Juan Santiago Palero
Universidad de Córdoba (FaUD-UNC) Argentina.
juansantiagoarqpalero@gmail.com
Recibido: 23-04-2023
Aceptado: 30-05-2023
Cómo citar:
Santiago Palero, Juan (2023). Christopher Alexander en los orígenes del abordaje colaborativo de la vivienda: la experiencia de Mexicali. Hábitat y Sociedad, (16), 19-41. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2023.i16.02
Resumen Las intervenciones colaborativas sobre el hábitat suelen presentarse enfatizando sus aspectos novedosos, como si representaran una absoluta ruptura con respecto a las preexistencias. Esta estrategia de diferenciación, frente a un contexto marcado por el individualismo y la competencia, implica el riesgo de generar una constante sensación de amnesia y fugacidad que ignora la profundidad de sus orígenes. Para brindar anclaje histórico y densidad conceptual a estas intervenciones colaborativas, se propone reconstruir sus raíces conceptuales indagando en el aporte de la participación en arquitectura de vivienda, como una de sus principales vertientes. Con ese objetivo, se recuperan las estrategias desplegadas por el equipo de Christopher Alexander en el abordaje de un proyecto que buscaba contrarrestar el déficit habitacional de una ciudad latinoamericana en vertiginoso crecimiento: el conjunto de viviendas de Mexicali, en Baja California, México. A través de una revisión bibliográfica que combina la producción teórica de este autor –recientemente fallecido– en libros y artículos, junto a entrevistas y documentos que remiten al estado actual del conjunto, se sintetizan aciertos y puntos críticos de la intervención para rastrear su continuidad en el contexto actual de la vivienda liderada por la comunidad, y en particular en la Producción Social del Hábitat. Palabras claves vivienda, participación, producción social del hábitat, Christopher Alexander. |
Abstract Collaborative interventions on the environment tend to present themselves highlighting their innovative aspects, as if representing an absolute clash with the previous state. This strategy of standing out, within a context of individualism and competition, implies the risk of creating a constant sensation of amnesia and transience that ignores the depth of its origins. In order to bring historical footing and conceptual density to these interventions, the proposition is to reconstruct their conceptual roots by investigating the input of participation in housing architecture, as one of its main aspects. With this objective, there’s a recovery of strategies developed by Christopher Alexander’s team when seeking to counter the housing deficit in a Latin-American city facing rapid population growth: the Mexicali experimental project in Baja California, Mexico. Through a bibliographical revision, which integrates the theory produced by this recently deceased author in books and articles, along with interviews and documents pertinent to the current state of the project, successes and critical points of the intervention are synthesized to trace their continuity in the current context of this community-led housing, and specifically in the social production of habitat. Keywords housing, participation, social production of habitat, Christopher Alexander. |
Como contribución al presente dossier, se plantea establecer un vínculo entre el pasado y el presente del abordaje colaborativo de la problemática habitacional. El objetivo principal de este trabajo es relacionar los fundamentos conceptuales y las estrategias prácticas que se despliegan en la vivienda liderada por la comunidad de principios del siglo veinte con las ideas de Christopher Alexander, como representante de un momento en que se consolidaron las bases teóricas de la participación en arquitectura de vivienda. Para acercar al campo de la praxis las búsquedas de este arquitecto, fallecido en marzo del 2022, se retomará la experiencia de Mexicali (1975-1976), un punto de referencia para relacionar su pensamiento con la problemática habitacional de América Latina. En este ámbito geográfico, más específicamente en Argentina, se inscribe la investigación en curso que sustenta este trabajo.
La posibilidad de encontrar continuidades y transformaciones en el abordaje colectivo de la vivienda permite, por un lado, otorgarles la merecida profundidad y anclaje histórico a algunas ideas que en publicaciones recientes se presentan como novedosas, y, a su vez, posibilita una actualización de los debates surgidos a mediados del siglo veinte, desde una mirada contemporánea consciente de los desafíos y oportunidades de principios del siglo veintiuno.
A modo de hipótesis, se avizora que los puntos de contacto detectados entre el pasado y el contexto actual permiten trazar una especie de mapa para orientar tanto futuros proyectos de vivienda como investigaciones relacionadas con la problemática habitacional, donde los aciertos constituyen faros de referencia y los obstáculos sirven como advertencias a tener en cuenta durante el proceso.
El texto comienza contextualizando el tema para poner énfasis en el vínculo entre el pensamiento de Christopher Alexander –desarrollado durante las décadas del sesenta y setenta– y el abordaje colaborativo de las problemáticas de vivienda de principios del siglo veintiuno. En un apartado metodológico se mencionan las técnicas, las fuentes empleadas y la ruta lógica del artículo. En los resultados, se detallan las estrategias desplegadas por el equipo de Alexander en un conjunto de viviendas de Baja California, México. Posteriormente, en la discusión, se establecen algunos puntos de contacto entre las ideas de Alexander aplicadas en el proyecto de Mexicali y algunas experiencias relevantes del contexto actual, para dejar paso a una conclusión que retoma la hipótesis para advertir puntos de referencia, nudos críticos y desafíos abiertos para futuras intervenciones o aportes científicos sobre la problemática habitacional.
