https://dx.doi.org/10.12795/PH.2022.v36.i02.11
Este libro versa sobre el lenguaje, sobre cómo forma, informa y deforma; sobre el uso de una lengua que valoriza unas categorías y desprecia otras, hace existir y hace desaparecer ciertos cuerpos y ciertas experiencias. Es también un desafío de lectura que comienza por el desmontaje de una convención gráfica en torno al nombre propio. En Interruqciones, un ensayo de 2013, la autora ya proponía las minúsculas en el nombre propio como:
una estrategia de minorización del nombre propio, de problematización de las convenciones gramaticales, de dislocar la jerarquía de las letras, una apuesta al texto antes que a la firma de la autora, percibir el propio nombre como un espasmo de una ficción llamada ‘yo’, un yo deslenguado que funciona como eco de muchas otras voces, que reviste un tono singular en las ondulaciones del texto en el que no cesa de latir ese murmullo colectivo, contra la mayúscula como forma de la ley, una falta de ortodoxia que rige la escritura y sus regulaciones de la decencia, una territorialización del yo que pasa desapercibido, un error que impulsa el deseo de normalidad, una dislexia gráfica que interrumpe los enlaces de sentido, un deseo de designar una fuerza, un movimiento y no una persona, y contra toda justificación previa, porque me gusta verlo y sentirlo de ese modo (val flores 2013: 4).
El título del libro que nos ocupa aquí es programático y retoma una imagen de la escritora lesbiana Dorothy Allison: “Quiero ser capaz de escribir tan potentemente que pueda romperle el corazón al mundo y sanarlo” (p. 38). Se trata de derrumbar escrituras y teorías para poder recomponer relaciones inéditas que contemplen el acercamiento epistémico entre teoría y práctica. Se trata, también, para la autora, de crear nuevos modos de articular el deseo teórico, pedagógico, sexual y político que desafíen lo que flores llama “las definiciones normativas del hacer/saber” (p. 39). El devenir teórico de val flores convoca, pues, su activismo de disidente sexual, su experiencia pedagógica de maestra y la creación incansable de un lenguaje entreverado con la palabra y el cuerpo, en especial con el cuerpo lesbiano, clave y vínculo que recorrerá sus textos como lugar de reflexión, pensamiento y experiencia. Sin intención ni pretensión totalizante, la práctica y la teoría que la autora desperdiga en estas páginas son actos de resistencia al uso convencional de la lengua, son invitaciones a imaginar gramáticas afectivas, son asaltos a mano armada —de flores— al monopolio académico del conocimiento.
Este volumen reúne algunas de las embestidas —o irrupciones— que val flores ha acometido en los últimos años. El prólogo de marie bardet —que adopta también las minúsculas— cuyo tono y ritmo están en perfecta sintonía con los escritos que precede, hace hincapié en la sustancialidad del acto de la lectura lenta y atrasada —que llama una lectura lesbiana y del sur— instauradora de una temporalidad trastocada y oblicua, a contrapelo de la linealidad que sostienen las narraciones de lo patriarcal y colonial. bardet propone una lectura “en creux”: la estrategia de la pregunta y del cuestionamiento como un hoyo, la palabra que opera como un taladro, las imágenes que, lejos de los ideales de transparencia y claridad, ahuecan en claroscuro y privilegian el resplandor fugaz a la claridad meridiana. En estos vaciamientos se acoge el deseo, el pensamiento y la piel-cuerpo-sexo en le ejercicio de la escritura.
