A paso lento por el paisaje: sentidos, memorias y ruralidad en transición. Una etnografía sensorial en el Valle de Carranza (Bizkaia)

At a slow pace through the landscape: senses, memories, and rurality in transition. A sensory ethnography in the Valle de Carranza (Bizkaia)

Nuria Cano Suñén

Universidad Internacional de la Rioja, UNIR

nuria.canosunen@unir.net

0000-0001-5118-2121

Recibido: 28-12-2024

Aceptado: 07-04-2025

Cómo citar:
Cano Suñén, Nuria (2025). A paso lento por el paisaje: sentidos, memorias y ruralidad en transición. Una etnografía sensorial en el Valle de Carranza (Bizkaia) Hábitat y Sociedad, (18), 245-268. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2025.i18.11

Resumen Este artículo examina cómo las transformaciones socioproductivas del medio rural afectan a la vivencia sensorial del paisaje, tomando como caso de estudio el Valle de Carranza (Bizkaia, España). A través de un enfoque etnográfico basado en el paseo, se analiza cómo el sonido y el olor, dos dimensiones habitualmente invisibilizadas en los estudios sobre el territorio, permiten captar los cambios en las relaciones entre personas, animales y espacios. Estas transformaciones sensoriales se interpretan como indicadores de un cambio más amplio en el modelo agroganadero, que ha modificado la organización del espacio doméstico y reconfigurado las formas cotidianas de habitar y relacionarse con el entorno.

El artículo propone una lectura del paisaje rural como construcción dinámica, situada y multisensorial, en la que los sentidos desempeñan un papel clave en la configuración de memorias, valores y vínculos afectivos. Desde esta perspectiva, se cuestiona la noción de paisaje “auténtico” como algo fijo o esencial, y se aboga por reconocer la experiencia sensorial como forma legítima de conocimiento del territorio. Al hacerlo, se pone en evidencia tanto la riqueza de estos registros como la dificultad de incorporarlos en los marcos técnicos de ordenación del paisaje, abriendo la puerta a imaginar formas más inclusivas de entender y gestionar el entorno rural contemporáneo.

Palabras clave paisaje, multisensorialidad, ruralidad, olor, sonido.

Abstract This article examines how socioproductive transformations in rural areas affect the sensory experience of the landscape, using the Valle de Carranza (Bizkaia, Spain) as a case study. Through an ethnographic approach based on walking, it analyzes how sound and smell, two dimensions often overlooked in territorial studies, help reveal changes in the relationships between people, animals, and spaces. These sensory shifts are interpreted as indicators of a broader transformation in the agro-livestock model, which has altered the organization of domestic space and reshaped everyday ways of inhabiting and relating to the environment.

The article proposes an understanding of the rural landscape as a dynamic, situated, and multisensory construction in which the senses play a key role in shaping memories, values, and affective bonds. From this perspective, the notion of an “authentic” landscape as something fixed or essential is questioned, advocating instead for the recognition of sensory experience as a legitimate form of territorial knowledge. In doing so, it highlights both the richness of these sensory registers and the challenges of incorporating them into technical landscape planning frameworks, opening the door to more inclusive ways of understanding and managing the contemporary rural environment.

Keywords landscape, multisensoriality, rurality, smell, sound.

1. Estado de la cuestión

Escuchar y oler un paisaje puede parecer un gesto menor frente al protagonismo que suele otorgarse a la mirada. Sin embargo, los sentidos no solo acompañan la experiencia del paisaje: la modelan y le otorgan significado. Este artículo parte de esa premisa para analizar cómo las transformaciones socioproductivas afectan a la vivencia del entorno rural desde una perspectiva sensorial. A través del caso del Valle de Carranza (Bizkaia), se propone una lectura del paisaje como construcción cultural y multisensorial, donde el sonido y el olor actúan como indicadores privilegiados de cambio, capaces de revelar tensiones entre modelos de vida, formas de habitar y valores en disputa.

Concebir el paisaje como este ente vivo, en continua interacción con la sociedad que lo ocupa y transforma, se ha convertido en un eje central en los estudios sobre el paisaje rural contemporáneo en la península ibérica (Nogué et al., 2019; Ojeda Rivera y Monteagudo López-Menchero, 2019; Cerarols y Nogué, 2022). Esta mirada permite analizar no solo los cambios en las estructuras sociales y económicas, sino también las percepciones culturales que los acompañan, al estar ambas dimensiones estrechamente ligadas a las formas de habitar y representar el territorio. Desde esta perspectiva sociocultural, el paisaje actúa como memoria sensible de las transformaciones que afectan a la relación entre el entorno, las personas y los animales, con quienes se construyen vínculos cotidianos en el medio rural analizado, reflejando la complejidad de los lazos materiales, simbólicos y afectivos que configuran el paisaje (El Moussaoui, 2024a, 2024b; Wylie, 2017).

En este marco, resulta fundamental comprender que el paisaje no puede reducirse a una dimensión ni a una lectura única. Lejos de ser solo un reflejo de la ocupación territorial ni de los procesos económicos que lo transforman, es una construcción compleja en la que convergen dimensiones geográficas, culturales, sociales y representacionales (Cano Suñén, 2012; Riesco Chueca, 2020). Su sentido emerge de la interacción constante entre lo material y lo simbólico, entre la vivencia cotidiana y la distancia interpretativa. Así, el paisaje se configura como un espacio en el que se entrelazan la experiencia, la memoria y la narración, y donde la percepción sensorial y las prácticas sociales moldean tanto su forma como su significado. Lejos de ser una entidad estática o unívoca, el paisaje es una realidad en transformación, resultado de la relación entre las características físicas del territorio y las maneras culturales de habitarlo, sentirlo y representarlo, que merecen explorarse desde modelos holísticos y multidisciplinares (Kang y Liu, 2022).

