Aitor Francos (ed.): Marcas en la piedra. Doce aforistas vascos actuales. Sevilla: Renacimiento, 2019, 292 pp. ISBN: 978-84-17950-40-8.

https://dx.doi.org/10.12795/PH.2020.v34.i02.09

Llama la atención que un género prestigiado por su vínculo indefectible con el vasto corpus de literatura sapiencial fuese estimado en algunas literaturas nacionales como una suerte de apéndice menor hasta prácticamente los siglos xvii y xviii. Estas plasmaciones de la brevedad fueron etiquetadas por los propios autores como “varia”, “apuntes” u “otros escritos” para no restar entidad a las magna opera; de ahí que hayan arrastrado durante siglos el estigma de la ocurrencia, delatores de un ingenio perezoso o “inmaduro” a la hora de acometer proyectos de envergadura. Por suerte, la situación del aforismo ha cambiado radicalmente en los últimos diez años. La proliferación sin precedentes de creadores, estudios o premios en editoriales señeras o de nuevo cuño ha propiciado el redescubrimiento del género y su consagración –sin obviar los ilustres precedentes: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín, Carlos Edmundo de Ory, etc.– en las letras españolas.

Si bien es cierto que sigue ocupando una posición periférica respecto a otros géneros breves como el cuento o el microrrelato, el aforismo ha abandonado la sombra tan alargada del dinosaurio; así, se localizan con facilidad colecciones y sellos dedicados casi de manera exclusiva a la publicación de libros de aforismos como Trea, Renacimiento, La Isla de Siltolá, Cuadernos del Vigía o Libros al Albur. En este sentido, la ejemplar antología de José Ramón González Pensar por lo breve (Trea, 2013) contribuyó decisivamente a la visibilización del género en España. A raíz de su aparición, se podría hablar incluso de un “boom editorial” de carácter antológico, que se ha materializado en sucesivos florilegios; sin embargo, pese a la aparente variedad de sus planteamientos y repertorios, comparten un rasgo esencial: el responsable –aquí el uso del determinante masculino no es nada neutro– suele ser un aforista.

En mi opinión, este hecho no es baladí, pues no solo implica una relativa autoconciencia genológica, sino que también acaba provocando la conformación de círculos de practicantes en función de criterios no estrictamente filológicos. Por supuesto, no niego el manifiesto compromiso con una forma literaria que merece su lugar (destacado) en el canon ni minusvaloro la calidad de tales acercamientos críticos (ni la de los textos antologados); con todo, me parece que se debe considerar tanto la “necesidad” como los fundamentos teóricos sobre los que se construye un libro con vocación y efecto legitimador/canonizador. En cierta forma, el auge de este tipo de antologías puede entenderse como una especie de “segunda fase” en la consolidación de la escritura aforística dentro del panorama actual de las formas breves. Frente a las obras regidas por criterios de representatividad o de periodización, estas antologías responden a dos impulsos principales: la visibilización-promoción de determinados grupos de autores y la composición de antologías temáticas. A la luz de todo esto, ¿qué hueco viene a cubrir Marcas en la piedra. Doce aforistas vascos actuales? ¿Hasta qué punto es factible antologar un género que hace gala de su indisciplina?

La antología de Aitor Francos congrega a doce aforistas vascos en estricto orden cronológico: Patxi Andión (1947), Ángel Gabilondo (1949), Ramón Eder (1952), Juan Kruz Igerabide (1956), Karmelo C. Iribarren (1956), Tere Irastortza (1961), Karlos Linazasoro (1962), Ana Urkiza (1969), Gabriel Insausti (1969), Beñat Arginzoniz (1973), Juan Manuel Uría (1976) y Ander Mayora (1978). A propósito de esta nómina debo subrayar, en primer lugar, la propia ausencia del editor y antólogo del volumen. El bilbaíno Aitor Francos (1986) cuenta en su haber con cuatro libros de aforismos más que notables: Fuera de plano (Cuadernos del vigía, 2016. III Premio Internacional José Bergamín de aforismos), Camas (Trea, 2018), Aforo completo (Las Tres Sorores, 2018) y Tinta rápida (Trea, 2019). Aunque puedo simpatizar con la precaución de un curador que desea “desaparecer” para dar todo el protagonismo a las potentes voces aforísticas que ha recopilado y estudiado con entusiasmo y esmero, no creo que esta sea la línea de actuación más ética ni estética para la antología; al contrario, la autoexclusión de uno de los creadores más fieles al género provoca que ese vacío resulte completamente perceptible.

