Ignacio de Teresa Fernández-Casas
Universidad de Granada, España
Enrique Mora Alvarado
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, Ecuador
Filiberto Viteri Chávez
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, Ecuador
Recibido: 29-06-2022
Aceptado: 29-06-2023
Cómo citar:
De Teresa Fernández-Casas, Ignacio, Mora Alvarado, Enrique y Viteri Chávez, Filiberto (2023). La vivienda informal consolidada como hábitat colaborativo: el caso de Santa María de las Lomas, Guayaquil, Ecuador. Hábitat y Sociedad, (16), 143-164. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2023.i16.07
ResumenLa reciente pandemia ha señalado objetivos para nuestro hábitat a nivel global: cómo hacer un uso compartido de nuestras viviendas, la calle, o la azotea, o cómo trabajar y producir desde casa. Estas cuestiones, puestas sobre la mesa tras la actual crisis, han sido abordadas desde hace décadas en contextos de crisis continua, como es el caso de la vivienda informal. Los bajos e irregulares ingresos fuerzan en estos casos a convivir bajo el mismo techo a varios núcleos familiares, demandando un uso flexible y productivo de la vivienda. En contraste con la rigidez de la vivienda, es el conjunto de objetos de su interior el encargado de aportar esta flexibilidad, al estar formado por un sistema de elementos capaz de transformarse al ritmo de las familias. El artículo analiza la respuesta que dan las viviendas, a escala de casa y de barrio, a esta necesidad de cohabitar en condiciones de confinamiento, en un barrio de vivienda informal ya consolidada de la ciudad de Guayaquil, Santa María de las Lomas. Para ello se analizan, a través de varios casos de estudio, las transformaciones que sufren las viviendas para permitir la convivencia e interacción entre sus habitantes, comparando el uso que hacen de la casa y de su entorno próximo a lo largo del día los diferentes núcleos familiares, y la transformación paralela que experimenta la vivienda. Se han realizado entrevistas a los usuarios y se han dibujado mapas de actividad del interior y exterior de las viviendas, que permiten identificar un hábitat en el que la casa está formada por un sistema de objetos, cuya capacidad para reagruparse en diferentes conjuntos, incorporar o quitar elementos, y desplazarlos dentro y fuera de la casa, permite aliarse con las transformaciones que demandan las familias. Palabras clave vivienda informal consolidada, sistema de objetos, estructura social, transformación social, autoorganización, cooperativa de vivienda. |
Abstract The recent pandemic has set goals for our habitat on a global level: how to share our homes, the street, or the roof, or how to work and produce from home. These issues, brought to the table after the current crisis, have been addressed for decades in contexts of continuous crisis, such as informal housing. In these cases, the low and irregular incomes, forces polynuclear families to live under the same roof, demanding a flexible and productive use of the home. In contrast to the rigidity of the house, it is the set of objects that is responsible for providing this flexibility, as it is made up of a system of elements capable of transforming to the rhythm of the families. The article analyzes how these homes response, on different scales, to this need of cohabitation in conditions of confinement, in an already consolidated informal housing neighborhood in the city of Guayaquil, Santa María de las Lomas. It analyzes the transformations inside and outside several case study homes, and how they allowed the coexistence and interaction among its inhabitants. For that, the research compared how residents from different nuclei use their home, and its immediate surroundings, to the physical transformations of the dwelling along the day. Also, several interviews were conducted, and interior and exterior activities were traced and mapped out allowing the identification of a system of objects within the house. This system can be rearranged in different groups, and add, remove or relocate elements inside and outside the house, enabling the capacity to meet the demands of the families´ transformations. Keywords consolidated informal housing, objects system, social structure, social transformation, self-organization, housing cooperative. |
Santa María de las Lomas surgió como consecuencia de un periodo de crisis que hizo que sus habitantes tuvieran que aprender a vivir durante un tiempo indefinido en un barrio incomunicado del resto de la ciudad, y confinados, al menos inicialmente, en sus viviendas. Esto llevó al poco tiempo a las familias a transformar el espacio doméstico para hacer frente a la nueva situación, en la que varios núcleos familiares tenían que convivir en una misma casa. El interior de las viviendas tuvo que hacerse más flexible, mediante diferentes objetos, cortinas, camas, sillas, que dividían habitaciones, añadían dormitorios, comedores… Poco después apareció también la necesidad de trabajar desde casa. ¿Cómo conseguir ingresos sin necesidad de romper el confinamiento urbano? El interior de las viviendas tuvo que incorporar temporalmente también zonas de trabajo y las familias tuvieron forzosamente que hacer convivir la aparición puntual de extraños con las actividades domésticas. Esta necesidad de relacionarse con gente de fuera de casa surgió para generar ingresos, pero también para disfrutar de la compañía física de otras personas. Al no poder usar el espacio urbano con normalidad, los habitantes del barrio tuvieron que descubrir nuevos lugares de encuentro vecinal: azoteas, calles traseras; o trasladar actividades vecinales al interior de las viviendas, como misas, o bingos, cenas conjuntas sobre la acera, etc. Cuanto más se prolongaba el aislamiento, más lugares de encuentro surgían. Pues bien, todo esto sucedió hace más de 60 años, y aún se mantiene.
