Pausa y asombro entre tinta y palabras / Pause and wonder among ink and words / Pausa e assombro entre tinta e palavras
Reseña de / Review of /Resenha de “Londres Primavera. A London Suburban Garden Through Time”. Teresa Clara Martínez. conarquitectura ediciones. 2024. 106 páginas. ISBN: 978-84-128057-2-7 DL: M-12273-2024
Mosquera González, Javier
Universidad Europea de Madrid, Escuela de Arquitectura, Ingeniería, Ciencia y Computación, Madrid, España, javier.mosquera@universidadeuropea.es https://orcid.org/0000-0002-8791-407X
DOI: https://dx.doi.org/10.12795/astragalo.2025.i40.13

Teresa Clara Martínez nos ofrece en Londres Primavera un libro que, más que un registro visual o literario, es una reflexión sobre la convivencia de opuestos. A través de una narrativa que conjuga el dibujo con la palabra, nos invita a un jardín suburbano londinense que se convierte en microcosmos de una ciudad compleja, un espacio donde el individuo se reconoce a través de la arquitectura, frente al tiempo y la naturaleza.
La dualidad entre lo artificial y lo natural es el hilo conductor de la obra. El libro surge del desarrollo urbano particular de Londres, donde los edificios se entrelazan con una red de espacios ajardinados: squares, patios delanteros y jardines traseros. Lo vegetal no es un añadido, sino parte constitutiva del tejido urbano. Este equilibrio genera una ciudad al mismo tiempo construida y cultivada, una metrópolis que respira gracias a sus vacíos verdes. La autora capta esta doble condición y la plasma con sensibilidad: no es sólo una obra sobre jardines, sino una reflexión sobre cómo lo natural y lo urbano se funden hasta generar un entorno complejo en el que habitar.
Desde las primeras líneas, el libro se revela como una búsqueda personal desde la repetición. Un enfoque estático —el regreso diario al mismo lugar— que es una limitación autoimpuesta por la autora y que se convierte en una metodología de trabajo. Frente a una ciudad en perpetuo movimiento, elige detenerse, mirar con atención, insistir en lo aparentemente simple. Así, lo estático se vuelve una vía hacia lo dinámico. El jardín, observado una y otra vez, se convierte en el escenario donde todo cambia: la luz, las estaciones, las formas, los ruidos, la vida.
El contraste entre quietud y movimiento atraviesa la obra. Frente al bullicio de la ciudad, el jardín ofrece una pausa dibujada. Un tributo a la lentitud, heredero de las ideas promulgadas por Carl Honoré. Frente al ritmo vertiginoso de Londres, se impone el asombro redactado. Hay un juego constante entre silencio y alboroto, entre presencia y ausencia, entre lo efímero y lo persistente. La autora convierte la observación cotidiana en un acto casi ritual, que permite una percepción más profunda de lo real. No es simplemente la autora en un jardín de Londres. Ni siquiera es la experiencia vivida escrita y dibujada. Es el individuo reconociendo su condición finita frente a la cíclica variación de la naturaleza ante la que se confronta.
En la lectura del libro de Teresa Clara Martínez se reconoce la visión de Rachel Carson en El sentido del asombro. Ambos textos se sostienen sobre una misma premisa: la necesidad de preservar la capacidad de asombro como forma de conocimiento y como actitud vital. La costa de Maine y el jardín de Londres se convierten en espacios de aprendizaje, laboratorios sensibles en los que la curiosidad infinita revela la condición esencial del entorno habitado. Ambas autoras proponen una forma de mirar el mundo que no se agota en lo descriptivo, sino que busca penetrar en su estructura interna. En Carson, esa estructura se descubre a través del vínculo emocional con el paisaje; en Martínez también a través de la repetición, la observación detallada, la paciente convivencia con un mismo espacio. Desde lo pequeño y aparentemente trivial —una rama, una conversación, una sombra— emerge una dimensión mayor, que interpela al lector. En lugar de imponer una narrativa cerrada, la autora construye una red de observaciones que revelan la estructura interna del medio en el que cohabitamos. Se trata de una búsqueda poética y casi filosófica que ensaya una forma de atención radical hacia el entorno, en la que el dibujo y la palabra trascienden su condición descriptora para convertirse en herramientas con las que descubrir, en este caso, la ciudad de Londres.
La ciudad se define aquí a través de múltiples voces. No es un relato unívoco, sino coral. Aparecen fragmentos de conversaciones con un guía, un turista, un marinero, un vigilante del metro, un matrimonio londinense, una amiga o un pasajero en un barco. Cada una de estas voces aporta una mirada, una percepción particular, contribuyendo a una imagen de Londres tan diversa como sus habitantes. A través de ellas, la ciudad se despliega como un lugar plural, vivo, en constante redefinición.
La delicada edición y la composición gráfica del libro remiten directamente a cuestiones arquitectónicas. Las láminas no ilustran: construyen. El uso de masas de tinta, los encuadres precisos, los contrastes entre simetría y asimetría, entre detalle y abstracción, reflejan una mirada arquitectónica del mundo. Hay un juego constante entre peso y ligereza, entre luz y sombra, entre lo dibujado y lo sugerido. De nuevo, los opuestos. Las imágenes generan atmósferas, silencios, y a veces incluso vacíos. Son pausas que invitan a pensar, a mirar, a detenerse. Todas ellas se acompañan de textos breves, precisos, en los que cada palabra tiene el peso adecuado para el mensaje que la autora desea transmitir. Dibujo y palabra se equilibran adquiriendo una intensidad en su conjunto conseguida desde el ejercicio de la contención. Nada sobra. Nada falta.
En este contexto, los elementos naturales no sólo están representados: construyen arquitectura. El árbol, por ejemplo, no divide parcelas, sino que las conecta; es más unión que frontera. El río, por su parte, aparece como un auténtico articulador urbano: traza recorridos, moldea la ciudad, une sus orillas físicas y simbólicas. Al mismo tiempo, los elementos arquitectónicos están contenidos en el jardín: muros, vallas, caminos, sombras. La distinción entre lo natural y lo construido se diluye. Se plantea un medio habitado donde los límites son porosos y donde cada objeto se define en relación con su entorno.
Todo esto se transmite no desde lo teórico, sino desde lo concreto. A través de observaciones precisas y sensibles —la forma de un arbusto, el ritmo de una caminata, el sonido del viento— se construye una imagen global de Londres. Es un recorrido por la ciudad desde un lugar íntimo y doméstico, pero que no renuncia a la complejidad del conjunto. Es en la suma de fragmentos donde aparece la totalidad, como si el libro mismo funcionara como una ciudad en miniatura: diversa, densa, compleja.
Londres Primavera es un exquisito cuaderno de campo, una sensible invitación a mirar, a detenerse, a escuchar, construyendo un espacio donde lo efímero adquiere peso y lo cotidiano se vuelve extraordinario. El jardín, entonces, ya no es sólo un lugar, es una forma de estar en el mundo.