LA FIGURA DEL PADRE EN LA FICCIÓN GARCILASISTA

THE FATHER FIGURE IN THE GARCILASIST FICTION

Rosa Pellicer Domingo

Universidad de Zaragoza

rosapel@unizar.es

ORCID: 0000 - 002 - 7914 - 5522

Recibido: 11-02-2018

Aceptado: 02-05-2018

Publicado: 15-12-2018

Resumen

Este artículo considera el papel que representa el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega en las ficciones que tienen como protagonista al Inca, y que se relaciona estrechamente con el tema de la identidad mestiza. En las narraciones cercanas al pensamiento de la Generación del Novecientos (Sánchez, Arciniega, Loayza), aunque se cuestione la figura del padre, no se rechaza del todo la herencia hispánica, mientras que en las escritas a partir de 1990 (Carrillo Espejo, Vega Jácome, González Viaña) se opta decididamente por el linaje materno y el padre es visto como un violento conquistador o reducido a una sombra, de modo que se apartan del paradigma garcilasista de la armonía mestiza y no consideran a Garcilaso el símbolo de la peruanidad.

Palabras clave: Inca Garcilaso de la Vega, Sebastián Garcilaso de la Vega, Identidad, Mestizaje, Ficción garcilasista.

Abstract

This article believes the role that the captain SebastiánGarcilaso de la Vega represents in the fictions that have the Inca as a main character, and that is closely related with the mestizo identity topic. In the narrations that are close to the Nine Hundreds Generation thinking (Sánchez, Arciniega, Loayza), even if the father figure is questioned, the Hispanic heir is not completely rejected, while the ones written past 1990 (Carrillo Espejo, Vega Jácome, González Viaña) opts decidedly towards the maternal lineage, and the father is seen as a violent conqueror or lessened to a shadow, they move away from the Garcilasist paradigm of the mestizo harmony and from considering Garcilaso the symbol of Peruvianism.

Keywords: Inca Garcilaso de la Vega, Sebastián Garcilaso de la Vega, Identity, Mestizaje, Garcilasist fiction.

 

1. La identidad conflictiva y ficción garcilasista

Al referirse a la vigencia de la obra del Inca Garcilaso, Mabel Moraña señalaba: “Después de siglos de variada y polémica recepción, hoy puede afirmarse que el valor icónico del Inca Garcilaso ha logrado igualar, si no sobrepasar, su importancia canónica” (Moraña 2016: 130). Pero este “valor icónico” no es homogéneo, del mismo modo que no lo es ni lo ha sido la interpretación de su figura ni de su obra, porque hay que tener en cuenta que: “Garcilaso no es solo su persona, sus textos y la persona que producen sus textos; es, también, la figura social, nunca estable, que suscitan sus múltiples lecturas” (Cornejo Polar 2003: 90). De manera que, como resume José Antonio Mazzotti (2016: 191),

La obra y figura del Inca Garcilaso han dado motivo a numerosas interpretaciones. Desde elogios superlativos hasta una cada vez más galopante desconfianza –sobre todo desde fines del siglo XIX-, el Inca Garcilaso ha servido para emprender todo tipo de batalla ideológica, llámese hispanista, indigenista, o mesticista.

Entre estas interpretaciones se encuentran los textos literarios que toman a Garcilaso como protagonista de poemas, dramas, cuentos o novelas. Sobre todo en el caso de la narrativa, la construcción del personaje depende del momento en que se escribe la ficción, relacionada más o menos directamente con la investigación académica y, sobre todo, biográfica. Antes de continuar, hay que mencionar que en muchas ocasiones los autores a los que debemos textos de creación sobre el Inca son también estudiosos de su obra, de modo que sus escritos se complementan, al tiempo que el trabajo académico puede servir de base a la elaboración literaria. Basta con recordar los casos de Luis Alberto Sánchez, Luis Loayza, Max Hernández, Francisco Carrillo o José Antonio Mazzotti. Lógicamente, las ficciones que tienen como punto de partida la vida y la obra del Inca Garcilaso responden a las interpretaciones que predominan en el momento de la escritura. Así, Garcilaso Inca de la Vega. Primer criollo, de Luis Alberto Sánchez, se alinearía con la propuesta de la Generación del Novecientos en el sentido de afirmación criolla, de la que no distaría mucho “Retrato de Garcilaso” de Luis Loayza; mientras que en las obras publicadas sobre todo a partir de 1992 se cuestiona la posibilidad de la armonía del mestizaje, entendido en un sentido amplio, al tiempo que se discute el “difícil discurso homogeneizador del Inca”, que sirvió para la construcción de la imagen simbólica de un Perú, en la que se integraban las dos fuerzas (Cornejo Polar 2003: 82)1.