Hoy en día todo el planeta comprende esta situación. Las causas no han sido las mismas, pero las consecuencias sí son similares. La crisis de la COVID-19 nos ha hecho plantearnos durante unos meses cuestiones que afrontan de manera permanente las viviendas de bajos recursos de los países en desarrollo. ¿Cómo vivir confinados en nuestra casa o en nuestro barrio? ¿Cómo hacer nuestras casas más compartibles, flexibles, transformables, productivas, participativas, habitables, etc.? Gran parte de las viviendas del planeta afrontan esta situación, como consecuencia de crisis financieras, desastres naturales, falta de infraestructura urbana, desalojos, etc.[1] La COVID-19 ha hecho que los países más desarrollados tomen conciencia temporalmente de estas cuestiones, no para empatizar con los más desfavorecidos, sino para aprender, como han hecho ellos, a combatir males hacia los que tiende la vivienda actual, como el aislamiento y la soledad. Nuestros hogares tienden a estar muy conectados globalmente, pero totalmente desconectados de su entorno cercano y físico, y esta crisis nos ha impulsado en la dirección contraria.
En el caso de Santa María de las Lomas, el aislamiento del barrio no duró unos meses como con la pandemia que trajo el coronavirus, sino varias décadas. De igual manera, la crisis que propició todo esto no fue una crisis sanitaria, sino el traslado forzoso en 1961 de los habitantes de las antiguas Atarazanas a una zona entonces periférica de Guayaquil, junto al Estero Salado[2] (fig. 1). Tras esta situación crítica inicial, el barrio ha estado igualmente sometido a una crisis económica permanente, que lo ha mantenido en parte aislado de la ciudad durante todo este tiempo, y ha hecho que sus familias hayan tenido que evolucionar al interior de sus casas sin posibilidad de mudarse. Las viviendas acumulan por ello más de medio siglo de transformaciones a escala de casa y de barrio, para dar respuesta a esta necesidad de cohabitar en condiciones de confinamiento y en un marco de informalidad en el que las posibilidades de transformación son autogestionadas por la comunidad. El barrio supone por tanto un valioso caso de estudio, en el que analizar estas transformaciones de manera prolongada y al seno de la gestión barrial.
Como sucede en la mayoría de los barrios de vivienda informal ya consolidada, los mecanismos de cohesión e identidad barrial son más evidentes que en los barrios con un desarrollo formal. En estos barrios, por lo general, se llegan a formar comités barriales bastante activos, ya que los habitantes han tenido que unirse para luchar por objetivos comunes, empezando por la legalización de su situación. En el caso de Santa María, el barrio no era legal, hasta que, con la ayuda del párroco José Gómez Izquierdo, las familias se organizaron para luchar mancomunadamente, creando el Comité Barrial de San Pedro y Santa María de las Lomas. Para el 9 de octubre de 1969, este sector pasó a llamarse Cooperativa de vivienda San Pedro Nuevo y Las Lomas, y en 1971 la Cooperativa de vivienda inició finalmente la compra de los terrenos del barrio a la Junta de Beneficencia[3].
En sus inicios, el nuevo barrio, formado por 50 casas idénticas, de una planta de altura, estructura de caña y cubierta de chapa, quedó parcialmente aislado del resto de la ciudad en cuanto a infraestructura urbana y vías de comunicación (fig. 2). El sector no contaba con sistema de abastecimiento de agua potable y cada vivienda se abastecía directamente de varias piletas ubicadas en diferentes lugares del barrio. La mayor parte de las viviendas contaban con pozos sépticos y letrinas, energía eléctrica y medidores individuales. El barrio tenía a su vez cierto alumbrado público, pero las calles no estaban pavimentadas, ni con aceras, y estaban rellenas de cascajo y arena (fig. 3). Recientemente el barrio ha sido engullido por la trama urbana y se están llevando a cabo obras de mejora del espacio público, como la pavimentación de sus calles peatonales y la construcción de un parque público (fig. 4).
El barrio ha ido poco a poco abriéndose a su entorno, principalmente por la relación con la vecina Universidad Católica, cuyos estudiantes van a comer a menudo al barrio, en las terrazas improvisadas sobre las nuevas aceras, o incluso dentro de las viviendas, juegan cartas o fútbol en las calles con los residentes, etc. Esto ha suscitado a su vez el interés de algunas Facultades de la universidad. Entre ellas, las de Medicina, Ciencias Sociales o Arquitectura han intervenido ocasionalmente en el barrio en colaboración con el comité barrial. Se han realizado en esta línea acciones tales como consultorías médicas, intervenciones para ampliar algunas viviendas o eventos al aire libre. Santa María se ha convertido por ello probablemente en el caso más paradigmático de apertura de un barrio de vivienda informal consolidada al resto de Guayaquil, y funciona de alguna manera como laboratorio de investigación, en el que poder estudiar en nuestro caso la transformación en paralelo de las viviendas y las familias a lo largo de varias décadas.
La investigación se centra en las transformaciones simultáneas que experimentan las viviendas y sus familias, dentro de este marco general de confinamiento[4]. Para ello, inicialmente se ha realizado un análisis general del barrio, en el que, mediante entrevistas a los usuarios y visita exterior a las viviendas, se han representado los núcleos familiares que conviven en cada casa (fig. 5), su estructura familiar y la etapa de consolidación en la que se encuentra la vivienda[5]. A continuación, se han seleccionado los casos de viviendas con más núcleos familiares, y con una estructura familiar más compleja, en los que, además, la vivienda se encuentra en una fase de consolidación más avanzada (fig. 6). Lo que se pretende así es localizar los casos en los que ha evolucionado más tanto la familia como la casa.
