Alternativas relacionales especie vegetal–humana para una continuidad desde una perspectiva posthumanista y ecológica / Relational Alternatives for a Human–Plant Continuity from a Posthumanist and Ecological Perspective / Alternativas relacionais entre espécie vegetal e humana para uma continuidade sob uma perspectiva pós-humanista e ecológica

Zambrano Pilatuña, Juan Carlos1; Salazar Silva, Indira Yajaira2; Amoroso, Serafina3

1. Universidad Politécnica de Madrid, Programa de Doctorado en Comunicación Arquitectónica, Madrid, España / Universidad Regional Amazónica Ikiam, Carrera de Arquitectura Sostenible, juan.zambrano.pilatuna@alumnos.upm.es https://orcid.org/0000-0003-0108-1538

2. Universidad Regional Amazónica Ikiam, Carrera de Arquitectura Sostenible, Tena, Ecuador, indira.salazar@ikiam.edu.ec https://orcid.org/0009-0003-1940-1613

3. Universidad Rey Juan Carlos, Teoría de la Señal y Comunicaciones y Sistemas Telemáticos y Computación, Área Proyectos Arquitectónicos, Escuela de Ingeniería de Fuenlabrada, Fuenlabrada (Madrid), España, serafina.amoroso@urjc.es https://orcid.org/0000-0002-6775-2069

Recibido: 15/06/2025

Aceptado: 26/08/2026

DOI: https://dx.doi.org/10.12795/astragalo.2025.i40.10

 

Resumen

Este artículo analiza la relación entre la especie humana y la vegetal en el contexto del denominado Antropoceno, entendido aquí según los autores citados en este trabajo, quienes lo plantean como un período definido por el extractivismo, la crisis ecológica y la estetización instrumental de lo vegetal. Desde una perspectiva posthumanista y ecológica, se propone repensar este vínculo mediante tres estrategias críticas: el uso de vegetación endémica, la aplicación del principio de mínima intervención y la integración de saberes ancestrales. A través de una metodología transdisciplinaria, que articula aportes de la filosofía, la ecología, la arquitectura y los conocimientos indígenas, se desarrolla una revisión crítica de referentes conceptuales y proyectuales que permiten comprender otras formas posibles de relación interespecie. El texto examina prácticas contemporáneas que incorporan lo vegetal como agente activo, desafiando la lógica antropocéntrica y abriendo la posibilidad de construir espacios éticos, simbióticos y sostenibles. Estas experiencias configuran territorios de resistencia frente a la instrumentalización de la naturaleza y ofrecen plataformas para imaginar futuros más justos, basados en la reciprocidad y la cohabitación multiespecie.

Palabras clave: espacios, relaciones interespecie, posthumanismo, sostenibilidad ecológica, estrategias proyectuales

 

Abstract

This article examines the relationship between human and plant species within the framework of the so-called Anthropocene, understood here according to the authors cited in this work, who describe it as a period defined by extractivism, ecological crisis, and the ornamental instrumentalization of the vegetal. Drawing from posthumanist and ecological perspectives, the text rethinks this relationship through three critical strategies: the use of endemic vegetation, the principle of minimal intervention, and the integration of ancestral knowledge. Through a transdisciplinary methodology that brings together philosophy, ecology, architecture, and Indigenous epistemologies, the article develops a critical review of conceptual and design-based references that illuminate alternative ways of relating across species. It explores contemporary practices that recognize plants as active agents in the construction of space, challenging anthropocentric paradigms and opening possibilities for ethical, symbiotic, and sustainable forms of cohabitation. These experiences configure spaces of resistance against the commodification of nature and offer platforms for imagining more just futures grounded in reciprocity and multispecies coexistence.

Key words: spaces, interspecies relations, posthumanism, ecological sustainability, design strategies

 

Resumo

Este artigo analisa a relação entre a espécie humana e a vegetal no contexto do denominado Antropoceno, entendido aqui segundo os autores citados neste trabalho, que o concebem como um período definido pelo extrativismo, pela crise ecológica e pela instrumentalização ornamental do vegetal. A partir de perspectivas pós-humanistas e ecológicas, o texto propõe repensar esse vínculo por meio de três estratégias críticas: o uso de vegetação endêmica, o princípio da intervenção mínima e a integração de saberes ancestrais. Com uma metodologia transdisciplinar que articula filosofia, ecologia, arquitetura e epistemologias indígenas, desenvolve-se uma revisão crítica de referenciais conceituais e projetuais que iluminam formas alternativas de relação interespecífica. O estudo examina práticas contemporâneas que reconhecem as plantas como agentes ativos na construção do espaço, desafiando paradigmas antropocêntricos e abrindo possibilidades para formas éticas, simbióticas e sustentáveis de convivência. Essas experiências configuram territórios de resistência à mercantilização da natureza e oferecem plataformas para imaginar futuros mais justos, baseados na reciprocidade e na coabitação multiespécie.

Key words: espaços, relações interespécies, pós-humanismo, sustentabilidade ecológica, estratégias projetuais

 

1. Introducción

La problemática abordada en este trabajo parte de la constatación de que, en el marco de lo que se ha denominado Antropoceno, entendido aquí como un concepto que describe la presión humana sobre los recursos y las relaciones ecosistémicas (Chakrabarty 2009), la relación entre seres humanos y especies vegetales ha sido profundamente alterada por prácticas extractivistas, la ornamentalización del paisaje y una visión instrumental de lo vegetal. Esta mirada ha derivado en el uso de la vegetación como recurso estético o de marketing arquitectónico, frecuentemente vinculado al greenwashing, sin una comprensión ética o ecológica de sus implicaciones. Frente a ello, el objetivo de este artículo es problematizar críticamente esta instrumentalización de lo vegetal y proponer alternativas que resignifiquen su función, no como mero objeto decorativo, sino como espacio simbiótico, ético y relacional. La hipótesis que orienta esta reflexión sostiene que en el contexto del denominado Antropoceno existen posibilidades de interacción interespecie que se alejan de las lógicas de poder humano, abriendo caminos hacia formas de cohabitación más justas y recíprocas.

Para ello, se adopta una metodología cualitativa de carácter transdisciplinario que combina revisión bibliográfica especializada, estudio de referentes conceptuales y análisis crítico de casos arquitectónicos recientes. La selección de estos casos se basa en tres categorías críticas que funcionan como filtros interpretativos: el uso de vegetación endémica, la mínima intervención y la integración de saberes locales y ancestrales. Estas claves permiten explorar cómo ciertos proyectos contemporáneos desplazan las lógicas de control y dominio entre especies para habilitar nuevas formas de cohabitación entre humanos y plantas, orientadas a la regeneración ambiental y a la transformación cultural del habitar.

A través de esta metodología de análisis cualitativo y transdisciplinario basada en la revisión crítica de literatura académica, estudios de caso arquitectónicos y experiencias proyectuales recientes se recurre a fuentes provenientes de la filosofía posthumanista (Braidotti 2015; Haraway 2003), la antropología ecológica (Kohn 2013; De la Cadena 2015), la neurobiología vegetal (Mancuso 2015) y saberes ancestrales andino-amazónicos (Estermann 2013; Krenak 2019) y a su vez se integra a la discusión referentes contemporáneos del diseño paisajístico como Gilles Clément (2012) y colectivos arquitectónicos como n`UNDO (2023).

