ISSN: 2255-5129

© 2025. E. Universidad de Sevilla. CC BY-NC-SA 4.0

Nº 24 | Segundo Semestre 2025

Ante la oportunidad perdida. La revista Somos y el ocaso de la dictadura militar argentina (1982-1983)

The Lost Opportunity: Somos Magazine and the Twilight of the Argentine Military Dictatorship (1982-1983)

Marcelo Borrelli

Conicet, Argentina

marcebor@gmail.com 0000-0001-7091-4885

Recibido: 25-04-2025 | Aceptado: 18-09-2025

Resumen El artículo analiza la posición editorial de la revista argentina Somos durante el periodo conocido como de “transición” hacia la democracia argentina, entre mediados de 1982 y fines de 1983. Durante este tiempo el gobierno militar, iniciado tras un golpe de estado el 24 de marzo de 1976, se vio obligado a organizar su salida del poder para entregarlo a los civiles, luego del fracaso que significó la derrota bélica de la Argentina ante el Reino Unido por las Islas Malvinas, en junio de 1982.

Somos, que había sido una activa defensora de la actuación dictatorial en algunas de sus políticas centrales, como la represión política y el intento liberal en economía, en esta nueva etapa adquirió una posición crítica sobre algunos aspectos del gobierno, a la vez que se encargó de enfatizar los problemas recurrentes de la identidad argentina que trascendían a la gestión militar, explicaban el nuevo fracaso político y ponían en duda la esperanza en torno al nuevo tiempo democrático.

Palabras clave revista Somos, transición, dictadura militar argentina, prensa argentina.

Abstract This article analyzes the editorial stance of the Argentine magazine Somos during the period known as the «transition» to Argentine democracy, between mid-1982 and late 1983. During this time, the military government, initiated after a coup d’état on March 24, 1976, was forced to organize its departure from power and hand it over to civilians, following the failure of Argentina’s military defeat by the United Kingdom over the Falkland Islands in June 1982. Somos, which had been an active defender of dictatorial actions in some of its core policies, such as political repression and the liberal attempt at economics, in this new phase took a critical stance on some aspects of the government, while emphasizing the recurring problems of Argentine identity that transcended military administration, explained the new political failure, and cast doubt on the hope for a new democratic era.

Keywords Somos magazine, transition, Argentine military dictatorship, Argentine press.

Como citar este artículo:

Borrelli, Marcelo (2025): “Ante la oportunidad perdida. La revista Somos y el ocaso de la dictadura militar argentina (1982-1983)”, en Revista Internacional de Historia de la Comunicación, (25), pp. 55-76. https://dx.doi.org/10.12795/RIHC.2025.i25.03

1. Introducción

Este artículo analiza la posición editorial de la revista argentina de interés general Somos, desde los momentos posteriores a la derrota argentina ante el Reino Unido en la guerra por las Islas Malvinas, en junio de 1982, hasta la asunción presidencial del presidente democrático Raúl Alfonsín en diciembre de 1983. Ese periodo suele denominarse como de “transición” hacia la democracia, en tanto la derrota bélica obligó a la dictadura militar que gobernaba el país desde el 24 de marzo de 1976 a reorientar su gobierno hacia la entrega del poder a los civiles, en un contexto crítico donde tuvo que afrontar varias de las consecuencias del fracaso político de esa experiencia gubernamental.[1]

En efecto, la debacle sufrida en Malvinas en junio de 1982 marcó el declive irreversible de la dictadura militar, tanto por su fracaso en el ámbito bélico como por la aguda crisis económica e institucional que venía atravesando la Argentina desde por lo menos inicios de 1980, combinación que agudizó el creciente descontento social hacia un régimen vivenciado por la ciudadanía como autoritario e ineficiente, y sobre el cual además recayeron desde mediados de 1982 denuncias sobre actos de corrupción, por crímenes vinculados a las disputas internas del poder militar y por todo lo ateniente a las informaciones sobre la violación de los derechos humanos ocurridas en los años previos de gobierno.

Este escenario de “derrumbe y descomposición” (Quiroga, 2004), propició un renacer de la opinión pública, permitiendo que voces y puntos de vista anteriormente silenciados fueran visibilizados por los medios de comunicación que desempeñaron un papel crítico y activo ante la nueva realidad política. En este ámbito, la prensa se diferenció de su accionar previo, cuando durante la etapa de mayor legitimidad de la dictadura (1976-1978), había optado por no ejercer plenamente su función crítica, respetar con su autocensura los límites impuestos por el gobierno en torno a las informaciones sobre el sistema represivo y limitarse a dar cuenta de algunas objeciones sobre cuestiones puntuales de la gestión militar, como por ejemplo la económica (Borrelli, 2011). El colapso del régimen castrense post Malvinas obligó a los medios a adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias, retomando un papel activo en la tarea de informar a una sociedad plagada de demandas e incertidumbres.

En este peculiar contexto el análisis de un medio de prensa como Somos se torna de sumo interés porque se trató de una revista que, desde su nacimiento en septiembre de 1976, hizo de su apoyo enfático al gobierno militar uno de los ejes centrales de su agenda temática y de su discurso editorial, desde un rol enunciativo influyente entre los sectores medios y altos de la opinión pública. De allí que nos interesa observar con detenimiento cómo este medio –que representaba la perspectiva de los sectores civiles liberal-conservadores cercanos al gobierno militar–, evaluó la nueva realidad que significó la derrota en Malvinas y el ocaso político de la dictadura, con la certeza que se había frustrado una gran –y tal vez única– oportunidad para implementar las transformaciones sociales que este sector social consideraba necesarias para refundar el país. Desde esta óptica analizaremos cómo evaluó la actuación del gobierno militar y de las Fuerzas Armadas en esta etapa de “transición” política, cuál fue su asignación de responsabilidades ante una realidad política, institucional y socio económica experimentada como de profunda crisis y cómo evaluó la reorganización de los partidos políticos tradicionales –ahora nuevamente en el centro de la escena–, la competencia electoral hacia las elecciones de octubre de 1983 y el futuro que llegaría con la nueva democracia. Asimismo, analizaremos su posición editorial ante elementos coyunturales, como ciertos acontecimientos vinculados a las secuelas represivas y sobre la “cuestión de los derechos humanos” –que ocupó un lugar cada vez más preponderante en la opinión pública en estos años– y la situación económica, luego de haber sido un activo defensor de la gestión liberal del ministro de Economía José Martínez de Hoz (1976-1981).

Por último, cabe destacar que no se cuentan con estudios específicos desde las Ciencias Sociales sobre la revista en este periodo en particular; los trabajos que han analizado su desempeño lo han hecho durante el periodo 1976-1982 y hasta la guerra de Malvinas inclusive (Borrelli y Gago, 2021a y 2021b, Dosa et.al, 2003; Gago y Saborido, 2011; Urtasun, 2008), por lo cual consideramos que este trabajo puede ser un aporte de relevancia para ampliar la comprensión sobre la posición de la revista en este nuevo contexto, luego de haber sido, como veremos, una activa defensora de las Fuerzas Armadas en el gobierno.

2. Aspectos metodológicos y teóricos

El estudio se enmarca en el ámbito de la investigación sobre las políticas editoriales de los medios de comunicación escritos en Argentina, centrándose en el editorial como el espacio donde se concentra la postura del medio y se plasma su orientación política e ideológica (Borrat, 1989; Castelli, 1991). En relación a las revistas como objeto de estudio, las definimos como impresos de publicación periódica por entregas generalmente seriadas, de tamaño más reducido que el de los diarios y con un número acotado de páginas (Auza, 1998: 203), que suelen situarse en un punto medio entre la actualidad del diarismo y la discusión profunda del libro y que son consideradas como una fuente legítima de análisis histórico en tanto pueden ser “generadoras o transmisoras de cambios significativos en la esfera pública” (Girbal-Blacha, 1999: 23). Junto con Borrat (1989), entendemos que por su actuación periodística pueden ser definidas como actores políticos cuyo ámbito distintivo es el de la influencia sobre la opinión pública y sobre otros actores del sistema político.