Dados estos presupuestos lo habitual es que el tema del mestizaje, y por tanto de la identidad conflictiva, sea la línea de fuerza de las imaginaciones biográficas sobre la figura del Inca2. En algunas de ellas Garcilaso integraría las dos culturas y las dos razas de sus progenitores, pero lo más habitual es que el personaje oscile, más o menos dramáticamente, entre unas y otras, intentando aunar los diferentes aportes de los dos mundos, como leemos en la dedicatoria al rey de la traducción de León Hebreo: “porque de ambas naciones tengo prendas que les obligan a participar de mis bienes y males, las cuales son haber sido mi padre conquistador y poblador de aquella tierra, y mi madre natural de ella, y yo haber nacido y criándome entre ellos” (Garcilaso [1609] 2015 [I]: 39).

En la mayor parte de las narraciones se cita directamente o indirectamente la reivindicación garcilasista de la condición del mestizo, que es necesario recordar ahora:

A los hijos de español e de india –o de indio y española- nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones. Fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias. Y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación me lo llamo yo a boca llena y me honro con él. Aunque en Indias si a uno de ellos le dicen “sois un mestizo” o “es un mestizo” lo toman por menosprecio (Garcilaso [1609] 2015 [II]: 532).

De estas conocidas palabras, hay que señalar la importancia concedida a la figura del padre, quien otorga el nombre de “mestizo”, y el sentido despectivo que tiene en Indias, porque en la imaginación biográfica va tener un papel importante.

2. El cuarto centenario del nacimiento del Inca Garcilaso: El linaje paterno

Los primeros textos, a excepción del cuento del entonces joven argentino Manuel Mujica Láinez, aparecen con motivo del cuarto centenario de su nacimiento. La Revista Universitaria de Cuzco publicó en 1939 un número en homenaje al Inca Garcilaso3; en él encontramos dos aportaciones que tienen cierto interés porque se separan del discurso inaugurado por José de la Riva Agüero en su “Elogio del Inca Garcilaso de Vega” (1916), que dio comienzo a la canonización del escritor mestizo, a la vez que lo convirtió en símbolo de la peruanidad, resolviendo el problema de la identidad en su doble linaje aristocrático, en la nobleza de la sangre paterna y materna4. Respecto a la relación del capitán Garcilaso con la ñusta, comentaba: “En los intervalos de sus campañas tuvo amores en el Cuzco con una joven princesa incaica, la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, nieta del antiguo monarca Túpac Yupanqui, una de las tímidas flores indias que solazaron a los fieros castellanos” (Riva Agüero 1962: 42).

Por el contrario, Rosa Arciniega, en “Garcilaso de la Vega, el hombre del doble destino. Indígena y castellano. Militar y clérigo”, plantea ese “doble destino” del Inca como una síntesis imposible. La novelista vuelve a utilizar la imagen, algo cursi, de la ñusta como una flor, pero aquí acaba la semejanza. El padre es el “fiero castellano” que no fue el marido de su madre, sino el amo, “el señor despectivo que toma una violeta a su paso por la umbría de una vereda para oler un instante su perfume y arrojarla en seguida a la acequia del camino” (Arciniega 1939: 71-72)5. Arciniega insiste en que Isabel es solo una concubina, una sierva, indigna del capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, que se limitó a las mínimas obligaciones paternales con sus hijos6. En esta breve biografía de juventud, más o menos imaginaria, se recrimina al Inca Garcilaso el no mostrar nunca resentimiento hacia su padre, ni siquiera cuando este casó con la joven Luisa Martel, a no ser de forma oblicua cuando habla de los matrimonios de las damas de Guatemala con conquistadores viejos. El viaje a España es la consecuencia del “doble destino” del mestizo; viaje que carece de sentido hasta que en la vejez al volver a la niñez se refugia “en las visiones de su paisaje interior” (Arciniega 1939: 74), y rehabilita el apellido materno por medio de la escritura de sus recuerdos infantiles. Lo que ahora interesa de este texto es que Rosa Arciniega no considera al Inca Garcilaso fruto del amor entre el español y la princesa inca, sino de la censurable conducta de los conquistadores. De ahí que el padre aparezca como el responsable del destino trágico de su hijo, que lo lleva a fracasar como indio y como español.

También con motivo del IV centenario del nacimiento del Inca, Luis Alberto Sánchez publicó en 1939 Garcilaso Inca de la Vega. Primer criollo, una biografía novelada en la que cobra especial relevancia la figura del capitán Garcilaso, que casi opaca a la del escritor cuzqueño. Un detalle significativo es que este recibe el nombre de Garcilaso Inca de la Vega durante su infancia y juventud en el Cuzco, y el de Gómez Suárez de Figueroa durante su vida en España, ya que para el autor este remite directamente al linaje hispano, invirtiendo el sentido del cambio de nombre que tuvo lugar en España en 1563. En esta novela biográfica, no muy rigurosa, destaca la configuración de la imagen del padre, que desmiente en parte la opinión generalizada que adscribe a Sánchez al pensamiento de la Generación del Novecientos, sobre todo en la línea de Ventura García Calderón7. Claro está que el retrato de Luis Alberto Sánchez se acerca al de este: hijo de india noble y de conquistador, “asume los dos orgullos”, y en sus páginas “está explicada, anticipadamente, la historia de varios siglos peruanos: el quechua triste y apático, el indio experto en derrotas que se enamora de la ardentía española, pero que dulcifica ya el desorbitado querer con no sé qué sonrisa criolla...” (García Calderón 1989: 103-104).