Las reflexiones aquí reunidas surgen desde el sur de América Latina, la región más desigual del planeta (CEPAL, 2016). La línea de investigación del autor de este artículo, de la cual se desprenden los datos y reflexiones que fundamentan el texto, está centrada en la participación en arquitectura, más específicamente, en el diseño participativo de vivienda de interés social, un abordaje inclusivo de la actividad proyectual que propone incorporar en el proceso de toma de decisiones sobre el diseño a actores usualmente excluidos de los ámbitos de poder. La participación como palabra compuesta por el prefijo pars parti– (división o porción), el verbo capere (tomar o agarrar) y el sufijo -tio (acción) remite a la acción de tomar partido en un hecho o proceso. En ese sentido, la participación en arquitectura enfatiza el involucramiento de actores –usualmente omitidos– en los procesos que implica esta disciplina, como, por ejemplo, en la gestión, el diseño, la construcción, e incluso el mantenimiento de las transformaciones que realiza sobre el ambiente. La línea de trabajo se enmarca en una multiplicidad de búsquedas que plantean poner el foco sobre las condiciones habitacionales de las mayorías históricamente postergadas para cuestionar las intervenciones urbanas de carácter formalistas, centradas en la arquitectura de autor, que en la intención de posicionar a las ciudades dentro de la competencia global por atraer inversiones terminan impostando un modelo cultural globalizado ajeno a las necesidades cotidianas de la población local. Es decir, cuestionan lo que Henri Lefebvre describe como:
un mundo de los signos [...que] se presenta como el verdadero mundo [...pero] es un mundo fraudulento [...] se habla de arte y cultura cuando se trata en realidad de dinero, de mercancías [...] se habla de belleza cuando no se trata sino de una imagen de marca. (Lefebvre, 2013, p. 420)
Frente a estos abordajes formalistas y mercantiles, la participación en arquitectura apunta a revisar la abstracción del “usuario”, la visión del diseñador como genio creativo, el abordaje de los edificios como si fueran objetos estáticos aislados y el criterio tecnocrático que impide nutrir el proyecto desde la experiencia de los habitantes en el territorio y desde múltiples saberes.
Para acercarnos al tema específico de esta convocatoria, resulta fundamental notar que el enfoque participativo subyace como rasgo común a las diversas modalidades de vivienda liderada por la comunidad. Y, si bien esta investigación tiene como punto de partida las disciplinas proyectuales, se orienta hacia una visión integral de las problemáticas habitacionales que permita establecer múltiples puntos de contacto y complementariedad con diversos enfoques disciplinares. En esta intersección de campos de conocimiento, podemos definir la vivienda liderada por la comunidad como la convergencia de diversos abordajes de la problemática habitacional que coinciden en aportar soluciones basadas en la capacidad de organización y gestión de los habitantes como colectivo. Pueden surgir desde la organización horizontal –mediante la construcción de lazos horizontales–, originarse en programas estatales o responder a iniciativas de organizaciones no-gubernamentales (ONGs). No obstante, más allá de la diversidad de orígenes, contemplan diferentes niveles de participación colectiva de los habitantes en los procesos de gestión, diseño, construcción y mantenimiento de las soluciones habitacionales. Expresiones recientes de vivienda liderada por la comunidad pueden encontrarse, en los países centrales, bajo el nombre de co-housing, siguiendo las búsquedas de Kathryn McCamant y Charles Durrett (2011), o en intervenciones más radicales e integrales como en los conjuntos de vivienda cooperativa (Rosa Jiménez et al., 2016), tales como La Borda, del colectivo La Col, en Barcelona, o el edificio Las Carolinas, de Entrepatios, en Madrid (Moreno, 2020).
Por lo general, se mencionan como origen de este enfoque las experiencias de vivienda cooperativa escandinavas, en particular al sistema danés Andel que proviene de 1911 (Etxezarreta y Merino, 2013), aunque hay que tener en cuenta que en 1870 Federico Engels ya criticaba el abordaje cooperativo de la vivienda defendido por intelectuales de la época, como el Dr. Mülberger (Engels, 1975). Sin intenciones de polemizar sobre las particularidades de un campo de conocimiento lejano, se prefiere en este caso, acercar la discusión hacia el ámbito de América Latina, donde el abordaje de los problemas habitacionales desde el liderazgo de sus habitantes tiene una larga trayectoria en la Producción Social del Hábitat (PSH).
Este sintagma expresa una gradual construcción del ambiente donde se procura integrar el criterio técnico junto a los saberes diversos de los habitantes en el sitio, para priorizar la lógica de la necesidad cotidiana por sobre el lucro y la especulación (Pelli, 2010).
Según Ortiz Flores la PSH hace alusión a
todos aquellos procesos generadores de espacios habitables, componentes urbanos y viviendas, que se realizan bajo el control de autoproductores y otros agentes sociales que operan sin fines lucrativos. Parte de la conceptualización de la vivienda y el hábitat como proceso y no como producto terminado; como producto social y cultural y no como mercancía; como acto de habitar y no como mero objeto de intercambio [...] e implica diferentes niveles de participación social en las diversas fases del proceso habitacional. (Ortiz Flores, 2007, p. 31)
Para desagregar cuáles serían esas fases del proceso habitacional, Guillermo Marzioni reconoce, entre los alcances de la PSH “la producción de materiales, los modos de comercialización y financiación, las complejidades de gestión y las acumulaciones que el pueblo tiene en sus estrategias cotidianas”. (Marzioni, 2012, p. 69)
En este punto es necesario aclarar la vinculación de la PSH con algunos de sus abordajes específicos, como la Producción y Gestión Social del Hábitat que pone mayor énfasis en el diseño y gestación de los procesos (más que en aspectos físicos) involucrados en la “transformación del hábitat social [incorporando] vivencias [redes organizativas] y acontecimientos con capacidad de producir por sí mismos efectos transformadores o conservadores en la dinámica social, en forma independiente de los efectos de sus productos” (Pelli, 2009).
En un camino similar, la Autogestión del Hábitat, también incluida en la PSH, pero enfatizando la administración de los recursos en manos de la población organizada con un sentido comunitario profundo, que trasciende la lucha circunstancial para constituir un modo de vida colectiva, “promoviendo desde la autoconstrucción hasta formas organizadas en cooperativas autogestionarias, empresas sociales, clústeres productivos y formas mixtas” (Enet, 2022). Del mismo modo, la lucha de las organizaciones sociales permite trascender la mejora de lugares puntuales (un conjunto habitacional, una calle, un barrio) para incidir en la construcción de políticas habitacionales integrales, desde la perspectiva de ampliación y efectivización de derechos.