Al hilo de este discurso sociocultural acerca del paisaje no es casual pues que, en los últimos años, éste haya adquirido una creciente relevancia en las políticas de ordenación territorial (Porcal-Gonzalo, 2019), consolidándose como un recurso clave para la sostenibilidad ambiental, la identidad cultural y el bienestar social (Gurrutxaga y Porcal-Gonzalo, 2019). Este reconocimiento ha impulsado su incorporación en marcos estratégicos de planificación, como el Convenio Europeo del Paisaje (Consejo de Europa, 2000) y la Estrategia Territorial Europea (Comisión Europea, 1999), promoviendo una aproximación que trasciende su dimensión estética o patrimonial para abordarlo como un componente esencial en la configuración del territorio y en la toma de decisiones sobre su desarrollo y gestión. Este renovado interés ciudadano y político por el paisaje, como cualidad de todo tipo de territorios y como elemento de calidad de vida, ha propiciado en España un incremento considerable de los estudios paisajísticos y de la implicación de la geografía en la agenda política del paisaje (Mata Olmo y López Estébanez, 2022; Ormaetxea y Sáenz de Olazagoitia, 2018).

En el caso de la Comunidad Autónoma del País Vasco, estos marcos se concretan en documentos como las Directrices de Ordenación del Territorio (Gobierno Vasco, 2020) y el Decreto sobre protección, gestión y ordenación del paisaje (Gobierno Vasco, 2014), así como en trabajos académicos recientes que abordan la gestión paisajística y la incorporación de dimensiones culturales y perceptivas (Gurrutxaga y Porcal-Gonzalo, 2019; Ormaetxea y Sáenz de Olazagoitia, 2018; Porcal-Gonzalo, 2019). Algunas investigaciones señalan, además, la diversidad de enfoques existentes en estos marcos estratégicos, como es el caso de Mentxaka Goñi y Dávila Cabanillas (2025), que analizando la identificación de distintas Áreas de Especial Interés Paisajístico en la campiña vasca destacan la necesidad de avanzar hacia un modelo de intervención más sensible al valor patrimonial, estético y funcional de los paisajes rurales.

Este conjunto de referencias permite situar el presente estudio en diálogo con un campo donde se exploran los retos y posibilidades de una gestión del paisaje más integral, capaz de ir más allá de los criterios técnicos para incorporar también las formas de percepción, memoria y experiencia que lo atraviesan. Desde esta perspectiva, el enfoque adoptado en este artículo, de carácter etnográfico y sensorial, se suma a ese debate proponiendo una lectura del paisaje como realidad vivida, cargada de tensiones culturales, simbólicas y sensoriales que también merecen ser tenidas en cuenta en la comprensión de su transformación.

Esta mirada encuentra un terreno especialmente fértil en el Valle de Carranza, donde nos centramos para el análisis. Allí, los cambios han seguido un ritmo más pausado que en otras zonas, manteniéndose aún una estructura paisajística vinculada a la actividad agroganadera y con menor presión urbanística en suelo no urbanizable. Esta relativa continuidad ofrece un contexto idóneo para preguntarse cómo se experimentan los cambios en un entorno rural que, si bien conserva elementos del modelo tradicional, también se encuentra atravesado por nuevas lógicas productivas. Para abordar esta cuestión, no basta con atender a las transformaciones visibles en el territorio: es necesario explorar también aquellas dimensiones del paisaje que se inscriben en el cuerpo, la memoria y los sentidos de quienes lo habitan. En esta línea, el estudio parte de tres hipótesis clave que permiten repensar la autenticidad del paisaje, su carga emocional y su dimensión multisensorial, siendo esta última la que vertebra el análisis que se presenta a continuación.

La primera hipótesis sugiere que lo que hace que un paisaje sea “auténtico” no se basa en su resistencia al cambio, sino en su capacidad para adaptarse y seguir siendo reconocible. Esta autenticidad no es dictada por un solo actor social, sino que resulta de la confluencia de múltiples percepciones, experiencias y enfoques (Andreu-Lara y Ojeda-Rivera, 2019).

La segunda hipótesis explora cómo el paisaje influye y se ve influido por las emociones que despierta. Pues el paisaje percibido, lo que podríamos llamar como “intangible” puede ser igual de relevante para el análisis que lo tangible (Nogué et al., 2019). Aquí, el paisaje forma vínculos emocionales, tanto directos como sutiles, entre los lugares y las personas. Los cambios en el paisaje, entonces, deben ser meditados y ajustados cuidadosamente, reflejando la acumulación de experiencias y contextos sociales por los que pasa a lo largo de su propia historia. Aunque es un elemento cambiante, el paisaje debe conectar con el pasado, facilitar la comprensión del presente y abrir puertas a proyecciones futuras.

La tercera y última hipótesis se enfoca en la naturaleza multisensorial del paisaje (Cano Suñén, 2011; Del Corral del Campo y Muñoz González, 2022): el cambio paisajístico trasciende lo visual (aunque culturalmente parezca ser su componente principal, a veces exclusivo) e incluye otros elementos corporales. De esta manera lo táctil, sonoro, olfativo y gustativo no solo es importante en la vivencia del paisaje, que también, sino que son herramientas para el análisis de cambios sociales.

Es precisamente esta tercera hipótesis, la que plantea que el paisaje se configura y transforma también a través de las percepciones sensoriales, la que articula el enfoque del presente artículo, sin perder de vista en ningún momento las dos primeras que lo afectan conceptualmente de manera transversal. A partir de dicha tercera hipótesis, el artículo se centrará en dos aspectos clave para comprender la transformación del Valle de Carranza: el sonido y el olor. Ambos elementos, a menudo relegados en los análisis paisajísticos tradicionales, se revelan aquí como indicadores sensibles de los cambios sociales y productivos en el territorio.

Para explorar esta dimensión, se ha optado por una metodología basada en la práctica etnográfica del paseo, que permite captar la evolución sensorial del valle desde una experiencia situada, tanto en términos espaciales como afectivos. Esta aproximación metodológica será desarrollada en detalle en el siguiente capítulo, donde se presentará el trabajo de campo realizado y las herramientas empleadas para registrar la dimensión sonora y olfativa del paisaje.

