Trabajo y autogestión en los Campos de Israel y Palestina

Labor and Agency in the Israeli-Palestinian Camps

Patricia Fraile-Garrido

Universidad Politécnica de Madrid (Madrid, Spain)

patricia.fraile.garrido@gmail.com

0009-0006-5865-7146

Inés Martín-Robles

University of Virginia (Charlottesville, USA)

imm3x@virginia.edu

0000-0001-9160-6064

Recibido: 27-12-2024

Aceptado: 30-07-2025

Cómo citar:
Fraile-Garrido, Patricia y Martín-Robles, Inés (2025). Trabajo y autogestión en los Campos de Israel y Palestina. Hábitat y Sociedad, (18), 47-72. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2025.i18.03

Resumen Este artículo examina la relación entre el trabajo y la autonomía en los campos de tránsito judíos (ma’abarot) y los campos de refugiados palestinos. El trabajo fue esencial tanto para la construcción del Estado sionista como para la gestión de los refugiados, ya que sirvió como herramienta de control e integración. En los kibutz y ma’abarot, el trabajo se vinculó a los ideales sionistas de autorrealización y “conquista del trabajo”, pero también generó dependencia y reforzó las desigualdades. De manera similar, los primeros campos de la United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA) adoptaron enfoques desarrollistas inspirados en la modernización occidental, priorizando la infraestructura de los países anfitriones sobre las aspiraciones de los refugiados. A pesar de ello, ambos tipos de campos se convirtieron en espacios de resistencia, donde los residentes tomaron el control a través de iniciativas comunitarias y de construcción informal. Estas acciones desafiaron las estructuras institucionales y pusieron de manifiesto la tensión entre la construcción forzada como herramienta de colonización y la construcción como forma de expresión cultural y política, resaltando la compleja interacción entre arquitectura, trabajo y autonomía.

Palabras claves Sionismo, refugiados palestinos, UNRWA, mission survey, TVA.

Abstract This article examines the relationship between labor and agency in Jewish transit camps (ma’abarot) and Palestinian refugee camps. Labor was essential to both Zionist state-building and refugee management, serving as a tool of control and integration. In the kibbutz and ma’abarot, labor was associated with Zionist ideals of self-realization and “conquest of labor,” but it also created dependency and reinforced inequalities. Similarly, early UNRWA camps adopted developmentalist approaches inspired by Western modernization, prioritizing the infrastructure of host countries over the aspirations of refugees. Nevertheless, both types of camps became spaces of resistance where residents took control through community and informal building initiatives. These actions challenged institutional structures and highlighted the tension between forced construction as a tool of colonization and construction as a form of cultural and political expression, highlighting the complex interplay between architecture, labor, and agency.

Keywords Zionism, palestinian refugees, UNRWA, mission survey, TVA.

1. Introducción

Los campos suelen concebirse como lugares temporales, diseñados para abordar necesidades inmediatas y desaparecer una vez cumplido su propósito. Sin embargo, a menudo se convierten en estructuras permanentes que reflejan conflictos políticos no resueltos. Situados en las periferias de ciudades y estados, estos espacios funcionan como herramientas de poder, control y exclusión. Giorgio Agamben (1998) los describe como “espacios de excepción” (pp. 174-175), zonas extraterritoriales que desafían las nociones convencionales de pertenencia y movilidad, así como la noción del Estado-nación, el territorio y la frontera.

En 2023, aproximadamente 117,3 millones de personas fueron desplazadas forzosamente en todo el mundo. De ellas, 6 millones eran refugiados bajo la tutela de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA, por sus siglas en inglés), distribuidos entre Gaza, Cisjordania, Jordania, Líbano y Siria. El conflicto en Gaza, junto con la retirada de financiación por parte de ciertos estados miembros, ha empeorado la crisis humanitaria, provocando el desplazamiento de 1,7 millones de personas entre octubre y diciembre de 2023 (United Nations High Commissioner for Refugees [UNHCR], 2024).[1] Aunque el discurso internacional presta cada vez más atención a la singular forma de vida de los desplazados en los campos de refugiados, estos suelen quedar al margen del debate arquitectónico y de las discusiones sobre la modernidad (Katz, 2015).

El estudio de los campos de refugiados se ha abordado desde diversas perspectivas a lo largo de las décadas. Frederick Cuny (1977a) fue pionero al proponer pasar de una planificación de estilo militar (disposición en cuadrícula) a un enfoque de agrupación (formando comunidades). A partir de 1982, la UNHCR publicó el Handbook for Emergencies, que estableció estándares mínimos para la planificación de campos.[2] Otros estudios relevantes son los de Davis (1978), que hace hincapié en situar los nuevos alojamientos próximos a los hogares originales de los refugiados, y los de Agamben (1998), que analizan los aspectos sociopolíticos de los campos. El Proyecto Esfera[3] (2000) introdujo consideraciones de calidad y responsabilidad en la respuesta humanitaria, y más recientemente, estudios como los de Oesch (2014) exploran la gobernanza en los campos de refugiados y su comparación con contextos urbanos. Estos trabajos, junto con los de la UNHCR y la UNRWA, han influido profundamente en la planificación y gestión de los campos de refugiados hasta la fecha.

Tras una revisión exhaustiva de dichos manuales y de trabajos académicos de autores como Irit Katz, Nasser Abourahme, Romola Sanyal y Ayham Dalal, que abordan las diversas tipologías de campos originadas por el conflicto palestino-israelí, la investigación se estructura en torno a tres hipótesis clave: primero, los campos no solo son espacios de refugio, sino también herramientas de control político y social que refuerzan las relaciones de poder existentes en el conflicto; segundo, a pesar de las restricciones impuestas, los habitantes de los campos desarrollan estrategias de resistencia y adaptación que desafían las dinámicas de dominación; y tercero, los modelos de planificación urbana estandarizados aplicados en los campos han fracasado a la hora de satisfacer las necesidades culturales y sociales de sus habitantes, mientras que los asentamientos informales han demostrado mayor flexibilidad. En base a dichas hipótesis, analizamos los campos como espacios de trabajo, autonomía y transformación, centrándonos en los campos de refugiados palestinos y los campos de tránsito judíos. Ambos tipos reflejan la doble función de concentración y dispersión del proyecto sionista: mientras que los campos judíos facilitaron el rápido asentamiento y la expansión territorial, los campos palestinos sirvieron para contener e inmovilizar a las poblaciones árabes. En ambos casos, los campos no solo son instrumentos de control, sino también espacios de resistencia en los que los residentes afirman su agencia[4] a través de la expresión cultural, la memoria colectiva y la transformación del espacio físico.

Tanto los judíos como los refugiados palestinos han sido sometidos, en diversas ocasiones, a formas de trabajo forzoso por parte del Estado judío y de instituciones internacionales como la UNRWA, aunque con fines y resultados diferentes. En los campos de refugiados, el acto de construir oscila a menudo entre una obligación impuesta que fomenta la dependencia de las instituciones y un acto revolucionario impulsado por la disponibilidad de materiales y recursos, y la gobernanza del propio campo. Los campos institucionales, establecidos normalmente por gobiernos u organismos humanitarios, a menudo priorizan el control y la eficiencia. Son refugios estandarizados y repetitivos, que suprimen la individualidad y siguen diseños rígidos de inspiración militar para facilitar la construcción y la vigilancia (Martín et al., 2020). En estos entornos, control y modernidad van de la mano. En cambio, los campos autoconstruidos evolucionan hacia entornos urbanos orgánicos e improvisados, moldeados por las prácticas cotidianas y la autodeterminación de sus residentes (Ramadan, 2013; Rygiel, 2011, 2012; Sanyal, 2014).

Finalmente, se examinan los orígenes coloniales de estos campos y su vinculación con el colonialismo europeo y estadounidense. En tanto que instituciones modernas, los campos están profundamente conectados con ideologías de progreso que enmascaran su papel en sistemas de dominación y exclusión (Arendt, 1968; Foucault, 2003).

La primera sección, “Campos de asentamiento judíos”, ofrece una breve genealogía que rastrea los orígenes de estos campos hasta los campos militares británicos y el kibbutz, una unidad organizativa fundamental en la expansión territorial del movimiento sionista. El trabajo era una piedra angular de la moral de los kibbutz, un modelo que influyó en el desarrollo de los ma’abarot (campos de tránsito), creados para alojar temporalmente a inmigrantes judíos mientras trabajaban en la construcción de asentamientos permanentes como parte del One Million Plan de Israel.

