
Enrique Valdivieso González, in memoriam. El legado de un gran maestro de la historia del arte
Minutos antes de las doce de la mañana, Enrique Valdivieso silenciaba en su despacho a Duke Ellington o a Thelonious Monk, a Donizzetti o a Los Panchos, para dirigirse al aula XVI con el mismo entusiasmo –nervioso, casi infantil– de sus primeros años vallisoletanos. Desde que llegó a la Universidad de Sevilla en 1976, y a lo largo de cuatro décadas, sus clases –en el aula XVI o en cualquiera otra de la Facultad de Geografía e Historia– estuvieron abarrotadas de estudiantes ávidos por escuchar las lecciones magistrales de un profesor excepcional, de un investigador excepcional.
Hoy, cuando ya no se encuentra entre nosotros, el recuerdo del gran historiador del arte que fue se vuelve mucho más grande. Y su inmenso legado científico se torna abrumador: más de un centenar de libros y capítulos de libro, un centenar y medio de artículos, participación en una treintena de catálogos de exposiciones, además de un número incalculable de ponencias en congresos y conferencias.
Esos números son mucho más que meras cifras: nos hablan de un extraordinario investigador, apasionado por el arte y por la belleza, nos hablan de un trabajador inagotable, perseverante, prolífico, y nos hablan de un portentoso comunicador. Como señalaba su querido y admirado Alfonso E. Pérez Sánchez, Enrique Valdivieso era un “conocedor directo de cuanto estudia, educado en el contacto inmediato con la obra artística, que sabe buscar y descubrir por iglesias, sacristías, colecciones y trasteros; afortunado desvelador de firmas inadvertidas, y dotado de un excepcional entusiasmo comunicativo”.
Más allá de lo que nos dicen los números se sitúa lo que no pueden revelar los dígitos: Enrique Valdivieso era un verso libre, una personalidad carismática e independiente, y un historiador del arte firmemente comprometido con la defensa del patrimonio artístico, causa por la cual no dudaba en denunciar la crisis actual del interés por la cultura y exigía una mayor responsabilidad de las instituciones políticas y sociales en la promoción del arte: “Lo triste en nuestros días es que la cultura está vinculada a la política y a los políticos les interesa la cultura un rábano”.
Más allá aún, en el espacio íntimo que permite la amistad, se encuentra todo aquello que perdurará en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de conocerle. Recordaremos su temperamento alegre y melancólico, su perspicaz sentido del humor y, sobre todo, su generosidad ilimitada, siempre dispuesto a ayudar y siempre dispuesto a reconocer la ayuda: “Soy plenamente consciente de que he llegado a esta privilegiada Institución merced al apoyo de un grupo de amigos que han avalado mis discretos méritos”, señalaba en su Discurso de ingreso como miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Los agradecimientos, numerosos y sinceros, que principiaban sus libros (“la ingratitud -decía parafraseando al Quijote- es hija de la soberbia”) eran la tarjeta de presentación de un sabio de la historia del arte, un sabio sin vanidad.
Después de casi medio siglo viviendo en Sevilla, mucho quedaba del Enrique Valdivieso González que nació el 9 de febrero de 1943, en el seno de una familia humilde del barrio pucelano de Portugalete. Sus estudios en la Universidad de Valladolid le ofrecieron, además de una licenciatura en Filosofía y Letras (sección de Historia), la posibilidad de desplegar una faceta como actor de la que siempre se sintió orgulloso, y por la que recibió el Premio Nacional de Teatro Universitario en 1973; y aunque su pasión por la historia del arte le llevó a sustituir los escenarios por las aulas, siempre fue consciente de que su experiencia actoral le convirtió en el portentoso docente que fue.
Desde sus inicios en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, donde realizó su tesis de licenciatura –La pintura en Valladolid en el siglo XVII– y su tesis doctoral -Pintura Holandesa del siglo XVII en España- bajo la dirección de Juan José Martín González, su manera de entender la historia del arte se apartó de las corrientes positivistas y formalistas. Su vocación le llevó a estudiar e interpretar los fundamentos que expresan, en las obras de arte, las pulsiones esenciales del género humano en sus aspectos más populares y cotidianos, entendidas en el marco de las mentalidades y de sus circunstancias sociales. Perseguía con ello –según sus palabras– “evocar un retazo del pensamiento […] a través de la utilización de la palabra y de la imagen, consiguiendo así ser testimonio de una época y de una mentalidad que por la fuerza arrolladora de su contenido traspasaron las fronteras de aquel momento histórico”.
