Recibido: 13-02-2019
Aceptado: 03-09-2020
Publicado: 17-12-2020
https://dx.doi.org/10.12795/PH.2020.v34.i02.06
Resumen
El presente documento tiene como objeto el estudio de la oda “A Roosevelt” (1904) de Rubén Darío a través de la aplicación de una metodología de análisis revisionista basada en una lectura detallada del texto que permita elucidar la presencia y transcendencia de los distintos discursos raciales y socioculturales que constituyen la base ideológica del mismo. Tras una breve introducción al contexto histórico, político y cultural en que el poema fue producido, el documento examina detalladamente los rasgos constitutivos que el poeta adscribe a las comunidades estadounidense e hispanoamericana en su intento de establecer a ambos pueblos dentro de una relación de complementación u oposición binaria. En última instancia, el análisis realizado demuestra cómo la imagen de EE. UU. e Hispanoamérica que Darío delinea a lo largo del texto se articula en base a los discursos panlatinistas y antiamericanistas que proliferaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX como respuesta a las tentativas expansionistas del gobierno norteamericano, abogando por la unión de los pueblos de Centro y Sudamérica frente a su enemigo común.
Palabras clave: Darío, Roosevelt, panlatinismo, antiamericanismo.
Abstract
The present study aims to examine Rubén Darío’s Ode “A Roosevelt” (1904) by means of the application of a revisionist methodology of analysis based upon a close-reading of the text that may elucidate the presence and transcendence of the distinct racial and sociocultural discourses that stand as its main ideological basis. After a brief introduction to the historical, political and cultural context in which the poem was produced, the paper examines in detail the defining identity markers the poet ascribes to the North American and Hispano-American communities in his attempt to establish both peoples in a relationship of binary opposition or, rather, complementation. Ultimately, the analysis evinces how the image of the U.S.A. and of Hispanic America Darío outlines throughout the text is articulated upon the pan-Latinist and anti-Americanist discourses that proliferated between the late nineteenth and early twentieth centuries as a response to the expansionist tentatives of the North American government, advocating for the union of the Central and South American peoples against their common enemy.
Keywords: Darío, Roosevelt, pan-Latinism, anti-Americanism.
El proceso por el que los seres humanos configuran su identidad, tanto a nivel individual como a nivel comunal, depende intrínsecamente de un ejercicio arbitrario de selección, aceptación y rechazo de una serie de características y atributos de diversa índole (tales como patrones de conducta, rasgos físicos o normas que rijan las relaciones interpersonales) que sirven de base para el establecimiento de una oposición binaria entre lo normativo, natural o propio y lo no normativo, antinatural o ajeno. En efecto, tal y como Lajos Brons (2015) sugiere, a la hora de elaborar una identidad, la aceptación de una serie de rasgos considerados como constitutivos del “yo” o endogrupo es tan importante como el rechazo de aquellas características asociadas al “otro” o exogrupo[1]. Así pues, la configuración de una identidad implica la elaboración simultánea de una alteridad, frecuentemente percibida como una influencia potencialmente perniciosa que amenaza el bienestar y la seguridad del endogrupo.
Es en estos términos como deben interpretarse los distintos discursos socioculturales, religiosos, políticos e incluso económicos que, influenciados por las propuestas de la teoría evolutiva de Charles Darwin y del darwinismo social, empezaron a formularse a partir de mediados del siglo XIX con el objetivo de establecer los rasgos identitarios definitorios, distintivos o constitutivos de las diferentes razas europeas. Como Lily Litvak (1980) señala, una gran parte de estos discursos, marcadamente esencialistas y chauvinistas, se centraron en articular y proyectar a las razas latina y germana o anglosajona como dos pueblos inherentemente irreconciliables, opuestos entre sí y en conflicto por la supremacía del uno sobre el otro: “En su mayor parte, esas teorías racistas buscaban justificar el hecho, absolutamente evidente, del paso del poderío científico, industrial, económico e intelectual de los países del sur a los del norte de Europa” (13). La derrota francesa de 1870 ante Prusia, la derrota italiana de Adua de 1896 o la derrota española de 1898 ante EE. UU. se percibieron, por ejemplo, como claras pruebas de la debilidad e inferioridad de la raza latina frente a las cada vez más poderosas razas germánica y anglosajona. En este contexto, múltiples intelectuales, en calidad de representantes del pueblo latino, comenzaron a formular un conjunto de discursos literarios, filosóficos y antropológicos basados en una compleja dialéctica sociocultural que, apelando a una herencia histórica, cultural y lingüística compartida, defendía no sólo la superioridad moral, cultural e intelectual de la raza latina sino también la necesaria unión de todos los pueblos que la conformaban—el panlatinismo[2].
En el caso del continente americano, la polémica entre las razas latina y anglosajona, representadas por Hispanoamérica y los EE. UU., alcanzó un punto álgido de tensión a finales del siglo XIX y principios del siglo XX debido al temor a una posible invasión que las políticas imperialistas adoptadas por el gobierno estadounidense generaron en el pueblo latino. Carlos Alberto Jáuregui (2008) comenta cómo, “[a]unque la definición esencialista y binaria de la identidad (en términos Norte/Sur, materia/espíritu, civilización/barbarie) data de los años 1850, es en la crisis de fin de siglo que varios intelectuales de manera coincidente y general promueven una América Latina opuesta a la América sajona” (328). Las pretensiones expansionistas de los EE. UU., justificadas por la doctrina del “Destino Manifiesto”, se vieron claramente reflejadas en las intervenciones militares que el gobierno estadounidense llevó a cabo en suelo americano y que resultaron, por ejemplo, en la expansión de sus fronteras sobre parte de territorio originalmente mexicano (1846-1848), en la derrota española en la guerra hispano-(cubana)-norteamericana de 1898, o, quizá más relevante para el presente estudio, en la secesión de Panamá y Colombia (1903). El temor a ser dominado, invadido y, en última instancia, devorado por los EE. UU. llevó a gran parte de los intelectuales y literatos hispanoamericanos a buscar algún mecanismo de defensa ante la creciente amenaza: “La derrota española había contribuido a poner en evidencia el peligro que corrían unos países de tradición, cultura y origen comunes frente a los EE. UU., el coloso anglosajón del norte que amenazaba absorberlos en una política imperialista” (Litvak 1980: 75). Así, el panlatinismo comenzó a postularse como una medida de protección que, basándose en los lazos culturales, lingüísticos e históricos que vinculaban a los pueblos latinos, abogaba por la unión, solidaridad y cooperación de las naciones de Hispanoamérica en aras de defender sus intereses y bienestar de las pretensiones invasoras del gigante norteamericano[3].
