Recibido: 05-06-2020
Aceptado: 02-06-2021
https://dx.doi.org/10.12795/PH.2021.v35.i01.13
Resumen
Este trabajo comprende un análisis sociolingüístico histórico sobre un pequeño corpus de la prensa española del siglo xix en el que se muestra la actitud con la que sus hablantes se comunicaban a través de recursos tipográficos. Tal y como hoy día se hace, el uso de la cursiva para marcar un uso «extraño» (no normativo) sería frecuente. En última instancia, el género gramatical en referencia al sexo de los sujetos designados en el discurso (oral o escrito) sería también motivo de resalte tipográfico cuando la realidad necesitara de una explicación.
Palabras clave: sociolingüística histórica, género gramatical y sexo, actitudes lingüísticas, uso de la cursiva, lingüística de corpus.
Abstract
In this study, we have analyzed from a historical sociolinguistic perspective a small corpus of 19th press texts where speakers showed their attitude on their language through typographical resources. In this sense, as nowadays, the use of italics to point out a “strange” usage (non “standard language”) often occurs. Ultimately, grammatical gender according to sexed agents from reality and into the speech (written as much as spoken) would be marked as well and the same way when reality needed an explanation.
Keywords: historical sociolinguistics, grammatical gender and sex, linguistic attitudes, italics usage, historical corpus.
Suponer que alguien está «detrás» de la lengua significaría comprender esta como un órgano social y, asimismo, centrar el interés en los sujetos de carne y hueso que manipulan diariamente su objeto comunicativo. Si de un titiritero decimos que este mueve los hilos de sus marionetas, así lo podríamos decir también de un hablante, quien tiene el poder de la palabra y, tras esta, oculta, a su vez, un sinfín de ideas para las que un estudio puramente estructural no estaría preparado. Como se reconoce desde hace mucho tiempo en los estudios clásicos de sociolingüística, la «actitud lingüística» sería la institución individual de la «conciencia», donde el lingüista podría entrometerse con el fin último de entender su comportamiento respecto del uso que hace de su idioma. De este modo, se podría decir que una actitud se trata de un elemento subjetivo de la conciencia de cada individuo, de la que, a su vez, se podría descifrar un determinado «comportamiento» (Baker 1992: 11). De todos los componentes que se han resaltado en los estudios actitudinales sobre la lengua, el que más destaca y el que más podría dar cuenta de la «idea mental» del hablante sería el denominado componente «conductual» o «conativo» (cf. Fasold 1980: 148; López Morales 1989: 233), pues es con el que el hablante se propulsaría finalmente a la acción a través de unas determinadas creencias y sentimientos. Esto, además, podría ponerse en relación con el poder performativo del hablante en los actos de habla. Como se conoce, fue con el germen de la escuela chomskiana del generativismo, la cual proponía que la lengua no podía estudiarse aislada de su medio (o sea, sin la intervención del «uso» del lenguaje, la denominada «actuación» frente a la «competencia»), cuando la sociolingüística empezó a cobrar auge frente a los estudios estructurales clásicos (cf. Almeida 1999: 7-17; Conde Silvestre 2007: 23-24). Asimismo, la palabra actuación se relaciona con la voz actitud, ya que una actitud estaría refiriendo siempre, en última instancia, a una acción determinada. Asimismo, de las actitudes pueden destacarse tres componentes fundamentales que han sido estudiados de múltiples formas por la sociolingüística: el «cognoscitivo» (las creencias), el «afectivo» (las emociones) y, por último, el «conativo». Una actitud puede «presentarse» escondida y ser reflejada de diferentes maneras, como también podría no mostrarse nunca, siendo reprimida debido a diversos condicionantes (Baker 1992: 15-16). De este modo, para López Morales (1989: 234-235) el único componente que expresaría la actitud finalmente sería el «conativo», ya que las actitudes siempre son positivas o negativas, pues lo contrario sería su ausencia, o sea, una «no-actitud». En este sentido, la actitud sería acción; podría ser el uso de una palabra determinada tanto como el marcarla con cursiva.