La siguiente sección examina los campos palestinos en sus diversas formas, incluidos los campos beduinos y los campos de refugiados establecidos en los países vecinos para albergar a los palestinos desplazados. Bajo el mandato de la UNRWA, estos campos se moldearon inicialmente según los ideales de desarrollo y progreso liderados por Estados Unidos, que influyeron significativamente en su estructura y propósito.

Se concluye con las relaciones identificadas a partir del análisis de ambos tipos de campos, así como las posibles áreas de investigación que se podrían explorar en el futuro. Las diferencias entre campos judíos y palestinos dependen menos de los gobiernos que los respaldan y más del grado de control y supervisión ejercido. Esto, a su vez, se correlaciona inversamente con el nivel de autogestión de los residentes, quienes, al depender de las estructuras burocráticas, ven afectados tanto los servicios a los que tienen acceso como su estatus.

2. Resultados. Campos de Asentamiento Judíos

2.1. Los orígenes

Los campos de asentamiento judíos se originaron a partir de dos elementos clave: por un lado, los campos militares británicos y su lógica colonizadora y de control, y, por otro, la ética del trabajo y de comunidad del kibbutz. Comprender estos dos factores es fundamental para entender la estrategia sionista de asentamiento en Palestina.

2.1.1. Campos militares británicos

Los campos militares británicos se empezaron a construir en Palestina durante la Primera Guerra Mundial como parte de los esfuerzos estratégicos para mantener el control en la región. Inicialmente, estos campos eran instalaciones temporales de tiendas de campaña ubicadas a lo largo de las rutas del avance militar. Sin embargo, a partir de 1918, fueron reemplazados por estructuras más permanentes, situadas estratégicamente cerca de las principales carreteras y líneas ferroviarias. Esto reflejaba su doble función: servir como centros logísticos para el transporte de tropas, armas y suministros, y gestionar a las comunidades locales afectadas por el conflicto.

Estos campos introdujeron en Palestina el uso de estructuras prefabricadas, como la cabaña Nissen. Ligera y portátil, esta construcción podía ser ensamblada rápidamente por equipos pequeños, ofreciendo una solución práctica a las necesidades militares y coloniales (Cfr. Francis, 1996, pp. 109-110).[5] Su diseño económico, adaptable y fácil de transportar las convirtió en un recurso clave de la infraestructura colonial británica, diseñado para abordar los retos de movilidad y desplazamiento.

En Palestina, estas estructuras modulares se establecieron como la base de campos destinados a consolidar el control territorial y gestionar los desplazamientos derivados de la guerra. Su diseño replicable permitió su rápida implementación en diversas áreas, aunque su presencia intrusiva ignoraba los paisajes y las necesidades locales. La naturaleza industrializada de estos campos evidenciaba la lógica colonial, que anteponía la eficiencia a consideraciones culturales o medioambientales. Así, estos campos se convirtieron en un símbolo de la mecanización de la conquista, transformando el territorio en zonas de operación y control (Cfr. Katz, 2022, pp. 64-85).

2.1.2. El kibutz: ideales de trabajo y colectividad

El kibbutz era un modelo de asentamiento rural comunitario estrechamente ligado a los primeros esfuerzos sionistas por “reunificar” a los judíos y organizar la presencia en Palestina mediante el desarrollo agrícola y territorial (Katz, 2022, p.67).[6] Su filosofía se sustentaba en tres pilares fundamentales: la moralidad del trabajo, la propiedad colectiva y el compromiso nacional. A diferencia de las sociedades utópicas fundadas en teorías abstractas, el kibbutz surgió como una respuesta práctica a los desafíos de la colonización sionista, adaptándose a las difíciles condiciones del entorno (Cfr. Infield, 1948, p. 25).[7]

Los primeros asentamientos funcionaban de forma muy parecida a las unidades militares británicas, caracterizadas por una estricta disciplina interna y una gran dependencia de la ayuda mutua para sobrevivir (Cfr. Gorenberg, 2006, p. 67). Este modelo militarizado dio forma a las estructuras físicas y sociales del kibbutz, cuyos miembros vivían en comunidad, a menudo separados por género, y defendían colectivamente sus tierras. Esta forma de organización colectiva diluía las identidades individuales y familiares en favor de una identidad grupal.

El trabajo manual ocupaba un lugar central en la cultura del kibbutz. Más allá de ser una necesidad económica en estas comunidades agrícolas, el trabajo se consideraba un deber moral que definía el valor de los individuos dentro del grupo (Figura 1). Aquellos que no contribuían eficazmente, conocidos como batlanim (vagos), eran socialmente marginados (Sapiro, 1970, p. 11). Este énfasis en el trabajo subrayaba la naturaleza comunitaria del kibbutz, que se reflejaba en la distribución equitativa de las tareas y en la toma de decisiones colectiva (Figura 2). Las asignaciones de trabajo las gestionaba de forma centralizada un comité, lo que garantizaba que todos los miembros participaran en el esfuerzo colectivo (Espinosa Ramírez, 2024).

Figura 1. En un principio, los primeros grupos de pioneros vivían en tiendas de campaña o en casas de piedra primitivas. Las primeras estructuras que podrían denominarse edificios eran los establos, los corrales, las colmenas y las jaulas de aves. Fuente: Sharon, 1976, pp. 19-22.

Figura 2. El trabajo en el kibbutz no solo consistía en cultivar la tierra, sino también en construir sus propias estructuras. Voluntarios sionistas ayudan en la construcción del kibbutz Ein Gev, en el mar de Galilea, en 1937. Fuente: Fotografía de Zoltan Kluger, de la Colección Nacional de Fotografía de Israel, Oficina de Prensa del Gobierno.

La propiedad colectiva de la tierra era otro principio clave del sistema kibbutz. Las tierras donde se asentaban estaban en fideicomiso del Fondo Nacional Judío (JNF) y eran arrendadas a la comunidad, reforzando el ideal sionista de que la tierra era propiedad de la nación judía y no de individuos. Esta filosofía se extendía a otros bienes y recursos, promoviendo un estilo de vida igualitario donde el dinero tenía un papel secundario y todos compartían un nivel de vida uniforme (Cfr. Samuel, 1944, p. 230; Sapiro, 1970, p. 19).

2.2. Campos de tránsito y ciudades de desarrollo sionistas

Tras el establecimiento del Estado de Israel en 1948, el gobierno invitó a inmigrantes para asegurar los logros militares del Estado y extender la población judía por todo el país. A estos inmigrantes, que llegaron a Israel durante el periodo de “inmigración masiva” (1948-1951), se les proporcionó refugio temporal en los campos de tránsito recién creados, denominados ma’abara (Katz, 2015, p. 729).

Los campos de tránsito ma’abara estaban construidos principalmente con tiendas de campaña, sustituidas posteriormente por cabañas de madera, y estaban organizados en una cuadrícula rígida de estilo militar. Su ubicación estratégica cerca de las ciudades existentes tenía como objetivo inicial facilitar el acceso de los inmigrantes al mercado laboral. Sin embargo, en 1951, a medida que la política de dispersión de la población ganaba importancia, los campos se fueron ubicando cada vez más en zonas no urbanizadas, reforzando su papel como herramientas de expansión territorial, utilizando a los inmigrantes para “construir el país” (Katz, 2022, p. 103) (Figura 3).

Figura 3. Bloques de construcción de Yokneam con uno de los habitantes-trabajadores de la ma’abara, con una vista de las chabolas del campo detrás y del barrio colina arriba. Fuente: Fotógrafo desconocido, Archivo Central Sionista, NKH 402105.

Los campos de tránsito servían como una herramienta del Estado israelí para brindar alojamiento temporal a los inmigrantes mientras se construían las “ciudades de desarrollo” destinadas a ofrecer asentamientos más permanentes (Cfr. Tzfadia y Yacobi, 2011, p. 17).[8] Durante su estancia en estos campos, se les requería que participaran en proyectos gubernamentales de trabajo manual, que a menudo constituían la única fuente de ingresos para los residentes de estas áreas fronterizas. Esto fomentaba su proletarización y una creciente dependencia del Estado, especialmente en regiones alejadas de los centros urbanos y con limitadas oportunidades de establecer vínculos económicos (Cfr. Sharon, 1952, p. 4).

