Vivir para producir. El hábitat colonial en el Andévalo Occidental (Huelva)

Living to produce. The colonial habitat in the Western Andévalo (Huelva).

Patricia Chapela Cabrera

Universidad Pablo de Olavide (Sevilla).

pchapela@hotmail.com

0000-0002-1609-510X

Juan Francisco Ojeda Rivera

Universidad Pablo de Olavide (Sevilla).

jfojeriv@upo.es

0000-0002-6628-2093

Recibido: 28-03-2022

Aceptado: 20-06-2022

Cómo citar:
Chapela Cabrera, Patricia y Ojeda Rivera Juan Francisco (2022). Vivir para producir. El hábitat colonial en el Andévalo Occidental (Huelva), Hábitat y Sociedad, 15, 161-182. https://doi.org/10.12975/HabitatySociedad/2022.i15.08

Resumen Mediante una lectura hermenéutica de paisajes basada en una metodología propia, se presenta el núcleo minero de La Zarza, situado en el Andévalo Occidental (Huelva), como ejemplo significativo de hábitat colonial. Con subsuelos, suelos y vuelos concedidos a perpetuidad a compañías mineras foráneas, la cercanía y/o el solapamiento de usos entre parcelas productivas y habitacionales nos permite comprender este tipo de paisaje colonial e híbrido, en el que la existencia y evolución del núcleo urbano están supeditadas a la extensión explotable de los filones mineros. El crecimiento de territorios extractivos y productivos determina los emplazamientos sucesivos de los núcleos habitacionales, de manera que sus planos urbanísticos evolucionarán al socaire de los avances sobre ellos de aquellos filones y de las necesidades coyunturales de mano de obra.

Tras mostrar las claves físico-naturales, territoriales y perceptivas que justifican este tipo de paradigmática colonización minera y presentar el caso específico de La Zarza-Perrunal, se irá demostrando el carácter colonial y dependiente de estas implantaciones típicas del extractivismo productivista minero a partir de la mencionada lectura paisajística de dicho núcleo urbano, su corta minera y sus ámbitos circundantes.

Abstract Through a hermeneutic reading of landscapes based on our own methodology, we present the mining town of La Zarza, located in Andévalo Occidental (Huelva), as a significant example of a colonial habitat. With subsoils, soils and flights granted in perpetuity to foreign mining companies, where the proximity and overlapping of uses between productive plots and housing allows us to understand this type of colonial and hybrid landscape, in which the existence and evolution of the urban nucleus will always be subordinated to the exploitable extension of the mining seams. The growth of extractive and productive territories determines the successive locations of the residential centres, so that their urban plans will evolve in line with the advances of those seams and the current needs of the labour force.

After showing the physical-natural, territorial and perceptive keys that justify this type of paradigmatic mining colonization and presenting the specific case of La Zarza-Perrunal, we will demonstrate the colonial and dependent character of these implantations typical of mining productivist extractivims based on the aforementioned landscape reading of this urban centre, its mining cut and its surrounding areas.

Palabras clave Hábitat colonial; Paisaje; Hermenéutica; Minería; Segregación Social; Andévalo.

Keywords Colonial habitat; Landscape; Hermeneutics; Mining, Social segregation; Andévalo.

1. Introducción: Planteamiento e hipótesis de partida

El objetivo general de este artículo es demostrar –desde una lectura de los paisajes urbanos y periurbanos del núcleo minero de La Zarza (Huelva)– que tanto sus propios emplazamientos como las evoluciones de sus planos urbanísticos y los distintos avatares de la vida cotidiana de sus habitantes testimonian cómo estos núcleos habitacionales mineros, expresamente creados en la segunda mitad del siglo XIX por compañías coloniales en el ámbito comarcal del Andévalo Occidental Onubense, responden a unos modelos paradigmáticos de lo que la economía y la ecología entiende por extractivismo productivista (Delgado Cabeza, 2002 y 2017) y la geografía estudia como órdenes territoriales coloniales, tanto de explotación como de poblamiento (Ojeda y Villa, 2008).

El establecimiento de colonias es un fenómeno muy antiguo, desarrollado por muchas civilizaciones y presenta una amplia tipología, si bien todas participan de un idéntico motivo inicial: generar un lugar nuevo en función de la explotación de un recurso endógeno de ese espacio descubierto por y para los intereses de una comunidad exógena, que aporta su propia herencia como identidad original de la nueva fundación. Este concepto fundacional define el sistema de relaciones políticas, sociales, económicas y simbólicas entre los ámbitos colonizados y las metrópolis de sus colonizadores a la par que determina los rasgos esenciales de territorios y paisajes coloniales que se manifiestan en la ordenada simplicidad que da una proyección pensada y objetivada en función de un único recurso a explotar y un único nivel de comunicación: el de la dependencia.

El proceso colonial ha evolucionado desde la presencia de pequeños yacimientos extractivos –los pocillos de la Zarza y Tharsis son ejemplos señeros– con las implantaciones de rudimentarios puertos en la protohistoria hasta las actuales deslocalizaciones de empresas. Si bien el uso estricto del término se suele asociar a una larga fase de la historia moderna, protagonizada por los países europeos en los contextos del mercantilismo y la primera revolución industrial que afectó a la práctica totalidad del globo terráqueo.

Las lecturas que los geógrafos modernos realizan sobre lo colonial –a partir de investigaciones efectuadas en la primera mitad del siglo XX y en contextos como los brasileños (Monbeig, 1954, 1984), australianos (Taylor, 1954) o del oeste norteamericano –far west– (Turner, 1960)– mostraron unas peculiares manifestaciones territoriales y paisajísticas en las que los matices venían dados por el carácter funcional –de explotación o de poblamiento– de la propia colonia estudiada. En función de los variados intereses nacionales de las respectivas metrópolis y de la propia amplitud del fenómeno, fueron consolidándose diversos tipos de colonia, aunque sus elementos básicos suelen coincidir: unas áreas descubiertas, dominadas y explotadas en función de unos recursos específicos (mineros, agrícolas, ganaderos, forestales…) y considerados coyunturalmente estratégicos para cubrir las necesidades de compañías/metrópolis coloniales; unos hábitats muy jerarquizados y, a veces, transitorios y un sistema de comunicación interior y exterior que asegurase el óptimo tránsito de las producciones, así como una relación sociopolítica permanente y directa entre metrópoli y colonia[1]. En definitiva, y, desde un plano estrictamente geográfico, los territorios coloniales se caracterizan por unas invariantes –superficies, nodos y redes– definidas por su monoproductividad, su transitoriedad, su dependencia externa y su jerarquía sociocultural.