Con este recorrido, el artículo busca contribuir a una lectura más compleja y encarnada del paisaje rural contemporáneo, mostrando que los sentidos, lejos de ser meros acompañantes de la experiencia, constituyen vectores analíticos fundamentales para comprender las dinámicas de transformación territorial. Esta perspectiva sensorial permite, además, atender a formas de conocimiento locales, a menudo invisibilizadas en los marcos técnico-normativos, y plantea nuevos desafíos para el análisis, la representación y la gestión del paisaje.

2. Contexto de estudio y claves metodológicas

El Valle de Carranza[1] es un municipio del País Vasco (España), en la provincia de Bizkaia. En extensión y localización, se trata del mayor de toda la provincia, limitando con Cantabria y con Burgos. Sus poco más de 2700 habitantes se distribuyen por 49 pequeños barrios dispersos por el municipio. Tradicionalmente, su economía ha estado basada en el sector agropecuario, lo que le confiere una marcada pero cambiante idiosincrasia rural y ganadera (Figura 1).

Figura 1. Localización geográfica del Valle de Carranza en la provincia de Bizkaia. Fuente: Wikipedia.

Este valle ofrece un escenario privilegiado para observar la transición entre un modelo agroganadero tradicional y otro intensivo. Aunque el peso económico del sector primario ha disminuido, el paisaje sigue profundamente marcado por su impronta agraria, tanto en su configuración física como en su dimensión identitaria. Desde los años sesenta, la modernización y capitalización del territorio, junto con la intensificación progresiva de la ganadería de vacuno lechero, marcaron un punto de inflexión en su desarrollo (Díaz García, 2002). Su relativa distancia respecto a los grandes núcleos urbanos lo mantuvo al margen del auge inmobiliario que afectó a otras regiones, permitiendo que los cambios hayan sido más lentos. Estas dinámicas, visibles en la organización del espacio y en la vida cotidiana de sus habitantes, hacen del valle un lugar idóneo para la observación etnográfica y la reflexión sobre la evolución del paisaje rural.

La primera exploración profunda del Valle de Carranza (Figura 2 y 3) se llevó a cabo entre septiembre de 2007 y junio de 2008. Desde entonces, se ha mantenido una relación continua con el lugar, convirtiéndolo en un referente central de análisis y en un “laboratorio” etnográfico para reflexionar sobre la evolución del paisaje y sus múltiples significados. Esta prolongada inmersión ha permitido no solo examinar las transformaciones materiales del valle, sino también comprender cómo estas se inscriben en la experiencia cotidiana de sus habitantes, evidenciando que el paisaje no es solo una realidad física, sino también un entramado de percepciones, memorias y sentidos.

Figura 2. Vista panorámica del Valle de Carranza, contexto territorial del trabajo de campo. Fuente: Elaboración propia.

Figura 3. Mapa con los barrios dispersos del valle. Fuente: https://www.karrantza.org

Desde esta perspectiva, como ya adelantamos al final del capítulo anterior, el presente estudio se inscribe en la tercera hipótesis formulada anteriormente, que plantea que el paisaje no es únicamente una construcción visual, sino que se experimenta a través de múltiples sentidos. En este marco, el sonido y el olor emergen como indicadores clave de las transformaciones sociales y productivas del territorio, revelando tensiones entre modelos de desarrollo, usos del espacio y formas de vida.

A partir de esta base, el presente artículo adopta un enfoque cualitativo y fenomenológico para abordar estos cambios desde una dimensión sensorial, explorando cómo ciertas manifestaciones del entorno, a menudo pasadas por alto en los estudios paisajísticos, reflejan la evolución de las relaciones entre las personas, los animales y el territorio. Se trata de una perspectiva que, si bien se nutre de ciertas aproximaciones propias de la ordenación del territorio, se distancia de su enfoque normativo, funcionalista y predictivo, que busca modelizar el espacio a partir de criterios de planificación y gestión, para evidenciar en su lugar la complejidad del paisaje como una realidad vivida, en constante negociación entre estructuras materiales y geográficas, valores culturales y experiencias cotidianas.

Para aproximarse a esta evolución sensorial, se ha tomado como punto de partida la etnografía del paisaje a través del paseo como herramienta metodológica (Figura 4). Esta práctica se inscribe en los enfoques del “walkscape” (Careri, 2017) y del “paisajear” (Delgado Bujalance y Ojeda-Rivera, 2007; García García et al., 2008; Ojeda-Rivera, 2017), que conciben el paisaje no solo como un entorno físico, sino como una construcción que se configura y se experimenta a través del caminar. En este proceso, el acto de recorrer un territorio no solo permite percibir sus cambios, sino que también transforma la mirada de quien lo habita o estudia, modelando su comprensión del paisaje a través de la experiencia sensorial y el contacto directo con el entorno.

Figura 4. Paseo etnográfico con habitantes locales, clave para captar el paisaje desde la experiencia vivida. Fuente: Elaboración propia.

Esta metodología se implementó inicialmente en una investigación doctoral y ha seguido utilizándose para ampliar, contrastar y verificar la evolución del valle a lo largo de los años. La técnica no solo permite captar la materialidad del territorio, sino también registrar los cambios desde una experiencia situada, como ocurre en el caso que nos ocupa, donde el análisis de los sonidos y los olores resulta clave para comprender la transformación del paisaje. A través de esta aproximación sensorial, es posible detectar cómo las variaciones en las prácticas agroganaderas, la urbanización o el abandono de ciertas actividades tradicionales no solo modifican la apariencia del territorio, sino que también alteran su percepción y vivencia cotidiana. El sonido y el olor, en este sentido, funcionan como marcadores del cambio, revelando la persistencia o desaparición de determinadas dinámicas productivas y sociales.