Es esta articulación entre la lengua, la teoría, los sentimientos, las emociones y el pensar lo que organiza el libro, compuesto de diecisiete partes, de extensión y naturaleza variables. La mayoría son artículos publicados en revistas argentinas o chilenas, escrituras de intervenciones en paneles, conversatorios y mesas redondas, y un poema inédito. A pesar de del estallamiento de las formas practicadas, parece evidente que un escrito se nutre de otro, otorgando al volumen una coherencia tentacular. En todas y cada una de sus partes está presente la idea de huir de las categorizaciones totalizantes —de ahí los modos fugitivos de hacer teoría del título— para acercarse a la vinculación entre prácticas corporales, actos de pensar y maneras de escribir. Estos escritos, como lo expresa la autora, “son formas fugitivas de habitar la institucionalidad del saber, intentos de un pensar que va por las fronteras de la academia, de un estar sin ser parte” (p. 47). La Introducción se ocupa de plantear un marco teórico amplio y heteróclito, que la autora pone en diálogo con sus propias lecturas de teorías, políticas y reflexiones. Entre las referencias importantes que maneja la autora, mencionemos Los abajocomunes. Planear fugitivo y estudios negros (Madrid, Ed. Campechana Mental y El Cráter Invertido, 2017) de Stefano Harney y Fred Moten, que envían al modelo fugitivo que impregnan los ensayos y que hace también alusión al “sujeto en fuga lésbico” de Monique Wittig y la figura del cimarrón. Se trata de una “continua negación a reconciliarse con las modalidades del orden” (Harney y Moten: 243). Destaquemos también el trabajo de Ileana Diéguez, para quien buscar es “exhumar nuevas formas de imaginar” (p. 51), y que da una impulsión que flores recoge en la idea de que investigar no es iluminar sino construir una ficción (Ileana Diéguez, “Interpelar a escuridão. Olhar, excavar, exumar…”, en Carreira A. e Baumgärtel S. (org.), Efetividade da ação: pensar a cena contemporânea. Rio de Janeiro, Gramma Editora, 2019). La tercera referencia que rescato —pero hay muchas otras más que acompañan el gesto pensante de flores— es la de Eve Sedgwick, Tocar la fibra. Afecto, pedagogía, performatividad (Madrid, Alpuerto, 2018), que alimenta su reflexión sureña y precaria sobre los vínculos entre cuerpo, poesía, lenguaje, sexo y pedagogía.
Las diecisiete esquirlas de este volumen tienen, cada una, su tono poético, como toda teoría que se precie, y su lote de cuestionamientos. La primera, “Con los excrementos de la luz. Interrogantes para una insurgencia sexo-política disidente”, la autora replantea la metáfora lumínica de la Modernidad y se decanta, en la misma vena metafórica, por un residuo de la luz con el que transforma su experiencia política en poética, esto es, “hacer del lenguaje un campo de intervención política y estética” (p. 82), experimentando con un lenguaje más opaco y marginal que habla de otros conocimientos y que la aleja “de la tecnocracia del decir” (p. 83). La insurgencia sexo-política se conjuga luego en “Decir prosexo”, postura política defendida por la autora en un texto que, por su retórica, se emparenta a un manifiesto y que sirve de cuestionamiento general a la moral social dominante y de marco de interpretación a la relación que propone la autora en sus escritos entre sexo-política-pedagogía de este mismo volumen.
El tiempo y la temporalidad, como experiencia subjetiva del cuerpo y la memoria, son el objeto de “Vivir en diferido. El fracaso lésbico del tiempo”, en torno a las ficciones normativas y al orden naturalizado de los cuerpos, que asocia la tecnología del género con la tecnología del tiempo. En la línea de Halberstam (El arte queer del fracaso, Madrid, Egales, 2018), flores recoge aquí su atracción por el pensar entre líneas y opaco, lento y rezagado, que atentan y desarman el relato optimista del individualismo liberal. Dentro de ese esencialismo temporal, histórico y lineal, flores reflexiona sobre la lesbiana masculina como un detenimiento, una anacronía (“Con luz propia. Una posible figuración para las masculinidades lésbicas”), como una figura denostada por la sociedad e inasumible —desde siempre— por el feminismo heterocentrado. La autora desarrolla la idea de masculinidad lésbica que considera amenazante, porque distorsiona lo masculino, se lo apropia y afirma una aspiración de poder (129). Así, el habla de val flores, su práctica feminista resistente, pasa por los lenguajes que ya evocamos —masculina, prosexo, lesbiana, maestra, precarizada—, y en “Febriles alquimias del cuerpo. Una poética excrementicia” la autora se interesa por los residuos del feminismo, trabajando con aquellos pensamientos que se descartan por falta de inteligibilidad, como corrientes minoritarias alejadas de las demandas al Estado, que construyen otros cuerpos y otros modos de vida, proponiendo la tortillera como un modo de saber que se opone a lo transparente, viril y comunicable. El trabajo del desmontaje del saber, y sobre todo del saber académico, flores lo expone en “Lesbiana: descontextualizar la cita académica”. Este breve ensayo hace hincapié en la dicotomía generalizada “activismo vs academia”. La autora pugna por considerar y traer el activismo dentro del espacio universitario y expone las diferentes maneras de articular “la desobediencia sexual de las lesbianas con las disidencias intelectuales y los indisciplinamientos políticos” (p. 179).