Del mismo modo, Coseriu (2006), a pesar de lo que se ha pensado por su contribución fundamental sobre la lengua funcional al estructuralismo, también defendía un estudio más concienzudo de esta «función socialmente importante» que «debería estudiarse más de lo que en la actualidad se estudia». Con esto refería a «las asociaciones de las palabras con ciertas imágenes de las cosas y con ciertas actitudes frente a las cosas», ya que «el lenguaje puede reflejar todo tipo de actitudes e ideologías, no sólo actitudes e ideologías políticas». Así, cuando comenzamos a explorar la ingente cantidad de testimonios hallados en la prensa decimonónica, nos percatamos de que los hablantes de entonces también podían reflejar su actitud sobre la lengua con la que se comunicaban a través de recursos tipográficos. En este sentido, tal y como hoy día se hace, el uso de la cursiva para marcar un uso «extraño» sería bastante frecuente, si bien no es fácil encontrarlo con respecto del género gramatical en relación con problemas extralingüísticos como su asociación con el sexo ocasionalmente. Con «extraño» nos referimos aquí a todo aquello que se saliese de lo «normal» dentro del texto, ya porque se tratara de un neologismo, ya porque fuese un uso pragmático concreto ejercido sobre la propia palabra y con el objetivo de explicar algo contextual. De este modo, el género gramatical en referencia al sexo de los sujetos designados en el discurso (oral o escrito) sería también motivo de resalte tipográfico cuando la realidad necesitara de una explicación.
Aquí se ha utilizado el corpus de la tesis doctoral contenida en Sancha Vázquez (2019) donde se cotejó un conjunto de 256 periódicos de los siglos xviii y xix, de España así como de Latinoamérica, en relación con testimonios tanto implícitos como explícitos sobre el género gramatical y la designación del sexo. La selección de testimonios que recogemos en este artículo son los únicos que encontramos donde la cursiva se utilizó con el propósito de marcar problemas de realidad en relación con el género gramatical y sus designaciones. Y dado que el objetivo de este trabajo, como se ha dicho, pretende el análisis de aquellos discursos históricos donde pudo encontrarse este recurso tipográfico del que pudieran sonsacarse actitudes lingüísticas, el acercamiento al mismo más adecuado sería el de la sociolingüística histórica. Como se ha mostrado en otros trabajos de corte antropológico, el género gramatical puede también estudiarse a través del concepto de «ideologías lingüísticas» para entender el funcionamiento de este y su evolución en torno a la «naturalidad» o «artificialidad» que los mismos hablantes le presuponen (Sancha Vázquez 2020b), y, asimismo, a través de la propia disciplina de la sociolingüística histórica con el objeto de indagar en la conciencia lingüística de los hablantes de un pasado remoto sobre la historia de nuestra lengua (Sancha Vázquez 2020a).[1] El género gramatical, como se ha dicho en múltiples ocasiones (Sancha Vázquez 2015a, 2015b y en prensa 1; Rivas Zancarrón 2018a; Grijelmo 2019; Escandell-Vidal 2018, 2020), no siempre representaría una «clase sexual» como base semántica del signo, y sin embargo a veces sí lo haría, que es cuando se presentarían los problemas ante el hablante que identifica su realidad con un conjunto de símbolos abstractos en los que se «injiere». Por ello, hasta un hablante laísta podría sentirse confundido con el uso de los pronombres átonos le o la, independientemente del error de la estructura utilizada, debido a una «defensa de lo femenino» (Sancha Vázquez 2020c). Siendo todo así, en este trabajo hemos tomado un enfoque metodológico sociolingüístico e histórico para estudiar la conciencia lingüística de los hablantes del siglo xix, los cuales, de manera implícita, acudieron a recursos tipográficos como la cursiva[2] para explicar su posicionamiento sobre el género gramatical que utilizaban.