Latinoamérica tiene una larga tradición en el abordaje participativo de la vivienda. Desde luego, sus orígenes podrían remontarse a las relaciones de reciprocidad originarias, que aún hoy movilizan jornadas de trabajo colectivo para la construcción de viviendas e infraestructuras en la minga o la faena. Diversos autores que abordaron las transformaciones del hábitat desde una mirada sistémica –como Patrick Geddes, Jacob Crane o Charles Abrams– buscaron retomar esas prácticas ancestrales en el concepto de construcción por ayuda mutua. Los técnicos del New Deal implementaron estas técnicas en Puerto Rico. Algunas claves metodológicas de esta estrategia fueron compiladas en el Manual para la organización de proyectos piloto de ayuda propia y ayuda mutua en vivienda elaborado por el equipo de Luis Rivera Santos, publicación que conoció John Turner durante su experiencia en Perú (Gyger, 2013). Las críticas de Emilio Pradilla y Rod Burgess a esta interpretación de la participación acotada al sweat equity (aporte en trabajo) de la construcción se produjeron en simultáneo a la consolidación de la PSH, donde la participación alcanza niveles más profundos, no solamente instancias específicas, y un carácter integral, abordando distintos procesos y múltiples objetivos.
Un breve repaso de antecedentes históricos por el Cono Sur de América Latina no debería olvidar, por la escala de las intervenciones, experiencias como la FUCVAM (Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua) apoyada en una ley de 1968 (Vanoli, 2018) y los programas de mutirão en el Brasil post-dictadura (Di Virgilio y Rodríguez, 2013). En Argentina se destaca el programa de Asistencia Técnica, Esfuerzo Propio y Ayuda Mutua (A.T.E.P.A.M) durante la década de los sesenta, en la Provincia de Buenos Aires (Barrios, 2014; Fiscarelli, 2021), y el programa de Ayuda Mutua (1960-75) del Instituto Provincial de la Vivienda de Mendoza (Cremaschi, 2019). Con las políticas focalizadas de la década de los noventa, se multiplicaron por el continente los programas que preveían instancias de participación, como el Favela-Bairro en Brasil o el Rosario Hábitat (Rosenstein, 2008) y el PROMEBA en Argentina (Romagnoli y Barreto, 2006).
Profundizando en el contexto de Argentina, importa destacar algunas iniciativas de transformación del marco normativo orientadas a incorporar instrumentos legales que posibiliten la construcción cooperativa de viviendas y nuevas formas de acceso a la tenencia segura de la vivienda por fuera de los circuitos especulativos del mercado. En ese sentido avanzó la Ley Municipal 341/2000 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que preveía instrumentar subsidios o créditos con garantía hipotecaria destinados a hogares en situación habitacional crítica vinculados a procesos de organización colectiva como cooperativas, mutuales o asociaciones civiles sin fines de lucro para el acceso a la vivienda digna a través de operaciones de compra, construcción y refacción. Si bien, en el marco de esta ley, el alcance del Programa de Autogestión para la Vivienda fue gradualmente recortado desde 2007 hasta la fecha (Zapata, 2013), en 2019 las cooperativas y asociaciones civiles que habían logrado adquirir inmuebles eran 110, y 40 de ellas ya habían concluido las obras, alojando a más de 1.100 familias (Pedro et al., 2020).
En la Provincia de Buenos Aires, corresponde mencionar la ley 14.449/2010 de Acceso Justo al Hábitat (LAJH) que entre los instrumentos de actuación contemplados en el capítulo IV promueve “procesos de organización colectiva de esfuerzo propio, ayuda mutua y autogestión del hábitat, a través de cooperativas, mutuales o asociaciones civiles [...] incluyendo la gestión y administración cooperativa de los conjuntos habitacionales, una vez construidos” (Senado y Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, 2012). Sin embargo, los alcances de esta ley dependen de la adopción de los marcos regulatorios que realice cada municipio de la provincia, por lo cual su aplicación es heterogénea en la vasta extensión del territorio. El protagonismo de los municipios puede notarse también en la distribución de recursos generados por los instrumentos de la ley, por ejemplo, mientras los municipios recibieron el 92% de los recursos derivados del Fondo Fiduciario, las organizaciones sin fines de lucro recibieron menos del 10% (Madre Tierra, 2020).
Para terminar con este repaso, es importante destacar que los aprendizajes forjados desde las experiencias de PSH en América Latina aportaron a la elaboración de un proyecto de ley de Producción Social Autogestionaria del Hábitat Popular (PSAHP) –recientemente presentado (octubre 2022) en el Congreso de la Nación Argentina– que busca incorporar a la política habitacional de escala nacional las prácticas y conocimientos provenientes de aquellos sectores que construyen soluciones habitacionales a través de la organización colectiva. Entre sus definiciones, apunta a una concepción integral del hábitat, como bien de uso y base de relaciones solidarias, y propone una serie de instrumentos destinados a impulsar y financiar políticas de vivienda y hábitat sustentadas en la concepción autogestionaria (Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2000).
Las experiencias antes mencionadas exploran y reinterpretan, desde el presente local, discusiones que ocuparon un lugar destacado del debate científico en materia de hábitat durante las décadas de los sesenta y setenta, a partir del aporte de autores como John Francis Charlewood Turner, Nicholas John Habraken y Christopher Alexander. Con respecto a este último autor, suele destacarse su contribución hacia una lectura estructuralista del ambiente, sin embargo, su legado hacia un enfoque participativo de la vivienda, liderado por la comunidad, amerita un estudio más profundo.
Desde la publicación del libro Ensayo sobre la síntesis de la forma (1969), Alexander indagó en las relaciones entre la forma y las actividades humanas, tratando de evitar arbitrariedades y favorecer la gradual depuración racional de soluciones. Si esta vocación por racionalizar la arquitectura se oponía a un abordaje puramente intuitivo, también se enfrentaba a un control tecnocrático del entorno basado en la simplificación de sus variables, tal como puede notarse en el texto La ciudad no es un árbol (2009). Evidenciando la influencia de la filosofía oriental y las ciencias naturales, el libro El modo intemporal de construir (1981) ayudaba a entender las transformaciones del ambiente como un proceso gradual, en constante interacción entre los seres humanos, el entorno y los materiales de construcción. Este abordaje demandaba una actitud contemplativa, capaz de buscar soluciones espaciales en experiencias pasadas y en las sutiles sugerencias del trabajo en el sitio. Sin estancarse en planteos idealistas, Alexander inició, junto a su equipo del Center for Environmental Structure, una indagación sobre aquellas soluciones espaciales, o patrones, que anidan en la memoria colectiva. Estos patrones se organizaron según diferentes escalas en el libro Un lenguaje de patrones. Ciudades, edificios, construcciones (Alexander et al., 1980) para que puedan ser combinados por cualquier grupo o persona, sin necesidad de tener una formación especializada.
