamente esbozadas en distintos planes reguladores. Una de estas es propiciar una conexión con el centro urbano, principalmente a través de la red vial, la red de áreas verdes y las rutas peatonales. De igual modo, se vislumbra la posibilidad de diversificar los usos en sus inmediaciones, lo que favorecería el desarrollo de micro-centralidades capaces de dinamizar la vida urbana en torno a ellas. Adicionalmente, las lagunas representan una oportunidad estratégica para el futuro de la ciudad, ya que, además de su valor paisajístico e identitario, poseen el potencial de consolidarse como nodos dentro de una infraestructura verde-azul más amplia, integrando funciones ecológicas, sociales y culturales que fortalezcan tanto la sostenibilidad como la calidad de vida urbana[29]. En este sentido, diversos autores coinciden en que los espacios libres desempeñan un rol fundamental en la resiliencia urbana, especialmente cuando se analizan desde la ecología urbana y bajo el enfoque de las Soluciones Basadas en la Naturaleza[30] [31]. Bajo esta perspectiva, las lagunas pueden comprenderse como parte de un sistema integrado capaz de proveer servicios ecosistémicos clave, tales como la regulación hídrica, la conectividad ecológica y la mejora de la calidad de vida. De este modo, los espacios libres no se limitan únicamente a una función recreativa, sino que también desempeñan un papel esencial como reservas de biodiversidad y como corredores capaces de conectar las áreas naturales con las áreas construidas, lo que abre la discusión hacia futuras líneas de investigación.
Carolina Catrón Lazo (CCL), Julián Galindo González (JGG). Conceptualización: CCL (50%); JGG (50%), Investigación: CCL, Metodología: CCL (50%), JGG (50%), Redacción: CCL. Autoría: CCL (50%), JGG (50%).
Todos los/las autores/as declaran que no existe ningún conflicto de intereses con los resultados del trabajo.
ANÍBARRO, Miguel Ángel et. al. (ed.), Imaginar jardines. El legado de Leandro Silva en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Madrid: Mairea Libros, 2011. ISBN 978-84-92641-51-2.
ARA FERNÁNDEZ, Ana. Pablo Serrano: El anhelo de un arte unitario. En: Archivo Español de Arte [en línea]. Madrid: Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, 2007, n.º 320, pp. 415-419 [consulta: 15-09-2025]. ISSN-e 1988-8511. DOI: https://doi.org/10.3989/aearte.2007.v80.i320.87.
ARCHIVO MUNICIPAL DE BURGOS.
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[12] Durante este período Concepción se estableció como un asentamiento fronterizo que marcaba el límite entre el territorio nacional y las tierras habitadas por el pueblo mapuche. Este último, defensor de su autonomía, resistió de manera constante los numerosos intentos de conquista que amenazaban su territorio en esa región del país.
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[15] La cantidad de manzanas presenta ciertas imprecisiones. En el dibujo de 1752 se representan 8 manzanas de ancho delimitadas con línea continua, mientras que una novena manzana aparece marcada con línea segmentada, lo que sugiere una distinción en su estado o delimitación. Sin embargo, en el plano de 1817 únicamente se observan 8 manzanas a lo ancho del trazado, lo que podría indicar un ajuste en la configuración o interpretación del espacio urbano.
[16] CARTES MONTORY, Armando, op. cit. supra, nota 13, p. 48.
[17] PACHECO, Arnoldo. Cuaderno N.° 4: Historia de Concepción. Siglo XIX. Concepción: Ediciones Universidad de Concepción, 1996, p. 91. ISBN 956-227-135-8.
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[19] CARTES MONTORY, Armando, op. cit. supra, nota 13, p. 43.
[20] PACHECO, Arnoldo, op. cit. supra, nota, p. 14.
[21] CARTES MONTORY, Armando; MIHOVILOVICH GRATZ, Alejandro. Concepción de Antaño. 1859-1939. 2.ª ed. Concepción: Ediciones del Archivo Histórico de Concepción, 2022, p. 69. ISBN 9789569657221.
[22] CARTES MONTORY, Armando, op. cit. supra, nota 13, p. 43.
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