La selección de los casos de estudio no respondió únicamente a su valor arquitectónico o paisajístico, sino a su alineación con las tres categorías críticas mencionadas anteriormente: el uso de vegetación endémica, la mínima intervención y la incorporación de conocimientos locales y ancestrales. Estas categorías interpretativas permitieron filtrar los proyectos desde una perspectiva ética y ecológica (preocupación de los cambios o influencia en el medio ambiente), y constituyen el marco desde el cual se problematiza la instrumentalización ornamental de lo vegetal. A partir de esta base teórica, el análisis se orienta a identificar estrategias proyectuales que desplacen las lógicas de domesticación, para abrir caminos hacia una arquitectura ética, relacional y regenerativa.

1.1 Relaciones históricas interespecie (especie vegetal-humana)

A medida que la humanidad se desarrollaba y habitaba el planeta tierra, las relaciones entre los seres vivos y su entorno fueron modificándose y vinculándose a los descubrimientos y avances de pensamiento y reflexión de los seres humanos. Con ello, la relación de la vida vegetal con el humano ha sido marcada por medio de la domesticación de las especies y cómo este define su uso para condicionar o cambiar su forma de vivir en un contexto específico. Este desarrollo ha estado intrínsecamente ligado a la disponibilidad de recursos hídricos, como lo demuestra el patrón de asentamiento en proximidad a cuerpos de agua continentales y costeros (Scarborough 2003). Este fenómeno geohistórico, documentado desde el Neolítico, responde a necesidades biológicas básicas, pero también, la formación de nuevos imperios agrícolas y comerciales (Postel 1999). Un caso paradigmático es la civilización sumeria (4500-1900 a.C.), cuyo desarrollo urbano en la llanura aluvial entre los ríos Tigris y Eúfrates se basó en sistemas de irrigación complejos y la domesticación de especies vegetales clave (Algaze 2008).

Esta relación entre humanos y plantas encuentra su máxima expresión en los jardines, los cuales, desde sus primeras manifestaciones en Mesopotamia, donde los sistemas de irrigación sumerios no sólo sustentaron la agricultura, sino que permitieron el desarrollo de espacios vegetales con funciones rituales y estéticas (Jellicoe 1995), han operado como microcosmos de la relación sociedad-naturaleza. Los míticos jardines colgantes de Babilonia (siglo VI a.C.), por ejemplo, de acuerdo a Dalley (2013) y a las diversas teorías del lugar, no sólo reflejaban el poder real, sino que constituían un intento tecnificado de recrear ecosistemas montañosos en un contexto urbano y solucionar elementos constitutivos del sitio (Dalley 2013), anticipando así la actual integración de naturaleza y arquitectura en las actuaciones sobre el espacio público para su recuperación y acople a las necesidades del usuario (Francis 2003).

Los jardines han trascendido su función utilitaria para convertirse en espacios donde se negocia simbólicamente la relación entre sociedad y naturaleza. Sin embargo, en el Antropoceno, marcado por la crisis climática y la urbanización acelerada, esta relación enfrenta tensiones sin precedentes: mientras que en 2020 las áreas verdes urbanas per cápita a nivel global disminuyeron un 12% respecto a 1995 (ONU-Habitat 2022), paradójicamente, resurgen con fuerza iniciativas de jardinería urbana —desde huertos comunitarios hasta bosques alimentarios — que buscan redefinir este vínculo desde otra perspectiva. La mayoría de estos huertos, arraigados en la proximidad y el cuidado diario, buscan restaurar la armonía con la naturaleza y promover el acceso a una alimentación adecuada, empoderando a las comunidades locales y fortaleciendo la equidad social. En línea con la filosofía anishinaabe, tal y como la presenta Leanne Betasamosake Simpson (2017), estas prácticas enfatizan la interconexión de todas las formas de vida y la toma de decisiones basadas en la sostenibilidad a largo plazo, cuestionando las narrativas dominantes que priorizan el crecimiento sin considerar las consecuencias ambientales y sociales.

Además, no se puede obviar lo mucho que ha influido en la historia humana el uso y comercio de productos obtenidos de la naturaleza. La fórmula convencional sobre el comercio se basa en la dualidad oferta y demanda. Partiendo de este principio, se ha creado un comercio de especies vegetales en las que cada día la demanda aumenta para usos como: alimentación, construcción, medicina, ornamentación y bioenergía. En las últimas dos décadas, la agricultura global ha experimentado un crecimiento real cercano al 89 %, lo que refleja una intensificación significativa del sector a nivel mundial (Food and Agriculture Organization 2024). Esto se debe también a una creciente importancia de lo ecológico y la necesidad intrínseca del ser humano de estar en contacto con la naturaleza y los beneficios encontrados. Evidenciándose así la necesidad de relación entre especie humana y vegetal desde épocas pasadas, donde la creación humana ha marcado una condición vegetal intangible por medio de alternativas para poder desarrollar un espacio en el que se pueda tener una inmersión en lo natural con especies vegetales. Entre los casos históricos está la Villa de Livia (Fig. 1), donde para emular la vegetación se pintó en las paredes varios frescos con un sin número de especies vegetales y animales; y la villa Adriana, en la que parte de su diseño tiene esculturas animales y vegetales del río Nilo.

Fig. 1 Decoración mural del jardín (viridarium) de la Villa de Livia en Primaporta, Roma, s. I a.C. Autor desconocido. Fuente: Wikimedia Commons. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3779213

1.2. Vegetación y arquitectura: del signo de estatus y el comercio ornamental a la crítica de la objetivización de la vida vegetal

La comercialización de especies vegetales fue fundamental en la configuración económica, cultural y simbólica de las sociedades antiguas. Desde el Neolítico, civilizaciones como la mesopotámica y egipcia intercambiaban cereales, aceites y plantas aromáticas a través de rutas fluviales y caravanas (Piperno 2011). En el mundo grecorromano, especies como el olivo, la vid y la rosa circulaban en una economía botánica estructurada, reflejada en huertos y jardines imperiales como los Horti Lamiani. Las rutas del incienso y las especias conectaron el Mediterráneo con Asia, facilitando el comercio de productos como la canela y el jengibre (Freedman 2008). En América, las culturas andinas y mesoamericanas gestionaban redes de intercambio vegetal con cultivos como el maíz, la coca o el cacao, frecuentemente asociados a jardines rituales (Piperno y Pearsall 1998). Estas prácticas revelan una relación temprana entre vegetación, poder y cultura.

