Núm. 50 (2023) ■ 331-360

ISSN: 0210-7716 ■ ISSN-e 2253-8291

https://dx.doi.org/10.12795/hid.2023.i50.13

Recibido: 23-04-2022; Aceptado: 24-06-2022; Versión definitiva: 27-06-2023


LAS ENTRADAS REALES EN SEVILLA DURANTE LA BAJA EDAD MEDIA. UNA APROXIMACIÓN A PARTIR DE LAS FUENTES CRONÍSTICAS[1]

THE ROYAL ENTRIES IN SEVILLE DURING THE LATE MIDDLE AGES. AN APPROACH BASED ON CHRONISTICAL SOURCES

Jimmy Noah N’Gom Pedrosa

Universidad de Sevilla

jimmypedrosa2000@gmail.com | https://orcid.org/0009-0008-4067-9050

Resumen: El presente trabajo tiene como objetivo hacer una aproximación a las entradas reales que tuvieron lugar en la ciudad de Sevilla durante la Baja Edad Media, desde la conquista cristiana de 1248 hasta el reinado de los Reyes Católicos. La visita del rey a la ciudad y su recepción supusieron el desarrollo de un ceremonial que varió a lo largo de los siglos medievales. Por ello, además de explicar los distintos tipos de entradas reales que podemos observar durante este período, ofrecemos un recorrido histórico-descriptivo de estas manifestaciones ceremoniales durante los sucesivos reinados, lo que nos permite observar de forma cronológica su evolución y variación.

Palabras clave: entradas reales; ceremonial; celebraciones; comunicación política; Baja Edad Media; Sevilla.

Abstract: The aim of this paper is to examine the royal entries that took place in the city of Seville during the Late Middle Ages, from the Christian conquest of 1248 until the reign of the Catholic Monarchs. The king’s visit to the city and his reception involved the development of a ceremonial that varied throughout the medieval centuries. Therefore, in addition to explaining the different types of royal entries that we can observe during this period, we offer an historical-descriptive tour of these ceremonial manifestations during the successive reigns, which allows us to observe chronologically their evolution and variation.

Keywords: royal entries; ceremonial; celebrations; political communication; Late Middle Ages; Seville.

1. Introducción

A diferencia de otros acontecimientos festivos que se desarrollaban en la ciudad de Sevilla durante el calendario anual, las celebraciones vinculadas al poder monárquico se revistieron de un carácter más extraordinario[2], lo que puede explicarse por dos motivos:

Todo esto condicionó el número de manifestaciones festivas relacionadas con la realeza que ocurrieron en la ciudad hispalense a lo largo de la Baja Edad Media. Pese a la dificultad de obtener descripciones completas y detalladas en las crónicas y fuentes primarias de la época[4], hemos de decir que hay mayores datos que para el resto de las ciudades del sur peninsular, debido –en buena parte– al elevado número de veces que los monarcas se dignaron a visitar la urbe, unido a haber sido protagonista de relevantes acontecimientos políticos.

Podríamos decir que las entradas reales en las distintas ciudades castellanas han dejado un mayor número de testimonios en las fuentes en comparación con otras ceremonias de la realeza, lo que nos permite la posibilidad de estudiar su desarrollo. Debemos considerar este hecho, la visita de un rey a una ciudad, como algo fundamental en la vida urbana[5], puesto que las ciudades se transformaban y se adecentaban para recibir a su morador más ilustre, al igual que ocurría en la festividad del Corpus Christi con respecto a Jesús sacramentado. Ambos, el rey celestial y el terrenal, pasearían por las calles de la ciudad, que, debido a la importancia de tal acontecimiento, debían lucir sus mejores galas.

Las entradas reales supusieron un desarrollo ceremonial complejo en el que se manifestaban numerosas ideas políticas y sociales. Por ello, coincidimos con Raufast Chico en que:

[…] a pesar de las numerosas y variadas definiciones que han sido sugeridas en relación a dichos eventos –“contrato feudal”, “acto de sumisión”, “ceremonia de inauguración” o “contrato social”, por citar tan sólo algunos ejemplos–, ninguna de ellas, sin dejar de ser esencialmente cierta, resulta satisfactoria por entero, incapaz de integrar conceptualmente los múltiples elementos que confluyen en la escenificación de la entrada solemne del monarca en las ciudades de finales de la Edad Media[6].

Al menos para el caso de Sevilla, nos atreveríamos a decir que ninguna otra celebración supuso un Hecho Social Total, tal y como diría Mauss[7], de tal calado como las entradas reales. Estos eventos, cuando desplegaban todo su aparato ceremonial, iban más allá del aspecto institucional para mostrar la articulación de la sociedad medieval. No es que únicamente participara la comunidad, sino que encontramos presente desde los grupos sociales inferiores hasta el último resquicio de poder representado por el rey, que no únicamente era acompañado por el clero y la nobleza local, sino también por los altos prelados y los grandes hombres del reino. Si observamos la estructuración de los actos de las entradas, vemos que nos ofrecen información social, política, económica y religiosa. Nieto Soria llega a denominar al fenómeno de las entradas reales como “espectáculo dramático”[8].

Partiendo de la base de que no todas las entradas reales tenían un mismo desarrollo, sí que podemos hacer una subdivisión general[9]:

A esta triple tipología habría que añadir la recepción de representantes de otros estados, especialmente reyes, para los cuales las ciudades también desplegaban todo un repertorio ceremonial. También estaría la venida a la ciudad de reyes que ya la habían visitado, lo que sería una segunda entrada o sucesivas –aunque según la documentación, muy pobre detallando estas otras entradas, parece que no se preparaban con el mismo esmero–. Afortunadamente, de todo ello tenemos ejemplos en la ciudad de Sevilla.

A lo largo de la Edad Media las entradas reales fueron variando, haciéndose cada vez más complejas, pasando de unas celebraciones más simples en una primera época, hasta el siglo XIV, a una segunda etapa a partir de entonces en la que aumentó la espectacularidad y la pormenorización del protocolo[13]. Para finales de la época bajomedieval hay una serie de principales elementos sintetizados por Rosana de Andrés Díaz –aunque no todos estaban siempre presentes–, tales como el recibimiento fuera de la ciudad con el correspondiente juramento del monarca, recibimiento de obsequios, visita al templo mayor de la ciudad, cena y festejos de duración variable[14].

2. Las entradas reales en la ciudad de Sevilla

2.1. La entrada real de Fernando III

De sobra es conocido el largo y difícil asedio al que se vio sometida la ciudad de Sevilla durante la conquista cristiana, puesto que desde que el rey estableció su campamento en Tablada en verano de 1247 tuvo que esperar para la caída de la ciudad hasta otoño de 1248, un lapso de tiempo en el que se produjo una verdadera guerra de desgaste[15].

La rendición se produjo el 23 de noviembre de 1248, festividad de San Clemente y fecha de cumpleaños del hijo del rey, el por entonces príncipe Alfonso, que le había acompañado en la conquista de la ciudad. En esa jornada, el Alcázar fue dado a los cristianos, ondeándose la seña real desde lo alto del alminar de la que por entonces era la mezquita aljama[16], la cual pasaría a convertirse en catedral, o bien desde la propia torre del Alcázar fazíendo todos los cristianos «Dios ayuda», et dando gracias al Nuestro Sennor[17]. Tras el plazo otorgado por el rey a los moros para vender aquello que no pudiesen transportar y para facilitarles la salida de la ciudad, Axataf entregó las llaves de Sevilla a Fernando III, concretamente en la festividad del traslado del afamado santo Isidoro de Sevilla, que había sido arzobispo hispalense en época visigoda, a León, el 22 de diciembre[18].

La Crónica General informa de los detalles de la entrada del rey a la ciudad, que se habría producido –vista la fecha de la entrega de las llaves– en momentos posteriores a la rendición, cuando la Catedral ya estaba consagrada:

Dia era de la traslación de sant Esidro de León, arçobispo que fue de Seuilla –en la era de mili et dozientos et ochenta et seys, quan do andaua el anno de la Encarnaçion del Nuestro Sennor Jeshu Cristo en mill et dozientos et quarenta et ocho– quando ese noble et bienauenturado rey don Fernando, de que la estoria tantos bienes a contado, entró en esa dicha noble cipdat de Seuilla, capital de todo ese sennorio del Andalozia, o fue reçebido con muy grant procesión de obispos et de toda la clerizia et de todas las otras gentes, con muy grandes alegrias et con muy grandes bozes, loando et bendiziendo et dando gracias a Dios, et alabando los fechos del rey don Fernando; et entro asi desta gisa ese bienauenturado rey don Fernando dentro en la yglesia de Sancta Maria. Et esa procesión fezo ese dia con toda la clerizia don Gutierre, un noble perlado que era eleyto de Toledo; et canto y misa a ese noble rey don Fernando et a todo el otro pueblo délos cristianos que eran y[19].

