Territorios
no binarios: hacia una espacialidad disidente desde el Sur Global / Non-binary
territories: towards a dissident spatiality from the Global South / Territórios
não binários: rumo a uma espacialidade dissidente do Sul Global
Palacios Olivares, Javiera
Francisca
Universidad Central, Santiago, Chile, palacios.javiera@gmail.com https://orcid.org/0009-0001-5995-4672
Recibido: 29/06/2025
Aprobado: 26/08/2025
Resumen
En un escenario de colapso ecosocial, este artículo propone el
territorio no binario como herramienta crítica para repensar y transformar
nuestros espacios. Integrando la teoría queer, feminismos territoriales y
epistemologías del Sur, cuestiona las estructuras binarias que han organizado
históricamente el territorio (público/privado, ciudad/naturaleza,
masculino/femenino). Estas divisiones han excluido sistemáticamente cuerpos,
saberes y modos de vida no normativos. El territorio no binario no es un espacio
indefinido, sino una práctica viva, relacional y dinámica que abraza lo
híbrido, lo intersticial y lo no resuelto como formas legítimas de existencia
espacial. Inspirado en la ética del cuidado y cosmovisiones no occidentales,
este enfoque comprende el territorio como un ente vivo, fundado en la
interdependencia, el afecto y la responsabilidad colectiva. Mediante una
metodología cualitativa, se exploran dos casos: Valparaíso Chile y el Wallmapu
mapuche. Estas experiencias ejemplifican expresiones territoriales disidentes
que resisten lógicas de control y homogeneización. El artículo demuestra que el
territorio no binario es una práctica performativa que reconfigura las
relaciones entre cuerpo, espacio y poder. Esta propuesta no busca nuevas
clasificaciones, sino desmontar marcos de exclusión para imaginar futuros
urbanos y territoriales más justos, inclusivos y habitables. Así, el territorio
no binario se perfila como un camino para tiempos inciertos, una invitación a
transformar nuestras prácticas urbanas desde la diferencia, el cuidado y la
vida en común.
Palabras clave: no binario, territorio, disidente, performativa, sur
global.
Abstract
In a scenario
of eco-social collapse, this article proposes non-binary territory as a
critical tool for rethinking and transforming our spaces. Integrating queer
theory, territorial feminisms, and epistemologies of the South, it questions
the binary structures that have historically organized territory
(public/private, city/nature, masculine/feminine). These divisions have
systematically excluded non-normative bodies, knowledge, and ways of life. Non-binary
territory is not an undefined space, but a living, relational, and dynamic
practice that embraces the hybrid, the interstitial, and the unresolved as
legitimate forms of spatial existence. Inspired by the ethics of care and
non-Western worldviews, this approach understands territory as a living entity,
founded on interdependence, affection, and collective responsibility. Using a
qualitative methodology, two cases are explored: Valparaíso, Chile, and the
Mapuche Wallmapu. These experiences exemplify dissident territorial expressions
that resist logics of control and homogenization. The article demonstrates that
non-binary territory is a performative practice that reconfigures the
relationships between body, space, and power. This proposal does not seek new
classifications, but rather to dismantle frameworks of exclusion in order to
imagine more just, inclusive, and livable urban and territorial futures. Thus,
non-binary territory emerges as a path for uncertain times, an invitation to
transform our urban practices from a perspective of difference, care, and
communal living.
Keywords: non-binary, territory, dissident, performative, global south.
Resumo
Em um cenário de colapso ecossocial, este artigo propõe o território não
binário como ferramenta crítica para repensar e transformar nossos espaços.
Integrando a teoria queer, feminismos territoriais e epistemologias do Sul,
questiona as estruturas binárias que historicamente organizaram o território
(público/privado, cidade/natureza, masculino/feminino). Essas divisões
excluíram sistematicamente corpos, conhecimentos e modos de vida não
normativos. O território não binário não é um espaço indefinido, mas uma
prática viva, relacional e dinâmica que abraça o híbrido, o intersticial e o
não resolvido como formas legítimas de existência espacial. Inspirado na ética
do cuidado e em cosmovisões não ocidentais, esse enfoque compreende o
território como um ente vivo, fundado na interdependência, no afeto e na
responsabilidade coletiva. Por meio de uma metodologia qualitativa, são
explorados dois casos: Valparaíso, no Chile, e o Wallmapu mapuche. Essas
experiências exemplificam expressões territoriais dissidentes que resistem às
lógicas de controle e homogeneização. O artigo demonstra que o território não
binário é uma prática performática que reconfigura as relações entre corpo,
espaço e poder. Esta proposta não busca novas classificações, mas sim desmontar
estruturas de exclusão para imaginar futuros urbanos e territoriais mais
justos, inclusivos e habitáveis. Assim, o território não binário se perfila
como um caminho para tempos incertos, um convite para transformar nossas
práticas urbanas a partir da diferença, do cuidado e da vida em comum.
Palavras-chave: não binário, território, dissidente, performativa, sul
global.
1. Hacia una comprensión no binaria del territorio
El doble colapso, ecológico
y humanista, exige revisar las estructuras que han moldeado nuestras formas de
habitar. La planificación territorial tradicional ha marginado históricamente a
mujeres, disidencias sexuales y comunidades indígenas, cuyas relaciones con el
espacio han sido sistemáticamente excluidas. Comprender el pensamiento binario
que rige nuestra cultura nos permite dimensionar la profundidad e importancia
que puede tener el ejercicio de mirar el mundo con un lente no binario.
Se llama “binarismo” a la
tendencia a pensar y dar sentido a lo que existe a partir de pares de opuestos.
Se ha señalado que se trata de una matriz de pensamiento característica de
Occidente que se remonta a la Antigüedad griega (en ocasiones de manera demasiado
simplista), fomentada e institucionalizada por el colonialismo. Su red de
oposiciones (verdadero/falso, sensible/inteligible, sujeto/objeto, bueno/malo,
etc.) trama el orden del mundo y del pensamiento en todas sus formas,
estableciendo condiciones sobre el modo en que concebimos fenómenos de distinta
naturaleza, incluyendo procesos biológicos, acontecimientos históricos, eventos
políticos y experiencias subjetivas (Radi 2021, 115).
Pensar el territorio desde
una perspectiva no binaria implica desafiar las dicotomías, sean las
tradicionales, como ciudad/naturaleza, público/privado, masculino/femenino,
incluyendo otras distinciones menos explícitas como —entre otras polarizaciones
impositivas—, lo productivo/improductivo, que valoran solo lo que genera
rendimiento económico, y permanente/temporal, que invisibiliza lo vivo de lo no
permanente o efímero. Esto permite que emerjan formas de habitar híbridas,
fluidas e inclusivas.
Para proponer una lectura no
binaria de los territorios, es esencial instalar un pensamiento crítico que
cuestione las estructuras normativas históricamente impuestas, las cuales han
ordenado tanto los cuerpos como los espacios. En la arquitectura y el urbanismo,
estas estructuras se han materializado en formas espaciales que perpetúan
jerarquías de género, raza y clase, al dividir el territorio según usos,
cuerpos y comportamientos considerados "normales" o
"legítimos".
Las teorías queer, con
Judith Butler y su obra fundamental El género en disputa (2007),
sentaron las bases para entender el género como una construcción performativa.
A partir de este legado, Paul B. Preciado profundiza en cómo esta
performatividad es mediada por tecnologías y políticas del cuerpo. Juntos, sus
pensamientos ofrecen una perspectiva transformadora que invita a pensar el
cuerpo y el espacio no como entidades fijas, sino como construcciones fluidas,
sujetas a repetición, resignificación y disputa. Así, releer el territorio
desde una clave no binaria nos invita a retar no solo cómo se diseñan los
espacios, sino también quiénes tienen el derecho a habitarlos, modificarlos y
significarlos desde sus propias experiencias y corporalidades disidentes. La
noción de territorio no binario emerge entonces como una herramienta teórica y
política crucial para una relectura relacional, afectiva, performativa y en
reconfiguración del espacio.
Este artículo se basa en una
metodología cualitativa que combina distintas disciplinas como la geografía
crítica, la teoría queer, la antropología y el pensamiento político, y busca
interpretar críticamente la realidad para construir nuevas ideas. La
investigación se fundamenta en una revisión bibliográfica de estudios urbanos,
teoría queer, feminismos territoriales y epistemologías del Sur, con el fin de
articular un marco conceptual que permita repensar la noción de territorio
desde claves no binarias.
El enfoque metodológico se
alinea con los principios de la investigación situada (Haraway 1988),
reconociendo que todo conocimiento es parcial, encarnado y contextual. Por
ello, se privilegia una aproximación que, lejos de buscar la objetividad
universal, se enfoca en la construcción de sentido desde una posición crítica
frente a las estructuras normativas que han configurado históricamente el
espacio habitable. La estrategia de análisis parte de una lectura crítica, que
permite identificar los discursos que moldean el territorio y reconocer
prácticas espaciales que surgen desde los márgenes como formas de resistencia.
Se complementa con elementos del análisis performativo del espacio, inspirados
en Judith Butler y Paul B. Preciado, considerando su evolución del pensamiento,
que permiten comprender el territorio como una construcción reiterada y en
constante tensión.
Asimismo, se recurre al
estudio de casos como técnica complementaria para ilustrar cómo las nociones
teóricas se materializan en experiencias concretas de territorialidad
disidente, vinculando así el plano conceptual con prácticas espaciales reales y
generando una lectura situada y relacional del fenómeno. La selección de
fuentes responde a criterios de relevancia teórica, diversidad geográfica y
actualidad, priorizando a autoras y autores del Sur Global, así como
experiencias territoriales que desafían las lógicas hegemónicas de
planificación. Esta decisión metodológica busca contribuir a la descolonización
del pensamiento arquitectónico y urbano, ampliando el campo epistemológico
desde el cual se construyen las categorías de análisis.