Con estos criterios de selección, han sido seleccionadas 7 viviendas para el siguiente nivel de análisis del proyecto de investigación, de las que se ha llevado a cabo un levantamiento de cada casa y de sus objetos, tanto en planta como en axonometría (fig. 7), y, mediante entrevistas pormenorizadas a los usuarios, se han representado, a través de mapas de uso, las actividades que realiza cada miembro de la familia durante el día y los puntos de encuentro que tienen lugar tanto dentro como fuera de la casa. En 3 de estos 7 casos se generan encuentros evidentes entre varios núcleos familiares no solo dentro de la vivienda sino también en la calle, por lo que el presente artículo se centra en ellos.
El primer hallazgo de la investigación es la diversidad de escalas en las que se producen estos encuentros y la mezcla de gente que participa en ellos. Si en la ciudad formal los puntos de encuentro son de alguna forma planificados y acotados tanto dentro como fuera de la casa: cuartos de estar, portales, aceras, plazas, etc., en el caso de la vivienda informal surgen lugares de intercambio en escalas intermedias a las habituales. Al igual que ha sucedido durante la pandemia, lugares no planificados, como las azoteas, jardines frontales o terrazas, se convierten temporalmente en lugares de reunión vecinal. Otro factor importante es la diversidad del grupo de personas que participa en estos encuentros. El cuarto de estar de una casa, por ejemplo, reconvertido unas horas al día en restaurante, puede llegar a unir a un grupo de clientes tan diferente como estudiantes o trabajadores de la universidad, residentes del barrio y los hijos de la familia.
Podemos entender por ello que entre las habituales escalas de ciudad / barrio / casa / habitación aparecen 3 posibles escalas intermedias, en las que pueden darse encuentros y por tanto nuevos vínculos interpersonales o “vecindades”. Estas 3 vecindades las identificaremos a continuación con 3 soportes de actividad: la avenida, la acera y la sala: CIUDAD > AVENIDA > BARRIO > ACERA > CASA > SALA > HABITACIÓN.
Los resultados se ordenan a continuación siguiendo estas 3 escalas intermedias de aproximación.
Santa María ha comenzado recientemente a integrarse en la trama urbana, fundamentalmente con dos obras municipales: la pavimentación de la avenida principal que atraviesa el barrio y que lo une con la Universidad Católica y con la principal vía de la zona (la avenida Barcelona) y la construcción de un parque público. La avenida pavimentada ha funcionado hasta el momento precisamente como plaza del barrio, ya que las casas de alrededor la utilizan a última hora del día y durante los fines de semana como cancha de “ecuavoley” o de futbito. Aún hoy, los residentes todavía desplazan a diario algunos objetos guardados en sus viviendas para adueñarse durante unas horas de la avenida: una red de vóley, porterías, mesas y sillas, cocinas rodantes, barbacoas, equipos de música, etc.
La avenida se convierte de esta manera en plaza y parque del barrio, formando el principal punto de encuentro comunal, al que acuden para jugar pelota o tomar algo al aire libre (fig. 7). Durante esas horas, el nuevo parque público queda casi vacío y la nueva avenida bloquea el paso de vehículos. ¿Cuál es la razón para que no se trasladen estos encuentros al parque y se utilice la avenida con normalidad? Parece ser que, como toda actividad comunitaria en el barrio se ha generado desde las propias viviendas, estas actividades necesitan seguir estando en contacto con ellas. El espacio público ha sido construido poco a poco, ha ido tejiéndose con el tiempo por cada casa, mediante el traslado conjunto de objetos a un mismo punto de aglomeración. Hay por ello una íntima relación entre las actividades barriales y las viviendas, las cuales son partícipes tanto de la construcción como de la utilización y beneficio de la actividad.
Se trata de un proceso encadenado de generación de actividades, en el que las primeras actividades, como por ejemplo la organización de partidos sobre la calzada, cataliza la aparición de actividades complementarias, como la venta de bebidas y meriendas desde las casas. Como resultado de estas actividades, se ha creado una red barrial de relaciones que ha ido extendiéndose y consolidándose con el tiempo, y que es de alguna forma común a muchos de los barrios de vivienda informal en ciudades como Guayaquil (Moser, 2010)[6]. Esta red se manifiesta en la vida diaria gracias a una serie de actividades colectivas recurrentes que involucran a todos los miembros de Santa María de las Lomas. En el siguiente mapa, se representan algunas de estas relaciones de vecindad, extraídas de las entrevistas a las familias de los casos de estudio (fig. 8).
Los nexos entre estas viviendas no se deben necesariamente a una condición de vecindad inmediata, sino a actividades e intereses comunes o lazos de amistad específicos, produciendo relaciones suprafamiliares que enlazan a personas que residen en diferentes manzanas. Estos vínculos dan lugar a encuentros dentro y fuera de las viviendas y a desplazamientos a lo largo del barrio. Al representar estos vínculos en un mapa, pueden identificarse varias viviendas de distintas manzanas que se enlazan dentro de una gran vecindad a escala barrial.
