Éric Sadin y la Inteligencia artificial como desafío mayor de la contemporaneidad / Éric Sadin and Artificial Intelligence as the greatest challenge of contemporaneity / Éric Sadin e a Inteligência Artificial como o maior desafio do nosso tempo

Reseña del libro / Book’s Review / Resenah do livro: La inteligencia artificial o el desafío del siglo: Anatomía de un antihumanismo radical. 2020. Buenos Aires: Caja Negra.

 

Arroyo, Julio. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, jarroyo47@hotmail.com

DOI: https://dx.doi.org/10.12795/astragalo.2025.i40.14

 

Lo digital “se erige —dice Eric Sadin—, como una potencia aletheica”. Con ello señala un cambio fundamental del estatuto de las tecnologías digitales debido a su vertiginoso desarrollo que, hasta ahora, no se había pensado en absoluto que tuvieran la función de enunciar la verdad. Para el autor, la inteligencia artificial es una entidad capaz de “peritar lo real” de un modo más confiable que nosotros mismos, y de revelar dimensiones ocultas a nuestra conciencia. Por lo mismo, se constituye en un tecno-logos que, según sus fervientes cultores, estaría dotado del poder de “proferir el verbo” con la finalidad de garantizar “lo verdadero” —en el sentido de lo cierto, lo preciso, lo correcto— y no sólo de desplegar un discurso autorreferencial sobre la técnica digital. La inteligencia artificial representa y se presenta a sí misma en el imaginario como un poder extendido, capaz de legitimarse a partir de la eficiencia y prontitud conque resuelve cualquier función que le sea asignada.

Debido a este cambio de estatuto, “las ciencias algorítmicas toman un camino resueltamente antropomórfico” según el cual lo procesadores adquieren capacidades humanas, en particular las de evaluar situaciones y extraer conclusiones. El autor destaca de manera particular este hecho puesto que ningún artefacto en el transcurso de la historia fue el resultado de una voluntad de reproducir aptitudes humanas de modo idéntico sino de ampliar los límites corporales de los individuos para dotarlas de una mayor capacidad de acción. La tecnología siempre ha constituido una dimensión protésica, distinta de la actual capacidad de las computadoras para emular las funciones del cerebro humano. “La estructura del cerebro se convierte en el parangón a duplicar”, dice Sadin, al punto tal que incluso se aplica a los procesos algorítmicos un léxico propio de las ciencias cognitivas (chips sinápticos, procesos neurofórmicos, redes de neuronas artificiales, procesadores neuronales).

No obstante, el antropomorfismo no es literal ni estricto, sino que se ve relativizado por tres características: es un antropomorfismo aumentado, extremo o radical que, inspirado en las capacidades cognitivas humanas, está destinado a ser más, eficaz y fiable que el propio cerebro. En segundo lugar, se trata de un antropomorfismo parcelario ya que no replica a la totalidad de las facultades cognitivas, que abarca temas mucho más diversos, sino que está orientado a tareas específicas. En tercer término, no se limita a disposiciones interpretativas, sino que sería capaz de “emprender acciones” de modo automatizado y en función de ello extraer conclusiones que permiten tomar decisiones autónomas. Este triple devenir antropomórfico de la técnica digital estaría procurando a largo plazo una gestión sin errores de la casi totalidad de los planos de la realidad en lo que se desenvuelve la sociedad.

La inteligencia artificial es el epítome de esta tecnología antropizada que no sólo promete aplicarse a todos los segmentos de la vida humana sino también generar acontecimientos capaces de volver artificial lo real. Dice Sadin:

…El devenir de lo digital, que pronto será predominante, se erige como una instancia de orientación de los comportamientos destinada a ofrecer marcos de existencia individual y colectivos que se suponen son los mejor administrados. Esto ocurre de modo fluido, casi imperceptible, hasta tomar el aspecto de un nuevo orden de las cosas. (32-33)

Un nuevo orden en el que convergen el neoliberalismo y lo digital en la forma de un tecno-liberalismo, consumación de las ambiciones hegemónicas del sistema lograda por una suerte de mano invisible automatizada controlada por la inteligencia artificial. El orden resultante presupone el fin de lo político como voluntad de las sociedades modernas de actuar en función del interés común, aun cuando se reconozcan contradicciones internas no superadas y se siga apelando a la deliberación dentro de modelos democráticos, cada vez más descreídos.