Como podemos observar, nos encontramos ante una fantástica descripción que ofrece algunos detalles que deberían ser comentados. Ya observamos varias de las características que veremos en entradas reales posteriores, como son la presencia de personajes eclesiásticos recibiendo al rey o el cortejo que parte con dirección al templo mayor de la ciudad. También resulta importante la remarcación de la alegría y el regocijo popular, que será una nota presente en todos los eventos de este tipo.

Especial atención merece el hecho de la conversión de la mezquita aljama en iglesia mayor de la ciudad, bajo la advocación de Santa María de la Asunción[20]. En este caso se siguió un ceremonial que ya estaba presente en Castilla desde hacía mucho tiempo atrás, consistente en una serie de fases “inmediatas e imperativas”[21]:

También llama la atención que en el testimonio primario de época alfonsí de la entrada de los cristianos en la ciudad no se menciona la intervención de la Virgen de los Reyes, teniendo en cuenta que su presencia sí fue tenida en cuenta en relatos posteriores. Jerónimo Müntzer, en su venida a la ciudad de Sevilla a finales del siglo XV, relata la devoción que sentía Fernando III por la imagen de Nuestra Señora de los Reyes –que desde la época fernandina ocupaba el altar de la Capilla Real–, mandada según él a hacer por el propio rey que, durante el asedio o cerco de conquista, habría recibido una revelación mariana en sueños que le prometía la victoria y la toma de la ciudad a cambio del culto ferviente a esta piadosa imagen[22]. Este relato sobrenatural puede deberse al desarrollo de una tradición oral, que pudo partir del propio entorno cortesano[23], permaneciendo en la memoria de los fieles durante generaciones[24].

2.2. La entrada de Sancho IV

La visita de Sancho IV a Sevilla tras su coronación en Toledo en 1284 hay que contextualizarla en la necesidad de asentar su poder en Andalucía, tras el vacío de poder existente desde la muerte de Alfonso X y el peligro que suponían sus hermanos Juan y Jaime como posibles adversarios al trono, teniendo en cuenta el desheredamiento que el Rey Sabio hizo sobre su hijo Sancho[25].

Si atendemos a la crónica del rey, nos percatamos de la escasez de la información. Únicamente menciona lo siguiente:

É, en tanto que este mandado ovo el rey don Sancho, tomó su camino para allá, é llegó á Córdoba; é desque sopo el infante don Juan é los otros que estaban en Sevilla quel rey don Sancho estaba en Córdoba, viniéreonse luego para él, é tomáronlo por rey é por señor; é luego salió el Rey dende con todas estas gentes, é fuese para Sevilla, é luego le tomaron los de Sevilla é de su reino por rey é por señor[26].

De este modo, no encontramos ninguna referencia al desarrollo ceremonial que pudo tener la entrada del nuevo rey en la ciudad. Sin embargo, gracias a una fuente musulmana, del historiador egipcio Muhyî al-Dîn Ibn al-Zâir (1223-1293), conocemos más detalles. Se trata de un texto narrado desde la perspectiva de los embajadores que se encontraban en Sevilla desde principios de 1283, al servicio del sultán mameluco Qalâ’ûn[27]. Por tanto, llegaron cuando Alfonso X todavía contaba con vida, esperando posteriormente poder entrevistarse con el nuevo rey.

La llegada de don Sancho y su mujer, con la consiguiente entrada solemne en la ciudad y la celebración religiosa en la Catedral, tuvo que ocurrir sobre el 24 de junio de 1283[28]. Por lo que se nos relata, parece como si hubiese una especie de nueva coronación en la Catedral tras atravesar las murallas y recorrer un itinerario en el que el rey iba investido de poder, pero realmente lo que se realizaría sería un ritual simbólico en el que el monarca, portando las insignia regalia, mostraría una escenificación de poder real en un marco ideal para lanzar un mensaje propagandístico y legitimador: la Capilla Real, donde se encontraban los restos de los dos monarcas antecesores. Tras esta ceremonia, salió en comitiva con atambores y banderas desplegadas, yendo el portaestandarte de nuestro señor el sultán en cabeza, y así recorrió la ciudad[29]. Más que la entrada real en la ciudad, lo que se nos narra es la procesión tras la parada religiosa en el templo catedralicio, posiblemente con destino al Alcázar.

2.3. Las entradas de Alfonso XI

La primera constancia la tenemos para el año de 1327, por lo que hacía escaso tiempo que el rey había salido de la regencia. La venida a Sevilla[30] tuvo lugar tras el nombramiento como maestre de la Orden de Santiago[31] de Vasco Rodríguez de Cornago[32].

Destaca en las fuentes cronísticas la loa a la ciudad de Sevilla, considerada de tal nobleza que sabe muy bien acoger et rescebir su Señor al tiempo que y viene rescebieron al Rey con grand placer et con muchas alegrías[33]. En efecto, esto demuestra la gran solemnidad con la que fue recibido, puesto que los hombres de la ciudad habían padecido los problemas de las tutorías del rey, por lo que vieron en la venida de la figura del monarca la salvación a todos esos problemas de años atrás[34].

Ese sentimiento de alegría es visible en el regocijo popular, con muestras de contentamiento en numerosos puntos de la ciudad, sucediéndose la música, las danzas o las actividades lúdico-festivas, destacando la simulación de actividades bélicas, al modo de las antiguas naumaquias romanas, tal y como podemos observar:

Et en este rescebimiento ovo muchas danzas de hombres et de mugeres con trompas et atabales que traían cada unos dellos. E t otrosí avia y muchos bestiales fechos por manos de ornes que parescian vivos, et muchos caballeros que bohordaban á escudo et lanza, et otros muchos que jugaban la gineta. Et por el rio de Guadalquevir avia muchas barcas armadas, que jugaban et facían muestra que peleaban; et avia en ellas trompas et atabales, et muchos estormentos otros con que facían grandes alegrias[35].

Poseemos un dato muy interesante, y es la mención al primer uso del palio en una entrada real[36], al menos en la ciudad de Sevilla, elemento que se convirtió en un recurso presente en posteriores recibimientos de los monarcas castellanos:

Et ante que el Rey entrase por la ciubdat, los mejores hombres, et caballeros, et ciubdadanos descendieron de las bestias, et tomaron un paño de oro muy noble, et traxieronle en varas encima del Rey[37].

Tenemos noticias del cuidado engalanamiento de las calles de la ciudad, repletas de ricos paños que adornaban las fachadas de las casas, de materiales tan nobles como el oro y la seda, unido al empleo de plantas aromáticas esparcidas por el suelo, sobre las que pisaría la comitiva real, teniendo en cuenta que en cada una de las casas destas calles posieron cosas que olían muy bien, las mejores que pedieron aver[38]. Es posible que el desarrollo de esta entrada real influyese más adelante en el engalanamiento de las calles para otras festividades, como posteriores entradas reales o la propia procesión del Corpus Christi, habida cuenta de que tal magnificencia era motivo de inspiración.

El último detalle que tenemos es la participación en esta entrada real de moros que estaban al servicio del rey[39]:

Et en este día que el Rey entró en la ciubdat falló y á Don Abrahen fijo de Ozmin; et porque bebía él vino, llamábanle Abrahen el beodo: et venian con él pieza de caballeros Moros á servicio del Rey, et saliéronlo á rescebir fuera de la ciubdat. Et este rescebimiento del Rey fué fecho con grand placentería, et lo mejor et más honradamiente que los de la ciubdat lo pedieron facer. Et pues el Rey es llegado á la muy noble ciubdat[40].

Sevilla estaría en esos momentos rebosante de grandiciisima opulencia, llena de nobleza, y llena de Pueblo, con la fertilidad de los campos, y con la ayuda del comercio de Naciones extranjeras, abujante y rica[41].

Este escenario festivo debió sorprender a sus contemporáneos, tal y como ha quedado constatado en las fuentes, atribuyéndosele a los cortesanos que volvían de la ciudad el elogio: Quien no vio a Sevilla, no vio maravilla y A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer[42].

Avanzando en el tiempo, en 1336 tuvo lugar un conflicto con el reino de Portugal, debido al temor de Alfonso XI de la intervención portuguesa en los conflictos del rey con la nobleza castellana. La negativa del rey de Castilla al ultimátum de Alfonso IV de Portugal de entregar a Constanza Manuel, que iba a ser casada con el infante don Pedro de Portugal –rompiendo un acuerdo anterior, mediante el cual la prometida iba a ser Blanca de Castilla–, hizo que el portugués desplegara las tropas en la frontera y una armada de galeras[43].