La metodología de investigación adoptó un enfoque cualitativo de análisis de fuentes, con el objetivo de exponer y comprender críticamente la postura editorial de la revista, considerando las valoraciones, las representaciones y los significados atribuidos a la situación política posterior a la guerra de las Malvinas y hasta la victoria de Alfonsín. Se han empleado dos enfoques básicos para utilizar los datos: uno ilustrativo, que utiliza citas como ejemplos de descripciones o conclusiones del investigador, y otro analítico, que busca analizar las construcciones realizadas por la revista a partir de la identificación de las categorías que organizan su relato (Kornblit, 2004: 11). El corpus principal consistió en las portadas, los editoriales, los artículos de opinión y las crónicas de actualidad publicadas entre julio de 1982 y diciembre de 1983 (del número 302 al 380).

3. Somos y su apoyo al proyecto refundacional de la dictadura

El semanario Somos, perteneciente a la editorial Atlántida,[2] publicó su primer número el 24 de septiembre de 1976, y continuó publicándose hasta el año 1993. Desde un primer momento sus páginas apoyaron con énfasis el proyecto refundacional de la dictadura militar en todo lo ateniente a la defensa de la “lucha antisubversiva” –refutando también las denuncias internacionales contra la dictadura sobre las violaciones a los derechos humanos–, la impronta liberal de las reformas encaradas por el ministro de Economía Martínez de Hoz[3] y todo lo relativo al perfil conservador en el ámbito educativo, de la vida cotidiana, de la familia y de la cultura. Esto no fue exclusivo de Somos, sino una impronta que tuvieron varios medios de Atlántida, como las revistas Para Ti, destinada al público femenino, y la generalista con foco en el mundo del espectáculo, Gente.

Somos nació como un semanario generalista que privilegió temas de política nacional e internacional –que solían ser los temas centrales de la edición en su tapa y nota de tapa–, junto con las columnas de analistas o periodistas invitados. El resto de la edición abarcaba un amplio abanico de temas: casos policiales resonantes, economía y publicidad, salud, familia, deportes, temas históricos, críticas de cine, libros y televisión, temas culturales de interés general y notas “color”. A partir del análisis de sus publicidades, la calidad de sus ediciones, su orientación ideológica y el tipo de contrato de lectura propuesto puede concluirse que estaba destinada a un público de clase media y media/alta. Se editaba en formato revista a color y para la época de estudio la cantidad de páginas osciló entre las 52 y las 68. Al igual que otros productos de Atlántida, la revista acompañaba sus notas con una nutrida cantidad de imágenes fotográficas, tanto en color como en blanco y negro. Según el Instituto Verificador de Circulaciones[4] tuvo un promedio de ventas de 25 mil ejemplares desde junio de 1982 a diciembre de 1983 (con un pico de ventas de 43.423 en noviembre de 1983, luego de las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 1983).

Durante la etapa bajo estudio publicó en cada edición una sección editorial donde plasmó la opinión institucional del medio, en general ubicada en su página 3. Entre junio de 1982 y el 10 de diciembre de 1982 se tituló “Entre usted y yo”; luego de esa fecha fue variando el título en relación al tema y el enfoque del editorial. Entre junio y agosto de 1982 el editorial apareció firmado con la leyenda “El Editor”, para luego ser suplantado por “Somos”, con el logo de la revista, lo cual reforzaba la impronta institucional del espacio.

Para este trabajo también hemos indagado en otras secciones de la superficie redaccional que estaban en sintonía con los editoriales, como las tapas, las notas de tapas o la opinión de cronistas fijos. Pero en una revista de un alto caudal informativo, con predilección sobre las crónicas por las notas de opinión, un espacio editorial de este tipo se revalorizaba al ser la sección exclusivamente dedicada a explicitar su orientación ideológica; un lugar enunciativo que en esta época era valorado positivamente y solía estar presente en todas las revistas de orientación política y también en los diarios nacionales.

En torno a su redacción, durante el periodo de estudio el jefe de Redacción fue Juan Carlos Araujo, los secretarios de Redacción fueron Alfredo Durán, Tabaré Areas, Edgardo Ritacco, Jorge Vidal, Roberto Fernández Taboada y Teresa Napolillo; como redactores especiales aparecen mencionados Vidal, Santiago Palazzo, Julio Sierra y Rubén Mattone. Las principales publicidades que se hallan en el periodo son en su mayoría de empresas privadas de bienes de consumo destinados a sectores de alto poder adquisitivo en los rubros de bancos, tarjetas de crédito, autos, aerolíneas, relojes de alta gama, empresas privadas de salud, vinos, ropa, perfumes masculinos y cigarrillos; también se hallan publicidades de otros medios de comunicación.

4. Somos y una mirada decadente

La rendición argentina en Malvinas, el 14 de junio de 1982, produjo en Somos una gran desesperanza que profundizó su mirada escéptica sobre la realidad nacional;[5] no solo por la crisis político-económica que atravesaba el país al menos desde 1980,[6] sino principalmente por la “apatía” que observaba en los ciudadanos ante lo que estaba ocurriendo (Somos, 2-7-1982, p. 18). En este ámbito, la mirada hacia la sociedad argentina era de desconfianza, caracterizada por sus tendencias inmaduras que la hacía fácilmente propensa hacia los “enamoramientos repentinos”, de lo que era prueba el apoyo ciudadano que había tenido pocos meses antes la acción militar de recuperación de las Islas Malvinas (y que luego había trocado en profunda decepción con el gobierno). Esa tendencia estaba volviendo a aparecer ante el horizonte republicano que se entreveía por el declive del gobierno militar, pero ahora el enamoramiento repentino era con la “democracia” y la “Constitución”. El problema, para Somos, era que la sociedad argentina no estaba lo suficientemente educada en los menesteres de la civilidad como para asegurar que esos conceptos se concretaran en los hechos. De allí que confesara que los argentinos, igual que en marzo de 1976, no estaban preparados ni tenían la maduración suficiente para cumplir con la responsabilidad que exigía la Constitución (Somos, 16-7-1982, p. 15).

Desde este rol enunciativo, como escrutador moral de la situación nacional, Somos intentó dar luz pública a aspectos que parecían estar velados de la discusión común, de allí que titulara en tapa a inicios de agosto de 1982: “El país hoy. La verdad que no se dice”, al hacer referencia a un amplio espectro de situaciones sociales que mostraban el deterioro nacional por el cual la Argentina se estaba convirtiendo en un país en “extinción” (Ritacco, 6-8-1982, p. 8).[7] Ante esa situación la revista igualaba las responsabilidades entre los diversos actores involucrados -“Culpables somos muchos”, enfatizaba (Somos, 6-8-1982, p. 15)- aunque sobresalían el gobierno militar y los dirigentes partidarios que preferían el silencio o el “’acá no pasa nada’”. Somos, en cambio, se ubicaba como quien denunciaba esta deriva decadente, acusando al argentino promedio de buscar culpables frente a las crisis o aferrarse al “mito del héroe” para la salvación del país (Ritacco, 6-8-1982, p. 8). Si bien esta crítica social reflejaba algunos elementos verosímiles en virtud de los cambios repentinos en las actitudes ciudadanas, u ciertas hipocresías sociales que afloraban en un contexto de franca desilusión ante el fracaso del gobierno militar, a su vez en esa igualación de las responsabilidades se morigeraba la propia del gobierno militar en la situación coyuntural del país. El diagnóstico de Somos se pretendía validar en la experiencia histórica, ya que en su visión se trataba de una sociedad que volvía a repetir sus errores de antaño, en esa suerte de infantilización ya mencionada en relación a la consabida “inmadurez” de los argentinos.