Dicho “paisajear”, entendido no como un mero desplazamiento, sino como una herramienta de observación y aprendizaje situada, permitió experimentar sensorialmente el territorio y establecer interacciones espontáneas con sus habitantes. Estos recorridos facilitaron el análisis directo de la geografía del valle, su arquitectura, urbanismo y las actividades cotidianas que configuran su paisaje. Además, se llevaron a cabo registros sistemáticos de los cambios sonoros y olfativos asociados a las transformaciones productivas, como la desaparición de sonidos vinculados a la ganadería extensiva o la aparición y pérdida de ciertos olores. Muchas de las conversaciones surgidas durante el caminar derivaron en entrevistas más estructuradas, en las que las personas compartieron recuerdos, emociones y percepciones sobre el paisaje en cambio.

Este trabajo de campo se desarrolló desde una perspectiva fenomenológica, en la que el paisaje se transforma, siguiendo a Tim Ingold (2000; Ingold y Vergunst, 2008; Ingold, 2017), en un taskscape: un paisaje tejido por las actividades cotidianas que lo conforman. Desde esta mirada, los caminos recorridos no fueron únicamente vías de tránsito, sino espacios vividos donde se entrelazan prácticas, memorias y modos de habitar, adquiriendo entidad propia dentro del proceso de conocimiento situado. Aunque inicialmente se esperaba que la práctica del “paisajear” (Figura 5) condujera a una interpretación más simbólica del lugar, el proceso se orientó progresivamente hacia una comprensión fenomenológica, en la que el caminar se consolidó como una forma de aprendizaje encarnado y relacional del paisaje.

Figura 5. Ejemplo de paseo etnográfico en el que se van recorriendo diferentes barrios a pie de forma circular. En líneas rojas suspensivas el recorrido efectuado. Fuente: Elaboración propia.

Esta aproximación al paisaje, sin embargo, no puede desligarse de los marcos normativos que también han intervenido en su transformación. Más allá de la experiencia sensorial y de las prácticas cotidianas que modelan el territorio, la evolución del paisaje rural ha estado atravesada por regulaciones que han reconfigurado su uso y su percepción a lo largo del tiempo. Para comprender este proceso, el análisis combina normativas actuales con documentos históricos que permiten trazar la genealogía legislativa del medio rural.

De forma más específica, se han considerado ordenanzas locales y reglamentos históricos, algunos reconstruidos a partir de fuentes secundarias como Vicario de la Peña (1975 [1935]) y Varillas (1964), que recogen referencias clave sobre la gestión de los terrenos comunales. A estos materiales se suma el conocimiento transmitido por la memoria colectiva del Valle de Carranza, que permite situar la Concentración Parcelaria como un hito fundamental en la reorganización territorial del municipio. Los relatos de sus habitantes, basados en experiencias vividas y transmitidas intergeneracionalmente, no solo arrojan luz sobre la aplicación concreta de estas regulaciones, sino también sobre cómo fueron percibidas, apropiadas o cuestionadas localmente.

Mediante esta metodología que entrelaza la observación etnográfica, el análisis territorial y las narrativas locales, este estudio aborda el Valle de Carranza como un territorio en transformación. Lejos de limitarse a una mirada visual, la aproximación incorpora la percepción sensorial del paisaje, proponiendo un recorrido en el que este no solo se observa, sino que también se escucha, se huele y se experimenta en toda su complejidad multisensorial.

A partir de esta aproximación, el artículo propone un trayecto por las transformaciones del paisaje en el Valle de Carranza, guiado por los sentidos y las prácticas que lo configuran. El recorrido comienza con la exploración del paisaje sonoro, donde la intensificación ganadera ha alterado su identidad acústica, silenciando elementos tradicionales y amplificando sonidos vinculados a la mecanización. Continúa con los cambios en la vivienda y en el espacio urbano, analizados desde la perspectiva del olor, así como con la progresiva separación entre humanos y animales, que ha transformado la percepción sensorial del espacio doméstico. A lo largo del recorrido, los sentidos se revelan como parte activa en la transformación y resignificación del paisaje, cuestionando la idea de autenticidad como algo fijo. El trayecto culmina en una reflexión sobre los desafíos actuales en la ordenación del paisaje, donde las experiencias vividas y encarnadas siguen siendo difíciles de incorporar en los marcos normativos.

3. ¿Cómo suena un paisaje ganadero sin ganado? Variaciones en la sonoridad del valle

Este capítulo se centra en el análisis del paisaje sonoro del Valle de Carranza, abordando cómo los procesos de intensificación ganadera y reconfiguración territorial han transformado su identidad acústica. A través de los sonidos que emergen, desaparecen o se modifican, se exploran las tensiones entre formas de vida tradicionales y nuevas lógicas productivas que alteran no solo el territorio, sino también su percepción y significación.

Estas transformaciones sonoras no pueden entenderse de forma aislada, sino como parte de un proceso más amplio de cambios en la ordenación y gestión del territorio. Como se ha señalado, la evolución del Valle de Carranza ha estado profundamente influida por la modernización agroganadera y por regulaciones que han redefinido la relación entre el espacio habitado y el productivo (Díaz García, 2002, 2007; Peña, 2004a, 2004b; Saratxaga Garai, 1997).

La progresiva reubicación del ganado en explotaciones alejadas de los barrios y la consolidación de un modelo productivo intensivo han generado una reorganización del territorio que, además de modificar los usos del suelo, la estructura urbana y de las viviendas (que analizaremos con más detalle en el siguiente capítulo), ha alterado de manera significativa la dimensión sensorial del paisaje. De este modo, el análisis del paisaje sonoro no solo permite observar las huellas de estos cambios, sino que también ofrece una vía para comprender cómo la ordenación territorial y las transformaciones productivas reconfiguran la percepción y la vivencia cotidiana del entorno.

A lo largo del siglo XX, el uso del suelo en el Valle de Carranza experimentó transformaciones significativas que afectaron directamente a la distribución del ganado y, con ello, a la sonoridad del paisaje. Tres procesos clave marcaron esta evolución: la progresiva privatización de los terrenos comunales, la reorganización de la propiedad agraria y la intensificación de la producción ganadera. Estos cambios, impulsados por distintas normativas locales y políticas macroeconómicas, provocaron la disminución del pastoreo tradicional, la estabulación del ganado y la mecanización de las explotaciones, modificando no solo el paisaje visual del valle, sino también su identidad acústica.