Teniendo en cuenta el clima de tensión que imperaba en América a comienzos del pasado siglo, no es de extrañar que la intervención militar estadounidense en territorio colombiano se percibiera con temor y recelo como una clara evidencia del peligro que los EE. UU. suponían para la integridad e intereses de Hispanoamérica. Tras el fracaso de las negociaciones con el gobierno de Colombia orientadas a concretar la construcción de un canal interoceánico en el istmo de Panamá, Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presidente de los EE. UU. (1901-1909), procedió a enviar una flota de guerra a las costas panameñas en noviembre de 1903, incitando a los sectores secesionistas a la rebelión. Como Eduardo Chirinos (2010) relata, “[e]l alzamiento tuvo lugar el 2 de noviembre; al día siguiente, los marines desembarcaron e impidieron que el ejército colombiano sofocara la revuelta. A los tres días Estados Unidos reconoció al nuevo país, a los quince los trabajos del canal pudieron reanudarse sin ningún obstáculo” (60). Escudándose en la “Doctrina Monroe” (como ya hiciera en el caso de la guerra de Cuba), el gobierno estadounidense pareció demostrar una vez más su disposición a ejercer una agresiva política exterior que perjudicara la estabilidad y bienestar general de las naciones hispanoamericanas si, a cambio, sus objetivos e intereses políticos y económicos se veían satisfechos. Esa política exterior hostil adquirió tintes marcadamente imperialistas en la frase que el presidente Roosevelt pronunció el 3 de noviembre de 1903 a propósito de la intervención de EE. UU. en Panamá: “I took Panama”, es decir, “Yo tomé Panamá” (cit. en Arellano 2011: 118). Como cabría esperarse, las implicaciones socioeconómicas y políticas que estas palabras tuvieron dentro de la ya tensa coyuntura sociocultural de principios de siglo provocaron una oleada de respuestas al nuevo desafío del gobierno estadounidense—entre otras, la oda “A Roosevelt” de Rubén Darío.
Publicada por primera vez por Juan Ramón Jiménez en febrero de 1904 en Helios, la oda fue incluida en el poemario que Darío lanzaría un año después, Cantos de vida y esperanza (1905), en cuyo prefacio el autor justificaba la presencia de versos de naturaleza política en su obra como sigue: “Si en estos cantos hay política, es porque parece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podemos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter” (334). Tal y como el poeta sugiere en estas líneas, la oda “A Roosevelt” se plantea como una “protesta” en la que el autor busca denunciar el peligro que las políticas imperialistas de los EE. UU. suponían para la totalidad de Hispanoamérica, evidenciado en la toma de Panamá referida en el párrafo anterior[4]. A continuación, se procederá a realizar un análisis detallado del poema, procurando elucidar cómo la representación que Darío realiza de las comunidades hispanoamericana y estadounidense participa de forma directa de los discursos chauvinistas y esencialistas que comenzaron a proliferar en esta época como forma de establecer un nexo de unión entre los pueblos latinos y, así, fomentar su cooperación frente al enemigo del norte.
Quizá sería conveniente comenzar el presente análisis explorando los términos que el poeta emplea para referirse a Theodore Roosevelt, el representante del “coloso del Norte”, a quien Darío se dirige a lo largo del poema en un intento de establecer un diálogo que, como Chirinos (2010) señala, “se sabe frustrado de antemano” (63). Darío asume el rol de interventor entre los intereses de Hispanoamérica y los EE. UU., presentándose como una figura abierta al diálogo y conocedora del código ético y lingüístico o literario de su destinatario: “¡Es con voz de Biblia, o verso de Walt Whitman, / Que habría de llegar a ti, Cazador!” (v. 1-2). Sin embargo, incluso aunque el poeta posee las herramientas necesarias para entablar la comunicación con su enemigo y, de esta forma, facilitar la comprensión y relación entre sus culturas, los calificativos empleados para describir a Roosevelt y las aseveraciones que el poeta realiza sugieren que el presidente estadounidense no se halla receptivo a diálogo alguno sino que, por el contrario, se mantiene firme en sus pretensiones bélicas e invasoras. El poeta presenta a Roosevelt en los primeros versos del poema no sólo como el presidente sino como la personificación misma de la idiosincrasia, valores y cosmovisión propias de los EE. UU. No es sin duda casualidad que, a través de un interesante paralelismo, Theodore Roosevelt (ergo, los EE. UU. en sí mismos) sea descrito en términos de un conquistador o invasor que busca el dominio absoluto sobre América latina: “Eres los Estados Unidos, / Eres el futuro invasor / De la América ingenua que tiene sangre indígena, / Que aún reza a Jesucristo y aún habla en español” (v. 5-8). En esencia, Roosevelt encarna, de acuerdo con las afirmaciones que el poeta plantea en el texto, la naturaleza violenta, hostil y codiciosa de los EE. UU., el insaciable o calibanesco apetito conquistador que Darío formula en la imagen del cazador en que se fundamenta la representación de Roosevelt[5].
