|
Núm. 49 (2022) ■ 459-481 ISSN: 0210-7716 ■ ISSN-e 2253-8291 https://dx.doi.org/10.12795/hid.2022.i49.16 Recibido: 24-1-2022; Aceptado: 28-2-2022; Versión definitiva: 6-5-2022 |
Universidad Pablo de Olavide
jlviligl@upo.es | https://orcid.org/0000-0002-7351-6433
Resumen: El objetivo de este artículo es sintetizar la agitada historia política de la antigua ciudad de Siŷilmāsa desde mediados del siglo VIII hasta el siglo XIV. Durante estos siglos, fue el asentamiento principal en el oasis del Tāfīlālt, situado en el extremo suroriental de Marruecos. Durante tan prolongado periodo, Siŷilmāsa fue el más importante emporium en el comercio del oro y de los esclavos procedentes del Sudán Occidental. Con esta síntesis, pretendemos poner en evidencia hasta qué punto el dominio de la ciudad de las caravanas fue un objetivo estratégico de primer orden que compartieron todas las estructuras políticas con ambiciones imperiales en el Occidente islámico durante los siglos medievales.
Palabras clave: Siŷilmāsa; Occidente islámico; al-Andalus; Magreb; Sudán Occidental; oro.
Abstract: The aim of this paper is to synthesize the hectic political history of the ancient city of Sijilmasa from the middle of the 8th century until the 14th century. During these centuries this city was the main settlement in the oasis of Tafilalt, located in the southeast extreme of Morocco. For such a long period, Sijilmasa was the most important emporium in gold and slave trade coming from Western Sudan. With this synthesis, we expect to bring to light how the domination of the city of caravans was a strategic first level goal, shared by all political structures with imperial ambitions in the Islamic West during the medieval centuries.
Keywords: Sijilmasa; Western Islam; al-Andalus; Maghreb; Western Sudan; gold.
Todo ese oro que los comerciantes obtienen [en el Sudán] es acuñado en la ciudad de Siŷilmāsa. Esta es una gran ciudad con cuatro mezquitas aljamas y una calle cuya longitud es de media jornada de marcha. Hay muchas palmeras datileras. Los dinares son acuñados allí [1].
La decisiva importancia que tuvo Siŷilmāsa en el tráfico del oro sudanés hacia el Magreb y al-Andalus a lo largo de toda su historia, de la que es expresiva la cita del Ajbār al-Zamān con la que abrimos este artículo, es una cuestión definitivamente asentada en la historiografía desde hace ya tiempo[2]. Desde sus orígenes a mediados del siglo VIII hasta su profunda crisis a finales del siglo XIV, la historia de Siŷilmāsa es la historia del comercio a través del Sáhara, enlazando la cuenca del Mediterráneo con el Sudán Occidental. Su situación geográfica, justo en el punto donde el Magreb, al norte, y el desierto, al sur, entran en contacto y el hecho de ser el último lugar habitado del norte de África fueron ya gráficamente descritas por al-Bakrī en las detalladas páginas que dedicó a la ciudad de las caravanas en su Libro de los Caminos y de los Reinos:
Siŷilmāsa está situada a la entrada del desierto y no se conoce ningún lugar habitado ni al oeste ni al sur de esta ciudad… Desde Siŷilmāsa a Gāna hay una distancia de dos meses viajando a través de desiertos habitados sólo por nómadas que no se quedan permanentemente en ningún lugar [3].
Pero ya antes de al-Bakrī, las referencias a Siŷilmāsa como punto de partida de los que viajan hacia el Sudán Occidental abundan en las fuentes árabes. Es el caso, por ejemplo, de al-Yaʿqūbī que, ya en el último cuarto del siglo IX, escribe:
El que viaja desde Siŷilmāsa hacia el sur, dirigiéndose al País de los Negros (que está habitado por las distintas tribus negras) marcha por el desierto durante cincuenta jornadas [4].
O las especialmente interesantes noticias de Ibn Ḥawqal, procedentes de las décadas finales del siglo X, que se detiene especialmente en la descripción de la población de Siŷilmāsa y de sus gobernantes, alabando sobremanera sus costumbres, su conducta y su piedad[5]. Aunque afirma haber cruzado el Sáhara y viajado hasta el emporium saheliano de Awdagušt, pudiera ser que no lo hiciera y Siŷilmāsa fuera el punto más meridional del Magreb que alcanzó[6]. Su conocido testimonio de haber visto en Awdagušt un cheque de 42.000 dinares habría tenido, en ese caso, lugar en la propia Siŷilmāsa, lo que sería una evidencia más de la potencia económica de la gran ciudad de las caravanas[7].