Sin embargo, Garcilaso Inca de la Vega describe de forma muy negativa al capitán español. En primer lugar, es extremadamente “ladino”, astuto, mujeriego, jugador, y seduce con malas artes a la dulce Chimpu Ocllo, pero sobre todo se insiste en que es “el leal de tres horas”, en su habilidad para cambiar de bando según le conviene. Cuando su padre se convierte en un rico terrateniente tras el nuevo repartimiento de tierras de La Gasca, “las gentes cuchichean cuando pasa fanfarrón por las callejas cusqueñas: “¡Ese es ‘leal de tres horas’!” A su hijo que ya ha cumplido los diez años, le asalta súbita angustia, vergüenza incomparable, al oír el afrentoso mote” (Sánchez 1939a: 109). Este carácter hace que el matrimonio del capitán Garcilaso con la joven Luisa Martel sea sentido como una traición, ya se insiste en que no existía ningún tipo de impedimento legal para la unión con Isabel. El fin del matrimonio con la española es hacer un casamiento ventajoso: “redondear más su posición económica, su descrédito moral y su abdomen” (Sánchez 1939a: 111). Pronto el futuro Garcilaso ve con desconfianza, y aun con vergüenza, a su padre, que inicia el proceso de españolización de su hijo mestizo y lo aparta de su familia materna. Poco a poco va sintiendo la dualidad de su condición, pero, en la línea de toda la obra, esta se presenta de forma distinta a la habitual: “De un lado, el lujo despertaba su ambición mestiza; de otro lado, tenía en la retina la visión de sus parientes empobrecidos, de sus compatriotas quechuas asediados como fieras, reducidos a la miseria, obligados, bajo la dura ley del palo, a trabajar de sol a sol” (Sánchez 1939a: 123).

Una vez muerto el padre, al serle negada la herencia, decide ir a España a reclamarla. Tras ver frustradas sus expectativas, casi sin transición, Sánchez pasa a narrar la participación de Gómez Suárez de Figueroa en la guerra de las Alpujarras, y señala la semejanza de los moriscos con los incas: “Los moriscos perseguidos sin piedad, con horrible saña, bien pudieran ser los incas”. De algún modo se une su destino al de su padre cuando al encontrarse con la mirada suplicante de una mujer, semejante a la de su madre: “Para asesinar el recuerdo, hunde implacable la espada en un cuello tendido” (Sánchez 1939a: 165). La crueldad mostrada por el Inca tiene como fin mostrar la total identificación con el padre, sintiéndose un capitán español, que significativamente pasó por alto las semejanzas entre los moriscos y los indios8. Al final de sus días, Garcilaso morirá llamando a su “mama”, tras haber sepultado su recuerdo durante décadas.

Unos meses después, Luis Alberto Sánchez publica en la mencionada Revista Universitaria “La vida en España de Don Gómez Suárez de Figueroa. Lo que un clérigo de Córdoba escribió cierto día”, que, además de mantener la dedicatoria, es un resumen de la biografía novelada9. La única modificación es que ahora los sucesos aparecen como recuerdos del anciano Garcilaso. No deja de ser curioso que en este relato afirme que no tuvo hijos, asunto que no aparece en la novela, a la vez que se mitiga la animadversión hacia el padre.

Además de una serie de elogios poéticos, este número en homenaje del Inca Garcilaso contiene una pieza teatral en cinco actos: “Inca Garcilaso de la Vega (Boceto dramático)”, de Edmundo Delgado Vivanco, antropólogo y folclorista peruano. Esta obrita, que abunda en citas más o menos literales de los Comentarios reales, se alinea en la consideración del Inca como el primer peruano. Así, dice el capitán a Isabel Chimpu Ocllo:

Capitán.- La eterna rencilla que no acaba

tú que las glorias del Inca no olvidas

yo que no ceso a España nombrar;

pero mi hijo, nuestro hijo ya no es

español, tampoco indio

es peruano, el primer peruano

y te aseguró que será

grande cual ninguno fue,

pues en sus venas reunidas lleva

el ideal de un andante caballero

el valor de un guerrero español

Isabel.- La prudencia de los Incas, mis mayores

El talento de los amautas y haravicus.

[…] (Delgado Vivanco 1939: 82).