El barrio esconde por ello una densa red de relaciones entre familias, cuyo punto de encuentro está siempre ligado a alguna de las viviendas. El espacio de calle colindante es el lugar de oportunidad sobre el que las viviendas desplazan muebles desde el interior. Las calles no pavimentadas, y por tanto con limitado tránsito rodado, son ocupadas por todo tipo de objetos que expanden el espacio doméstico de las viviendas temporalmente. Una cocina exterior o una piscina desmontable (Figuras 9 y 10) convierten de esta manera la calle durante un tiempo en una habitación común. Al encontrarse estos objetos en un suelo comunitario, se favorece el intercambio convecinal, lo que genera nuevos vínculos. Por ejemplo, la piscina de la Figura 10 creó, según las entrevistas realizadas, tensiones y disputas al principio, debido al prolongado uso que conlleva, pero finalmente, por interés común, se ha convertido en un lugar de encuentro de los niños de la zona. Los niños son en gran parte responsables de muchos de los vínculos comunales, como se puede observar en los talleres de pintura que muestra la Figura 9.
En las calles que poco a poco se han ido pavimentando las aceras son el soporte sobre el que se produce este desplazamiento de personas y objetos. En estas migraciones diarias, algunos de los objetos llegan a recorrer varias manzanas para reunirse en un determinado punto de interés y mezclarse con los objetos de otra vivienda, mostrando un comportamiento similar al de las personas (figs. 11, 12 y 13).
Esto lleva a la invención de sistemas rodados que permiten mover elementos domésticos pesados, como cocinas o comederos. La casa quiere de esta manera tener la capacidad de expandirse o agruparse, lo cual parece ser solo posible al descomponerse en sus objetos. Los muebles de la casa se intentan parecer así al objeto que mejor representa esta ambición de movilidad de la vivienda: el coche. Las figuras 11-16 muestran un segmento de acera del barrio, sobre la que diferentes viviendas trasladan objetos. Los vehículos mientras tanto se desplazan sobre la calle a otro ritmo, pero de manera similar. Si observáramos estos desplazamientos a gran velocidad durante un día entero, podríamos seguramente entender este hábitat en movimiento en el que la casa se subdivide temporalmente en objetos móviles que se relacionan entre sí y con la comunidad.
Mediante entrevistas a los 3 casos de estudio que se exhiben en este artículo (casos 3, 50 y 124), y gracias a la participación en algunas de las actividades que tienen lugar en estas viviendas, se han podido identificar estos procesos de ocupación temporal de las aceras y algunos de los vínculos sociales que conllevan. En este caso, las 3 viviendas se ubican en una misma área dentro del barrio, contigua al ingreso de la Universidad Católica, lo que permite que muchas de las actividades se vinculen con las necesidades de la comunidad universitaria, creando intercambios entre residentes y estudiantes.
En estos 3 casos, las actividades hacen uso del espacio común frente a la casa: la acera. Si la actividad requiere de más espacio para responder a la cantidad de personas que participan, la superficie utilizada de la acera se amplía. Esta apropiación tiene lugar siempre que ocurre a lo largo de la acera, tomándose el frente de las casas contiguas, o hacia la calle; sobre todo en los momentos en que el tráfico vehicular es reducido. Inclusive, obligando eventualmente al desvío del tránsito vehicular.
De igual forma, cabe recalcar que las relaciones son de orden social y comercial. Se trata de actividades sociales porque participan los usuarios de las viviendas —normalmente familias polinucleares—, los habitantes contiguos y otros residentes del barrio; sobre todo aquellos asociados en vecindades. Son también comerciales porque surgen informalmente para suplir de productos alimenticios y servicios al mercado cautivo que les provee su cercanía con la Universidad Católica. Mesas, sillas, banquetas, carpas para protección del sol y demás objetos son utilizados temporalmente para permitir estas actividades, que van creando y fortaleciendo vínculos sociales dentro de la propia comunidad y con las distintas generaciones de estudiantes y trabajadores de la universidad que pasan por allí a lo largo de los años. Este contacto con la vecina universidad supone la principal brecha en el límite que separa este barrio de vivienda popular del resto de la ciudad.
Los planos recogidos en las figuras 17 y 18 muestran el interior en planta baja de los casos de estudio en relación con su entorno cercano. La vivienda es entendida en estos dibujos como un almacén de objetos y personas, que establece un límite de seguridad e intimidad respecto a la calle (Turner, 2017)[7]. Este supone un segundo límite, después del que establece el barrio en su perímetro. El tercer límite lo marcan las habitaciones del interior de las viviendas (Figuras 19-21). El barrio, la casa y la habitación delimitan así 3 capas de intimidad, a través de las cuales se mueven normalmente las personas, pero no los objetos. El mobiliario de dentro de una habitación, o de dentro de una casa, difícilmente abandona su recinto de origen, pero las personas sí. Sin embargo, los dibujos anteriores muestran cómo el límite establecido por la casa es vulnerado continuamente también por los objetos al desplazarse al exterior. Las casas sacan objetos fuera, haciendo que las familias se relacionen sobre la calle, pero ¿sucede esto en ambos sentidos?, ¿pueden objetos y personas de fuera entrar igualmente en las casas?, ¿pasa lo mismo dentro de las viviendas con el límite que establecen las habitaciones?