E incluso en el primer tercio del siglo XIV, a unas décadas de su profunda crisis, al-ʿUmarī nos ofrece una información en la que Siŷilmāsa sigue apareciendo como ese fin del mundo magrebí y ciudad clave en el comercio transahariano:
[Siŷilmāsa] Es la puerta del desierto hacia el país del Sūdān y un lugar famoso por su vínculo con el oro…
Siŷilmāsa es el punto más alejado de las tierras habitadas. No hay asentamientos al sur de ella, sino que es de Siŷilmāsa de donde parten los comerciantes al País de los Negros con sal, cobre y conchas de cauríes y a dónde vuelven con el oro [8].
Consecuencia inevitable de esta situación geográfica fue que el emporium fundado por los ṣufríes[9] desempeñara un papel protagonista en las estrategias desarrolladas por todos los poderes políticos que, a lo largo de los siglos medievales, aspiraron a ejercer la hegemonía en el Occidente islámico: idrīsíes, fāṭimíes, omeyas, almorávides, almohades y meriníes. La lucha por el dominio de Siŷilmāsa fue la lucha por el control del oro del Sudán, y al acercarnos a las distintas alternativas políticas que marcaron su historia, que es el objeto de este artículo, podremos bucear simultáneamente en la historia del origen, el desarrollo y la desaparición de las distintas estructuras políticas que dominaron al-Andalus y el Magreb durante la existencia de esta ciudad del oro. Un asentamiento que, a diferencia de El Dorado que buscaron los colonizadores de América, fue una brillante certeza a las mismas puertas del Sáhara.
La narración más difundida de los orígenes de Siŷilmāsa pertenece a la pluma ya citada de al-Bakrī, al que en líneas generales siguen las fuentes posteriores. El relato se inicia con la llegada hacia 757-758 al oasis del Tāfīlālt del miknāsí Abū l-Qāsim ibn Wāsūl, junto con un grupo de ṣufríes procedentes de Ifrīqiya[10]. Es posible que estuvieran huyendo del norte en el periodo subsiguiente a la revuelta beréber de 740. De todas formas, hay que precisar que las fuentes arqueológicas nos proporcionan información sobre la existencia en esta área de asentamientos semipermanentes anteriores al tradicional momento fundacional[11]. Igualmente es interesante resaltar que, según las fuentes árabes, el primer jefe de esta comunidad fuera de raza negra, ʿIsā ibn Yazīd. Debemos ver en ello una expresión de la variedad étnica que caracterizó a la población del oasis a lo largo de su historia: beréberes (ṣanhāŷa, miknāsa y zanāta), sudaneses, judíos, árabes de origen iraquí y andalusíes se entremezclaron en el Tāfīlālt. Sobre estos últimos, su más antigua llegada a Siŷilmāsa fue consecuencia de la revuelta del arrabal cordobés de 818. Es probable que algunos de los andalusíes que contribuyeron al desarrollo de Fez, se vieran atraídos por las perspectivas comerciales del pujante centro caravanero. El asentamiento de judíos aparece también vinculado al desarrollo del comercio. De esta forma, Siŷilmāsa fue creciendo hasta alcanzar una población que a finales del siglo XI ya pudo rondar los 30.000 habitantes[12].
Siguiendo a al-Bakrī, a los pocos años de gobierno, ʿIsā ibn Yazīd fue depuesto y sustituido por el propio Abū l-Qāsim ibn Wāsūl, dando comienzo a la dinastía de los midrāríes, lo que deja traslucir un rápido desarrollo de la población beréber de obediencia jāriŷí frente a la sudanesa, sin duda consecuencia del crecimiento de la actividad comercial. La dinastía fundada por Abū l-Qāsim, conocida por el nombre de su nieto Midrār al-Muntaṣir, mantendría su dominio sobre Siŷilmāsa y otros oasis del sur del actual Marruecos durante casi dos siglos. Los midrāríes no sólo participaron en el momento fundacional de Siŷilmāsa, sino que la convirtieron en una ciudad dotada de importantes edificios y estructuras, directa consecuencia de los beneficios de un comercio transahariano cada vez más pujante. Las sucesivas campañas arqueológicas desarrolladas en Siŷilmāsa por un equipo norteamericano-marroquí, dirigido por Ronald Messier entre 1988 y 1998, han permitido documentar el relato de las fuentes escritas sobre el esplendor de la ciudad midrārí. Precisamente, durante la última campaña arqueológica en 1998, se hallaron evidencias de una potente estructura con basas circulares de columnas que sugieren la posible sala de oración de la mezquita aljama que al-Yasaʾ ordenó construir entre 814-815[13]. También, si la hipótesis desarrollada por este equipo arqueológico es correcta, la primera residencia del poder político en Siŷilmāsa, la dār al-imāra, se encontraría bajo la posterior mezquita aljama de almorávides y almohades, situada al sureste de la mezquita midrārí[14]. La destrucción de esa dār al-imāra y la edificación en su lugar de una mezquita refuerza la idea de que los almorávides fueron expulsados de Siŷilmāsa tras su primera ocupación y precisaron de una segunda campaña para hacerse con el control definitivo de la ciudad de las caravanas, como más adelante veremos. En definitiva, los emires de esta dinastía fueron capaces de mantener su autonomía durante el complejo periodo que vivió el Magreb entre los siglos VIII y X, y su caída sólo se produjo en el marco del enfrentamiento sin cuartel entre los califas omeyas y los fāṭimíes.