En “La intimidad del procedimiento. Escritura, lesbiana, sur como prácticas de sí”, val flores vuelve a conjugar tres ejes de su quehacer/ser, poniendo el acento en el riego que implica la formulación lesbiana en un contexto neofascista, y la posibilidad de fracasar y perder. Desde el activismo lésbico, la autora explora la escritura del no saber no para erigirla como dogma sino como fugaz posibilidad de pensamiento que se quiere cognitivamente proletario, afectivamente lumpen e intelectualmente artesano. Esta misma actitud vital sigue su curso en “El temor de la escritura: la carroña feminista” que insiste en la escritura como un acto que desbarata la naturalización, que violenta los modos de hacer discursos, como un acto temible y amenazante, sobre todo en medios institucionales, y que la autora amplía y profundiza en “Lengua viva, disturbios somáticos, ¿deseo de normalización?” sobre normas lingüísticas y la convulsión que provocan en la lengua las irrupciones que desbaratan la estabilización del género. flores se cuestiona aquí sobre la necesidad de no normalizar el uso de la “x” o de la “e”, para mantener viva la opacidad y la violencia del lenguaje, contra el poder sedante de lo normalizado. Profundamente anclado en el feminismo activista de la autora, los meandros que recorre su reflexión se detienen, a menudo, en su propia práctica heterodoxa, iconoclasta, estética y politizada. Así la describe, entre muchas otras cosas, en “Desafíos y provocaciones: el presente de los feminismos”, que traza el estado de la cuestión y vuelve a cuestionar el estado de euforia institucional, pero, siguiendo a Nelly Richard, apunta la necesidad de seguir sumando interrogantes, voces y significados al feminismo, a menudo contradictorios, que cuestionen políticas institucionales. Amplía en este ensayo el examen del feminismo desde las disidencias sexuales y la posición prosexo que defiende la autora —que ha sido especificado en un ensayo precedente— y que conjugará luego con dos preocupaciones constantes, la educación y la pedagogía, en tres ensayos de este volumen: “El derecho al gemido. Notas para pensar la ESI (Educación Sexual Integral) desde una posición prosexo”, “Saber es estremecer. Apuntes interrogativos para la descolonización sexo-educativa” y “Pequeñas economías del asombro. Narrativa, género y pedagogía”, que llevan el tema a regiones de interrogantes prohibidos que insertan las problemáticas propuestas en el campo de la filosofía, del sexo, de la epistemología y del deseo. Completan el volumen tres escritos en donde la lengua poética y pensante de flores ofrece un territorio sin centros ni límites, para jugar y fabricar otras posibilidades con palabras si no nuevas, renovadas —más bien recauchutadas—, en las que se puede volver a encontrar el gesto libre, siempre interrogante y provisional de una autora/activista/escritora fuera de serie.
Apuntemos la ingente cantidad de fuentes bibliográficas y referencias, las precisiones de las citas y, dentro del movimiento de un pensamiento en fuga, la motivante interrogación que es su principal método de pensamiento, junto con el replanteo de preguntas desde un posicionamiento singular e inesperado. val flores contribuye no solo a aumentar el conocimiento sobre cómo se hace teoría, pensamiento y conocimiento, sino que, como Cixous, llama a crearlo y nos instiga “a inventar un idioma para entrar y salir de nuestra propia fragilidad y de nuestros imaginarios heridos, con la paciencia secreta de que toda insurgencia será labor de las palabras” (p. 90).