Los jardines vinculados al diseño arquitectónico no solo eran espacios de recreación o contemplación, sino también expresaban la cultura, política y creencias espirituales en las que las especies vegetales seleccionadas desempeñaban un papel fundamental. En el Antiguo Egipto, los jardines palaciegos y funerarios integraban especies como palmas datileras, sicómoros, acacias, lotos y papiros, seleccionadas por su simbolismo de regeneración, fertilidad y conexión con lo divino (Jashemski 2018). En Mesopotamia, los jardines colgantes atribuidos a Babilonia incorporaban diversidad de especies exóticas y nativas que representaban el dominio del rey sobre territorios lejanos, reforzando la imagen del gobernante como cuidador del orden natural (Dalley 2013). En la Grecia y Roma antiguas, los horti y peristilos incluían plantas como laureles, cipreses, rosas, violetas, hiedras, y mirtos, distribuidas en diseños geométricos que respondían tanto a criterios estéticos como cosmológicos, además de proveer sombra, fragancia y frescor a los espacios domésticos y templarios. Muchas de las especies mencionadas eran traídas desde regiones distantes, indicando un temprano conocimiento botánico y una logística de aprovisionamiento vegetal.

Actualmente se identifican algunas situaciones en relación con esta comercialización y posible apropiación de especies. Especies vegetales como los tulipanes, orquídeas o flores de loto han sido objeto de deseo, especulación y desplazamiento, convirtiéndose en símbolos de estatus y lujo dentro del comercio ornamental global. Ejemplos como el tulipán, asociado al paisaje holandés pero originario de Anatolia[1], evidencian cómo el artificio paisajístico ha reemplazado la ecología local por construcciones simbólicas controladas. En la arquitectura, esta lógica se refleja en el uso de la vegetación como adorno o estrategia de greenwashing (publicidad muchas veces engañosa para atraer a personas preocupadas por el medio ambiente), subordinando su potencial ecológico y relacional a fines estéticos. La crítica contemporánea a esta objetivización de la vida vegetal abre camino a enfoques posthumanistas que cuestionan la instrumentalización de las especies, proponiendo en su lugar una comprensión de esa relación como constructo de espacio de cohabitación y agencia interespecie.

Fig. 2 Galanthus nivalis (campanilla de invierno), fotografiada en el Jardín Botánico de Helsinki, 30 de marzo de 2007, por Juha Kallamäki (Jukal). Fuente: Wikimedia Commons. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Lumikello.jpg

El mercado de flores Aalsmeer Flower Auction (AFA), en los Países Bajos, es uno de los centros más influyentes del comercio floral global. Entre sus productos más cotizados se encuentran las campanillas de invierno, originarias de Georgia, cuyo comercio involucra bulbos silvestres y no siempre cultivados, lo que agrava su estatus de especie casi amenazada según la UICN[2] (Deutsche Welle 2022).

El vínculo de la arquitectura con la vegetación ha sido parcial o total, definiendo así tipologías como invernaderos, botánicos o grandes jardines que a su vez requieren trabajo para surgir, consumo de recursos y constante mantenimiento. En esta relación, al objeto arquitectónico se le ha otorgado protagonismo frente a los sujetos (especies vegetales y animales) y los procesos (artificial o natural) que permiten su consolidación y relación entre lo vegetal y lo construido (Ordoñez y Amescua 2021); por ello, desde el usuario se desconoce todas las implicaciones que lleva cada edificio. En la actualidad, se desarrollan proyectos edilicios donde el manejo de lo ecológico se confunde con la incorporación de vegetación sin que ello implique una reflexión real de costos de inversión y de mantenimiento; así como tampoco el adecuado tratamiento con respecto a las especies incorporadas. Además, el uso del agua en las edificaciones ha sido un punto de inflexión en el momento de mantener vegetación en las viviendas: un mayor uso de vegetación se considera un mayor consumo de energía y de agua. En países como Chile el consumo de agua destinado para el riego de parques y jardines alcanza casi el 70% (La Tercera 2019).

Dentro del manejo de la vegetación para la preservación de plantas en la vivienda, el consumo de agua puede determinarse por los siguientes factores: densidad, superficie y tipología del jardín. En el caso de incorporación de vegetación no endémica, el mantenimiento y acondicionamiento puede establecer un consumo de agua mayor, así como también, la generación de una atmósfera específica, siendo el ejemplo más próximo para mencionada finalidad los invernaderos. A pesar de estas condicionantes, para la creación de jardines se valora más lo formal y estético, como por ejemplo los franceses, donde se encuentra una colección diversa de plantas endémicas y no endémicas. Los jardines botánicos a nivel mundial albergan diversidad de especies, y las acogen con un doble propósito: investigación por un lado y, por el otro, de manera instrumental como representación del poder, el que supone la transferencia de vegetación de un lugar a otro. De hecho, en el jardín ejemplificado existen plantas de Asia, América y África, siendo distinguible prácticas pasadas relacionadas al vínculo de estatus para quienes las poseen, como es el caso de las campanillas de invierno o las orquídeas.

Es así como se pone en evidencia cómo la naturaleza, en particular las especies vegetales, ha sido recurrentemente instrumentalizada en proyectos arquitectónicos sin una evaluación rigurosa de su impacto ecosistémico. El uso de especies exóticas, el desplazamiento de vegetación y el elevado consumo de recursos suelen ignorarse en favor de criterios estéticos o de mercado. En este contexto, la práctica arquitectónica corre el riesgo de convertirse en cómplice de dinámicas engañosas, al incorporar lo vegetal como un simple recurso ornamental más, destinado al embellecimiento de fachadas y no a una verdadera regeneración ecológica.

1.3 De lo ornamental a lo relacional: ética posthumanista y cohabitación en el Antropoceno

En el actual contexto del Antropoceno, marcado por el impacto dominante de la actividad humana sobre los sistemas naturales, la relación entre los seres humanos y las especies vegetales atraviesa una profunda crisis. El modelo extractivista, el comercio globalizado de plantas y la estetización de lo vegetal han convertido a la naturaleza en un recurso disponible, manipulado y estetizado al servicio de intereses humanos, económicos o simbólicos (Braidotti 2015; Rego 2010). El jardín, en este marco, ha operado históricamente como un artefacto cultural que refleja y reproduce las formas en que la humanidad ha domesticado, representado o incluso ocultado su relación con la vida vegetal.

Desde los jardines sagrados de la antigua Mesopotamia hasta los verticales en torres de concreto, este espacio puede interpretarse como un modelo de la extensión del poder humano, símbolo de orden, belleza y control y alejado de un lugar de reciprocidad ecológica (preocupación de los cambios o influencia en el medio ambiente). Utting y Jacobs (2021) advierten que, en muchos casos, la integración de plantas tropicales en espacios construidos responde más a fines estéticos y de consumo que a una verdadera preocupación por su ecología, transformando la vegetación en una mercancía desconectada de su hábitat y de las relaciones de cuidado que requiere.

El pensamiento posthumanista promueve una ética ecológica basada en la interdependencia y el reconocimiento de la agencia de lo no humano. Braidotti (2015) plantea que el sujeto posthumano forma parte de una red de relaciones materiales y afectivas que exigen una nueva responsabilidad ética frente al colapso ecológico. Andrzejewska (2019) refuerza esta visión al proponer prácticas jardineras que integren el cuidado y la muerte como elementos del paisaje, transformando el jardín en un espacio de cohabitación entre humanos y plantas más allá del antropocentrismo.