A la muerte de Abū l-Qāsim hacia 784, le sucedió su hijo Abū l-Wasir al-Yas que fue depuesto en 790 por su propio hermano Abū Muntaṣir al-Yasaʾ (790-823). Durante sus tres décadas de gobierno se produjo un gran crecimiento de Siŷilmāsa, con la construcción de murallas, baños públicos y mezquita aljama. Este ambicioso programa de obras públicas es expresivo de la prosperidad del emirato, consecuencia no sólo de la actividad comercial, sino también de su expansión territorial. En efecto, fue en época de Abū Muntaṣir al-Yasaʾ, cuando los Banū Midrār se hicieron con los oasis vecinos del Ziz y de Wādī Draʾ. Este último contaba en sus proximidades con una importante mina de plata. Al-Masʿūdī, citando a al-Fazārī, afirma que el territorio controlado por los midrāríes alcanzaba las 400 por 80 parasangas, un 40 % más de la extensión que atribuía a al-Andalus[15]. La prosperidad de Siŷilmāsa y su papel clave entre la región mediterránea y el Sudán Occidental continuó creciendo durante el gobierno de su hijo y sucesor Midrār al-Muntaṣir (823-867). En ese marco debemos encajar su matrimonio con Arwā, hija de ʿAbd al-Raḥmān ibn Rustam, imām de Tāhart. De ella y de otra de sus esposas, llamada Ṯhakiyya, nacieron dos hijos llamados ambos Maymūn, causantes de la crisis interna que sufrió el emirato midrārí en la segunda mitad del siglo IX.
Las disputas entre ambos hermanos marcaron los últimos años de gobierno de Midrār al-Muntaṣir, cuya preferencia por Maymūn al-Rustamiyya le llevó a desterrar a Maymūn al-Ṯhakiyya. Pero, a pesar de ello, su hijo favorito le derribó del trono hacia 867, con el rechazo de la población que se sublevó contra él y llamó a su hermano desterrado. Sin embargo, Maymūn al-Ṯhakiyya prefirió ofrecer a su padre que reasumiera el trono. En este escenario de intrigas familiares, Midrār al-Muntaṣir volvió a manifestar públicamente su predilección por Maymūn al-Rustamiyya, lo que debió colmar la paciencia de las gentes de Siŷilmāsa que, definitivamente, arrojaron del poder a Midrār al-Muntaṣir.
Cuando Maymūn al-Ṯhakiyya (867-877) se hizo definitivamente cargo del gobierno, el largo periodo de conflictos internos debía haber dejado bastante maltrecha la cohesión de una comunidad que había ido transfiriendo su lealtad de un gobernante a otro. Si a ello le añadimos el creciente interés de los estados islámicos del Mediterráneo por controlar una región que se había convertido en la clave del comercio transahariano, entenderemos el proceso que llevaría a los Banū Midrār a su fin.
De los hijos de Maymūn al-Ṯhakiyya, el primero en sucederle a su muerte fue Muḥammad (877-884). La Siŷilmāsa de los Banū Midrār, que formalmente expresaban su reconocimiento al califa ʿabbāsí, se mantenía centrada en su actividad comercial y bastante alejada de los conflictos de las sociedades islámicas situadas más al norte. Sin embargo, del reinado de su hermano y sucesor al-Yasaʾ (884-909) proceden dos noticias que dejan traslucir una mayor integración de Siŷilmāsa en la dinámica general del mundo islámico. Una de ellas es el apoyo midrārí a una revuelta de los ṣufríes de Marruecos contra los idrīsíes hacia 904. La otra es que, durante el último cuarto del siglo IX, Siŷilmāsa reconocía el poder de los emires de al-Andalus[16]. Estas buenas relaciones entre los Banū Midrār y el omeya Muḥammad I debieron tener mucho que ver, por una parte, con el recelo que ambas dinastías mantenían con los idrīsíes y, por otra, con unos cada vez más intensos contactos comerciales. En efecto, sabemos que en este periodo las tradicionales buenas relaciones entre los omeyas de al-Andalus y los Ṣāliḥíes de Nakūr fueron especialmente estrechas, y que en ese marco el emirato ṣāliḥí debió cumplir la función de conectar al-Andalus con el Tāfīlālt[17].