En 1337, fueron vencidos el Almirante et los de la flota del Rey de Portogal, et preso Manuel Pezano et Carlos su fijo, capturando ocho galeas de las de los Portogaleses, et anegadas seis: et murieron muchas gentes de amas las partes[44]. El almirante Alfonso Jufre volvió por mar hasta Sanlúcar de Barrameda y remontó el río Guadalquivir, notificando al rey su venida a Sevilla, para la cual se preparó un recibimiento en el que estaba presente el rey, et iban con el Rey el Arzobispo de Remes, et el Senescal de Francia, que avian venido con mandaderia del Rey de Francia sobre las posturas que eran firmadas entre estos Reyes[45].

Las flotas llegaron a Sevilla exhibiendo el triunfo sobre los portugueses, en una auténtica ceremonia política donde se exaltaba la victoria castellana, como en el hecho de arrastrar el pendón del rey de Portugal –símbolo fundamental del poder monárquico y de la figura del rey– por el agua, y la posterior exhibición en el templo mayor de la ciudad, lo que sería una humillación para los portugueses presentes:

Et quando la flota del Rey llegó á Sevilla, traían las galeas que tomaron de Portogal atadas la una á la otra: et venian en ellas el Almirante de Portogal et su fijo, et los otros que fueran presos en aquella pelea, todos atados en sogas á las gargantas. Et el pendon del Rey de Portogal, que decian el estandarte, atado en la galea que fué del Almirante del Rey de Portogal, ct traíanlo baxo rastrando por el agua. Et el Rey mandólo tomar de allí, et mandó que lo fuesen poner colgado en la Iglesia mayor de Sancta María de Sevilla, dando gracias á Dios por la merced que le avia fecho[46].

Parece ser que ese estandarte real permaneció durante muchos años en la Catedral de Sevilla como trofeo, celebrándose solemne fiesta en el templo porque la vitoria fue de notables, y muy importantes consequencias[47].

En 1340 hay de nuevo un recibimiento en Sevilla. Alfonso XI había solicitado la ayuda al rey de Portugal Alfonso IV para participar en las fuerzas que se enfrentarían a los benimerines en Tarifa, que habían tenido una victoria naval sobre la flota de Castilla comandada por el almirante Jofre Tenorio.

Sevilla sería la ciudad en la que se encontrarían las tropas castellanas y portuguesas, para partir juntas hacia Tarifa. Así, tenemos que:

El Rey de Portogal movió luego de Badajoz con las primeras gentes que le llegaron, et partió de aquel logar, et fué su camino á Xerez de Badajoz: et dende á Sevilla. Et tal acucia puso este Rey en su camino, que llegó á la ciubdat de Sevilla quatro dias despues que llegó y el Rey de Castiella[48].

Fue el propio Alfonso XI quien salió de la ciudad para esperar y recibir al rey portugués, solicitando a los sevillanos que le hicieran tal recibimiento como el que le hicieron a él cuando vino por primera vez a la ciudad, lo que nos indica que todavía estaba en el recuerdo la suntuosidad y el fasto de aquella visita de Alfonso XI en 1327. Pero no solamente se preocupó del cálido acogimiento, sino que ya antes el monarca castellano partió de las tierras extremeñas camino de Sevilla, dexó las sus gentes que esperaron al Rey de Portogal, et venieron con él, et dieronle todas las viandas que ovo menester desde que salió de su regno fasta que entró en Sevilla con la intención de que se ficiese mucha honra al Rey de Portogal[49].

Además de la crónica del rey, el Poema de Alfonso XI[50] nos ha dejado unos versos que tratan esta visita del rey portugués:

Esto fizo saber

a los de su sennorío

que todos feziessen plazer

al rey de Portogal su tio.

Todos se muy bien guisaron

noblemente a maravilla

e proçesion tiraron

de la muy noble de Seuilla.

Fijos de algo bofordauan

e pensauan yr su vía,

el rey de Portogal fallauan

que de Guillena salía.

Los reyes bien se resçebieron

todos con el su poder,

contra Seuilla boluieron

todos con muy grant plazer:

Caualleros bofordando

todos con grand alegrança

e a la gineta jugando,

tomando escudo e lança;

e los moros e las moras

muy grandes juegos fazían

los judíos con sus torás

estos reys bien resçebían.

Asy entraron por Seuilla

estos Reys de grant alteza

todas las gentes de la villa

les mostraron grant nobleza.

Los reys en Seuilla son,

alegres de berdat,

e mandaron echar pregón

por Sevilla la çiudat

Pero si magnífico había sido el recibimiento, más aún iba a serlo tras la llegada de los dos reyes que venían de haber vencido en la famosa batalla del Salado, crucial en la guerra del Estrecho, en la cual participó el pendón de Sevilla en la vanguardia del ejército[51]. De este modo, los desta ciudat rescibieronlos con muy grand placer, et ficieron muchas alegrías[52].

Una elevada presencia eclesiástica, encabezada por el arzobispo de la ciudad y el cabildo catedralicio, saló a recibir al rey en una gran procesión, en la que destacó la presencia de los pendones arrebatados en la batalla al enemigo musulmán, situados bajo los cuellos de los moros presentes que capturaron en Tarifa[53], en un acto de exaltación de la victoria y de humillación al vencido.

Con una solemnísima entrada, volvieron los reyes a la ciudad y emprendieron el camino hacia la Catedral en acción de gracias a Dios por tan sonada victoria[54]. En esa procesión, participaron los Perlados, et los Ricos-omes que venian con ellos[55].

Destacaba el elevado número de objetos de botín y de las riquezas que llegaron a la ciudad, arrebatados al enemigo por las tropas cristianas, incluidos los cautivos. Poseemos una extensa descripción:

Et porque en el desbarate de aquellos reales fueron tomadas muy grandes quantias de doblas, que fueron falladas en el alfaneque del Rey Albohacen, et en las tiendas de los otros Moros que eran y en él, en que avian muchas doblas, que en cada una dellas avia tanto oro como en cient doblas marroquies. Et otrosí fueron y tomadas muchas vergas de oro de que labraban aquellas doblas, et muchas argollas de oro et de plata que traían las Moras en las gargantas, et á las muñecas, et á los pies, et mucho aljófar, et muchas piedras preciosas, que fué fallado en el alfaneque del Rey Albohacen. Et otrosí en este desbarato fueron tomadas muchas espadas guarnidas de oro et de plata, et muchas cintas anchas texidas con seda, con oro, et guarnidas de plata, et muchas espuelas, que eran todas de oro et de plata esmaltadas, et otras muchas que eran guarnidas de eso mesmo. Et otrosí fueron y tomados muchos paños de oro et de seda, et muchas tiendas que eran de grandes precios. Et otrosí fueron y presos et cativos muchos Moros de grandes solares et de grandes quantias[56].

Fue tal la cantidad de estas riquezas que se nos cuenta cómo salían hombres cargados con ellas a sus respectivas ciudades de origen, quedándole al rey de Castilla el quinto real, menos de lo que le correspondía debido a lo mucho que se le ocultó[57]. Igualmente, lo que hizo Alfonso XI fue juntarlo todo en su palacio, que sería el alcázar de la ciudad, disponiendo:

[…] las doblas á su parte, et las espadas á otro cabo, et las cintas a su parte, et los paños á otra parte, et las siellas, et los frenos, et las espuelas á otro cabo. Et todas las joyas asi puestas, et todos los Moros que pudo aver, mandólos poner en el corral delante aquel palacio atados en sogas, et el fijo del Rey Albohacen, et el fijo del Rey de Sujulmenza con ellos[58].

El rey de Portugal, tras esta calurosa estancia en la ciudad, volvió a su reino siendo escoltado hasta Cazalla por el rey de Castilla, llevándose con él la parte del botín que le fue ofrecida por Alfonso XI[59].

2.4. La entrada de Enrique II

La entrada de Enrique de Trastámara se produjo en 1366, mismo año en el que fue coronado rey en Burgos, en el monasterio de Las Huelgas[60]. Su visita se enmarca en la rebelión nobiliaria que encabezó contra Pedro I, en la pugna por el trono de Castilla.

El episodio comienza su narración con la toma del tesoro del rey don Pedro, situado en la galera que debía de llevar Martín Yañez de Aponte, alcaide de las atarazanas y tesorero mayor de Andalucía:

Asi fué, que después que el Rey Don Pedro partió de Sevilla con aquel murmurio é bollicio que dicho avemos, el Almirante Micer Gil Bocanegra é otros de la cibdad armaron una galea ó otros navios algunos, é fueron empos de Martin Yañez de Sevilla, que iba en la galea do levaba el tesoro del Rey, é alcanzáronle en el rio de Guadalquivir, ca aún non era mas arredrado, é tomáronle la galea con quanto y levaba, é traxeron el Almirante é los otros que le tomaron todo el tesoro á Sevilla, é á Martin Yañez preso[61].