Los ideales sionistas sobre el trabajo buscaban transformar a los inmigrantes en ciudadanos productivos desde el punto de vista económico e ideológico. Se consideraba que el trabajo era una herramienta educativa que capacitaba a los recién llegados para desempeñar nuevos roles en una sociedad moderna, al tiempo que les inculcaba los valores del sionismo.[9] Theodor Herzl, fundador del sionismo político moderno, había planteado el concepto de “alivio a través del trabajo” como un medio para transformar a los inmigrantes en ciudadanos con derecho a una vivienda. Según Herzl, “los trabajadores de Israel primero construirían refugios temporales para ayudarse mutuamente y luego adquirirían el derecho a un hogar a través de su trabajo”, pero esto solo ocurriría después de “tres años de buena conducta, durante los cuales los hombres serían preparados prácticamente para la vida” (Herzl, 1987, p. 19).

2.3. Colonización implícita en los campos ma’abara

Estos campos no se limitaban a ser alojamientos temporales para los inmigrantes, sino que constituían herramientas estratégicas del proyecto nacional israelí, diseñadas para consolidar el control territorial, poblar áreas deshabitadas y reconfigurar las identidades de sus ocupantes. El One Million Plan de David Ben-Gurion los concibió como un medio para absorber rápidamente a los inmigrantes judíos y, simultáneamente, redistribuir la población hacia regiones menos densamente pobladas, especialmente en las fronteras del país (Sharon, 1976, p. 78).[10]

Los inmigrantes fueron asentados en zonas remotas y, a menudo, áridas, que cumplían un doble propósito: colonizar territorios estratégicos y actuar como barreras frente a amenazas externas (Figura 4). Esta dispersión territorial seguía una lógica colonial, al establecer presencia física en tierras consideradas “vacías” y presentar estos esfuerzos como parte del progreso nacional.[11]

Figura 4. Carteles del Plan Nacional, a la izquierda: “1000 inmigrantes llegan cada día. Hay que construir una vivienda cada dos minutos”. ¿Deben construirse las nuevas viviendas en las ciudades existentes, ya densamente pobladas, o deben dirigirse la vivienda y el desarrollo hacia nuevas ciudades? A la derecha, un mapa que representa la dispersión de la población. Fuente: Sharon, 1976, pp. 82, 86.

El enfoque del Estado sionista, inspirado en modelos de planificación urbana modernistas como el de las Ciudades Jardín de Ebenezer Howard, proyectaba la sustitución de las viviendas provisionales en los campos por estructuras permanentes que reflejaran los ideales de modernidad (Cfr. Sharon, 1976, pp. 79-82).[12] Para lograrlo, se priorizó una rápida transformación mediante el uso de estructuras prefabricadas y técnicas de producción en masa, que imponían una estética sionista uniforme en el paisaje (Cfr. Carter, 2005, p. 47) (Figura 5).

Figura 5. Fotografía aérea de Yokneam Ma’abara y de un barrio de la Ciudad Nueva construido en una colina a partir de ella. Fuente: Colección de fotos de Yael Aloni. Cortesía del Archivo Arquitectónico Azrieli, Colección Arieh Sharon.

El diseño y la administración de los campos de ma’abara reflejaban una visión racializada de la modernización. Estos campos consolidaron una división étnica dentro de la sociedad judía, confinando a la mayoría de los judíos mizrahi (inmigrantes de Oriente Próximo y el norte de África) en asentamientos temporales (Cfr. Kozlovsky, 2008, p. 143). Por el contrario, los veteranos judíos asquenazíes (de origen europeo) dominaban el liderazgo y se libraban en gran medida de tales condiciones. Esta división estaba justificada por una ideología que equiparaba la cultura asquenazí con el progreso y denigraba las tradiciones mizrahi por subdesarrolladas y primitivas (Cfr. Bernstein y Swirski, 1982, p. 68). De este modo, los campos se convirtieron en una herramienta biopolítica para reeducar a los inmigrantes mizrajíes y convertirlos en ciudadanos israelíes “apropiados”. El Estado pretendía borrar las diferencias culturales imponiendo una identidad nacional uniforme impregnada de las nociones europeas de modernidad (Cfr. Katz, 2022, pp. 141-143).

La vida en los campos de ma’abara se caracterizaba por la extrema dependencia de las instituciones estatales. Los residentes dependían del gobierno para cubrir necesidades básicas como la alimentación, el agua y el empleo, lo que reforzaba su subordinación, ya que el Estado ejercía un control casi total sobre todos los aspectos de la vida cotidiana. Aunque el movimiento sionista pretendía crear una nueva sociedad, a menudo lo hacía negando y destruyendo las tradiciones sociales y culturales de los inmigrantes que absorbía. En nombre de la creación de una sociedad cohesionada, el Estado desmanteló la autonomía cultural de los inmigrantes mizrahi e impuso una visión verticalista de la modernidad que ignoraba sus necesidades y valores.

2.4. Autonomía en los ma’abara

Concebidos como estructuras temporales, los campos de tránsito ma’abara eran espacios de abandono y explotación. Además, estos campos funcionaban como mecanismos educativos, ya que obligaban a los residentes a adaptarse a nuevas ocupaciones dictadas por el Estado israelí. Sin embargo, a pesar de estar en un entorno rígido y estrechamente vigilado, los habitantes de los ma’abara encontraron formas de resistir y redefinir sus espacios vitales, creando entornos informales que reflejaban sus tradiciones y necesidades culturales. Las estructuras improvisadas para guardar animales de granja y los hornos marroquíes de barro al aire libre construidos junto a bloques de apartamentos modernos son ejemplos de esta resistencia cultural. Estas adaptaciones expresaban actos de autonomía y rebeldía frente al orden espacial y cultural impuesto (Katz, 2022, pp. 152-154) (Figura 6).

Figura 6. Estructuras improvisadas: un recinto para animales y un horno cerca de los bloques de viviendas modernistas de Yeruham, años setenta. Fuente: Fotografías de Saadia Mandel. Colección privada.

Estas prácticas cotidianas revelan que los ma’abara no eran únicamente lugares de subordinación. También funcionaron como espacios de ingenio, donde los residentes negociaron su identidad y se resistieron a la supresión de su autonomía cultural y social, desafiando el control general del Estado.

3. Resultados. Campos de Asentamiento Palestinos

En esta sección nos centramos en los dos tipos de campos de población palestina: los asentamientos beduinos en el nuevo Estado de Israel y los campos de refugiados que tuvieron que crearse en países adyacentes a Israel para dar cabida a los palestinos exiliados. Estos campos están gestionados en su mayor parte por la UNRWA (con un pequeño porcentaje de palestinos habitando en campos bajo el mandato del UNHCR).

3.1. Autogestión en los Campos improvisados Beduinos

Los beduinos habitaban los territorios palestinos mucho antes de la llegada de los sionistas. Pastores seminómadas, su carácter itinerante ha sido utilizado por el Estado como instrumento de expulsión y desposesión (Cfr. Katz, 2022, pp. 159-163).[13] La mayoría de estos asentamientos son localidades no reconocidas por el gobierno israelí, que carecen de infraestructuras básicas como carreteras asfaltadas, recogida de basuras o alcantarillado, así como de apoyo gubernamental. Las viviendas son estructuras improvisadas hechas de materiales ligeros y baratos, como acero corrugado, láminas de plástico y piezas de construcción reutilizadas, en gran parte debido a la prohibición israelí de edificar estructuras permanentes y al miedo a futuras demoliciones (Katz, 2015, p. 735).

Las autoridades denominan a estos campos “p’zura” (dispersión), lo que implica desorganización y refuerza las narrativas que deslegitiman las reivindicaciones beduinas sobre la tierra, al tiempo que describen su historia nómada como carente de raíces y de un sentido fijo del lugar. Sin embargo, estos asentamientos reflejan un complejo orden socioespacial conformado por la tradición y el parentesco.