Este proceso de integración de Siŷilmāsa en los circuitos generales del mundo musulmán, al que venimos haciendo referencia, se aceleró de manera dramática para los Banū Midrār al final del emirato de al-Yasaʾ. La situación política del Magreb de finales del siglo IX se había visto profundamente alterada por la aparición del movimiento fāṭimí y, desde sus primeros pasos, Siŷilmāsa estuvo inmersa en sus estrategias. La formación de este nuevo califato había comenzado con la predicación del dāʿī Abū ʿAbd Allāh en los últimos años del siglo entre diversas tribus beréberes de Ifrīqiya, kutāma y ṣanḥāŷa especialmente, que fueron atraídas al šīʿísmo ismāʿīlí, enfrentándose a los aglabíes, señores de la región desde hacía un siglo, y que reconocían al califa ʿabbāsí. A partir de 903, este Abū ʿAbd Allāh, al frente de las tribus que se le habían unido, dirigió la campaña definitiva contra los aglabíes. Los combates se sucedieron durante varios años, de forma que entre 905 y 907 fue haciéndose con el control de la mayor parte del territorio, hasta la ocupación de Qayrawān en 909[18].
Durante este tiempo, el imām reconocido por los fāṭimíes, ʿUbayd Allāh, había abandonado Siria para dirigirse al Magreb. Sin embargo, no se instaló en el territorio ya controlado por Abū ʿAbd Allāh sino que marchó nada menos que hasta Siŷilmāsa, donde al parecer llegó hacia 905 haciéndose pasar por comerciante sirio. No está clara la razón por la que ʿUbayd Allāh marchó a un lugar tan lejano, hostil además a los šīʿíes, cuando sus partidarios ya contaban con bases seguras en Ifrīqiya. Se ha pensado en la posibilidad de que pretendiera crear un segundo foco de expansión para su proyecto, que además contaría desde allí con el control de la ruta del oro[19]. Descubierto al cabo del tiempo por el soberano midrārí al-Yasaʾ, ʿUbayd Allāh fue encarcelado. En el mismo año 909 de su triunfo sobre los aglabíes, Abū ʿAbd Allāh marchó sobre Siŷilmāsa para liberar a su imām.
Cuando Abū ʿAbd Allāh se plantó ante Siŷilmāsa, a al-Yasaʾ le faltó tiempo para emprender la huída. ʿUbayd Allāh fue inmediatamente liberado y pocos días después el midrārí era capturado y ejecutado. En la propia Siŷilmāsa Abū ʿAbd Allāh presentó ante las tropas de los beréberes kutāma aʿUbayd Allāh procediendo a la ceremonia de la bayʿa. Los vencedores volvieron a Ifrīqiya y en 910 tomaban Raqqāda, la ciudad palatina de los aglabíes, donde ʿUbayd Allāh era proclamado califa y reconocido como al-Mahdī. La formación del califato fāṭimí y la dinámica expansiva que manifestó desde su inicio fue una de las razones que empujó a ʿAbd al-Raḥmān III a desarrollar la agresiva política en el norte de África que hemos venido en denominar la Batalla por el Magreb[20]. De esa estrategia participaban también su proclamación califal en 929 y el laqab adoptado (al-Nāṣir li-dīn Allāh, el que trae la victoria a la Religión de Dios), que sin duda constituían una potente arma ideológica, no sólo para el interior de al-Andalus sino también hacia los musulmanes del Magreb.
Como antes dejamos anotado, los midrāríes habían mantenido a lo largo de los siglos VIII y IX unas excelentes relaciones con los emires cordobeses. Era pues razonable que, tras la conquista, los fāṭimíes desconfiaran del clan autóctono y dejaran en Siŷilmāsa como gobernador a un beréber de los kutāma, la tribu en cuyo seno habían reclutado sus primeros adeptos. Sin embargo, la población leal a sus emires tradicionales lo depuso poco después y proclamaron a un tercer hijo de Maymūn al-Ṯhakiyya, llamado al-Fatḥ (909-913). El interés de los fāṭimíes por conservar el control del comercio transahariano seguía siendo un objetivo prioritario, por lo que, consolidadas sus posiciones en el Magreb, y gobernando en Siŷilmāsa el hijo y sucesor al-Fatḥ, de nombre Aḥmad (913-921), los fāṭimíes volvieron a enviar una expedición que se hizo de nuevo, y sin muchas dificultades, con el control del oasis. En esta ocasión, desarrollaron una estrategia más eficaz para sostener sus posiciones en un enclave tan alejado de sus bases. Para sustituir a Aḥmad se atrajeron a otro miembro de los Banū Midrār, su primo al- Muʿtazz (921-933). Así, tanto durante los años de gobierno de éste, como seguidamente durante los de su hijo Muḥammad (933-942), Siŷilmāsa se mantuvo en la órbita de los fāṭimíes[21].