El seguimiento de las actividades domésticas de los casos de estudio ha revelado que las actividades comerciales y lúdicas que tienen lugar en la calle suelen también internarse en la vivienda. Esto se debe a que la propia actividad parte de una condición de informalidad que desdibuja los límites espaciales de la vivienda. Por ejemplo, los clientes que consumen un alimento sobre la acera suelen acercarse antes a pedirlo a un mostrador adaptado en el interior de la casa. Y lo mismo ocurre al finalizar el consumo, cuando llega el momento de pagar. Algunas viviendas introducen también la zona de comer al interior de los patios frontales de la casa, y otras llegan incluso a convertir temporalmente su cuarto de estar y su cocina en restaurante de acceso público.
Se han detectado ejemplos aún más radicales de introducción de usos públicos en la vivienda, como viviendas que funcionan como dispensario médico, como copistería, o incluso como capilla, al acoger misas barriales en su interior. De nuevo esto es posible gracias al tránsito de objetos a través de los límites que establece la casa. En este caso, mediante la introducción de objetos asociados al uso público, como fotocopiadoras, camillas médicas o altares y bancos. De esta forma, el límite es traspasado en ambos sentidos, hacia fuera de la casa, con el traslado de actividades domésticas sobre la calle, y hacia dentro de la casa, con la introducción de actividades colectivas al interior.
El siguiente y último límite lo establecen, como hemos visto, las habitaciones. Al igual que el barrio está formado por calles y casas, que marcan perímetros con muros y puertas, el interior de las casas se subdivide a su vez en habitaciones, con sus muros y sus puertas. Esta división es similar a la que estructura las familias. Si el barrio está dividido en familias, también cada familia está compuesta por varios núcleos familiares. Las estructuras sociales y físicas del barrio son por tanto fractales, con estructuras similares e inclusivas, en varias escalas.
Para comprobar si los límites marcados por las habitaciones son también vulnerados por los usuarios, se han mapeado los movimientos y actividades que realizan los miembros de cada familia a lo largo del día. La Figura 22 representa las actividades e interacciones entre los usuarios de cada vivienda en relación a los objetos que intervienen en cada actividad. Se representan a su vez los desplazamientos, a través de los límites impuestos por las habitaciones, tanto de objetos como de personas. Se observa cómo estas actividades van asociadas normalmente al traslado temporal de objetos fuera y dentro de las habitaciones. De esta forma, las mesas o sillas, cocinas, máquinas de coser, camas, cortinas, etc. transitan a través de los muros, para gestionar usos dentro de la vivienda.
El interior de la casa funciona, a pesar de sus muros, como una gran sala polivalente dentro de la cual interactúan personas y objetos, al igual que lo hacían fuera de la casa sobre las aceras. Una misma sala es por ello capaz de acoger usos radicalmente diferentes, como por ejemplo dormitorio y capilla, restaurante o cine. En la parte inferior de la Figura 22 se recogen los puntos de la casa en los que se concentra la actividad común, y el “grado de colectividad”, que indica la diversidad del grupo de personas que se reúne en cada caso. Si se reúnen por ejemplo personas de diferentes viviendas, o con gente de fuera del barrio, el grado de colectividad es mayor que si intervienen solo personas del mismo núcleo familiar.
La compartimentación que marcan las habitaciones es por ello demasiado rígida en comparación con las opciones de combinatoria que ofrecen los objetos. Hay por tanto un evidente desacuerdo entre la distribución espacial de la vivienda y las actividades que tienen lugar en ella. Esto hace que incluso en los días de poca actividad no podamos identificar un programa de actividades fijo, ni asociación directa entre continente y contenido, o entre uso y espacio. Ante la congestión de una vivienda en la que han ido creciendo varios núcleos familiares, la casa se ha visto obligada a reinventarse a través de sus objetos, desdibujando los límites que establecen los muros y generando espacios de encuentro al reunir objetos y personas en un determinado lugar.
Tras la situación de crisis creada por el confinamiento prolongado, las familias han tenido que cambiar la manera de entender la vivienda. Tanto la arquitectura convencional de la habitación como la de la casa ofrecen compartimentaciones demasiado rígidas para acoger la complejidad y la necesidad de transformación de las familias. Cualquier distribución de habitaciones, o de casas, que podamos imaginar quedará inevitablemente desbordada por las necesidades de cambio de los usuarios, restringiendo finalmente su posible desarrollo. El esquema funcionalista de la vivienda, entendida como un conjunto de espacios que encierran determinados usos, supone por ello un intento prematuro de planificación, que choca con sociedades en constante cambio. La “habitación” o la “casa”, como unidades espaciales, cumplen realmente una función de identidad, más que de compartimentación funcional.
La arquitectura de la habitación se presenta por tanto rígida en comparación con las opciones que ofrece el mundo de los objetos. Lo mismo ocurre por ende con las casas como límite físico y cerrado, que se han visto sobrepasadas por las necesidades de una sociedad en continua transformación y sin posibilidad de traslado. Como alternativa, la casa es entendida en estos casos como un punto de encuentro; un centro de gravedad que reúne objetos y personas. La casa es realmente un lugar con una mayor concentración de elementos, gracias a la seguridad que ofrece; tiene asociada por ello una determinada densidad y es capaz de expandirse y contraerse[8]. Está formada por un aglomerado de personas y objetos en movimiento e interacción. La vivienda es en realidad un acontecimiento (García-Huidobro et al., 2008), en el que se agrupan temporalmente objetos y personas con un determinado fin[9]. Al ser un acontecimiento, va asociado directamente al tiempo, tiene un inicio y un fin, hasta que pasa a transformarse en un nuevo acontecimiento. Se trata además de un acontecimiento social, ya que forman parte de él varios elementos que tienen un determinado sistema de relaciones entre sí. Hay por ello una construcción social del espacio (Harvey, 2008), a través de estos encuentros de objetos y personas[10].