Su organización espacial gira en torno a tres tipos de agrupaciones principales: las familias, las hamulas (agrupaciones familiares extendidas) y los clanes o grupos sociales. Esta disposición sigue las normas culturales beduinas y las relaciones espaciales siguen códigos culturales estrictos. Además, al trasladarse, los beduinos tienden a mantener intactos sus grupos y vínculos comunitarios (Osiander, 2001). Este orden, que puede parecer caótico a simple vista, desafía la idea de aleatoriedad y revela una estructura profundamente organizada.[14]

Además, aunque desde el exterior estos asentamientos puedan parecer descuidados, los espacios interiores suelen revelar zonas cuidadosamente mantenidas, con superficies pavimentadas o patios con jardines florecientes, que simbolizan la resiliencia de su pueblo (Cfr. Katz, 2022, pp. 184-186). Los campos beduinos funcionan, por tanto, como lugares de continuidad, donde la memoria, las tradiciones y los lazos comunitarios de los beduinos persisten a pesar de las restricciones estatales y la presión para que se trasladen.[15]

En estos campos, el espacio físico desempeña un papel crucial en la configuración de la identidad y la memoria colectiva, y el acto de construir trasciende lo meramente material, convirtiéndose en un proceso de resignificación espacial. En este contexto, la construcción de viviendas por parte de los beduinos sin autorización legal no solo responde a una necesidad práctica, sino que se erige como un acto de resistencia frente a la opresión. Los beduinos “producen espacio” tanto física como políticamente (Sanyal, 2014, p. 558).

Estas contraacciones ponen de manifiesto el papel de los campos como lugares críticos para la supervivencia y la resistencia espacial, y sitúan a los habitantes como personas comprometidas con la acción política y con la transformación de su realidad, no como víctimas pasivas de sus circunstancias. La construcción se convierte en una forma de protesta y desafío que refleja la idea de que “crear juntos es resistir” (Calaismag, 2016).

3.2. Campos institucionales

Durante la guerra árabe-israelí de 1948, alrededor de 750.000 palestinos fueron desplazados de sus hogares. Muchos de ellos fueron acogidos por países árabes vecinos y alojados en campos de refugiados bajo la jurisdicción de la UNRWA (Cfr. Abreek-Zubiedat y Nitzan-Shiftan, 2018, pp. 137-138). Estos campos se construyeron en dos oleadas principales, tras las guerras de 1948-1949 y 1967. Inicialmente, estaban formados por tiendas de campaña dispuestas en cuadrícula, inspiradas en diseños militares, pero a mediados de la década de 1950, la UNRWA comenzó a proporcionar huts, refugios básicos de una habitación para cada familia (Cfr. Abourahme, 2014, pp. 209-211) (Figura 7). Desde entonces, los campos gestionados por la UNRWA han experimentado diferentes etapas e ideales de planificación, y la capacidad de acción y la autodeterminación de los refugiados han sido objeto de una negociación constante.

Figura 7. Con el tiempo, UNRWA proporcionó a los refugiados alojamientos prefabricados más duraderos, con tejados de zinc o estaño. Campamento de Baq’a hacia 1970. Fuente: George Nehmeh, Archivo de UNRWA.

La ocupación israelí de Gaza en 1967 introdujo una nueva dinámica orientada a desmantelar la naturaleza temporal y políticamente simbólica de estos campos de refugiados. Israel implementó una estrategia de de-camping, es decir, buscó integrarlos en barrios urbanos y normalizar su presencia mediante proyectos de desarrollo. El Gobierno preparó un plan maestro que pretendía difuminar los límites entre los campos y las zonas urbanas, creando un efecto de desbordamiento hacia los espacios adyacentes y reduciendo la visibilidad de los campos como símbolos del desplazamiento y la resistencia. Dicho plan se centraba en reubicar a los refugiados en viviendas modernas con subsidios e infraestructura mejorada. Quienes aceptaban tenían que renunciar a su condición de refugiados bajo el amparo de UNRWA, una medida diseñada para debilitar sus reclamaciones de regresar a sus hogares de origen (Cfr. Abreek-Zubiedat y Nitzan-Shiftan, 2018, pp. 147-149). La integración económica fue otro de los factores clave del plan, ya que ofrecía a los refugiados acceso a nuevas oportunidades laborales en Israel, en particular en la industria de la construcción, donde adquirieron habilidades que se utilizaron posteriormente para mejorar la infraestructura del propio campo.

3.2.1. Trabajo y autonomía en los primeros campos de UNRWA

Los primeros campamentos de la UNRWA estuvieron muy influidos por las políticas de modernización y desarrollo propugnadas por Estados Unidos y Europa, reflejadas en las acciones de las Naciones Unidas. Así, en 1949, la agencia lanzó la Economic Survey Mission to the Middle East, dirigida por Gordon R. Clapp, antiguo director de la Tennessee Valley Authority, con el objetivo de explorar soluciones económicas y sociales para la región (Abourahme, 2014).[16] La misión, que buscaba evitar lo que se consideraban recomendaciones políticas inviables, como el “derecho al retorno” del pueblo palestino, y la confrontación con Israel, pretendía abordar la crisis de los refugiados palestinos mediante proyectos de desarrollo económico, haciendo hincapié en las oportunidades de trabajo para los refugiados en sus lugares de residencia actuales en los diferentes países de acogida, en lugar de la repatriación, que requería decisiones políticas fuera del alcance de la Misión (Cfr. UN, 1949, pp. 5-6).

El informe de Clapp de 1949, tras dicha misión, instó a la UNRWA a transformar económicamente la región para facilitar así la “reintegración” de los refugiados en Oriente Medio (Schiff, 1995, p. 378). Centrándose en el “trabajo” (la W en UNRWA), la Misión subrayó que el único paso constructivo e inmediato a la vista es dar a los refugiados la oportunidad de trabajar donde están ahora” (UN, 1949, p. 19). Las propuestas de la Misión incluían emplear a los refugiados en proyectos de desarrollo a gran escala en países de acogida como Jordania, Líbano y Siria. El objetivo era integrarlos económicamente y facilitar su “reasentamiento”. (Sanyal, 2014).[17]

Con una ética similar a la de los kibbutz, el trabajo se consideraba un medio para que los refugiados se “rehabilitaran”, recuperaran el respeto por sí mismos y aceptaran su situación de desplazados de forma permanente (Cfr. Peteet, 2005, p. 48). Además, el informe de Clapp destacaba cómo las naciones “altamente desarrolladas” se habían abierto camino a través del esfuerzo, estableciendo una distinción entre países desarrollados y subdesarrollados, sugiriendo que el estatus de desarrollo había que ganárselo y reflejando supuestos más amplios promovidos por Estados Unidos y Occidente sobre la modernización como camino hacia la estabilidad (UN, 1949, p. VIII).

No obstante, estos proyectos se encontraron con la resistencia de los refugiados palestinos, quienes los percibieron como una amenaza para su identidad política. Además, los países anfitriones se beneficiarían económicamente de los proyectos de desarrollo regional, lo que llevó a los refugiados a interpretar que la UNRWA priorizaba los intereses de estos Estados en detrimento de sus propias necesidades y su derecho al retorno. Aunque los gobiernos de acogida se beneficiaron de estas iniciativas, también se opusieron a ellas, ya que las consideraban un intento de trasladar la carga de los refugiados a la economía local mientras se mantenían los privilegios políticos de Israel.

A principios de la década de 1950, quedó claro que estos proyectos no estaban logrando los resultados esperados. Sus altos costos, la falta de recursos locales y la oposición política dificultaron su implementación. Con el tiempo, la UNRWA reorientó su enfoque hacia la prestación de servicios de ayuda humanitaria, como educación, atención sanitaria y asistencia básica, abandonando los proyectos de desarrollo a gran escala (Cfr. Cervenak, 1994, p. 308).

3.2.2. Trabajo y autonomía en campos posteriores de UNRWA

A lo largo de las siguientes décadas, la planificación de los campos de refugiados por parte de la UNRWA ha evolucionado significativamente, pasando de soluciones estandarizadas y temporales a enfoques más participativos y adaptados a las realidades sociales y culturales de las comunidades palestinas refugiadas. Durante los años cincuenta, la presión de las propias comunidades llevó a un cambio de enfoque: se promovió la autoconstrucción y se proporcionaron materiales y parcelas de tierra para que los refugiados levantaran estructuras más permanentes (Abreek-Zubiedat, 2015, p. 78). Aun así, se mantenían elementos temporales, reflejo de su situación de exilio continuo (Figura 8). Aunque la UNRWA imponía normas para mantener el estatus temporal y apolítico de los campos, los refugiados persistieron en remodelar sus espacios según sus propias necesidades. Estos actos de resistencia tienen ciertos paralelismos con los asentamientos improvisados de los beduinos, lo que destaca la capacidad de autoorganización de los refugiados.