Pero a la muerte de este pro-fāṭimí Muḥammad ibn al-Muʿtazz, la minoría de edad de su hijo y sucesor al-Muntaṣir bi-llāh fue aprovechada por otro hijo de al-Fatḥ, de nombre Muḥammad (942-958), para encarcelarlo y recuperar el poder para su rama de la familia. Su ascenso al emirato supuso un giro radical de la política exterior de los midrāríes, pues de inmediato retomó las tradicionales relaciones de la dinastía con los omeyas de al-Andalus. Los lazos de este personaje con el califa de Córdoba se remontaban a su presencia en la batalla de Simancas (939), por lo que no debe sorprender que rompiera con los fāṭimíes y abandonara incluso las tradicionales creencias ṣufríes de su familia para abrazar el sunnismo mālikī. Este cambio de alianzas coincidía con una serie de éxitos de los partidarios de los omeyas en las regiones occidental y central del Magreb, que supusieron que, al mediar el siglo, Córdoba presenciara un continuo desfile de embajadas magrebíes que, desde Argel hasta Siŷilmāsa, acudían a expresar su sumisión al califa cordobés[22]. El enfrentamiento del midrārí con los califas fāṭimíes no dejaría de crecer, hasta el punto de que le impulsó a tomar, más adelante, la decisión de proclamarse él mismo califa, adoptando el laqab de al-Šākir li-llāh, el que está agradecido a Dios. Este hecho tuvo lugar, según al-Bakrī en el año 342H/953-954[23].
La turbulenta situación política de Siŷilmāsa durante estos años centrales del siglo X se documenta de manera espléndida en las acuñaciones de dinares de su ceca, cuyos ejemplares más antiguos corresponden a los años 331-333H/942-945, y nos permiten seguir la evolución de la historia de la ciudad de las caravanas en este periodo:
En definitiva, al mediar el siglo X, Siŷilmāsa estaba completamente involucrada en la Batalla por el Magreb que omeyas y fāṭimíes estaban librando. En este marco se produjo en 958, la reacción del califa fāṭimí al-Muʿizz enviando una expedición sobre las regiones central y occidental del Magreb a combatir a los aliados de los omeyas en esa zona, y que incluyó una operación sobre Siŷilmāsa. Ante la llegada del ejército fāṭimí, Muḥammad ibn al-Fatḥ inicialmente huyó de su ciudad, aunque luego volvió en secreto, quizás para intentar organizar una revuelta. Fue descubierto, apresado y enviado a Ifrīqiya, donde acabó sus días con escasa dignidad. El gobernador fāṭimí que se instaló en su lugar fue muy pronto derrocado, y la gente de Siŷilmāsa entregó el gobierno a otro midrārí, precisamente a aquel niño, al-Muntaṣir bi-llāh (958-963), que había sido encarcelado años atrás por Muḥammad ibn al-Fatḥ. Pero tanto al-Muntaṣir como su hermano y sucesor, Abū Muḥammad ʿAbd Allāh (963-976/980), se mantuvieron leales al califa fāṭimí[25]. Así, podemos comprobar que las acuñaciones de dinares de ceca Siŷilmāsa a partir de 958 se emitirán a nombre del califa al-Muʿizz, iniciando una serie monetaria que concluirá en 976[26]. Estos éxitos fāṭimíes en el Magreb supusieron un generalizado retroceso de las posiciones que ʿAbd al-Raḥmān III había conseguido en el norte de África, y que ya él no podría recuperar porque moriría en octubre de 961, cumplidos los setenta años.
Los años de gobierno de al-Ḥakam II sentaron las bases para la recuperación de las posiciones de los omeyas en el Magreb. Tras su muerte, cuando el ḥāŷib al-Manṣūr comenzó a hacerse con el control del aparato estatal andalusí, sus primeros pasos en el Magreb se dirigieron a consolidar las estrechas relaciones con los zanāta que, cada vez en mayor número, pasaban a al-Andalus a engrosar las filas del ejército ʿāmirí. Precisamente fue el caudillo de una de estas tribus zanāta, el maghrāwa Jazrūn ibn Falfūl el que, al iniciarse el último cuarto del siglo X[27], dirigió la expedición contra Siŷilmāsa que puso fin a la dinastía de los Banū Midrār. Siguiendo la costumbre, la cabeza de Abū Muḥammad ʿAbd Allāh, el último midrārí, fue cortada y enviada a Córdoba. El gran centro caravanero del Magreb Occidental permaneció en la órbita cordobesa durante los primeros años del siglo XI, garantizando de esta manera el suministro de oro a al-Andalus. Al menos entre 988 y 1005 los dinares de la ceca de Siŷilmāsa se acuñaron a nombre de Hišām II[28]. El dominio de Siŷilmāsa puso el colofón al triunfo final del califato cordobés sobre el fāṭimí en la larga Batalla por el Magreb, un triunfo que nadie en al-Andalus podía imaginar en aquellos años finales del siglo X que iba a ser tan efímero.
Como era natural, Jazrūn ibn Falfūl se convirtió en el gobernador de los antiguos dominios de los midrāríes y, a su muerte fue sucedido por su hijo Wāndūn al-Maghrāwī. A partir de que los sucesos de la fitna fueran disolviendo los antiguos lazos entre los zanāta y el poder cordobés, y de forma análoga a lo que sucedió en el conjunto de los territorios que habían venido reconocido al califa omeya, los maghrāwa también constituyeron un emirato independiente en torno a Siŷilmāsa. El territorio dominado por Wāndūn se iría ampliando en los primeros compases del siglo XI hacia el valle del Draʾ por el oeste y hasta Sefrú por el norte[29].