La figura del padre desaparece después de este primer acto y la obra se centra en la alabanza a los incas. Sin embargo, en el acto cuarto, Garcilaso antes de morir, además de evocar con nostalgia su Cuzco natal, insiste en que a su padre le ofreció sus “acciones de armas” y a su madre su escritura. Es decir, que no considera que la primera parte de los Comentarios esté dedicada a su madre y la segunda a su padre, sino que a este solo le correspondería su breve carrera militar10. De algún modo, en esto se asemeja a la consideración que merece el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega en los textos vistos anteriormente: un personaje en el que se cifra la conquista y la posterior herencia hispánica del Perú. El común denominador de estas obras es la presentación de los españoles como valientes guerreros, pero también crueles y codiciosos, que destruyeron la civilización inca, estableciendo la relación de la “espada” con el padre y la “pluma” con la madre. Esta identificación también se había realizado en el cuento de Manuel Mujica Láinez, “El Inca Garcilaso de la Vega o el conquistador conquistado” (1934), donde el joven mestizo, que anhela formar parte del glorioso linaje paterno, “decide seguir la huella de las espuelas de estrellada rodaja de un antepasado, el vencedor del gigante infiel”. Así que tras su actuación en las Alpujarras, “no es ya Inca ni tan siquiera perulero. Es un capitán español” (Mujica Láinez 2001: 389 y 391). Sin embargo, finalmente, no triunfó el linaje hispánico sino que la victoria fue de los vencidos, y por tanto de la escritura, relacionada con el linaje materno:

Pues si al iniciarse en la vida fue Garcilaso un capitán de España y como tal pensó y obró, el Inca ha respondido finalmente al llamamiento del suelo nativo y lo que de él nos queda es labor de patriota americano.

Por ello, nos atreveríamos a apodarle “el conquistador conquistado”, ya que simboliza el desquite de la raza vencida sobre la dominadora. Triunfo de seducción sutil, que no de hierro (Mujica Láinez 2001: 393).

Volviendo al cuarto centenario del nacimiento del Inca, la “Estampa de nuestro Garcilaso” (1939) de Ciro Alegría sigue en esta misma línea: el comportamiento del padre del Inca fue igual de cruel que el del resto de los conquistadores, e insiste en su carácter desleal, seguramente porque la biografía novelada de Sánchez es una de las fuentes de esta semblanza. Aunque parezca que la adhesión de Garcilaso es al linaje hispánico, conserva también su parte india “por su tristeza, su soledad y su lirismo”. La conclusión es la siguiente: “Garcilaso es, sobre todo, el primer producto histórico del abrazo fecundo de dos pueblos. En él se aglutinan y se anuncian las fuerzas creadoras del hombre del nuevo continente. Es un índice de americanidad” (Alegría 2004: 353-354). Afirmación que corresponde al pensamiento del Novecientos, que con pocas variaciones vuelve a manifestarse en “Retrato de Garcilaso” (1958) de Luis Loayza, en el que se le considera el “primer peruano”, en un texto más creativo que los anteriores no tanto por salirse del discurso biográfico cuanto por ahondar en la supuesta psicología del Inca como escritor mestizo. Con todo, como señala Enrique Cortez, hay un aspecto que lo separa de los casos ya vistos: “Y si por un lado este Inca se hace portavoz de una idea de mestizaje con sentido aristocrático, como define Riva Agüero el mestizaje del Inca, por otro lado Garcilaso vive el conflicto de sus dos mundos culturales y su situación de exilio” (Cortez 2009: 132). En este relato el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega al principio es un hombre que se une “A Pizarro y participa con lealtad en las luchas entre conquistadores”; luego, para asombro de su hijo, deserta de las filas de Gonzalo Pizarro y elige la lealtad rey; el Inca intentó sin éxito restituir su honra y, ya anciano, “recuerda otra vez cómo hubo de defender a su padre, cómo hubo de distinguir entre la lealtad al amigo -de la que se enorgullece- y la rebeldía; cómo insistió varias veces en que su padre fue uno de los primeros en abandonar a Gonzalo, cuando la suerte no estaba decidida” (Loayza 1974: 66 y 82).

3. Quinto centenario del descubrimiento y conquista

Los textos anteriores pueden considerarse precedentes de los que se publican a partir de 1992, como Diario del Inca Garcilaso (1996), de Francisco Carrillo Espejo, que continúa en la línea del relato de Loayza por su tono psicológico e intimista, pero que va más lejos al reescribir, e imaginar, algunos episodios de la vida de Garcilaso, como su enamoramiento, sus escarceos sexuales o la relación con su hijo Diego Vargas, aunque no llegue en ningún momento a la irreverencia11. Ya en las primeras páginas aparece en boca de Gonzalo Silvestre la cuestión del mestizaje, que, a pesar de las dudas iniciales, Garcilaso acaba aceptando con orgullo: “Tú eres mestizo. Tu padre, un grande del Perú; tu madre, noble Inca. Y tú eres el mejor mestizo de las Indias” (Carrillo Espejo 1996: 13). Así que se ha pasado de considerar al Inca como el primer peruano, el primer criollo, a ser el “mejor mestizo”, condición que se manifiesta de forma conflictiva y dolorosa12. Ahora bien, ese mestizaje no es el resultado de la unión amorosa entre el padre y la madre, como ya se había indicado en el texto de Rosa Arciniega o en la novela biográfica de Luis Alberto Sánchez:

Nací por la lascivia de mi padre: por su desenfrenada lascivia.