El autoproclamado rey Enrique, sabiendo que Pedro I había salido de la ciudad junto a su familia, aprovechando la feliz noticia de la toma de la galera con el tesoro real –que contenía treinta y seis quintales de oro– y sabiendo de los numerosos partidarios que tenía en Sevilla ovo muy grand placer, é acució su camino quanto pudo para llegar á Sevilla[62].

Don Enrique iba siendo recibido con gran alegría en los lugares por los que iba pasando camino de Sevilla, como ocurrió en Córdoba. Ya en tierras hispalenses y tras la entrada en la ciudad, su visita fue entendida en motivos de solemnidad:

[…] é fué por la cibdad de Córdoba, do fué acogido con grand fiesta de todos los grandes é buenos dende, é del concejo de la cibdad. E desque llegó en Sevilla fué rescebido con muy grand solemnidad, en guisa que tan grandes eran las Compañas que de todas las comar[cas] alli eran venidas para ver aquella fiesta, que magüer llegó grand mañana cerca de la cibdad, era más de hora de nona quando llegó á su palacio. E desque el Rey Don Enrique cobró la cibdad de Sevilla é la de Córdoba, luego todas las villas de la frontera le obedescieron[63].

Como observamos, no tenemos muchos detalles del desarrollo de la entrada real, más allá de la entrada en la ciudad, que debió producirse cerca de las tres de la tarde, y el camino que tomó el rey hacia el palacio real, que debía ser el Alcázar.

2.5. La entrada de Enrique III

En 1395, durante su quinto año de reinado, llegaba Enrique III a la ciudad de Sevilla. Lamentablemente, la descripción del acontecimiento es muy somera:

E llegó á la cibdad de Córdoba, é los Caballeros que alli eran naturales de aquella cibdad saliéronle á rescevir con muy grand placer, é faciendo grandes alegrías. E dende fué para Sevilla, é el día que llegó todos los de la cibdad le salieron á rescevir faciendole muy grand fiesta; é el Rey llegó á Sancta María, que es la Iglesia mayor, é allí fizo su oración; é dende fué para su alcázar[64].

Lo único que podemos destacar es que sigue el esquema típico de una entrada real, cuyo precedente lo encontramos en Sancho IV. El rey, camino a la ciudad, es recibido fuera de las murallas –aparentemente por las autoridades, aunque no se mencione–, entrando solemnemente en un ambiente de regocijo popular para dirigirse al templo mayor de la ciudad, donde puede que le esperase el cabildo eclesiástico, haciendo una parada religiosa para después proseguir hasta el Alcázar.

2.6. Las entradas del infante Fernando de Antequera

Las venidas a la ciudad del infante Fernando de Antequera se enmarcaron en el contexto de la regencia de Juan II de Castilla. Don Fernando, segundón de Juan I, había sido nombrado regente del hijo de Enrique III, su hermano, junto a la esposa del rey difunto, Catalina de Lancáster, aunque las fricciones entre ambos hicieron dividir Castilla en dos, correspondiéndole al infante la zona meridional.

La primera entrada ocurrió en 1407, aunque tenemos pocos detalles del acontecimiento. Conocemos que la estancia en Sevilla tiene relación con la intención de hacer la guerra a los moros. De su entrada, sabemos que tuvo lugar el sábado 22 de junio y, tras partir de Córdoba, llegó a la ciudad con una amplia comitiva:

[…] entraron con él el dicho Almirante [Alonso Enríquez], é Don Enrique, Maestre que fué de Calatrava, su primo, é Don Ruy López Dávalos, Condestable de Castilla, é Diego López de Astúñiga, é Don Sancho de Roxas, é Don Pero Ponce de León, Señor de Marchena, é Cárlos de Arellano, Señor de los Cameros, é Perafan de Ribera, Adelantado mayor del Andalucía, é Don Alonso, hijo de Don Juan, Conde de Niebla, é Diego Fernandez de Quiñones, Merino mayor de Asturias, é Pero Manrique, Adelantado del Reyno de León, é Martin Fernandez Puerto Carrero, é Pero López de Ayala, Aposentador mayor del Rey, é Pero Carrillo de Toledo, é Dia Sánchez de Benavides, Capitán mayor del Obispado de Jaén, é otros muchos Caballeros, Ricos-Hombres y Escuderos. E donde á pocos dias llegaron ende Juan de Velasco é Juan Alvarez de Osorio, é despues el Maestre de Santiago y el Prior de San Juan, é Don Enrique, Conde de Niebla[65].

Llegados a Sevilla, fueron recibidos en la ciudad con regocijo y grandes demostraciones festivas[66], de las que no tenemos ninguna descripción más allá de la constancia documental de la lidia de doce toros[67].

Antes de partir a la guerra tomó la espada de San Fernando presente en la Capilla Real de la Catedral, la qual le entregaron con gran solemnidad los Veinte y quatro é Jurados de la cibdad, el qual hizo pleyto y omenage do la tornar como la llevaba[68].

El 10 de noviembre regresó tras una campaña victoriosa por tornar el espada que habia traido del Santo Rey Don Fernando, y por haber ende dineros para sus necesidades é para comprar paños de oro é de seda para dar á los Extranjeros que le habian venido á servir en aquella guerra[69].

Fue recibido a las afueras de la ciudad por todos los caballeros y veinticuatro con un gran regocijo y grandes muestras de alegría y felicidad, como es lo propio en este tipo de entradas en las que no solamente venía un representante de la familia real, sino que lo hacía tras una victoria sobre los infieles. El infante estaba ricamente vestido y rodeado de una importante comitiva:

Y el Infante entró en Sevilla encima do un caballo castaño muy grande é muy hermoso, á la brida, armado de cota é brazales, vestido de un aceytuní brocado de oro. E iba á su manderecha el Conde de las Marchas, é á la izquierda el Condestable; y el Adelantado Pcrafan llevaba delante del Infante la espada del Rey Don Fernando; é después Juan de Velasco, é Diego Lopez de Astúñiga, é Don Pedro Ponce de León, é Pon Alvar Pérez de Guzman, é muchos otros Ricos-Hombres é Caballeros[70].

Realizó una parada en el convento de San Agustín, situado junto a la Puerta de Carmona, donde los frailes habían dispuesto una cruz situada sobre un paño de oro, delante de la cual oró el infante, besándola posteriormente[71]. Atravesó la Puerta de Carmona[72], en dirección a la Catedral, cabalgando hasta llegar a la Puerta del Perdón en la que le esperaban los prelados y todos los miembros del clero, saliendo a recibirle en una procesión entonando cantos de alegría en acción de gracias por la victoria. El infante, en un nuevo gesto de piedad, se detuvo ante una cruz ofrecida para adorarla y hacer oración, rezando posteriormente en el altar mayor del interior del templo mientras los clérigos entonaban el Te Deum laudamus[73].

Pero el acto más simbólico ocurriría en el interior de la Capilla Real, donde Fernando de Antequera, tomando la espada que portaba el adelantado, oró ante la imagen de la Virgen de los Reyes y puso la espada en la mano de Fernando III, besando posteriormente las manos y los pies de Alfonso X y del rey santo, así como la mano de doña Beatriz de Suabia[74]. Ortiz de Zúñiga menciona que no sabe si el acto se realizó sobre los cadáveres de los reyes o sobre las imágenes que había en la capilla[75], aunque hubo de ser sobre las esculturas regias debido a que los cuerpos estaban encerrados en los sarcófagos funerarios, siendo las imágenes ceremoniales las más adecuadas para un acto de este tipo.

Como parte de los festejos populares, para conmemorar el acontecimiento se lidiaron seis toros en la plaza de San Francisco, la mitad que los que se emplearon en la anterior visita de don Fernando[76].

En 1410 se produjo otra victoria, la toma de Antequera, que fue la que otorgó más prestigio político al infante, que dos años más tarde acabaría convertido en rey de Aragón[77] tras el famoso Compromiso de Caspe de 1412.

De nuevo, don Fernando volvió a Sevilla tras la victoria, entrando en la ciudad de una forma similar a la anterior. Tuvo lugar el martes 14 de octubre, y de nuevo venía muy bien acompañado:

[…] venían con él los Perlados é Ricos-Hombres é Caballeros que se siguen: Don Lope de Mendoza, Arzobispo de Santiago, é Don Sancho de Roxas, Obispo de Palencia, é Don Fadrique, Conde de Trastamara, é Juan do Velasco, Camarero mayor del Rey, é Gómez Manrique, Adelantado de Castilla, é Pero Manrique, Adelantado de Leon, é Diego Hernández de Quiñones, Merino mayor de Asturias, Carlos de Arellano, Señor de los Cameros, Garcifernandez Manrique, Señor de Aguilar é de Castañeda, Fernan Perez de Ayala, Merino mayor de Guipuzcoa, Juan Hurtado de Mendoza, Mayordomo mayor del Rey, Poro Canillo de Toledo, Merino mayor de Burgos, Perafan de Ribera, Adelantado do la Frontera, Pero García de Herrera, Mariscal del Rey, Diego de Sandoval, Mariscal del Infante, é Don Alvar Pérez de Guzman, Alguacil mayor de Sevilla, é Fernán Alvarez de Toledo é otros muchos Caballeros[78].