Si bien entre los patrones pueden encontrarse una serie de recomendaciones fundamentales para abordar diferentes proyectos de vivienda, su mayor legado hacia un enfoque centrado en la comunidad debe buscarse en su método de trabajo basado en el diagnóstico colectivo denso, la articulación de soluciones preestablecidas a partir del diálogo y la reformulación constante del diseño en el sitio a lo largo del proceso de construcción. Camino que quedó plasmado en el registro de una serie de experiencias guiadas por el equipo de Alexander, como el proyecto para el campus de la Universidad de Oregon (Alexander, 1978).
En este caso resulta oportuno analizar los fundamentos y estrategias desplegados en el conjunto de cinco viviendas (iniciales) en Colonia Orizaba, Mexicali, Baja California, México (fig. 1), desarrollado por el equipo de Alexander como un desafío conjunto entre el Center for Environmental Structure, la Universidad Autónoma de Baja California, la unión de empleados públicos ISSSTECALI y diferentes dependencias estatales durante el periodo comprendido entre 1975 y 1976. La revisión de este proyecto permite, en primer lugar, revisar el abordaje de Alexander con respecto a las problemáticas habitacionales de América Latina y, en segundo término, vincular su legado con las propuestas de vivienda liderada en la comunidad que se desarrollan actualmente en el ámbito local bajo la lógica de la PSH.
El proceso de indagación que fundamenta el presente trabajo se basó en técnicas de indagación bibliográfica sobre dos paquetes temáticos. Por un lado, la obra teórica y proyectual de Christopher Alexander y, en segundo lugar, la PSH, como ejemplo de abordaje de la producción habitacional en manos de los vecinos. En este ejercicio de entrelazamiento se retomaron las fuentes bibliográficas de una anterior investigación doctoral referida a la consolidación teórica de la participación en arquitectura de vivienda durante las décadas del sesenta y setenta, para vincularlas con las fuentes bibliográficas de una investigación en curso sobre metodologías de diseño participativo de vivienda social.
Para abordar el primer polo temático se procedió desde la indagación bibliográfica de fuentes secundarias, la revisión de documentos y el análisis gráfico-conceptual de proyectos. Con respecto al segundo paquete temático se mantuvieron las operaciones de indagación bibliográfica de fuentes secundarias, la revisión de documentos y el análisis gráfico-conceptual de proyectos, sumando, para ejemplos recientes, la visita y el registro en el sitio y la entrevista a informantes claves. Considerando que muchas de estas experiencias se enmarcan en normativas de carácter municipal o provincial, para dimensionar sus alcances y límites se recurrió tanto a la letra de las leyes como a posteriores revisiones realizadas por organizaciones sin fines de lucro o investigaciones científicas.
La ruta lógica de esta investigación comenzó con una indagación sobre la propuesta teórica de Christopher Alexander y su aplicación sobre casos concretos. Allí se encontraron ciertas estrategias reconocibles en prácticas contemporáneas de vivienda liderada por la comunidad, y más específicamente en algunos casos que forman parte de la PSH. Como punto de partida para exponer estos hallazgos se procedió a establecer un vínculo claro entre Alexander, la vivienda liderada por la comunidad y la PSH, destacando como eje en común la participación de colectivos organizados. Como segundo paso, dentro de la PSH, se orientó el foco de reflexión sobre el ámbito de Latinoamérica, y más específicamente sobre Argentina, contexto conocido por el autor por encontrarse realizando tareas de observación participante en experiencias relacionadas con la temática. Tras encontrar una serie de puntos de contacto entre Mexicali e iniciativas actuales de PSH –siempre atravesadas por la participación– se ponderaron críticamente según su incidencia (positiva o negativa) en los procesos.
El conjunto de referencia se sitúa en Mexicali, en el borde noroeste de México. A mediados de la década del setenta, esta ciudad de Baja California atravesaba un rápido proceso de crecimiento y modernización tras el impulso económico derivado de la exportación de combustibles y el dólar bajo, y previo a los efectos desencadenados por la crisis del petróleo. El sitio de implantación, en colonia Orizaba, reflejaba la situación de la periferia de las ciudades latinoamericanas de la segunda mitad del siglo veinte, con un proceso de rápido crecimiento poblacional a partir de migraciones internas acompañado de una lenta consolidación gradual del tejido residencial, iniciado con la acumulación irregular de casillas realizadas con materiales reciclados y precarios (fig. 2).
En este escenario se implementó un proyecto experimental de autoconstrucción de viviendas que combinaba subsidios y financiamiento estatal, beneficiarios de la asociación de empleados públicos y el involucramiento desde el diseño, la asistencia técnica y la construcción de un equipo –compuesto por investigadores y estudiantes voluntarios provenientes del Center for Environmental Structure (CES) y de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC)– bajo el liderazgo de Christopher Alexander.
El proyecto apuntaba a construir treinta viviendas (Ruesjas, 2012) en cluster (agrupación ramificada), comenzando con un pequeño conjunto de cinco viviendas de sesenta a setenta metros cuadrados y un obrador comunitario (builder’s yards). Una dependencia estatal aportó los terrenos, provistos de red de agua y electricidad, y un subsidio total de 150.000 pesos, mientras las familias tomaron un préstamo de 40.000 pesos por parte de la asociación de empleados públicos y se comprometieron a formar parte del proceso de diseño y construcción.