Desde el punto de vista de la sociolingüística histórica, el estudio de Gouveia (2009) sobre el género gramatical en el portugués antiguo vertebraba un corpus con textos populares de varios siglos, que se recoge aquí por la similitud de esta lengua con la española, la cual suele acontecer con la misma clase de fenómenos.[3] En este, la autora demostraba cómo algunos cambios sobre el género gramatical del ahora pueden encontrarse fosilizados en el lenguaje popular, el menos culto, material indispensable para la recreación lingüística sobre el texto y herramienta de la sociolingüística histórica. Así, Gouveia (2009: 430-431) decía:
E assim é, com efeito, apesar de algumas pessoas, menos esclarecidas, pensarem ainda que é inútil estudar a linguagem popular e regional, que consideram «incorrecta», «deturpada», umas vezes «cómica», muitas outras «aberrante». O certo é, no entanto, que ela se mantém ainda como um importante «reservatório linguístico» de fases mais recuadas da língua, como evidenciam a conservação do género antigo de alguns vocábulos ou a manutenção da tendência (por vezes inovadora), por parte dos falantes, de — no desconhecimiento do verdadeiro género da palavra — seguir a terminação do vocábulo (tradicionalmente -o para o masculino, -a para o feminino), aspecto que está patente desde cedo na língua [...].
O Português popular e regional apresenta ainda outras tendências, menos comuns na língua antiga, como sejan o facto de reforçar, com alteração de forma, o género da palavra, modificá-lo por razões várias, com o intuito de fazer qualquer distinção semântica, ou meramente por razões psicológicas ou expressivas, etc.
Tanto para el español como para cualquier otra lengua, todas estas «razões psicológicas ou expressivas» serían aquellas que las actitudes de los hablantes, dependiendo de múltiples factores, proyectarían sobre la lengua hablada o escrita. De este modo, la creación de femeninos o masculinos forzados formaría parte de una actitud lingüística que se proyecta en el neologismo del sujeto hablante o escribiente. Por ello, al igual que ocurre con nuestra lengua, buceando en el pasado se podrían hallar creaciones interesantes que explicarían esta asociación entre género gramatical y género biológico:
Outros casos podem ser ilustrativos da preocupação já manifesta na língua antiga, em criar femininos analógicos. Assim, geral na linguagem popular e regional é a tendência para a biformização: capataza, chefa, comandanta, comercianta, estudianta, infama, galinha pedresa, genera, marida, mártira, presidenta, regenta, etc. para mulheres; criaturo, madrastro, maneto, vítimo, etc., para homens. Encontramos, então, a par destas formas, mais uma vez, a biformização já patente na língua antiga: cobardo, contenta e contento, ruda e rudo, etc. Curiosa é ainda a forma figuro, «indivíduo bem vestido», registada em Trás-os-Montes. (Gouveia 2009: 442)
Fue la sociolingüística variacionista la que mostró que podemos utilizar el presente para tratar de explicar el pasado y viceversa (Medina Morales 2005: 117; Conde Silvestre 2007: 41-42). Por ello, en el caso que aquí nos ocupa, hemos decidido viajar dos siglos atrás en el pasado para entender cuándo los hablantes se rebelaban contra la norma del género gramatical y, si lo hacían, con qué motivo y a través de qué recurso lingüístico o metalingüístico lo hicieron. En algunos casos, un recurso tipográfico como la cursiva no tendría más que el sentido de explicar un nombre o el de ser utilizado como motivo humorístico, aunque en la mayor parte de ellos se entendería como un señalamiento por parte del autor. El que utilizaba un recurso de dicha manera en el texto nos transmitía que «ahí», donde se marcaba la palabra, habría detrás una actitud concreta que avisaba de un fenómeno singular, como podría serlo el estar rompiendo la norma, o sea, cuando se trataba de una voz «no autorizada» y ajena a la norma prescriptiva del momento (Sancha, 2020b).