2. Orden binario, repetición y control
Las teorías queer y
transfeministas desequilibran las nociones fijas de identidad y exponen los
regímenes de control que producen cuerpos dentro de un orden binario. Como
señala Butler, el género no es un hecho estable o una identidad, sino un acto
que se repite; "[el género es] la estilización repetida del cuerpo, una
sucesión de acciones repetidas —dentro de un marco regulador muy estricto— que
se inmoviliza con el tiempo para crear la apariencia de sustancia, de una
especie natural de ser" (2007, 98). Esto implica que la repetición de
actos socialmente normados crea la ilusión de una identidad de género
"natural" o "fija".
Además, Butler señala que
"si la verdad interna del género es una fabricación, y si un género
verdadero es una fantasía instituida y circunscrita en la superficie de los
cuerpos, entonces parece que los géneros no pueden ser ni verdaderos ni falsos,
sino que solo se crean como los efectos de verdad de un discurso de identidad
primaria y estable" (2007, 267). Esta perspectiva es crucial, ya que
permite entender cómo ciertas identidades son construidas y legitimadas a
través de discursos dominantes, más que por una esencia inherente. Esta lógica
performativa puede extrapolarse al territorio y a la ciudad como una
construcción repetitiva, establecida por prácticas materiales y simbólicas y,
por lo tanto, tiene la posibilidad de ser transformada. Esto último nos permite
abrir una mirada que reafirma premisas como el derecho a la ciudad, que en
palabras de David Harvey “es mucho más que la libertad individual de acceder a
los recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos
cambiando la ciudad” (2010, 23).
El derecho a la ciudad, en
sus planteamientos iniciales, asumía un sujeto universal que es el
"ciudadano", una figura que tiende a invisibilizar las
particularidades y diferencias. En el contexto actual, es atravesado por
distintas crisis y demandas de justicia social, y esta lógica no binaria del
territorio reclama reconocer que el derecho a la ciudad no es igual para todas
las personas. Se vuelve evidente la necesidad de integrar las experiencias de
grupos que han sido marginados o invisibilizados por las clasificaciones
binarias como las personas trans, migrantes, cuerpos disidentes, personas con
discapacidad, minorías étnicas, etc. Más allá, se trata de entender las
identidades espaciales ampliadas rompiendo con la idea de separación estricta
de usos como residencial, comercial e industrial. Estas ignoran las necesidades
de la vida cotidiana y la coexistencia de diversas actividades, excluyendo usos
y expresiones que no encajan en las normas establecidas. Las prácticas
espaciales informales como el comercio ambulante, las ocupaciones o las
expresiones artísticas espontáneas dejarían de ser vistas como un
"problema" a erradicar, para ser reconocidas como parte legítima de
la producción del espacio urbano y, por ende, sujetas al derecho a la ciudad.
Esto nos ayuda a entender que el territorio está en constante cambio y debemos
estar conscientes como ciudadanos y profesionales y, en este sentido, reclamar
el derecho a la ciudad no binaria nos invita a apostar por una transformación
profunda de nuestras formas de habitar, imaginar y producir espacio, orientada
hacia realidades más justas, diversas y resilientes.
Para la incorporación de
esta nueva mirada, es necesaria la comprensión de los mecanismos de control que
operan y determinan las identidades y, en este caso, analizar la espacialidad desde
las teorías de Paul B. Preciado. Él lleva estas nociones al campo de la
biopolítica y la necropolítica —una adaptación realizada entre 2008 y 2024—,
argumentando que las identidades y los cuerpos no son preexistentes, sino que
son activamente producidos por tecnologías de poder. En la conferencia de las
49ª Jornadas de la École de la Cause Freudienne en París, sostiene que el orden
binario de género no es una realidad empírica ni un orden simbólico universal,
sino "es solo una epistemología del ser vivo, una cartografía anatómica,
una economía política del cuerpo y una gestión colectiva de las energías
deseantes y reproductivas” (Preciado 2020, 59). Preciado enfatiza que esta
epistemología se construye históricamente en relación con la clasificación de
los seres humanos basada en rasgos físicos, principalmente el color de la piel,
y en estrecha conexión con desarrollos mercantiles y coloniales, actuando como
una "máquina performativa que produce y legitima un orden político y
económico específico: el patriarcado hétero-colonial” (Preciado 2020, 60). Desde
la perspectiva de Preciado se desmantela la supuesta "naturalidad" de
las categorías sexuales y de género y, en este caso, nos invita a
desnaturalizar las clasificaciones espaciales que pretenden ser fijas o
"neutras" (Preciado 2020, 59-60).
Para entender cómo se
mantiene esta falsa naturalidad y binariedad en el espacio físico, podemos
acercarnos a la noción de inteligibilidad cultural de Judith Butler. El libro
“Marcos de Guerra, vidas lloradas”, expresa cómo la esfera pública está
constituida en parte por lo que puede aparecer, y la regulación de la esfera de
aparición es una forma de establecer lo que contará como realidad y lo que no.
También es una forma de establecer qué vidas pueden ser marcadas como vidas y
qué muertes contarán como muertes (Butler 2010, 22). Esta afirmación es
concluyente porque implica que lo que es "visible" o
"reconocible" en el espacio no está dado, sino permanentemente
regulado por el poder. Las normas de género y, evidentemente, las
territoriales, nos indican qué existencias son reconocidas y valoradas,
evidenciando el fuerte régimen de poder que define lo que "es" y lo
que "no es" en el espacio. Extrapolándolo a un caso actual, el
conflicto en Gaza es un ejemplo evidente de cómo la regulación de la aparición
se traduce en la capacidad de los discursos de “unos” para controlar la
percepción global de la realidad de lo que sucede en el conflicto, en el
territorio mismo, lo que define, evidentemente, qué vidas son lloradas y qué
violencias son legitimadas o invisibilizadas.
En esta línea de la
biopolítica de Paul B. Preciado no solo se muestra cómo los regímenes de
control regulan cuerpos, sino que los producen a través de las propias
estructuras espaciales. En la conferencia en Buenos Aires, el autor argumenta
que la arquitectura no llega para encarcelar a la prostituta, o para albergar a
la familia heterosexual blanca, sino que produce al sujeto ('heterosexual' u
'homosexual', 'normal' o 'desviado' y 'blanco' o 'no-blanco') que afirma
albergar, enmarcando campos de visibilidad y acción (Preciado 2015). Esta
lógica es completamente extrapolable a la construcción del territorio y la
ciudad: los espacios y las estructuras, legales, sociales, materiales, no solo
"contienen" identidades o prácticas, sino que las producen
activamente. Reconocer esta capacidad productora del espacio es fundamental
para una lectura no binaria del territorio, ya que nos permite ver cómo las categorías
espaciales binarias (público/privado, seguro/peligroso, normal/desviado) son
fabricadas y no naturales, y cómo estas operan para controlar cuerpos e
identidades.
La capacidad de leer el
territorio de una manera no binaria, es decir, comprendiendo que sus
estructuras y significados no son fijos ni divididos en dualidades
preestablecidas, es lo que valida y actualiza la promesa del derecho a la
ciudad mencionada anteriormente. Si entendemos el territorio como una
construcción performativa y biopolítica, entonces es, por naturaleza,
transformable. Como se ha señalado, el derecho a la ciudad, según Harvey,
implica no solo el acceso a los recursos, sino también la posibilidad de
modificar el espacio. Además, plantea que se trata de “un derecho común antes
que individual, ya que esta transformación depende inevitablemente del
ejercicio de un poder colectivo” (Harvey 2008, 23). Esta visión crítica del
derecho a la ciudad se fundamenta en la comprensión de que el espacio no es un
contenedor neutro, sino un campo de disputa donde las identidades y realidades
son producidas, reguladas y, a menudo, excluidas. Al desmantelar las lecturas
binarias impuestas por los regímenes de poder, se abren posibilidades para que
cuerpos e identidades no hegemónicas puedan "aparecer" y transformar
el espacio, reclamando así su derecho colectivo a redefinir la ciudad desde una
pluralidad de existencias.
A través del pensamiento de
Butler y Preciado es posible construir un marco crítico para entender que el
territorio, al igual que el género, es una construcción performativa y
reiterada, que está profundamente sujeta a regímenes de control. Releer el
territorio desde una mirada no binaria nos invita a cuestionar no solo cómo se
diseñan los espacios, sino también quiénes tienen el derecho a habitarlos,
modificarlos y significarlos desde sus propias experiencias y corporalidades
disidentes. Esta noción de territorio no binario se formula como una poderosa
herramienta teórica y política, permitiendo una relectura relacional, afectiva,
performativa y en resistencia frente a los órdenes espaciales dominantes.
3. Territorio no binario: definición y fundamentos
El pensamiento no binario
nace del campo de las identidades de género, pero su alcance es más amplio. Al
hablar de lo no binario se trata de cuestionar lo binario, desligarse de la
costumbre de clasificar el mundo en pares cerrados: uno u otro, dentro o fuera,
masculino o femenino. Esta lógica ha sido útil para algunos sistemas de
control, pero deja fuera muchas realidades que no se dejan encasillar en esos
extremos.
Las críticas al
pensamiento binario son por supuesto previas a la emergencia de lo «no binario»
como experiencia identitaria del género. En particular, han sido señaladas
desde mucho antes por personas y colectivos por fuera del Norte global, que
reconocen el pensamiento binario como un sistema específicamente occidental,
que fue y es impuesto en otros contextos sobre todo a través de la empresa
imperial europea y sus ramificaciones en la colonialidad que persiste hasta
nuestros días (Pérez 2022, 122).