Figura 8. Híbrido de tienda de campaña y muros de piedra en el campo de refugiados palestinos de Jelazone, Cisjordania, 1950. Fuente: Fotógrafo desconocido, Archivos Audiovisuales del CICR.

En los años 60, la agencia intentó encontrar un punto medio y ordenar la expansión que estaban sufriendo los campos mediante planos estandarizados como el “Hut Camp Layout”, que permitían cierto crecimiento dentro de un marco de aparente temporalidad. Sin embargo, los refugiados continuaron adaptando y expandiendo las estructuras, incorporando elementos tradicionales y desdibujando los límites entre lo provisional y lo permanente. Con el tiempo, estos intentos ad hoc convirtieron los campos en áreas informales, mediante la construcción de estructuras más complejas y ampliaciones tanto en superficie como en altura (Cfr. Hanna et al., 2022, p.50) (Figura 9).[18]

Figura 9. Campo de refugiados Jabal Al Hussein, Jordania. Fuente: Dima M. Hanna, 2018.

A partir de los años 90, se produjo un giro hacia el desarrollo. A medida que las comunidades aceptaban que mejorar sus condiciones no implicaba renunciar al derecho de retorno, la UNRWA incorporó estrategias más inclusivas. Este proceso culminó en 2006 con el lanzamiento del programa ICIP (Infrastructure and Camp Improvement Programme), basado en una planificación urbana participativa y holística (Cfr. Misselwitz y Hanafi, 2009, pp. 360-361). El objetivo es que los refugiados participen activamente en todas las fases de mejora de sus campos, transformándolos de espacios de asistencia a entornos urbanos donde se ejercen derechos ciudadanos, moldeando sus entornos y reinterpretando los modelos humanitarios impuestos.

3.2.3. Trabajo y autonomía durante la ocupación israelí en Gaza

Tras la ocupación israelí de Gaza, el Gobierno puso en marcha un plan para la reubicación permanente de los refugiados palestinos. Se diseñó una cuadrícula de parcelas de 250 metros cuadrados y se emplearon sistemas de construcción modular que permitían futuras ampliaciones. Cada familia recibió un terreno con acceso a infraestructuras modernas, como alcantarillado, electricidad y carreteras pavimentadas, además de directrices específicas sobre cómo construir su vivienda en función del tamaño del núcleo familiar (Oesch, 2017).[19]

En muchos casos, fueron los propios refugiados quienes desmantelaron sus alojamientos anteriores y reutilizaron los materiales para construir nuevas viviendas de manera colaborativa (Figura 10); de este modo, se eximía al gobierno israelí de cualquier responsabilidad directa en la destrucción de los campos gestionados por la UNRWA. Las prácticas de construcción incremental e informal, como la adición de pisos o habitaciones, eran comunes y respondían a la necesidad de más espacio ante el rápido crecimiento de las familias y el aumento de la densidad del campamento (Cfr. Abourahme, 2014, pp. 209-211).[20] Con el tiempo, un número creciente de refugiados comenzó a comprar terrenos en los alrededores del campo, difuminando así los límites entre la nueva ciudad y el asentamiento original, y, por tanto, sus fronteras. Finalmente, este proceso condujo a la desaparición progresiva de estos campos como entidad diferenciada, logrando el objetivo inicial del gobierno israelí: desmantelar la identidad espacial y política de los refugiados y desactivar su reivindicación del derecho al retorno.

Figura 10. Autoconstrucción como parte de la “ampliación de la construcción”, 1973. Fuente: Moshe Milner, National Photo Collection of Israel, Government Press.

La introducción del hormigón en las décadas de 1970 y 1980 revolucionó la construcción, ya que permitió el crecimiento vertical, a la vez que socavaba la autoridad de UNRWA, que restringía la construcción de edificios de varios pisos para evitar la sobredensificación (Figura 11). Las normativas se relajaron progresivamente, transformando aún más los campos en espacios orgánicos en los que las calles fueron reemplazadas por expansiones residenciales (Cfr. Dalal, 2024, p. 30) (Figura 12). Estas adaptaciones alteraron el sistema cuadriculado impuesto, creando un entorno que, aunque percibido como caótico, resultaba funcional, significativo y familiar para los residentes (Cfr. Marx, 1992, p. 287).

Figura 11. Viviendas en Sheikh Radwan por Dov Eizenberg, 1977. Fuente: Colección Nacional de Fotografía, foto de Moshe Milner.

Figura 12. Campamento de Deheishe: a. Estructuras autoconstruidas a base de cemento se extienden por la ladera circundante. Foto de Nasser Abourahme; b. Calles densamente construidas. Fuente: Luca Capuano.

Estos desarrollos cambiaron la dinámica socioespacial de los campos, convirtiendo a los refugiados “sin tierra” en propietarios, lo que reflejaba su resiliencia y capacidad de redefinir sus espacios de vida, pero también alteraba sus identidades políticas (Cfr. Abreek-Zubiedat y Nitzan-Shiftan, 2018, p. 152). Aunque estas intervenciones mejoraron sus condiciones de vida, también tenían el objetivo de disminuir la identidad colectiva de los refugiados vinculada a su derecho al retorno, y de remodelar su relación con la lucha palestina más amplia. Al transformar los campos en espacios urbanos modernos, el Gobierno israelí buscaba debilitar el significado político y simbólico de los campos de refugiados como símbolos del desplazamiento palestino.

3.3. ¿Colonización encubierta?

Tanto los primeros campos institucionales gestionados por la UNRWA como los asentamientos permanentes promovidos por el Estado de Israel, aunque responden a distintos ideales y estrategias, han contribuido a dinámicas que pueden interpretarse como formas de colonización encubierta.[21]

3.3.1. Actos de colonización en el período inicial de UNRWA y la Survey Mission

We [the United States] are doing this for your own good. —Victor Heiser (Heiser, 1936, p. 105)

El marco para el desarrollo global promovido por Gordon Clapp y consolidado por el discurso inaugural de Truman de 1949, conocido como “Point Four”, enfatizaba el liderazgo de Estados Unidos en la modernización de las naciones “subdesarrolladas” (Cfr. Sachs, 1992, pp. 2-3).[22] Estas iniciativas estaban profundamente enraizadas en las estrategias de la Guerra Fría, y su objetivo era promover la estabilidad regional, contrarrestar el totalitarismo y reafirmar la hegemonía estadounidense, todo ello bajo la fachada de ayuda humanitaria y transformación económica. La percepción de la superioridad estadounidense impulsó la creencia de que Estados Unidos estaba en una posición única para liderar el proceso de modernización global (Ekbladh, 2010a; Arne, 2005, p. 35).

Inspirados en el modelo de la Tennessee Valley Authority (TVA), sus defensores pensaban que los proyectos de desarrollo a gran escala dirigidos por el gobierno, que combinaban tecnología e ideales liberales, podrían generar un cambio socioeconómico en el mundo (Ekbladh, 2010b, p. 8; Clapp, 1948, p. 105). Este enfoque partía de la idea de que las sociedades “atrasadas” podrían progresar desmantelando sus prácticas tradicionales y adoptando los avances tecnológicos y científicos occidentales (Ekbladh, 2002, p. 357).[23]

Esta filosofía inspiró la creación de UNRWA y sus primeras acciones, y aunque la modernización se concibió como algo distinto del colonialismo, algunos estudiosos destacan sus objetivos estratégicos más allá de lo puramente humanitario. Además, critican su enfoque modernista, que desestimaba las necesidades y los conocimientos locales e imponía ideales occidentales. Instituciones como las Naciones Unidas desempeñaron un papel importante en este proyecto global, cuyo alcance se expandió en las décadas de 1940 y 1950 como una forma de competir con la influencia soviética durante la Guerra Fría (Ekbladh, 2010b, pp. 2-4 y 7).[24] El discurso del desarrollo redefinió la desigualdad global como una división “natural” entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas, legitimando las intervenciones estadounidenses mientras enmascaraba el impacto negativo sobre las comunidades afectadas y perpetuaba la violencia simbólica a través de la retórica de la benevolencia y el progreso (Rist, 2007).[25]

3.3.2. Actos del gobierno israelí

Los procesos impulsados por Israel en los territorios palestinos pueden analizarse desde dos perspectivas. En primer lugar, la permanencia prolongada de los campos de refugiados representa una forma de violencia estructural que priva a sus habitantes de estabilidad y de la posibilidad de planificar sus vidas, alineándose con los objetivos de ejercer control sobre los territorios en disputa. El proyecto sionista ha implementado sistemáticamente estrategias para desplazar y desposeer a la población palestina autóctona, fragmentando y aislando sus comunidades —aldeas, pueblos y ciudades— y confinándolas en campos de refugiados o enclaves restringidos (Cfr. Peteet, 2017, p. 3). Estas estrategias limitan el acceso al territorio y la movilidad de la población palestina mediante distinciones racializadas basadas en la etnia, la religión y la nacionalidad. Como resultado, los palestinos se enfrentan a una fragmentación y una inmovilización espacial sistemáticas a través de mecanismos como muros, puestos de control y sistemas de permisos, que refuerzan su aislamiento y su falta de autonomía (Peteet, 2017, pp. 1-2).