En los primeros versos, el poeta ofrece al lector una descripción del presidente que sugiere su naturaleza inherentemente compleja y llena de contrastes: Roosevelt se presenta como un dirigente “[p]rimitivo y moderno, sencillo y complicado, / Con un algo de Washington y cuatro de Nemrod” (v. 3-4). Tal y como Darío comentaba en una colaboración a La Nación de 1904, el presidente estadounidense “junta, entre otras, dos condiciones que se creerían contrarias: el ser hombre de letras y el ser hombre de sports. Hace libros y caza osos y tigres” (cit. en Martínez 1998: 360). Así, como puede observarse en el pasaje citado, en los versos que abren “A Roosevelt” el poeta indica cómo el presidente de los EE. UU., doctorado en ciencias y prolífico escritor, tiene algo en él de la intelectualidad y erudición que caracterizaban a su predecesor, George Washington (1732-1799), presidente y comandante del ejército a la par que representante de los principios y valores defendidos por la Ilustración estadounidense. No obstante, no es la erudición el rasgo que prima en Roosevelt, sino la tiranía, arrogancia y ambición de poder que Nemrod, el rey cazador bíblico, representa[6]. Según avanza el texto, la imagen del presidente estadounidense se ve constantemente articulada en términos de su similitud con otras entidades históricas y bíblicas que funcionan como claros epitomas de la figura del cazador, invasor y/o conquistador. De acuerdo con el poeta, Roosevelt no es más que un mandatario comparable a Alejandro Magno (356 a. C.-323 a. C.), rey de Macedonia y célebre conquistador, o a Nabucodonosor II (630 a. C.-562 a. C.), rey de Babilonia principalmente conocido[7] por la conquista de Jerusalén y por el largo periodo de cautiverio al que posteriormente sometió a sus habitantes. En otras palabras, el presidente de los EE. UU. se describe como un “gobernante guerrero” cuya disposición a la violencia y cuyas ansias de conquista le alejan del pacifismo que figuras como León Tolstoy (1828-1910), autor de Guerra y paz (1869), personifican[8]: “[T]e opones a Tolstoy. / Y domando caballos o asesinando tigres, / Eres un Alejandro-Nabucodonosor” (v. 10-12). En efecto, tal y como el poeta afirma, Roosevelt asocia el progreso con la destrucción, el desarrollo con la guerra y el futuro con la conquista (“Crees que la vida es incendio / Que el progreso es erupción; / Que en donde pones la bala / Pones el porvenir,” v. 15-18), siendo, pues, el máximo exponente de una “raza” (v. 9) pronta a batallar, dominar y destruir.
En este punto del poema, el autor pasa a dirigirse no a Roosevelt sino a los EE. UU. en su totalidad, refiriéndose al potencial invasor de su pueblo como a un exogrupo beligerante y poderoso en extremo. De acuerdo con Darío, el pueblo norteamericano es un temible y colosal enemigo cuyo mero estremecimiento se percibe como “un hondo temblor / Que pasa por las vértebras enormes de los Andes” (v. 21-22). Apelando a la frase que Víctor Hugo empleara para criticar al presidente estadounidense Ulysses S. Grant, “[l]as estrellas son vuestras” (v. 24), Darío establece una clara conexión temática e ideológica entre su poema y el texto del literato francés[9]. Ambos documentos, producidos por dos autores representantes de la raza latina, se articulan como un ejercicio de crítica y rechazo de las políticas imperialistas y expansionistas de los EE. UU. que, como Arellano (2011) explica, se ven reflejadas a nivel icónico en el incremento gradual de las estrellas que conforman la bandera de la nación: “Simbólicamente, ‘las estrellas son vuestras’ se refería tanto al poder de los Estados Unidos (dueños del cielo y de la tierra) como al aumento de las estrellas (una por cada estado), estampada en su bandera” (121). En esta sección del poema, el autor recurre al empleo de un interesante imaginario cósmico o estelar y opone las brillantes estrellas estadounidenses a las todavía jóvenes estrellas de Argentina y Chile: “Apenas brilla, alzándose, el argentino sol / Y la estrella chilena se levanta” (v. 25-26). Las Repúblicas de Argentina y Chile aquí aludidas eran, en el momento en que Darío escribió el texto, dos naciones prósperas y en vías de desarrollo con las que Darío contaba para “integrar con Brasil, a corto plazo, un muro de contención [latino] frente a los Estados Unidos” (Arellano 2011: 121). Sin embargo, tal y como Henkel (2010) sugiere, a pesar de su sorprendentemente rápido crecimiento y desarrollo económico, ambas naciones se hallaban aún muy por debajo del poder del “coloso del Norte” a principios de siglo: “A diferencia de los EE. UU., las estrellas de Hispanoamérica todavía ‘apenas brillan’, aún están alzándose porque los estados todavía están por desarrollar. Por consiguiente, los EE. UU. están con ventaja” (8). Así, aprovechándose de la aparente carencia de competencia y deseoso a subyugar a la América latina, el pueblo estadounidense se halla, según Darío, presto a seguir “el camino de la fácil conquista” (v. 28) que la antorcha de la Estatua de la Libertad, paradójicamente, alumbra—una conquista facilitada en última instancia por la verdadera fuente de poder de los EE. UU.: sus riquezas materiales.