El parentesco multiespecie propone una existencia compartida entre humanos y no humanos, reconociendo la agencia de todas las formas de vida. Malone (2018) destaca que estas relaciones son dinámicas y contextuales, y sugiere incorporar narrativas ecológicas posthumanistas en la educación para fomentar una sensibilidad interespecie. Desde esta perspectiva, el jardín se convierte en un espacio didáctico y relacional. Kohn (2013) y De la Cadena (2015) amplían esta visión al afirmar que los seres no humanos, como plantas o montañas, poseen formas de comunicación y agencia, desafiando la separación entre naturaleza y cultura. Así, las plantas deben ser entendidas no solo como seres vivos, sino como agentes activos en el diseño y la experiencia del espacio.

Los encuentros entre plantas y humanos pueden generar transformaciones recíprocas que redefinen las relaciones interespecie desde la sensibilidad compartida. Krenak (2019) coinciden en que estas interacciones promueven vínculos éticos y espirituales con lo vegetal, entendiendo a las plantas como sujetos con memoria y agencia. Biemann (2021), desde una perspectiva indígena y científica, y Mancuso (2015), desde la neurobiología vegetal, refuerzan esta visión al demostrar que las plantas perciben, comunican y toman decisiones. Así, los jardines se configuran como espacios de cohabitación y aprendizaje, donde los vínculos planta–humano trascienden lo decorativo para volverse éticos y transformadores.

Frente a este escenario, se torna importante adoptar una perspectiva posthumanista y ecológica que cuestione el paradigma antropocéntrico de las relaciones interespecie en los espacios. Desde esta mirada, estas alternativas relacionales emergen como opciones para redefinir la cohabitación entre humanos y plantas, desmantelando jerarquías impuestas y dando lugar a vínculos basados en la agencia vegetal, el cuidado y la reciprocidad (De la Cadena 2015; Mancuso 2015; Krenak 2019).

2. Estudios de caso: alternativas proyectuales ante la concepción de un jardín bajo una perspectiva posthumanista

A partir del análisis de la relación interespecie realizado, se identifica un constante desarrollo y crecimiento comercial inviable, debido a los altos índices de consumo y uso de recursos. Lo que sugiere que la realidad debería tener un giro de 180 grados que permita una relación simbiótica con la naturaleza y las otras especies para que estos espacios sean sostenibles. La reducción del consumo, la reutilización de recursos y una menor cantidad de manipulación de la naturaleza pueden ser las estrategias para este cambio. En consecuencia, se establecen alternativas de relaciones entre ser humano y vegetación que pueden dar pautas de un debate para generar nuevas formas de jardín. Entre ellas se definen y describen: el uso de la vegetación endémica; una mínima intervención y la aplicación o rescate de conocimientos ancestrales, estrategias que han sido evaluadas de manera específica por distintos autores pero que logran establecer un punto en común al relacionarse con las posturas ecológicas de interespecie que posibilitan actuaciones responsables o concientizadas.

2.1 Uso de Vegetación endémica

Partiendo de la premisa del consumo de agua en relación con el cuidado ambiental, se han desarrollado varios proyectos en los que el factor de evitar el gasto del agua se vuelve el más importante. Esta práctica no solo permite reducir significativamente el consumo de agua y el mantenimiento intensivo, sino que también favorece la regeneración de ecosistemas locales y la preservación de especies nativas adaptadas a las condiciones climáticas del sitio. Entre los proyectos que toma en cuenta esta premisa están los que se enfocan en el rescate de la vegetación endémica que se adapta a las condiciones climáticas como la humedad y la precipitación del sitio.

El artículo de Brittany Utting y Daniel Jacobs (2021) analiza el auge contemporáneo del comercio de plantas para el hogar, fenómeno que se ha intensificado con las recientes tendencias de bienestar y autocuidado. Los autores destacan la popularidad de ciertas especies denominadas plantas tropicales de moda, como Monstera deliciosa, Ravenea rivularis y Ficus lyrata, cuya demanda ha generado un mercado especializado. Estas plantas, cultivadas y distribuidas a través de infraestructuras industriales y tecnológicas, requieren sistemas controlados de luz, humedad y temperatura, implicando un considerable consumo de recursos energéticos y materiales.

Frente a esta tendencia que prioriza lo exótico y demanda altos niveles de recursos, surgen enfoques alternativos que promueven el uso de vegetación endémica como una estrategia proyectual más consciente y ecológicamente responsable. Estas propuestas no solo buscan reducir el impacto ambiental asociado al mantenimiento de especies no adaptadas al entorno, sino que también valoran las cualidades ecológicas, culturales y paisajísticas de las especies locales. A partir de criterios como la eficiencia hídrica, la resiliencia climática y la restauración del equilibrio ecosistémico, varios proyectos paisajísticos y arquitectónicos han optado por integrar flora nativa desde el inicio del diseño.

El proyecto de planificación y rehabilitación ecológica realizado para el desarrollo inmobiliario en Puchuncaví, en Chile de los arquitectos Mónica Musalem, Craig Moore y Francisco Croxatto (2021), pone en consideración la importancia del uso y preservación de las especies endémicas de una región. El proyecto se enfoca en que no siempre una mayor densificación de vegetación es beneficioso para el ambiente del sitio. En la región donde se encuentra la intervención existía un bosque que no era endémico, el cual lo que hacía era consumir nutrientes y degradar el suelo. Para este proyecto se removieron las especies no endémicas para dar cabida a la especie endémica. Se generó con el proyecto un menor consumo de recursos. En contraste, varios proyectos mantienen la idea del uso de vegetación endémica, no necesariamente eliminando una que no es, como el proyecto citado, sino a partir de un proyecto nuevo en el que se considera directamente el uso de la vegetación endémica.

Fig. 3 Proceso de vegetalización de París a miras de los juegos Olimpicos (2019). Fuente: Juan Carlos Zambrano Pilatuña.

Otro ejemplo de uso de vegetación endémica a gran escala es el Barangaroo Reserve, en Sídney, Australia. Diseñado por PWP Landscape Architecture y finalizado en 2015, transformó un antiguo puerto industrial en un parque costero donde las especies nativas reintroducidas activaron procesos de regeneración de la topografía y del ecosistema original. Más de 75.000 plantas locales del puerto de Sídney, organizadas en estratos ecológicos, intervienen en la restauración del equilibrio ambiental y en la conformación de un nuevo paisaje (Toland, Kilbane y Pham 2017). La reconstrucción de suelos y el uso de arenisca local no solo apoyaron la obra, sino que potenciaron la acción de la vegetación como agente resiliente frente al clima marítimo, consolidando el proyecto como referente internacional en regeneración ecológica y cultural.

La agencia de la vegetación endémica se evidencia también en proyectos urbanos latinoamericanos. En los Parques del Río Medellín, iniciados en 2011 y con una primera fase inaugurada en 2015, las especies ribereñas no solo fueron reintroducidas, sino que recuperaron dinámicas de biodiversidad y reconfiguraron la calidad ambiental del corredor fluvial. De manera similar, en la Reforestación del Parque Bicentenario en Quito, iniciada en 2011 tras el cierre del antiguo aeropuerto, la flora andina local actúa como mediadora climática y ecológica, fortaleciendo la resiliencia y participando activamente en la restauración ecosistémica.