Aquellos territorios coloniales recogen, pues, los distintos elementos presentes en las acepciones que el sustantivo colonia tiene en el diccionario de la Real Academia y se caracterizan por ser los resultados de la puesta en valor de unos espacios hasta entonces incultos mediante nuevas producciones, sus poblamientos mezclados (personas de dentro y de fuera), así como sus ordenaciones territoriales a través de planes y leyes especiales. Todo ello dictado desde el exterior del propio territorio y en función de las necesidades de las compañías coloniales y de sus respectivas metrópolis.

Dichas necesidades marcan los tipos de colonia y, consecuentemente, sus paisajes, de tal forma que puede identificarse colonias de explotación –territorios con recursos cuyas explotaciones cubren abastecimientos metropolitanos, por ejemplo, los espacios coloniales tropicales o los ámbitos mineros, que surten a las metrópolis de energías o materias primas básicas y fácilmente extraídas o producidas en los diferentes ámbitos colonizables (carbón, oro, cobre, cacao, café, azúcar...)– y colonias de poblamiento –espacios de relativo confort climático, en los que se puede instalar una población metropolitana sobrante o directiva, que, junto a la población autóctona colonizada, juegan el triple papel de mano de obra productiva, comunidad consumidora y representación cultural. En aquellos territorios coloniales se irán configurando –en función de sus respectivas percepciones como espacios identitarios, connotados o simbólicos– dos tipos de paisajes coloniales:

La hipótesis de partida que se maneja en este texto podría enunciarse así: en el contexto concreto de esta investigación (el núcleo minero de La Zarza), han ido convergiendo en el tiempo caracteres clásicos de paisajes coloniales de explotación –monoproductivismo, sobreexplotación, coyunturalidad productiva, importancia sustantiva de las infraestructuras y equipamientos para la exportación, sociedades dependientes y duales y jerarquización de hábitats (Monbeig, 1954)– con categorías fundamentales de paisajes coloniales de poblamiento –transformaciones estructurales de los espacios en territorios de producción y de vida cotidiana, estructuras estables para la permanencia de poblaciones, autoabastecimiento y progresiva tendencia a la complejidad vial y a la homogeneización del hábitat (Taylor, 1954)–.

2. Antecedentes, diseño y metodología de la investigación

Este artículo responde a una investigación doctoral desarrollada por su autora y dirigida por su coautor, cuya pretensión es validar la metodología de lectura hermenéutica y transdisciplinar de paisajes cotidianos planteada por el propio coautor (Ojeda-Rivera, 2013). En tal pretensión, esta investigación debe incardinarse en el marco de una serie de trabajos previos entre los que destacan las tesis doctorales de Juan Vicente Caballero Sánchez (2007) sobre “La perspectiva hermenéutica en Geografía: la aportación del Tableau de la Géographie de la France”, de Marta Rubio Tenor (2010) sobre “Paisaje y calidad visual. Percepciones formales y sociales de paisajes singulares de la Sierra de Huelva”, de Renate Mann (2016) sobre“”Horizonte de posibilidades para la interpretación paisajística desde la óptica hermenéutica”, de Águeda Villa Díaz (2019) sobre “Paisajes coloniales de los arenales de Doñana: El Abalario” y de Ana Coronado Sánchez (2020), sobre “Umbrales. Transiciones entre los conjuntos edificados y los ruedos agrícolas en la Sierra Morena de Huelva”. Así pues, la investigación doctoral en curso, que da razón a este texto pretende también validar tal método de lectura paisajística en un territorio minero y agroforestal, que está constituido por los pueblos centrales de la comarca del Andévalo Occidental y sus términos municipales, en la provincia de Huelva, uno de los cuales –recientemente independizado de Calañas– es el municipio de La Zarza-Perrunal, que tiene dos núcleos urbanos, siendo el mayor de ellos el específico objeto de estudio en este texto: el núcleo minero de La Zarza.

En función de todo lo anterior, este trabajo de investigación se sostiene en los siguientes conceptos y epistemologías:

De manera que la lectura de cada uno de los paisajes seleccionados se realizará mediante las siguientes categorías propias de la gramática hermenéutica:

El paisaje, como realidad compleja y trayectiva, requiere de miradas que, en su variedad disciplinar, faciliten un diálogo inter y transdisciplinar, completadas con una semiología propia, que no se quede en lo poético y estético, sino que permita singularizar y extraer lo más genuino de los mismos. Afirma Tetsuro Watsuji que el paisaje constituye un momento de objetivación de la subjetividad humana en el que el ser humano se comprende a sí mismo, porque no sólo llevamos con nosotros un pasado (tiempo) sino también unos paisajes (un espacio) (Watsuji, 2006). En este proceso investigador, se parte de una geografía abierta, incierta también, desde la que –bebiendo de la fenomenología hermenéutica alemana– se reconocen y revisitan las interpretaciones heredadas para intentar ir creando unos nuevos discursos y relatos que se añadan a la cadena interpretativa, enriqueciendo los anteriores (Heidegger, 2016). Todo ello efectuado desde una convergencia de miradas disciplinares que no sólo enriquecerá la tarea, sino que procurará las emergencias de nuevas analogías y metáforas que nos acerquen comprensivamente a lo visible y provoquen nuevas emociones[2]. Asimismo, como parte de esta metodología, el uso de testimonios orales de personas del territorio y de voces –a través de los audios insertos en la investigación por medio de códigos QR– nos han permitido dar una visión más antropológica y comprometida a las lecturas paisajísticas.

3. Ámbito de estudio: el núcleo minero de La Zarza (Huelva)

En el piedemonte de Sierra Morena que constituye el conjunto completo del Andévalo Onubense, el fenómeno geológico de la Faja Pirítica Ibérica ha proporcionado recursos minerales asociados con procesos coloniales del territorio y, por ello, nos encontramos con un espacio ocupado y explotado desde la Prehistoria, y especialmente en épocas tartésica y romana (Moreno Escobar et al., 2020). A pesar de ello, adolece de una marginalidad latente, como espacio liminar, transitivo o ecotónico hacia Sierra Morena, que se encuentra en la trasera de otros más dinámicos en la provincia, como la Costa o la Campiña.