En varios puntos de la primera parte del poema, Darío sugiere que, a pesar de ser una nación mayoritariamente protestante y, por ende, cristiana, las acciones llevadas a cabo por el pueblo norteamericano indican que, frente a Hispanoamérica (“[q]ue aún reza a Jesucristo”, v. 8), en los EE. UU. impera ahora un nuevo culto a la fuerza, al progreso y, en especial, a la riqueza: “Sois ricos, / Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón” (v. 26-27). La referencia a Hércules, el célebre semidiós griego caracterizado por su fuerza sobrehumana, se emplea para destacar, nuevamente, el carácter violento y belicoso del “coloso del Norte” que, consciente de su superioridad militar e industrial, no duda en adoptar cualquier medida que considere oportuna para satisfacer sus intereses políticos y económicos (e.g. la toma de Panamá de 1903). Por su parte, la relevancia de la alusión a la figura de Mammón exige una explicación más detallada. Como varios críticos han señalado (Martínez 1998: 361; Henkel 2010: 8; Arellano 2011: 121), Mammón es el dios fenicio de la minería, los metales preciosos y la riqueza material, un personaje al que la Biblia se refiere como la personificación del dinero: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mateo 6:24). En otras palabras, al afirmar que los EE. UU. rinden culto no a Dios sino a esta abstracción personificada, Darío sugiere que el pueblo norteamericano no cree en el dios cristiano. Ergo, la comunidad estadounidense se presenta como un pueblo no laxo sino amoral, dominado por la avaricia y la devoción a un ídolo pagano o anticristiano, viz. el todopoderoso dollar[10]. Así, Darío rechaza con un rotundo “No” (v. 19) la forma en que los EE. UU. entienden el progreso no como un proyecto pacífico de desarrollo espiritual sino como un deseo egoísta de avance económico, material e industrial cuyo triunfo ha de ser garantizado por cualquier medio[11].
La primera parte de la oda constituye un claro ejercicio de configuración y homogeneización exogrupal por medio del cual el pueblo estadounidense en su totalidad se ve representado en términos de un “otro” cuya idiosincrasia político-económica, falta de compromiso ético y naturaleza beligerante lo señalan como una alteridad perniciosa que amenaza el bienestar e integridad de Hispanoamérica. No obstante, tal y como el mismo Darío comenta en Historia de mis libros (1916), “[e]n ‘A Roosevelt’ se preconizaba la solidaridad del alma hispanoamericana ante las posibles tentativas imperialistas de los hombres del norte” (cit. en Rovira 2004: 183). Siguiendo las propuestas de Lajos Brons (2015: 70), podría argumentarse que, si bien los primeros veintinueve versos se centran en la exploración y articulación de los rasgos constitutivos del exogrupo estadounidense, esos “hombres del norte” deseosos de subyugar a las repúblicas del sur, la segunda parte del poema se reserva para la elaboración de las características propias del endogrupo hispanoamericano. En efecto, como Henkel (2010) señala, “[d]urante la última parte del poema, el poeta sigue elaborando la definición de Hispanoamérica. La América que se opone a los EE. UU. tiene una ventaja: la doble herencia de lo indígena y de lo español” (8). Así pues, apelando a una herencia filosófica, cultural e histórica compartida, los veintidós versos restantes de la oda se postulan como un intento de articular una imagen totalizante y esencialista de Hispanoamérica como una comunidad plurinacional cuyos rasgos constitutivos, carácter y tradiciones los convierten en la contraparte virtuosa y civilizada del corrupto y barbárico pueblo norteamericano[12].
La transición a la segunda parte de la oda puede apreciarse en el cambio producido en la deixis personal. Si bien el poeta usa la segunda o tercera persona del plural (e.g. “Las estrellas son vuestras”, v. 24; “Cuando ellos se estremecen”, v. 21) al dirigirse a los EE. UU. y la segunda persona del singular (e.g. “Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza”, v. 9) al dirigirse a Roosevelt, Darío habla en esta segunda parte de la “América nuestra” (v. 30), la América latina con la que el autor se identifica por medio de la primera persona del plural[13]. Los veintiún versos que siguen delinean los contornos de esa América ingenua, cristiana e hispanoparlante (la contraparte de la América vil, mammónica y angloparlante) a través del empleo de un conjunto de recursos retóricos (viz. anáfora, paralelismo y polisíndeton) que, apoyándose en la aceleración gradual del ritmo del poema, buscan producir un efecto acumulativo en aras de enfatizar o enaltecer las virtudes y grandeza de Hispanoamérica[14]. Estas virtudes y grandeza, sugiere Darío, se remontan a la época precolombina, a los “viejos tiempos” (v. 31) o “remotos momentos” (v. 36) desde los que no sólo se ha podido disfrutar sino subsistir a base de la “luz”, el “fuego”, el “perfume” y el “amor” (v. 37) que el poeta identifica como elementos inherentemente vinculados al territorio latino y, por extensión, a sus habitantes. Hispanoamérica se ve representada como un lugar “fragante” (v. 39), que apela a todos los sentidos, que “tiembla de huracanes” (v. 43), que “sueña”, “ama” y “vibra” (v. 45), y que, siendo la “hija del Sol” (v. 45), se caracteriza por su calidez y se define, como Darío advierte a esos “[h]ombres de ojos sajones y alma bárbara” (v. 44), por ser una tierra viva por naturaleza: “Tened cuidado. ¡Vive la América española!” (v. 46). Frente al beligerante, materialista y calibanesco pueblo estadounidense, epitoma de la barbarie y el capitalismo más agresivo, el pueblo latino se articula como una comunidad pacífica y vitalista, en total sintonía con su ámbito sensorial y espiritual, existiendo, en última instancia, por y para amar[15].