También su manera de escribir sobre arte cuestionaba las tendencias tradicionales vigentes, recomendando “evitar un lenguaje más técnico que sólo interesa a los historiadores del arte y que muchas veces es oscuro y farragoso […] dirigiéndonos a todos aquellos que gozan y disfrutan ante la obra de arte y no un libro que sea únicamente instrumento apto para eruditos e historiadores del arte que, en general, solemos escribir unos para otros y, además, somos muy pocos”.
La llegada de Enrique Valdivieso a la Universidad de Sevilla, tras un breve período en la Universidad de La Laguna, fue un poderoso revulsivo para el Departamento de Historia del Arte, en el que ejerció como catedrático a partir de 1982. Durante sus 40 años como profesor obtuvo el mayor reconocimiento que puede ambicionar un docente: las aulas repletas de estudiantes, fascinados por sus conocimientos y por el poder de su oratoria elocuente, persuasiva, conmovedora.
Como investigador, se confesaba seducido por el patrimonio artístico sevillano, sobre todo por la pintura, y a su estudio se consagró, transformando su conocimiento con publicaciones que son imprescindibles para entender la historia del arte hispalense, español, universal: Pintura sevillana del siglo XIX (1981), Pintura sevillana del primer tercio del siglo XVII (1985, junto a Juan Miguel Serrera) o Historia de la pintura sevillana (1986), junto a Valdés Leal (1988), Zurbarán (1988), Pedro de Campaña (2025) … la nómina es inabarcable en estas páginas. Y Murillo, sobre todo, Murillo, desde La obra de Murillo en Sevilla (1982) y Murillo. Sombras de la tierra, luces del cielo (1990), al magno proyecto Murillo. Catálogo razonado de pinturas (2010). Más atraído por las sombras de la tierra que por las luces del cielo, ningún investigador ha sabido analizar e interpretar la producción de Murillo con el lúcido conocimiento y la penetrante sensibilidad de Enrique Valdivieso.
Su inagotable interés por el trabajo de campo, que ya desplegó en Valladolid junto a Jesús Urrea, se intensificó en Sevilla. Además de estudiar las colecciones del Palacio Arzobispal, la Catedral o la Hermandad de la Santa Caridad, realizó la Guía y el Inventario artístico de la provincia de Sevilla (1981, 1982), junto a Alfredo Morales Martínez, María Jesús Sanz Serrano y Juan Miguel Serrera; y dirigió diferentes proyectos de Inventarios de Bienes muebles de la Iglesia Católica, en los que tuve el privilegio de participar junto a José Fernández López, Antonio Joaquín Santos Márquez y nuestra querida y recordada Lina Malo Lara,
Comprometido con difundir el arte más allá de los muros académicos, comisarió una veintena de exposiciones, como las emblemáticas Murillo (Madrid-Londres, 1982), Pintura sevillana del Siglo de Oro (Tokio-Osaka, 1983), Pintura Sevillana do seculo XVII (Río de Janeiro, 1983), Valdés Leal (Museo Nacional del Prado, 1991), Velázquez in Seville (Edimburgo, 1996) o Teatro de grandezas (2007, junto a Alfonso Pleguezuelo).
Enrique Valdivieso no sólo investigó y difundió el patrimonio artístico sevillano, sino que promovió de forma directa su conservación y recuperación, impulsando la restauración de las pinturas de Pedro de Campaña en el retablo mayor de la Iglesia de Santa Ana o las de Lucenti en la Iglesia de San Martín, entre otras. También devolvió a templos como el Hospital de la Caridad o Santa María la Blanca la plenitud de su significado espiritual, fomentando la ejecución de copias de pinturas que habían sido robadas durante la invasión francesa: un expolio que había denunciado en diferentes libros, como El despojo pictórico sevillano en el siglo XIX: de la invasión francesa a la desamortización de Mendizábal y la revolución de 1868, galardonado con el Premio Archivo Hispalense en la sección de Arte 2024; libro que, desgraciadamente, se publicará de manera póstuma.
Enrique Valdivieso nos dejó el fatídico 2 de febrero de 2025, junto a su esposa, Carmen Martínez. Perdimos a un gran maestro de la historia del arte. Un maestro que ejerció su vocación con pasión, honestidad y modestia, y que confesaba que, de todos los reconocimientos que alcanzó en su dilatada trayectoria (Medalla de la Ciudad de Sevilla, Premio Fama en Artes y Humanidades de la Universidad de Sevilla, Miembro honorario de la Hispanic Society of America, Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de la Real Academia de la Purísima Concepción de Valladolid, de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, …), su mayor orgullo era ver sus clases llenas de estudiantes. Estudiantes cautivados por el magisterio de un investigador referente para todas las generaciones de historiadores e historiadoras del arte. Cautivados por el extraordinario don de un profesor irrepetible.
Magdalena Illán Martín