Lamentablemente, la lluvia hizo su aparición en la ciudad desluciendo el acto, pero no impidió la realización de danzas y otros elementos festivos, así como la organización de una comitiva que saldría a recibir al infante, compuesta por el arzobispo de Sevilla, Enrique de Villena –conde de Cangas–, la mujer del infante Leonor de Alburquerque, los alcaldes, alguaciles, caballeros veinticuatro, jurados, caballeros, escuderos y el resto de los oficiales de la ciudad[79].

El cortejo de Fernando de Antequera estaba organizado de la siguiente forma: hombres, damas y caballeros, diecisiete moros cautivos portando las banderas tomadas en la batalla con el asta en dirección al suelo como signo humillador, un crucifijo tras el que desfilaban los dos pendones de la cruzada –uno blanco y otro rojo–, el adelantado Perafán portando la espada de Fernando III, los grandes y ricoshombres, los pendones y el estandarte de la divisa del rey, los pendones de Santiago, San Isidoro y el de la ciudad de Sevilla; yendo los pendones a la izquierda y los pajes y hombres de armas detrás[80].

Tras atravesar la misma puerta de la ciudad[81] que en su anterior visita, parece ser que siguió el mismo itinerario, esperándole de nuevo el clero en la Puerta del Perdón, repitiéndose el ceremonial realizado en la Catedral[82] salvo el besamanos a sus antecesores.

2.7. Las entradas de Enrique IV

De sobra es conocido el carácter de Enrique IV. Alfonso de Palencia, pese su sabida contrariedad a la figura del monarca, hace una descripción que no se aleja de la realidad:

Las resplandecientes armas, los arreos, guarniciones de los caballos y toda pompa, indicio de grandeza, merecieron su completo desdén. Embrazó la adarga con más gusto que empuñó el cetro, y su adusto carácter le hizo huir del concurso de las gentes[83].

Este carácter introspectivo se dejó sentir en las visitas que el rey hizo a la ciudad, sobre todo en la que tuvo lugar en 1455 tras su estancia en Córdoba, ciudad en la que se casó con Juana de Avís. Se nos dice que:

[…] de alli el Rey se partió para la ciudad de Sevilla, donde era esperado con muy grande amor, como no hobiesen visto Rey en aquella ciudad desde el Rey Don Enrique segundo, donde le estaba aparejado muy notable recebimiento; y el Rey, no queriendo ver la nobleza de la gente de aquella ciudad, se apartó con pocos de los suyos y entróse por el postigo del Alcázar, donde muy pocos le pudieron ver, de que todos los de la ciudad fueron mucho maravillados y mal contentos ; con todo eso la gente del Rey fué muy bien aposentada, y alegremente rescebida por los huespedes[84].

Pese a este acto, que seguramente fuese percibido con extrañeza y cierto descontento por aquellos que le esperaban, habida cuenta de los preparativos que seguramente se habían realizado para el acontecimiento[85] –a lo que hay que sumar tropelías y alborotos durante su presencia–; aun así, esta leal y poderosa Ciudad, con su acostumbrada grandeza festejó à los Reyes con todo genero de regozijos, hasta los últimos dias del año en que salieron hacia Castilla[86], lidiándose una asombrosa cantidad de 25 toros[87].

El rey vino en otras ocasiones a la ciudad. Tenemos datos de su presencia en 1460-1461[88], en 1463, para dirimir las disputas entre los arzobispos Fonseca[89], y en 1469, con la intención de prender al duque de Medina Sidonia y apoderarse de la ciudad de Sevilla[90]. De todas estas visitas no tenemos constancia de un ceremonial especial o de una entrada real destacada. Únicamente para la de 1461 conocemos la lidia de seis toros en la puerta del Alcázar.

2.8. Las entradas de los Reyes Católicos[91]

La primera venida de la reina tuvo lugar en 1477, un año después de haberse consolidado en el trono tras la batalla de Toro, aunque todavía no hubiese acabado la guerra de sucesión castellana (1475-1479). Hay que tener presente que los primeros años de reinado se habrían dedicado a asegurar el trono, estimándose en estos momentos venir al sur para acabar con grandes escándalos é guerras[92].

Sobre la entrada real, Hernando del Pulgar nos transmite una información muy deficiente:

E fué luego á la ciddad de Sevilla, donde fué recebida con grande solemnidad é placer de los caballeros, clerecía, cibdadados, é generalmente de todo el comun de la cibdad: é para este recibimiento ficieron grandes juegos é fiestas que duraron algunos días[93].

La entrada de la reina se produjo en el mes de julio, pero la fecha es un tanto incierta, proponiéndose desde el 24 hasta el 29 del citado mes[94]. A principios de mes se había enviado a Gutierre de Toledo y a Diego de Valladolid, aposentadores reales, para avisar de la llegada real[95], comenzando así a prepararse la entrada real.

Por la descripción que ofrece Gestoso, tenemos una imagen de un evento espectacular. Numerosas gentes venidas desde la ciudad y de los alrededores se agolparon en el entorno del campo extendido alrededor de la Puerta de la Macarena para ver la real comitiva, situándose sobre montículos, árboles y cualquier elemento que les permitiese una mejor visión, incluso las propias murallas[96]. Es normal esta expectación teniendo en cuenta la pobreza de las entradas de Enrique IV, por lo que no era visto un espectáculo de tal calibre desde la entrada de Fernando de Antequera en 1410, hacía setenta y siete años, a lo que habría que unir los deseos populares de orden y justicia teniendo en cuenta la situación que se vivía en la ciudad.

La Puerta de la Macarena, al ser la que atravesaría la reina, estaba especialmente adornada, destacándose los paños de tejidos ricos que colgaban de sus muros, de carmesí y de brocado, escoltando un deslumbrante altar de plata en el que se situaría el libro de privilegios, rodeado de todo un aparato ornamental[97].

La reina fue recibida por Enrique de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, é por todos los otros caballeros, é veintiquatros, é oficiales de oficios reales de ella, é por la clerecía de la ciudad[98]. En efecto, hubo un gran número de hombres en el recibimiento oficial, encontrando:

El Cabildo y Regimiento en pleno, con sus Veinticuatros y Jurados vestidos ricamente de seda y terciopelo, con sus joyeles, cadenas, estoques y espadas de dorados puños; todos los Grandes, señores de título y caballeros emulando en ostentación y bizarria: el Señor Alguacil mayor D. Pedro Nuñez de Guzman con el Pendón de la Ciudad, que ostentaba bordada por ambas haces la imagen del Rey D. Fernando, que conquistó Sevilla, los oficiales todos de ella, ballesteros de maza, porteros, alguaciles de á pié y á caballo, los atabales y trompetas del Cabildo con sus pendoncillos y paramentos bordados: toda esta muchedumbre, resplandeciente de galas, llevando pintado en los rostros el gran júbilo que sentia[99].

Asombrosa fue también la apariencia de los miembros del clero, participando desde el cabildo catedralicio hasta las parroquias con sus cruces. También estuvieron presentes los trabajadores de las atarazanas y del Alcázar, los escuderos del Hospital Real y las minorías de la ciudad, que incluían a los judíos, los moros y los negros[100]. A ello hay que unir:

[…] la inmensa muchedumbre de gentes del pueblo con sus caperuzas, aljubas y sayos de mil colores, las diferentes músicas de atabales, chirimias, trompetas y sacabuches, el disparar de las lombardas de la muralla, u los mil cohetes voladores que cruzaban por todas partes, el incesante bullicio y las aclamaciones que atronaban el espacio[101].

Ante este escenario festivo se entiende perfectamente la pregunta retórica de Andrés Bernáldez, asombrado con la espectacularidad de este evento festivo:

¿Quién podrá decir aquí la grandeza de la tan excelente córte que les siguió y tuvieron en Sevilla, de caballeros y Prelados, Duques, Marqueses, Condes, Arzobispos, Obispos, Deanes, Abades reglares y seglares, Comendadores y grandes señores, así de estos Reynos, como de Aragón é Cataluña, Navarra, Nápoles, é Sicilia, é de otras muchas tierras?[102]

La reina escuchó un discurso de bienvenida pronunciado por Alfonso de Velasco, confirmó los privilegios de la ciudad y recibió las llaves de Sevilla de mano del duque de Medina Sidonia[103].