Inherente a la mencionada dialéctica atracción/marginalidad parece encontrarse la posesión de una riqueza cultural ancestral que ha permitido, paradójicamente y a través de vehículos culturales como el cante o la literatura, hacer del Andévalo una tierra fértil en tradiciones, rituales mágico-festivos o devocionales. En definitiva, un lugar vinculado a valores estéticos, patrimoniales y culturales que bosquejan su auténtica idiosincrasia. Estas últimas consideraciones se constituyen en los argumentos básicos de la selección de paisajes del Andévalo Occidental que hemos efectuado para la investigación doctoral, entre los que destaca el paisaje paradigmáticamente colonial de Corta de los Silos-Núcleo urbano de Zarza, cuya lectura hermenéutica será el objeto específico de referencia de este texto.

El municipio de La Zarza-Perrunal está situado al norte de Calañas y al sur de El Cerro de Andévalo –en dirección noroeste– y de Almonaster la Real en dirección noreste. Se constituyó como municipio independiente de Calañas en 2018, y está conformado por dos núcleos de población, La Zarza y El Perrunal, unidos por la carretera HV-1472, siendo esta la única vía de entrada y llegada al municipio desde la principal A-485 (fig. 1). Al norte de la vía de acceso, entre uno y otro, se da un importante diseminado conocido como La Peregrina, nombre que recibe una vaguada por la que circulan arroyos que descienden desde Los Cerrejones, sierra de altitud media que cierra el perímetro de la localidad en esta dirección. El sur de la vía lo ocupan, en un primer tramo, una parte de la zona residencial y las instalaciones mineras de El Perrunal construidas en la etapa de explotación francesa (1901-1960) y, en un segundo tramo hasta llegar al núcleo de La Zarza, algunos vacíes de mineral.

Figura 1. Localización del núcleo minero de La Zarza (Huelva). Escala: 1: 130.000. Fuente: Instituto Geográfico Nacional. Reelaboración propia.

El núcleo de La Zarza se inserta al fondo, en la ladera suroeste del cerro Alcornocoso, cuyas edificaciones recuerdan una cascada que desciende en dirección al barranco. En definitiva, este hábitat colonial es un fondo escénico al final del trayecto, un fin en sí mismo. Al este del núcleo de La Zarza, muy próximo a él, se encuentra la corta de Los Silos presidida por el cabezo del mismo nombre a levante, desde el cual se realiza la lectura hermenéutica y compartida de este paisaje. El cerro de Los Silos es una formación rocosa con monteras de óxidos e hidróxidos, cuya elevación natural (316 m.s.n.m.) nos permite mirar hacia el núcleo de la Zarza y al socavón de la corta inundada, actualmente hasta el piso 14, a los edificios anexos y a las trincheras realizadas para el paso del ferrocarril en el poniente. En lo más alejado, se aprecian los perfiles del caserío calañés, con su iglesia marcando el epicentro y los cabezos del Peñasco y El Morante.

La historia de La Zarza-Perrunal camina paralela al núcleo minero de Tharsis, ambos son denuncios mineros[3] realizados por el ingeniero francés Ernesto Deligny a mediados del siglo XIX. Anterior a esta fecha, el paso de turdetanos y romanos está documentado (Moreno, 2016) y, además, es atestiguado por los vestigios que van dejando su impronta en el territorio (galerías, pocillos y artefactos...) para ese aprovechamiento de los filones de mineral, cuyo desarrollo produjo un asentamiento prolongado hasta el siglo II d.C.

Ernesto Deligny llegó a la provincia de Huelva en 1853, y asesorado por el ingeniero Luciano Escobar, visitó varias minas haciendo el registro de una serie de denuncios mineros interesándose, sobre todo, por los restos de explotaciones anteriores y sus escorias en Tharsis y La Zarza (Pinedo, 1963). La primera empresa minera comienza su andadura apoyándose en hombres de negocios de la Europa industrial en los sectores químico-metalúrgico y ferroviario –como Duclerc y Decazes–, que con sus capitales permitieron el funcionamiento de las primeras labores. En 1855 se crea la francesa Compagnie des Mines de Cuivre de Huelva, pero en 1859 comienza a tener inconvenientes como la no obtención de los beneficios esperados y la incapacidad técnica y económica para ejecutar el trazado del ferrocarril y el muelle embarcadero en el puerto de Huelva. Sin posibilidad de articular el territorio y la comunicación vial entre las minas y el puerto, pues el transporte en carros tirados por bestias era lento y costoso, aquella primera compañía comenzó las negociaciones pertinentes para ser absorbida por otra más competitiva (Ferrero, 2000; Chapela, 2013).

En 1866 se abre una nueva etapa con la llegada de la británica The Tharsis Sulphur and Copper Company Limited –de capital fundamentalmente escocés–, que se hace cargo de las explotaciones mineras de Tharsis y La Zarza. En este contexto, la Ley de Minas de 1868 junto a la de Sociedades por Acciones promulgada en 1848 y la de Sociedades Especiales Mineras de 1855 fueron los instrumentos favorables para la proliferación de compañías mineras (Ferrero, 2000): la liberalización del suelo, la disposición de mano de obra sin referentes salariales, la escasa o nula presencia de figuras legales en materia de protección medioambiental unidas al afán de una población por obtener un medio de subsistencia constituirán el escenario perfecto para la colonización, creación y consolidación ex profeso de los núcleos urbanos de Tharsis y La Zarza.

Estos núcleos de población, por razones de apropiación territorial del subsuelo, suelo y vuelo por parte de las compañías mineras –bien por compra directa (caso Riotinto) o por concesiones a perpetuidad (caso Tharsis y La Zarza)–, se emplazan en terrenos cercanos a los propios yacimientos mineros (pozos o cortas) y, en caso de solapamiento territorial de tales actividades (producción directa y/o hábitat cotidiano) por el descubrimiento de nuevos filones bajo aquellos primeros núcleos poblacionales, no se duda en priorizar lo productivo sobre lo habitacional y los pueblos pioneros quedan demolidos y/o trasladados a otros lugares cercanos. La demolición de las primeras 127 casas de La Zarza, construidas en el periodo de dominio colonial francés y engullidas por la corta, constituye un testimonio evidente de que en aquellas primeras fases dominaba el modelo definido por los geógrafos modernos como colonia de explotación. En definitiva, en estos nodos poblacionales, la memoria colectiva se fragmenta como el propio territorio, pues se construye en base a los cambios, modificaciones y transmutaciones, es decir, en una dinámica incesantemente mutable (Ruiz, 2001).

4. Desarrollo y resultados: Lectura hermenéutica del paisaje desde el cabezo de la Corta de los Silos

La aplicación de las categorías de la gramática hermenéutica antes presentadas y ahora compartidas por nuestros distintos/as acompañantes, nos ofrece los siguientes resultados transdisciplinares.

