https://dx.doi.org/10.12795/PH.2021.v35.i02.16
Desde la expulsión de los poetas de la polis griega planteada por Platón en su proyecto de república, la “condenación de la poesía” como la llama María Zambrano (Filosofía y poesía, 1939), o las categorías lógicas de la Poética aristotélica y su comprensión de las artes miméticas, la distinción binaria y excluyente entre ficción y realidad, arte y ciencia, o literatura y filosofía, marcaron la historia de la narratividad en Occidente. Desde entonces, los dispositivos narrativos, así como los mundos ficcionales especulados por estos dispositivos, fueron comprendidos en función de su paralelismo con el “mundo real” o bajo axiomas lógicos como el principio de no contradicción o el principio de composibilidad. Haciendo uso de categorías de la teoría narrativa postmoderna, así como de la conjunción de postulados filosóficos pertenecientes a la teoría de los mundos posibles y el concepto de metalepsis literaria, el investigador Gerardo Cruz-Grunerth propone en Mundos (casi) imposibles: narrativa postmoderna mexicana (Iberoamericana/Vervuert, 2018) una reformulación de la manera en que se comprende la ficcionalidad en la narrativa mexicana. Para este propósito, el autor se concentra principalmente en el análisis de un corpus que incluye obras de Salvador Elizondo, Bernardo Fernández “BEF” y Óscar de la Borbolla. A lo largo del libro destacada la recurrente intención del autor de concebir el vínculo entre filosofía y literatura (teoría y textualidad) no de manera temática, sino como una directriz estético-ontológica a partir de la cual se articula el conjunto de su trabajo. Los múltiples factores y categorías que se conjugan en el análisis de Cruz-Grunerth pueden ser comprendidos dentro de los márgenes de lo que autores como Mark Currie (Postmodern Narrative Theory, 2011) han llamado la teoría narrativa postmoderna. Este enfoque de análisis pretende la articulación de un diálogo interdisciplinario entre los estudios literarios y la filosofía, los estudios culturales e incluso el nuevo historicismo. A juicio de Cruz-Grunerth, esta nueva aproximación permite el estudio de fenómenos contemporáneos relevantes en la narrativa y las artes, así como las implicaciones culturales y artísticas que de ellos se desprenden.
Esta articulación entre lo filosófico y lo literario, objetivo no solo pertinente sino necesario dentro de los estudios sobre artefactos narrativos en México, es la pauta que organiza el libro. Así, de los seis capítulos que conforman el volumen, los primeros tres se concentran en el aspecto teórico. En el primero de ellos se reflexiona sobre la categoría de mundos posibles, y por oposición lógica, sobre la de mundos imposibles y sus implicaciones en el análisis de dispositivos narrativos. En el segundo capítulo, siguiendo el trabajo de Gérard Genette en Métalepse: De la figure à la fiction (2004), el autor nos presenta la categoría de metalepsis desde una concepción transgresora de la lógica clásica que desplaza y violenta los márgenes ontológicos de los principios tradicionales de la teoría narrativa. En el tercer capítulo, el trabajo de Cruz-Grunerth nos sitúa espacial y temporalmente al explicitar la pertinencia del uso de la categoría de postmodernidad como una forma de identificar y evidenciar un tipo de narratividad consciente de sí misma, o como el autor la describe, una narratividad que incluye el discurso crítico dentro de sí.
Una vez definidos los conceptos y categorías, la segunda parte, compuesta por los tres capítulos restantes, se concentra en el análisis textual del corpus de lecturas de narrativa mexicana. El capítulo cuarto nos presenta un análisis de El hipogeo secreto (1968), novela de Salvador Elizondo, desde la perspectiva crítico-ontológica de la categoría de metalepsis planteada en los capítulos precedentes. El quinto de los capítulos se centra en el examen del cuento titulado “La bestia ha muerto” (2010), perteneciente al escritor, historietista e ilustrador Bernardo Fernández “BEF”, a partir de la premisa de que las piezas narrativas postmodernas trastocan los límites entre historia y relato histórico, o si se quiere, entre historiografía y canon literario. Finalmente, en el reiterado tenor ontológico adjudicado a las piezas narrativas seleccionadas, el capítulo sexto examina la posibilidad que tiene la literatura de representar el mundo, simultáneamente, desde versiones contradictorias. Para ello se recurre al estudio del texto narrativo de Óscar de la Borbolla titulado “El paraguas de Wittgenstein” y, coralariamente, a “El telescopio de Escher”, textos pertenecientes al libro de cuentos El amor es de clase (1994). Como podemos observar, la elección del corpus textual responde no a una organización cronológica o a una clasificación inscrita dentro de los márgenes y temas habituales del canon literario mexicano, sino a una comprensión de la narrativa mexicana desde las categorías estético-ontológicas planteadas en la primera parte del libro: la metalepsis, los mundos posibles y la postmodernidad.