Frente a estas amenazas al pensamiento crítico y los sistemas republicanos es imperativo para el autor no otorgar a estas lógicas digitales el monopolio de la racionalidad, y agrega:

…se debe hacer valer, contra esa racionalidad normativa que promete una supuesta perfección de todas las cosas, modos de racionalidad basados en la aceptación de la pluralidad de los seres y la incertidumbre fundamental de la vida (37).

Hecha esta manifestación, Sadin explica que, hasta ahora, la técnica, sea que opere por su poder de seducción o por coerción, seguía siendo una fuerza exterior que in fine no se ejercía sino sobre ciertas secuencias de la vida cotidiana, pero que ahora se ha llegado a un estado de internalización de lo digital. Se han cruzado tres umbrales que daría cuenta de ello: primero, se llegó a una instancia en las que las tecnologías digitales se han vuelto totalizadoras, con posibilidad de inmiscuirse en todos los segmentos de la vida. Segundo, se alcanzó un poder de inflexión de los comportamientos ya que estas tecnologías parecen estar destinadas a orientar la acción humana en un sentido general. Tercero, la técnica, como campo relativamente autónomo, hoy ha desaparecido y ha dado lugar a “un mundo tecnocientífico convertido en feudos por las instancias económicas”.

Sadin expresa claramente su preocupación por esta internalización y llama a obrar para que emerjan contra-imaginarios que se basen en la “trágica y feliz contingencia del devenir”, en oposición a la voluntad de disponer de un dominio integral sobre el curso de las cosas. No obstante, reconoce que la inteligencia artificial encarna una tecno-ideología que permite que se confundan los procesos cerebrales y las lógicas económicas y sociales, que tienen como base común cierto impulso humano vitalista y una estructura basada en conexiones. Al igual que el cerebro, los mercados, las agencias humanas y la inteligencia artificial se relacionan generando un “burdo aspecto antropomórfico” de la técnica. A pesar de lo burdo, la inteligencia artificial contribuye muy efectivamente a generalizar un modo específico de racionalidad que se expande a cada secuencia de la vida con fines utilitaristas y lucrativos, aprovechando la percepción de inscribirse en un “orden natural de las cosas”. Es necesario reconocer en consecuencia, advierte el autor, que la técnica no es neutral ni depende su aplicación de una voluntad subjetiva sino que constituye, como nunca antes,

…un devenir mayoritario, el soporte de esquemas organizacionales (…) llamados a regir la sociedad según una eficiencia que aumenta, además y de modo exponencial, debido a la facultad de autoaprendizaje de la que están dotados (los) sistemas (…) destinados a administrar cada vez con mayor eficiencia los asuntos humanos (70).

En un libro más reciente (2024), Sadin apela metafóricamente a la figura del fantasma aludiendo a la sombra que se le aparece a Hamlet en el drama shakesperiano. Es un fantasma el que le revela al atribulado Hamlet la verdad sobre la muerte de su padre brindándole una información que le había sido retaceada por su propia madre. Conocer la verdad le motiva a la acción, que no es otra que vengar a su padre. Por analogía, el autor explica que las sociedades actuales ven en la informática y el automatismo digital una entidad que se presenta como supranatural, leve e inmaterial, como un espectro que nos rescata de las frustraciones de la modernidad y nos empuja a la acción. La informatización de las cosas, de la vida, a una escala que alcanza al planeta mismo, adquiere una condición aletheica que subyuga a las personas, inhibidas por su conciencia alienada de hallar la verdad por medios propios y necesitadas, por lo tanto, de los auxilios fantasmales de la informática para pasar a la acción.

Es que la conciencia subjetiva, antropocéntrica, que ha sido capaz de matrizar el mundo sometiendo a la naturaleza mediante la razón instrumental de las ciencias y la tecnología ha llegado a un punto en el que se cuelan las dudas y se perciben frustraciones antes que la felicidad prometida. Tal estado de angustia impulsa a las personas a entregarse a una inteligencia sin conciencia, pero asombrosamente activa y diligente cuyo epítome no son solo los sistemas digitales que todo lo automatizan sino la inteligencia artificial generativa que, además, parece pensar y resolver por sí misma. Si la confianza de Hamlet en la verdad revelada por el fantasma le sirvió para vengar la traición sufrida por su padre, el espectro digital genera una confianza similar al proponer una adecuación universal automatizada de las cosas —humanas y no humanas—, aunque ello suponga algo menos virtuoso como es aceptar, sin sentirse responsable, un modelo económico y social profundamente alienante.