4.1. Límites

Desde el vértice geodésico que corona la cima del cerro de Los Silos, dentro del plano corto y medio, se encuentra la corta del mismo nombre. Anterior a las labores de desmonte, iniciadas en 1886, el cerro discurría por una serranía de altura media denominado Las Mesas que, a modo de penillanura, fue aprovechado para la construcción del primer núcleo de población de origen francés demolido cuando se inicia la explotación y desmonte (fig. 2).

Figura 2. Plano de La Zarza con sus fases constructivas. Fuente: Colección particular de Antonio A. Borrero. Fase I (1885-1920), Fase II (1920-1950), Fase III (después de 1950). Elaboración propia.

Situada a 6 kilómetros y 200 metros de Calañas y dependiente de su jurisdicción, la mina de los Silos forma una pequeña aldea con varias hileras de casas dispuestas en calles paralelas y pintorescamente colocadas, dando albergue a unos 690 habitantes todos ocupados en las faenas de la mina o del beneficio.

Varias alturas de cierta elevación dominan el terreno que se halla recortado por tal multitud de barrancos, que vulgarmente se conoce esta mina en el país con el nombre de los Barrancos, así como los numerosísimos pozos que dejaron las explotaciones de los romanos fueron origen de otro de sus nombres, siendo el oficial el de mina de La Zarza (Botella y de Hornos, F., 1877. Archivo Histórico Nacional).

Según este informe de 1877, La Zarza contaba con 127 viviendas para alojar a 690 habitantes, lo que supone una media de entre 5 y 6 personas por vivienda.

4.1.1. Dirección Suroeste

El plano corto o más cercano lo constituye el propio cabezo con bancales de forma geométrica –identitario en la zona–, cuyos taludes tienen inclinaciones entre el 35 y el 100%, y su fisonomía nos recuerda una especie de anfiteatro gigantesco.

En el plano medio destaca, a la izquierda desde esta posición, el conjunto de edificios anexos constituido por los castilletes de los pozos 3 y 4, de los cuales sólo queda uno de ellos. Predomina, a su vez, la alta chimenea de la central eléctrica, la zona de trituración primaria, la balsa de decantación de lodos, la playa de vías, los talleres de reparación de la maquinaria exterior y algunas oficinas desde las que se controlaba al personal mecánico y de reparación.

En el límite del plano medio se observan las trincheras del ferrocarril, vía que conectaba las minas de La Zarza con Tharsis y, a su vez, con Corrales, donde se recepcionaba el mineral para darle una trituración final y, desde aquí, se embarcaba en los buques atracados en el muelle construido por la compañía en el Puntal de la Cruz (Corrales, Aljaraque) cuyo funcionamiento arrancó en 1871.

El plano panorámico está presidido por el caserío de Calañas, una silueta que aparece lejana, cuyo fondo de escena lo ocupa el cerro de El Morante que con 414 m.s.n.m. permite, desde esta posición, observar su vértice de estructura rocosa e irregularidades en sus laderas, arropando las casas calañesas en su falda como titán telúrico protector.

4.1.2. Dirección noroeste

En esta dirección, se observa desde Los Silos el poblado de La Zarza creado para albergar a los trabajadores y sus familias. Su ampliación está ligada a las labores de desmonte de la propia corta a finales del siglo XIX, pues en ella se llegaron a reclutar a 2.000 operarios y unas 140 mujeres, a los que había que proporcionar alojamiento cerca de los tajos para el ahorro imprescindible de los tiempos en la industria (fig. 3).

Figura 3. Plano corto, medio y largo desde el Cabezo de los Silos en dirección suroeste. Fuente: Monteagudo López– Menchero, 2022.

Figura 4. Plano corto, medio y alejado desde el Cabezo de los Silos en dirección noroeste. Fuente: Monteagudo López Menchero, 2022.

El plano corto está ocupado en dirección norte-sur, desde las cotas más altas del Alcornoso hacia la zona más baja del antiguo barranco, por los restos de las hileras de casas conocidas como “Calle Málaga”, que, como un zócalo antiguo, se ha mimetizado en el roquedo y refuerza ese concepto de transitoriedad y solapamiento entre hábitat y labores mineras, en las que las últimas determinan el crecimiento del primero. Siguiendo este plano en sentido descendente nos encontramos con las calles que van desembocando en el antiguo mercado de abastos, cuya edificación se remonta a finales del siglo XIX (1880).

En la zona baja convergen otras calles y la antigua Casa de Pago, hoy convertida en casa de la música; se suman también otras edificaciones junto al diseminado en el extrarradio. Todas las construcciones que aparecen en este plano obedecen a una fecha muy temprana del núcleo de población, dada su cercanía a la explotación minera.

En el plano medio de esta lectura del paisaje del hábitat colonial de La Zarza destacan en sentido descendente: las Oficinas Principales y las viviendas del Staff Británico construidas en las cotas más altas del Alcornocoso a finales del siglo XIX (1886). Este conjunto representa el control que se ejercía sobre una población jerarquizada, de ahí su especial vinculación con la altura. En la perpendicular de las Oficinas Principales se encuentran otras calles y el paseo donde está el Casino Minero (1891), el cine-teatro (inicios del siglo XX) junto al mercado de abasto actual, el templete de la música, el monumento al minero y la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1931). En la perpendicular a las casas residenciales de los jefes de la mina, le sigue, aunque a cierta distancia física –elemento fundamental en la distinción del organigrama social de este conjunto urbano– el resto de las calles a las que se suma un núcleo residencial de reciente construcción que se mimetiza en el conjunto gracias a la adopción de su estilo constructivo inspirado en lo que ya existía.

En este mismo plano, pero al otro lado de la vía de acceso –eje que vertebra el núcleo poblacional–, se encuentran las viviendas construidas en la década de los años 50 del siglo XX para alojar a las familias que tuvieron que abandonar las calles altas del Alcornocoso, conocidas como “las casas nuevas”. En este plano se encuentra otro conjunto de viviendas construidas sobre los años 20 del siglo XX, conocidas como Barrio de Las Pizarras que alojó a las familias mineras más humildes. En este plano y, al suroeste del pueblo, el campo de fútbol nos recuerda la importancia de la práctica deportiva en estos núcleos coloniales: el equipo de futbol de la Zarza se fundó en 1913.