Dicho todo lo anterior, comenzaremos el rastreo diacrónico con un texto aparentemente desvinculado con el tema, en donde ya se atisbaría de forma implícita un «ideologema» determinado, el cual ha sido norma a lo largo de diferentes épocas y posiblemente hasta el presente, un leitmotiv que escondería la idea de que el género «masculino» y el «femenino» podrían asociarse comúnmente con sus respectivos sexos, el sexo macho y sexo hembra (Sancha Vázquez 2020b), fuese esto cierto o no. El desdoblamiento de género producido entre «catedráticos» en lo que respecta a ambos sexos, en realidad, vendría potenciado por una cuestión de estilo y no de índole política, aunque esta estaría transmitiendo aquella misma mentalité sobre la bilateralidad entre la lengua y lo óntico, o sea, sobre lo que la lengua representaba: mujeres y hombres con tal cargo.[4] El propio juego de voces como pecho femenino y sexo masculino, además de su pretensión de rimar, establecía a través del humor aquel mismo patrón de conducta que el hablante resaltaba con la cursiva:
(1) Si no te soy antipático
yo te enseñaré Gramática,
y te haré una catedrática
lo mismo que un catedrático.
Pero te pido por Dios
que tu pecho femenino
para el sexo masculino
nunca sea común de dos.
(El Mundo pintoresco, 2/10/1859, n. 40, p. 319)
A continuación se encontró un nombre a priori «anormativo», aunque en este caso no se acudió al recurso de la cursiva, lo que también podría resaltarse como una actitud, pues «no marcar» lo que sería un uso extraño hablaría de la conciencia de un hablante que lo consideraba, asimismo, normal.[5] Esto podría mostrar cómo el hablante a través de la lengua «crea» en su conciencia, ex nihilo, lo que manifiestamente falta, pues de no haber Jesusa, se «haría», lo que también podría esconder un motivo pragmático determinado. Sin embargo, bien podría también tratarse simplemente de un nombre, lo que se explica, además, entre paréntesis en la frase «como todos aquí la recuerdan». Ya que la señora de la que se habla era una mujer y la desinencia -a se suele asociar con lo ‘hembra’, el autor podría estar jugando con el nombre Jesús, lo que provocaba, asimismo, una anormalidad discursiva, la cual era formulada como simple acto momentáneo de habla.
Detrás de este hecho estaría la misma idea que ocurre con voces como jueza[6] o presidenta, solo que esta «anomalía» lingüística no perduró ni se dio en más tradiciones discursivas a lo largo del tiempo como para propulsar un cambio en el nivel léxico-semántico. Así, hoy día no tenemos Jesusas de manera «normal» (normativa), aunque tal vez sí se dé este uso en la lengua coloquial, como de hecho sucedía en el texto. Además, en esta declaración se explicaba que doña Jesusa era la «madre» del pueblo, la que parecía levantar cada uno de los tejados de aquella localidad. De ser todo esto cierto, en este caso el morfema -a posiblemente tendría un valor ensalzador, ya que a ella se la ensalzaba por ser la mujer que lo hizo todo para los hijos que nunca tuvo, o sea, para los del pueblo y la iglesia, mientras su marido trabajaba, lo que hoy día se denominaría, vox populi, «una madre coraje»:
(2) Y no era él solo el protector, no. Su mujer, doña Jesusa (como todos aquí la recuerdan), favorecía en cuanto le estaba permitido á su sexo á los pobrecitos.
Dios no le había dado hijos, pero ella había buscado una familia numerosa y agradecida. En las largas horas del invierno frío, y mientras su esposo en el escritorio trabajaba y procuraba aumentar sus haberes, ella en el hogar doméstico, en ese templo en donde siempre debe reinar la mujer, y de donde nunca, por más que modernamente se quiera, nunca se la debía sacar, ella trabajaba por su pueblo de Lequeitio, ya haciendo labor para los huerfanitos, ya bordando las casillas y ornamentos para la iglesia, ya pintando cuadros que adornasen los altares.