Podemos entender por tanto que hay en estos casos una naturaleza similar entre los conjuntos de objetos y de personas[11]. Los objetos de la casa se relacionan entre sí, de manera similar a como lo hacen las personas. Se desplazan sobre el suelo para relacionarse con otros objetos, se acercan y se alejan, se reúnen temporalmente para un determinado uso y pasan después a formar parte de otros conjuntos; aparecen nuevos objetos y otros desaparecen al ser vendidos o desechados. Tienen por ello un cierto comportamiento social y se organizan siguiendo una estructura social en la que hay lazos de unión más fuertes entre algunos objetos que entre otros (De Teresa, 2021)[12].
La casa, y el barrio, por extensión, están formados por sociedades de objetos en constante transformación. La estructura social del barrio tiene así una relación directa con la estructura física de sus viviendas. Al entender la casa como una sociedad de objetos, aparece la posibilidad de transformación simultánea junto a la familia. Arjun Appadurai, en su recopilación “La vida social de las cosas” (1991), describe las relaciones entre los diferentes objetos de la casa como si se tratara del estudio antropológico de un grupo de personas, introduciendo así el concepto de “sociedad de objetos”. La casa y la familia forman por ello un sistema social común.
Normalmente la arquitectura de la casa restringe las posibilidades de desarrollo y transformación de la familia, y viceversa. Los intentos de cambio tanto de la casa como de la familia quedan limitados por su contrario. ¿Cómo va a poder acoger la casa un nuevo integrante familiar si no tiene un dormitorio disponible? o ¿cómo va a poder alquilar la familia parte de la vivienda si no es segregable, o vender cenas si no tiene un patio donde poner mesas? La rigidez de las viviendas lleva a las familias a volverse a su vez poco flexibles y a tender al aislamiento: apartamentos cada vez más pequeños para personas cada vez más solas.
Los casos de estudio muestran cómo tan solo los objetos son capaces de transformarse conjuntamente con la familia, al compartir una estructura similar. La familia y la casa forman así un motor de cambio conjunto, a través de pequeñas transformaciones sucesivas, como puede ser la incorporación de un nuevo miembro familiar, el desplazamiento de una mesa o la compra de un automóvil o una cama. Se trata de movimientos incrementales de aproximación entre el conjunto de personas y de cosas, que van transformando poco a poco ambas estructuras. La transformación se produce por ello a través de transformaciones sucesivas entre ambos conjuntos, generando cada movimiento una reacción en su contrario.
No se trata por ello de grandes transformaciones, sino de pequeños momentos de cambio que van acumulándose de manera silenciosa y constante[13]. Las familias no son capaces de llevar a cabo con calidad grandes obras de reforma en sus viviendas[14], pero sí de intervenir en el sistema de objetos que forma la vivienda en su interior o de construir nuevos conjuntos de manera temporal sobre la calle, mediante carpas, cocinas rodantes y mesas. Al igual que pasa con la familia, no se transforma la persona o el objeto en sí, sino su posición y papel dentro de un conjunto. La transformación tanto de la casa como de la familia no se produce por tanto en un objeto o una persona por separado, sino en el sistema de relaciones que se establece entre ellos. Esto es gracias al entendimiento de la vivienda como un sistema de objetos.
Lo que hace posible que se establezcan relaciones entre diferentes familias, o entre diferentes núcleos familiares, es precisamente que están formadas por un sistema de personas unidas por lazos de parentesco, cuyos miembros pueden vulnerar el límite que establece la familia como institución para relacionarse con miembros de otras familias. La familia, a pesar de que funcione como una unidad de protección, no es entendida como un límite, sino como un conjunto de elementos en interacción (Chombart de Lauwe, 1960). Lo mismo ocurre con la casa, que no es aquí únicamente un perímetro protector, sino un conjunto de objetos que se relacionan entre sí, y que pueden desplazarse para relacionarse con otros conjuntos o acoger objetos del exterior.
Esto lleva a que cada familia tenga una estructura diferente, al igual que su casa. Desaparecen por ello las tipologías puras de familia, o de vivienda, dando lugar a estructuras híbridas imposibles de clasificar. Tanto la familia como la casa son conjuntos en constante transformación, que hacen referencia a modelos teóricos como los cuasi-sujetos y cuasi-objetos de Bruno Latour (1993). Los cuasi-sujetos de Latour son sujetos colectivos (o individuales), en constante transformación, formados por individuos de diferente índole y por las relaciones dinámicas que se establecen entre ellos. Se trata de sujetos híbridos e impuros, en estado de construcción permanente, cuya estructura tiende a ser más estable cuanto mayor es su complejidad. La familia es por ello entendida como un sujeto colectivo, híbrido y en permanente transformación, que se enfrenta normalmente al reto de encajar en una arquitectura que proviene del rígido esquema moderno de casa unifamiliar (Hernández et al., 2012).