Por otro lado, el Plan Maestro de Israel para Gaza de 1972 pretendía transformar a los refugiados en propietarios de viviendas en barrios urbanos planificados, lo que suponía la desaparición de los campos de refugiados y la eliminación de su derecho al retorno. Mediante la integración de los campos en las ciudades adyacentes y la promoción de la modernización, Israel pretendía conseguir apoyo internacional y debilitaba las aspiraciones palestinas a la nación (Gómez López, 2024, p. 38).

4. Conclusiones

Este artículo explora el papel multifacético de los campos de refugiados en el conflicto israelí-palestino, no solo como soluciones habitacionales temporales, sino también como dispositivos de control social y político y, al mismo tiempo, como espacios de resistencia. En primer lugar, se ha analizado cómo la construcción de los campos, cuando se impone, puede convertirse en una herramienta ideológica. Por ejemplo, en los campos israelíes, el trabajo de los refugiados se instrumentalizó como medio de integración económica, lo que consolidó su dependencia del Estado y entró en conflicto con sus aspiraciones políticas. De forma similar, los primeros campos palestinos gestionados por la UNRWA, enmarcados en proyectos de desarrollo basados en ideales de modernización occidental, priorizaron la integración económica por encima del derecho al retorno, lo que debilitó las demandas políticas de los refugiados.

Se ha puesto de manifiesto el impacto de la planificación urbana sobre los habitantes de los campos, mostrando que los intentos de imponer modelos de vivienda estandarizados han fracasado en adaptarse a las necesidades reales de los habitantes, limitando cualquier expresión de individualidad. Por el contrario, los asentamientos con mayores niveles de autogestión han logrado reflejar valores arquitectónicos vernáculos que expresan la identidad cultural de una comunidad (Cfr. Pérez Gil, 2024, pp. 233-237). Esta flexibilidad pone de relieve la efectividad de los enfoques informales para atender necesidades prácticas y culturales que los modelos institucionales rígidos no logran satisfacer.[26]

Además, el texto resalta el doble papel de los campos como herramientas de control biopolítico y como lugares de acción y resistencia. Aunque concebidos como lugares de control, los refugiados han transformado estos espacios a través de prácticas cotidianas que generan redes de apoyo visibilidad y articulación política, generando entornos urbanos dinámicos, moldeados por el esfuerzo colectivo de sus habitantes más que por la planificación institucional (Díaz, 2015, p. 126). Esto demuestra que, aunque el desplazamiento implique la desposesión geográfica y física de un territorio, no necesariamente conlleva la pérdida de la identidad social y cultural.

El artículo también plantea que los campos han encarnado prácticas subyacentes de colonización. El Estado israelí les utilizó para integrar a los inmigrantes judíos marginados en su proyecto de construcción nacional. Del mismo modo, las primeras iniciativas de la UNRWA se basaban en modelos de desarrollo liberales occidentales que pretendían remodelar las estructuras económicas y sociales mediante intervenciones planificadas y manteniendo al mismo tiempo el control sobre las poblaciones desplazadas. Este enfoque subraya cómo, en algunos casos, las intervenciones internacionales han perpetuado las dinámicas de poder y control.

A partir de este análisis, se proponen varias líneas de investigación futura. Una de ellas sería un estudio cualitativo comparado sobre la evolución de los campos gestionados por la UNRWA en los diferentes países en los que actúa, con el fin de entender cómo las variaciones en las intervenciones han afectado a las condiciones de vida y qué respuestas han desarrollado sus habitantes. Además, se destaca la necesidad de contar con modelos de planificación más flexibles y culturalmente sensibles para abordar esta y otras situaciones de emergencia globales.

También sería relevante analizar los patrones urbanos que conectan los campos con sus entornos más amplios, lo que podría optimizar la planificación urbana y los servicios municipales, mejorar la integración de los campos en las ciudades y ofrecer mejores condiciones a los refugiados. Esta perspectiva permitiría considerar los campos no como entidades aisladas, sino como partes activas del tejido urbano.

Por último, se podría estudiar hasta qué punto es posible la autogestión dentro de un contexto de dominación estructural. Aunque se ha demostrado que los habitantes de los campos poseen cierta capacidad de acción a través de la resistencia y la adaptación, queda por explorar hasta qué punto estas prácticas pueden transformar verdaderamente la situación estructural en la que se encuentran. Este es un campo de investigación crucial para comprender las dinámicas de poder en los campos de refugiados y evaluar cómo las acciones locales pueden generar cambios significativos en sus condiciones de vida a largo plazo.

Referencias bibliográfícas

Abourahme, Nasser (2014). Assembling and Spilling-Over: Towards an ‘Ethnography of Cement’. En Palestinian Refugee Camp, International Journal of Urban and Regional Research, 39(2), 200-217. https://doi.org/10.1111/1468-2427.12155

Abourahme, Nasser (2020). The Camp. Comparative Studies of South Asia, Africa and the Middle East, 40(1), 35-42. https://doi.org/10.1215/1089201X-8186016

Abreek-Zubiedat, Fatina (2015). The Palestinian Refugee Camps: The Promise of ‘Ruin’ and ‘Loss’. Rethinking History, 19(1), 72-94.

Abreek-Zubiedat, Fatina y Nitzan-Shiftan, Alona (2018). “De-Camping” through Development: The Palestinian Refugee Camps in the Gaza Strip under the Israeli Occupation. En Irit Katz, Diana Martin y Claudio Minca (eds.), Camps Revisited: Multifaceted Spatialities of a Modern Political Technology (pp. 137-157). Rowman & Littlefield.

Agamben, Giorgio (1998). Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life (Daniel Heller-Roazen, Ed. y Trad.). Stanford University Press.

Amin, Hira (2014). The History of Development: From Western Origins to Global Faith (Review). Forum for development studies, 41(3), 575-578. https://doi.org/10.1080/08039410.2014.861122

Arendt, Hannah (1968). The Origins of Totalitarianism. Harcourt Brace.

Arne Westad, Odd (2005). The Global Cold War: Third World Interventions and the Making of Our Times. Cambridge University Press.

Bernstein, Deborah, y Swirski, Shlomo (1982). The Rapid Economic Development of Israel and the Emergence of the Ethnic Division of Labour. British Journal of Sociology, 33(1), 64-85. https://doi.org/10.2307/589337

Bourdieu, Pierre (1980). Le sens pratique. Editions de Minuit.

Calaismag (2016). Reinventing Calais: Versión inglesa. Recuperado el 6 de octubre de 2024 de: http://www.perou-paris.org/pdf/Actions/CALAIS_16_mag_anglais_ONLINE.pdf

Carter, Brian (2005). The Quonset Hut: War, Design and Weapons of Mass Construction. En Chris Chiei y Julie Decker (eds.), Quonset Hut: Metal Living for a Modern Age (pp. 63-103): Princeton Architectural Press.

Cervenak, Christine M. (1994). Promoting Inequality: Gender-Based Discrimination in UNRWA’s Approach to Palestine Refugee Status. Human Rights Quarterly, 16, 300–374.

Clapp, Gordon R. (1948, 10 de febrero). TVA: A democratic method for the development of a region’s resources [Manuscrito inédito]. Box 2, Clapp Papers, Harvard Theatre Collection (HTL).

Cuny, Frederick C. (1977a). Refugee Camps and Camp Planning: The State of the Art. Disasters, 1(2), 125-143.