En este marco de prosperidad que atravesaba Siŷilmāsa y su hinterland se produjo la génesis del movimiento almorávide que, en pocos años, transformaría radicalmente las estructuras políticas del Occidente islámico. Dada su legendaria riqueza y su estratégica posición, no es sorprendente en absoluto que uno de los primeros objetivos de los almorávides en su expansión desde el corazón del Sáhara fuera Siŷilmāsa. Cuando los almorávides se hicieron con ella, era ya un nieto de Jazrūn ibn Falfūl, de nombre Masʿūd ibn Wāndūn el que estaba al frente del emirato. Las fuentes árabes coinciden en afirmar que los almorávides salieron del desierto requeridos por ulemas y personas piadosas hastiadas de la tiranía y la impiedad de este Masʿūd ibn Wāndūn[30]. Es posible que detrás de esta llamada estuviera la numerosa población ṣanhāŷa de la región de los oasis, la confederación tribal en la que había surgido el movimiento almorávide, sometidas allí al poder de sus históricos rivales, los zanāta. Pero, en cualquier caso, esta última información nos ofrece un cuadro muy completo de las que entendemos que fueron las tres principales causas que pusieron a los almorávides en marcha hacia el norte: su histórico enfrentamiento con los zanāta, el control de los puertos septentrionales del comercio transahariano y, finalmente, el celo religioso que, impulsado por el rigorismo mālikī, los animaba a combatir las supuestas herejías que se desarrollaban por todo el Magreb Occidental. Esta llamada final a unos almorávides, que no necesitaban mucha excitación para intervenir, realizada por los notables y los ulemas de Siŷilmāsa fue, como en otros puntos del Magreb y al-Andalus, consecuencia del hastío de una población agobiada por los conflictos tribales, la presión fiscal y la consideración como impíos de sus gobernantes. La campaña almorávide, dirigida por el propio guía espiritual de la nueva doctrina, Ibn Yāsīn, se inició en mayo de 1055, según Ibn Abī Zarʿ o en 1053-54 según Ibn Jaldūn, y Siŷilmāsa fue incorporada al naciente imperio con rapidez[31].
Después de esta temprana ocupación, Ibn Yāsīn y el grueso de sus tropas volvieron al sur del Sáhara permaneciendo en Siŷilmāsa un gobernador almorávide. Nos parece evidente que el objetivo de esta vuelta de los almorávides hacia el sur no era otro que hacerse con el dominio del otro extremo de la principal ruta caravanera del Sáhara Occidental, Awdagušt. Según al-Bakrī en el año 446 H/1054-55, Ibn Yāsīn se hizo con el control de Awdagušt, saqueándolo y persiguiendo a su población porque habían reconocido la autoridad del gobernante de Gāna[32]. Sin duda, resulta enormemente significativo que, conseguida la unidad de las tribus ṣanhāŷa, los dos primeros objetivos de los fundadores de la nueva e impetuosa estructura política islámica fueran, simultáneamente, los extremos norte y sur del Sáhara Occidental. El dominio de la principal ruta por la que el oro del Sudán circulaba fue la estrategia inicial y esencial de los almorávides. El éxito que consiguieron en su despliegue les permitió abastecer sus cecas de un oro de excelente calidad, con el que financiaron las campañas militares que condujeron a la unificación de todo el Occidente islámico, por primera vez desde mediados del siglo VIII.
La partida del grueso de las tropas almorávides fue aprovechada por los maghrāwa para recuperar brevemente el control de la ciudad caravanera[33]. Posiblemente, la mayoría de la población de raíz zanāta no debía sentirse cómoda con los cambios introducidos por los nuevos señores en su vida cotidiana, ni por supuesto con la pérdida del poder económico que habían venido disfrutando. Poco podía hacer la reducida guarnición y el grupo de ulemas que apoyaban a los almorávides. Cuando se hallaban en la aljama siŷilmāsí, fueron masacrados por los maghrāwa. Los almorávides volvieron a hacerse con la ciudad en 1058 donde en ese mismo año Ibn Yāsīn hacía reconocer como emir a Abū Bakr ibn ʿUmar, iniciándose a partir de entonces su fulgurante expansión por el Magreb. Tras esta segunda conquista de Siŷilmāsa aparece por primera vez en las fuentes la formidable figura de Yūsuf ibn Tāšufīn, que habría de convertirse en el gran conquistador almorávide. Abū Bakr, que marchó a dirigir la campaña contra el Sūs, lo designó gobernador de la ciudad caravanera[34].