(La Época, 19/8/1886, n. 12240, p. 2)
Asimismo, véase el gesto metalingüístico también en el siguiente testimonio: «el Sr. García Alex salió, no en un vapor, sino ¡asómbrense ustedes! en una vapora; cosa y palabra desconocidas hasta hoy». Este fenómeno de la innovación se visibilizaría de nuevo en este texto a través de una «conciencia humorística», donde se desdobla el género desde dicha actitud de risa hacia lo ‘hembra’ y lo ‘macho’ (dado que el género gramatical en las lenguas romances no es siempre «bilateral» con respecto del sexo, puesto que sirve también para los sustantivos abstractos sin designación óntico-sexual).[7] Aquí nos interesan también los dos últimos enunciados, con los que el hablante demostraba, de un lado, la capacidad recursiva y performativa del lenguaje de la innovación —lo anormativo—[8] («¿o es que éste no puede ni salir del pureto sin faltar á la gramática?»); del otro, que esto puede «planificarse» («¡Demonio! Ese cambio de género ¿formará parte de los nuevos planes del ministro de Instrucción pública?»), y de ahí la utilización de la letra cursiva como resalte para lo «no normal» o «no autorizado»:
(3) El Sr. García Alex salió, no en un vapor, sino ¡asómbrense ustedes! en una vapora; cosa y palabra desconocidas hasta hoy.
¡Demonio! Ese cambio de género ¿formará parte de los nuevos planes del ministro de Instrucción pública?
¿O es que éste no puede ni salir del puerto sin faltar á la gramática?
(Gedeón, 1900, n. 251, p. 6)
Asimismo, en un periódico chileno se encontraron metáforas sobre sustantivos abstractos que nos hablaban de dolor como de una persona, lo que se acaba confundiendo incluso con «las Dolores» o «la Dolora», para lo que se usarían nuevamente letras cursivas distinguidoras, conscientes de la innovación. En este caso, la metáfora es clara de la reproducción del binomio género/sexo ya mencionado, y cómo el escritor detrás de dicho texto utilizaba la cursiva para señalar estos usos anormativos con la creación, por ejemplo, de algunos femeninos forzados:
(4) EL DOLOR.
No creas, caro lector, que vamos á llorar, aunque así lo dé á entender el título de este artículo.
Voy únicamente á darte cuenta de uno de los diálogos que acostumbro tener conmigo mismo.
—¿Qué es el dolor? me preguntaba yo noches pasadas.
—Hombre, me contesté, el dolor... el dolor... lo mismo que el placer, son dos populares gastrónomos, altamente tragones, porque devoran al mortal que los alberga.
—¿Tiene femenino el dolor?
—Sí tiene; Campoamor ha inventado la Dolora, que debe ser la hembra seguramente.
—¿Y qué vida lleva el placer?
—El placer vive una vida enfermiza, porque como por lo general nace de los recuerdos, de la esperanza, de los deseos, y estos son solo ilusiones, aquel vive lo que éstas, que son fugaces y transitorias.
—¿Y el dolor?
—¡Ay! el dolor, por el contrario, se apoya en la realidad, que es fria y duradera, y acostumbra á vivir muchos dias y á veces años.
—¿Dejan algun recuerdo esos señores cuando mueren?
—No solo recuerdo, sino recuerdos; porque como son tan tragones, siempre se observa en el hombre (y en la mujer) la huella de su paso.
—Y díme, ¿se quieren mucho? ¿Son buenos amigos?
—¡Qué han de ser! Se odian con los cinco sentidos; cuando se encuentran se pelean, hasta que uno de entrambos deja de existir. Así, por ejemplo, un hombre es feliz, está inundado de placer: aparece el dolor y concluye con el placer. Y vice-versa [...].
—¿Cuántas clases de Dolores se conocen?
—Dolores... conozco muchas que son muy alegrillas...
—Yo no hablo de las Dolores, sino de los dolores [...].
—¿Existen dolores del alma verdaderos?
—Uno: el dolor de la madre que pierde á su hijo. Los demás no son dolores, sino doloras, es decir, poesía, farsa, mentira [...]
Ricardo Sepúlveda.