Otro ejemplo de uso vegetación endémica en una escala menor, que emerge como alternativa resiliente en contextos urbanos es el proyecto Bosque Urbano Nativo (BUN) de Sauces en Guayaquil. En este, la implementación de un sistema de paisajismo basado en análisis de suelo, selección cuidadosa de especies locales y gestión hídrica eficiente ha permitido establecer un ecosistema urbano adaptado y duradero. En este caso, el trabajo interdisciplinario entre diseñadores, arquitectos, artistas, técnicos y expertos en riego ha sido fundamental para articular biodiversidad e infraestructura verde en la ciudad, integrando el paisaje como una infraestructura viva y funcional (Fundación La Iguana 2024). Estas experiencias reafirman que el uso de plantas endémicas no solo es una opción técnica viable, sino una apuesta ética y ecológica que contribuye a la cohabitación interespecie y a la transición hacia modelos urbanos más sostenibles. A partir de aquí se plantea un desplazamiento de la escala urbana hacia la vivienda, reconociendo que la vegetación endémica también media en espacios intermedios entre lo público y lo privado. Patios, jardines residenciales y entornos barriales se convierten en escenarios donde lo vegetal actúa como agente activo, generando condiciones de habitabilidad y vínculos relacionales. De este modo, se comprende la continuidad de estas prácticas en proyectos de vivienda (Tabla 1).

Proyecto

Ubicación

Detalle

Imagen

1

Vivienda rural

(Zapotillo  - Ecuador)

 

Arquitectura Local

En el sur del Ecuador y norte del Perú, algunas viviendas integran vegetación endémica que modela el entorno habitado. Especies como el hualtaco (Loxopterygium huasango) y el ciruelo (Prunus domestica) generan sombra y frescor en épocas de calor y sequía. Estas plantas, al actuar sobre el microclima, fortalecen activamente la relación entre el habitar y la naturaleza.

Casa com jardim na frente

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2

 Casa RZB

(Perth -  Australia)

 

Estudio Carrier and Postmus Architects

En Perth, Australia occidental, el clima mediterráneo de veranos secos e inviernos húmedos encuentra respuesta en una vegetación que adapta y equilibra el entorno habitado. El proyecto integra especies nativas como Billardiera y Kennedia, que responden activamente a las condiciones locales, aportando resiliencia ecológica y contribuyendo a la regeneración ambiental.

Diagrama, Desenho técnico

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3

Vivienda urbana

(Tena  - Ecuador)

 

Arquitectura Local

En la amazonía ecuatoriana vegetación endémica forma parte de la configuración espacial de las viviendas. La vegetación se inserta como parte de la recuperación de mejorar y adaptar entornos habitados con la vegetación nativa, que en muchos de los casos, se encuentra desplazada en primera instancia. Se puede encontrar variedad de especies como helechos, lizán o paja toquilla (Carludovica palmata), heliconias (Heliconiaceae), lirio caminante (neomaricas nativas de regiones tropicales de América del Sur) y guayusa (árbol amazónico y representativo de la zona).

Jardim com plantas verdes

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4

Vivienda urbana Humanscapes

(Auroville - India)

 

Estudio Auroville Design Consultan

En Auroville, al sur de la India, el clima tropical con estaciones contrastadas encuentra respuesta en una vegetación arbórea que media entre la arquitectura y el ambiente. El proyecto incorpora especies endémicas resistentes a la sequía que regulan el ecosistema local y, junto con cultivos orgánicos, activan procesos de autosuficiencia y sostenibilidad.

Tabla. 1 Detalle de viviendas con uso de plantas endémicas. Fuente: Autores

Los ejemplos de viviendas propuestos comparten un enfoque común centrado en la incorporación de vegetación endémica como estrategia de integración con el entorno natural. En los cuatro casos, las especies vegetales seleccionadas responden a las condiciones climáticas locales y cumplen funciones tanto ecológicas como estéticas, favoreciendo la armonía entre arquitectura y paisaje. Además, se evidencia una intención clara de reforzar la sostenibilidad ambiental, ya sea mediante la recuperación de especies nativas, la delimitación de circulaciones o el cultivo de alimentos orgánicos.

La perspectiva posthumanista aplicada a la recuperación de especies vegetales endémicas reconoce la vegetación como un agente vivo que interactúa y comparte el espacio con los humanos. Esta visión se vincula con criterios ecológicos orientados a emplear especies autóctonas, capaces de reducir el consumo de agua, adaptarse mejor al entorno y minimizar las alteraciones ecosistémicas, favoreciendo la restauración y la reintegración de fauna desplazada. Tales estrategias promueven el uso eficiente de recursos, la mejora ambiental y la apropiación social del espacio, consolidando prácticas sostenibles y de cuidado.

2.2 Mínima intervención

La preservación de vegetación endémica permite entender que en muchos casos lo mejor es mantener las especies de un sitio y no modificarlo, dejándolas desarrollarse por sí solas. Los jardines de Versalles se caracterizan por la disposición de las plantas en áreas simétricas y geométricas, evidenciando la intervención humana. En contraste, el concepto de Jardín en Movimiento, propuesto por el francés Gilles Clément (2012), se aleja de estas concepciones tradicionales. Históricamente, los jardines han estado marcados por un orden visual geométrico, pero Clément propone un enfoque diferente. Su idea se basa en un jardín donde no existe una jerarquía sobre qué tipo de planta es mejor o peor, y no se limita a los bordes que generan figuras geométricas.

En su libro, Clément (2012) también introduce el concepto de desfaces, refiriéndose a aquellos elementos o fenómenos que, por su singularidad, interrumpen o resaltan dentro de la composición del jardín. Asimismo, plantea la inclusión de las vagabundas, especies vegetales sinantrópicas que, al no estar previamente planificadas, colonizan espontáneamente el espacio. Estas especies, lejos de ser consideradas intrusas, son vistas como parte activa de la dinámica del jardín en movimiento. Un ejemplo de esta visión puede observarse en el proyecto Synanthropic Suburbia, proyecto de Sarah Gunawan, donde se incorporan especies sinantrópicas como agentes que enriquecen la biodiversidad urbana y permiten la continuidad de una vida sustentable en el entorno vegetal (Cruz González 2017). La idea del jardín en movimiento se presenta también como una estrategia proyectual que asume el tiempo y la transformación como componentes esenciales del espacio habitado. En sintonía con esta mirada, el plantear el jardín como un espacio de “permanente temporalidad” (Amoroso y Zambrano 2023), permite entender que la arquitectura se adapta a los ciclos vitales de las especies vegetales, promoviendo una convivencia dinámica entre lo construido y lo viviente.

Fig. 4 Izq. Una calle en Montmartre, París con intervenciones mínimas en acera hecha por vecinos. Fuente: Juan Carlos Zambrano.