Cuny, Frederick C. (1977b). Strategies and Approaches which can be used by Voluntary Agencies to Provide Post Disaster Shelter and Housing. INTERTECT.

Dalal, Ayham (2024). Ammán: Reading the city through displacement, ZARCH, 22, 24-35. https://doi.org/10.26754/ojs_zarch/zarch.20242210343

Davis, Ian (1978). Shelter after disaster. Oxford Polytechnic Press.

Díaz, Mariela Paula (2015). Hábitat Popular y Mercado Laboral: El Desarrollo Urbano Desigual de la Ciudad de El Alto (Bolivia), Revista INVI, 30(85), 111-146. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-83582015000300004

Ekbladh, David (2002). Mr. TVA: Grass-Roots Development, David Lilienthal, and the Rise and Fall of the Tennessee Valley Authority as a Symbol for U.S. Overseas Development, 1933-1973. Diplomatic History, 26(3), 335-374. https://doi.org/10.1111/1467-7709.00315

Ekbladh, David (2010a). Meeting the Challenge from Totalitarianism: The Tennessee Valley Authority as a Global Model for Liberal Development, 1933–1945. The International History Review, 32(1), 47-67. https://doi.org/10.1080/07075330903516637

Ekbladh, David (2010b). The Great American Mission: Modernization and the Construction of an American World Order. Princeton University Press.

Espinosa Ramírez, Antonio Bernardo (2024). El Kibutz, Entre Necesidad y Utopía: Símbolo y Cambio en el Ethos Nacional del Estado de Israel, Darom, Revista de Estudios Judíos, 1(6), 23. Recuperado el 12 de marzo de 2025 de: https://www.revistadarom.es/index.php/Darom/article/view/89

Foucault, Michel (2003). Society Must Be Defended. Lectures at the Collège de France, 1975–76. Penguin.

Francis, Paul (1996). British Military Airfield Architecture: From Airships to the Jet Age. History Press.

Gómez López, María (2024). Arquitectura en el exilio. Tres miradas artísticas a los campos de refugiados de Palestina. ZARCH, 22, 36-49. https://doi.org/10.26754/ojs_zarch/zarch.2024229895

Gorenberg, Gershom (2006). The Accidental Empire. Times Books

Hanafi, Sari; Hilal, Leila y Takkenberg, Lex (2014). UNRWA and Palestinian Refugees. From relief and works to human development. Routledge.

Hanna, Dima M.; Buys, Laurie y Kumarasuriyarc, Anoma (2022). Domestiic refugee architecture in Jordan: a socio-spatial analysis of chaotic camps, The Journal of Architecture, 27(1), 44-70. https://doi.org/10.1080/13602365.2022.2062034

Heiser, Victor G. (1936). An American Doctor’s Odyssey. W.W. Norton & Company Inc.

Herbert, Gilbert (1972). Portable Colonial Cottage. Journal of the Society of Architectural Historians, 31(4), 261-275. https://doi.org/10.2307/988810

Herzl, Theodor (1987). Old New Land. Herzl Press.

Infield, Henrik F. (1944). Cooperative living in Palestine. The Dryden Press.

Katz, Irit (2015). Spreading and concentrating. City, 19(5), 727-740. http://dx.doi.org/10.1080/13604813.2015.1071115

Katz, Irit (2022). The Common Camp: Architecture of Power and Resistance in Israel–Palestine. University of Minnesota Press.

Katz, Irit (2023), Borderzone Departure Cities: Jumping-Off Urbanism of Irregular Migration on the Edges of Europe, Antipode, 55(5), 1608-1633. https://doi.org/10.1111/anti.12923

Katz, Irit; Martin, Diana y Minca, Claudio (2018). Camps Revisited: Multifaceted Spatialities of a Modern Political Technology. Rowman & Littlefield.

Kozlovsky, Roy (2008). Temporal States of Architecture: Mass Immigration and Provisional Housing in Israel. En Sandy Isenstadt and Kishvar Rizvi (eds.), Architecture and Politics in the Twentieth Century: Modernism and the Middle East (pp.140–160). DC: University of Washington Press.

Mahdy, Hossam (2019). What is “vernacular” in Arabic? Issues of Arabic translation for “ICOMOS Charter on the Built Vernacular Heritage”. Building Conservation Supervisor, Abu Dhabi Tourism and Culture Authority (TCA).

Martin, Diana; Minca, Claudio y Katz, Irit (2020). Rethinking the camp: On spatial technologies of power and resistance. Progress in Human Geography, 44(4), 743–768. https://doi.org/10.1177/0309132519856702

Marx, Emanuel (1992). Palestinian Refugee Camps in the West Bank and the Gaza Strip. Middle Eastern Studies, 28(2), 281-294.

Misselwitz, Philipp y Hanafi, Sari (2009). Testing a New Paradigm: UNRWA’s Camp Improvement Programme, Refugee Survey Quarterly, 28(2-3), 360-388. Recuperado el 4 de noviembre de 2024 de: https://www.jstor.org/stable/45054398

Morales Soler, Eva y Alonso Mallén, Rubén (2012). La vivienda como proceso. Estrategias de flexibilidad, Hábitat y Sociedad, 4, 33-54. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2012.i4.03

Oesch, Lucas (2014). The urban planning strategy in al-Hussein Palestinian refugee camps in Amman. En Sari Hana, Leila Hilal y Lex Takkenberg (eds.), UNRWA and Palestinian refugees: From relief and works to human development (pp. 240–260). Routledge.

Oesch, Lucas (2017). The Refugee Camp as a Space of Multiple Ambiguities and Subjectivities. Political Geography, 60, 110-20. https://doi.org/10.1016/j.polgeo.2017.05.004

Osiander, Andreas (2001). Sovereignty, International Relations, and the Westphalian Myth. International Organization, 55(2), 251-287. Recuperado el 4 de noviembre de 2024 de: https://www.jstor.org/stable/3078632

Palero, Juan Santiago (2023). Christopher Alexander en los Orígenes del Abordaje Colaborativo de la Vivienda: La Experiencia de Mexicali, Hábitat y Sociedad, 16, 19-41. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2023.i16.02

Pérez Gil, Javier (2024). Informal settlements and vernacular architecture: old and new debates. Ciudades, 27, 229-246. DOI: https://doi.org/10.24197/ciudades.27.2024.229-246

Peteet, Julie (2005). Landscape of Hope and Despair: Palestinian Refugee Camps. University of Pennsylvania Press.

Peteet, Julie (2017). Space and Mobility in Palestine. IU Press.

Proyecto Esfera (2000). Carta humanitaria y normas mínimas para la respuesta humanitaria (1ª ed.). Esfera.

Ramadan, Adam (2013). Spatialising the refugee camp. Transactions of the Institute of British Geographers, 38(1), 65–77.

Rist, Gilbert (2007). Development as a buzzword. Development in Practice, 17(4-5), 485-491. DOI: https://doi.org/10.1080/09614520701469328

Rygiel, Kim (2011). Bordering solidarities: Migrant activism and the politics of movement and camps at Calais. Citizenship Studies, 15(1), 1-19. https://doi.org/10.1080/13621025.2011.534911

Rygiel, Kim (2012). Politicising camps: Forging transgressive citizenships in and through transit. Citizenship Studies, 16(5), 807-825. https://doi.org/10.1080/13621025.2012.698511

Sachs, Wolfgang (1992). The Development Dictionary: A Guide to Knowledge as Power. Zed Books.

Samuel, Edwin (1944). The Communal Villages of Palestine. Zionist Organization Youth Department.

Sanyal, Romola (2014). Urbanizing Refuge: Interrogating Spaces of Displacement. International Journal of Urban and Regional Research, 38(2), 558-572. https://doi.org/10.1111/1468-2427.12020

Sapiro, Melford E. (1970). Kibbutz: Venture in Utopia. Shocken Books.

Schiff, Benjamin (1995). Refugees unto the third generation: UN aid to Palestinians. Syracuse University Press.

Sharon, Arieh (1952). Physical Planning in Israel. Government Press.

Sharon, Arieh (1976). Kibbutz + Bauhaus: An Architect’s Way in a New Land. Massada Publishing.

Tzfadia, Erez y Yacobi, Haim (2011). Rethinking Israeli Space: Periphery and Identity.Routledge.