No sólo el vitalismo o la sensualidad atribuidas al pueblo hispanoamericano actúan como una barrera sociocultural que separa las dos Américas. De la misma forma que la descripción de Roosevelt se formula en términos de la asociación entre el dirigente estadounidense y otras figuras bíblicas, mitológicas e históricas, Latinoamérica se ve definida a través de su relación con un conjunto de figuras y episodios pertenecientes nuevamente a la tradición grecolatina, pero también a la doble herencia cultural e histórica del pueblo hispanoamericano, viz. la tradición nativa o precolombina y la tradición hispana posterior a la conquista. Frente a los monarcas cazadores, conquistadores e invasores aludidos en la primera parte del poema, exponentes de crueldad y belicosidad, el poeta apela a ilustres dirigentes nativos de la época anterior a la conquista como “Netzahualcoyotl” (v. 31), rey de Texcoco a la par que poeta, filósofo y patrón de las artes, o “Guatemoc” (v. 41), último emperador azteca y símbolo de la resistencia indígena cuya célebre frase, “Yo no estoy en un lecho de rosas” (v. 42), a menudo interpretada como una apología de la lealtad patriótica, Darío cita[16]. La América prehispánica se presenta como una tierra gobernada no por dirigentes beligerantes y ansiosos de expandir sus dominios o riqueza (como sí era el caso de Nemrod, Alejandro Magno, Nabucodonosor II o Roosevelt) sino por sabios amantes de las artes y defensores de los intereses de su pueblo. Son estos rasgos que, como el poeta sugiere, aún se mantienen como parte intrínseca del pueblo hispanoamericano, cuyos orígenes, según Darío, pueden remontarse siglos atrás hasta una época de mitos y leyendas: “[La América] que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco / Que el alfabeto pánico aprendió; / Que consultó a los astros, que conoció la Atlántida / Cuyo nombre nos llega resonando en Platón” (v. 32-35). En primer lugar, como Martínez (1998: 361) aclara, Darío se remite a un relato mitológico de origen grecolatino según el cual Baco, tras conquistar la India, viajó a otros países (que, Darío asume, incluyeron la actual América latina) acompañado por el dios Pan, quien instruyó a los nativos en el arte de la escritura y el alfabeto. En otras palabras, a través de esta referencia mitológica Darío sugiere que el dominio de las letras, don divino otorgado por Pan, ha formado parte de la cultura de las naciones latinas desde mucho antes de la colonización, quizá desde una época tan remota como el periodo en el que aún existía la Atlántida—la isla o continente mítico que el filósofo griego Platón (427 a. C.-348 a. C.) describió en sus diálogos Timeo o Critias y con la que Hispanoamérica estuvo aparentemente en contacto. Mezcla de mito y realidad, la tradición indígena a la que Darío apela se presenta como una herencia vetusta y noble cuyos orígenes cuasi-divinos adscriben un temprano dominio de las letras y otras disciplinas intelectuales (viz. la astrología y la filosofía) al pueblo de Centro y Sudamérica, la futura Latinoamérica[17].
No obstante, además de la herencia indígena procedente del periodo anterior a la colonización, el poeta sugiere que la cultura de los habitantes de esta región se vio enriquecida o complementada tras la llegada de los españoles. La identidad intrínsecamente mestiza del pueblo al que Darío se dirige, pues, se ve representada no sólo por figuras nobles del periodo prehispánico como Netzahualcoyotl, Guatemoc, “Moctezuma” o el “Inca” (v. 38), sino también por figuras tan vinculadas a la hispanidad como “Cristobal Colón” (v. 39), primer nexo de unión entre la tradición española y la herencia nativa que determinan la idiosincrasia propia de la actual “América española” (v. 41, 46)[18]. Fruto de esta fusión cultural, los diferentes pueblos que conforman Hispanoamérica comparten un mismo sistema de comunicación, así como una religión común, el catolicismo (v. 8, 41) que, como Henkel (2010: 11) sugiere, se identifica como un elemento constitutivo de la identidad latina. Heredera de las culturas solares prehispánicas y de España, la comunidad hispanoamericana se configura como un pueblo constituido por diversas naciones cuya historia, lengua, religión y cultura comunes sirven como un vínculo hermanante que las homogeneiza bajo una misma identidad colectiva compartida: la latinidad. Hispanoamérica se articula como una tierra habitada por los descendientes de la tradición indígena y de la “madre patria” común a todos, España, representada en la imagen del “León Español” (v. 47), símbolo del valor y la fuerza, cuyos “mil cachorros sueltos” (v. 47) pueblan las repúblicas del sur. Así pues, apelando a la unión de esos pueblos hermanos, herederos de una noble, gloriosa y vetusta tradición híbrida, Darío vuelve a dirigirse en los últimos versos a Roosevelt y a los EE. UU., retratados como un animal cuyas “férreas garras” (v. 50) desean subyugar a Hispanoamérica—un deseo frustrado, ya que, como el poeta sugiere, pese a su poder colosal e insaciable apetito calibanesco, la mammónica y materialista América anglosajona se ve desprovista de la protección que Dios otorga al pueblo hispanoamericano: “Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!” (v. 51). Unidos bajo una identidad latina común y salvaguardados por la protección del dios cristiano, Hispanoamérica se postula no como una región inferior que deba temer al poder del pueblo estadounidense, sino como un territorio superior a nivel ideológico, moral y sociocultural.