Este diagnóstico respondía a una concepción decadente que la revista tenía sobre la sociedad y la política argentinas, que se fue detallando en sus editoriales entre 1982 y 1983 e involucraba diferentes aristas de la vida nacional (Somos, 6-8-1982, p. 15; Somos, 29-10-1982, p. 3). Su diagnóstico lapidario incluía por igual a los gobiernos civiles como a los militares: antes de acceder al poder ambos realizaban grandes promesas que después terminaban derivando en grandes fracasos. Lo que evidentemente alertaba la revista a fines de 1982 era que se estaba reactivando nuevamente esa pendularidad de la política argentina, ya que paradójicamente los “vencidos” del golpe de 1976 –los sindicatos peronistas y los partidos políticos tradicionales– volvían a desplegar su “rigor crítico” frente a la nueva frustración militar y no parecían haber “aprendido nada” de la experiencia pasada. Nuevamente afloraban las “soluciones demagógicas” en el ámbito económico –como aumentar sueldos por decreto para paliar la recesión– o algunas apelaciones a la violencia que mostraban la falta de “convicciones democráticas”. Por ello, no auguraba ningún futuro auspicioso para el país sin una dirigencia que mostrara “humildad”, “sensatez” y “autocrítica” (Somos, 10-12-1982, p. 3).

Aún en el marco de esa igualación de responsabilidades antes señalada, Somos no dejó de interpelar abiertamente a las Fuerzas Armadas por el fracaso de su gobierno, en lo que puede ser entendido como una crítica desde “dentro” del bloque social que había apoyado su gesta refundacional, y que en el contexto del descrédito dictatorial post Malvinas expresaba la desilusión y el distanciamiento ante esta nueva frustración. En esa línea, Somos señaló que el gobierno había “perdido el rumbo” –e inclusive por “mezquinos intereses personales”, lo que parecía una alusión a las disputas internas por el poder que ya para ese momento eran vox populi– (Somos, 8-7-1983, p. 3),[8] expresó su desacuerdo con decisiones económicas –como el crecimiento del gasto estatal– entendidas como “demagógicas”, señaló su mezquindad política ya que parecía solo preocupado por salvaguardar a la institución militar de las secuelas de la represión, criticó su deriva autoritaria en la persecución hacia a la prensa y, en un desplazamiento editorial acorde con los tiempos que se vivían, desde mediados de 1982 dio amplia visibilidad a diversas denuncias públicas o judiciales que involucraron a hombres del gobierno militar, en lo que consideraba como un final “cubierto de sombras” (Somos, 24-6-1983, p. 3).[9] El rol de la Justicia en esas investigaciones tuvo una inusitada centralidad que fue jerarquizada en sus páginas, luego de años de bajo perfil del Poder Judicial por su acompañamiento a la dictadura (Franco, 2018: 201 y 276; Franco 2023: 93). Junto con la visibilidad otorgada a estas denuncias, la revista desvirtuó los argumentos del gobierno que intentaban desacreditarlas, ya que los cuestionamientos sobre figuras militares nada tenían que ver “con desaparecidos ni con hechos producidos por la guerrilla marxista”; se trataba en cambio de hechos “graves” que debían ser investigados y aclarados (Somos, 1-10-1982, p. 33). En esta observación admonitoria, debe tenerse en cuenta que Somos adhería a un sector político que, si bien había participado en roles importantes de gobierno, también había expresado profundas diferencias en la orientación económica y política de la dictadura, había cuestionado la ineficiente gestión estatal en diversos ámbitos –como por ejemplo en el Mundial 78 o en Malvinas–, e inclusive había reprobado las acciones criminales de los “duros”[10] del Ejército o de la Marina, que nada tenían que ver con la “lucha antisubversiva” y, en cambio, se vinculaban a la resolución con tintes mafiosos de las internas por el poder, como ya se ha mencionado.

Pese a su descrédito y al crecimiento de las protestas sociales, hacia fines de 1982 la Junta Militar intentó llevar adelante un infructuoso proceso de “concertación” con los dirigentes civiles con la intención de negociar algunas condiciones para una transición pactada, con un listado de temas que iban desde las violaciones a los derechos humanos hasta el rol de las Fuerzas Armadas en la etapa democrática por venir.[11] Somos entendió que ese intento era equivocado, ya que polarizaría más las posiciones y que, en cambio, a tono con lo que planteaba la Iglesia Católica, debía apostarse por una “reconciliación” que implicaba “poner en la misma balanza las culpas propias y las ajenas, hablar y saber escuchar, comprender que un adversario puede no ser un enemigo” (Somos, 5-11-1982, p.3; Somos, 1-7-1983, p.3). En ese particular contexto donde las demandas sociales se manifestaban en las calles y en diversos eventos públicos, Somos pedía “prudencia” frente a lo que aparecía como un “desorden generalizado”. Aunque reconocía que había sobrados motivos para las protestas, ponderaba que lo más importante era evitar la radicalización (Somos, 17-12-1982, p. 3 y Somos, 24-12-1982, p. 3), a tono con un ideario liberal-conservador en donde el orden público era una condición primordial para el normal desarrollo de la sociedad.[12]

Figura 1. Somos, 5 de noviembre de 1982. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Figura 2. Somos, 17 de diciembre de 1982. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Figura 3. Somos, 18 de febrero de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Somos: inquietud por el orden público y la estabilidad política.

Uno de los temas centrales en la editorialización de la revista fue el de la situación económica, que según sus palabras a mediados de 1982 era “gravísima” (Somos, 23-7-1982, p. 15). El foco en la economía había sido una invariante editorial desde la aparición de la revista en 1976, apoyando el impulso liberal de Martínez de Hoz, pero haciendo oír su voz frente a los desmanejos en torno a la emisión monetaria, la ineficacia en el gasto estatal, el déficit de las cuentas públicas y la inflación, como buena parte del abanico de medios alineados al liberalismo tradicional –como los diarios La Prensa y La Nación-,[13] que fueron advirtiendo sobre el “desvío” del ministro de la senda ortodoxa. Hacia mediados de 1982 el diagnóstico de Somos era concluyente: el plan Martínez de Hoz basado en la libertad financiera había sido una gran “oportunidad” adaptada al mundo, pero había fracasado por el “excesivo gasto público” y su naturaleza “ineficiente”. El ministro era responsable de ese “fracaso”, principalmente porque tendría que haber renunciado al advertir que no podía reducir el gasto público (Somos no lo mencionaba, pero las presiones de los sectores estatistas de las Fuerzas Armadas habían sido fundamentales para bloquear esa iniciativa). Para Somos la inflación –la “madre de nuestros grandes males”-, iba a continuar siendo un problema porque enfrentarla implicaba hacer “sacrificios económicos notables”, y no era algo que estuviera en las propuestas de los dirigentes partidarios que estaban volviendo a la palestra hacia mediados de 1982. Además, advertía, era un mecanismo económico que generaba perjuicios políticos al poner en riesgo la “paz y la república”, porque cuanto más alta era la inflación más inestabilidad política generaba, con lo cual era incompatible, en última instancia, hasta con la democracia (Somos, 23-7-1982, p. 15; Somos, 17-9-1982, p. 33). El problema era que se seguían buscando “chivos expiatorios” sobre su origen y responsables cuando en realidad el “germen” de la inflación –el gasto público excesivo–, era algo tolerado por los dirigentes de toda índole y las mayorías sociales que tenían intereses políticos y económicos en no reducirlo (Somos, 23-7-1982, p. 15).