En el ámbito de la arquitectura, persiste la noción de que intervenir un espacio implica necesariamente construir algo nuevo o readecuar lo existente, lo cual suele traducirse en un aumento del consumo de recursos. Sin embargo, esta lógica de intervención no siempre representa la respuesta más adecuada ni sostenible. En contraposición, el colectivo de arquitectos n’UNDO[3] propone un enfoque crítico y alternativo basado en tres estrategias: Rehacer, No Hacer y Deshacer. La primera se relaciona con la rehabilitación y restauración de edificaciones existentes, otorgando valor a lo preexistente desde una mirada respetuosa con el entorno. La segunda plantea la posibilidad de no intervenir, entendiendo que conservar lo existente puede ser una acción más responsable que construir, especialmente cuando intervenir implica impactos ambientales o sociales significativos. La tercera estrategia, Deshacer, contempla la eliminación parcial o total de elementos construidos que resulten obsoletos, nocivos o insostenibles, priorizando la recuperación del equilibrio espacial y ecológico.

Aunque n’UNDO se ha especializado principalmente en intervenciones urbanas, su enfoque es plenamente aplicable a proyectos vinculados con la vegetación y el cuidado ambiental. En este sentido, y bajo el principio de mínima intervención, sus estrategias pueden trasladarse a tres líneas de acción concretas: evitar nuevas edificaciones sobre zonas vegetadas, recuperar espacios naturales degradados y promover la renaturalización de vacíos urbanos sin necesidad de construir. Estas acciones contribuyen a preservar y potenciar los ecosistemas existentes, proponiendo una arquitectura que acompaña y regenera en lugar de dominar.

La mínima intervención como estrategia proyectual se relaciona con el concepto de rewilding propuesto por Foreman (1990), que aboga por restaurar ecosistemas permitiendo que los procesos naturales operen sin control humano constante. En arquitectura, este enfoque implica respetar la vegetación preexistente, conservar especies y evitar construcciones innecesarias. Intervenir menos se convierte así en un acto consciente de cuidado, donde lo construido se adapta al entorno en lugar de dominarlo, integrando los elementos naturales como parte activa del diseño y promoviendo una cohabitación respetuosa entre humanos y otras formas de vida (Tabla 2).

Casa

Detalle

Imagen

1

Casa de Vidrio

(Sao Paolo - Brazil)

 

Lina Bo Bardi

En este proyecto, la arquitecta brasileña no solo diseñó una vivienda integrada al bosque, sino que tomó la decisión consciente de conservar un árbol que ocupaba el lugar de la futura construcción. En lugar de removerlo, lo incorporó al diseño, dejando un espacio abierto en la losa para permitir su crecimiento libre.

Diagrama

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2

Casa del árbol

(Reino Unido)

 

6a Architects

La Casa del Árbol se diseñó respetando un árbol preexistente ubicado en el centro del terreno. En lugar de retirarlo, la forma arquitectónica se adaptó a su presencia, generando un detalle curvo que lo rodea y lo convierte en un elemento central del espacio habitable.

Tela de celular com texto preto sobre fundo branco

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3

Casa entre árboles

(Quito - Ecuador)

 

El Sindicato Arquitectura

Este proyecto sigue la lógica del respeto a lo preexistente, conservando dos árboles en el terreno que se convierten en el corazón de la vivienda. Ambos árboles forman parte del patio central en torno al cual se organiza toda la circulación interior. La disposición del recorrido permite que los árboles estén siempre presentes como generadores de una relación directa entre la arquitectura y la naturaleza.

Gráfico

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4

Casa de los 7 árboles

(Brasil)

 

Hersen Mendes Arquitetura

Este proyecto destaca por su respeto a un mayor número de árboles preexistentes, conservando un total de siete ejemplares que condicionan y configuran la forma arquitectónica. Algunos de estos árboles actúan como límites naturales del volumen construido, mientras que otros definen patios interiores, integrándose plenamente al diseño y generando una relación continua entre la vivienda y el entorno vegetal.

Uma imagem contendo Gráfico de dispersão

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Tabla. 2 Detalle de cuatro referentes de vivienda en las que la vegetación preexistente forma parte de las estrategias de diseño. Fuente: las imágenes corresponden a los autores.

Los cuatro proyectos seleccionados —Casa de Vidrio (Bo Bardi), Casa del Árbol (6a Architects), Casa entre Árboles (El Sindicato) y Casa de los 7 Árboles (Hersen Mendes)— comparten un enfoque común: integrar árboles preexistentes como parte fundamental del diseño arquitectónico. En los dos primeros casos, se conserva un solo árbol, en torno al cual se organiza el espacio, resaltando su valor simbólico y central. En cambio, los proyectos de Quito y Brasil trabajan con múltiples ejemplares, los cuales estructuran patios, circulaciones y límites constructivos. Las diferencias radican en la escala y complejidad de la integración, pero todos revelan una arquitectura que no impone, sino que dialoga con lo natural, promoviendo una relación respetuosa con el entorno vegetal.

2.3 Aplicación de conocimientos ancestrales

La Ilustración (siglo XVIII) fue un proceso cultural que impuso una separación tajante entre lo que se consideraba conocimiento científico legítimo y aquello que era relegado al ámbito de la superstición. En ese marco, los saberes populares y ancestrales fueron descalificados sistemáticamente por no ajustarse a los parámetros empíricos de la ciencia moderna.

Aunque hoy se vive en un mundo globalizado y con mayor acceso a la información, muchas formas de vida y de relación entre especies siguen siendo incomprendidas o minimizadas desde la mirada occidental, que aún domina los discursos científicos. Existen conocimientos no escritos, transmitidos oralmente o a través de prácticas culturales, que al ser contextualizados fuera de sus marcos epistémicos originarios resultan poco creíbles para la ciencia tradicional. Mitos, leyendas y cosmovisiones indígenas continúan siendo marginados, en parte por el escepticismo y la limitada apertura hacia formas de conocimiento alternativas o postcoloniales. Sin embargo, cada vez más profesionales y artistas cuestionan esta hegemonía, reivindicando saberes situados fuera del paradigma eurocentrista y nortecentrista como parte legítima de otras formas de comprender el mundo.

El conocimiento ancestral vinculado al uso de la vegetación ha sido esencial para la supervivencia, la salud, la espiritualidad y la organización social de numerosos pueblos originarios. En especial, las comunidades amazónicas han desarrollado complejos saberes botánicos a lo largo de milenios, a través de la observación, la práctica ritual y la transmisión oral intergeneracional. Este conocimiento no distingue entre lo material y lo espiritual: las plantas son concebidas como seres vivos con los que se establecen relaciones de reciprocidad y respeto (Escobar 2014).

Es así como los conocimientos ancestrales han constituido un sistema complejo de saberes construidos a lo largo de generaciones, profundamente enraizados en la experiencia territorial y espiritual de los pueblos originarios. En el contexto amazónico, estos saberes no se reducen a técnicas utilitarias, sino que configuran un modo de habitar y entender el mundo desde una lógica relacional y no fragmentaria. Como señala Estermann (2013), el conocimiento ancestral andino-amazónico se basa en una racionalidad relacional y simbólica, donde “todo está vinculado con todo”, y no existe una separación entre lo humano y lo no humano. De la Cadena (2015) refuerza esta idea al hablar de las “aperturas ontológicas”, donde seres como montañas, ríos o plantas poseen agencia, pensamiento y capacidad de interlocución. En este aspecto, las plantas no son recursos, sino entes con memoria, poder y reciprocidad, como lo plantea Krenak (2019), quien afirma la necesidad de reestablecer una relación de respeto profundo con la naturaleza como sujeto de derechos y saberes.