El análisis realizado en el presente estudio sugiere cómo la representación de los EE. UU. e Hispanoamérica que Darío ofrece en su oda “A Roosevelt” tiene como objeto la configuración de ambas comunidades dentro de un sistema de homogeneización y adscripción identitaria que las supedita a una necesaria relación de complementación u oposición binaria. A pesar de articularse como una respuesta a las políticas imperialistas que llevaron a los EE. UU. de Theodore Roosevelt a incitar la secesión de Panamá y Colombia a finales de 1903, el poema simpatiza con un conjunto de discursos esencialistas y, en cierto modo, chauvinistas que se venían formulando desde mediados del siglo XIX y que trataban de definir los rasgos identitarios constitutivos de las razas latina y anglosajona. Los EE. UU. se proyectan como una nación caracterizada no sólo por su poder colosal, sino por su disposición a la batalla, la invasión y la conquista. La América anglosajona se postula como una comunidad falsamente cristiana, que rinde verdadero culto no a Dios sino a la fuerza bruta y a la riqueza. Materialista, consumista y despiadado, el pueblo norteamericano que Darío delinea en este texto se presenta como el máximo exponente de un capitalismo exacerbado, así como de una modernidad marcadamente agresiva, pragmática y, en última instancia, deshumanizada. En cambio, el pueblo hispanoamericano se define como una comunidad intrínsecamente pacífica, sensual y vitalista. Frente a la modernidad agresiva, el ansia consumista y la mentalidad excesivamente capitalista de sus vecinos del norte, Hispanoamérica se concibe como una tierra cuyo pasado y tradiciones aún perviven y cuyo encomiable código ético, idiosincrasia e ideales espirituales le otorgan la protección del Dios católico a quien aún rinden culto.
La oda “A Roosevelt” de Rubén Darío podría interpretarse, pues, como una manifestación literaria de los discursos antiamericanistas y panlatinistas que comenzaron a proliferar en Hispanoamérica a finales del siglo XIX y principios del siglo XX ante las cada vez más agresivas tentativas expansionistas del gobierno estadounidense[19]. Los EE. UU. de Theodore Roosevelt se ven configurados como un exogrupo beligerante y pernicioso para con el bienestar e integridad del pueblo hispanoamericano, es decir, como una alteridad poseída por un (cuasi)calibanesco apetito o deseo de subyugar a las repúblicas del sur en aras de satisfacer sus intereses económicos y políticos. En su intento de justificar la necesaria unidad de los pueblos de Centro y Sudamérica ante el enemigo común que sobre ellos se cierne, el poeta preconiza a Hispanoamérica como la contraparte virtuosa y civilizada de la corrupta y barbárica comunidad estadounidense, apelando a una doble herencia cultural que, según el texto, no sólo comparten sino que los hermana bajo una misma identidad sociocultural. Señalando a España como “madre patria” del pueblo latinoamericano y a su herencia indígena como eje histórico-cultural común, Darío asume el rol de interventor entre los intereses del pueblo hispanoamericano (con el que se identifica y cuyas virtudes canta) y los del pueblo estadounidense (cuyos defectos subraya). Así, Darío adopta la voz de la comunidad hispanoamericana a la que busca representar, rechaza con un rotundo “No” (v. 19) al agresivo imperialismo, capitalismo y calibanismo estadounidenses y, como cabría esperarse de la retórica panlatinista en que el texto se basa, asegura que la unión del pueblo latino servirá como un mecanismo de protección ante la amenaza que el gigante norteamericano encarna.
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2 Brons, L. (2015). Othering, an Analysis. Transience 6, 1, 69-90.
3 Chirinos, E. (2010). En busca del caligrama ideológico: una lectura del poema ‘A Roosevelt’ de Rubén Darío. Bulletin of Hispanic Studies 87, 1, 59-70. https://doi.org/10.3828/bhs.2009.14
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6 Litvak, L. (1980). Latinos y anglosajones: Orígenes de una polémica. Puvill.
7 Martínez, J. M. (1998). Introducción. En J. M. Martínez (Ed.), Azul…/Cantos de vida y esperanza. Cátedra, 11-89.
8 Rovira, J. C. (2004). Comentario. En J. C. Rovira (Ed.), Cantos de vida y esperanza. Alianza Editorial, 156-246.
9 Darío, R. [1904]. A Roosevelt. En Azul…/Cantos de vida y esperanza. Edición de José María Martínez. Cátedra, 1998.
10 — [1898]. El triunfo de Calibán. En (1998) Revista Iberoamericana 64, 184-185, 451-455. https://doi.org/10.5195/REVIBEROAMER.1998.6120
11 — [1905]. Prefacio. En Azul…/Cantos de vida y esperanza. Edición de José María Martínez. Cátedra, 1998.
[1] Brons (2015) analiza los mecanismos socioculturales involucrados en la configuración de la identidad y la alteridad en las sociedades humanas, estableciendo como punto de partida que el endogrupo y el exogrupo yacen por naturaleza en una necesaria relación de complementación u oposición binaria: “Othering is the simultaneous construction of the self or in-group and the other or out-group in mutual and unequal opposition through identification of some desirable characteristic that the self/in-group has and the other/out-group lacks and/or some undesirable characteristic that the other/out-group has and the self/in-group lacks” (70).
[2] Litvak (1980) menciona una selección de publicaciones periódicas y casas editoriales francesas, italianas, españolas e iberoamericanas fundadas en esta época principalmente con el objetivo de actuar como vehículos de transmisión de la propaganda panlatinista aquí aludida (e.g. La Revista Latina de París, La Voz del Siglo de Madrid o Renacimiento Latino de Santiago de Chile). Tal y como la autora indica: “Cargada de implicaciones políticas en su base antigermánicas y antianglosajonas, la idea se nutría también de la conciencia de un patrimonio común que salvaguardar: la latinidad. Las naciones latinas europeas e iberoamericanas poseían un mundo espiritual común que debía protegerse” (29). El panlatinismo buscó, pues, definir y defender los rasgos identitarios constitutivos del endogrupo latino en oposición al exogrupo germano o anglosajón.