Su mirada admonitoria sobre las cuestiones económicas fue particularmente dura con la administración del presidente militar Reynaldo Bignone, quien heredó una situación recesiva por las políticas ortodoxas de su antecesor (Leopoldo Galtieri) y por la guerra, y en un contexto de escaso margen político llevó adelante políticas intervencionistas y expansivas de la actividad económica y el consumo y tendió a ceder frente a las demandas sectoriales de sindicalistas y empresarios para granjearse su apoyo (Novaro y Palermo, 2003: 482). Somos fue categórica en el rechazo a esta orientación y desde su tapa tildó como “golpe dirigista” a las medidas del nuevo ministro de economía Dagnino Pastore –en el cargo desde principios de julio hasta fines de agosto de 1982-,[14] quien, en tándem con el presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, dispusieron una serie de medidas que suponían una mayor intervención estatal sobre la economía.[15] Desde su punto de vista, este plan reemplazaba al mercado por el Estado al incentivar de diversas formas la demanda, generaba más gasto público y no hacía hincapié en la ineficacia estatal y en el problema inflacionario, que era lo que debía atacarse. La revista acordaba con la idea de reactivar el sistema productivo, pero para que ello funcionara a largo plazo no debía meramente incentivarse la demanda, sino mejorarse la “oferta”, la calidad de los productos y sus precios, forma de generar riqueza que necesitaba entonces “confianza” y “estabilidad” basada en la solvencia de los gobernantes (Somos, 15-10-1982, p. 3; Somos, 9-7-1982, p. 15). Como se observa, tanto en su crítica al sistema político como a la situación económica, en Somos primaba la construcción de un lugar enunciativo que denunciaba el cortoplacismo de las políticas gubernamentales y la inmadurez por no plantear soluciones de fondo y duraderas. Con la paradoja, además, que un gobierno militar que había sido apoyado fervientemente por su orientación liberal en la materia, finalizaba con una deriva que podría ser tildada de “populista”.

Otra de las cuestiones centrales de la transición fueron las informaciones referidas a las consecuencias de la represión clandestina que se había iniciado con el golpe de estado del 24 de marzo de 1976.[16] Diversas investigaciones judiciales, y el descubrimiento de fosas comunes a partir del segundo semestre de 1982, pusieron la cuestión en la discusión pública y el gobierno se vio obligado a ofrecer algún tipo de relato oficial en torno a lo ocurrido (Franco, 2018; 2023). A fines de abril de 1983 la Junta Militar dio a conocer su “Documento Final” sobre la “lucha antisubversiva” donde trataba de cerrar el tema y daba por muertos a los desaparecidos –concluyendo que no tenía otra información para ofrecer–. Allí, aunque admitía vagamente la posibilidad de “errores”, denominaba como “acto de servicio” a todo lo actuado por las Fuerzas Armadas en la “guerra” y recordaba la responsabilidad original del peronismo por haber firmado los decretos de “aniquilamiento” de octubre de 1975.[17] Si hasta ese momento había alguna expectativa sobre que el gobierno diera mayor información sobre los desaparecidos, esto quedó absolutamente trunco con el “Documento Final” que trasladó el foco de la cuestión nuevamente al tema “subversivo” reivindicando el rol ordenancista que había tenido la intervención militar (Franco, 2018: 234-257 y 2023: 81-83). Somos revalidó su aprobación enfática a la “lucha antisubversiva”, pero con ciertas salvedades y ambigüedades que deben comprenderse en el marco de los cambios políticos que estaban ocurriendo durante la transición. Explícitamente reconoció que los métodos para combatir a la “subversión” habían sido en varios casos “ilegales y de una crueldad atroz”,[18] pero advertía que la mayoría de la ciudadanía y de los partidos políticos habían apoyado a los militares y que no habían existido en su momento cuestionamientos sobre los “métodos” empleados. En esa interpretación contemplativa del accionar militar, exigía ser memoriosos sobre cuál había sido la situación de violencia y caos político de la etapa de los gobiernos peronistas entre 1973 y 1976 que, desde su punto de vista, había propiciado el crecimiento “subversivo” y había hecho necesaria la intervención de las Fuerzas Armadas (Somos, 13-5-1983, p. 3; Somos, 1-7-1983, p. 3). En ese sentido, ante la visita de parlamentarios europeos llegados al país a mediados de 1983 para interiorizarse sobre la cuestión de los derechos humanos, insistía en pedir “buena fe y memoria”, porque en el periodo 1973-1975 los derechos humanos se “violaban a diario” y la “lamentable evolución” del gobierno militar no podía hacer olvidar las “bombas”, los “secuestros”, la “toma de fábricas” o el lenguaje “violento y marxista” de esos años; por eso consideraba que los argentinos debían apelar a su “equilibrio emocional” para hacer una evaluación justa de su pasado reciente y no saltar de un “extremo al otro”, en una clara referencia a esa pendularidad de la opinión pública que para Somos era parte de la decadencia nacional (Somos, 5-8-1983, p. 3).

En definitiva, en lo atinente a este tema, observamos que Somos amplificó y legitimó el discurso dictatorial que, a contrapelo de los cambios que comenzaban a observarse en la ciudadanía, intentaba poner el foco de atención en la “cuestión subversiva”, lógica que había sido fructífera en los años previos pero que estaba entrando en contradicción ante las evidencias de cuáles habían sido las consecuencias del accionar represivo del Estado y ante la demanda social de rendición de cuentas hacia las Fuerzas Armadas.[19] Por otra parte, cabe destacar que ante el avance de la reinformación social la negación absoluta de los crímenes dictatoriales ya no era una posibilidad concreta para quienes habían defendido la “lucha antisubversiva”, por tanto la ampliación de la responsabilidad de lo ocurrido hacia otros a sectores sociales –cuando Somos enfatizaba que había sido la mayoría de la sociedad argentina la que había avalado o tolerado pasivamente los métodos empleados– aparecía como un argumento contemplativo hacia el accionar de las Fuerzas Armadas.

5. El camino hacia las urnas. Escepticismo y desconfianza

Una vez asumido Bignone, el 1º de julio de 1982, se aceleró el proceso de reorganización y competencia entre partidos que, al no estar preparados aún para la toma del poder, tendieron a exhibir un discurso moderado frente al gobierno con el objetivo que éste garantizara la concreción del proceso electoral. Moderación que iba a contramano de las manifestaciones públicas de indignación de intelectuales, organismos de derechos humanos y de diversos grupos de interés ante la situación social y las diversas revelaciones de lo ocurrido en los años dictatoriales (Novaro y Palermo, 2003: 473). En efecto, hasta las elecciones de octubre de 1983 irá creciendo un “agitado clima antidictatorial” (Quiroga, 2004: 339), el cual en diversas ocasiones se verá azuzado por las amenazas militares de imponer condiciones aún más duras ante esas actitudes opositoras. Pero más allá de ello, durante 1983 la cuestión partidaria fue concentrando la atención de la ciudadanía y de la prensa, atenta a la reorganización interna de los partidos, los candidatos y sus perfiles, los apoyos intra e inter partidarios, los actos proselitistas, los discursos de campaña y las plataformas políticas. La atención principal estuvo puesta en los dos grandes partidos mayoritarios que serían los protagonistas de la disputa electoral, el Partido Justicialista (expresión partidaria del movimiento peronista) y la Unión Cívica Radical.[20]