Por lo tanto, comprender el
territorio desde una perspectiva no binaria se propone como una herramienta
para abrir la mirada, desarmar dicotomías y dar lugar a aquello que no encaja
del todo en ninguna casilla. Es más que un tercero, no añade una categoría,
sino que desmantela la necesidad de categorización binaria rígida. Es una
fluidez inherente que revela la arbitrariedad de las divisiones artificiales y evidencia
la multidimensionalidad de la existencia. Lo no binario fuerza a una revisión
fundamental de cómo construimos y entendemos la identidad, la clasificación y
la realidad, ya que aporta una perspectiva crítica y la posibilidad de una
nueva epistemología que no se base en oposiciones reductivas.
Desde aquí, el territorio
también puede pensarse de otro modo. El territorio no binario puede definirse
como una práctica espacial que pone en jaque las categorías binarias rígidas
que históricamente han organizado el espacio bajo lógicas normativas, extractivistas
y funcionales. En lugar de concebir el territorio como una unidad cerrada,
estática o técnica, lo reconoce como un proceso vivo, relacional y en constante
transformación.
Inspirado por perspectivas
queer y trans (Butler, Preciado), antes mencionadas, el territorio no binario
derriba las narrativas hegemónicas que han moldeado la planificación urbana y
rural bajo estructuras binarias de poder. Al igual que las identidades no
binarias escapan a los encasillamientos de género, este territorio se rehúsa a
ser delimitado bajo lógicas excluyentes. Es, en sí mismo, una forma de
disidencia territorial.
Hablamos de un territorio
que surge de la acción colectiva. Se construye con la expresión de los cuerpos
y las emociones que lo habitan y que no sigue las reglas tradicionales, esas
que separan lo público de lo privado, o lo natural de lo artificial. Las supera
por completo. Entiende la complejidad de lo vivo y lo orgánico, que siempre
está transformándose. Este lugar acepta lo ambiguo, lo que no encaja del todo,
lo que está en proceso. Aunque no esté terminado, no es deficiente; es una
fuerza con gran capacidad de cambio, adaptación y resistencia. Este territorio,
que podemos describir como ‘no binario’,
no solo existe junto a las estructuras dominantes, sino que se alza como un
espacio vital de desarrollo. Aquí, los límites se desdibujan y la vida misma
redefine lo impuesto. Precisamente aquí es donde encontramos mucho que
aprender.
Sin embargo, es crucial
comprender cómo esta lógica no binaria puede operar frente a tensiones
contemporáneas que van más allá de las dicotomías clásicas. Es esencial
evidenciar las contradicciones que surgen, por ejemplo, entre la oferta de
vivienda del mercado y el acceso real a una vivienda digna para todos, o la
polarización entre la dependencia de estructuras familiares tradicionales y la
aspiración a la independencia o autonomía individual y colectiva. De igual
forma, este territorio cuestiona la gestión centralizada de recursos como la
energía frente al derecho universal a su acceso, y la mercantilización del ocio
versus la libre apropiación de los espacios para el disfrute.
Estas situaciones no son
meras oposiciones, sino nudos problemáticos que una política territorial
tradicional, basada en divisiones binarias y definiciones fijas, y que se
muestra incapaz de gestionar. Esto revela la necesidad imperante de adoptar
enfoques que reconozcan la fluidez y la interconexión de los fenómenos urbanos.
Además, se enraíza en una ética del cuidado y la interdependencia. Invocando a
las cosmovisiones no occidentales, como aquellas de los pueblos originarios de
América del Sur, el territorio no binario no se percibe como un objeto a
dominar o explotar, sino como un ente vivo, interconectado, que requiere
atención, afecto y responsabilidad colectiva. Este vínculo ecosocial evoca al
principio del Buen Vivir
y a la idea de lo común como eje organizador.
Su dimensión política es muy
importante, el territorio no binario suele emerger en los márgenes del sistema.
Según lo anterior podríamos relacionarlo con el Sur Global, en espacios
subalternizados, residuales o descartados por el sistema hegemónico. Allí se
configura como un acto de resistencia y creación, donde lo excluido es posibilidad
y lo frágil se vuelve fértil. Lejos de buscar una integración forzada al orden
establecido, se vive en paralelo a ese orden proponiendo otras formas de
habitar y de vincularse, más inclusivas, híbridas y ecológicas.
El territorio no binario
trasciende la crítica conceptual ya que invita a imaginar y construir espacios
donde la diferencia, la pluralidad y la vida en todas sus formas encuentren un
lugar. Esta definición, además, abre caminos para el urbanismo contemporáneo
porque impulsa a trabajar metodologías proyectuales abiertas, que se atrevan a
responder a la incertidumbre y se tejan desde la co-creación con las
comunidades.
Volviendo al pensamiento de
Preciado, que nos invita a reconocer cómo los cuerpos se constituyen y
transforman en relación con el espacio, este enfoque concibe el territorio de
la relación, del afecto y del habitar. No es solo un espacio físico, sino un metaterritorio que abarca las dimensiones
materiales, simbólicas y emocionales de nuestra existencia. Lo interesante de
establecer una definición en este aspecto es que, al igual que en el ámbito de
las identidades de género, lo no binario (o el territorio no binario) se despliega
como un paraguas que abarca todas aquellas identidades que escapan a la norma
binaria. Este enfoque no busca imponer soluciones cerradas, sino que nos llama
a sentir el territorio como un proceso dialógico y mutable, donde la
participación, el respeto a la diferencia, el cuidado y la experimentación
colectiva son pilares para el diseño de ciudades más inclusivas, sensibles y
vivas.
4. Lectura no binaria del territorio
Para proponer una lectura no
binaria de los territorios es necesario cuestionar las estructuras normativas
que históricamente han ordenado tanto los cuerpos como los espacios. En la
arquitectura y el urbanismo, estas estructuras se han materializado en formas
espaciales que reproducen jerarquías de género, raza y clase, dividiendo el
territorio en función de usos y comportamientos considerados
"legítimos".
Un ejemplo de esta lógica
normativa se encuentra en la concepción histórica de la ciudad como cuerpo, una
metáfora que se utilizó para organizar el espacio urbano y, con ello, las
relaciones sociales. Tal como ilustra la Figura 1, durante el siglo XVI, la
ciudad fue concebida como una extensión del cuerpo del Rey y de la Iglesia,
materializándose en la traza urbana colonial. Esta visión jerárquica y binaria
del territorio urbano imponía un orden donde el centro de poder se ubicaba en
la "cabeza" (plaza mayor, iglesia y cabildo), mientras que las clases
trabajadoras ocupaban los márgenes inferiores (los "pies").

Fig. 1 Ciudad como cuerpo en el siglo XVI. Fuente: Museo
Nacional de Colombia, Bogotá. Imagen: Archivo Astrágalo.
Este modelo funcional,
subordinado a una lógica de control y moral cristiana y se concreta en una
comprensión del espacio basada en la fijeza, la función y la desigualdad. La
ciudad, entendida como un cuerpo normativo, además masculino, asignaba roles
fijos a sus partes y, por extensión, a los cuerpos que la habitaban, relegando
a la periferia o invisibilizando a aquellos que no encajaban en su esquema
binario y hegemónico. Desde ese centro se irradiaba el control, y hacia los
márgenes se desplazaban los cuerpos considerados inferiores: indígenas,
mujeres, mestizos, trabajadores. El trazado urbano, con su cuadrícula precisa y
sus jerarquías espaciales, materializaba una concepción profundamente binaria
del orden social. Como un cuerpo diseccionado, la ciudad asignaba funciones
rígidas: la cabeza pensaba, las manos trabajaban, los pies caminaban lejos del
poder.
Como menciona Moira Pérez
“el binario, detrás de su dualidad aparentemente objetiva, encierra también el
veneno de la jerarquía y el menosprecio” (2022, 122). Lo más alarmante es que
esta lógica persiste como medida de control. Y en el presente se ha intensificado.
Las tendencias políticas recientes han revitalizado esta visión dual del mundo,
reforzando oposiciones simplificadoras que desprecian la ambigüedad y lo
inclasificable.
Pero frente a esa
arquitectura disciplinaria, emergen otras formas de entender el territorio
desde experiencias corporales que no pueden reducirse al binarismo. En muchos
casos, esas prácticas provienen de colectivos feministas, queer, rurales e
indígenas del Sur Global, que han hecho del cuerpo una herramienta de mapeo.
Parten de posturas situadas, donde, como señala Verónica Gago, se entiende
"la relación entre cuerpos feminizados y disidentes y tierras/territorios
comunes: ambos entendidos como superficies de colonización, conquista y
dominio" (Gago 2019, 70-71). En esta misma línea, la autora destaca que
"la conjunción de las palabras cuerpo-territorio habla por sí misma: dice
que es imposible recortar y aislar el cuerpo individual del cuerpo colectivo,
el cuerpo humano del territorio y del paisaje" (Gago 2019, 97).
Desde esta perspectiva, la
cartografía institucional es descartada, y se prioriza una aproximación que
emana de la vivencia situada, encarnada y, frecuentemente, conflictiva. Como
sostienen las autoras del Colectivo Mapeando el Cuerpo-Territorio: “Pensamos el
cuerpo como nuestro primer territorio y al territorio lo reconocemos en
nuestros cuerpos: cuando se violentan los lugares que habitamos se afectan
nuestros cuerpos, cuando se afectan nuestros cuerpos se violentan los lugares
que habitamos” (2017, 7). Esta relación no es metafórica, es material y
política. Y se ejemplifica desde el Sur, desde las memorias de mujeres
indígenas y campesinas que han resistido expropiaciones, militarización y
violencia colonial (Fig. 2).