Unas calles espléndidamente adoradas por terciopelos y otros ricos paños, cubiertas por toldos, perfumadas por la juncia y el romero, y con fuentes de agua y vino, recibían la comitiva de la reina, situada bajo un palio de brocado carmesí y flecos bermejos, llevado –como era habitual– por ocho regidores de la ciudad vestidos de terciopelo[104]. Sus capellanes, reyes de armas, pages, trompetas, ballesteros de maza, cetreros, monteros de espinosa, mozos de espuela y de cámara, reposteros de estrados y de plata […] y cinco pajes que fueron con antorchas[105] la acompañaban en procesión hasta la Catedral, donde estaba presente el arzobispo que esta vez entró la primera en su iglesia, no admitiendo recibimiento particular por venir con la Reyna[106]. Finalmente, se retiró al Alcázar de la ciudad, lugar donde solían acabar todas las visitas reales.

Por la descripción, parece que estamos ante la entrada más teatral realizada hasta la fecha. Lamentablemente, para la llegada del rey Fernando en septiembre no tenemos esta riqueza descriptiva.

Aunque los reyes estuvieron en otras ocasiones en la ciudad de Sevilla, la descripción más detallada de una entrada real no se da hasta la llegada de Fernando el Católico en 1508, fecha en la que ya había fallecido Isabel y se había desposado con Germana de Foix.

Antes, en abril de 1500, había venido a negociar con los reyes el rey de Navarra, lo cual no era habitual en la época, puesto que existía un aparato diplomático lo suficientemente desarrollado como para evitar el desplazamiento de los monarcas a territorios extranjeros[107].

Sabemos que fue muy bien recibido en la ciudad, pese a las tensiones existentes entre los navarros y los castellanos[108]. Se nos describe así el recibimiento:

[…] la Ciudad delante, todos los Veinte-y-quatros y Regimiento delante, al qual besaron la mano por mandado del Rey, é luego la clerecía toda por sí y capellanes de la córte, luego los priores muy ordenadamente, y luego el Rey Don Fernando á la postre con el Patriarcha Arzobispo de Sevilla, Don Diego Hurtado de Mendoza, é con un Cardenal é dos ó tres Obispos italianos, que habian venido con la Reyna de Nápoles, y con los grandes y con los Obispos de la córte salieron camino de Alcalá media legua á los recibir, y llegados se abrazaron é humillaron, é vinieron á la ciudad por la puerta de Carmona, é decían que el Rey le había dado muchos ducados, é en Sevilla le hicieron muchas fiestas[109].

Nos encontramos ante una entrada que sigue el esquema básico de entrada real. El rey navarro es recibido por los notables de la ciudad, el clero y los reyes, para ser conducido por una de las puertas más habituales de llegada de comitivas reales. Eso sí, no se nos menciona algo que suele ser característico, que es la ida al templo mayor de la ciudad, para hacer una parada religiosa, tras la cual poder continuar hasta el Alcázar. Sí contiene algo básico a cualquier entrada real: las alegrías populares ante los eventos de este tipo.

Una vez vista esta entrada particular, puesto que en Sevilla no se veía la realización de un acto de este tipo, en el que un rey de otro reino era recibido, desde la llegada de los dos Alfonsos a la ciudad –el portugués y el castellano–, podemos pasar a describir la llegada de Fernando el Católico en 1508.

La entrada se produjo el 28 de octubre del citado año, estando acompañado el rey tanto por su nueva mujer como por su querido nieto, el infante Fernando, siendo recibido por el arzobispo de la ciudad, Diego de Deza[110]. El recibimiento no fue hecho en las puertas de la ciudad, sino en el hospital de San Lázaro –donde el monarca había hecho un alto con Germana– por las milicias que el asistente Íñigo de Velasco había dispuesto desde la Puerta de la Macarena. En total, la gente de a pie llegaba al número de diez mil soldados, con no gran número de caballería, interpolandose otra pueril milicia de niños, vestidos de militares galas, de que el principal le ofreció con una Imperial Corona, las llaves de la Ciudad repitiendo un significativo mensaje: A vos mejor pertenece, alto Rey Don, que à quantos nacidos son[111]. Observamos de este modo la inclusión de elementos simbólicos, que se acrecentaron en la procesión de entrada.

Cerca de San Lázaro esperaban el arzobispo, los cabildos eclesiásticos y civil y el asistente de la ciudad, aunque el clero se acabó retirando para recibir al rey en la iglesia. Al igual que había ocurrido en veces anteriores, hizo uso del palio llevado por regidores, entrando por la Puerta de la Macarena para llegar a la Catedral atravesando la ciudad, cuyas calles estaban decoradas por arcos triunfales de mucha grandeza[112]; calles que, en algunos casos habían sufrido un importante proceso de adecentamiento, al igual que ocurriría en la siguiente entrada de 1511 con solamientos[113].

Se acaba de introducir un elemento nuevo en las entradas reales, que pervivirá en las próximas: el arco del triunfo. Seguramente, esta idea pudo ser exportada a España desde Italia, teniendo en cuenta que el propio rey Fernando había hecho una entrada triunfal en Nápoles un par de años antes en la que había desfilado bajo arcos triunfales de tipología clásica. Los arcos sevillanos, de tipología igualmente clásica, tendían capiteles y basas, así como artesonado, con pintura en grisalla representando elementos arquitectónicos y figurativos[114]. Debieron impresionar estos arcos, teniendo en cuenta la descripción de Bernáldez:

[…] de madera muy altos, cubiertos y emparamentados muy ricamente desde la puerta de Macarena por donde entraron hasta la Iglesia, y en cada uno estaba pintada é por letras una de las victorias pasadas habidas por el Rey Don Fernando, que era cosa maravillosa de ver […][115].

Sobre el recibimiento del cabildo eclesiástico, Diego Ortiz de Zúñiga nos dice lo siguiente:

Salió en forma de Procession el Cabildo de la S. Iglesia, precediéndola todas las Cruzes de las Parroquias, y (segun los papeles de aquel tiempo) toda la Procession que salía el dia de el Corpus, con que llegado al Templo, ya casi denoche, lo halló coronado de luminarias, que de dauan hermosisima vista, y auiendo hecho oracion, passó con todo el acompañamiento hasta el Acaçar, de donde despidio al Arçobispo, acariciandolo con demostracion publica […][116].

En la ciudad continuaron durante un tiempo los festejos populares, solicitándosele al rey que el día de San Clemente portara la espada de San Fernando en la tradicional procesión, llamando al embajador de su nieto Carlos para que llevara el pendón de la conquista, recibiendo la aclamación de los presentes[117]. Todo ello nos indica el carisma y el apoyo político que seguiría despertando la figura del Rey Católico en Castilla, o al menos en Sevilla.

3.Recorrido real

Anteriormente, hemos visto cómo las entradas reales suponían atravesar la muralla de la ciudad por alguna de sus puertas, para luego hacer un recorrido procesional urbano. Lamentablemente, los datos de estos itinerarios son muy escasos, lo que nos hace plantearnos varias alternativas posibles.

Del recorrido que siguió Fernando III sabemos muy poco. En 1248, en la entrada del rey en diciembre, pudo haber atravesado cualquiera de las puertas de la ciudad, pero hay dos que se postulan con más posibilidades: la de la Macarena y la de la Carne. La primera de ellas habría permitido al rey desarrollar una entrada espectacular, recorriendo Sevilla de norte a sur, atravesándola al completo, discurriendo igualmente por sus arterias principales. Por ello, no es de extrañar que fuese elegida esta alternativa, más aún por la importancia de ser la primera entrada en una ciudad recién conquistada.

Diagrama

Descripción generada automáticamente

Figura 1. Plano de los posibles distintos itinerarios (línea discontinua) que pudo seguir la comitiva real en la entrada a la ciudad de Sevilla. Elaboración propia.

La segunda posibilidad era la de atravesar la Puerta de la Carne, coincidiendo con el recorrido anterior en la llegada al entorno del Salvador, a partir del cual discurriría hacia la Puerta del Perdón de la antigua mezquita aljama, ahora sede catedralicia. La importancia de esta puerta radicaba en que, pese a la estancia del campamento cristiano del rey en Tablada, el príncipe Alfonso y un importante destacamento se encontraban en la zona de la Huerta del Rey, próxima a la mencionada puerta.

Del camino que siguieron Sancho IV y Alfonso XI en sus sucesivas entradas tenemos muy pocos datos. Lo mismo ocurre con Enrique II y Enrique III. Sí sabemos que este último monarca realizó la parada religiosa en el templo catedralicio, pasando después al Alcázar, esquema que se repite con posterioridad (ya presente en Sancho IV).