Y por la sumisión de mi madre.

¿Quiso engendrarme?

No, por supuesto que no: amor que no fue amor (Carrillo Espejo 1996: 16)13.

Francisco Carrillo apenas dedica unos párrafos al padre de Garcilaso, cuando se refiere a que quiso alejarlo del mundo materno o a que fue su secretario y escribiente. Una de las causas de este silencio podría ser que la relación que imagina entre el Inca, Beatriz y su hijo se asemeja a la que hubieran podido mantener el capitán, la ñusta y Gómez Suárez de Figueroa14. En primer lugar, Beatriz es como las indias del Cuzco y como su madre: morena, sumisa, buena:

A veces me rechaza aunque suavemente.

Pero vendrá en la noche sin que yo la llame. Su mansedumbre es ancestral.

¿Fue así la mansedumbre de mi madre? (Carrillo Espejo 1996: 139).

Cuando nace su hijo Diego, hecho que muchos biógrafos más o menos imaginativos pasan por alto, Garcilaso se comporta como su padre y no deja de ser significativo que ambos nacimientos se encuentren uno al lado del otro. Esta línea de interpretación, que comienza a perfilarse con nitidez en la década de los noventa, se vincula a los estudios que cuestionan tanto el concepto del mestizaje como elemento homogéneo de la “peruanidad”, como el hecho de que el Inca Garcilaso sea el símbolo elegido. Al comienzo de su estudio sobre Poderes secretos de Miguel Gutiérrez, Víctor Vich escribe: “buena parte de la construcción imaginaria de la nación peruana se apropió de la figura del Inca Garcilaso utilizándolo como la máxima alegoría de un proyecto nacional que pretendía homogeneizar, asimilar y ocultar una realidad cultural de por sí heterogénea” (Vich 2000: 142). Así las cosas, no es de extrañar que la representación de la figura del padre, esencial dentro del tema del mestizaje, cobre nuevos tintes en los relatos en los que aparece.

La identificación del Inca con el padre, y por ende con los conquistadores, toma en el cuento “El mestizo de las Alpujarras” (Premio “Copé” de 2006), de Selenco Vega Jácome, un cariz trágico. A diferencia del resto de las narraciones, al comienzo Gómez Suárez de Figueroa se presenta como soldado de las huestes del Marqués de Priego en la campaña de las Alpujarras, e interpreta imaginativamente los hechos. En una primera instancia, imbuido de neoplatonismo, siente que la mezcla de razas corresponde a un designio de la voluntad divina, que unió “las dos mitades del mundo por obra y gracia del Amor Celestial” (Vega Jácome 2007: 19), en un momento en que lo único que importa es llevar a cabo la misión providencialista del imperio español. Sin embargo, en el momento de atacar una fortaleza vacila, no por cobardía, sino porque lo asalta el recuerdo de la violenta actuación del rebelde Francisco Hernández Girón en el Cuzco, al identificar a los indios con los moriscos15. El narrador insiste en que “un rencor antiquísimo que […] te incrimina, como un ajuste de cuentas” (Vega Jácome 2007: 22), por tanto en la encrucijada de los dos linajes elige el de los incas, no sin agonía. Garcilaso descubre una entrada en la mencionada fortaleza, donde encuentra a una morisca con un niño en los brazos. Retrocede, pero se da cuenta de que alguien más la ha descubierto: “un enorme godo”. Se trata del imaginario Diego de León, un aragonés “de baja estofa”, cuarentón bromista y pendenciero con “ancha barriga”, que es el único que no rehúye a Garcilaso por ser mestizo, y que se presenta como su contrafigura. El aragonés intenta violar a la joven morisca, y en ese preciso momento una fuerte descarga de artillería hace que el Inca desfallezca. Al volver en sí cree estar en el Cuzco ante la escena del acoso de su hogar por parte de Hernández Girón, en la que este fuerza a su madre. Con horror ve que el encomendero es en realidad su padre: “Y ahora estaba allí su padre, forcejeando con ella, dominándola, sometiendo a su madre en lo que más parecía un juego violento, sexual…”. En ese momento, Garcilaso: “Por primera vez sabe quién es” y atraviesa con la espada la garganta del soldado (Vega Jácome 2007: 27). En “El mestizo de las Alpujarras” se presenta a los conquistadores, y entre ellos a su padre, como violadores; en el acto de clavar la espada en la garganta de Diego de León da muerte a su linaje hispano. Así, por medio de la ficción se subvierte la interpretación habitual de la participación en la guerra de las Alpujarras como una identificación con el padre16.