El conjunto fue diseñado retomando las soluciones espaciales compiladas por el equipo de Alexander en el libro Un Lenguaje de Patrones. Ciudades, edificios, construcciones (1980), rescatando, en primer término, el patrón grupo de casas, que organizó las viviendas como un cluster o racimo. Luego de este primer paso, el proceso se dividió en dos fases, una instancia de trabajo con la totalidad del grupo y otra familiar, para trabajar por separado cada vivienda. A través del diálogo entre técnicos y habitantes se verificaron y reformularon los patrones previamente seleccionados. En líneas generales, las viviendas se adecuan a los patrones de alas de luz y casa larga y estrecha, articulando recintos longitudinales en plantas aditivas que permitían conformar un patio bien delimitado siguiendo el patrón de espacio exterior positivo. Para cualificar este espacio abierto, una serie de patrones como banco ante la puerta, soportales, asientos-escalera, buscaban potenciar la vida comunitaria y generar transiciones desde el espacio abierto hacia los ámbitos privados, como respuesta a los contrastes lumínicos del clima desértico (fig. 3).
Buscando optimizar el uso de los recursos económicos, además de la mano de obra de voluntarios y residentes, se utilizaron tecnologías experimentales de poca complejidad, como bloques intertrabados de producción in situ y bóvedas livianas que evocaban tanto las técnicas como los resultados formales de la construcción tradicional del norte de México (fig. 4).
El obrador comunitario (fig. 5), donde se ensayaron estas soluciones, se ubicaba frente de las viviendas, y preveía cambiar sus funciones de acuerdo a las necesidades de la población. Con el paso del tiempo, se transformaría secuencialmente en: habitación temporaria para los arquitectos-constructores, depósito comunitario de maquinaria, centro local de artes y centro de industrias cooperativas para formar parte de una red de centros de capacitación (Hailey, 2005).
En la estrategia de Alexander, esta prueba piloto constituía el puntapié inicial de una política de vivienda disgregada, descentralizada y heurística, es decir, adaptable en el tiempo según las demandas y contingencias del contexto. Una vez construido el primer cluster de cinco viviendas, se sumaría un segundo cluster, y al completar las veinticinco viviendas restantes se podría construir, en otro lugar de la ciudad, un nuevo obrador comunitario para generar nuevos clusters. Cada conjunto de viviendas, con su obrador respectivo, se construiría potenciando los aciertos y corrigiendo los errores de sus antecesores. Este “sistema de producción” (Alexander et al., 1985, p. 24) generaría, por sumatoria, una política masiva respetuosa de las necesidades y preferencias diversas de sus habitantes, para evitar caer en los problemas recurrentes de las políticas de gran escala derivados de la estandarización, la reiteración de errores, la simplificación y el anonimato del ambiente resultante.
Frente a esta visión optimista, apenas terminadas las primeras cinco viviendas (diciembre de 1976), las dependencias estatales decidieron suspender la construcción de las 25 viviendas restantes. El proyecto había atravesado una serie de vicisitudes organizativas y constructivas –como en el dosaje para elaborar los mampuestos– que retrasaron excesivamente los plazos. Mientras el gobierno de México buscaba dar una respuesta inmediata y eficaz ante el caótico proceso de urbanización, el abordaje de Alexander resultaba trabajoso y demasiado gradual.
Las revisiones posteriores de esta experiencia (Fromm y Bosselmann, 1984; Dovey, 1990; Hailey, 2005; Ruesjas, 2012) mencionan, en primer término, la transformación de cada una de las viviendas, como adecuación a las transformaciones de las dinámicas familiares, pero también con la clara intención de diferenciarse de la imagen coherente y homogénea del conjunto (fig. 6). En segundo lugar, y a modo de paradoja, los espacios comunitarios fueron subdivididos como patios privados y garajes que niegan cualquier tipo de interacción vecinal. La clausura de los espacios comunitarios y las estrategias de distinción individual (fig. 7) se combinaron con la rápida densificación de la colonia para borrar la imagen de poblado colonial y mimetizar las viviendas con el caos ambiental de la periferia urbana. Si bien los patrones siempre mantienen cierto nivel de indeterminación, cuando el patrón common land se transforma, desde los usos, en su opuesto simbólico, en una fragmentación individual del espacio, resulta necesario pensar en una reformulación de los patrones elegidos, proceso de evaluación que quedó trunco con el fin abrupto de esta experiencia.
En el proyecto de Mexicali, el equipo de Alexander buscaba superar la receta fordista de la segunda posguerra que proponía superar el déficit de vivienda multiplicando por el territorio unidades mínimas estandarizadas. Según este abordaje, el precio de este objeto-casa debía ser lo suficientemente bajo como para justificar su producción masiva, sin importar si realmente propiciaban el habitar (Heidegger, 1975) o si en realidad constituían simples garajes para personas (Illich, 1992). En oposición a esto, Alexander formaba parte de una corriente arquitectónica que consideraba cada vivienda como un microcosmos familiar único que requería una respuesta específica, una adaptación de la arquitectura y el ambiente a las condiciones particulares de cada usuario. Según Alexander:
cada proceso de producción es un sistema [en el sentido biológico] humano que distribuye el control sobre las decisiones de una determinada manera. Una particular distribución del control funciona adecuadamente para producir ambientes muy bien organizados, ordenados y encantadores, en los que las personas se sienten satisfechas [...] garantiza que cada parte sea, en la medida de lo posible, “correcta”, apropiada a sus condiciones locales. (Alexander et al., 1985, p. 33)
Por el camino de la observación empírica y las analogías naturalistas Alexander se acercaba a una de las premisas de la PSH: la implementación de diferentes modalidades de participación de los habitantes garantiza resultados más ajustados a las necesidades de la población.