Claro está, cualquier antología nace con el manido estigma de la parcialidad y cada publicación será criticada por reseñadores, seleccionados y ausentes incluso antes de ver la luz. Sin embargo, Aitor Francos ha abordado con acierto la compleja tarea de antologar la producción aforística en Euskadi. Los doce autores elegidos constituyen una muestra representativa de la “escuela vasca” en español, si bien habría que recordar que una parte de ese corpus proviene de traducciones del euskera publicadas con anterioridad o realizadas ex profeso para Marcas en la piedra. La obra no solo comprende diferentes generaciones literarias, sino que apuesta por reflejar la pluralidad de registros y poéticas. No obstante, no comparto que la justificada consideración de la aforística vasca como una de las cumbres del género en España se traduzca en una “variedad de propuestas estéticas y de pensamiento” (15) no localizable en otros practicantes y territorios. Entre otros factores, el antólogo argumenta que la fuerza y singularidad del aforismo en el País Vasco se debe a una cierta particularidad del euskera (10-11) y a su rica tradición proverbial –los esaera zaharrak (refranes) o los atsotitzak (proverbios)–. Esta explicación resulta convincente y, a simple vista, se sustenta en la realidad de los números; el problema estriba en su sobredimensión cuantitativa –por ejemplo, la nómina de aforistas andaluces supera ampliamente la treintena– y en la equivalencia lingüística con una determinada forma de expresión: se podría justificar entonces que existen lenguas más aptas para la poesía o para la novela.

Sin duda, la aforística se encuentra en la actualidad casi en la cresta de la ola: probablemente, nunca ha sido tan leída ni tan cultivada. Ahora bien, el aumento de referentes en este campo ha provocado una consecuencia quizá insospechada, aunque esperable a causa de esa supuesta “juventud”, en cuanto forma literaria reconocible y legitimada en España. La hiperabundancia textual ha ocasionado que los límites genológicos del aforismo estén en un proceso constante de deconstrucción y redefinición. Al respecto, no se puede soslayar el evidente peso consagratorio de una plétora de géneros breves con más de dos milenios a sus espaldas, un terreno en el que confluyen máximas, proverbios, sentencias, epigramas, adagios, axiomas o aforismos. Y justamente ahí, en ese límite poroso y fecundo entre la lírica y la filosofía, entre la expresión lapidaria y su apertura a la sensibilidad de un yo fragmentado y fragmentario, se hace fuerte Marcas en la piedra.

La antología de Aitor Francos parte de “esa imposibilidad de sentirse en casa […], de constituir un hogar cómodo y heredable” (13) para el aforismo. De acuerdo con el editor, el voluminoso muestrario, compuesto por casi mil setecientos microtextos –una media de ciento cuarenta por autor–, puede agruparse en torno a “cuatro tendencias mayoritarias” –cinco, si se incluye el metaforismo–: el aforismo de corte clásico, el humorismo puro, el aforismo discursivo y filosófico (o político o reivindicativo) y el aforismo poético (15). Evidentemente, debido a la variabilidad del corpus, repleto de ejemplos adscribibles a una o varias vertientes, se asume de manera implícita la condición proteica y transgenérica de este tipo de textos: el aforismo como categoría omnicomprensiva, una especie de epíteto de la microtextualidad. Por supuesto, Francos no entra en este debate genológico-terminológico, ni tampoco tendría sentido; eso sí, deja constancia de los matices aforísticos y de los diversos grados de intensidad lírica, moralista, sapiencial o paradójica presentes en los creadores antologados.