La casa puede a su vez ser entendida como un cuasi-objeto, que se construye en estrecha relación con el cuasi-sujeto al que se asocia (la familia). Ambos, objetos y sujetos, están según Latour en permanente cambio y tienen la misma naturaleza inconclusa. La casa es, de esta manera, un cuasi-objeto que escapa al control del arquitecto, convirtiéndose en un objeto indócil (Lash, 1999), un “difícil conjunto” (Venturi, 1978), sobre el que sólo tiene participación directa el usuario.
Entender que puede haber un comportamiento “social” en los objetos, parecido al que ocurre entre las personas, es tan controvertido como la misma idea de que las personas puedan ser mercantilizadas como los objetos[15]. Al entender la casa como un almacén de objetos que podemos adquirir y guardar, se tiende a la continua acumulación. Entender, por el contrario, la casa como un conjunto de objetos que se relacionan de manera directa con las personas, y que llegan a formar un sistema de relaciones común, llena de sentido el papel de cada objeto dentro de un conjunto. Para Lash (1999), es necesaria una igualdad de influencia (planeidad) entre el conjunto de los objetos y el de las personas, para poder equilibrar esta situación. Cada cambio de papel o posición de un objeto tiene de esta manera un sentido al asociarse con las transformaciones de la familia (fig. 23).
Es también a través del objeto la forma en la que la arquitectura profesional puede llegar a intervenir en estos lugares. El arquitecto tiene que convertirse en diseñador de producto, capaz de ofrecer objetos que las familias puedan adquirir e incorporar al elenco de su vivienda. El objeto se convierte así en mediador entre el arquitecto y el usuario, y responsable de “educar” a través de las normas que lleva implícitas. Esta es la manera en que la innovación es capaz de llegar de manera inmediata al mundo de la vivienda, a través de nuevos objetos, como placas solares, o compostadoras, que puedan ser incorporadas directamente a las viviendas o mezclarse con otros objetos, trasladando así al usuario la capacidad de innovar.
Esto supone incorporar el diseño de objetos a la práctica formal de los arquitectos dedicados al tema de la vivienda, generando una “arquitectura por catálogo”, capaz de responder a la inmediatez de la vida urbana[16]. La investigación sugiere, en este punto, la aparición de un hábitat formado por objetos fabricados en serie, que puedan ser adquiridos a buen precio y que puedan a su vez ser desplazados, intercambiados, desechados, etc.. Esto permitiría una mayor diversidad y, por lo tanto, una mayor capacidad de elección y de personalización, al igual que sucede con la ropa de nuestro armario o con los muebles de nuestra habitación.
El campo de acción de estos objetos puede entonces extenderse a lo largo de todas las escalas, desde los pequeños objetos de un cajón hasta la escala de la casa, o incluso de la ciudad, convirtiéndolos en protagonistas del escenario doméstico y urbano. Los objetos son los responsables, en definitiva, de traspasar los límites físicos impuestos por la casa y los límites sociales impuestos por la familia, y de tejer una densa estructura social capaz de formar un motor de cambio conjunto.
Como se ha detectado en los casos de estudio, los objetos son por ello capaces de transgredir los límites físicos que establecen las casas, o sus habitaciones, para desplazarse con libertad a través de ellos. Esto sucede en ambos sentidos, tanto de objetos del interior de la vivienda sobre la calle (mesas que ocupan las aceras, etc.) como objetos públicos que son introducidos en el interior de la vivienda, como altares o comedores. Esto da lugar a “incursiones” del espacio público en las viviendas y de “excursiones” del espacio privado sobre la calle. Estas incursiones y excursiones son las principales responsables de que haya intercambios entre diferentes familias, o grupos familiares, y se producen gracias al libre movimiento de los objetos a través de los límites establecidos por la vivienda. Para Kenji Ekuan, y la mayoría de los metabolistas, los objetos son precisamente la herramienta para romper los límites entre escalas: “On fluidity between object, architecture and urbanism” (Koolhaas y Obrist, 2011).
En la Figura 24 se muestran las incursiones y excursiones que han sido detectadas a escala barrial. Esto ocurre, como hemos visto, igualmente en todas las escalas, desde el interior de una habitación, o de un armario, hasta la escala urbana. Probablemente la observación de este fenómeno de manera simultánea en varias escalas sea la clave para entender el funcionamiento de estos sistemas de vivienda (Willensky y Resnick, 1999), en los que los objetos son capaces de reagruparse a través de los límites físicos y espaciales, para aliarse con las transformaciones sociales que demandan las familias.
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[1] Como ejemplo, en Guayaquil, las oleadas de migraciones y asentamientos que ocurren durante el siglo XX se deben a procesos forzados producto de desastres naturales, desalojos, crisis financieras, falta de infraestructura o decaimiento de la producción agropecuaria en las zonas rurales, entre otros. Este tipo de origen cataliza la formación de identidades barriales que se manifiestan desde muy temprano, y que pueden ser reconocidas en los propios nombres de los barrios que se forman, que representan la carga simbólica del esfuerzo, la componente de fe o nombres de los líderes políticos: “Unidos venceremos”, “Cristo del consuelo”, “Santiaguito Roldós”, etc.