Durante la época almorávide, Siŷilmāsa consolidó aún más su papel de llave del comercio transahariano. Las acuñaciones de dinares de extraordinaria pureza de su ceca se sucedieron con regularidad[35]. Sin duda, durante este periodo Siŷilmāsa alcanzó unas dimensiones y un nivel de riqueza no conocido hasta entonces. También en todo el Tāfīlālt, como en el conjunto del Occidente islámico, el triunfo almorávide supuso una estricta aplicación de la ortodoxia islámica de la escuela mālikī. Dos textos, el primero de Ibn Abī Zarʿ y el segundo de Ibn Jaldūn son expresivos del desarrollo de este fenómeno en la región:
Permaneció allí [Ibn Yāsīn en Siŷilmāsa] hasta que la hubo pacificado y ordenado y cambiado las prácticas censurables que había hallado allí. Destruyó los instrumentos musicales e incendió las tiendas donde se vendía vino. Abolió los impuestos no coránicos y mantuvo los que el Corán y la Sunna permitían que se mantuvieran [36].
Los lamtūna siguieron hasta Siŷilmāsa y entraron en ella por la fuerza, matando a los restos del ejército de los maghrāwa que se encontraban allí. Llevaron a cabo reformas, cambiaron lo que no era conforme a los preceptos del islam, abolieron los maghārim y mukūs [impuestos extra canónicos] y recaudaron la ṣadaqa [37].
Pero la imposición de la ortodoxia sunní no supuso la desaparición de la anteriormente descrita heterogeneidad social que caracterizó a Siŷilmāsa desde sus orígenes, aunque ya sin la intensidad del periodo midrārí. Especialmente importante continuó siendo la comunidad judía, con activos comerciantes y de la que el estado almorávide obtenía importantes ingresos tributarios, y por otra parte es también destacable el arraigo que tuvo el sufismo[38]. Cuando los almorávides instalaron su capital en la vertiente septentrional del Atlas, primero en Āgmāt y después en Marraquech, Siŷilmāsa entró en un periodo de cierto oscurecimiento político, aunque hasta 1067-68 siguió siendo la única ceca en la que acuñaron moneda[39]. A finales de 1072 Abū Bakr volvió de guerrear por el sur del Sáhara y el Sudán, encontrándose con que Ibn Tāšufīn había consolidado su poder de tal manera que su primo le cedió definitivamente su título de emir de los almorávides. Parece ser que pocos años después un hijo de Abū Bakr, conocido como Ibrāhīm el Negro, se planteó reclamar los poderes de su padre. Finalmente, llegó a un acuerdo con Ibn Tāšufīn para retirarse como gobernador de Siŷilmāsa, donde él y sus sucesores actuaron con notable autonomía, hasta que los almohades pusieron fin al poder almorávide[40].
Ese oscurecimiento de Siŷilmāsa al que nos acabamos de referir no debe confundirnos: la importancia que para el imperio almorávide tenía su posesión era de primer orden, como pone evidencia que los almohades no pudieron hacerse definitivamente con ella hasta 1148, después de haber ya tomado Marraquech. No obstante, desde la campaña de ʿAbd al-Muʾmin al sur del Atlas Medio en 1141 los almorávides habrían perdido mucho de su control sobre el oasis del Tāfīlālt, iniciándose la influencia almohade sobre la región[41]. Al igual que durante el periodo almorávide, durante esta época las fuentes escritas apenas recogen información sobre la historia política de Siŷilmāsa, que debemos interpretar como expresión del secundario papel que en ese aspecto debió desempeñar en un occidente musulmán unificado bajo el califato almohade. Pero, por supuesto, continuó siendo el referente del comercio transahariano al norte del desierto. Esta función queda evidenciada por una preciosa información sobre el funcionamiento de las redes comerciales transaharianas que nos llega de Muḥammad al-Maqqarī[42], a través de su discípulo Ibn al-Jaṭīb, con quien estuvo en Granada en 1356 y a quien contó la historia de sus antepasados:
[Los hijos de Yaḥyā al-Maqqarī] eran cinco. Hicieron una sociedad en la que compartían a partes iguales todo lo que poseían o pudieran poseer. Abū Bakr y Muḥammad, que son las raíces de mi linaje, tanto por línea paterna como materna [eran sus bisabuelos], estaban en Tremecén; ʿAbd al-Raḥmān, que era el hermano mayor, estaba en Siŷilmāsa; ʿAbd al-Wāḥid y ʿAlī, que eran los hermanos pequeños estaban en Iwalātan [43].
Calculamos que los bisabuelos de Muḥammad al-Maqqarī debieron vivir en los primeros años del siglo XIII, por lo que no nos ofrece ninguna duda que, aunque la principal terminal meridional se había desplazado hacia el este, desde Awdagušt a Iwalātan/Walāta, Siŷilmāsa seguía conservando su papel de terminal septentrional y de enlace de las rutas saharianas con el Magreb Occidental y Central. Es posible que incluso durante esta época la participación de Siŷilmāsa en el volumen del comercio transahariano se incrementara más aún. En efecto, entre los años 1175 y 1245 se produjo una de las alteraciones, relativamente frecuentes, por otra parte, de las rutas transaharianas. Pero en esta ocasión conllevó una profunda transformación en el sistema de puertos de llegada de la orilla septentrional. Durante ese periodo, sólo a las terminales del Magreb Occidental llegaron los suministros de oro sudanés, mientras que las rutas que comunicaban con el Magreb Oriental y Egipto fueron abandonadas, por una combinación de ataques de tribus nómadas y dificultades para el abastecimiento de agua[44]. Este dato parece apuntar a que los almohades se hicieron con el monopolio de la distribución del oro sudanés por toda la cuenca del Mediterráneo.