En la primera edición del año 1983 Somos presentó un número extraordinario que publicaba en tapa una primer y “exclusiva” encuesta sobre las elecciones (Somos, 7-1-1983, p. 1; sobre la novedad de las encuestas, véase Vommaro, 2006), cuando aún no estaban definidas las fórmulas presidenciales, ni el gobierno había oficializado la convocatoria electoral (que se concretó a fines de febrero de 1983). El editorial de la edición mantenía un leve optimismo sobre el año que iniciaba al considerar que el camino para el país “adulto, próspero y democrático” era difícil, pero no “imposible” (Somos, 7-1-1983, p. 3). Sin embargo, en estos primeros meses no abandonó su mirada escéptica sobre el futuro y abonó una opinión fuertemente crítica sobre los partidos políticos, protagonistas del nuevo escenario nacional. Así, advirtió sobre el “cuidado” que había que tener en las “transiciones” –ya que cada sector solo “atendía su juego”- (Somos, 14-1-1983, p. 3), sobre la pobreza intelectual y la falta de ideas de la dirigencia política para ofrecer soluciones concretas a los grandes problemas nacionales –especialmente en el ámbito económico– (Somos, 4-2-1983, p. 3; Somos, 11-2-1983, p. 3; Somos, 25-2-1983, p. 3; Somos, 11-3-1983, p. 3; Somos, 3-6-1983, p. 3; Somos, 17-6-1983, p. 3), sobre el “vacío peligroso” que implicaba que no hubiera un partido de centroderecha fuerte[21] que equilibrara el sistema frente al peronismo y al radicalismo (a los que ubicaba en la “centroizquierda”) (Somos, 18-3-1983, p. 3), y sobre la volatilidad de un electorado que se “dejaba llevar” por la emoción (Somos, 11-3-1983, p. 3). Su mirada escéptica no era hacia la democracia como sistema, sino hacia la aplicación concreta de la democracia en Argentina. Para Somos diversos hechos ponían en contradicción día a día el supuesto talante democrático de los dirigentes y de la sociedad argentinas, al punto de preguntarse “¿Seremos tan democráticos como decimos serlo?”- (Somos, 15-7-1983, p. 3). Estaba allí la propia experiencia histórica para respaldar la incertidumbre, en tanto demostraba el fracaso rotundo de la democracia en Argentina porque los argentinos eran “incapaces de evitar los errores del pasado que hicieron posible la caída del sistema” (Somos, 22-4-1983, p. 3; Somos, 8-7-1983, p. 3). En particular, recordaba la frustrante experiencia de gobiernos peronistas entre 1973-1976, donde había prevalecido la “demagogia” y la “violencia” (Somos, 30-7-1982, p. 13), un momento histórico al que Somos aludió recurrentemente durante la etapa estudiada al observar la existencia de ese péndulo que estaba poniendo nuevamente al peronismo en una posición expectante de acceso al poder (Somos, 10-12-1982, p. 3; Somos, 13-5-1983, p. 3; Somos, 29-7-1983, p. 3; Somos, 5-8-1983, p. 3; Somos, 16-12-1983, p. 3).

No por casualidad, la inquietud sobre cómo se adaptaría el movimiento peronista al nuevo periodo democrático desvelaba a Somos ya a fines de 1982, cuando se preguntaba si esa fuerza política estaba preparada “para dar soluciones en democracia” (Somos, 22-10-1982, p. 3). La duda partía por la cultura política violenta que había mostrado el peronismo en el pasado inmediato, por la atomización que presentaba entre una gran cantidad de líneas internas y por el peso decisivo que tenía el sector sindical en esas definiciones internas (Areas, 28-1-1983, pp. 6-11; sobre la interna peronista, véase: Ferrari, 2013: 27-37; Suriano y Alvarez, 2013: 215).[22] Para Somos el peronismo continuaba anquilosado en sus diferencias internas y no se observaban formas republicanas para solucionar sus enfrentamientos (Somos, 22-10-1982, p. 3), mientras que en otros editoriales era retratado directamente como “ruidoso, emocional al extremo, mal educado, violento”, señalado como un movimiento que en el poder violaba las “normas democráticas fundamentales” (Somos, 29-4-1983, p. 3) (aunque también reconocía que contaba con ciertos “políticos sensatos”) (Somos, 29-7-1983, p. 3). Más allá de esta percepción, y aún con prácticas internas facciosas, decisionismo, disputas desgastantes y en algunos casos violentas, el peronismo pudo resolver parte de sus candidaturas para las elecciones de 1983 –las primeras, además, sin Juan Perón en vida– yendo a una novedosa elección interna (Velázquez Ramírez, 2019).

Dentro de un periodo atravesado por conflictos sindicales (Jordán, 1993: 388-389), Somos también advirtió sobre el poder que había acumulado el sindicalismo peronista, personificado en el líder metalúrgico Lorenzo Miguel, quien era señalado como el que “movía los hilos” en el peronismo (Figura 4) (Areas y Fernández Taboada, 1-4-1983, pp. 6-11). Esta “anomalía”, es decir, que la rama sindical tuviera más poder que los propios dirigentes partidarios, tenía en los ciudadanos a un “primer culpable”, al no ocuparse de la “cosa política” y dejarla en manos de los sindicatos –como así también de las Fuerzas Armadas -, en otro dato de la inmadurez de la sociedad argentina que parecía ceder frente al poder corporativo (Somos, 8-4-1983, p. 3.). Este diagnóstico fue reconfirmado por la revista cuando se conoció, a inicios de septiembre de 1983, la fórmula presidencial justicialista encabezada por Italo Lúder y Deolindo Bittel,[23] que fue apoyada fuertemente por el sindicalismo peronista. Somos destacó la subordinación del ala política a la sindical, lo que fue resumido desde el interrogante de tapa que acompañaba la imagen de Luder y Miguel: “Luder al gobierno ¿Miguel al poder?” (Figura 5), una frase que remitía a la máxima “Cámpora al gobierno, Perón al poder” de la campaña electoral de marzo de 1973 y que en la comparación histórica ubicaba en un claro lugar de debilidad a Luder.[24] Para refrendar este punto de vista, en la nota principal de la edición describía al sindicalista como el “verdadero hombre fuerte del peronismo” (Areas y Vidal, J., 9-9-1983, pp. 6-15).[25]

Figura 4. Somos, 1 de abril de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Figura 5. Somos, 9 de septiembre de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Somos y la preocupación por el poder del sindicalismo peronista

Figura 6. Somos, 30 de septiembre de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Figura 7. Somos, 7 de octubre de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Somos y la preocupación por el poder del sindicalismo peronista

Figura 8. Somos, 21 de octubre de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Figura 9. Somos, 28 de octubre de 1983. Fuente: Hemeroteca del Congreso de la Nación

Luego del “Gana Luder”, Alfonsín toma el centro de la escena en octubre de 1983

El último tramo de la campaña electoral, entre septiembre y octubre de 1983, estuvo atravesado por el diagnóstico decadentista y escéptico (Somos, 16-9-1983, p. 3; Somos, 23-9-1983, p. 3; Somos, 14-10-1983, p. 3), con la peculiaridad adicional que pudo ser convalidado desde el espacio editorial con la mirada externa del prestigioso diario The New York Times, que según la revista había publicado un duro editorial sobre el fin del gobierno militar, con una mirada muy pesimista sobre las posibilidades reales del próximo presidente constitucional para ejercer una verdadera autoridad.[26] Somos suplantó su propio editorial por el del diario estadounidense, publicado a dos páginas para resaltar su importancia y presentado como “un dramático ejemplo de cómo nos ven hoy en el exterior”; una apelación a la legitimación internacional que, paradójicamente, contradecía la política editorial de Somos que en los años de mayor represión había refutado con vehemencia la mirada externa en torno a la violación de los derechos humanos (Borrelli y Gago, 2021a).

Con respecto a la disputa electoral, las ediciones de septiembre y octubre estuvieron lógicamente enfocadas a retratar los acontecimientos de la campaña, que mostraron a una ciudadanía altamente movilizada y participativa.[27] En su última portada de septiembre Somos había alertado con contundencia que triunfaba Luder (“Gana Luder”, aseguraba el 30 de septiembre; Figura 6); sin embargo, durante octubre Alfonsín pasó a hegemonizar ese espacio redaccional, mostrando un evidente crecimiento y un cambio en las expectativas electorales (Figuras 7, 8 y 9). Luego del multitudinario acto del candidato radical en el obelisco de la ciudad de Buenos Aires (el 26 de octubre, con una presencia de casi un millón de personas), por primera vez el editorial de Somos registró al “fenómeno Alfonsín”, dando su parecer sobre el candidato a pocos días de las elecciones generales. Allí lo definió como un “fenómeno político nuevo” y un “líder popular de gran atracción”. Sin arriesgar un vaticinio sobre las elecciones, encendía cierto optimismo por esa figura que parecía indicar que un porcentaje importante del pueblo argentino había “cambiado sus actitudes políticas”; Somos admitía que con Alfonsín había una “una promesa más concreta de vida democrática en el radicalismo que en el peronismo”, y eso parecía marcar para la revista una “mayor adultez” popular. Aunque no compartía muchos de los puntos de su programa de gobierno, reconocía en las mayores “garantías democráticas” que inspiraba su figura un motivo “suficiente” para ser optimista sobre el futuro (Somos, 28-10-1983, p. 3).