El Reglamento para la Roturación y Legitimación de los Terrenos Comunales, aprobado por la Corporación Municipal en 1912, constituyó un hito clave en el proceso de transformación del uso del suelo en el Valle de Carranza (Vicario de la Peña, 1975 [1935]). Esta normativa permitió la conversión de terrenos comunales en prados privados, impulsando una explotación más individualizada y reduciendo progresivamente los antiguos usos comunitarios. Como consecuencia, setos, cercas, vallados y barreras comenzaron a proliferar, convirtiéndose en elementos distintivos del nuevo paisaje carranzano.

Este reglamento fue sustituido en 1948 por el Reglamento para la Roturación y Cultivo de Terrenos Comunales del Valle de Carranza, que volvió a provocar un notable incremento del número de praderas permanentes (Varillas, 1964). Con el tiempo, la consolidación de la producción lechera y la estabulación del ganado vacuno favorecieron un modelo productivo más intensivo, en el que las explotaciones modernizadas pasaron a organizarse en torno a nuevas infraestructuras, alejadas de los sistemas tradicionales de aprovechamiento colectivo del territorio. Estos cambios pusieron al valle en la senda de una creciente especialización ganadera, que se iría consolidando de forma paulatina en las décadas posteriores en el marco de la Política Agraria Común europea (PAC).

Además de los reglamentos de 1912 y 1948, de gran importancia histórica, social y geográfica, otro punto de inflexión clave fue la Concentración Parcelaria, llevada a cabo a comienzos de los años setenta del siglo XX. Esta medida reorganizó la titularidad del suelo, agrupando parcelas previamente minúsculas e improductivas en lotes de mayor extensión. La reunificación aceleró la praderificación del valle en un contexto de auge de la ganadería lechera, desplazando definitivamente los usos agrícolas. Supuso también cambios en la red de caminos y cañadas, la desaparición de setos, arbustos y árboles que delimitaban las antiguas llosas, así como la tala de numerosos frutales, especialmente manzanos.

Por su alcance y consecuencias, la Concentración Parcelaria (Figuras 6 y 7) ha quedado profundamente grabada en la memoria colectiva del Valle de Carranza, donde es recordada como un hito clave en la transformación del paisaje contemporáneo. Este proceso de reconfiguración territorial coincidió con un giro productivo que venía gestándose desde años atrás y que terminaría por consolidarse en las décadas siguientes. Aunque la transición hacia una economía centrada en la ganadería vacuna lechera ya se venía gestando con anterioridad, es a partir de la década de 1960 cuando se consolida de forma clara. La implantación de centrales lecheras, junto con la garantía de precios mínimos fijos para la leche y la compra asegurada de toda la producción en el marco de la Política Agraria Común (PAC), marcaron un punto de inflexión (Romero González, 2002). Estas medidas, impulsadas desde las instituciones europeas, favorecieron la especialización definitiva del valle en la producción de leche, provocando un notable incremento del número de vacas frisonas y del predominio del ganado bovino frente al ovino (Paliza Monduate y Díaz García, 1989; Saratxaga Garai, 1997).

Figura 6. Fragmento del mapa de la división final de la Parcelaria en el barrio de Pando. Los pequeños cuadrilateros irregulares muestran la gran división en la que se troceaban las llosas. Perfilado en verde, se muestra el resultado final de la nueva agrupación de tierras. Fuente: Archivo de la Diputación de Bizkaia, Departamento de Agricultura.

Figura 7. Documento original de sugerencia de redistribución de parcelas a petición de una vecina. Fuente: Archivo de la Diputación de Bizkaia, Departamento de Agricultura.

Los procesos de transformación agraria vividos en el Valle de Carranza no solo afectaron a la estructura productiva, sino que también implicaron una reespacialización y una reespecialización de la presencia animal. La reespacialización (Figura 8) supuso un cambio de lugar: los animales, antes integrados en la vida doméstica y comunitaria, fueron progresivamente desplazados de las casas y los barrios hacia instalaciones ganaderas intensivas situadas en zonas periféricas. Al mismo tiempo, la reespecialización implicó un cambio de función: se abandonó la lógica agropecuaria diversificada en favor de una producción lechera orientada a la maximización del rendimiento. Esta doble transformación no solo modificó la organización del trabajo y del espacio, sino también la cotidianeidad del vínculo entre personas y animales. Aunque el valle conserva su imagen ganadera, la omnipresencia de antaño de animales en viviendas o barrios es ahora una rareza.

Figura 8. Explotaciones ganaderas intensivas alejadas de los núcleos, reflejo de la “reespacialización” del ganado. Fuente: Elaboración propia.

Tradicionalmente, los animales formaban parte activa del paisaje del valle pues eran empleados en labores de tiro y carga, y circulaban por caminos, barrios y montes como parte habitual de la vida rural (Figura 9). Sin embargo, con la desaparición de muchas actividades agrícolas, la paulatina eliminación de las cuadras en las viviendas, la intensificación del modelo ganadero y la creciente terciarización del campo, la mayoría de las vacas permanecen hoy estabuladas en explotaciones especializadas. Los grandes rebaños que antaño atravesaban los pueblos o subían a los pastos comunales han sido reemplazados en su mayoría por grupos menores, que apenas cumplen una función ganadera significativa, salvo a pequeña escala para el mantenimiento de los prados. De este modo, la ganadería ha cambiado de lugar y de función, reorganizando su papel en el paisaje contemporáneo.

Figura 9. Prados y caminos cada vez más vacíos: la presencia animal, antes cotidiana, hoy es excepción. Fuente: Elaboración propia.