Estas formas de mapeo
colectivo no pretenden representar el espacio, sino transformarlo. Al partir
del cuerpo vivido, visibilizan las violencias cotidianas, las rutas del miedo,
los lugares de cuidado como lo expresa la Figura 2. Permiten imaginar otros modos
de habitar que no son lineales, no funcionales y no están definidos de
antemano. “Cualquier propuesta de investigación feminista debe partir de la
idea del encuerpamiento ya que buscamos rebatir la tradición científica
‘desencarnada’ y visibilizar el hecho de que hacemos investigación con y desde
unos cuerpos concretos” (García y Díaz 2022, 87). La producción de conocimiento
también tiene cuerpo. Y en ese cuerpo se inscriben afectos, historias,
genealogías. No hay neutralidad cuando el saber se construye desde los
territorios.
Lo no binario, en este
marco, no aparece como una simple tercera opción entre polos opuestos. No es el
intermedio entre lo natural y lo artificial, ni una mezcla armónica que busca
reconciliar extremos se presenta como una ruptura. Una fractura que desactiva
la analogía. Como señala Preciado en su columna en El País (9 de enero 2025),
algunas representaciones contemporáneas que buscan visibilizar la diversidad,
como la película Emilia Pérez, protagonizada por Sofía Gascón, corren el riesgo
de convertir la diferencia en un nuevo estereotipo. Lo que se presenta como
inclusión puede terminar reafirmando una clasificación rígida, incluso más
binaria que el binarismo que se pretendía desafiar. Este sistema evidencia que
lo no normativo solo puede entrar en la escena pública en tanto espectáculo o
excepcionalidad.

Fig. 3 presidente de EEUU Donald Trump, 2025.
Fuente: Daniel Torok - White HouseFacebook, Dominio
público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=166661524
Fig. 4 “No eres tú soy yo” obra de Bran Sólo, 2022.
Fuente:
https://www.bransolo.com/storage/2022/09/No-eres-tu-soy-yo.jpg
Fig. 5 presidente de Sudáfrica Cyril Ramaphosa, 2025.
Fuente:
Ricardo Stuckert, CC BY-SA 2.0
<https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0>, via Wikimedia Commons
Este riesgo se agudiza en un
contexto global marcado por un repunte conservador. El Norte Global despliega
estrategias para mantener el estado binario de las cosas como por ejemplo las
legislaciones en Reino Unido que impiden baños mixtos, o los discursos de
figuras como Donald Trump, que acusó al gobierno sudafricano de promover una
“limpieza étnica” contra granjeros blancos, invirtiendo las lógicas históricas
de la violencia racial. Hay una reacción creciente ante todo aquello que ponga
en duda las categorías tradicionales, que se defiende lo binario como si de
ello dependiera la estabilidad del mundo. Y esto puede ser así, porque lo no
binario desestabiliza. No porque sea confuso, sino porque nos muestra que lo
que creíamos claro estaba sostenido por violencia. Porque al abrir la
posibilidad de otro habitar —otra forma de estar en el mundo— exige renunciar a
las seguridades impuestas. No se trata de añadir más casillas a una lista de
identidades; se trata de desactivar el dispositivo que necesita esas casillas
para existir. En este sentido, las imágenes 1, 2 y 3, donde se yuxtaponen la
imagen de una figura del poder conservador, la representación pictórica de un
cuerpo que representa la disidencia, y la figura invertida de un líder político
del Sur Global funciona como una síntesis visual de esta tensión. El mundo
binario (Fig. 3) y su reflejo invertido (Fig. 4) se mantienen en oposición,
mientras que al centro (Fig. 5), aparece una figura ambigua, que no se define
por una posición fija sino por una relación dinámica. Este intersticio es donde
se configura lo no binario no como una nueva categoría, sino como una práctica
crítica, como una grieta en el régimen de verdad que organiza cuerpos,
territorios e identidades. Allí, en ese punto medio inestable, es donde se abre
la posibilidad de imaginar lo otro: no lo que está “entre” los extremos, sino
lo que desborda los límites.
5. Aportes del Sur Global y los feminismos
territoriales
Por esos saberes producidos
fuera de los centros hegemónicos de conocimiento, que demuestran una riqueza y
pertinencia indiscutibles, es crucial mirar hacia el Sur Global, entiéndelo más
allá de la geografía, sino como un horizonte epistémico fundamental. Los
territorios periféricos del mundo, históricamente relegados por el pensamiento
dominante, concentran una sabiduría inmensa en sus formas de habitar, resistir
y crear. Son espacios donde la marginalidad se convierte en un terreno fértil
para imaginar otros mundos posibles.
El Sur Global,
considerado como el borde del pensamiento hegemónico, geopolítico, ontológico y
epistemológico, presenta claves fundamentales para consolidar la noción de
territorio no binario. Reconocer estas periferias, estas grietas del
sistema-mundo moderno-colonial, implica asumir que la producción de
conocimiento ha sido profundamente desigual. Según Paul B. Preciado, el proceso
de establecer la verdad es también un acto de "amputación", ya que
todo lo que permanece sin nombrar, representar o visibilizar se vuelve
inexistente (Preciado 2019).
Frente a la
separación de pensamiento, el Sur Global propone otras maneras de concebir el
territorio. No se ve desde la carencia y el control, sino desde la conexión, el
cuidado y la interdependencia. Así, un territorio no binario encuentra una base
sólida en las cosmovisiones del Sur, donde lo humano y lo no humano se
fusionan. En estas culturas, el tiempo no es lineal y el espacio no es solo una
superficie que se debe ordenar, sino un tejido vivo que se construye en
comunidad.
En esta línea,
la filosofía de Deleuze y Guattari ofrece un marco conceptual para entender los
"territorios no binarios" que emergen desde las periferias. Como
señala María Teresa Herner, los autores proponen una "teoría de las
multiplicidades" (Herner 2009, 160) que desafía la "lógica binaria y
las relaciones biunívocas" (Deleuze y Guattari 1997, 11, citado por Herner
2009, 162) que fundamentan el pensamiento hegemónico y sus estructuras de
poder. En contraste con los modelos arborescentes de jerarquía y centralidad,
Deleuze y Guattari plantean el concepto de rizoma, que opera sin principio ni
fin: “cualquier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro, y debe
serlo” (Deleuze y Guattari 1997, 25, citado en Herner 2009, 161). Lo describen
como un "mapa que debe ser producido, construido, siempre desmontable,
conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas"
(Deleuze y Guattari 1997, 25, citado en Herner 2009, 162). Este modelo
rizomático refleja la fluidez, la hibridez y la interconexión de las
cosmovisiones del Sur Global, donde el espacio se percibe como un tejido vivo y
en constante construcción comunitaria.
La idea de
agenciamiento también es clave. Para Deleuze y Guattari, la "unidad real
mínima" no es la palabra o el concepto, sino el agenciamiento (Deleuze y
Parnet 1987, 51, citado en Herner 2009, 164). Estos agenciamientos son
intrínsecamente territoriales, ya que es el territorio el que "crea el
agenciamiento" (Deleuze y Guattari 1997, 513 citado en Herner 2009, 166).
Estos agenciamientos son "colectivos y ponen en juego poblaciones,
multiplicidades, afectos, intensidades, territorios" (Sabatini 2001, citado
en Herner 2009, 164), e incluyen "componentes heterogéneos, tanto de orden
biológico como social, maquínico, gnoseológico, imaginario" (Guattari y
Rolnik 1986, 317, citado en Herner 2009, 164). Esta definición valida la
concepción de un territorio donde lo humano y lo no humano se mezclan en una
relación simbiótica y productiva, impulsada por el deseo que "crea
territorios" (Herner 2009, 166).
Finalmente, la
desterritorialización y la reterritorialización fundamentan la movilidad. Un
agenciamiento, al ser un territorio, puede desterritorializarse y
reterritorializarse, lo que define su movimiento constante y la
"insistencia en lo vital" (Herner 2009, 170). Es a través de estos
procesos de ruptura y reconstrucción constante que las periferias, como lugares
de afirmación, generan "nuevos agenciamientos" (Herner 2009, 168),
dando origen a un "nuevo territorio [que] es siempre productivo"
(Herner 2009, 170) y que se distribuye como otras formas de vida más abiertas,
híbridas y colectivas alejadas del centro dominante.
Volviendo al sur
y en consonancia a lo descrito anteriormente, Arturo Escobar en Sentipensar
con la Tierra, postula que el territorio no es una cosa, no es una porción
de tierra, sino un conjunto de relaciones que se vive, se siente y se piensa
colectivamente (Escobar 2016, 28). Esta concepción relacional y afectiva del
espacio se contrapone a las visiones técnicas y funcionales que aún predominan
en los modelos de planificación urbana y territorial. En coherencia con lo
anterior, Maristella Svampa también ha señalado que los territorios son
espacios de disputa entre el capital extractivo y las comunidades que defienden
formas de vida sustentadas en el Buen Vivir (Svampa 2020, 12). En este
punto es clave la relevancia del cuerpo-territorio, puesto que,
"cuerpo-territorio compactado como única palabra ‘desliberaliza’ la noción
de cuerpo como propiedad individual y especifica una continuidad política,
productiva y epistémica del cuerpo en tanto territorio. El cuerpo se revela,
así como composición de afectos, recursos y posibilidades que no son ‘individuales’,
sino que se singularizan porque pasan por el cuerpo de cada quien en la medida
que cada cuerpo nunca es sólo «uno», sino siempre con otr*s, y con otras
fuerzas también no-humanas" (Gago 2019, 97).