Desde el influyente análisis que Jean-François Lyotard hiciera a finales de los años setenta sobre las condiciones epistemológicas de la construcción del saber y la formación de metanarrativas en las sociedades contemporáneas (La condition postmoderne: rapport sur le savoir, 1979), quizá pocos conceptos en los estudios filosóficos y literarios han sido tan polémicos y discutidos como el de postmodernidad. Ya sea para describir el colapso de las grandes narrativas históricas o filosóficas de Occidente o la crisis de las ciencias, lo postmoderno es una característica ineludible en la manera en que concebimos todo ejercicio narrativo contemporáneo. A Cruz-Grunerth, sin embargo, le interesa más hacer hincapié en la condición de autorreflexividad y subversión asociada a las narrativas postmodernas. Siguiendo a Currie y la tradición asociada a la deconstrucción derridiana, la condición postmoderna de los textos narrativos planteada en el libro reside más en las posibilidades de análisis crítico contenido en las obras mismas, que en su cualidad temporal. Posibilidades y cualidades que desde la teoría narrativa postmoderna cuestionan el sentido mismo de las obras, sus aporías, contradicciones e imposibilidades. Como es de suponerse, la crítica de Fredric Jameson (Postmodernism, or, the Cultural Logic of Late Capitalism, 1991) a los discursos de la postmodernidad entendiéndolos desde la lógica cultural implementada desde la experiencia, o por la vivencia intelectual del capitalismo tardío, es la gran ausente en el libro. La preocupación estética-ontológica de Cruz-Grunerth no repara en las condiciones de producción y circulación de los dispositivos narrativos, sino que se concentra en las consecuencias performativas que se desprenden desde el interior de las piezas narrativas.
Conocedor de las tradiciones tanto analíticas como continentales de la filosofía y la teoría literaria, la especulación de Cruz se apoya en la lógica semántica de los mundos posibles expuesta por autores como Lubomír Doležel (Heterocosmica: Fiction and Possible Worlds, 1997; Possible Worlds of Fiction and History: The Postmodern Stage, 2010) y Marie-Laure Ryan (Possible Worlds, Artificial Intelligence and Narrative Theory, 1991; Narrative as Virtual Reality: Immersion and Interactivity in Literature and Electronic Media, 2001) para defender la idea de que la lógica binaria del “mundo real” basada en principios como el de no contradicción, composibilidad o el tercero excluido, puede ser trastocada y reformulada en los mundos imposibles de la ficción. No obstante, no se trata solamente de la postulación de la posibilidad de lo imposible, sino de la construcción de mundos que atentan contra la integridad de sí mismos. Si bien la tradición predominante en el análisis de dispositivos artísticos y literarios fue la comprensión del arte como un artefacto mimético, la argumentación del libro aboga por una acepción del arte narrativo en su calidad de poiesis de mundo(s). Esta paradoja argumentativa en los dispositivos narrativos, construida a partir de la categoría de metalepsis, es la propuesta más relevante e interesante del libro. Retomando el trabajo expuesto en otro de sus libros (Poética de la diseminación, 2011), Cruz-Grunerth muestra las capacidades de transgresión, violación, ruptura y diseminación de la ficción desatadas por la puesta en marcha de la metalepsis en su calidad performativa: “la metalepsis declara y realiza, performativamente, la instauración de un mundo de ficción más, al mismo tiempo que atenta contra las formulaciones básicas de la ficción” (151).
Si bien el análisis se centra en piezas narrativas de tres autores en específico, el trabajo no escatima en referencias a otros exponentes como Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, o los mexicanos Gilberto Owen y Guillermo Samperio. En un gesto interdisciplinario que rebasa los márgenes de la narratividad en dispositivos textuales, la capacidad de violentar los límites de la narrativa convencional que el autor adjudica a categorías retóricas como la metalepsis lo conduce también al análisis de piezas cinematográficas como Being John Malkovich (1999) o Adaptation (2002), del escritor Charlie Kaufman y el director Spike Jonze. En estos términos, el criterio de selección del corpus narrativo mexicano tiene preocupaciones ontológico-estéticas, una aproximación inusual en la teoría narrativa mexicana: “Se verá que los entes ontológicos que habitan los mundos posibles de ficción, tanto en El hipogeo secreto de Elizondo como en “El paraguas de Wittgenstein” y “La escalera de Escher” de De la Borbolla, expresan la compleja relación de espacios ontológicos, de composibilidad de los entes en los espacios creados para su realización como sujetos ontológicos ficcionales” (67). Sin embargo, este cuestionamiento y subversión de los órdenes ontológicos no se limita al orden de lo abstracto e incide, como en el caso del Bernardo Fernández, en un cuestionamiento sobre la historia y la memoria: “lo que “BEF” y la narración metaficcional ponen en crisis, y a ello debe su carácter teorético-autorreflexivo, es la capacidad de mostrar que el discurso historiográfico es una narrativa más que puede ser reformulada, su jerarquía es desmitificada; suerte similar es la que afecta al canon literario. Ambas formas discursivas son desmitologizadas” (155). Una literatura que es un discurso sobre la narrativa, al mismo tiempo que una obra narrativa, no es solo un juego de postulados lógicos y metaficcionales, sino una forma de confrontar y cuestionar la literatura misma, así como la totalización que pretenden las narrativas hegemónicas.
El trabajo de Cruz-Grunerth nos provee de un robusto andamiaje teórico y conceptual a partir del cual es posible plantear una lectura de la contradicción de artefactos narrativos contemporáneos que dislocan y trasgreden una lógica binaria anclada en principios lógicos como el de no-contradicción o de composibilidad. Sin embargo, esta disquisición sobre las consecuencias estéticas y ontológicas de una narrativa que subvierte las dialécticas binarias como la de realidad y ficción, adentro y afuera, filosofía y literatura, o teoría y praxis, es también la posible dimensión política de una literatura postmoderna. Y la condición “periférica” de la literatura mexicana y latinoamericana, “los espacios de las narrativas “menores”, [lugares] desde donde podría hablarse de un nuevo hombre, del hombre presente y su mundo, o del hombre y su mundo por venir” (164). La condición aporética de la narrativa postmoderna mexicana argumentada en este libro no es una violencia contra la literatura, sino la aceptación, similar a la morbosa epifanía experimentada por el personaje de Elizondo, de que el individuo se concibe a sí mismo y al mundo como hechos narrativos.