En el caso de Fernando de Antequera, sí que conocemos muy bien su recorrido. Podría haber elegido entrar por cualquiera de las puertas de la ciudad. El camino de llegada no es óbice para elegir un emplazamiento u otro. Si eligió la puerta de Carmona puede ser por su deseo de parar en el convento agustino próximo a ésta. Posteriormente siguió por el recorrido habitual, subiendo la actual calle Águilas para llegar a la Puerta del Perdón de la Catedral rodeando posiblemente la iglesia del Salvador.

De Enrique IV ya sabemos la intención de evitar este tipo de ceremonias, por lo que el rey desestimó el recorrido procesional propio de la visita real a la ciudad. Lo contrario pasó con los Reyes Católicos, que emplearon tanto la Puerta de la Macarena como la de Carmona. Parece que la primera tenía una consideración más espectacular, puesto que fue usada en las visitas más solemnes, mientras que la segunda fue empleada en otras ocasiones como en la llegada del rey navarro. Al igual que en otras ocasiones, se discurriría por la iglesia del Salvador y la plaza de San Francisco para llegar hasta la Catedral de Sevilla.

Sobre las distancias, frente a los 1,3-1,6 km que suponía escoger como puerta de entrada la de Carmona o la de la Carne, atravesar por la Puerta de la Macarena hacia la Catedral, incrementaba la distancia un kilómetro y medio, suponiendo un recorrido total de unos 3 km. Esto nos da una idea de la magnitud de la procesión y del esfuerzo que supondría adecentar, adornar y engalanar el itinerario procesional. A esta gran distancia habría que añadir la de la entrada más extensa, la de Fernando el Católico en 1508. Si tenemos en cuenta que comenzó en San Lázaro, a más de un kilómetro y medio de la Puerta de la Macarena, nos encontraríamos ante un recorrido total de unos 4,6 km.

4. Análisis de las entradas reales hispalenses

La presencia de este elenco de reyes o miembros de la realeza –caso del infante Fernando– y la ausencia de Alfonso X, Pedro I, Juan I y Juan II no es casual ni arbitraria. Pese a la visita documentada a la ciudad, hay casos en los que nos es imposible describir cualquier posible entrada real debido a la carencia de referencias sobre esta celebración en las crónicas y fuentes disponibles, a lo que hay que sumar la ausencia de Juan II en Sevilla durante su reinado. Esta falta de datos afecta también a los monarcas estudiados, ya que no todas las entradas que hicieron en la ciudad son conocidas, por lo que sería arriesgado aventurarnos a conjeturar sobre qué rey hizo más visitas a esta ciudad durante toda la Baja Edad Media.

Todas las entradas reales mostradas parecen tener elementos comunes: regocijo popular, itinerarios con ciertos puntos comunes, celebraciones lúdico-festivas, participación de la “totalidad” de la comunidad y la decoración de las calles. Aunque algunos de estos elementos no aparecen recogidos en los relatos cronísticos, resultan casi imprescindibles en estas celebraciones. Sí parece que la tipología de la primera entrada en la ciudad y la de victoria fueron las que presentaron un desarrollo ceremonial más amplio o, al menos, las que llamaron más la atención a los cronistas.

Por último, las fases de una entrada real supondrían una posible parada previa, el recibimiento fuera de las murallas, la procesión urbana con posible parada en la Catedral y la llegada al Alcázar. Una serie de actos presentes en entradas reales en otras ciudades, como el discurso de bienvenida, la jura del monarca de los privilegios y la entrega de las llaves de la ciudad sólo aparecen recogidos en la llegada de Isabel I de 1477[118], lo que no quiere decir que anteriormente no pudiesen haberse dado.

Tabla 1. Relación de las características de las distintas entradas estudiadas en la ciudad de Sevilla. Elaboración propia.

Protagonista

Nº de entradas estudiadas

Años

“Tipologías”[119]

Elementos presentes

Itinerario

Fernando III

1

1248

Conquista

Regocijo popular; presencia laica y eclesiástica

¿? - Catedral

Sancho IV

1

1284

Primera entrada

Presencia musical; presencia laica y eclesiástica; participación de extranjeros (mamalucos)

¿? - Catedral - Alcázar

Alfonso XI

4

1327

1337

1340

Primera entrada, recepción y victoria

Regocijo popular; elementos lúdico-festivos; decoración urbana; participación de minorías; suntuosidad; botín

¿? - Catedral - Alcázar

Enrique II

1

1366

Primera entrada como “rey”

¿Regocijo popular?

¿? - Alcázar

Enrique III

1

1395

Primera entrada

Regocijo popular; ¿elementos festivos?

¿? - Catedral - Alcázar

Fernando de Antequera

3

1407

1410

Primera entrada y victoria

Regocijo popular; elementos lúdico-festivos; presencia de grandes del reino; participación eclesiástica; suntuosidad; ceremonias de tipo simbólico

P. Carmona - Catedral - Alcázar

Enrique IV

1

1455

Primera entrada

Ausencia

¿? - Alcázar

Reyes Católicos

5

1477

1500

1508

1511

Primera entrada, recibimiento, otras

Regocijo popular; elementos lúdico-festivos; presencia de grandes del reino; participación eclesiástica; suntuosidad; decoración urbana; máximo desarrollo ceremonial

P. Macarena/ P. Carmona - Catedral - Alcázar

5. Consideraciones finales

Como hemos podido comprobar, las entradas reales supusieron un hito fundamental en la ceremonialización de la vida urbana. No se pueden reducir a celebraciones festivas, puesto que desplegaron todo un recurso de mayor o menor contenido simbólico, propagandístico y legitimador. Pero debemos tener presente una cuestión: no solamente es la realeza la protagonista, sino que también lo es la ciudad. Sevilla, al igual que ocurría con otras ciudades, se transformaba mostrando su grandeza y la de sus moradores. La familia real y la corte escenificaban su poder con notables recursos, pero no hay que olvidar que la nobleza local y la Iglesia sevillana también mostrarían una imagen suntuosa resaltando su posición social. Por ello, la espectacularidad de estas ceremonias no obedecía únicamente a mostrar honores al rey y a renovar una especie de “sumisión colectiva”, sino que también era un homenaje a la propia ciudad, puesto que el éxito de la aparatosidad y el boato de estas entradas reales repercutía en la buena imagen de la urbe y, por ende, de los organizadores de la celebración.

Otro aspecto que debemos mencionar es la evolución de la ceremonia que observamos en la documentación. El hecho de pasar de un primer momento en el que las descripciones son más breves y sencillas a una etapa final en la que la teatralidad se hace muy patente no ocurre únicamente con las entradas reales, sino con el conjunto de ceremonias. Es lo que se ha venido denominando una ceremonialización de la vida política, que para algunos autores como Nieto Soria se dio con la dinastía Trastámara. Sería fundamental la idea de la necesidad de asentarse en el trono, usando todos los recursos que tenían a su disposición como acción de propaganda y legitimación.

Creemos que esta idea es muy matizable. El error de considerar la ceremonialización bajomedieval como un proceso debido a la legitimación dinástica parte de la comparación de épocas distintas. No se pueden comparar los recursos con los que contaban los reyes en el siglo XIII con lo propio en el siglo XV.

Hay que tener en cuenta que ni siquiera algunos elementos están siendo usados en la península en esos momentos previos. Algo fundamental es la importancia de la ciudad como escenario festivo. Estas escenificaciones de poder a través de las ceremonias no tienen sentido sin el mundo urbano. Ya sabemos que en las pugnas de nobleza y monarquía las ciudades supusieron un pilar de apoyo de los reyes, por lo que es normal que sea en las ciudades donde desplieguen toda la pompa y boato posible, no únicamente para legitimarse, también para mostrarse como la cabeza del reino.

Claro, teniendo en cuenta que el fortalecimiento del poder monárquico tiene lugar en época bajomedieval, especialmente a partir del siglo XIV, no resulta extraña la ceremonialización de la vida política. Esa tendencia de concentración de poder no era una extrañeza castellana, sino una tendencia de otros reinos occidentales, por lo que suponemos que en caso de haber seguido la dinastía borgoñona, seguramente se habría dado la misma situación que con los Trastámara.

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[1] Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigación financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación que lleva por título: “Medir la tierra: funcionalidad de los apeos y amojonamientos, gobernanza, conflictividad social y organización de los paisajes en el sur peninsular. Siglos XIII al XVI” (PID2022-137182NB-I00).

Abreviaturas utilizadas: AMS= Archivo Municipal de Sevilla; P. May.= Papeles del Mayordomazgo; coord./coords.= coordinador/es; ed./eds.= editor/es; p./pp.= página/as. En la transcripción de la información cronística se respeta la grafía de los autores de las ediciones.