Escobar (2014), por medio de su obra Sentipensar con la tierra, plantea una crítica profunda al modelo moderno-occidental de desarrollo, que ha separado al ser humano de la tierra mediante lógicas extractivistas, racionalistas y coloniales. Frente a ello, Escobar propone una reconexión ontológica basada en la sabiduría de los pueblos indígenas y afrodescendientes, donde la tierra no es un recurso, sino una entidad viva con la que se mantiene una relación de reciprocidad, afecto y cuidado. Esta visión se articula desde el concepto de sentipensar, una forma de conocimiento que une la razón y el corazón, lo sensible y lo racional, y que permite pensar el territorio como lugar de vida y no como objeto de explotación. Escobar plantea que solo mediante esta forma de habitar y conocer el mundo, desde el respeto por la diversidad ontológica, epistemológica y ecológica, es posible enfrentar las múltiples crisis actuales (ambiental, social, cultural) y construir mundos sostenibles, plurales y justos. Así, la relación del ser humano con la tierra se transforma en una práctica política y espiritual de coexistencia, más allá del paradigma del desarrollo y el progreso moderno.

Ejemplos como el uso de ayahuasca en contextos ceremoniales (López 2020), la domesticación y cuidado de la yuca como miembro de la familia entre los Waorani (Ima 2012), o el uso ritual del tabaco (mapacho) para curar el cuerpo y el alma (Prieto 2017), demuestran una profunda cosmovisión en la que los seres humanos no dominan la naturaleza, sino que coexisten con ella. Además, los huertos y jardines amazónicos, como los de los pueblos Asháninka, Kukama o Tikuna, no solo son fuentes de alimento y medicina, sino también espacios de memoria, identidad y espiritualidad (Caballero et al. 2019). Estos saberes botánicos ancestrales, muchas veces invisibilizados por el pensamiento occidental, ofrecen claves fundamentales para pensar en modelos sostenibles y respetuosos con la biodiversidad y la vida (de la Cadena y Blaser 2018).

Los Tikuna y Kukama que habitan zonas de la Amazonía de Brasil, Colombia y Perú, practican un manejo forestal ancestral mediante “chagras” o parcelas de tierra donde se cultivan plantas comestibles, medicinales y rituales como la yuca, el plátano, el cacao, la guayusa o el achiote. Estos espacios no solo proveen alimento, sino que son expresiones vivas de identidad cultural, organización familiar y conocimiento ecológico local. “Los jardines amazónicos constituyen un modelo de sostenibilidad basado en la biodiversidad, el respeto a los ciclos naturales y la transmisión oral de conocimientos” (Caballero et al. 2019). Estos jardines biodiversos consisten en cultivos simultáneos de especies alimenticias, medicinales y ornamentales y no solo proveen alimentos, sino que es un espacio cultural y espiritual de transmisión oral, donde se enseña a convivir y cuidar la vegetación como parte de un ciclo vital compartido con los no humanos.

Las comunidades kichwa del Yasuní en la Amazonía ecuatoriana gestionan sistemas agroforestales denominados como chakras, donde combinan bosque secundario y cultivos diversos en una estructura regenerativa. Un estudio evaluó la sostenibilidad de estas chakras, demostrando su resistencia económica, ecológica y social, con prácticas como la selección de especies medicinales y alimenticias (por ejemplo, yuca, plátano, achiote), preservación de semilla nativa y control de plagas de forma natural (Ima 2012). Siendo así que también promueve un equilibrio entre humanos, flora y fauna al mantener el bosque como parte integral de la producción, en contraste con los monocultivos industriales.

La identificación, documentación y estudio de las prácticas ancestrales de pueblos originarios o indígenas ha sido la pieza clave como alternativa en contextos contemporáneos. Iniciativas como el programa AGRUPAR (Agricultura Urbana Participativa) en Quito, Ecuador, han adaptado estos principios ancestrales al entorno urbano mediante la creación de más de 1000 huertos comunitarios y escolares, basados en agroecología, diversidad de cultivos y participación comunitaria (Caiza 2014). Estos espacios permiten recuperar especies nativas, mejorar la seguridad alimentaria y fomentar una relación simbiótica entre personas y vegetación incluso en ciudades. Rescata saberes de chagras o chakras al replicarlos en contextos urbanos, favoreciendo la convivencia con insectos polinizadores, mejora de microclimas y cohesión comunitaria.

Asimismo, el caso de la chagra escolar Inga en el Colegio Yaichaicurí en Colombia ejemplifica la reapropiación contemporánea de este conocimiento para fortalecer la educación intercultural y ecológica. Allí, estudiantes, sabedores y docentes cultivan y aprenden plantas tradicionales, desarrollando vínculos afectivos y ecológicos con la biodiversidad local (Instituto SINCHI 2020). Además de enriquecer la biodiversidad escolar, promueve una conciencia ecológica basada en la reciprocidad y cuidado mutuo con el mundo vegetal.

Este tipo de prácticas regenerativas no solo revitalizan saberes ancestrales, sino que también ofrecen soluciones prácticas a problemas actuales como la degradación ecológica, la desconexión con la naturaleza y la pérdida de diversidad biocultural (Altieri et al. 2017). A través de estos jardines, se promueve una ética de la interdependencia y la reciprocidad entre especies, donde el ser humano no es dominador de la naturaleza, sino parte de ella.

Fig. 5 Espacios del centro Amupakin en Archidona, Napo, Ecuador. Fuente: Juan Zambrano.

Estas formas de habitar y cultivar, basadas en conocimientos ancestrales, requieren ser comprendidas desde otros marcos epistémicos que desafían la visión occidental dominante. Durante siglos, la separación entre naturaleza y cultura ha estructurado el pensamiento científico moderno, relegando los saberes populares e indígenas al ámbito de lo no racional. No obstante, el llamado “giro ontológico” ha abierto nuevas posibilidades para reconsiderar estas relaciones, reconociendo que entidades como plantas, ríos o montañas poseen agencia y capacidad de interlocución (De la Cadena 2015). En esta misma línea, Donna Haraway (2003) propone el concepto de Natureculture, que plantea la inseparabilidad entre naturaleza y cultura, en sintonía con visiones animistas presentes en múltiples pueblos originarios.

Una representación contemporánea de esta perspectiva se encuentra en el trabajo audiovisual Forest Mind de Ursula Biemann (2021), donde se exploran las relaciones planta–humano desde enfoques tanto científicos como chamánicos. La obra revela cómo, antes del desarrollo de la microbiología occidental, las comunidades amazónicas ya hablaban de seres microscópicos ligados a la salud y enfermedad, accediendo a estos conocimientos mediante el contacto y la visión. Como afirma una voz en el documental, la inteligencia vegetal no reside en el cerebro, órgano ausente en las plantas, sino en el contacto sensible con otros seres. Esta afirmación plantea una forma distinta de entender la inteligencia, no como un atributo aislado, sino como una capacidad relacional. Reconocer estas epistemologías no solo enriquece nuestra comprensión del mundo vegetal, sino que amplía los horizontes del diseño ecológico y ético, permitiendo imaginar jardines como espacios de diálogo, cuidado y aprendizaje interespecie.