En líneas generales, aparte de la economía verbal, los textos aquí recopilados comparten una serie de rasgos característicos de la aforística contemporánea: la denuncia y crítica de cualquier tipo de dogma, de conocimiento absoluto o de valores esclerotizados; el autocuestionamiento de un sujeto observador que vacila y se debate entre la fragmentación y la totalidad; la crítica social y de costumbres, inherente a una subjetividad escéptica; el empleo de un lenguaje, por momentos corrosivo o paradójico, que no repudia ni la transparencia comunicativa ni la metáfora como núcleo de una razón-poética. Como se evidencia en las diferentes propuestas contenidas en Marcas en la piedra, una de las facetas más tratadas por creadores y especialistas es la supuesta condición bifronte de la aforística, el debate moderno acerca de la naturaleza poética o filosófica del género. En este primer sentido, se ubicaría la escritura de poetas que incursionan en el aforismo (y viceversa) y de aforistas con una mirada más lírica que sentenciosa como Patxi Andión, Tere Irastortza, Juan Manuel Uría o Beñat Arginzoniz. Por otra parte, se mantiene la línea sapiencial, la querencia por un apretado minimalismo gnoseológico a caballo entre el microensayo y la máxima que exhiben Ángel Gabilondo, Juan Kruz, Ana Urkiza, Gabriel Insausti y Ander Mayora. Asimismo, Aitor Francos destaca la importancia de las denominadas escrituras del yo en la obra de Karmelo Iribarren, quien se aproxima a la literatura diarística para cultivar un aforismo salpicado de experiencias quintaesenciadas y observaciones agudas. Mención aparte merecen Ramón Eder, irónico maestro de aforistas y tal vez uno de los creadores más devotos al género en lengua española, y Karlos Linazasoro, estimado en el prólogo como “el más completo de todos los antologados” (23).

Entre las muchas virtudes de esta antología se encuentra ese deseo de apropiación que alienta en los lectores la sana admiración por pensamientos y palabras ajenas. En el caso de Marcas en la piedra vislumbro una aproximación sistémica al fenómeno que no termina de cuajar por la decisión de no confeccionar “una edición crítica” ni “un estudio dirigido al ámbito académico” (29). No obstante, Francos lanza múltiples ideas e intuiciones muy provechosas para un público especializado. Por ejemplo, apunta casi al final de su introducción que la diferencia de la aforística vasca, la clave de su éxito y pujanza, tal vez podría encontrarse en el sistema literario del País Vasco. Además, menciona como posible causa la existencia de varias editoriales que acogen en sus catálogos libros de aforismos en euskera y la conexión geográfica de muchos autores con la gijonesa Trea, una de las casas que más ha apostado por este género (26-27). Sospecho que el aforista y antólogo tiene una opinión formada sobre este asunto, pero ha preferido no tirar de un hilo demasiado largo para los objetivos del libro.

En conclusión, Marcas en la piedra. Doce aforistas vascos actuales es una obra necesaria por su labor de cartografiado de un género que parece hallar en Euskadi un espacio propicio. La esclarecedora introducción de Aitor Francos, así como su rigor y buen criterio a la hora de seleccionar los aforismos, ofrecen un valioso panorama de una de las formas más escurridizas de la literatura. Claramente, esta antología cumple con creces su doble objetivo: contribuir a un mayor (re)conocimiento del aforismo en un sistema –por no decir mercado– poco dado a fomentar sus expresiones mínimas y, por otra parte, ubicar a la producción aforística vasca dentro del emergente campo aforístico peninsular. En paráfrasis de uno de los flechazos más certeros de Ramón Eder, Marcas en la piedra no solo permanecerá en las manos y mentes de los lectores, sino que se convertirá, sin lugar a duda, en un libro indispensable en cualquier biblioteca de la brevedad.

Paulo Gatica Cote

paulo.gatica@usc.es

Universidade de Santiago de Compostela

ORCID: 0000-0003-1534-3404