En estos conflictos no solo
se trata del acceso a la tierra, sino de la posibilidad de imaginar un futuro
distinto al que impone el modelo global de desarrollo. Por esto, el territorio
no binario se enlaza con formas de vida que nacen en los bordes, destacando las
experiencias de los territorios en resistencia y las propuestas de
reapropiación del común desde los feminismos territoriales. Ambas miradas aportan
una dimensión política fundamental donde los territorios no binarios no son
solo otras formas de habitar, sino también de resistir. Los territorios en
resistencia son espacios colectivos construidos por comunidades que se
enfrentan al despojo capitalista y patriarcal a través de formas autónomas de
organización. La reapropiación de los comunes, por su parte, consiste en luchas
por recuperar lo que ha sido expropiado o privatizado, la tierra, el agua, el
cuidado, desde prácticas relacionales que priorizan la vida. Como plantea
Silvia Federici, esto implica también una reapropiación del cuerpo, del tiempo
y del espacio, arrebatados por siglos de disciplinamiento capitalista y patriarcal
(Federici 2018, 84-86), lo que nos regresa al mapeo cuerpo-territorio, ya que
en el Sur Global el territorio se experimenta y se comprende a través del
cuerpo. Lejos de ser una entidad abstracta, el territorio se manifiesta como
una dimensión vivida, donde se entrelazan lo espacial, lo político y lo
sensible.
Desde estas
representaciones, los territorios no binarios no deben entenderse únicamente
como una categoría espacial o identitaria, sino como prácticas encarnadas de
disidencia que luchan con la producción normativa del espacio y del cuerpo.
Judith Butler argumenta que el cuerpo se construye performativamente en
relación con normas sociales que regulan la vida, mientras que Paul B. Preciado
propone traspasar esas normas mediante una mutación física y política que
también transforma los modos de habitar. Así, los territorios en resistencia y
las reapropiaciones del común representan una espacialidad disidente que
confronta el orden hegemónico y permite imaginar futuros no binarios,
insurgentes y colectivos. Resistir al orden binario, al orden del capital, al
orden del control. Los territorios no binarios ensayan otras formas de vida.
La concepción de territorios
no binarios, que visibiliza lo que el pensamiento hegemónico quiere ocultar,
también puede encontrar reflejo en el concepto de capitalismo gore desarrollado
por Sayak Valencia. Lejos de ser espacios marginales, las fronteras son
precisamente el escenario donde la lógica del sistema capitalista, neoliberal y
patriarcal del Norte Global se manifiesta de la forma más cruda y explícita.
Como plantea Valencia, el capitalismo gore es un "derramamiento de sangre
explícito e injustificado (como precio a pagar por el Tercer Mundo que se
aferra a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al
altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados
con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos, todo
esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de
necroempoderamiento" (Valencia 2010, 15). Los territorios fronterizos,
como Tijuana, son lugares donde se expone la verdadera naturaleza de un sistema
económico que el discurso hegemónico se esfuerza por invisibilizar. La
violencia extrema que existe allí no es solo una aberración, es también una
respuesta sistémica a las exigencias desiguales del mercado global, revelando
que la acumulación de capital puede medirse no solo en bienes, sino también en
el número de muertos, muertos que el sistema elige no llorar. Ante esta
realidad de violencia, el cuerpo-territorio vuelve a visibilizarse. Como señala
Verónica Gago, el cuerpo-territorio es una "continuidad política, productiva
y epistémica" que rompe con la idea de la propiedad individual (Gago 2019,
97), en el capitalismo gore esta continuidad es desmembrada y mercantilizada,
lo que nos obliga a ver una realidad donde "los cuerpos se conciben como
productos de intercambio", desafía la lógica capitalista al convertir la
destrucción del cuerpo en la mercancía misma. Aquí, la lucha por la
reapropiación del cuerpo, el tiempo y el espacio no es solo una batalla por la
autonomía, sino una lucha por la supervivencia y la humanidad misma frente a un
sistema que rentabiliza la muerte.
Más allá de lo anterior, el
Sur Global no es solo resistencia es también propuesta. Es un lugar donde la
disidencia territorial se convierte en práctica política cotidiana. Marisol de
la Cadena en su libro Earth Beings, ecologies of practice across Andean
Worlds sugiere ampliar nuestra noción de política al incluir a los
"seres-Tierra", entendidos como sujetos capaces de transformar
nuestras relaciones y decisiones colectivas. Para los runakuna,
comunidades indígenas andinas, las montañas, el agua o el viento no son
simplemente "espíritus" o "paisajes", sino entidades vivas,
con agencia política, que coexisten y se intra-relacionan con los humanos; los
seres-Tierra no son objetos de la naturaleza, sino sujetos cuya presencia
transforma nuestras nociones de política (De la Cadena 2015, 207). Esta visión
amplía las bases para pensar un territorio no binario tejido desde lo vivo, lo interconectado
y lo común.
En esta misma línea, el
aporte de Brigitte Baptiste resulta relevante para la idea de territorio no
binario, ya que su concepto de ecología queer es de las propuestas más
complejas y más aceptadas contra las comprensiones binarias, tanto de la
naturaleza como del género. Afirma que la diversidad y la fluidez son
inherentes tanto al mundo natural como a las identidades humanas. Como ella
misma señala en entrevista con El País (26 de marzo 2023): “no hay nada más
queer que la naturaleza”, cuestionando así nuestras ideas fijas de orden,
especie y función, que a menudo son insuficientes o fallan ante la complejidad
de lo que está vivo. Su perspectiva, cruzada por su experiencia como mujer
trans y ecóloga, aporta una mirada poderosa sobre la importancia de valorar la
diversidad en todas sus formas, sea biológica, cultural, política y corporal.
Con esto, proponemos que la ecología queer puede entenderse como un puente
entre los saberes situados de la biología y las propuestas críticas de las
epistemologías del Sur. Ambas coinciden en desestabilizar los marcos normativos
del conocimiento y en defender formas de vida que escapan a las jerarquías
tradicionales e impuestas. En este cruce, lo corporal y lo ecológico se
entrelazan con lo político, enriqueciendo la noción de territorio no binario y
abriendo posibilidades para imaginar mundos más diversos, interconectados y
vivibles.
Desde una mirada
situada, pensar el territorio no binario desde el Sur implica abrirse a otras
formas de vida y relación. Es un acto de reconocimiento y atención a lo que ha
sido históricamente silenciado por el pensamiento hegemónico, y una práctica de
habitar los márgenes como espacios de posibilidad y responsabilidad. Lo no
binario, más que una categoría identitaria, se configura como una práctica
territorial y política, una forma de estar en el mundo que apuesta por la
apertura, la sensibilidad y la vitalidad frente a las lógicas normativas de
control y clasificación. Estos territorios no solo resisten el despojo
capitalista y patriarcal, sino que activamente crean futuros habitables,
colectivos y diversos. Son la prueba de que es posible construir otras
realidades, donde la vida se prioriza por encima de la acumulación y la
dignidad se defiende desde la interconexión con todo lo que nos rodea. Al
habitar estos márgenes, comprendemos que la resistencia y la creación son
procesos interdependientes, y dan la posibilidad de construcción de un mundo
más justo y vivible.
6. La Territorialidad Disidente como Práctica del
Territorio No Binario: Valparaíso y el Wallmapu
Las experiencias del Sur
Global, como se menciona anteriormente, permiten pensar los territorios no
binarios como campos de disputa, pero también como espacios de posibilidad. En
tiempos de crisis ecosocial, las territorialidades disidentes nos enseñan que
habitar no es solo ocupar un lugar, sino construir vínculos, resistencias y
futuros posibles. Son prácticas que, desde la fragilidad, abren grietas en el
orden dominante y nos invitan a imaginar espacios más justos, más plurales y
vivos. He elegido los casos de Valparaíso y el Wallmapu mapuche porque, además de
corresponder a realidades situadas en Chile, mi país de origen, ofrecen formas
divergentes pero complementarias de pensar el territorio fuera de la lógica
binaria, ejemplos dentro de un mismo estado-nación contemporáneo. Como antes se
menciona, los territorios no binarios existen dentro de las lógicas
hegemónicas, pero son indudablemente negados. El primero, Valparaíso, desde una
espacialidad urbana popular, inclinada y en resistencia y, el segundo, el
Wallmapu, desde una ontología indígena que traspasa las categorías modernas.
Ambos casos, en redundancia con nuestras hipótesis, cuestionan los marcos
hegemónicos de planificación, propiedad y orden, y nos invitan a imaginar otros
mundos posibles desde el Sur Global. Ambos, cada uno desde su singularidad,
configuran geografías rebeldes, imposibles de reducir a una sola forma de
habitar, comprender o gobernar.