Esta mezcla entre la idiosincrasia paisajística y ganadera y los métodos modernos de producción origina lo que podríamos llamar un “paisaje ganadero sin ganado” (Figura 10), en el que las relaciones entre las personas y los animales han cambiado significativamente. Una de las manifestaciones más evidentes de esta transformación se encuentra en la dimensión sonora del valle: la reducción de animales en los prados ha traído consigo una disminución de la sonoridad animal que antaño definía el lugar. Este cambio no es menor, ya que los sonidos forman parte integral del paisaje, aunque con frecuencia sean pasados por alto en los análisis paisajísticos. Sin embargo, lejos de ser elementos neutros o inmutables, los sonidos ofrecen claves fundamentales para interpretar los cambios sociales y económicos del territorio (Bendix, 2000; Durán, 2007; Edensor, 2018; Feld, 1996; Rice, 2018) (Bendix, 2000; Durán, 2007; Edensor, 2018; Feld, 1996; Rice, 2018): el paisaje sonoro que encontramos hoy en día es diferente como consecuencia de los cambios en el propio modelo social y económico del lugar. Y todavía hoy hay generaciones que evocan las memorias de un paisaje sonoro que probablemente ya no volverá.

Figura 10. Paisaje ganadero sin ganado, marcado por la reducción de la presencia de animales en prados, barrios y viviendas. Fuente: Elaboración propia.

Esta transformación del paisaje sonoro refleja, por tanto, los cambios en una ruralidad que ahora gestiona sus animales siguiendo lógicas distintas, dictadas por modelos productivos que van más allá de lo local. Pensemos, por ejemplo, en los nuevos ruidos de las ordeñadoras mecánicas de las explotaciones estabuladoras que operan por lo general dos veces al día: ya no se oyen las vacas saliendo y entrando de los prados, pero sí las máquinas del ordeño.

En este contexto, aunque el paisaje sonoro predominante es tranquilo y dominado por sonidos naturales, hay también ruidos de coches, máquinas y vehículos que desafían las visiones idílicas de lo rural que desde la ciudad se proyecta al campo y lo idealizan. Una visión del mundo rural influenciada por aspectos socioculturales que determinan lo que se considera adecuado en su paisaje sonoro, en contraste con lo urbano, que se asume más ruidoso. Estas ideas están ligadas a una concepción nostálgica de un Edén rural, donde no se aceptarían paisajes ruidosos e industriales. Son nociones más conectadas con un paisaje rural pensado desde el turismo o el postproductivismo agrario, y no del trabajo de la tierra pues los visitantes ocasionales pueden encontrarse con sonidos y olores no tan deseados y que no encajan con la tranquila y apacible “arcadia” que esperaban encontrar en el pueblo: el Valle de Carranza contemporáneo pues, marcado por esta reubicación y redefinición de la presencia animal, muestra cómo los paisajes, y el paisaje sonoro forma parte de ellos, son cambiantes y forman parte de la tensión local/global que los forjan y caracterizan.

Por ello, el paisaje sonoro transformado del Valle de Carranza ilustra cómo los cambios en los modos de producción agroganaderos reconfiguran no solo el entorno físico, sino también las percepciones sensoriales y culturales asociadas. La “reespacialización” y “reespecialización” del ganado han generado un entorno donde los sonidos tradicionales de la convivencia humano-animal cohabitan ahora con los ruidos mecánicos de las explotaciones intensivas, añadiendo nuevas capas a la experiencia paisajística. Este cambio sonoro, lejos de ser una transformación radical en el caso del Valle, refleja claramente las tensiones entre las nostalgias rurales y las exigencias contemporáneas.

Al mismo tiempo, y dando un paso más en el análisis, estas transformaciones no solo afectan lo que se oye, sino también lo que se huele. El olfato, como elemento igualmente relevante en la construcción del paisaje, permite capturar y reflejar estas dinámicas de cambio de un modo distinto, revelando cómo las modificaciones en la organización del espacio y en las prácticas productivas han reconfigurado la percepción de lo rural. La clave del olor, en tanto que herramienta para comprender la evolución de las relaciones entre las personas, los animales y el territorio, será abordada en profundidad en el capítulo siguiente.

4. El olor del cambio: percepción, cotidianidad y transiciones en lo rural

Aunque difíciles de medir, los olores evocan recuerdos y emociones tanto individuales como colectivos (Bembibre y Strlič, 2022; Candau, 2004; Classen, 1993; Classen et al., 1994; Mata-Codesal, 2018). Su importancia no reside solo en sus propiedades físicas, sino en los códigos sociales que les otorgan significado, los cuales varían con el tiempo y el contexto. Lejos de ser meros productos de la naturaleza o de actividades humanas, los olores reflejan también realidades sociales y económicas (Carolan, 2008a, 2008b; Philo, 1995). Así, se convierten en recursos analíticos valiosos para comprender transformaciones sociales y paisajísticas.

Siguiendo el enfoque descrito en el capítulo de metodología, el análisis olfativo también se presenta como herramienta para capturar las transformaciones sociales y espaciales. Y en el Valle de Carranza, el alejamiento progresivo de los animales del espacio doméstico ha reconfigurado tanto los entornos habitados como las percepciones culturales sobre la limpieza, la salubridad y las normas sociales que definen lo que se considera higiénico, adecuado o indeseable: a medida que la actividad agroganadera ha evolucionado hacia modelos intensivos, se ha producido una progresiva separación entre las viviendas y los espacios productivos, generando una transformación no solo en la organización del hábitat, sino también en la percepción de los olores asociados a la vida rural. El alejamiento de los animales de las casas y los barrios ha redefinido las interacciones cotidianas, y el análisis de los olores permite no solo reconstruir una memoria sensorial del paisaje, sino también interpretar cómo las dinámicas de modernización han modificado la forma en que se habita y se concibe el espacio rural.

Esta transformación puede observarse con especial claridad en la propia arquitectura doméstica: la casa típica de Carranza se caracterizaba por su amplitud y por una distribución interna constante, al margen de su apariencia exterior (Figura 11). En la planta baja se situaba la cuadra; el primer piso se destinaba a vivienda, y el segundo, bajo el tejado, funcionaba como granero o “sobrao”. El acceso a la vivienda se realizaba directamente desde la cuadra, sin separación física, mediante escaleras interiores. En el “sobrao” se almacenaban forrajes, cultivos y otros objetos, de modo que los animales abajo y la hierba arriba conformaban un sistema de aislamiento natural contra el frío. Esta integración de funciones no generaba entonces ningún conflicto: ¿acaso se percibía como un problema entrar en casa a través de la cuadra? No, porque formaba parte de una forma de vida ligada a la tierra, donde la convivencia con los animales era habitual y los olores no se consideraban una molestia, sino una presencia normalizada.