4. Cuarto centenario de la muerte del Inca: El fantasma del capitán Sebastián Garcilaso de la Vega.

En “Los caballos y los sueños” de Eduardo González Viaña, Gómez Suárez de Figueroa, una semana antes de salir del Cuzco, sueña que cabalga sin destino con su padre ya muerto, convertido en una sombra protectora. Se destaca su valentía y su aristocrático linaje, al igual que se hace con el de la madre. En este cuento, el capitán casó con ella, de modo que desaparece el estigma de la condición de bastardo, y en cuanto a la de mestizo se copia a la letra las palabras del Inca mencionadas al comienzo de estas páginas. Antes de viajar en secreto a España el futuro Garcilaso se despide de su ciudad y de su enamorada. Todo este cuento forma parte de un sueño que contiene otro sueño, tal vez futuro, en el que los lugares y las personas están muertos o quizá no han existido nunca, como sucede con María Asunción. Por otra parte, se equiparan sueño y literatura, al modo de Borges, y todo adquiere una condición fantasmal:

Y no la vi [a María Asunción]. No podía verla porque ella ya estaba muerta, o tal vez nunca había existido. Se había muerto deprisa, tal vez antes de morir, Todo y todos los que yo veía en el Cusco pertenecían a esa condición, a ese mundo, y por eso ya dejaba de verlos. Quizás María Asunción nunca existió y cuando se hable de mí, si alguna vez eso ocurre, nadie la mencionará. Se pensará que fue un invento usado por algún escritor para narrar mis últimos pasos fuera de mi ciudad natal (González Viaña 2016: 230).

Finalmente, el escritor peruano José Güich Rodríguez en “Córdoba, 1614” evoca a un anciano Garcilaso que a instancias de un sobrino, que se crio con él y que le sirvió de escribiente, es decir su propio hijo, decide escribir un testimonio personal sobre el Cuzco. En este breve relato, la mención al padre viene dada por el recuerdo de su participación en la guerra de las Alpujarras, que compensó “la angustia y el dolor por esa injusta acusación contra su querido padre” (Güich Rodríguez 2016: 237). Como en otros cuentos, aparece otra vez el recurso al sueño o a la visión; ahora el Inca sueña con la fortaleza de Sacsahuaman, pero “Al concentrarse nuevamente en el manuscrito que pensaba obsequiar al sobrino, descubrió que las palabras que describían precisamente Sacasaihuamán [sic] se habían transformado en un dibujo del colosal edificio” (Güich Rodríguez 2016: 239). La referencia a la fortaleza, y por ende al relato de la “piedra cansada”, se convierte en un tópico dentro de la ficción garcilasista, ya que se elige como el lugar emblemático del imperio inca. La visión de la fortaleza suele surgir del recuerdo o del sueño, como sucede en las ficciones de Luis Loayza, de Francisco Carrillo, donde el Inca convertido en conquistador guerrea contra sus parientes indios, o en la de Eduardo González Viaña, cuando antes de emprender el viaje sin retorno a España, la visita y se siente parte de ella.

5. A modo de conclusión

A la vista de lo anterior, en líneas generales, se puede observar que el papel que representa el padre del Inca en las narraciones que tienen a este como protagonista se relaciona con el tema de la identidad mestiza, resuelto de distintas formas. Así, los escritores que se entroncan con el pensamiento del Novecientos, aunque haya alguna discrepancia, privilegian la tradición hispánica y apuestan decididamente por una posible síntesis más o menos armónica que se realiza en la escritura. Es lo que encontramos en Mujica Láinez, Sánchez, Arciniega o Delgado Vivanco. En estos textos, aunque Garcilaso sea el resultado no del amor, que une contrarios, sino de una violación, y el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega se caracterice por la deslealtad, no se rechaza la herencia paterna17. A partir de la década de los noventa, al cuestionarse la perspectiva armónica y aristocrática de la Generación del Novecientos, algunos escritores, como Carrillo Espejo, presentan el mestizaje como un conflicto irresoluble, mientras que otros, como González Viaña o Vega Jácome, optan por la elección del linaje materno. En estos casos la figura del padre se afantasma y se convierte en una mera sombra que acompaña en sueños a su hijo, o en un violento conquistador.