[3] La oposición entre el pueblo hispanoamericano y el estadounidense se basó en la elaboración de una imagen del pueblo latino como una comunidad caracterizada por un conjunto de rasgos positivos tales como su encomiable código ético y moral o su herencia histórica vetusta, gloriosa y noble. Dichos rasgos sufrían una inevitable inversión anatrópica a la hora de configurar a la comunidad estadounidense. Jáuregui (2008) examina en detalle la representación que autores como José Enrique Rodó hicieron de los EE. UU. en obras como Ariel (1900), donde se ven retratados en términos de una bestia antropófaga o calibanesca, dominada por el deseo de subyugar a Hispanoamérica: “El Latinoamericanismo es por su germen ideológico y coyuntura histórica un discurso frente al imperialismo […] Latinoamérica es concebida como heredera de los valores trascendentes de la civilización occidental, en continuidad con Europa y enfrentada a la monstruosidad imperialista y cultural del Norte” (316). No obstante, la imagen totalizante que se ofrece de ambos pueblos, así como la oposición binaria que se establece entre los supuestos defectos y virtudes de cada comunidad es, más que una realidad, el resultado del proceso de configuración de la identidad-alteridad que Brons (2015) explora.
[4] No obstante, como Martínez (1998) advierte en la introducción de su edición de Cantos de vida y esperanza, la oda “A Roosevelt” no es el mero producto de un arrebato anti-estadounidense puntual, motivado únicamente por la toma de Panamá. El poema no es sino otra manifestación más de un largo proceso de aprehensión, reflexión y elaboración sobre la amenaza que EE. UU. suponía para Hispanoamérica que el autor ya había verbalizado en textos anteriores como “Por el lado del Norte” (1892) o “El triunfo de Calibán” (1898):
“El poema dedicado a Roosevelt no conviene ser leído como el producto de un puntual desahogo anti-estadounidense, ocasionado por la toma de Panamá a finales de 1903; también puede entenderse como el resultado de una decepción política de Darío en un asunto que atrajo su atención en los primeros años del siglo y sobre el cual no mantuvo una postura muy definida pero tampoco completamente imparcial o desinteresada” (64).
Para una discusión más detallada sobre el interés que la cuestión de Panamá despertó en Darío años antes de la secesión, véase la “Introducción” a Azul…/Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, edición de José María Martínez (1998), Madrid: Cátedra, pp. 63-65.
[5] Darío, que conocía en detalle la biografía de Theodore Roosevelt (Martínez 1998: 360), plantea un interesante diálogo entre el plano literal y el metafórico en el uso de la imagen del cazador que realiza en este poema. El presidente Roosevelt era conocido, entre otras cosas, por su declarada afición a la cacería (Arellano 2011: 128), dato en el que el poeta se basa para establecer un claro paralelismo entre el pasatiempo del presidente y las políticas imperialistas y expansionistas por las que su mandato se caracterizó—ambos basados en la (cuasi)lúdica persecución y conquista de aquellos que veía como sus inferiores y vulnerables presas.
[6] Como Henkel (2010: 6) explica, Nemrod, bisnieto de Noé, primer gran rey tras el Diluvio Universal y “bravo cazador delante de Yahvé” (Génesis 10:9), ha sido tradicionalmente vinculado a episodios bíblicos de desmesura como la construcción de la Torre de Babel. El hecho de que Roosevelt posea “cuatro de Nimrod” frente a “un algo de Washington” indica que, más que ser un líder intelectual, el presidente estadounidense participa de la hibris (moral, política y religiosa) asociada con su equivalente bíblico.
[7] Chirinos (2011) hace referencia a un episodio bíblico en el que el rey Nabucodonosor requiere de la asistencia del profeta Daniel para interpretar sus sueños—un relato en el que se plantea, de acuerdo con el crítico, “la disposición comunicativa de un hablante [Daniel] que se sabe poseedor de los códigos que su interlocutor [Nabucodonosor] ignora” (66). Podría interpretarse que la referencia al rey de Babilonia no es casual, sino que responde al intento de Darío de enfatizar su disposición comunicativa y su conocimiento de los códigos que le permitirían dialogar con su enemigo, pero también la indiferencia o desinterés de este último. Por su parte, Henkel (2010) interpreta la apelación al rey Nabucodonosor como un intento de presentar al presidente como una figura guerrera y conquistadora, pero también enajenada, partiendo de la premisa de que los sueños de Nabucodonosor le predicen, entre otros, su futura caída en la demencia: “Teodoro Roosevelt por lo tanto une en sí mismo los más peligrosos aspectos del poder: lo beligerante, un empeño expansionista y la locura” (7).
[8] Como José Carlos Rovira (2004) explica en su análisis del poema, “[e]l novelista ruso León Tolstoy (1828-1910) es referencia aquí de la imagen que en Guerra y paz construyó de sus ansias de vida pacífica en la narración de la sociedad rusa y su tragedia cuando la invasión napoleónica” (185).
[9] De acuerdo con Rovira (2004: 185) y Henkel (2010: 8), Darío alude al reproche que Victor Hugo realizó contra el dirigente estadounidense en “Le message de Grant”, incluido en L’année terrible (1872). En este texto, Hugo criticó con severidad a Grant por su marcado filogermanismo durante la guerra franco-prusiana de 1870. No obstante, Arellano (2011: 121) sugiere que la frase original podría proceder de los artículos que Hugo envió a prensa en 1877 a propósito de la visita del presidente estadounidense a París. Sea como fuere, el autor se refiere a las palabras del literato francés en un nuevo intento de denunciar la amenaza que los EE. UU. personificaban.
[10] En varios escritos anteriores, Darío ya había verbalizado su postura con respecto a la hipocresía ética, moral y religiosa de los EE. UU., señalando cómo las acciones que el pueblo estadounidense llevaba a cabo para con las naciones vecinas suponían un claro incumplimiento de la doctrina moral propuesta por la fe cristiana, erróneamente justificado en nombre del progreso. En “El triunfo de Calibán” (1898), Darío expone lo siguiente: “Tienen templos para todos los dioses y no creen en ninguno; sus grandes hombres como no ser Edison, se llaman Lynch, Monroe, y ese Grant cuya figura podéis encontrar en Hugo, en El año terrible” (452).