Valparaíso es una ciudad
portuaria de cerros empinados y escaleras interconectadas. Este territorio se
presenta como un cuerpo geográfico lleno de pliegues. Su topografía desarticula
la lógica moderna del urbanismo funcional. Nada en Valparaíso es plano, ni
completamente visible. Su complejidad se expresa en formas de vida que
desbordan las normativas, como en la autoconstrucción, en sus barrios
colgantes, en las resistencias vecinales. La ciudad ha sido objeto de una
desposesión simbólica mediante políticas patrimoniales que buscan estetizarla y
rentabilizarla en ciertos cerros, principalmente el cerro Concepción y cerro
Alegre, neutralizando su carácter disidente (Cáceres 2019, 165). Esta
desposesión simbólica, no se limita al plano material o espacial, sino que
también se manifiesta en el plano de la representación, se busca la
neutralización de la disidencia a través de esa representación estética
estratégica. Como se menciona anteriormente, Paul B. Preciado advierte algo
similar en el ámbito cultural, al reflexionar sobre la película Emilia Pérez,
el señala que ciertas representaciones contemporáneas de la diversidad, aunque
aparentemente emancipadoras, corren el riesgo de reproducir estereotipos bajo
nuevas formas de consumo simbólico (Preciado, 2024). Así, lo que era un gesto
disruptivo es absorbido y cargado de una “estética de la diferencia” para
reforzar una narrativa tolerante pero superficial, que no transforma las
estructuras de poder, más bien las mantiene. Tanto en la gestión patrimonial de
ciudades como Valparaíso como en las industrias culturales globales, se observa
un patrón común donde la traducción de lo marginal es lo mostrable, lo visible
y rentable. La estética de la diferencia reemplaza la potencia política de la
disidencia. Este fenómeno es como un colonialismo de lo diverso, impone nuevas
formas de control bajo la figura de inclusión. Reconocer esta estrategia es
clave para defender un derecho a la ciudad, y a la representación, que no sea
solo acceso o visibilidad, sino capacidad real de transformación, desde los
márgenes hacia el centro o hacia donde sea.

Fig. 6 Vista Cerro Alegre
Valparaíso, 2020. Fuente:
https://pixabay.com/photos/chile-valparaiso-houses-city-4985455/; https://pixabay.com/service/license-summary/
Fig. 7 Mural en Cerro Concepción Valparaíso, Leticia Gómez,
2018.
Fuente:
https://aprendizajeviajero.com/wp-content/uploads/2018/07/que-lugares-visitar-en-valparaiso-chile.jpg
Fig. 8 Vista Quebrada Los Lúcumos Playa Ancha, Observatorio
de Participación Social y Territorio, 2023.
Fuente:
https://participacionsocialyterritorio.cl/2023/07/20/modulo-
2-de-la-escuela-de-formacion-popular-inicia-conociendo-problematica-de-la-quebrada-los-lucumos/
En evidente contraste con
esta comercialización de lo diverso (Fig. 6), donde el imaginario patrimonial
es estetizado para el turismo, como se observa en colorido Carro Alegre,
Valparaíso se niega a ser domesticado como sugiere el mural de la Figura 7, donde
los cuerpos y símbolos se mezclan expresando saturación y resistencia. El orden
hegemónico y tradicional intenta imponer una lógica binaria legal/ilegal,
patrimonio/degradación, turismo/habitabilidad, sobre un territorio que
interiormente resiste la simplificación. En sus calles, se encarnan prácticas
de autogestión comunitaria que desafían el neoliberalismo urbano desde lo
común, lo precario y lo múltiple. Un ejemplo de esta resistencia se observa en
la Quebrada Los Lúcumos (Fig. 8), en Playa Ancha, donde colectivos vecinales,
activistas, grupos feministas y universidades han impulsado su recuperación
mediante prácticas colaborativas y cuidadosas que revalorizan lo común. Este
espacio, de nadie y de todos, se ha convertido en un laboratorio de prácticas
espaciales no normativas, donde el territorio se expresa desde el cuidado y la
interdependencia. Esta persistencia, que a menudo es invisibilizada por la
institución que solo resalta el desorden y la informalidad, es la esencia misma
de la ciudad. Valparaíso no cabe en una sola narrativa; su espacialidad se
performa día a día en la fluidez de sus límites y la coexistencia de múltiples
identidades urbanas. Por estas razones puede pensarse como una ciudad no
binaria, ya que se configura como un territorio que, como los cuerpos
disidentes, no obedece a un estándar y se rebela frente a las injusticias de la
normatividad.
Por su parte, el Wallmapu
mapuche ofrece una lectura más radical del territorio. Para el pueblo mapuche,
la tierra no es propiedad ni un recurso extractivo, sino un ser vivo con el que
se coexiste. La polisemia de ciertos conceptos mapuche ayuda a comprender mejor
la riqueza y profundidad de su cultura. Por ejemplo, el término mapu
suele traducirse simplemente como “tierra”, y quienes la habitan son
denominados mapu-che (gente de la tierra), mientras que la lengua que hablan es
mapu-(n)-dungu(n), que significa “lengua de la tierra” (Matías 2020, 71). Sin
embargo, esta traducción se limita si se piensa la tierra solo como una entidad
física. Como explica el longko e investigador mapuche Wenteche José Quidel
Lincoleo: “Cuando usamos el concepto […] es necesario tener presente que no
solo estamos refiriéndonos a la tierra como materia, pues para ello existe el
concepto Pvji Mapu. Mapu es un término que se aplica a todas las dimensiones de
la vida en el universo. Es decir, podemos entender el cosmos como Mapu” (Quidel,
en Millalén, 2006, p. 31, citado en Matías 2020, 71). En este sentido, el
Wallmapu no es solo un espacio geográfico, sino que abarca identidades
territoriales y una compleja red de relaciones,“es una concepción
espacio-temporal específica, ligada a la territorialidad física y el devenir
histórico, dos formas anudadas en la sabiduría mapuche” (Matías 2020, 70). Por
lo anterior la temporalidad es fundamental para entenderlo como un territorio
no binario, ya que el término surge en respuesta a la invasión española. Como
señala Ana Matías Rendón:
El Fütalmapu, futa
(grande) - mapu (tierra), es el espacio socio-territorial antes de la llegada
de los españoles en el que se dividen las cuatro regiones físicas del mapu,
esta forma organizativa permitía la movilidad y las alianzas internas de los
pueblos que compartían una raíz lingüística y las concepciones epistémicas. []
La invasión española provoca la configuración del Wall-mapu como parte de las
dinámicas de lucha mapuche. Frente a la amenaza, se vuelve urgente y necesario
reestablecer los límites territoriales e incluso trastocar las formas
simbólicas. Cabe aclarar que el “Wall-mapu” como el nombre “mapu-che” se irán
articulando casi conjuntamente, pues antes era usado el vocablo reche para
autodenominarse (Millalén 2014: 319). Es entonces, que mapu-che será una
denominación que articulará a las diferentes identidades territoriales y
pobladores del Fütalmapu alrededor del (wall) mapu. (Matías 2020, 73-74).
Por tanto, el Wallmapu se
configura históricamente a partir de las luchas por la defensa y el
reconocimiento territorial, procesos que mantienen hasta hoy. En 2022, tras la
llegada de Gabriel Boric a la presidencia, el uso del término Wallmapu por
parte de la entonces ministra del Interior de Chile generó una fuerte polémica.
La controversia se centró en la supuesta afectación a la soberanía trasandina,
ya que el territorio ancestral del Wallmapu no reconoce las fronteras políticas
actuales entre Chile y Argentina (Huenchumil 2022). En entrevista José Quidel
interpreta esta reacción como una muestra de la persistente resistencia estatal
a reconocer otras formas de habitar, nombrar y entender el territorio. En
palabras suyas, esta polémica "responde a una práctica mezquina desde la
instalación de los Estados, (que) nuevamente invisibiliza la existencia y
construcción que los pueblos tenemos, desautorizando, banalizando y
desprestigiando cualquier expresión que no sea la judeo-cristiana y occidental.
Eso lo vemos en la literatura, en la filosofía y también en el mundo político”
(Quidel, citado en Huenchumil 2022, par 9). Para él, resulta especialmente
significativo que una autoridad estatal se haya situado, desde una categoría
territorial ajena a la lógica nacional dominante, justo en un momento en que el
país discutía la posibilidad de transitar desde un modelo monocultural hacia
uno plurinacional en el marco del proceso constituyente. En ese contexto,
Quidel afirma: "tendrán que ir acostumbrándose a estas categorías que
nosotros como pueblo poseemos para la autodenominación” (Quidel, citado en
Huenchumil 2022, par 9). Estas declaraciones resaltan la potencia disidente del
pueblo mapuche y su forma propia de concebir el territorio, una concepción que,
a pesar de sus limitaciones, no hay duda de que reta las estructuras hegemónicas
del Estado-Nación, y sobre lo que podemos aprender para otras latitudes. Al
mismo tiempo, evidencian cómo el orden colonial y patriarcal actúa activamente
hasta el día de hoy para neutralizar y desacreditar toda expresión que desborde
los marcos normativos establecidos. En el caso chileno, esta tensión
estructural se reflejó con claridad en ambos procesos constituyentes fallidos,
donde las propuestas de reconocimiento plurinacional, territorial y cultural
fueron finalmente desplazadas del centro del debate político.
Esta tensión no se limita al
campo político-institucional también se evidencia como un enfrentamiento entre
visiones del mundo. El conflicto en torno al término Wallmapu expone una
diferencia radical en la forma de concebir el territorio y la vida. Desde la
cosmovisión mapuche la noción de Itrofill Mongen —que alude a la
diversidad de la vida que organiza el espacio desde una relacionalidad profunda—,
en la que montañas, ríos, animales y personas forman parte de una misma red, es
el horizonte para lograr el buen vivir o Küme Mongen (Pairican 2021,145), que
no es solo un principio ético, sino una forma de existencia basada en
relaciones horizontales entre seres humanos y naturaleza. Esta mirada no
reconoce las divisiones modernas entre naturaleza y cultura, ni las fronteras
estatales, la autonomía mapuche se expresa como un modo de existencia
territorial que resiste a la colonialidad del poder y a la lógica estatal del
control espacial (Nahuelpan 2012, 128). Desde esta perspectiva, el Wallmapu
surge como un territorio no binario, en tanto resiste la fragmentación, la
jerarquía y la lógica de la propiedad. En su lugar, propone una ontología del
cuidado, la reciprocidad y el equilibrio. Se trata de “mundos que no están
hechos de objetos sino de relaciones” (De la Cadena 2015, 13). No es un
territorio que se habita, sino con el que se coexiste. Así el Wallmapu
trasciende las fronteras de Chile y Argentina, al concebir el territorio como
una gran unidad interdependiente e interrelacionada como se aprecia en la Figura
9.