En un documento reciente, con recomendaciones para la urbanización de barrios populares, el colectivo HABITAR Argentina, conformado por organizaciones sin fines de lucro, instituciones científicas y académicas, movimientos sociales urbanos y campesinos, sugiere –como primer lineamiento a seguir– la participación y el acceso a la información. La justificación articula los mismos conceptos concatenados por Alexander: participación, apropiación y adaptación a la diversidad cultural. Desde una perspectiva territorial, este documento afirma que las iniciativas deben “involucrar la participación activa y vinculante de habitantes [...] para favorecer la apropiación territorial que se construye desde el fortalecimiento de la identidad y el reconocimiento de su entorno” (Alexander et al., 1985, p. 4).
La propuesta de Alexander en Mexicali incorporaba una crítica hacia una concepción excesivamente formalista de la arquitectura moderna que pretende resolver problemas complejos y profundos en base a operaciones formalistas. Antes de que las ciudades comiencen a competir por la construcción de obras icónicas para obtener un sello distintivo, Alexander aportaba a una premisa que rompía con la vanidad disciplinar: para mejorar las condiciones habitacionales se requiere, más que delinear la vivienda perfecta, intervenir en el sistema de producción de vivienda. De este modo, rompía la condición fetichista de la vivienda como objeto, atada a la discusión sobre la forma ideal, para diseñar una estrategia de producción junto a la población del lugar, en base a sus recursos y sus necesidades. La forma no tenía un rol secundario, pero tampoco determinaba la totalidad del proceso. El sistema generativo ganaba protagonismo y las formas bellas eran resultado e indicador de haber realizado un proceso adecuado.
En las últimas décadas del siglo veinte, la PSH ha complejizado aún más esta mirada para quitar el énfasis de la producción de vivienda nueva y aplicar este criterio integral sobre el acceso a financiamiento, suelo, materiales de construcción, alquileres, servicios y oportunidades propias de la ciudad. Frente a las políticas “viviendistas” centradas en la multiplicación del objeto-casa, la PSH trabaja sobre dos estrategias complementarias: el abordaje interdisciplinar de las problemáticas del hábitat y la vivienda como plataforma de acceso al derecho a la ciudad.
Como ejemplo de abordaje integral puede mencionarse la propuesta de la Ley Municipal 341/2000 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que incluye en el financiamiento la asistencia técnica interdisciplinaria. En el marco de esa ley, el Programa de Autogestión para la Vivienda (PAV) incorpora, en el crédito de cada cooperativa, los honorarios para un equipo técnico interdisciplinario (Zapata, 2013) conformado por profesionales de la arquitectura y la construcción, la contabilidad, el derecho y las ciencias sociales.
El proyecto de Ley Nacional de PSAHP refleja este mismo criterio de integralidad sumando además la perspectiva del derecho a la ciudad. Siguiendo esta línea, la política habitacional se orienta más allá de la vivienda en propiedad, considerando diferentes modalidades de tenencia segura, como “la vivienda transitoria para la espera de la vivienda definitiva” (Cámara de Diputados Argentina, 2022), tal como en el proyecto de Inmobiliaria Popular del Municipio de Recoleta, en Santiago de Chile (González Fuentes, 2020). Se trata de brindar acceso a los beneficios de la vida urbana por fuera de la lógica mercantil que, incluso desde la producción solidaria y horizontal, puede conducir a la multiplicación de viviendas individuales libradas a la especulación inmobiliaria.
Continuando con la crítica hacia la arquitectura moderna, Alexander alertaba sobre una desarticulación burocrática del sistema mediante el cual se producían las viviendas. El acelerado proceso de producción masiva quedaba fragmentado según una estricta jerarquía de especialidades acotadas que perdía de vista la totalidad y generaba ambientes inhumanos. Este abordaje impedía “que las viviendas puedan ser queridas y bellas [...] una lucha cuesta arriba contra el aumento implacable de la tecnología y la burocracia en la que el sentimiento humano ha sido casi olvidado” (Alexander et al., 1985, p. 14). Frente a esto, Alexander proponía retomar “el verdadero significado de la belleza, la idea de la vivienda como lugar que exprese la vida de las personas [...] la conexión entre la fuerza de los movimientos sociales y la belleza” (Alexander et al., 1985, p. 14).
Dentro de la PSH, estos temas convergen en el cuestionamiento a la concepción de las políticas habitacionales como una simple ecuación presupuestaria orientada a construir la mayor cantidad de unidades con el mínimo presupuesto posible. Como respuesta a este abordaje estrictamente cuantitativo, los vecinos de Barrio Intercultural de San Martín de los Andes, una experiencia autogestionaria en el oeste de Argentina, organizaron un “juicio a la vivienda social” donde resolvieron que “el diseño y la belleza no son lujos sino virtudes que complementan la técnica” (Vecinos sin Techo y por una Vivienda Digna, 2014). En el mismo sentido, se manifiestan los integrantes del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI), organización que participó en la gestación e implementación de la Ley Municipal 341/2000 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Radio Sur, 2021) y que expresa desde su plataforma la necesidad de democratizar el acceso a la belleza.
La preocupación de las organizaciones por añadir criterios estéticos, de humanización de la arquitectura, ha decantado en el artículo 2° del reciente proyecto de Ley Nacional de PSAHP, que señala el derecho a la belleza como uno de sus nueve principios básicos. Aun más importante, este proyecto de ley no aborda la belleza de manera abstracta, por el contrario, plantea un camino práctico “incorporando procesos de diseño participativo optimizadores de la definición programática proyectual, en sus expresiones morfológicas, espaciales y funcionales” (Cámara de Diputados Argentina, 2022). Este vínculo entre participación y belleza, en la gestación de una ley nacional, vuelve a posicionar el legado de Christopher Alexander en el centro del debate interdisciplinario sobre el abordaje de las problemáticas habitacionales. Si bien el abordaje de Alexander hace mayor énfasis en el modo de gestación, en cómo se organiza el proceso de producción, coincide con las organizaciones sociales en la intención democrática de acercar la belleza al ámbito de la vida cotidiana de las mayorías postergadas.