El triunfo de Alfonsín en las elecciones del 30 de octubre confirmó esta mirada; fue recibido como una “esperanza” y una prueba que el pueblo argentino había madurado al rechazar el “matonismo”, la posibilidad de un “gobierno sindical” y de un candidato justicialista aprisionado por la lucha interna de su partido. En el nuevo tiempo que se abría no se le podía exigir al nuevo presidente cambios de un “día para el otro” ya que recibía un país “destartalado”; pero sí existían temas prioritarios que debía tener en cuenta: la Justicia, la educación, la inflación, la eficiencia estatal, la virtud y buena fe dirigencial y el respeto a la Constitución (Somos, 4-11-1983, p. 3). Elementos temáticos a los que Somos había privilegiado desde su agenda editorial en su distanciamiento de la experiencia dictatorial y que ahora se revalorizaban ante la frustración por el final fallido del gobierno militar y la expectativa de un nuevo tiempo democrático.

En la edición posterior a la asunción presidencial de Alfonsín el 10 de diciembre de 1983 el tono esperanzador fue retomado, pero con la particular apelación de contraponerla con la asunción presidencial de Héctor Cámpora, ocurrida el 25 de mayo de 1973. La comparación era tajante: en la asunción de 1983 se había manifestado una “alegría sana” y una “fiesta jubilosa”, en el marco de un “clima republicano”, de “tolerancia por el adversario político” y una actitud “educada” ante el gobierno saliente; mientras que en 1973 habían prevalecido las “insignias terroristas”, las “patotas amenazantes y violentas”, el “odio”, el “rencor”, la “revancha”, la “prepotencia” y el “espíritu totalitario”. Si se medía la posibilidad democrática por lo ocurrido en la asunción, el 10 de diciembre de 1983 suponía la esperanza de un “tiempo nuevo, un tiempo republicano”. La gran elipsis en la editorialización, que no hacía mención alguna a la dictadura que terminaba, la referencia profundamente peyorativa hacia lo ocurrido en 1973, con adjetivaciones sumamente virulentas, muestran, no solo una de las raíces del relato histórico en que se había justificado el golpe –el caos de esos años previos– y la posterior dictadura, sino la profunda aversión que para Somos y el sector ideológico que representaba significó ese peronismo aluvional del periodo 1973-1976, que retornaba diez años después como una evocación fantasmal de todo aquello que había que evitar en la nueva democracia.

6. Conclusiones

En el periodo de estudio la revista Somos se destacó por tener una mirada pesimista, escéptica y decadente sobre el proceso político e institucional argentino, que pareció ir a contrapelo de la efervescencia cívica que vivió la sociedad argentina en torno al fin de la dictadura militar, la vuelta de la participación política y la revitalización de los debates ciudadanos en torno a las temáticas comunes. Somos, en cambio, enfatizó los aspectos que consideraba menos visibles de ese proceso en torno a cierta emocionalidad política efímera y pendular de los argentinos, que apelaban a soluciones facilistas y cortoplacistas, no afrontaban la profundidad de los problemas nacionales crónicos –como la inflación, el déficit fiscal o la demagogia política– y, por ende, tendían a repetir los mismos errores políticos que en el pasado. El lugar enunciativo que construyó en esta transición fue el de denunciar cierta hipocresía social ante la nueva realidad abierta por el fracaso militar y advertir que detrás de las expectativas que generaba el retorno de la democracia las bases de los problemas sociales argentinos se mantenían incólumes. Si en marzo de 1976 el diagnóstico militar y de los sectores civiles liberal-conservadores que apoyaron el golpe entendían que la sociedad argentina estaba “enferma”, era inmadura y debía refundarse, en 1982-1983, luego de años de feroz disciplinamiento, esa sociedad no parecía haber aprendido la lección, la intervención militar errática no había sido finalmente lo suficientemente correctiva y afloraba nuevamente una sociedad inmadura que pensaba que la democracia por sí misma todo lo resolvería.

Este diagnóstico decadente no dejó por fuera a las Fuerzas Armadas, a las que se señalaron por sus errores cometidos en el gobierno que finalizaba –desde no haber transformado el Estado a fondo, no haber desactivado el peligro del “regreso populista” o haber encarado una represión “excesiva”-, pero se apeló a un tipo de argumentación que tendía a mitigar sus responsabilidades al estar puesto el énfasis de los problemas nacionales en la inmadurez general de la sociedad argentina, en una suerte de mirada también fatalista en tanto los argentinos parecían ser, identitariamente, incorregibles. El retorno de los partidos tradicionales a la escena nacional sin grandes cambios en su lógica interna, la apelación del gobierno de Bignone a políticas económicas “populistas” y cortoplacistas, las denuncias de corrupción e internas mafiosas que afectaban a los militares, el poder que mostraba el sindicalismo peronista o las disputas internas del peronismo que afloraron en 1983, eran todos datos de la realidad nacional que otorgaban verosimilitud a la posición escéptica de Somos. Y cabe destacar que esta desilusión de la revista parecía tener un peso especial, debido a que había sido una activa defensora de la dictadura en dos de los pilares de su práctica refundacional: la “lucha antisubversiva” y la política económica de Martínez de Hoz, y ahora debía dar cuenta de un nuevo “fracaso”, del cual de todas maneras intentaba tomar distancia al señalar las malas decisiones de gobierno que lo explicaban.

La campaña electoral de 1983 y la perspectiva del arribo democrático no cambió el punto de vista de la revista y muy hacia el final de este proceso pareció ceder ante la realidad política que ubicaba a Alfonsín como el único que podía evitar el “mal mayor” que sería un nuevo gobierno peronista, como muchos daban por hecho en base a las evidencias históricas. Ese Alfonsín del fin de la campaña electoral abrió una moderada esperanza en Somos, pero no en el sentido que fuera el mejor dirigente para resolver los temas de fondo que aquejaban al país, sino exclusivamente porque podía evitar una nueva deriva populista. En efecto, su asunción “republicana” fue contrastada positivamente con el registro “totalitario” de la asunción del gobierno peronista en mayo de 1973, el verdadero peligro que se había evitado.

En definitiva, ante el fracaso militar que quedó expuesto post derrota de Malvinas, Somos debió readaptar su posición editorial, tomar distancia del gobierno militar y explicar ante sus lectores por qué se había perdido la gran oportunidad histórica –a la que había apoyado con convicción– de refundar la política y la sociedad argentinas para siempre; por el contrario, luego de casi ocho años de práctica dictatorial los problemas que impedían el desarrollo nacional no se habían modificado y el retorno democrático no aseguraba por sí mismo que fueran a resolverse.

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“Entre usted y yo”, Somos, 6-8-1982, p. 15.

“Entre usted y yo”, Somos, 17-9-1982, p. 33.

“Entre usted y yo”, Somos, 1-10-1982, p. 33.

“Entre usted y yo”, Somos, 15-10-1982, p. 3.

“Entre usted y yo”, Somos, 22-10-1982, p. 3.

“Entre usted y yo”, Somos, 29-10-1982, p. 3.

“Entre usted y yo”, Somos, 10-12-1982, p. 3.

“Entre usted y yo”, Somos, 5-11-1982, p. 3.

“Prudencia, se necesita”, Somos, 17-12-1982, p. 3

“Coherencia, ¿dónde?”, Somos, 24-12-1982, p. 3.

“Para no tenerle miedo a la Argentina ’83”, Somos, 7-1-1983, p. 3.

“Por quién votan hoy los argentinos”, Somos, 7-1-1983, p. 1.

“Cuidado con las transiciones”, Somos, 14-1-1983, p. 3.

“Aunque cueste más trabajo”, Somos, 4-2-1983, p. 3.

“El camino a la democracia”, Somos, 11-2-1983, p. 3.