La recopilación de procesos ancestrales, prácticas comunitarias e interpretación de situaciones culturales y ambientales, favorecen a la interacción interespecie como parte de la planificación espacial de varios proyectos identificados a lo largo del presente análisis. En ellos, se establecen oportunidades claras para los profesionales arquitectos, urbanistas y/o paisajistas adoptando responsabilidad con el contexto, recuperación e identificación de posibilidades más amigables con el lugar y las especies vinculadas, alineándose así, con un postura posthumanista, ecológica y sostenible.

3. Conclusiones.

El recorrido desarrollado a lo largo de este trabajo ha permitido reflexionar críticamente sobre las posibilidades proyectuales de una arquitectura que reconfigure su vínculo con el mundo vegetal desde una perspectiva posthumanista y ecológica. Frente a un modelo de práctica arquitectónica dominado por la estetización, el extractivismo y la domesticación de la naturaleza, este estudio plantea la urgencia de pensar el habitar desde una ética relacional que reconozca la agencia de las plantas y su rol activo en la configuración del espacio.

Los tres ejes trabajados: el uso de vegetación endémica, la mínima intervención y la integración de saberes ancestrales se han revelado como estrategias complementarias que permiten abordar esta transformación. La vegetación endémica, por su adaptabilidad y arraigo ecológico y cultural, se posiciona como una alternativa concreta para reducir el impacto ambiental y restaurar la biodiversidad local. La mínima intervención, vinculada a conceptos como rewilding, propone respetar los procesos ecológicos preexistentes y evitar soluciones constructivas que reproduzcan lógicas de dominio o artificialidad. Finalmente, la incorporación de saberes ancestrales permite articular otras epistemologías del paisaje y del cuidado, donde las relaciones planta–humano se entienden desde el contacto, la reciprocidad y el aprendizaje mutuo.

Estas tres estrategias se configuran como claves críticas para reorientar la práctica arquitectónica hacia un horizonte más ético y relacional. En este sentido, confirman la hipótesis planteada al inicio: en el Antropoceno es posible reconocer formas de interacción interespecie que se distancian de la intención de poder humano, proponiendo modos de habitar basados en reciprocidad y cohabitación simbiótica.

El enfoque posthumanista aplicado a estos casos cuestiona la centralidad del ser humano y propone un marco en el que el diseño ya no se basa únicamente en parámetros funcionales o estéticos, sino en la posibilidad de generar vínculos simbióticos y territorios compartidos con otras especies. Este giro ético y ontológico redefine el rol de la arquitectura: más que intervenir, se trata de acompañar, observar y cohabitar con los otros.

La relevancia de esta relectura radica en su capacidad de subvertir los paradigmas dominantes de la arquitectura moderna. Se llama, por tanto, a transformar la práctica proyectual hacia una arquitectura que no imponga, sino que escuche y coexista. Los nuevos jardines, sean urbanos, espontáneos, pedagógicos o comunitarios, constituyen espacios de resistencia frente al colapso ambiental y cultural. Son territorios donde imaginar futuros donde quepan muchos mundos (EZLN[4]), donde el diseño abrace la vida en su diversidad y el habitar se comprenda como un acto de reciprocidad interespecie.

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Breve CV

Juan Calos Zambrano Pilatuña (Quito, Ecuador – 1989), arquitecto (2013) por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central del Ecuador, Máster en Comunicación Arquitectónica (2019) por la ETSAM de la Universidad Politécnica de Madrid. Doctodando en el programa de Doctorado en Comunicación Arquitectónica. Es docente investigador de la Universidad Regional Amazónica Ikiam. Miembro del grupo de investigaciòn Ecosistemas Tropicales y Cambio gobal. Su investigación parte de la ruptura naturaleza – cultura e interior – exterior para descubrir nuevas alternativas espaciales a partir de las relaciones entre ser humano y especie vegetal desde nuevos enfoques como los eco feminismo, conocimientos ancestrales, vivienda posthumanista y la protección ambiental.

Serafina Amoroso (Catanzaro, Italia – 1976), arquitecta (2001) y doctora arquitecta (2006), Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados (2012) y Máster en Investigación aplicada en estudios feministas, de género y ciudadanía (2016), ha sido Profesora invitada en el marco del Visiting Teacher's Programme de la Architectural Association en Londres (2014) y hasta abril 2019 ha trabajado como profesora asociada en la Escuela de Arquitectura de Florencia. En la actualidad, es Profesora Ayudante Doctora del Área de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad Rey Juan Carlos – EIF (Escuela de Ingeniería de Fuenlabrada). Ha formado parte del equipo de trabajo del proyecto MuWo - Mujeres en la cultura arquitectónica (pos)moderna española (Ministerio de Ciencia e Innovación, 2019-2021). Sus investigaciones más recientes, centradas especialmente en los enfoques de género y sus relaciones con el espacio (urbano y arquitectónico), el diseño, el proyecto y la educación, se ven reflejadas en la producción de ensayos y artículos publicados en revistas como Bracket, CLOG, MONU, VAD, ÁBACO, Asparkía. Investigació feminista, EGA Expresión Gráfica Arquitectónica.

Indira Yajaira Salazar Silva (Riobamba, Ecuador - 1990), arquitecta por la Universidad de Cuenca, Ecuador (2017) con especialidad en Restauración Urbano-Arquitectónico, Magíster en Técnicas Constructivas para Edificaciones Sostenibles por la Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador (2022). Actualmente se desempeña como docente investigador en la Universidad Regional Amazónica Ikiam, Ecuador. Tutora de tesis del programa de maestría en Restauración y Conservación de Bienes Culturales con mención en Patrimonio Edificado de la Universidad Nacional de Chimborazo, Ecuador. Desarrollo de investigaciones para proyectos arquitectónicos, restauración y rehabilitación de estructuras; así como para planes territoriales y patrimoniales. Enfoque hacia prácticas ancestrales, tradicionales e históricas de arquitectura y construcción para reconocer procesos relacionados a contextos específicos como parte de la comprensión del vínculo directo entre el patrimonio cultural material e inmaterial.



[1] Pavord, A. (2019). The Tulip: The Story of a Flower That Has Made Men Mad. Bloomsbury Publishing.

[2] La UICN es la International Union for Conservation of Nature) es la institución que realiza la lista roja de especies amenazadas, esta lista se genera a partir de parámetros específicos relacionados a diferentes variables  Galanthus nivalis (iucnredlist.org).

[3]Vease, n'UNDO  | For building future | Sobre n’UNDO (nundo.org)

[4] El EZLN corresponde a las siglas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, considerado un grupo terrorista que abogaba su lucha desde una mirada anticapitalista.