Figura 11. Casa tradicional con cuadra integrada, muestra de la antigua convivencia cotidiana entre personas y animales. Fuente: Elaboración propia.

Esta forma de organización espacial y sensorial, que antaño no generaba conflicto, empezó a ser cuestionada con el paso del tiempo: las transformaciones sociales y económicas, junto con nuevos discursos sobre higiene, impulsaron cambios significativos en la estructura de las viviendas rurales. Así, si retrocedemos unas décadas, vemos cómo ya en 1935 Vicario de la Peña (1975 [1935]) lamentaba las deficientes condiciones higiénicas de las casas carranzanas, debidas a la integración del portal y la cuadra en un único espacio.

Estas críticas, junto con las transformaciones urbanísticas impulsadas por la economía de mercado a mediados del siglo XX, motivaron mejoras en la infraestructura rural que afectaron tanto a las prácticas productivas como a la relación con los animales. La reorganización de la vivienda comenzó por razones higiénicas: la entrada directa desde la cuadra, con su carga de olores, insectos y residuos, pasó a percibirse como insalubre, y se optó por separar físicamente los establos. Este proceso, inicialmente gradual, se aceleró con el aumento de la cabaña ganadera, dando lugar primero a cobertizos junto a las casas, luego a establos dentro de los barrios y, finalmente, a granjas prefabricadas ubicadas en zonas periféricas. Este desplazamiento no solo respondía a criterios sanitarios, que también, sino también a una nueva organización del espacio residencial y productivo, que marcó una creciente separación entre la vida cotidiana y la presencia animal. De este modo, el incremento del número de vacas y la especialización en la producción lechera llevaron a la construcción de naves y granjas ubicadas lejos de los núcleos urbanos. Esto transformó tanto la estructura de las viviendas, que dejaron de necesitar espacios para alojar animales, como la organización de los barrios, donde estas instalaciones se desplazaron a áreas periféricas.

Este proceso de reorganización no fue lineal ni homogéneo: cada familia adaptó su vivienda según sus necesidades y posibilidades. Muchas casas tradicionales, que albergaban cuadras bajo el espacio habitable, fueron transformadas en zonas de almacenamiento, garajes, “txokos” o lugares de encuentro. Otras familias optaron por establecer separaciones físicas entre las áreas de convivencia y los espacios destinados al ganado. Las nuevas construcciones en el Valle, en cambio, ya no incluyen espacios para cuadras, lo que refuerza la idea de que las viviendas han dejado de ser unidades productivas para convertirse en espacios exclusivamente residenciales.

Esta transformación doméstica refleja un cambio más amplio en la organización espacial y funcional del Valle, que no solo afecta al interior de las viviendas, sino al paisaje en su conjunto (Figura 12). A medida que las casas abandonaban su carácter productivo, el entorno rural fue adaptándose a nuevas dinámicas, marcadas por la consolidación de explotaciones ganaderas más grandes, especializadas y desvinculadas del ámbito doméstico físicamente hablando.

Figura 12. Separación progresiva entre vivienda y actividad ganadera: del anexo a la vivienda exclusivamente residencial. Elaboración propia.

En este contexto, el paisaje del Valle ha experimentado modificaciones visibles con la aparición de explotaciones ganaderas más funcionales, prefabricadas y estandarizadas, ubicadas generalmente en zonas periféricas. Estas instalaciones responden a un modelo agroalimentario globalizado, donde las exigencias del mercado y la producción de leche a mayor escala se imponen sobre las prácticas agrícolas tradicionales. Con la incorporación de nuevos elementos como silos de pienso o grandes plásticos para almacenar la hierba el paisaje rural ha sufrido una transformación para ajustarse a las demandas de la ganadería contemporánea (Riesco Chueca, 2000).

Para entender mejor el alcance y el sentido de estos cambios, es necesario volver la mirada hacia el pasado reciente y observar cómo era la vida cotidiana en un momento en que la producción ganadera estaba estrechamente ligada a los espacios domésticos. Durante décadas, la producción ganadera en el Valle formaba parte del día a día y estaba íntimamente ligada a la vivienda y a la vida doméstica. La presencia de animales en las casas era habitual, y sus desechos se gestionaban como parte del ciclo productivo mediante la elaboración de abono tradicional. El estiércol era un recurso valioso y su manejo estaba integrado en las rutinas familiares y vecinales. Esta cercanía con los animales hacía que sus olores se percibieran como normales, incluso necesarios, dentro de un entorno en el que lo rural no se desligaba de lo doméstico.

La intensificación del modelo ganadero en el Valle de Carranza ha transformado la relación cotidiana con el ganado, alterando tanto la gestión de los residuos como los paisajes olfativos asociados. El estiércol, antes parte integral de la vida diaria y base del abono tradicional, fue desplazado por el purín, un subproducto más líquido, difícil de manejar y con un olor más penetrante, resultado de cambios en la alimentación animal y en la concentración del ganado. Este nuevo residuo, ligado a un modelo más industrializado y a la desaparición del contacto directo con los animales, ha generado una percepción creciente de insalubridad y molestia, especialmente cuando impregna zonas habitadas, se esparce por los prados a modo de abono o se sospecha de una gestión inadecuada. En este contexto, siempre surgen voces que expresan su preocupación por los efectos ambientales del purín (entre ellos, la posible contaminación de los ríos) y por las molestias que generan sus olores. Así, el cambio productivo ha ido acompañado de una transformación social en la percepción de lo aceptable y saludable, evidenciando una ruptura tanto material como sensorial con la ganadería tradicional y una reconfiguración de lo que se entiende por vida rural.