(El trabajo, 1880, n. 14, p. 53)
En otro texto perteneciente al género del folletín literario, Eugenio Sue (autor de la novela Los misterios de Paris) marcaba, asimismo, huéspeda con la cursiva, lo que a priori podría ser una palabra del caudal léxico del español de toda nuestra historia. Sin embargo, sobre la voz huésped debería considerarse la norma sincrónica por la que la RAE la considera una palabra de género común (o sea, es el artículo el que decide el género) para las dos primeras acepciones que dictan, en general, el significado de «persona alojada en un establecimiento de hostelería». Esto es lo que posiblemente habría sido aplicado, asimismo, en su día. Si bien es cierto que la voz huéspeda aparece en corpus históricos como el CORDE, su voz parece relacionarse más, como todavía recoge la RAE, con el uso histórico de «mesonero o amo de posada». Aquí, el autor hablaba en esta historia de una criada que, seduciendo a su dueño y amo, acababa convirtiéndolo en esclavo a él mismo, y de ahí el «giro retórico» que se destaca con la cursiva, donde el género marcaba la relación de cliente-dueño, o sea, de siervo a amo en la metáfora:
(5) Quedó, pues convenido que Cecilia solo seria criada en apariencia, con lo cual se evitaria el escándalo; y ademas, para que fuese menos incierta la seguridad de su huéspeda, no tomaria otra criada, y se resignaria á servirla y á servirse a sí mismo: un fondista inmediato traeria la comida, pagaria en dinero el almuerzo de los oficiales, y el portero se encargaria de limpiar y cuidar el despacho.
(Memorial histórico, 03/01/1846, tomo 1, n. 3, p. 2)
Además de estos ejemplos vistos, la lengua sería toda «politizable» y potencialmente violable en otros requiebros lingüísticos que corresponderían más a una conciencia donde el humor afloraría, sin llegar esto a manifestarse en cambio lingüístico. No solo acontecería con sustantivos (7, 8), sino que se llegaría a innovar también con los determinantes (6), lo que el hablante transmitiría otra vez con el recurso de la cursiva:
(6) Todos le siguieron y cada cual fue á emparejar con su cada cuala en los palcos y plateas, donde supongo se olvidarian del DUENDE, del redactor, del peluquero y hasta de sus cabezas, pues tanto es el poder de las mugeres!
(El Duende, 1855, n. 3, p. 2)
(7) Tenía admiradores
la domadora hermosa; suyos lo eran
todo aquel loco enjambre
de ébrios espectadores
que un día y otro dia la aplaudieran
—o más bien una noche y otra noche—
en su equilibrio en el delgado alambre
ó bien montando en pelo á Mariposo,
un corcel sobre el cual la miss hacía,
portentoso derroche.
(El Chisme, 1890, n. 21, p. 2)
(8) Primero amé á una María,
pero la idolatría,
porque era, aunque chulapona,
la persona más persona
entre la personería.
(El Chisme, 1890, n. 24, p. 6)
Lo que se percibe de todos estos testimonios es la actitud implícita de los hablantes, los cuales, detrás de las formas lingüísticas, a menudo asumen la designación sexual de los sujetos del espacio extralingüístico como algo correlacionado. Esto, que nunca debería servir para afirmar que el género gramatical es igual al sexo desde un punto de vista funcional (Sancha Vázquez 2015a y b; Rivas Zancarrón 2018a), suele, sin embargo, generar determinado tipo de conciencia en los hablantes de español desde antaño.
Asimismo, la palabra colega, de género común, habría servido en diferentes testimonios para recoger otro juego obrado a través del género gramatical. Por ejemplo, en un periódico de Costa Rica de finales del siglo xix se encontraba marcado además con letra cursiva el *colego:
(9) TAMBIÉN el pobre diablo de El Correo de Costa Rica va aprendiendo buenas lecciones de Democracia: «Deciase antiguamente:—«la letra con sangre entra….», y en efecto, apesar de que «el mar es cosa profunda,» dice el colego (así se remarca) en el suelo «policía», de su número del 19: «Un cuerpo respetable de policía bien organizado (a debe ser) dará toda clase de garantias al orden público y hará innecesario el gasto de tantos (pues ya hay uno menos) cuarteles militares, que se llevan buena parte del presupuesto y de los sudores (¡qué plurar!) del pueblo.