FF.AA.: Una misión trascendente”, Somos, 18-2-1983, p. 3.

“Reactivar… la sensatez”, Somos, 25-2-1983, p. 3.

“¿Sin respuestas?”, Somos, 11-3-1983, p. 3.

“Un vacío peligroso”, Somos, 18-3-1983, p. 3.

“Urge un diagnóstico preciso”, Somos, 8-4-1983, p. 3.

“Violencia, democracia y demagogia”, Somos, 22-4-1983, p. 3.

“Allí y acá”, Somos, 29-4-1983, p. 3.

“La muerte y el dolor ¿servirán?”, Somos, 13-5-1983, p. 3.

“La consigna”, Somos, 27-5-1983, p. 3.

“Vuelve el terror”, Somos, 27-5-1983, p. 1.

“Argentinos, ¿a las cosas?”, Somos, 3-6-1983; p. 3.

“De aquí y de allá”, Somos, 10-6-1983, p. 3.

“Magia y realidad”, Somos, 17-6-1983, p. 3

“Dos caras de la moneda”, Somos, 24-6-1983, p. 3.

“El ejemplo Walesa”, Somos, 1-7-1983, p.3

“Lloramos por ti, Argentina”, Somos, 8-7-1983, p. 3.

“Entre el dicho y el hecho”, Somos, 15-7-1983, p. 3.

“Entre usted y yo”, Somos, 23-7-1982, p. 15

“No apagar la luz”, Somos, 29-7-1983, p. 3.

“Realidad, buena fe y memoria”, Somos, 5-8-1983, p. 3.

“Más allá de la irritación, más allá del rencor…”, Somos, 16-9-1983, p. 3.

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[1] No desconocemos las diversas interpretaciones que desde las Ciencias Sociales se han realizado sobre el concepto de “transición” entre regímenes políticos (y referimos a la obra de Reano y Garategaray -2021– para revisitarlos y dar cuenta de una mirada crítica e innovadora al respecto) y de la limitación que pudiera tener el concepto de “transición” a la democracia para referir a lo ocurrido entre 1982 y 1983 en tanto también puede entenderse que el concepto abarca periodos y campos más amplios; en todo caso, en este artículo su utilización está restringida a señalar que luego de la derrota en Malvinas la sociedad argentina entendió que comenzaba a desarrollarse un proceso de transición política, aun indeterminado en su inicio, entre regímenes diferentes y que tendrá distintas etapas hasta desembocar en el periodo electoral de octubre de 1983 (Melo, 1989: 31-60).

[2] Atlántida fue fundada en 1918 por el periodista Constancio Vigil, quien lanzó la revista Atlántida, que fuera la matriz de la editorial homónima. En la década del setenta algunas de las revistas insignia de la editorial fueron Gente y la actualidad (de interés general), Para Ti (femenina), El Gráfico (deportiva), Billiken (infantil) y Chacra (agro) (Carnevale, 1999; Bontempo, 2007).

[3] En el inicio de su gestión como ministro Martínez de Hoz propuso disminuir el rol del Estado en la economía y que el mercado recuperara su rol como asignador de recursos. En la práctica, su política económica otorgó un rol principal al sistema financiero y especulativo, perjudicó a los sectores del capital y trabajo vinculados al mercado interno, estimuló el endeudamiento externo público y privado y no redujo el déficit de las cuentas públicas. Su orientación económica generó tensiones dentro del gobierno militar, principalmente con aquellos sectores “estatistas” e “industrialistas” que se oponían al objetivo de reducir las capacidades económicas del Estado y del sector industrial (Borrelli, 2016).

[4] Institución ubicada en la Ciudad de Buenos Aires a las que las revistas se adscribían para validar sus datos de circulación.

[5] Ya el conflicto malvinense había sido observado con mucho recelo por la revista, preocupado por la deriva demagógica del gobierno militar, el déficit en las cuentas públicas que significaba una guerra de ese tipo y la incomodidad geopolítica de enfrentarse a dos potencias como el Reino Unido y los Estados Unidos (Borrelli y Gago, 2021b).

[6] En marzo de 1980 la quiebra de una serie de entidades financieras dejó al desnudo la fragilidad del sistema financiero que se había estructurado bajo la política económica de Martínez de Hoz, iniciando una crisis financiera que erosionará el capital político de la dictadura.

[7] La nota hacía un repaso de esa “decadencia” comentando un heterogéneo abanico de realidades: la escasa profesionalización de los egresados escolares, el déficit fiscal, la pauperización de la moneda nacional por la inflación, la lentitud para construir obras públicas o el fracaso del gobierno militar; es decir, un marco de decadencia generalizada.

[8] Desde su inicio el gobierno militar se vio atravesado por el faccionalismo entre e intra Fuerzas Armadas, que perjudicó su capital político y fue una de las principales razones de su fracaso político (Canelo, 2008; Novaro y Palermo, 2003).

[9] Se trató de las acciones criminales asociadas a las disputas internas de los militares o a denuncias de corrupción que los involucraban. Por ejemplo, en septiembre de 1982 tuvo amplia cobertura en la prensa nacional las declaraciones del exsecretario de Hacienda de Martínez de Hoz durante el periodo 1976-1981, Juan Alemann, que ponían bajo sospecha los gastos vinculados al Mundial de Fútbol de 1978 y demandaban que se investigara la desaparición –en julio de 1977– de quien en ese momento era el embajador argentino ante Venezuela, Héctor Hidalgo Solá, y el asesinato en 1978 de la diplomática Elena Homberg. Esos casos apuntaban al exalmirante Eduardo Massera, jefe de la Marina e integrante entre 1976 y 1978 de la Junta Militar gobernante, quien además manejó en las sombras la represión en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros de detención clandestino de la época. Somos, que era afín ideológicamente al liberalismo conservador de Alemann, les dio un fuerte aval editorial a las declaraciones del exfuncionario (Areas, 1-10-1982, pp. 8-13). Igual visibilidad tuvo en octubre de 1982 el asesinato con tintes mafiosos de Marcelo Dupont, hermano del exdiplomático Gregorio Dupont, quien había realizado declaraciones incriminatorias sobre Massera en relación al asesinato de Holmberg (se sospechaba que el asesinato de su hermano se debía a sus declaraciones) (Duarte, 15-10-1982, pp. 6-12). También Somos informó sobre las denuncias de Patricio Kelly, un exmilitante nacionalista que devino en un personaje público por sus denuncias contra la Logia italiana P-2, Massera, la organización paramilitar de ultra derecha Triple A (que actuó entre 1973-1975) y el sindicalista peronista Lorenzo Miguel. Cuando Massera fue preso por la Justicia en junio de 1983 por otro caso que lo involucraba –la desaparición del empresario Fernando Branca (Areas, y Fernández Taboada, 24-6-1983, pp. 6-13)-, Somos saludó efusivamente su encarcelamiento porque, en sus palabras, comenzaba a vivirse un “clima republicano” y se entreveía cierto grado de “igualdad en la aplicación de la ley” (Somos, 24-6-1983, p. 3).

[10] Se conocía con ese término a un sector del Ejército argentino con responsabilidades directas en la represión ilegal y que, en términos políticos, proponían una dictadura de largo plazo que no negociara con sectores civiles un eventual retorno a la institucionalidad republicana.

[11] El 11 de noviembre de 1982 la Junta Militar anunció las Pautas para la Concertación Económica, Política y Social, intento que fue rechazado de plano por los partidos políticos en tanto imposición unilateral de un gobierno absolutamente desprestigiado (Quiroga, 2004: 330). El rechazo no significó la ruptura del diálogo político, pero determinó que la transición fuera no pactada, principalmente porque no había acuerdo sobre qué “solución” ofrecer ante las secuelas de la represión y porque los dirigentes políticos entendían que eran los militares los que debían ofrecerla antes que empiece el tiempo democrático.