El límite más alejado de esta lectura lo ocupan, desde la zona alta del Alcornocoso, las últimas viviendas del Staff Británico, la Casa de Huéspedes –destruida en los años 60 del siglo XX por un desafortunado accidente– y la zona denominada el forraje –parcela que, a finales del siglo XIX, se utilizó para la plantación de cereales destinados a la alimentación exclusiva de los mulos[4] que trabajaron en la mina–. Completan en la zona baja de esta mirada el núcleo residencial de las casas del Barrio Modelo, construido en los años 20 del siglo XX, con mejores dotaciones arquitectónicas, siendo el más próximo a los Cerrejones junto a la fuente de La Pipa.

4.2. Componentes principales

La Zarza-Perrunal se constituye en un ejemplo distintivo de los modelos de hábitats mineros andevaleños, donde la unión y solapamiento de la corta y el núcleo poblacional llevará aparejados los sucesivos traslados de las edificaciones y viviendas y, en un segundo momento, el diseño de morfologías urbanas en las que se muestran las primacías del control, las segregaciones y el ahorro de tiempos de trabajo para la industria.

Desde esta lectura del paisaje, en dirección sureste, los componentes principales son la corta de Los Silos y sus edificaciones anexas. La corta comenzó a desmontarse en 1886 y su actividad estuvo presente hasta 1991, pues el cierre definitivo de la mina sucedió en 1995. En un principio, su explotación se realizó mediante el sistema de huecos y pilares a través de minería de interior o contramina, arrancando el mineral “a techo”. Este sistema fue buscando siempre la máxima rentabilidad y, cuando se iba agotando una galería, se rellenaba con material estéril abriendo otra nueva. La forma más segura de dar estabilidad a la explotación fue dejando pilares cuyo material era el propio mineral que, debido a su densidad y dureza, ofrecía una fuerte resistencia y no precisaba de técnicas de entibación. Por tanto, la mina tiene en el interior un sistema de galerías, pozos (acceso o ventilación) o piqueras que conectaban el mineral con la zona de transporte; en definitiva, una fisonomía de interior que nos recuerda a un hormiguero (fig. 5). Este sistema, a finales del siglo XIX, se completó con el de a cielo abierto asociado a la construcción de bancales en la superficie de la corta: estructuras geométricas características de la minería en superficie que aportan una gran solidez, pero, además, el diseño de los mismos se traduce en grados de inclinación de la pared con respecto a la superficie.

Figura 5. Sistema de huecos y pilares. La Zarza. Fuente: Col. de D. Antonio A. Borrero. S/F.

A vuelo de pájaro la forma singular de la corta nos recuerda al número ocho o al símbolo del infinito. Las medidas son: 852 metros de largo y un ancho variable entre los 175 metros de la zona central hasta los 214 metros en poniente y los 317 a levante, con una profundidad de 160 metros, la labor de desmonte ocupó a un gran número de hombres, mujeres y niños.

La mujer estuvo asociada a la minería desde los inicios de la explotación, pero su trabajo siempre estuvo ligado a labores en superficie, en muy pocas o ninguna ocasión la mujer entró en el interior de la mina[5]. Fundamentalmente, el papel de la mujer quedó relegado al plano doméstico, pero en el caso de las viudas que no tenían hijos en edad de trabajar la situación se complicaba, pues eran ellas las que tenían que salir adelante con lo que la compañía denominó “bolsas de caridad”, que no era más que una pequeña cantidad de dinero para invitarlas a salir y abandonar la vivienda que pertenecía a la compañía (A.H.M.T. Legajo 91, 1916-1919)[6]. El destino de muchas mujeres de la industria, cuando quedaron sin padres de familia, fue variando en función de las posibilidades de cada una pero, sin duda, entre las dedicaciones más usuales fueron el estraperlo, la elaboración de cisco, la recogida de leña en el monte, como cuerpo de casa o servicio para los directivos de la mina, en el pequeño comercio o trapicheo como en el caso de las recoveras cuyo oficio de vender huevos en la plaza de Huelva y otras poblaciones les otorgó un apodo (Juana o Josefa la Recova). En definitiva, la vida de la mujer en estos hábitats, estuvo supeditada a los hombres (padres, esposos, hermanos, hijos, directivos), aunque el papel de la misma fue de máxima importancia en muchas tareas relacionadas con el control del cobro del salario del hombre de la mina y la educación de los/as hijos/as, así como en todo lo concerniente al cuidado de la familia extensa. La promulgación de la Ley del Trabajo de Mujeres y Niños de 1900, aprobada el 13 de marzo, en la práctica no supuso grandes cambios en la precariedad del trabajo de unos/as y otros/as, pues en la mayoría de las empresas mineras la Ley no se cumplió, al igual que ocurriera con la anterior llamada Ley Benot aprobada el 24 de julio de 1873 (Vallés Muñío, 2018, p. 306), porque suponían una mano de obra barata que se destinaba a los trabajos más sistemáticos.

Alrededor del gran socavón destacan las instalaciones anexas como los talleres para la reparación de maquinaria exterior, los pozos 3 y 4 y sus castilletes, la planta de decantación de lodos, la trituradora, los silos, la playa de vías y la central eléctrica y su chimenea. La central contaba con una sala de calderas y una zona de carboneras donde se disponía el coque –tipo de carbón utilizado por su poder calorífico– cuyo calor pasaba a los generadores de vapor conectados a las turbinas produciendo el movimiento de los rotores que se dirigía a los alternadores trifásicos donde se creaba la corriente eléctrica. Mientras la mina disponía continuamente de electricidad para su maquinaria, las casas sólo disponían de unas horas que coincidían con la caída de la tarde en invierno o las primeras de la mañana en verano. La central eléctrica y el conjunto de edificios, junto a los castilletes, fueron construidos en el primer cuarto del siglo XX. Los pozos 3 y 4, sobre los cuales se alzan los castilletes construidos en hierro, fueron edificados en 1914. A través de ellos se realizaba la extracción del mineral y se introducían materiales y maquinaria[7], así como la bajada y subida de los hombres a contramina. Fueron construidos por la empresa británica Dorman Lone Co. Ltd. con características idénticas: dos jaulas que funcionaban mediante un cabrestante colocado en la vertical y cuya capacidad de extracción era de 1.000 toneladas diarias (Pinedo, 1963).