[11] En efecto, como Henkel (2010) comenta, en estas líneas el poeta rechaza la forma en que los EE. UU., máximos exponentes del capitalismo, entendían el progreso como un desarrollo meramente económico:
“Darío descubre aquí el malentendido de la palabra ‘progreso’, arraigado en el habla estadounidense: Por un lado, mediante una crítica de los ideales capitalistas aspirando a crecimiento eterno y fuerte, pero quizás destructivo, por otro, criticando el entendimiento de que el llamado ‘porvenir’ se puede conseguir con violencia y al mismo tiempo la naturalidad de los EE. UU. de entenderlo como su ‘manifest destiny’ a traer la libertad al mundo” (7).
[12] Chirinos (2010) indica cómo los valores, tradición e ideales a los que Darío apela en esta segunda parte “sólo podían sobrevivir en la resentida nostalgia de una grandeza perdida para siempre. En este sentido, el poema cumple con suavizar la herida narcisista apelando a una vasta tradición histórica, filosófica y bíblica de la que se supone están excluidos los Estados Unidos” (60). Como todo discurso esencialista y totalizante basado en la supuesta dicotomía existente entre dos grupos irreconciliables entre sí, la segunda parte del poema recurre a una marcada retórica utópica en aras de engrandecer las virtudes del grupo con el que el autor se identifica.
[13] Arellano (2011: 121) conecta la expresión que Darío emplea aquí con el ensayo que José Martí publicara en 1891, Nuestra América, cuyo mensaje antiamericanista y panlatinista coincide con los pronunciamientos que Darío formula en su oda. Como Henkel (2010) sugiere, la influencia de Martí en la poesía de Darío y, más concretamente, en el presente texto, es clara: “José Martí [fue] uno de los primeros que profetizaron la amenaza de los Estados Unidos a causa de su creciente fuerza interna para los estados desunidos de Latinoamérica” (4).
[14] Henkel (2010) comenta cómo la complejidad retórica de la segunda parte del texto busca proyectar a la comunidad latina como un grupo superior moral, ideológica y estilísticamente:
“Por la concentración de recursos retóricos en la última estrofa, el estilo parece más elevado que en las estrofas anteriores. Ya observamos que en la primera parte […] se caracteriza principalmente a los EE. UU., mientras que en la última estrofa se describe a Hispanoamérica. Se ve, pues, que el estilo mismo indica la superioridad ideológica de Hispanoamérica” (10).
[15] Al analizar el énfasis que Darío pone sobre la vitalidad y sensualidad aparentemente características del pueblo hispanoamericano, Henkel (2010) expone lo siguiente: “Mientras que los hispanoamericanos ‘viven de amor’ y soportan su padecimiento con honradez, los estadounidenses son ‘hombres de ojos sajones y alma bárbara’. Pero Hispanoamérica todavía no ha muerto—‘vive’” (10). En otras palabras, el vitalismo o la búsqueda del disfrute del amor que, según Darío, constituyen una parte inherente de la identidad hispanoamericana no son sino dos rasgos a los que el autor apela en su intento de construir una imagen positiva del pueblo latino frente al barbárico y materialista pueblo estadounidense—una visión que no deja de ser una clara idealización de Hispanoamérica.
[16] En su análisis del poema, Rovira (2004) resume las circunstancias en las que el monarca azteca realizó el pronunciamiento al que Darío se refiere: “La frase responde a la narración legendaria de que, acusado de haberse puesto de acuerdo con Cortés para ocultar el tesoro de la ciudad, es torturado con agua hirviendo junto a Tetlepanquetzal, señor de Tacuba, por el capitán Julián de Alderete después de que Cortés autorice el suplicio. Cuando el señor de Tacuba comienza a gritar, [Guatemoc] protesta con la frase que cita Darío” (186).
[17] En “A Roosevelt”, Darío trata de homogeneizar a los distintos pueblos que componen Hispanoamérica bajo una identidad latina compartida en aras de justificar la necesaria unidad del endogrupo hispanoamericano frente al exogrupo estadounidense. No obstante, Henkel (2010) enfatiza cómo la tradición nativa aparentemente común a la que Darío apela no es sino el producto de una simplificación o idealización:
“Darío busca en el indigenismo la unidad continental, el pacifismo y la concordia rechazando la guerra. El indigenismo de Darío revela una visión sobre América Latina que es irreal. El mundo precolombino es mistificado, se presenta inocente, puro y mágico. La mezcla del mundo occidental con el mundo indígena presenta un ideal que no es realidad” (11).
[18] Sin embargo, como Henkel (2010) indica, el intento de Darío de apelar a la tradición indígena e hispana como una herencia gloriosa y noble revela una clara falta de lógica histórica, ya que el poeta “[m]ezcla los personajes indígenas de Guatemoc y Moctezuma con Colón y lo típico español—el catolicismo—en busca de un ideal heroico. No obstante, eso parece un poco raro, porque aquí se mezclan vencedores y vencidos produciendo una ambigüedad extravagante. Después de todo los españoles son otro tipo de invasores” (9-10).
[19] Sería pertinente destacar que la actitud de Darío hacia el pueblo estadounidense sufrió una marcada evolución a lo largo de su carrera artística, oscilando entre el rechazo que se percibe en este poema y la defensa de la paz, conciliación y unión de las dos Américas que textos como su “Salutación al águila” (1906) sugieren. Para un análisis más detallado sobre los acontecimientos que modularon la postura de Darío hacia los EE. UU., véase Rubén Darío y la cultura norteamericana: ‘A Roosevelt’ de Andrea Henkel, Universidad de Köln, 2010, p. 18.