[12] En su edición del 5 de noviembre de 1982 llegaba a preguntarse en tapa “¿Llegamos a las elecciones?” (Figura 1), y ponía en primer plano una serie de recortes de diarios donde se vislumbraban titulares referidos a temas críticos del momento (“Malvinas”, “Denuncias casos … cementerios”, “inflación”, “Dupont”, “¿Quién desestabiliza”?). En la edición del 24 de diciembre de ese año también se preguntaba “¿Quién echa leña al fuego” ?, luego que la multitudinaria marcha del 16 de diciembre convocada por los partidos políticos tradicionales reunidos en la Multipartidaria terminara con incidentes y un manifestante fallecido en confusas circunstancias (Figura 2) (similar preocupación se halla en febrero de 1983, en su tapa dominada por la pregunta “¿Quién desestabiliza?” –Figura 3-).

[13] Ambos diarios tradicionales, nacidos hacia 1870, eran exponentes del liberalismo conservador, defendían la libertad de mercado y la reducción del peso del Estado en la economía, algo que estaba en sintonía con el discurso liberal de Martínez de Hoz pero que entró en colisión con su práctica económica, que no redujo el peso del Estado ni el déficit de las cuentas públicas.

[14] Cuando fue reemplazado por Jorge Whebe

[15] Uno de los ejes de estas medidas fue la licuación de deudas de los privados, primero al situar las tasas de interés muy por debajo de la inflación, lo que permitió licuar deudas de particulares y empresas, y luego porque se proveyó de un seguro de cambio a las empresas endeudadas en el exterior que, al no ser ajustado por la devaluación, trasladó esa carga al Estado, en lo que sería luego un gravoso peso para las arcas públicas de la democracia (Novaro y Palermo, 2003: 527-528).

[16] Como es conocido, la dictadura implementó un sistema represivo clandestino basado en el secuestro, la tortura y la posterior desaparición forzada de opositores políticos, miembros de organizaciones político-armadas, dirigentes gremiales y trabajadores que dejó millares de desaparecidos.

[17] Uno de esos decretos, el 2772 firmado el 8 de octubre de 1975 por el presidente provisional Italo Luder –ya que la presidenta Isabel Perón se encontraba de licencia–, ordenaba que las Fuerzas Armadas debían “aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”. Finalizada la dictadura los jefes militares intentaron justificar su accionar represivo en base a esta orden de un gobierno elegido democráticamente.

[18] E, inclusive, afirmaba que debían ser “investigados y sancionados” los integrantes de las fuerzas de seguridad que hubiesen violado la ley –aunque partía de entender esos hechos como eventuales “desviaciones” del accionar de las fuerzas–. En este ámbito aseguraba que, aunque las Fuerzas Armadas habían fracasado en su plan “restaurador”, debían retirarse del poder cuidando su “prestigio moral” (Somos, 18-2-1983, p. 3).

[19] En relación a la revivificación de la “cuestión subversiva”, cabe señalar que entre mayo y junio de 1983 se vivió un verdadero clima político “enrarecido” por acontecimientos políticos violentos, aunque totalmente alejados de lo que había sido el periodo más álgido de la represión, entre 1976 y 1978. A inicios de mayo fue asesinado por las fuerzas de seguridad el líder de Montoneros (organización política armada de la izquierda peronista) Raul Yager en Córdoba y la dictadura aprovechó para montar un escenario de “acción psicológica” al denunciar un supuesto “plan subversivo” que se le habría encontrado entre sus pertenencias y que involucraba a un sector del peronismo (Ferrari, 2013: 130; Franco, 2018: 272-274; Franco, 2023: 88). Días después aparecieron los cuerpos asesinados de los militantes peronistas Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi, una acción ilegal de las fuerzas de seguridad que fue presentada como un “enfrentamiento” y venía a abonar la teoría del “rebrote subversivo”. Desde su tapa Somos profundizó este clima al titular “Vuelve el terror”, con una foto del funeral de Cambiasso donde se observaban personas cargando el ataúd con una mano y la otra haciendo el clásico gesto peronista de los dedos en V (Somos, 27-5-1983, p. 1). Desde su editorial fue más moderada y, a tono con los tiempos que corrían, advirtió que no había que repetir los “mismos errores” y enfrentar tanto al “terrorismo” como a su “correlato criollo, la represión ilegal” (Somos, 27-5-1983, p. 3). Cuando poco tiempo después la Justicia avanzó en su investigación contra los policías involucrados y los encarceló saludó el hecho porque suponía que todos eran “iguales” ante la ley (Somos, 24-6-1983, p. 3), una interpretación similar a la brindada cuando Massera fue encarcelado y que daba cuenta del cambio en el humor social ante estos temas.

[20] En el radicalismo Raúl Alfonsín, con una prédica democrática, anticorporativista y de respeto a los derechos humanos, construyó una imagen combativa que se adaptó al clima antidictatorial y forjó un nuevo liderazgo que captó a un amplio espectro de la opinión pública. Con su carisma y su capacidad para tejer alianzas con otros sectores internos de su partido logró ser ungido como candidato presidencial hacia fines de julio de 1983. Para el caso Justicialista, véase más adelante.

[21] En efecto, si bien habrá representantes de esta orientación en las elecciones, no pudieron unificar un candidato único y su peso electoral fue finalmente insignificante (Ferrari, 2013: 177 y 271).

[22] En relación a la cuestión interna del peronismo, la revista también fue muy crítica del rol de la expresidenta Isabel Perón, quien desde su residencia en España no daba señales claras sobre qué rol tendría en la definición de candidaturas. Somos criticó que los dirigentes peronistas siguieran atentos a su palabra –respetando ese cariz personalista y decisionista tradicional del peronismo–, y que no se animarán a explicitar su autonomía con respecto a su figura (aunque, cabe recordar, la mayoría de los dirigentes peronistas prefería que Isabel tuviera un rol pasivo y no interviniera en la política interna del movimiento) (Somos, 10-6-1983, p. 3; Somos, 29-7-1983, p. 3).

[23] Luder, ex senador nacional y presidente provisional durante un corto tiempo en 1975, tenía un perfil moderado, no respondía a ninguna corriente interna del peronismo y buscaba mostrarse equidistante de las diversas facciones. Bittel, exgobernador de la provincia del Chaco depuesto por el golpe de 1976, estaba a cargo de la estructura partidaria justicialista como vicepresidente primero.

[24] Héctor Cámpora, hombre de confianza de Perón, había sido elegido candidato presidencial por el peronismo para las elecciones del 11 de marzo de 1973 ante la imposibilidad legal de Perón de presentarse que había sido pergeñada por el gobierno militar en el poder desde 1966.

[25] Téngase en cuenta que para el lector de Somos el sindicalismo peronista era un actor político muy desprestigiado. Y en 1983 el propio Alfonsín había abonado ese desprestigio al denunciar, con gran repercusión, un pacto “militar-sindical” que de concretarse iba a garantizar la gobernabilidad de un eventual gobierno justicialista al asegurar la impunidad castrense por los crímenes cometidos durante la dictadura.

[26] El diagnóstico del diario estadounidense, que Somos validaba, era lapidario sobre los militares: una guerra perdida, una economía “en ruinas”, “7.000 muertes y desapariciones durante la guerra sucia”, la caída del salario real, una inflación récord, 40 mil millones de deuda externa y huelgas (Somos, 7-10-1983, p. 3).

[27] En 1983 se verificó un inédito proceso de reafiliación partidaria, por el cual hacia abril el 31% de los ciudadanos habilitados para votar se habían afiliado a alguna agrupación política (siendo ese porcentaje históricamente de un 10%) (Melo, 1989: 42). Debido a que en este proceso se registraron más afiliaciones en el justicialismo que en el radicalismo –el primero alcanzó 3.005.355 y el segundo 1.410.123 de afiliaciones (Ferrari 2013: 47)-, se reforzó la idea que habría una segura victoria electoral del peronismo en octubre (junto al hecho histórico que el peronismo nunca había sido vencido en elecciones libres a nivel nacional).