Fuera de este conjunto, pero dentro del límite más alejado de este plano medio, destacan las trincheras del ferrocarril horadadas en el cerro. Sus huellas nos atestiguan la importancia de un elemento como el tren que enlazaba la mina de La Zarza con Tharsis y, desde este último, a Corrales donde se disponía el muelle de la compañía británica. El tren es uno de los elementos colonizadores más potente, pues no sólo favorecía la salida y entrada de materiales, sino que su ejecución llevó aparejado una importante extensión de terrenos adquiridos por la compañía propietaria de este medio a través de compras muy provechosas. Asimismo, su labor como elemento de articulación territorial favoreciendo el movimiento de personas, se convirtió en un símbolo tecnológico, económico y de poder. Visualmente, este transporte en el que se disponían vagones de 1ª, 2ª y 3ª clase, recordaba la segregación social imperante en estos núcleos de origen colonial. El ramal de La Zarza se inauguró el 29 de octubre de 1887 y tuvo actividad hasta 1992, con un trazado de 30 kilómetros de longitud y un ancho de vía de 1,22 metros. El recorrido completo tenía asignadas unas estaciones que, al no estar concebidas para viajeros, distaban de los núcleos de población entre 2,5 y 3,5 km. En la prensa británica quedó recogida la ceremonia de su inauguración el sábado 29 de octubre de 1887 (Archivo de Prensa Británica, “Glasgow Herald”, 8 november, 1887, p. 11) (fig. 6).

Figura 6 Componentes principales del plano medio: Castillete (1), Chimenea central eléctrica (2), Planta de decantación de lodos (3), Silos (4) y Trincheras FF.CC (5). Fuente: Fotograma Proyecto La Zarza-Perrunal del IES Diego Macías, 2022.

En el plano panorámico, el caserío de Calañas del que sólo se visualizan sus perfiles y, en la perpendicular de la mirada, El Morante (417 m.s.n.m.) con su morfología quebrada. En él existen restos de hábitat medieval de lo que parece ser una torre almohade denominada “la casa de la reina”, cuya fortificación aprovechó lo irregular del terreno y su altura como zona de vigilancia desde el siglo XII. El origen de Calañas nada tuvo que ver con la minería, pues su devenir histórico como municipio se remonta mucho más atrás, pero el efecto de la minería no dejaría de lado al municipio calañés, y como el fandango es una historia “chica” con principio y con final, así se cantaba este crecimiento tras el despertar de la minería:

Calañas ya no es Calañas,

Calañas ya no es Calañas,

que es un segundo Madrid,

quién ha visto por Calañas

pasar el ferrocarril

¡ay! a las dos de la mañana.

(Fandango estilo calañés. Fuente: tradición popular)

Los componentes principales de la lectura del paisaje en dirección noroeste se centran en el núcleo urbano de La Zarza. El desarrollo urbanístico de este nodo va a responder, fundamentalmente, a las necesidades de la empresa y la actividad económica imperante: la minería. De tal modo que, en su disposición contarán tres criterios básicos y típicamente coloniales: la cercanía a los centros de trabajo para el ahorro de los tiempos en la industria, la jerarquización de los espacios o distribución barrial en función del organigrama empresarial y la dotación de equipamientos urbanos para la rápida implantación y su consolidación obedeciendo a las políticas paternalistas de la compañía. En base a estos tres factores el núcleo minero va a ir creciendo y decreciendo siempre supeditado a las necesidades de la industria.

A través de esta imagen y atendiendo a los planos del anterior apartado de límites se puede observar cómo las edificaciones más antiguas se van abandonando de forma paulatina, de manera que algunas ya no existen, otras subsisten en malas condiciones de conservación o, incluso conservadas, han perdido el uso original para el que fueron construidas. La primera fase constructiva la situamos entre finales del siglo XIX y la década de los años veinte-treinta del siglo XX. A partir de estas fechas y hasta la década de los años cincuenta-sesenta del siglo XX se sitúa la segunda fase, y la tercera sería a partir de estas últimas décadas en la que se construirá muy poco.

En el plano corto, siguiendo las cotas altas del Alcornocoso, destaca la ausencia del llamado barrio “calle Málaga”, que constituía una de las zonas residenciales de cuartos mineros, cuya disposición era similar a los cuarteles militares, edificados siguiendo la orografía del terreno y dispuesto en tres hileras (Málaga, Huelva y Cádiz). Se asemejaban a longuerones guardando una distancia prácticamente idéntica entre ellos, generando un ancho de calle pensado para sofocar cualquier conato de huelga por las fuerzas de seguridad. De planta cuadrada, en ellas sólo se disponía de dos habitaciones: una para descansar y otra a modo de salón, con un doblado que aliviaba la estrechez del espacio. La cocina se situaba en frente, de unos escasos 8 metros cuadrados, incluso menos, que no disponía de agua corriente, sólo de una chimenea y un poyo de mampostería. La edificación fue realizada con materiales sencillos de la zona, tipo pizarra, sin ningún adorno constructivo y una superficie total que variaba entre los 22 y 36 metros cuadrados.

Este barrio llegó a albergar entre 1.000 y 1.500 personas, pero en la década de los años cincuenta del siglo XX la compañía construyó una planta experimental diferencial donde se extraía el plomo, el cobre, el zinc, el oro y la plata de algunos polimetálicos, utilizando un sistema de precipitación con reactivos químicos que ocasionó malestar entre sus habitantes. Al mismo tiempo, la cercanía de una cantera que continuamente era dinamitada para obtener material de relleno produciendo vibraciones, junto a los gases tóxicos de la planta, terminaron por propiciar el desplazamiento de los vecinos en una zona más alejada (Testimonio oral de D. José Monterde). Sin embargo, aún perduran en las faldas del Alcornoso, los zócalos sobre los que se asentaron las viviendas, lo que nos recuerda la primacía de la industria sobre el propio hábitat.

En el plano más cercano a la corta permanecen los edificios emblemáticos como el mercado de abastos[8] (1880). Este fue concebido como espacio dotacional de alimentos y, junto a él, también se encontraba el economato. La empresa había diseñado, como en otros nodos poblacionales de corte colonial, un sistema por el que el salario percibido volvía a revertir a través de la adquisición de bienes en la propia compañía. Se trataba de una economía circular pensada y diseñada por un sistema de autarquía económica en el que la empresa se situaba en el centro facilitando con ello su control sobre bienes y personas.

Por último y dentro de este primer plano, otro de los edificios significativos fue la casa de pago que, junto con el anterior, serían los espacios más feminizados donde la mujer tenía un papel muy relevante. La casa de pago era una pequeña edificación, similar a la que se construyó en el núcleo de Tharsis y Corrales –también pertenecientes a la compañía–, donde los días de cobro había enormes colas de mujeres desde primera hora de la mañana para recibir el salario, porque de forma muy temprana, se había impuesto que sólo fuesen las mujeres quienes podían percibirlo. Para ello, en sus ventanillas se hacía entrega de la denominada cartilla[9], donde se anotaba la cantidad y el día de cobro de manera semanal. Este sistema aseguraba el buen empleo del salario, pues la mujer era la verdadera gestora de la economía familiar, mientras que, en el caso del hombre, dada su inclinación a la bebida, había un riesgo real de malgastar lo ganado.