Fig. 9: Mapa ‘girado’ del territorio Wallmapu. Fuente:
Melín Pehuén, Mansilla Quiñones y Royo Letelier 2019.
Ambos casos, la ciudad
escarpada y el territorio ancestral, nos invitan a repensar el territorio más
allá de su formulación clásica. Lo no binario en los territorios se manifiesta
como práctica y como acción encarnada (encuerpada): una forma de habitar, resistir
y construir mundo que no se deja capturar por los esquemas preexistentes. En
este sentido, no se trata de renombrar lo ya existente con una nueva etiqueta,
sino de reconocer que estas formas de existencia territorial ya están
ocurriendo, aunque sean invisibilizadas o criminalizadas por los marcos
hegemónicos.
Si bien Valparaíso y el
Wallmapu presentan muchas más complejidades que permiten profundizar en esta
lectura, lo planteado ofrece un primer indicio de sus singularidades y son
espacios por descubrir. Ambos territorios coexisten en Chile, aunque muchas
veces sean invisibilizados; no se ajustan ni obedecen a los modelos normativos,
y en ello radica también su potencia de resistencia. Además, generan formas de
afecto y reciprocidad en quienes nos sentimos conectados con lo diverso, lo
excluido y lo marginalizado. Desde esta perspectiva, se abre un camino para
seguir explorando la no binariedad como una categoría espacial, política y
afectiva.
7. Repensar el territorio desde la disidencia y el
cuidado
Los casos de Valparaíso y el
Wallmapu permiten establecer este enfoque en geografías específicas. No
se trata de excepciones o anomalías, sino que, de manifestaciones concretas de
formas de vida que desobedecen las categorías impuestas. En Valparaíso, la
pendiente, la fragmentación urbana y la precariedad material revelan una
espacialidad que resiste la lógica del orden y la propiedad. En el Wallmapu,
las formas de habitar derivadas de una ontología indígena desafían la
fragmentación moderna, reivindicando un territorio tejido a través de la espiritualidad,
la interdependencia y la memoria. Ambos territorios configuran geografías
disidentes que tensionan las categorías del modelo dominante, proponiendo otras
éticas posibles que son las del cuidado, la reciprocidad y la comunidad.
En lo personal, esta lectura
de Valparaíso como territorio no binario no emerge solo como un trabajo
teórico, lo he incorporado porque es un reconocimiento moldeado a través de los
años, por la posibilidad que tuve de caminar sus cerros y observar su realidad.
A pesar del abandono institucional y de las operaciones sistemáticas para
encasillarlo o destruirlo, desde la falta crónica de servicios públicos en la
periferia hasta los proyectos inmobiliarios que expulsan a sus habitantes
originales, mi vínculo con esta ciudad no se rompe ya que Valparaíso es parte
de mi biografía: allí nació mi padre y llegó mi abuela desde Inglaterra a los
diecisiete años. Es un lugar que pienso y siento al mismo tiempo. Un territorio
que no se deja contener, que se escapa de las formas prescritas, que se
mantiene vivo en su potencia disidente. En el caso del Wallmapu, también
hay una relación y ha sido un descubrimiento a través de este ejercicio. Lo
observo como un territorio regido por los silencios y las omisiones. Aunque
viví parte de mi infancia en el sur de Chile, en espacios que forman parte de
esa zona ancestral, el término no era parte de la conversación nacional en los
años noventa. Lo que sí se escuchaba eran los prejuicios, las quejas, las
expresiones de desprecio hacia el pueblo mapuche. Nombrar hoy el Wallmapu,
reconocer su existencia y sus formas de habitar, es también un acto de
reparación, un modo de combatir los relatos que marcaron mi formación. Esta
perspectiva está marcada por mi experiencia personal, asumo subjetiva, pero
también por el deseo político de romper esa construcción hegemónica de lo
nacional, que insiste en borrar las diferencias y simplificar los matices.
Desde esta mirada, el
territorio no binario no puede reducirse a una categoría conceptual. Es una
forma de resistencia encarnada, una experiencia cotidiana sostenida en cuerpos,
memorias y vínculos que han sido históricamente negados. Es una forma de vida
que se articula desde la fragilidad, desde aquello que el sistema desecha por
no ajustarse a sus parámetros de utilidad o productividad. Pero también es una
apuesta y una forma de insistencia que plantea una reapertura constante a la
diferencia, a lo múltiple y a lo incompleto.
Habitar lo no binario es, en
ese sentido, asumir la complejidad del mundo sin la necesidad de encasillarlo
todo. Es aprender a caminar con las contradicciones y a reconocer la potencia
que existe en lo que no se nombra fácilmente. Allí donde los discursos
hegemónicos ven caos o déficit, los territorios no binarios ofrecen otras
formas de comprensión, otras maneras de cuidar y ser cuidados. No se trata de
romantizar la precariedad ni de idealizar los márgenes, sino de reconocer que
en esos espacios emergen prácticas valientes, capaces de imaginar lo común más
allá de la homogeneidad.
Aprender de estos
territorios implica descentrar la mirada y poner atención a las formas de vida
que ya están inventando alternativas, muchas veces sin permiso ni visibilidad.
Implica confiar en que las relaciones de cuidado, de interdependencia y de afecto
no son recursos menores, sino condiciones fundamentales para sostener la vida.
En un tiempo donde todo parece fragmentarse, los territorios no binarios nos
recuerdan que la fragilidad también puede ser una forma de fortaleza. Porque en
ese gesto de persistencia, de aparición y de diferencia radical, aparece la
posibilidad de otro mundo: uno que no se construya desde la obediencia y donde
cuidar no sea la excepción, sino la lógica común desde la cual reinventar el
territorio.
8. Conclusiones
Pensar el territorio desde una perspectiva no binaria implica
trascender la mera crítica a las dicotomías espaciales para situarse en un
horizonte de transformación política, epistemológica y afectiva. El análisis
realizado demuestra que estas prácticas no constituyen únicamente una categoría
conceptual, sino una experiencia encarnada o situada que se construye en
diálogo con cuerpos, memorias y comunidades históricamente marginalizadas
(Ahmed 2006; Lugones 2008). Desde esta mirada, lo no binario es menos una
identidad fija que una praxis disidente, capaz de desestabilizar regímenes de
verdad anclados en el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo (Halberstam
2011; Preciado 2020). El artículo se apoya de manera central en Judith Butler y
Paul B. Preciado porque ambos autores ofrecen marcos conceptuales que
articulan, de forma directa, la relación entre cuerpo, poder y performatividad,
lo que permite extrapolar sus planteamientos al análisis territorial. Butler
(2007; 2009) aporta la noción de género como construcción performativa, una
repetición regulada que produce la apariencia de estabilidad, noción que aquí
se traslada al territorio como construcción reiterada y normada. Preciado
(2015; 2020), por su parte, amplía este enfoque al campo de la biopolítica y la
necropolítica, mostrando cómo las identidades —y, por extensión, los espacios—
son producidos por tecnologías de poder, desmontando su supuesta naturalidad.
Este anclaje teórico es crucial para situar el territorio no binario no como
metáfora, sino como régimen material y simbólico susceptible de transformación.
Integrar estos fundamentos con aportes de la teoría queer espacial
(Barad 2007; Ahmed 2006) y de los feminismos territoriales del Sur Global
(Segato 2016; Espinosa Miñoso 2010; Escobar 2014) permite comprender el
territorio como un entramado relacional donde lo humano y lo no humano
coexisten en interdependencia. Esta perspectiva, reforzada por nociones como la
“ecología queer” (Baptiste, en Gallón 2023) o la “maestría de la naturaleza”
(Plumwood 1993), desmonta las jerarquías que separan naturaleza/cultura,
público/privado o centro/periferia, abriendo paso a una ética del cuidado y de
lo común.
Los casos de Valparaíso y el Wallmapu muestran que las geografías no
binarias ya existen, aunque sean sistemáticamente invisibilizadas o
neutralizadas por dispositivos normativos y estéticos. Asumir el territorio no
binario como herramienta teórica y política implica reconocer que los marcos de
planificación actuales son incapaces de abordar las complejidades
contemporáneas. Requiere metodologías abiertas y co-creadas con las comunidades
(Doan 2011) que abracen la incertidumbre y valoren la multiplicidad como
condición para la habitabilidad. En tiempos de colapso ecosocial, la apuesta no
binaria no busca reconciliar extremos, sino desactivar las lógicas de control
que los sostienen.
Actualmente, el neologismo “territorio no binario” no
se encuentra consolidado en la literatura especializada, salvo para referirse a
espacialidades asociadas a identidades sexuales no binarias. Sin embargo, desde
la arquitectura y el urbanismo críticos, su potencial puede y debe ampliarse
hacia la lectura y producción de espacialidades que cuestionen todas las
dicotomías normativas. Es un campo aún incipiente, pero fértil, llamado a
transformar tanto las prácticas proyectuales como los marcos teóricos con los
que pensamos y habitamos el mundo. Si hay
algo que la humanidad no debe perder es su capacidad de resiliencia para ir más
allá de la restitución del valor perdido que, en este caso, es de una singular
oportunidad considerando los territorios no binarios, dado que no tiene
precedentes en el creodo de la Modernidad.
9. Referencias
Ahmed, Sara. 2006. Queer Phenomenology: Orientations, Objects, Others.