El equipo de Alexander destacaba la importancia de diseñar, junto a los vecinos, los patios comunitarios, incluso como paso previo antes de decidir las viviendas. En la experiencia de Mexicali puede notarse un esfuerzo en los bordes recortados de las plantas, en las graduaciones de los espacios intermedios y en el despliegue de elementos distintivos para que los patios comunitarios sean “únicos y particulares para todas las familias, una expresión colectiva de su voluntad, una porción estable de un mundo que es únicamente suyo” (Alexander et al., 1985, p. 119).
La combinación de patrones –o soluciones espaciales preestablecidas– utilizada en Mexicali buscaba incrementar la interacción comunitaria y fortalecer los lazos de solidaridad. Sin embargo, apenas retirado el equipo técnico, las familias alteraron tanto los patios como la idea de conjunto que expresaba la imagen exterior de las viviendas.
En paralelo a estos cambios espaciales, se resintieron los lazos comunitarios fragmentando la cohesión que había mostrado el grupo durante el proceso de construcción (Fromm y Bosselmann, 1984). Algunos años después, cuando Alexander consideraba que las reformas realizadas por las familias sobre las viviendas de Mexicali constituían “un logro del proyecto y la prueba real de su éxito” (Alexander, 1984, p. 76), dejaba de lado que muchas de estas transformaciones avanzaban en contra del sentido comunitario del planteo.
Del mismo modo, en una serie de entrevistas realizadas en octubre de 2022 en tres conjuntos de vivienda construidos en el marco de la Ley Municipal 341/2000, los beneficiarios que habían desempeñado roles administrativos expresaban cierto cansancio y desgaste ante el funcionamiento colectivo. Desde luego, valoraban la experiencia y se mostraban agradecidos de haber tenido la posibilidad de acceder a la vivienda, pero también coincidían en remarcar el esfuerzo que implicaba el trabajo colaborativo y el acelerado debilitamiento de los vínculos solidarios una vez terminado el proceso de construcción.
Antes de realizar cualquier juicio al respecto, es necesario comprender la magnitud de la problemática habitacional. En América Latina y el Caribe se estima que una de cada tres familias habita una vivienda deficitaria, mal construida o carente de servicios básicos (Di Virgilio, M. M., 2021). Entendiendo la larga historia de postergaciones en la efectivización del derecho a la vivienda digna resulta comprensible la observación de Peter Marcuse cuando afirmaba que la población de menos ingresos se entrega a las dinámicas participativas que proponen los técnicos en la intención de alcanzar algo que se les niega por otros medios: “la acción colectiva es sólo un medio para tal fin; si aparece otro medio mejor, incluso violando los principios de la acción colectiva, ese medio será usado” (Marcuse, 1992, p. 20).
Sin embargo, las dificultades heredadas no deberían aceptarse como naturales e inamovibles, la multiplicación de iniciativas colectivas y la difusión de una propuesta habitacional y ambiental coherente que cuestione la lógica del capitalismo especulativo permite transformar lentamente el contexto, de modo que estos conjuntos no constituyan islas o heterotopías (Foucault, 1966) en un mar de individualismo.
Desde Haussmann hasta nuestros días, las interpretaciones simplificadas del urbanismo moderno plantean la transformación repentina de grandes extensiones de territorio siguiendo una serie de objetivos entrelazados como la unificación estética, la adecuación funcional para la producción-consumo y la normalización de las prácticas sociales. Sin ahondar en las críticas de carácter urbanístico realizadas por autores de la talla de Jane Jacobs o Henri Lefebvre, interesa retomar los cuestionamientos surgidos durante la década del sesenta en el campo de la arquitectura de vivienda, cuando comenzaba a constatarse que “la aplicación a gran escala de la construcción masificada de residencias se convirtió en fuente de frustración para la mayoría de la población” (Habraken, 1979, p. 9). Como respuesta a estos abordajes comenzaban a difundirse algunas intervenciones participativas basadas en la incidencia paulatina y respetuosa sobre el entorno construido. En este contexto, el equipo de Alexander preveía iniciar en Mexicali una intervención gradual y disgregada sobre el ambiente. O, mejor dicho, una estrategia ramificada que avanzaba en función de los resultados obtenidos.
Del mismo modo, la PSH se nutre de metodologías participativas, para alcanzar un perfeccionamiento progresivo de sus intervenciones en base a la evaluación y retroalimentación posterior. Esta lógica disgregada, adoptada por las organizaciones luego de la Conferencia de Vancouver de 1976 (Ortiz Flores, 2008), mantuvo su vigencia en algunos aspectos puntuales, como por ejemplo el financiamiento a través del microcrédito. Esto pudo constatarse en la Conferencia de Estambul 1996, donde se destacaba el papel de “las instituciones locales que se ocupan del pequeño crédito” (Naciones Unidas, 1996), y en el reconocimiento a Muhammad Yunus con el Premio Nobel de la Paz en 2006. Los microcréditos revolventes constituyen en la actualidad una herramienta con amplia difusión dentro de la PSH. Como referencia de esta práctica, podría mencionarse el apartado 140 de la Nueva Agenda Urbana que menciona los “bancos de microfinanciación” (Naciones Unidas, 2017) como parte de las estrategias necesarias para diversificar el acceso a vivienda asequible y gradual. Retomando la ejemplificación a través de casos locales, la LAJH de la Provincia de Buenos Aires contempla una serie de acciones asociadas a la transformación gradual del ambiente, como los lotes con servicios, el microcrédito para el mejoramiento de viviendas y la provisión gradual de infraestructuras. En el marco de esta ley, entre 2014 y 2019, se financiaron 113 proyectos de microcrédito, 221 subsidios a municipios para la provisión de infraestructuras y 39 subsidios a organizaciones para mejorar la red de servicios y construir equipamientos comunitarios (Madre Tierra, 2020).
Sin pasar por alto la riqueza de esta acción gradual, interesa poner en tensión la lenta manifestación de sus resultados frente a la magnitud del problema habitacional en América Latina y su impacto sobre la vida cotidiana de millones de personas. Mientras la propuesta de Alexander es gradual y compleja, las dimensiones e implicancias del problema requieren acciones inmediatas de gran escala. Por otro lado, tampoco sería razonable, aludiendo a la urgencia de la situación, reproducir los mismos errores que reconocía Alexander en las políticas de construcción masiva de mediados de siglo veinte. Ninguna de las opciones parece del todo adecuada, es un problema que reclama complementariedad o soluciones intermedias.
