In Memoriam: Doctor Félix Salvador Pérez

Sit tibi terra levis

Resulta difícil, siempre difícil, escribir unas palabras, aunque sean breves, de una persona fallecida. Pero más aún si, como es el caso, se trata de un fiel amigo. Por eso voy a ser breve, muy breve: seguro que eso le gustaría.

Félix Salvador Pérez era Félix Salvador Pérez. Aunque lo parezca, esta frase no es una mera tautología, sino algo parecido a un axioma científico: era alguien único, y por tanto indefinible: la única manera de decir quién era él es decir que era él. Y con eso queda dicho todo.

Buen amigo, buen compañero, buen profesional, buen… ¿Qué más decir? ¿Algo “negativo”? Pues también si queréis: cuando perseguía algo era más “pesado” que nadie (“tenaz” sería más respetuoso). Unas veces nos convencía con razones lógicas, y otras por cansancio; pero al final nos convencía. No sé dónde estará ahora mismo; la respuesta dependerá —supongo— de las creencias de cada cual; pero si está en algún lado, quien sea se estará planteando por qué no lo ha dejado un poco más entre nosotros.

Pero ese “quien sea” no lo ha querido así. Se nos ha ido. Mas —siempre el tópico— algo queda: se ha ido pero no se ha ido. Y es quizás lo más bonito que pueda decirse de una persona. Hay quien pasa por la vida sin más, sin dejar huella. No es ése el caso del Dr. Salvador Pérez. Sí ha dejado huella, y profunda: la ha dejado en sus compañeros (señaladamente de la US y la UPO, pero también de otras Universidades); la ha dejado en tantos alumnos (¿cuántos? ¿cientos? ¿miles?) que han pasado por sus aulas; la ha dejado en tanta y tanta gente…

Sea cual sea nuestra creencia, en esto sí estamos todos de acuerdo: ahí queda su legado.

Y es hora de terminar. Seguir escribiendo sería escribir por rellenar páginas; y por supuesto que podría —y muchísimas—. Podría contar anécdotas y más anécdotas, unas profesionales, otras personales (y muy personales). Pero no era ése su estilo. ¿Más páginas para qué? ¿Para que afloren lágrimas? No; él no querría eso. Por ello, basta con dos palabras (eso sí: escritas con mayúsculas). La primera es obviamente de agradecimiento: el simple hecho de haberlo conocido merecería un verso en aquella canción de Violeta Parra que todos habréis oído en los labios de Mercedes Sosa o Joan Báez. La segunda podría ser “amigo”, “compañero”…; pero estamos en la Universidad, y en este ámbito voy a escoger la que mejor le cuadra:

Félix, estés donde estés: ¡Gracias, Profesor!

Eduardo Román Vaca

Universidad de Sevilla

romanvaca@us.es