Durham, NC: Duke University Press. https://doi.org/10.2307/j.ctv125jk6w
Aravena, Pablo. 2021. La
destrucción de Valparaíso, Escritos antipatrimonialistas. Valparaíso: ediciones Inubicalistas.
Barad, Karen. 2007. Meeting the Universe Halfway: Quantum Physics and
the Entanglement of Matter and Meaning. Durham, NC: Duke University Press.
Butler, Judith. 2007. El
género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.
Butler, Judith. 2009. Deshacer el género. Barcelona: Paidós.
Butler, Judith. 2010. Marcos de guerra. Las vidas lloradas.
Barcelona: Paidós.
Cáceres, César. 2019. “Turismo, gentrificación y presión por
desplazamiento en los cerros Concepción y Alegre de Valparaíso”. Revista INVI,
34(97), 157-177. https://revistainvi.uchile.cl/index.php/INVI/article/view/63241
Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo. 2017. Mapeando
el cuerpo-territorio. Guía metodológica para mujeres que defienden sus
territorios. Quito.
De la Cadena, Marisol. 2015. Earth beings: Ecologies of practice
across Andean worlds. Durham: Duke University Press.
Doan, Petra L., ed. 2011. Queerying Planning: Challenging
Heteronormative Assumptions and Reframing Planning Practice. Farnham, UK:
Ashgate. https://doi.org/10.4324/9781315603315
Escobar, Arturo. 2014. Territorios de diferencia: Lugar, movimientos,
vida, redes. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Escobar, A. 2014. Sentipensar con la tierra: nuevas lecturas sobre
desarrollo, territorio y diferencia. Medellín: ediciones Unaula.
Escobar, Arturo. 2016. “Sentipensar con la Tierra: Las Luchas
Territoriales y la Dimensión Ontológica de las Epistemologías del Sur”. Revista
de Antropología Iberoamericana, vol. 11, N°1, 11-32. DOI: 10.11156/aibr.110102
Espinosa Miñoso, Yuderkys. 2010. “Etnocentrismo y colonialidad en los
feminismos latinoamericanos: Complicidades y consolidación de las hegemonías
feministas en el espacio transnacional”. Revista Venezolana de Estudios de la
Mujer 15 (34), 37-54. https://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-37012009000200003
Federici, Silvia. 2018. El patriarcado del salario: Críticas
feministas al marxismo. Madrid: Traficantes de Sueños.
Gago, Verónica. 2019. La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo
todo. Madrid: Traficantes de Sueños.
Gallón,
Angélica María. 2023. “El futuro es chueco: Brigitte Baptiste y el ecologismo
queer frente al colapso anunciado”.
https://elpais.com/america-futura/2023-03-26/el-futuro-es-chueco-brigitte-baptiste-y-el-ecologismo-queer-frente-al-colapso-anunciado.html
García, Elisa y Silvia Diaz. 2022. “Una propuesta de investigación
feminista para el estudio de la misoginia: notas reflexivas de los procesos de
investigación”. EMPIRIA Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, vol.
56, 83-106. https://doi.org/10.5944/empiria.56.2022.34439
Geoactivismo, Fidel. 2021. “Las geografías del cuerpo”. https://geoactivismo.org/las-geografias-del-cuerpo/
García-Huidobro, Natalia. 2021.
“Sumak Kawsay y Küme Mongen: el verdadero sentido detrás del desarrollo
comunitario”. https://endemico.org/bien-comun-sumak-kawsay-y-kume-mongen-el-verdadero-sentido-detras-del-desarrollo-sostenible-y-comunitario/
Halberstam, Jack. 2011. The Queer Art of Failure. Durham, NC:
Duke University Press. https://doi.org/10.2307/j.ctv11sn283
Harvey, David. 2008. “El derecho a la ciudad”. New Left Review, N°53, 23-39.
https://newleftreview.es/issues/53/articles/david-harvey-el-derecho-a-la-ciudad.pdf
Harvey, David. 2012. Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la
revolución urbana. Madrid: Akal.
Herner, María Teresa. 2009. “Territorio, desterritorialización y
reterritorialización: un abordaje teórico desde la perspectiva de Deleuze y
Guattari”. Huellas, N°13, 158-171. http://beu.extension.unicen.edu.ar/xmlui/handle/123456789/248
Huanacuni, Fernando. 2010. Buen Vivir / Vivir Bien. Filosofía,
políticas, estrategias y experiencias regionales andinas. Lima:
Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas – CAOI.
Huenchumil, Paula. 2022. “¿Qué es el Wallmapu? Voces mapuches lo
explican”. https://interferencia.cl/articulos/que-es-el-wallmapu-voces-
mapuche-lo-explican
Lugones, María. 2008. “Colonialidad y género”. Tabula Rasa, no. 9: 73–101. https://doi.org/10.25058/20112742.340
Massey, Doreen. 2005. For space. Londres: Sage Publications.
Matías Rendón, Ana. 2020. “Wallmapu: espacio-tiempo mapuche". Cuadernos de
Teoría Social 6(11), 66-94. https://doi.org/10.32995/0719-64232020v6n11-99
Melín Pehuén, Miguel, Pablo Mansilla
Quiñones y Manuela Royo Letelier. 2017. Mapu Chillkantukun Zugu: Descolonizando el Mapa
del Wallmapu, Construyendo Cartografía Cultural en Territorio Mapuche.
Nueva Imperial: Pu Lof Editories ltda.
https://www.researchgate.net/publication/342923416_MAPU_CHILLKANTUKUN_ZUGU_Descolonizando_el_Mapa_del_Wallmapu_Construyendo_Cartografia_Cultural_en_Territorio_Mapuche
Melín Pehuén, Miguel, Pablo Mansilla Quiñones y Manuela Royo Letelier.
2019. Cartografía cultural del Wallmapu: Elementos para descolonizar el mapa
en territorio mapuche. Santiago: LOM Ediciones.
Mesa Calfunao, Elizabeth. Et al. 2018. “Reseña: ¿Qué es küme mogen
mapuche? Concepto e implicancias en salud pública y comunitaria”. Salud pública
de México, vol. 60, N°4
Nahuelpan, Héctor. Et al. 2012. Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün.
Historia, colonialismo y resistencia desde el país Mapuche. Temuco:
Ediciones Comunidad de Historia Mapuche.
Pairican, Fernando. 2021. “Los horizontes autonomistas del movimiento
mapuche”. Revista Nueva Sociedad, N°295, 136-148. https://nuso.org/articulo/los-horizontes-autonomistas-del-movimiento-mapuche/
Pérez, Moira. 2022. “No binario Discursos y paradojas”. Revista Nueva
Sociedad, N°302, 120-127. https://nuso.org/articulo/302-no-binario/
Preciado, Paul B. 2008. Testo yonqui: Sexo, drogas y biopolítica.
Madrid: Espasa.
Plumwood, Val. 1993. Feminism and the Mastery of Nature. London:
Routledge. https://doi.org/10.4324/9780203006757
Preciado, Paul B. 2019. Un apartamento en Urano: Crónicas del cruce.
Barcelona: Anagrama.
Preciado, Paul B. 2020. Yo soy el
mounstro que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas. 49ª
Jornadas de la École de la Cause Freudienne. Barcelona: Anagrama.
Preciado, Paul B. 2015. “Conferencia La revolución que viene: Luchas y alianzas
somatopolíticas” MALBA, Buenos Aires.
https://www.youtube.com/watch?v=vsV2e_FBreA
Preciado, Paul B. 2024. “Carta a les nueves activistas”. Posfacio, https://www.revistaadynata.com/post/carta-a-les-nueves-activistes-posfacio---paul-b-preciado
Preciado, Paul B. 2025. “Emilia Pérez contra Jacques Audiard: una
amalgama cargada de racismo y transfobia”.
https://elpais.com/babelia/2025-01-09/emilia-perez-contra-jacques-audiard.html
Poblet, Natalia. 2020. “Polémica Quien teme a Paul B. Preciado”. https://www.pagina12.com.ar/238621-polemica-quien-le-teme-a-paul- preciado
Radi, Blas. 2021. “Binarismo” Nuevo diccionario de estudios de género y
feminismos de Gamba S. y Diz T. Buenos Aires: Biblos.
Segato, Rita Laura. 2016. La guerra contra las mujeres. Madrid:
Traficantes de Sueños.
Svampa, Marisela. 2020. Las fronteras del neoextractivismo en América
Latina: Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevos marcos de
desarrollo. Buenos Aires: Katz Editores.
Valencia, Sayak. 2010. Capitalismo Gore. Barcelona: Melusina.
Zibechi, Raúl. 2008. Territorios en resistencia: Cartografía política
de las periferias urbanas latinoamericanas. La Paz: Editorial La Mirada
Salvaje.
Breve CV
Javiera
Francisca Palacios Olivares es arquitecta por la Universidad Central de Chile
(2007) , con quince años de experiencia en los ámbitos público y privado. Su
trabajo se ha centrado en el desarrollo de proyectos urbanos con enfoque
participativo, principalmente en el marco del programa "Quiero mi
Barrio" del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), en diversas
regiones de Chile. Ha coordinado planes de gestión de obras y diseñando
espacios públicos integrando metodologías sensibles al territorio y a las
necesidades de las comunidades locales. Actualmente, cursa el Máster en Ciudad
y Arquitectura Sostenible en la Universidad de Sevilla (2024-2025), donde
investiga los vínculos entre participación ciudadana, perspectiva de género y
justicia territorial. Sus principales áreas de interés científico son la
planificación urbana situada, los enfoques ecosociales y las pedagogías
territoriales. Desde una mirada crítica, su trayectoria busca articular el
conocimiento técnico con las formas de vida que emergen en los márgenes,
promoviendo modelos de ciudad más inclusivos y sensibles a los cuidados.