La figura paterna que se dibuja en la ficción garcilasista sirve, con pocas excepciones, para oponer los dos mundos que presenta la historia narrada por Garcilaso, cuyas referencias a su padre se insertan en un proyecto mayor de interpretación de la historia peruana, además de reivindicar los méritos de conquista del capitán y su lealtad a la Corona18. Para José A. Rodríguez Garrido, la representación que Garcilaso construye de su padre cumple el ideal de unir el mito andino y el providencialismo cristiano, y “en él se unen y equiparan el paradigma del Inca y el modelo de guerrero y gobernante cristiano” (2000: 419). Frente a este modo de interpretación, más complejo, los textos brevemente considerados proponen una imagen cercana al estereotipo del capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, que lógicamente depende del tiempo y de la ideología desde donde se escriben. No obstante, incluso en las versiones más negativas de su figura hay un eco de las palabras de Garcilaso que preceden a la oración fúnebre escrita en memoria de su padre:

Aunque no hubiera ley de Dios que manda honrar a los padres, la ley natural lo enseña, aun a la gente más bárbara del mundo y la inclina a que no pierda ocasión en que pueda acrecentar su honra. Por lo cual me veo yo en este paso obligado por derecho divino, humano y de las gentes, a servir a mi padre, diciendo algo de las muchas virtudes que tuvo, honrándolo en muerte, ya que en vida no lo hice como debiera (Garcilaso [1609] 2015 [III]: 741).

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1 Apunta Miguel Gutiérrez en Poderes secretos (1996): “La elevación de Garcilaso, el mestizo, a la categoría de símbolo de la peruanidad fue obra, como es sabido, de la “Generación del 900”-los intelectuales orgánicos de los que Basadre llamó la “República aristocrática”-, pero fue su líder, José de la Riva Agüero, en La historia del Perú (1910) y en el elocuente El Inca Garcilaso de la Vega (1916), quien puso las bases de lo que, siguiendo a Kuhn, podríamos llamar el “paradigma garcilasista”, esa matriz disciplinaria que ha orientado la mayoría de las investigaciones y estudios, no solo de conservadores y liberales, de hispanistas e indigenistas, sino también de populistas social demócratas y de filomarxistas y marxistas” (Gutiérrez 2009: 41).

2 Para una consideración más detenida sobre la identidad conflictiva en las ficciones que tienen como protagonista al Inca Garcilaso, así como su relación con el momento histórico, véase mi artículo sobre el tema (Pellicer 2017).

3 Como señala José A. Rodríguez Garrido, el tema de la identidad étnica ha sido un enfoque fundamental en los estudios garcilasianos: “La preocupación de la crítica por discutir este tema es antigua. Ya en las celebraciones y publicaciones que en 1939 provocó el cuarto centenario del nacimiento del Inda, el tema adquirió un matiz polémico, entre quienes pretendieron afirmar el carácter sustancialmente “indio” de la conciencia de Garcilaso (Luis E. Valcárcel) y quienes protestaron recordando la asimilación en el autor de valores hispánicos (V. A. Belaunde)” (Rodríguez Garrido 1995: 371).

4 Enrique Cortez ha estudiado con detenimiento el discurso de Riva Agüero tanto sobre el valor de la obra del Inca como el inicio de “una nueva etapa de investigación biográfica y producción simbólica” (Cortez 2011: 268).

5 Manuel Mujica Láinez, unos años antes, al hablar de los padres del Inca Garcilaso, escribe: “La curiosa pareja -ella toda fragilidad y él todo fuerza- sugiere la imagen de una flor aborigen, aprisionada por un guantelete de mallas” (Mujica Láinez 2001: 390).

6 José de la Riva Agüero justifica el comportamiento del capitán: “Los conquistadores encumbrados no solían casarse con mujeres de raza india, por augusta que fuera la cuna de ellas, a no ser con hijas o hermanas de los últimos soberanos; y la pobre niña Isabel Chimpu Ocllo […] no fue sino manceba del orgulloso Garcilaso, aunque es de suponer que la estimara y considerara excepcionalmente […]. En el tumultuoso desarreglo de la Conquista, reciente aún el ejemplo de la desenfrenada poligamia de los príncipes autóctonos, el simple concubinato era muy acepto y público, y casi decoroso a los ojos de todos, así españoles como indios” (Riva Agüero 1962: 42-43).

7 Así señala Enrique Cortez: “En diálogo no tan casual con García Calderón, el texto de Sánchez tiene un subtítulo que adjetiva al Inca como criollo. No tan casual, enfatizo, porque la idea de mestizaje propuesto por la Generación del Novecientos tiene el sentido de la afirmación criolla, más que ser una real exploración del mestizaje como la posibilidad de un nosotros diverso” (Cortez 2009:131-132).

8 Max Hernández resume así la identificación del Inca Garcilaso con su padre: “Así como el Capitán Sebastián Garcilaso de la Vega había dejado a la Palla Chimpu Ocllo para casarse con una española, Gómez Suárez de Figueroa había dejado el Perú. Además, como respuesta a una compleja constelación de circunstancias, en la que la afrenta que recibió de Lope García de Castro jugó principalísimo papel, dejó de lado el nombre con el que fue bautizado para llamarse Garcilaso de la Vega. La identificación con el padre se sellaba. La relación con Alonso de Vargas y Gonzalo Silvestre la reafirmaba. Los dos capitanes fueron los objetos a través de los cuales pudo lograrlo. La inscripción en las mesnadas de Priego y su participación en la guerra fueron parte esencial del proceso. Las cuatro condutas le iban a permitir ostentar el título y ponerse bajo el anhelado significante de capitán. Dos veces el propio Rey de España y otras dos don Juan de Austria, gallardo y bastardo, se lo habían confirmado” (Hernández 1993: 118).