Vinculando el tema de la escala con el apartado anterior referido al sentido comunitario, podría afirmarse que se necesita construir vivienda de escala masiva, mientras se transforma el contexto cultural en pos de valores colectivos. Este cambio cultural, donde la arquitectura se combina con múltiples esfuerzos por acercar a la sociedad hacia un funcionamiento democrático y solidario, puede redundar en mayor fluidez a la hora de implementar procesos colectivos. Por el momento, conviene recordar que el camino es largo y, si realmente se alude a una perspectiva de derecho, las iniciativas deberían abarcar a familias diversas, sin estar previamente convencidas de un ideal de vida comunitario, pero ofreciendo las ventajas de un sistema asociativo negado en la actualidad.
A lo largo de la historia de la participación en arquitectura de vivienda, existen antecedentes híbridos donde la combinación entre la esfera comunitaria (de gran escala) y la esfera privada (más acotada) es regulable, e incluso variable a lo largo del tiempo. En ese sentido, la obra teórica de Habraken, orientada a diferenciar elementos estables de control comunitario y elementos dinámicos controlados por cada familia, ha tenido amplia repercusión en ejemplos europeos (Nagore, 2014), pero ha sido poco explorada en los conjuntos latinoamericanos. Apenas pueden encontrarse algunos criterios similares en la interpretación economicista de los proyectos de vivienda incremental, que separan la inversión inicial de un núcleo básico del posterior completamiento y crecimiento que encara individualmente cada familia mediante técnicas de autoconstrucción (Boano y Vergara Perucich, 2016). Sin dejar de lado las ventajas financieras de la propuesta de Habraken, cobran mayor importancia las ventajas sociales en cuanto a la posibilidad de diversificar los grupos de vecinos (o iniciales beneficiarios) y mejorar la interacción con un contexto, por ahora, adverso. La posibilidad de alterar y regular prioridades colectivas e individuales permite ampliar la escala de intervención y transformar gradualmente el contexto, sin generar una burbuja horizontalista y sin necesidad de apostar por una sociabilidad selectiva de grupos que comparten una misma idea de colectividad.
Retomando la hipótesis planteada, los puntos de contacto, entre las estrategias implementadas en Mexicali y las desplegadas en experiencias de PSH, permiten establecer algunas guías de referencia, algunos obstáculos a sortear, pero también evidencia desafíos pendientes, donde todavía falta aportar conocimientos desde futuras intervenciones o indagaciones científicas para lograr aportar respuestas concluyentes.
Como hito principal debería destacarse la centralidad de la participación en los procesos. En ambos casos, ayer y hoy, la participación se menciona como herramienta para adaptar el proyecto a la diversidad cultural de los residentes, y así facilitar la apropiación y el uso de los espacios una vez construidos. Aunque, en futuras aproximaciones a la temática, podrían retomarse otras facetas de la participación, no profundizadas en este trabajo, como su valor pedagógico o su utilidad para propiciar la hibridación entre conocimientos técnicos y la experiencia vivencial en el sitio.
Un segundo punto de referencia es la intención de superar un abordaje de la problemática de la vivienda basado en la multiplicación del objeto-casa a lo largo del territorio. Tal como puede notarse en Mexicali y en las iniciativas de PSH, las soluciones avanzan más allá de lo cuantitativo, pero también más allá de lo estrictamente formal. Frente a una concepción reduccionista y formalista, la complejidad de factores reclama estrategias integrales y arraigadas en la profundidad y diversidad de la realidad socio-cultural.
El reclamo por democratizar el acceso a la belleza, aunque se apoye en un concepto abstracto y relativo, permite señalar un tercer faro de referencia, que es la necesidad de alejarse de la simplificación basada en criterios presupuestarios. Funciona como una voz de alerta para evitar atajos que conducen a ambientes monótonos y anodinos. Por supuesto, todo proyecto de viviendas implica un desafío en cuanto al manejo de recursos siempre escasos, pero nadie mejor que los futuros habitantes para reconocer qué es lo prioritario y qué puede construirse en etapas posteriores.
Una nueva señal de alerta emerge al repasar la apuesta por la cohesión grupal, tanto en Mexicali como en experiencias locales de PSH. Al parecer, el fortalecimiento comunitario puede fomentarse y propiciarse desde la forma arquitectónica, pero depende, en última instancia, de factores sociales más complejos que escapan a cualquier determinismo espacial. Ante estas dificultades, pareciera más apropiado un abordaje gradualista y flexible que permita combinar –en proporciones regulables– los intereses colectivos y privados dentro de una misma estructura física, recurso que cuenta con algunos antecedentes en Europa, pero poco explorado en el ámbito de América Latina.
A su vez, este tipo de ejemplos híbridos puede aportar luz sobre un último desafío que abre este trabajo: cómo incluir la riqueza de las experiencias de participación horizontal de la comunidad en intervenciones masivas e inmediatas que brinden respuestas urgentes ante la magnitud del problema habitacional que atraviesa la región.
Sin alcanzar enunciados concluyentes ante este interrogante, esta investigación intenta al menos delimitar un campo donde buscar nuevas respuestas: en las políticas habitacionales que incorporan la PSH para potenciar sus instrumentos. De allí que los casos elegidos para relacionar las estrategias de Mexicali con el contexto actual recreen esta vinculación entre iniciativa estatal y participación de colectivos organizados. Pese a que su alcance sea todavía limitado, se encuentran disputando los recursos y reclamando las responsabilidades del Estado frente al problema habitacional. Por eso, esta investigación se aleja de cualquier evocación nostálgica y laudatoria con la intención de acercar las enseñanzas de una experiencia acotada y particular hacia ámbitos de discusión y acción encaminados hacia la transformación de las condiciones habitacionales de las grandes mayorías históricamente postergadas en la efectivización del derecho a la vivienda digna.
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