[2] Es necesario diferenciar entre celebraciones de tipo festivo y otras manifestaciones de tipo ceremonial. Las primeras, de un cariz más folclórico y popular, estarían relacionadas principalmente con acontecimientos religiosos, mientras que las segundas –entre las que se encuentran las entradas reales– podrían tener un sentido más propagandístico y legitimador, según argumentan autores como Oreja Andrés 2013, pp. 325-326.

[3] No es una idea nueva, sino ya desarrollada por Marc Bloch 1939-1940.

[4] A ello se une la falta de monografías que traten sobre el estudio de entradas reales y su evolución en conjunto en Castilla, a diferencia de otros lugares muy bien estudiados como Francia, con notables trabajos de Guenée 1967 y 1968; Coulet 1977; Blanchard 1983 y 2003; Bryant 1986; Blockmans 1994; Hébert 2008 o Lévy 2015, e incluso Portugal, con la obra de Alves 1986. En el caso castellano supusieron un avance, aunque no en profundidad, las aportaciones de Andrés Díaz 1984 y Nieto Soria 1993 y 2009, brillantemente matizadas y superadas por Carrasco Manchado 2000; 2006a; 2006b; 2013.

[5] La importancia de este acontecimiento queda reconocida en la mayoría de estudios, entre los que se encuentran los ya citados o Martínez Martínez 2015, p. 229; Narbona Vizcaíno 1993, p. 564; Nieto Soria 1992, p. 22; Nieto Soria 1995, p. 504.

[6] Raufast Chico 2006, p. 297.

[7] Recomendamos leer su obra Ensayo sobre el don, forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas, publicada originalmente en 1925 en L’Année Sociologique, con muchas ediciones posteriores.

[8] Nieto Soria 1993, p. 120.

[9] Reconocemos las limitaciones y problemas que puede implicar crear una estructuración generalista. Por ello, más que establecer patrones concretos dentro de cada tipología, ofrecemos una división que permite incorporar las variaciones y características propias de cada entrada real.

[10] Para esta variante concreta recomendamos el trabajo de Rodríguez López 2022.

[11] Ladero Quesada 2015, p. 99.

[12] Andrés Díaz 1984, pp. 55 y 56.

[13] Ladero Quesada 2015, p. 94.

[14] Andrés Díaz 1984, pp. 50-51.

[15] González Jiménez 2006, p. 215.

[16] Ibidem, p. 221.

[17] Estoria de Espanna de Alfonso X en Menéndez Pidal 1906, p. 767.

[18] González Jiménez 2006, p. 221.

[19] Estoria de Espanna de Alfonso X en Menéndez Pidal 1906, p. 767.

[20] Valor Piechotta y Montes Romero-Camacho 1997, p. 140.

[21] Valor Piechotta y Montes Romero-Camacho 2018, pp. 101-108.

[22] Puyol y Alonso 1994, pp. 202-203.

[23] Si tenemos en cuenta la creencia de la intervención mariana en los sucesos mundanos, como recoge Alfonso X en sus Cantigas de Santa María.

[24] Laguna Paúl 2013, p. 128.

[25] Hernández Sánchez 2021, p. 575.

[26] Crónica de Sancho IV, p. 70.

[27] Hernández Sánchez 2021 (vol. I), p. 584.

[28] Idem.

[29] Martínez Montávez 1963, p. 516.

[30] Pudo tener lugar la entrada en la ciudad el 5 de mayo de 1327 o pocos días antes, según Cañas Gálvez 2014, p. 163.

[31] Crónica de Alfonso XI, p. 204.

[32] Personaje que alcanzó una notable influencia gracias a la confianza depositada por el rey, llegando a tener encomendada la crianza del príncipe heredero, el futuro Pedro I.

[33] Crónica de Alfonso XI, p. 204.

[34] Idem.

[35] Idem.

[36] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 183.

[37] Crónica de Alfonso XI, p. 204.

[38] Idem.

[39] No nos debe de extrañar la presencia de minorías. Era habitual encontrar su participación en fiestas y celebraciones urbanas tal y como se puede observar en Viñuales Ferreiro 2014.

[40] Crónica de Alfonso XI, p. 204.

[41] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 183.

[42] Idem.

[43] Recuero Lista 2015, p. 116.

[44] Crónica de Alfonso XI, p. 290.

[45] Idem.

[46] Crónica de Alfonso XI, p. 290.

[47] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 192.

[48] Crónica de Alfonso XI, p. 322.

[49] Idem.

[50] Poema de Alfonso XI en Cate 1956, pp. 352-355.

[51] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 196.

[52] Crónica de Alfonso XI, p. 329.

[53] Idem.

[54] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 196.

[55] Crónica de Alfonso XI, p. 329.

[56] Idem.

[57] Ortiz de Zúñiga 1677, p. p. 196.

[58] Crónica de Alfonso XI, p. 329.

[59] Ibidem, p. 330.

[60] López de Ayala 1875-1878, p. 540.

[61] Idem.

[62] Idem.

[63] Idem.

[64] Crónica de Enrique III, p. 237.

[65] Crónica de Juan II, p. 288.

[66] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 282.

[67] Romero Abao 1991, pp. 146-147. Toma la documentación del AMS, P. May., 1407-1408, nº 214.

[68] Crónica de Juan II en Rosell y López 1875-1878 (vol. II), pp. 290-291.

[69] Ibidem, pp. 300-301.

[70] Ibidem, p. 301.

[71] Idem.

[72] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 284.

[73] Crónica de Juan II, p. 301.

[74] Idem.

[75] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 284.

[76] Romero Abao 1991, pp. 146-147. Al igual que en el caso anterior, toma la citada documentación del AMS.

[77] Por las descripciones de estas ceremonias, parece ser que Fernando de Antequera gustó de exaltar la imagen regia y la escenificación del poder real, tarea que continuó en Aragón. Hay que tener en cuenta que el acceso al trono del castellano no fue natural, sino que fue uno de entre los candidatos que se posicionaron para desempeñar el poder regio, por lo que no es de extrañar la búsqueda de una escenificación y plasmación de la legitimidad, utilizando diversos medios propagandísticos, como se puede ver en Muñoz Gómez 2018.

[78] Crónica de Juan II, p. 332.

[79] Ibidem, p. 333.

[80] Idem.

[81] Romero Abao 1991, p. 125.

[82] Crónica de Juan II, p. 333.

[83] Palencia 1904-1908 (vol. I), p. 12.

[84] Enríquez del Castillo 1875-1878, p. 10.

[85] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 343.

[86] Ibidem, p. 344.

[87] Romero Abao 1991, pp. 146-147.

[88] Ibidem, p. 120. Toma la información del AMS, P. May., 1461-1462, 7 de febrero de 1461.

[89] Idem.

[90] Enríquez del Castillo 1875-1878, p. 52.

[91] Para una visión general de las entradas reales de la reina Isabel en Castilla, recomendamos acudir a Fernández de Córdova Miralles 2002, pp. 304-328. También resultan interesantes algunos trabajos que pretenden mostrar la importancia de estas ceremonias en la pacificación de conflictos, como Rufo Isern 1988 y Rábade Obradó 2015.

[92] Pulgar 1875-1878, p. 323.

[93] Idem.

[94] Romero Abao 1991, p. 121.

[95] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 380.

[96] Gestoso y Pérez 1891, p. 7.

[97] Idem.

[98] Bernáldez 1875-1878, p. 589.

[99] Gestoso y Pérez 1891, p. 8.

[100] Idem. De nuevo, al igual que ocurría con Alfonso XI, observamos la participación de minorías en el recibimiento a la reina. Hay que tener en cuenta que estas minorías conformaban parte de la ciudad, por lo que era la ciudad al completo la que rendía honores a la soberana.

[101] Gestoso y Pérez 1891, pp. 8-9.

[102] Bernáldez 1875-1878, p. 589.

[103] Romero Abao 1991, p. 126.

[104] Gestoso y Pérez 1891, p. 10.

[105] Ibidem, p. 9.

[106] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 381.

[107] Especialmente interesante es el trabajo de Adot Lerga 2010, p. 20. Trata específicamente la comitiva y el desarrollo de esta visita del rey navarro a la ciudad de Sevilla, aportando datos muy interesantes para visualizar cómo se desarrollaría un viaje de esta envergadura.

[108] Bernáldez 1875-1878, p. 695.

[109] Idem.

[110] Ibidem, p. 735.

[111] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 456.

[112] Ibidem, p. 457.

[113] Romero Abao 1991, p. 123.

[114] Lleó Cañal, pp. 11-17.

[115] Bernáldez 1875-1878, p. 735.

[116] Ortiz de Zúñiga 1677, p. 457.

[117] Idem.

[118] Romero Abao 1991, pp. 125-126.

[119] En muchas ocasiones es complicado categorizar actos de este tipo por la complejidad ceremonial. Por ejemplo, una entrada de conquista sería al mismo tiempo la primera entrada del rey a la ciudad. Véase la nota 9.