Volviendo al libro reseñado, Sadin observa que la circunstancia de la pandemia provocada por el Coronavirus incrementó esta confianza generando una confusión entre los flujos de la vida y los flujos digitales, sumergiendo a las ciudades en una atmósfera fantasmagórica. El extrañamiento que produjo la pandemia es similar y en cierto modo una anticipación del metaverso, otro de los fenómenos que Sadin propone como indicativo del “mundo por venir” si la escalada de recursos de las ciencias de la computación continúa con la aceleración que presenta en la actualidad. Se trata de un mundo de procesadores y píxeles que expande la vida cotidiana, vida que parece ya no necesitar de un compromiso con el espacio ni con el tiempo para su realización. La vertiginosa evolución de la informática parece generar una fuga hacia un futuro optimista para grandes sectores de la población, alentada por startuppers que prometen una nueva forma de libre albedrío digital, una democracia de redes y una economía de plataformas.

Sadin advierte que, por primera vez en la historia de la humanidad, un proceso tecnológico compromete, más allá de la mera búsqueda de ganancias, un proyecto civilizatorio deliberadamente presentado como tal. Semejante proyecto surge de un gigantesco poder que no emana ni del Estado ni de las empresas sino de un oligopolio de las grandes corporaciones informáticas, poder que actúa a escala planetaria. Un objetivo central de esta condición civilizatoria, que se resume en el tecnoliberalismo, es la sofisticada confluencia de tecnología y economía que ha logrado que la “esfera mercantil no figure ya como una entidad situada a distancia, sino que constituye una suerte de atmósfera natural (…) de nuestra realidad”.

La consecuencia, apunta Sadin, es que estamos ante el ethos del “acompañamiento algorítmico” que pronto llegará a que un chip injertado el cerebro libere los cuerpos del imperativo de ser el último reducto de la subjetividad humana, dado que estos serán guiados con seguridad algorítmica por los vericuetos de la vida. Sobrevendrá un transhumanismo, un estado resultante de la imbricación de los humanos con la tecnología digital, y con ello habrá necesariamente una redefinición de nuestro marco existencial. La vida cotidiana algorítmicamente acompañada será de cuerpos automatizados, marcados por preferencias programadas, sometidos a una nueva forma de dependencia casi inadvertida, pero que inhibe la autonomía de las personas. Tal atrapamiento de los cuerpos y las mentes por lo digital constituye una de las formas más evidentes de la alienación contemporánea. Frente a ello, Sadin invita a construir una cartografía de las situaciones en curso para hacerlas más inteligibles, y a realizar un acercamiento teórico que permita observar y comprender el presente que viene. Es necesario a tal fin, dice, identificar las señales débiles, los fenómenos en formación que serán determinantes en un futuro próximo y que demandan de una alerta activa, dotada de un poder heurístico que se extiende sobre los hechos menores de la cotidianeidad.

Parafraseando a Günter Anders sobre la cuestión de los intelectuales en tiempos borrascosos y la irrepresentabilidad de las catástrofes, Sadin visualiza la automatización y pixelización creciente de la vida humana como la catástrofe que los intelectuales deben enfrentar en el presente. La catástrofe digital implica una “desvitalización” debido a la pérdida de la sensibilidad corpórea y de las capacidades intelectuales de las personas como así también por el debilitamiento de las categorías políticas y morales que hasta poco tiempo atrás parecían intocables.

Sobre el final de la introducción, Sadin refiere el pasaje de la Divina Comedia en el que el Dante advierte a los condenados al infierno que deben abandonar toda esperanza, pero lo hace justamente invirtiendo el sentido original puesto que invita al lector, en tanto que, condenado al infierno digital, a no perder las esperanzas y a mirar con ánimo desafiante a la matriz que lo absorbe sin que se percate, alimentada por poderes hegemónicos. Este optimismo en el poder de la crítica, en la capacidad humana de comprender para actuar en consecuencia, resulta un tanto contradictorio con la argumentación de la introducción del libro, parte sobre la cual se centraron los comentarios precedentes, que pinta un tiempo catastrófico para el humanismo occidental.

El libro se desarrolla a través de una introducción, cuatro partes, cada una de ellas con varios capítulos cortos, y un epílogo. Sadin presenta una descripción amplia y hace una interpretación crítica de la inteligencia artificial como epítome del desarrollo tecnológico de la informática que desafía la ética humanista. Expone de manera contundente sus reparos y advierte sobre el cambio sustancial que implica la era digital, que supone un nuevo estatuto de la tecnología, ahora infiltrada hasta en el mismo cuerpo, cambio que la humanidad asume de manera inadvertida.