Dentro del plano medio (Ver fig. 8), un elemento de articulación del espacio y la segregación del mismo en función del organigrama empresarial fue el paseo. Desde el mercado de abastos hasta el casino se encuentran, en dirección este-oeste, los siguientes edificios construidos en su mayoría en la primera fase: Mercado de Abastos (siglo XIX), Paseo (siglo XIX), Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1ª mitad del siglo XX), Templete de la Música[10] (siglo XX), Casino (siglo XIX) y Escuelas (siglo XIX).

Figura 7. Plano corto con los elementos constructivos más destacables: mercado de abastos con sus casas tiendas y su zona central (1), la casa de pagos (2), las calles próximas compuestas por cuartos mineros sencillos y los garajes, muchos de ellos, utilizados para las matanzas caseras (3). Fuente: Col. de D. Antonio A. Borrero S/F.

Figura 8. Plano medio donde destaca el paseo, alrededor del cual se organizan los edificios principales como el casino (1), las antiguas escuelas (2), hoy sede del consistorio municipal, la iglesia (3) y, al otro lado de la vía de comunicación, se sitúan el actual mercado de abastos (4) y el cine-teatro (5). Fuente: Fotograma del Proyecto La Zarza-Perrunal del Aula de Cine del IES Diego Macías, 2022.

En dirección norte-sur el paseo marca la diferencia entre la zona alta ocupada por las Oficinas Principales, las Casas del Staff Británico, la Casa de Huéspedes y el Club Inglés, edificados en el siglo XIX. En una cota inferior se sitúan las viviendas para trabajadores, mientras que en el propio paseo se sitúan las destinadas a mandos intermedios, de mayor tamaño, con zona ajardinada y elementos ornamentales. En el límite de este plano medio destaca la construcción del cine-teatro, dotación del siglo XX, que aparece como consecuencia de la importancia que adquiere la cultura y alfabetización en estos núcleos coloniales.

El plano alejado se cierra al norte con la Sierra de los Cerrejones y su pinar de repoblación que es el límite físico y geográfico del municipio. En su falda, el característico Barrio Modelo edificado en la segunda fase, y dotado de viviendas con jardín y huertos cuyas fachadas nos remiten a un periodo de esplendor.

4.3. Atributos

El núcleo minero de La Zarza se caracteriza por su linealidad y visibilidad completa desde los altos próximos, donde se sitúan las viviendas y edificios de la clase dirigente, localizados idealmente para mostrar y ejercer el control. La segregación espacial fue espejo del propio organigrama empresarial, de manera que los barrios donde se alojaba la clase trabajadora –en la parte baja del núcleo–se mantenían separados de la clase dirigente obedeciendo a los patrones de asentamiento de tipo colonial.

Asimismo, el patrón de ejecución de los barrios para alojar a la clase obrera utilizó técnicas constructivas sencillas sin ornamentación, donde fue usual la repetición vivienda-tipo sin elementos distintivo homogeneizando sus zonas residenciales. La disposición de las viviendas –tipo cuartel– eran distribuidas en hileras aprovechando al máximo el espacio habitacional, muy reducido para las familias extensas que solían residir en ellas. Los espacios intersticiales que se dejaban entre las hileras tenían el suficiente ancho para que los cuerpos de seguridad pudieran entrar a caballo o a pie y reducir cualquier intento de huelga, primando siempre el control sobre el bienestar habitacional.

En definitiva, el plano urbano respondía a la priorización de lo productivo frente a la vida cotidiana de los productores o colonizados, a quienes –por un lado– se podían controlar con relativa facilidad y –por otro– se les dotaba de servicios básicos para asegurar una cierta calidad de vida frente a la dureza del trabajo. De este modo, a pesar la dimensión del núcleo, se dotó de casino para el ocio controlado de trabajadores, hospital para atender los accidentes mineros, escuelas para la alfabetización de los recursos humanos –tan importante para realizar los trabajos con garantías (por ejemplo: leer las señales de peligro)–, bibliotecas, mercado y economato, asegurando el uso de los comestibles necesarios para mantener el ritmo energético que demandaba el propio trabajo, dotación de huertos para evitar las estancias prolongadas en lugares ociosos o el cine-teatro como espacio para la cultura y la distracción de la masa trabajadora. En suma, una política paternalista impregnó el conjunto de dotaciones sociales.

Junto a todo lo anterior, otro de los atributos es la cercanía de las zonas residenciales a los tajos de trabajo en una búsqueda para reducir los tiempos, siempre en el contexto de obtener la máxima rentabilidad tanto de la mano de obra como de las inversiones realizadas para el alojamiento de los mineros y sus familias.

El paisaje de este núcleo minero posee los atributos más recurrentes de los poblamientos coloniales donde control, rentabilidad y segregación social están presentes en su concepción, diseño y factura. La implantación y desarrollo de estos poblados y su asentamiento prolongado en el tiempo han constituido en este territorio una especie de caleidoscopio que permiten comprender ese hibridismo donde tradición y modernidad, artesanía e industria, tecnología y arraigo identitario conviven. En definitiva, un territorio en tensión donde los contrarios alcanzan su cénit, pues los binomios aparentemente contrapuestos como control-descontrol, hábitat-trabajo, tecnología-medioambiente, hombre-máquina, rural-urbano, orden-huelga, tradición-modernidad y vida-muerte acaban conformando un complejo sistema.

Por último, el paisaje de la corta de los Silos representa la hondura y lo temido y es, en suma, un paisaje inquietante. Tal y como afirma Ruiz (2001, p. 28), “no puede ser calificado de bello, sino de extraño”. Asomarte a ella es tratar de entender la razón umbilical de esta herida y su relación con los hombres; un microcosmos con una dialéctica en tensión sobre la necesidad del trabajo frente a la necesidad de la vida. Una intrahistoria donde muchas de las experiencias vivenciales surgen en el seno de galerías y pozos, donde quedarán sin posibilidad de subir a la superficie. Esta intervención humana frente a la naturaleza, que se realiza con conocimiento y tecnología, deja visible un paisaje de forma desgarradora y casi impúdica, comúnmente ocultado por la naturaleza donde lo químico toma un protagonismo rotundo a través de reacciones, de formas nuevas, de lo ordenado y lo experimental y generando un oxímoron de la oscuridad metálica de brillo.