(La prensa libre, 21/12/1889, p. l)
Además, en otro caso se observaba que para la voz colega también se precisaba añadir «femenino», una perífrasis contextual causada por utilizar la palabra concordada al masculino en el sintagma «nuestro colega». Lo que hubiera bastado con un «nuestra», el hablante de aquel momento decidía, manteniendo el «masculino genérico», reproducir el sexo a través de una figura contextual como «nuestro colega femenino» [el resalte es mío]:
(10) La España ha publicado en uno de sus números de este mes, y El Diario Español ha prohijado como cosa de mérito, una carta de Cádiz, en la cual se proclama ya sin embozo la libertad de cambios para los cereales, la base de nuestra agricultura. El corresponsal de nuestro colega femenino se muestra tan conocedor de la situación actual de híspana.
(La esperanza, 22/3/1854, n. 2891, p. 1)
De seguido, en (11), además del debate sobre el verbo aditamentar y la crítica a la pedantería inherente al texto, interesaba la letra cursiva utilizada para la palabra religioso, tal vez porque sonaba extraño en contacto con colega, la cual aparentemente podía parecer del género femenino (por acabar en -a), si bien se trataba de una voz del género común (de ahí la broma vista en el testimonio 9 sobre el *colego).
(11) Cuando La Regeneracion quiere ADITAMENTAR sus glorias literarias entablando con LA IBERIA una polémica de este género ó del gramatical, puede principiar, aceptadas préviamente por nuestra parte todas sus condiciones. ¿Cómo podia dudarlo el religioso colega? Nosotros tenemos un verdadero placer en pelear con los neo-fariseos y absolutistas, cualesquiera que sean las armas y el terreno á que nos llamen. Y si quiere principiar la polémica defendiendo la propiedad del famoso verbo aditamentar y el no ménos castizo adjetivo igualitario, le repetimos que esperándola quedamos, deseando ser más felices que cierto fraile, que esperaba en un pueblo allá por los años de 1830 á 35 los coches de la comitiva que habia de acompañarlo á recibir la dignidad de general de su órden: murióse el buen fraile esperándolos.
(La Iberia, 7/6/1866, n. 3661, p. 1)[9]
Así, y sirva esto como mero resumen, lo que se sonsaca y se refleja de todos los textos analizados en el apartado anterior es que los hablantes tienen siempre la posibilidad en el acto de habla concreto de crear, ex nihilo, una voz nueva que representaría, asimismo, una actitud por parte de quien así la esgrime, ya sea que la considera nueva, no autorizada o como un motivo de humor dentro del discurso. Todo esto se podría resaltar a través de un recurso tipográfico y metalingüístico como la cursiva, una forma por la que el hablante del siglo xix tenía la manera de explicar su «idea mental» sobre lo que para la época era normativo y autorizado o, por el contrario, no autorizado y novedoso. De esta manera, podría decirse que es posible analizar la conciencia lingüística del hablante detrás de su escritura también por los tipos de resalte que este utilizaba, lo que en relación con el género gramatical no ha sido estudiado de manera pormenorizada hasta la fecha, sino más que de manera dispersa a través de algunos comentarios como pura miscelánea.
En definitiva, aquí se ha visto cómo la cursiva resulta un recurso metaoperacional para el escribiente que así se expresa y decide mostrar su conciencia a través de actitudes tipográficas en relación con el género gramatical. El estudio de estos elementos metalingüísticos ha pasado a menudo desapercibido en los análisis sociolingüísticos diacrónicos, por lo que sería de interés general para la filología poner el foco de atención en ellos. Por esto mismo, en este texto se ha pretendido abordar el tema a través de un corpus novedoso que pudiera resultar, asimismo, fructífero para trabajos venideros al respecto de la cursiva y, también (y, sobre todo), al respecto del hablante detrás de la cursiva.
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― (2020c). «Je la suis aussi”. De pronombre acusado a pronombre acusativo: historia de una antineutralización sociolingüística. En M. Rivas Zancarrón, y V. Gaviño (Eds.), Creencias y actitudes ante la lengua en España y América (siglos XVIII y XIX) (pp. 227-250). Iberoamericana Vervuert.