La intensificación ganadera y los cambios en la gestión de los residuos han transformado pues tanto el espacio rural como la percepción de sus olores. Estos olores, que alguna vez fueron aceptados como parte de la vida diaria, ahora son vistos como insalubres y molestos en una sociedad que ha reducido su contacto directo con los animales. Esta transformación no solo evidencia un cambio en la percepción social, sino que también apunta a los problemas medioambientales asociados con la intensificación productiva, los cuales ponen en cuestión la sostenibilidad de este nuevo modelo de gestión ganadera.

En definitiva, los cambios en el paisaje olfativo del Valle de Carranza permiten comprender cómo las transformaciones productivas no solo alteran el entorno físico, sino también las percepciones sociales y culturales que lo rodean. El olor, más allá de su dimensión biológica, actúa como un marcador sensorial que refleja las tensiones entre formas tradicionales de vida rural y modelos agroganaderos intensivos.

La progresiva desaparición del estiércol, antes integrado en la rutina doméstica, y su sustitución por el purín, más penetrante y percibido como más insalubre, evidencia una creciente separación entre lo habitado y lo productivo. Este distanciamiento se refleja no solo en la gestión de los residuos y en la transformación del paisaje olfativo, sino también en la propia arquitectura de las viviendas: la casa tradicional, que albergaba bajo un mismo techo los espacios de vida y de producción, ha dado paso a construcciones exclusivamente residenciales, desvinculadas de la actividad ganadera. La reorganización del espacio doméstico y la externalización de la producción hacia explotaciones periféricas han reconfigurado tanto la estructura física de los barrios como su dimensión simbólica, desplazando ciertos olores del ámbito cotidiano a la categoría de molestia. Así, el olor se convierte en una herramienta clave para leer cómo se transforman las relaciones entre personas, animales y paisaje, y cómo se encarnan en lo sensorial las tensiones entre tradición y modernidad, entre ruralidad y urbanización.

5. Paisajes en transformación: sentidos, memorias y desafíos

Tras haber explorado cómo el paisaje se construye desde la interacción entre lo material, lo simbólico y lo vivido, y cómo la experiencia sensorial puede convertirse en una herramienta analítica para comprender sus transformaciones, esta conclusión propone una reflexión final sobre los paisajes rurales contemporáneos.

A partir del caso del Valle de Carranza, se articulan aquí los sentidos, la memoria y las formas de habitar como claves para pensar no solo los cambios en curso, sino también los desafíos que estos plantean para su gestión y representación. Lejos de entender el paisaje como una entidad estática o meramente visual, se plantea una lectura que lo reconoce como espacio de conflicto, de recuerdo y de posibilidad.

Así pues, la experiencia sensorial del paisaje, lejos de ser un mero acompañamiento de la mirada, se revela como un elemento clave para comprender las transformaciones contemporáneas del medio rural. En el Valle de Carranza, los cambios en el paisaje sonoro, marcados por la desaparición de los sonidos tradicionales del ganado, la mecanización de las tareas agroganaderas y la aparición de ruidos vinculados a vehículos y maquinaria, reflejan una reorganización de los usos del espacio, de los tiempos del trabajo y de la relación cotidiana entre personas y animales. De forma paralela, el paisaje olfativo refleja también una transformación significativa en la vida rural. El cambio en la relación cotidiana con los animales, junto con la progresiva sustitución del estiércol por el purín, revela una reconfiguración más amplia: afecta a la estructura de las viviendas, a la organización de los barrios y a la creciente separación entre los espacios de vida y los de producción. Esta distancia no es solo espacial, sino también sensorial, ya que la presencia de los animales, antes integrada en la cotidianidad doméstica, se ha desplazado hacia entornos más periféricos y funcionales.

Ambos sentidos muestran cómo la transformación del paisaje no es solo material, sino también cultural y emocional. El sonido y el olor funcionan como marcadores de vínculos con el territorio que se están reconfigurando, y permiten leer no solo lo que ha cambiado, sino también lo que se valora, se recuerda o se rechaza en ese cambio.

En este contexto, la noción de paisaje auténtico resulta insuficiente si se asocia a una imagen fija o esencialista (Figura 13). Lejos de una autenticidad anclada en la conservación de una supuesta pureza originaria, el paisaje auténtico debe entenderse como el resultado de una relación dinámica entre las personas y su entorno, en la que los sentidos, la memoria y la experiencia cotidiana juegan un papel fundamental. Lo auténtico no está en lo que permanece intacto, sino en lo que sigue siendo significativo para quienes lo habitan.

Figura 13. Elemento inesperado en el paisaje rural que evidencia la superposición de lógicas culturales y cuestiona las nociones de autenticidad y continuidad. Fuente: Elaboración propia

Ahora bien, incorporar esta dimensión sensorial y vivida del paisaje en los marcos actuales de intervención sobre el territorio no resulta sencillo. Aunque las políticas paisajísticas avanzan en el reconocimiento del paisaje como construcción social, no siempre disponen de herramientas que permitan traducir la experiencia sensorial, los vínculos emocionales o la memoria colectiva en criterios operativos de planificación. Quizá por eso, este tipo de registros (sonoros, olfativos, afectivos) quedan muchas veces en los márgenes, cuando no directamente fuera, de los instrumentos normativos.

Aun así, lejos de quedarnos en una mirada nostálgica o crítica sin salida, este trabajo propone una lectura esperanzadora: reconocer los sonidos y los olores del paisaje como formas de conocimiento abre nuevas vías para imaginar un ordenamiento territorial más atento a la vida cotidiana, más inclusivo de las voces locales y más respetuoso con la pluralidad de formas de habitar. El paisaje rural, como el del Valle de Carranza, sigue siendo un espacio fértil para repensar los vínculos entre personas, territorio y sentidos, y para construir colectivamente formas de vida que, sin renunciar al cambio, preserven su capacidad de resonar por y para quienes lo habitan.

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[1] Valle de Carranza en castellano, Karrantza Harana en euskera y en ambos idiomas (Karrantza Harana/Valle de Carranza) de manera oficial.