Conceptos diversos como verdad, estado, poder y ciudad, así como de individuo, sociedad y vida pública son revisados a lo largo del texto en función del impacto de las tecnologías digitales que, por su naturalización y racionalidad, eficiencia y ubicuidad, generan tanto a nivel individual como a escala planetaria una sensación embriagante de poder depositado en las personas tal vez inédita en la experiencia humana.

Para respaldar su argumento, acude a numerosos filósofos y pensadores clásicos y contemporáneos (Kant, Hobbes, Nietzsche, pero también Hannah Arendt, Gilbert Simondon, Günter Anders, Jacques Ellul, entre otros) de quienes rescata conceptos y referencias que son confrontados o desafiados en la era digital. Con este basto aparato erudito logra explicar el antihumanismo radical del presente digital que sintetiza como un desplazamiento de la ética del humanismo, las axiologías y las categorías que han caracterizado a la modernidad occidental.

El libro, que integra una serie de publicaciones de ensayos críticos sobre la relación de la sociedad y la tecnología desde una perspectiva filosófica del mismo autor, goza de plena vigencia aún después de transcurridos unos años de su aparición. Sus aportes pueden valorarse en al menos dos niveles de consideración. Uno es el analítico-descriptivo y el otro, el crítico-reflexivo. Con respecto al primero, Sadin es claro y sintético al explicar procesos y formular problemáticas de orden social, político y económico por lo que el texto ilustra adecuadamente a un público general sobre los dramáticos procesos en curso. Con respecto a lo segundo, sus consideraciones son pertinentes y motivantes, pero no alcanzan el grado de contundencia que cabría esperar, en particular porque resulta un tanto confuso el sentido del epílogo.

En efecto, en ese breve y extraño final, un pulpo, Virgilio (en referencia al príncipe de los poetas), interpela a los humanos porque tuvieron la ambición de construir una inteligencia artificial que replica estructuras ya conocidas (se refiere al cerebro de los mamíferos mayores) a diferencia de ellos, los cefalópodos, que habiéndose conformado con las condiciones prodigadas por la naturaleza desde los inicios de la evolución nunca intentaron modificar su ambiente. Aun así, lograron sobrevivir con gran versatilidad en el medio heredado. ¿Acaso el autor propone una fuga a los orígenes biológicos de los vertebrados como vía de superación de este tiempo, como un retorno al punto de inicio de un camino que ha conducido a la especie humana a la irracionalidad digital? ¿Es acaso posible, ya no se diga deseable, prescindir en esa fuga de la tecnología aun cuando por ella la humanidad habite un mundo desbastado? ¿Supone esta apelación a la inteligencia biológica una implícita cancelación de la política como modo de afrontar los conflictos de la historia?

Si bien el autor es frontalmente crítico con el curso que ha tomado la tecnología digital, no se propone una crítica política de este proceso sino ofrecer un estado de situación y formular observaciones tan agudas y amplias como generalistas sobre el tema. Resulta claro que no es su intención ponderar el impacto de lo digital en las desiguales realidades de las sociedades, centrales y no centrales, sobre los cuales la civilización algorítmica se expande. Nociones como tecno-logos, tecno-ideología o tecno-liberalismo son explicativas de las formas que alcanzan las relaciones entre la técnica y el saber, entre una modo de concebir el mundo y los sistemas hegemónicos, pero es necesario reconocer que la supuesta universalidad del nuevo orden de lo digital sostenido en esas nociones, impacta en espacios geopolíticos y culturales diversos, espacios en lo que lo ancestral y lo vernáculo, lo moderno y lo tradicional, lo propio y lo ajeno, dan lugar a procesos insospechados.

Podría decirse que Sadin tampoco responde directamente a ninguna de las preguntas centrales que motiva este número de Astrágalo, pero brinda no obstante numerosos elementos para que cada lector procure sus propias respuestas desde el contexto inmediato de su alterada existencia, irremediablemente sometida a un acompañamiento digital y a la inexorable realidad expandida de la era digital.

 

Referencias

Sadin, Éric. 2020. La inteligencia artificial o el desafío del siglo: Anatomía de un antihumanismo radical. Buenos Aires: Caja Negra.

Sadin, Éric. 2023. La vida espectral: Pensar la era del metaverso y las inteligencias artificiales generativas. Buenos Aires: Caja Negra.