4.4. Núcleo de sentido

La mina es un binomio constante entre contrarios y complementarios, como espacio proclive a la contradicción. Del mismo modo que la peligrosidad de la misma puede quitar la vida, la vida se entrega por y para ella. Es sustento y felicidad, amargura y llanto, risa y pena y un sinfín de aparentes contrapuestos que inundan todas sus manifestaciones. La pertenencia a ella tiene una urdimbre entre lo que se admira y lo que se teme y, en este sentido, no hay mayor exponente que su cante para dar cuenta del núcleo de sentido de un territorio que siempre halla su propia identidad en lo liminar. De ahí que este código QR (fig. 9) nos permita a través del audio que contiene la interpretación de este cante, entender a qué nos estamos refiriendo.

Cuando bajas a la mina,

minero dime qué sientes,

cuando bajas a la mina,

cuando se te pierde el cielo,

cuando la luz agoniza,

dónde estarán tus anhelos.

Figura 9. Fandango Minero por Huelva. Interpretado por Coronada Alonso Gil para esta investigación.

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[1] A la par transitan costumbres, ideas, educación, valores, etc. que se categorizan de forma distinta en el contexto de la mentalidad colonial, para la cual todo lo emanado de la colonia será inferior a lo aportado por la metrópoli, justificando así el dominio que ejercen las segundas (sociedades avanzadas-superiores) sobre las primeras (sociedades retrasadas-inferiores); una justificación que, posteriormente y especialmente en el mundo anglosajón, se ha concretado en el concepto de darwinismo cultural.

[2] Nos han acompañado para compartir y hacer converger miradas disciplinares a este paisaje el geógrafo Dr. Jesús Monteagudo, la geógrafa Dra. Águeda Villa, la pintora Dra. Carmen Andreu, el arquitecto técnico Dr. Rafael Llácer y los escritores D. Manuel Moya y D. Juan Villa.

[3] El denuncio es, en derecho minero, el acto de poner en conocimiento de la autoridad minera el abandono de una mina, con el fin de obtener su concesión.

[4] Anterior a la mecanización de la minería en los años 60 del siglo XX, los animales de tiro tuvieron un papel fundamental en el desarrollo y explotación de la minería a finales del siglo XIX, si bien sus vidas fueron durísimas. Según testimonios orales, estos animales desarrollaban largas jornadas superiores a las siete horas de trabajo. Este ritmo solía acortarles la esperanza de vida o la vida útil para seguir trabajando; por tanto, cuando el animal estaba demasiado castigado o enfermo, la solución para acabar con su sufrimiento, era introducirle un cartucho de goma2 en los oídos produciendo su muerte inmediata. El cuerpo de los animales era, en muchas ocasiones, despeñado por los vacíes o las cortas, y, según las voces más antiguas del pueblo, nunca llegaban a tocar fondo. La precariedad en la alimentación y la falta de carne y proteínas para seguir con el duro trabajo de la mina animaba a los operarios a descuartizar el animal, incluso, en su caída.

[5] En el devenir histórico del núcleo minero de La Zarza las mujeres siempre estuvieron, según las escasas fuentes de las que se disponen, en labores relacionadas con las teleras, la cementación y el desmonte como barcaleadoras. Sin embargo, el encierro de 1987 en el pozo Algaida, en el piso 18, fue una huelga secundada por una mujer, Mª del Carmen Díaz Naranjo, entrevistada para esta Tesis Doctoral. Ella misma nos narraba su experiencia muy emocionada, porque supuso un importante logro apoyar aquel encierro junto a sus compañeros. Nos reconoció que durante aquellos días, pasó miedo porque en las galerías corrían enormes ratas, pero sus propios compañeros le ofrecieron dormir aquellos largos diez días encima de una mesa sobre la que dispuso un colchón. Ella era miembro del comité de empresa y enfermera de la compañía, pero no dudó en apoyar aquellas peticiones. Aún hoy, cuando lo recuerda, nos dicesegura de sí misma: “lo volvería a hacer una y mil veces porque ha sido una de las experiencias más bonita de mi vida” (Testimonio oral de Dña. Mª del Carmen Díaz Naranjo. La Zarza-Perrunal).

[6] En el Archivo Histórico de Minas de Tharsis (Legajo 91) la correspondencia privada entre W.P. Rutherford (Director General de la Compañía) y Daniel Aird (Directivo en Minas en Tharsis) entre 1916 y 1919, nos revelan varios casos de viudas en las que el director le pide a su hombre de confianza que, en el caso de no tener hijos en edad de trabajar (14 años), les dé una bolsa de caridad y se las invite a salir para dejar la vivienda libre. Esta política de reposición de mano de obra entre los miembros de la familia fue generalizada en los núcleos mineros, de manera que la empresa siempre reclutaba a los “hijos de” creando lazos irrompibles y una altísima dependencia de la compañía obedeciendo a las directrices marcadas por el sistema paternalista.

[7] La maquinaria que descendía a la mina se hacía mediante su desmonte inicial. Una vez colocada en el lugar donde tenía que dar el servicio, la máquina quedaba fijada y, a pesar del cese de su funcionamiento, jamás volvía a retirarse de ese sitio. Así, la vida productiva e improductiva de la maquinaria permanecía para siempre en las galerías. De manera que las viejas galerías de la mina deben guardar un extensísimo testimonio sobre sus útiles, una especie de galería museística donde contemplar la arqueología industrial que permitió, en otros tiempos, vaciar de mineral sus entrañas (Testimonio oral de José Monterde Ruiz. La Zarza-Perrunal).

[8] El edificio del mercado se encuentra catalogado en el expediente de “Sitio Histórico” de la Cuenca Minera de Tharsis y La Zarza como Bien de Interés Cultural desde 2014, sin embargo, en la actualidad permanece sin actuación de conservación y ha perdido su uso primigenio

[9] Las cartillas para el cobro del salario se utilizaban para anticipos o hacer compras en el economato. Las mujeres madrugaban para dejar su cartilla lo antes posible y ser atendidas. Este documento también fue otro de los mecanismos de control pues en él se reflejaba los ingresos y los gastos.

[10] La primera agrupación musical en La Zarza se crea en 1902 y, a partir de ahí, se mantiene en el tiempo teniendo una importancia fundamental con su actuación todos los domingos en el templete de la música mientras las personas paseaban el día de descanso por la tarde animando a cuantos paseantes circulaban por él.