[2] Los primeros pobladores del barrio provienen de los terrenos que actualmente ocupan el Colegio Aguirre Abad, el barrio La Atarazana, la Universidad Laica Vicente Rocafuerte y el Colegio Técnico Simón Bolívar. Estos terrenos pasaron, por decreto del ejecutivo, a ser propiedad de la Junta de Beneficencia de Guayaquil y en 1955 fueron vendidos al Estado para la construcción del Colegio Aguirre Abad. Como consecuencia, y ante su negativa a abandonar las tierras de manera voluntaria, las familias son desalojadas a la fuerza en 1961 y forzadas a reubicarse a orillas del Estero Salado, en su actual ubicación.
[3] La Cooperativa compra un total de 26.533 m2 de terrenos por 632.621 sucres, y reciben a su vez, por donación de la Junta, 7.000 m2 destinados a áreas comunales. Estas tierras son pagadas en su totalidad en el año de 1975 y se comienzan los trámites para la adquisición de las tierras de Las Lomas, creándose la caja de ahorro en este sector. Es así que el 29 de junio de 1980 se firma en la capilla el contrato de compraventa de las tierras de Las Lomas. Se comprometen a pagar el valor en cinco años plazo.
[4] El presente artículo reproduce parte de los hallazgos de un proyecto de investigación subvencionado por el Sistema de Investigación y Desarrollo (SINDE) de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, con título: “Estudio de la generación de colectividad en la vivienda informal consolidada. El caso de Santa María de las Lomas” (Mora et al., 2017). Puede consultarse también De Teresa 2016a y 2026b.
[5] Para ello se utilizó la definición de vivienda consolidada definida por el grupo SIGUS del MIT (Massachusetts Institute of Technology), quienes establecen 4 fases en el proceso de consolidación de la vivienda: inicial, funcional, consolidada y ampliada.
[6] Como antecedente de esto en Guayaquil, la antropóloga Caroline Moser estudia y representa en 1978 los vínculos que se establecen entre varios individuos que viven en una misma calle de un barrio periférico de Guayaquil, Indio Guayas, por diferentes intereses comunes, como por ejemplo cuestiones de género.
[7] Si bien en estas sociedades la cultura de la seguridad y el miedo de la que nos habla Turner (2017) hace que las urbanizaciones tiendan a reforzar límites en urbanizaciones cerradas y viviendas muy protegidas, los barrios informales de vivienda ofrecen un camino contrario a medida que se fortalecen los vínculos barriales que aportan sensación de seguridad.
[8] El comportamiento de los objetos sobre el suelo puede aquí relacionarse con el comportamiento de agrupaciones de animales, como enjambres o bandadas, en las que hay un comportamiento grupal lógico sin que haya ningún organizador, y que Stan Allen describe como resultado de reacciones particulares a unas determinadas “condiciones de campo”.
[9] “La Nueva Babilonia” de Constant describe una gran plataforma sin dividir, sobre la que se genera el espacio al reunirse las personas (Nieuwenhuys, 2009).
[10] Para Constant, “El espacio social es el espacio concreto de los encuentros, de los contactos entre los seres. La espacialidad es social, [por el contrario] el espacio concreto posee necesariamente un carácter antisocial que bloquea las relaciones sociales”.
[11] Santiago de Molina, en su texto “La invasión de los objetos”, hace referencia a este predominio del objeto en la vida doméstica: “Los objetos, definitivamente, han invadido nuestras vidas. Las cosas, las mercancías y los muebles se han metamorfoseado, conquistando una sensibilidad que en origen era sólo propia del ser vivo. Los muebles han adquirido una especie de inteligencia autónoma y un perturbador sex-appeal” (De Molina, 2013).
[12] El “Sistema de los Objetos” de Baudrillard (1969) y la “Teoría de los objetos” de Moles (1972) son quizás los primeros acercamientos a esta manera de entender que puede haber un comportamiento similar al de las personas en el mundo de los objetos domésticos.
[13] Rafael Iglesia (2011) nos habla en “La vida doméstica y los objetos” de cómo las pequeñas transformaciones sobre un objeto, acumuladas con los años, aportan una naturalidad al resultado final que lo aleja del artificio, como en el caso por ejemplo del martillo, que ha sido transformado con el tiempo hasta llegar a ser lo que hoy conocemos.
[14] Las grandes obras llevadas a cabo sobre las viviendas tienen por lo general poca calidad constructiva, ya que son llevadas a cabo con urgencia y sin colaboración técnica en su mayoría. Resultan obras demasiado complicadas para ser llevadas a cabo por las familias y producen como resultado torpes transfiguraciones de un modelo de vivienda difícil de transformar (Hernández et al., 2012).
[15] Para Igor Kopytoff -“La biografía cultural de las cosas” (en Appadurai, 1991)-, la idea de que los objetos son mercancías y las personas son seres individuales no comercializables es sorprendentemente reciente y además propia de la cultura occidental. Sin embargo, la mercantilización de personas, la esclavitud, no es entendida desde el punto de vista de la propiedad en muchas culturas, sino como el cambio de estatus en la persona, de igual manera que en occidente no vemos con malos ojos otras formas de intercambio de personas, como por ejemplo la adopción.
[16] Walter Benjamin, en “La obra de arte en la era de su reproducción mecánica” (2013), expone esta dicotomía entre el diseño y su producción a gran escala.