9 La dedicatoria -“En el IV Centenario del nacimiento del Inca Garcilaso; al Cusco, su cuna; a los cholos de mi tierra, -sus hermanos y los míos” (Sánchez, 1939:9)- tiene como modelo la de la Historia general del Perú: “A los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano: ¡salud y felicidad!” (Garcilaso [1609] 2015[III]: 12).

10 Esta idea se reitera en los versos que preceden a la muerte del Inca. Solo un ejemplo: “Ya pues a mi padre he pagado/en tantas acciones de armas/su herencia de soldado/a ti, te voy ofrendando/desde el fondo de mi alma/estos libros que te ofrezco/lleno de filial amor” (Delgado Vivanco 1939: 100).

11 A este propósito comenta Kim Beauchesne: “Es cierto que dialoga con los textos históricos, es decir las obras de y sobre Garcilaso, y que se humaniza al icono, pero la perspectiva profundamente crítica parece estar ausente” (Beauchesne 2009: 104).

12 Podemos recordar las palabras de José Carlos Mariátegui: “Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer “peruano”, si entendemos la “peruanidad” como una formación social, determinada por la conquista y la colonización españolas” (Mariátegui 2007: 198).

13 Max Hernández comenta al respecto: “Resulta del mayor interés recrear imaginativamente las condiciones de tal encuentro. En última instancia el hecho sexual define las bases sobre las que yace la noción de mestizaje. Más allá de los hechos concretos de la conquista, los primeros mestizos nacieron de las primeras ‘conquistas’ sexuales de la hueste perulera. El hecho ha sido calificado de amplexo fecundo, enlace simbólico, connubio histórico, violación abyecta, inicio de la degeneración, marca de bastardía” (Hernández 1993: 35-36). En el breve texto “El Inca Garcilaso”, Eduardo Galeano escribe: “Como América, el Inca Garcilaso de la Vega ha nacido de una violación. Como América, vive desgarrado” (Galeano 1985: 206).

14 En un aparte, Garcilaso recuerda que en su juventud cuzqueña sus condiscípulos “saciaban su deseos” mientras que él se mantenía casto. La razón era la siguiente: “en cada indiecilla veía el rostro de mi madre cercada por mi padre” (Carrillo Espejo 1996: 155).

15 Diego de León, uno de sus compañeros de armas, le dice: “Voto a Dios, compañero Garcilaso, que de Español no tenéis ni el rabo. Quitad de vuestro cuerpo esas prendas cristianas y cualquier moro os confundirá con uno de ellos” (Vega Jácome 2006: 21).

16 El cambio de nombre y la carrera militar del Inca se interpretan siempre como modos de identificación con la rama paterna. Así, escribe José Antonio Mazzotti: “La decisión de abandonar su nombre de bautismo y adoptar el de su padre, haya sido un acto consciente o inconsciente de reinvención personal, se entiende perfectamente dentro del proceso que la psicología llama “transferencia”. Después de todo, Gomes Suárez de alguna manera asumió la identidad de su padre, incluyendo una carrera militar” (Mazzotti 2016: 213).

17 Señala al respecto Alberto Flores Galindo: “A comienzos de siglo, los intelectuales de la clase alta peruana pensaron que la identidad era un asunto resuelto cuya respuesta había que buscarla en el pasado. Existía el alma nacional. Al momento de pensar en sus rastros se privilegiaba a la unidad en contra de lo diverso. Un solo país, una sola nación, un solo Estado. […]. Se fue elaborando así toda la retórica del mestizaje. La mejor encarnación de estos planteamientos era justamente un destino individual. José de la Riva Agüero, que funda este paradigma histórico, inicia también los estudios contemporáneos sobre el Inca Garcilaso (1915). […]. Por entonces, la apuesta por el mestizaje había terminado identificándose con la tradición hispánica, quizá como consecuencia de la aparición de una corriente opuesta, los indigenistas. Surge, en medio de ásperas discusiones, la imagen del Perú dual pero en donde lo indio es una abstracción, que no consigue encarnar en ninguna biografía. La idea de la nación como unidad se traslada desde el pasado a un hipotético futuro: está todavía en formación, unir las dos vertientes, la española y la indígena será el camino propuesto para construir una identidad colectiva” (Flores Galindo 1988: 339-340).

18 Virginia Gil Amate, al estudiar la figura del padre en la Historia general del Perú, señala que los hechos referidos en esta segunda parte “no trazan una autobiografía, pero sí reconstruyen una historia personal paralela a la de los sucesos históricos en la que el tratamiento de las concretas actuaciones de su padre, tanto como sus amplias ausencia en el decurso de la acción narrativa, no salen tan bien paradas como las interpretaciones simbólicas desean” (Gil Amate 2017: 224-225).