― (2020d). Exploración de los universos sociolingüísticos «genérico» (sexuado) y «no genérico» (no sexuado) como explicación de la injerencia del sexo en la lengua española: cómo, cuándo y por qué. En B. Alonso, F. Escudero, C. Villanueva, C. Quijada y J. J. Gómez (Eds.), Lazos entre lingüística e ideología desde un enfoque historiográfico (ss. XVI-XX). Ediciones Universidad de Salamanca.
― (en prensa). Niños y niñas en la conciencia lingüística decimonónica. Un caso de activación del universo sociolingüístico genérico en la tradición discursiva escolar, Onomázein, 61.
Silverstein, M. (1985). Language and the Culture of Gender: At the Intersection of Structure, Usage and Ideology, Semiotic mediation, 219-259. https://doi.org/10.1016/B978-0-12-491280-9.50016-9
El Chisme: órgano de las señoras (1890-1891). Imprenta de Calzada e Hijo.
El Duende, periódico nocturno consagrado al bello sexo y a los dilettanti (1855-1856).
El Mundo femenino (1886-1887). El Mundo femenino.
El Mundo pintoresco, periódico semanal: literatura, ciencias, artes, biografías, música, teatros, modas y toros (1858-1860). Imprenta de Juan José Martínez.
El trabajo: literatura, artes, ciencias, comercio, miscelánea, noticias, avisos, etc. (1880). Valparaíso, Julio Real y Prado.
La Época (1849-1936). La Época.
La esperanza (1844-1874).
La Iberia (1856-1866).
La prensa libre (1889). La Prensa Libre.
Gedeón, semanario satírico (1895-1912). Gedeón.
Memorial histórico: periódico noticioso, comercial, científico y literario (1846).
[*] Esta publicación se inscribe en el marco del proyecto titulado «Política, ideologías y actitudes lingüísticas en la España y América de los siglos xviii y xix: un acercamiento desde los textos periodísticos y gramaticales» (ref. PID2020-115226GB-100), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España».
[1] Todas las voces presentadas en las que no se señalan la fuente han sido extraídas de este corpus.
[2] También, árbole, arbole, árvore, arvore, arbre, albre, alble, arble.
[3] Como se recoge en Sancha Vázquez (2020b).
[4] Se halla un estudio pormenorizado y muy detallado al respecto sobre la cuestión del desdoblamiento de género como producto de «antineutralizaciones» en tradiciones discursivas concretas en Sancha Vázquez (2020d). Cf. también Sancha Vázquez (2020a).
[5] Así como un hablante de hoy día que concibiese el enunciado *Todes les persones como «normal» tampoco lo marcaría en cursiva o con asterisco, si bien para la mayor parte de la población sonaría «anormativo» o «no normal», esto es, no «prescriptivo».
[6] Cf. Grijelmo (2019: 30; 195-231) y Escandell-Vidal (2020).
[7] Regúnaga (2009: 199-200) pensaba que: «Dado que la diferencia sexual entre hombres y mujeres (y, en animales, entre machos y hembras) es universal y constituye una clara “línea de fractura”, la no universalidad de los sistemas de género ha llevado la percepción de que en el estudio de las lenguas es necesario diferenciar el ‘género natural’ del ‘género gramatical’. El primero responde a una distinción biológica basada en el sexo y utilizada para marcar la diferencia en seres humanos y animales; esto es, se basa en los rasgos semánticos inherentes de los nombres». Cf. Regúnaga (2009: 204-205) y Gouveia (2009: 446).
[8] Incluso lo «vírico» (Sancha Vázquez 2020b).
[9] Además, se halló este otro texto donde la voz colega se pervertía con motivo humorístico, si bien no solo respecto del género: «Todos los periódicos, al nacer, saludan á sus colegas. El mundo femenino no tiene colegas. Cuando más tendrá co-ligas. Salud, pues, á todas las ligas del Universo, excepción hecha de las «ligas electorales» y de las ligas de contribuyentes. ¿Que cuál es nuestra misión? No la tenemos. Es más, conspiramos contra todas las misiones, hasta las en que predica el padre Mollina» (El Mundo femenino, 1886, n. 1, p. 2).