United Nations (1949). Final report of the United Nations Economic Survey Mission for the Middle East (Gordon R. Clapp, dir.). Naciones Unidas. Recuperado el 4 de noviembre de 2024 de: https://www.un.org/unispal/wp-content/uploads/1949/12/NL321438.pdf

United Nations High Commissioner for Refugees (UNHCR) (1982). Handbook for emergencies (1ª ed). UNHCR.

United Nations High Commissioner for Refugees (UNHCR) (2024). Global trends. Forced displacement in 2023. UNHCR.

United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA) (2023). Strategic plan 2023-28. Department of Planning Amman, UNRWA.

United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA) (s.f.). Where we work. Recuperado el 12 de marzo de 2025 de: https://www.unrwa.org/where-we-work

Venturi, Robert y Scott Brown, Denise (1977). Learning from Las Vegas. MIT Press.

Wolfe, Patrick (2006). Settler Colonialism and the Elimination of the Native. Journal of Genocide Research, 8(4), 387-409. https://doi.org/10.1080/14623520601056240

Yiftachel, Oren (2009). Critical theory and gray space: mobilization of the colonized. City, 13(2/3), 247-63. https://doi.org/10.1080/13604810902982227


[1] Para ampliar información sobre cifras de desplazados palestinos, ver: UNRWA, 2023; UNRWA, Where we work.

[2] Este manual guía la implementación de la asistencia humanitaria a refugiados. Fue publicado en 1982 (en la elaboración de esta primera edición fue fundamental el borrador de Intertect-Frederick Cuny) y se han realizado ediciones posteriores en 1998 y 2007. Ahora solo existe en formato digital. Puede encontrarse aquí: https://emergency.unhcr.org/.

[3] El Proyecto Esfera es un consorcio integrado por representantes de las principales organizaciones humanitarias, creado con el fin de mejorar la respuesta ante las crisis. Fruto de este esfuerzo, se publicó la “Carta Humanitaria y Normas Mínimas de Respuesta Humanitaria en Casos de Desastre” (Proyecto Esfera, 2000). Las normas y valores fundamentales que promueve han ganado un amplio reconocimiento y respeto dentro de la comunidad humanitaria.

[4] El concepto de “agencia” se refiere a la capacidad de las personas para actuar y tomar decisiones dentro de su entorno, incluso en condiciones de opresión o restricción. Aunque nuestras acciones están influenciadas por estructuras económicas, políticas y culturales, la agencia destaca la posibilidad de resistencia, adaptación y cambio.

[5] El propio proceso de prefabricación estaba arraigado en la historia de los asentamientos coloniales, que se remonta a los siglos XVIII y XIX. Véase Gilbert, 1972.

[6] La organización sionista comenzó su colonización rural más intensiva de Palestina en 1908, tras la creación del Fondo Nacional Judío en 1901 (Infield, 1948, pp. 23, 29).

[7] El éxito del kibbutz como modelo comunitario radicó en la llegada masiva de inmigrantes a Palestina, quienes necesitaban un método eficaz para establecerse. La creación de aldeas comunales permitió agilizar este proceso. La mayoría de estos inmigrantes eran jóvenes con recursos económicos limitados y pocas posesiones, lo que hacía más fácil para ellos abrazar un estilo de vida basado en la cooperación. Provenientes en su mayoría de familias numerosas de Europa del Este, estos jóvenes encontraron en el kibbutz un entorno que replicaba el calor familiar y les brindaba un sentido de pertenencia dentro de la comunidad (Samuel, 1944, p. 233).

[8] Los campos ma’abara desaparecieron físicamente del paisaje israelí cuando los inmigrantes se asentaron; el Estado israelí los desmanteló sin dejar rastro, como si los inmigrantes siempre hubieran formado parte de su nueva tierra.

[9] “We consider manual work not only the most important contribution to the construction of our country, but also a step towards the formation of a new Jewish man and character” (Bernstein y Swirski, 1982, p.82).

[10] David Ben-Gurion fue el padre fundador del Estado de Israel y su primer primer ministro. Preparó un ambicioso programa para la rápida inmigración y absorción de un millón de judíos en Israel: The One Million Plan.

[11] El Estado israelí presentó estas tierras como deshabitadas para fomentar la percepción de que su expansión territorial no constituía un acto de colonización.

[12] Los ideales urbanísticos modernos de principios del siglo XX encontraron un terreno fértil en Israel después de 1948, ya que el recién creado Estado exigía una planificación integral desde los cimientos. Arieh Sharon, un arquitecto judío que había pasado años viviendo en un kibbutz y estudiando en la Bauhaus de 1926 a 1928, se sintió profundamente influido por los principios modernistas de planificación. Entre 1948 y 1953 fue director y arquitecto jefe del Departamento de Planificación Nacional del Gabinete de Ben-Gurion. Tras la proclamación del Estado de Israel, Sharon dirigió los esfuerzos para establecer un marco de planificación para el nuevo Estado.

[13] La acusación de ser nómadas “renders the natives removable” (Wolfe, 2006, p.396).

[14] El desorden, tal y como lo definió Henri Bergson, es “the order we cannot see” (Venturi y Scott Brown, 1977, p.52).

[15] Algo similar ocurre en otros Estados coloniales, donde los habitantes locales pierden el respeto por los bienes comunes.

[16] La Autoridad del Valle del Tennessee (TVA) fue un programa de obras públicas a gran escala creado en 1933 en el marco del New Deal estadounidense. Su objetivo era modernizar la región del Valle del Tennessee mediante la construcción de presas, el control de inundaciones, la electrificación rural y mejoras agrícolas, y sirvió como modelo de transformación económica y planificación regional dirigida por el gobierno. Gordon Clapp fue su presidente entre 1946-1954.

[17] Lo ponemos entre comillas porque los palestinos ya estaban asentados en sus lugares de origen, por lo que no necesitaban “reasentarse” en ningún otro lugar.

[18] For more information, see Hanafi et al., 2014.

[19] Este proceso de loteo también ha sido muy común en América Latina y ha permitido el asentamiento de sectores populares que han construido sus propias viviendas (Cfr. Díaz, 2015, p. 113).

[20] Estas acciones entienden la vivienda como un proceso en el que la participación y la organización ciudadana son fundamentales (Cfr. Morales Soler y Alonso Mallén, 2012, p. 39; Palero, 2023, pp. 35-36).

[21] Los marcos de desarrollo promovidos por potencias occidentales proyectaron una visión paternalista sobre las comunidades refugiadas. Aunque estas intervenciones no siempre fueron malintencionadas, sí evidencian relaciones de poder desiguales que marcaron las formas de gestión y planificación.

[22] Fue la primera vez que se acuñó el término “subdesarrollado” para describir a ciertos Estados, dividiendo el mundo en desarrollado y subdesarrollado (Hira, 2014, p.576).

[23] David Lilienthal, el primer presidente de la TVA, consideraba que el modelo de desarrollo de esta podía aplicarse en todo el mundo. La TVA ejemplificaba cómo los proyectos a gran escala planificados por el gobierno y los ideales políticos liberales podían impulsar un rápido cambio social y económico. Estos esfuerzos se originaron en la ambición de modernizar el sur de Estados Unidos a principios del siglo XX (Ekbladh, 2002, p. 336).

[24] Muchos estadounidenses y europeos creían a finales del siglo XIX que eliminar las costumbres e instituciones “tradicionales” podía ayudar a africanos, indios y chinos a superar el “atraso” y adoptar los avances modernos. Los estadounidenses, confiados en sus logros científicos y tecnológicos, se sentían obligados a guiar a otros pueblos hacia el desarrollo, creencia que se reforzó con la creciente actividad misionera de la época.

[25] La violencia simbólica se refiere a la imposición sutil y, a menudo, desapercibida de los valores, normas y expectativas de un grupo dominante sobre los demás, lo que legitima la desigualdad y la jerarquía social a través de medios culturales y simbólicos en lugar de la fuerza manifiesta (Cfr. Bourdieu, 1980, p. 215).

[26] Muchos estudiosos sostienen que la arquitectura de los asentamientos informales encarna, quizá mejor que ninguna otra, los valores vernáculos actuales. Además, Hossam Mahdy (2019) sostiene que, en contextos como el mundo árabe, donde el ámbito de la formalidad sigue los patrones occidentales, las actividades de construcción informales pueden ser la única vía posible para que la comunidad autóctona exprese su identidad arquitectónica de manera genuina.