Pero si, como hemos dicho, en el plano político Siŷilmāsa no tuvo un papel relevante durante el periodo almorávide y el apogeo almohade, las cosas cambiaron durante la crisis dinástica de estos últimos. En el marco del prolongado conflicto en el seno de la dinastía entre Yaḥyā ibn al-Nāṣir al-Muʿtaṣim con al-Maʾmūn primero y su hijo al-Rašīd después, reapareció Siŷilmāsa como lugar de refugio de unos y otros, dada su situación periférica, hasta que al-Rašīd consiguió estabilizar su dominio hacia 1236[45]. Pero a la muerte en 1242 de al-Rašīd, el gobernador de Siŷilmāsa, ʿAbd Allāh ibn Zakariyyāʾ al-Hazraŷī, se negó a reconocer como nuevo califa a Abū l-Ḥasan ʿAlī al-Saʿīd (1242-1248), arrogándose todo el poder y acuñando moneda propia, y reconociendo formalmente a los ḥafṣíes de Túnez[46]. Esta situación permitió a varios jeques almohades, perseguidos por al-Saʿīd, refugiarse bajo la protección de al-Hazraŷī. Precisamente fue uno de estos, Abū Zayd al-Ŷadmīwī, el que traicionando a su protector volvió a poner a Siŷilmāsa bajo el control del califa almohade hacia 1244[47].
Sin embargo, a estas alturas de la historia, quienes ya se estaban convirtiendo en los nuevos dueños de la situación en el Magreb Occidental eran los meriníes que en agosto de 1248 se habían hecho con el dominio de Fez por primera vez, y en septiembre de 1250 lo hicieron de forma definitiva. En 1257, el penúltimo califa almohade, al-Murtaḍā (1248-1266), había confiado el gobierno de Siŷilmāsa a Abū Muḥammad ʿAbd al-Ḥaqq ibn Zaŷŷū al-Ŷanfīsī, cuyo hombre de confianza era un tal al-Qitrānī que alcanzó un acuerdo con el emir meriní Abū Yaḥyā (1244-1258) para entregarle la ciudad de las caravanas a cambio de convertirse él en su gobernador. Desde este momento hasta 1274 en que los meriníes se hicieron definitivamente con Siŷilmāsa, la ciudad de las caravanas cambió de manos varias veces. En efecto, todas las fuerzas en acción en el fragmentado Magreb de la época se enfrentaron por hacerse con la vital llave del comercio transahariano y se alternaron vertiginosamente en su dominio.
A principios de 1274, el sultán meriní Abū Yūsuf Yaʿqūb (1258-1286) inició el asedio de Siŷilmāsa, dominada por entonces por los zayyāníes de Tremecén, y que se prolongó durante ocho meses. Tras tomarla al asalto, sus habitantes fueron masacrados o reducidos a la esclavitud, concluyendo así el proceso de sometimiento de todo el Magreb Occidental a este sultán[48]. Durante el sultanato de Abū Saʿīd ʿUṯmān II (1310-1331) su hijo Abū ʿAlī ʿUmar recibe hacia 1315 el gobierno de Siŷilmāsa, donde se instaló como un auténtico sultán, organizando su propio ejército y administración. A partir de 1320 combatió a su padre, haciéndose con el dominio del valle del Draʾ y del Sūs, y creando en definitiva otro sultanato meriní en el sur de Marruecos[49]. Fue su hermano Abū l-Ḥasan ʿAlī (1331-1348) el que, una vez convertido en sultán tras la muerte del padre de ambos, conquistó de nuevo Siŷilmāsa y ordenó matar a Abū ʿAlī ʿUmar en 1333[50]. Pero tras su derrota cerca de Qayrawān a manos de una coalición de tribus de árabes nómadas en 1348, también Abū l-Ḥasan vio cómo su hijo Abū ʿInān Fāris (1348-1358) se proclamaba sultán de los meriníes en Tremecén. De nuevo fue Siŷilmāsa el lugar elegido para buscar refugio y contra ella se dirigió Abū ʿInān persiguiendo a su padre. De allí huyó a Marraquech, para alcanzar finalmente su último refugio, las montañas de los hintāta, donde murió en mayo de 1351[51].
La crisis dinástica que siguió a la muerte de Abū ʿInān Fāris permitió que durante el sultanato de Abū Sālim Ibrāhīm (1359-1361) reaparezcan en Siŷilmāsa los hijos de Abū ʿAlī ʿUmar[52]. El mayor de ellos, ʿAbd al-Ḥalīm, se pudo instalar en Siŷilmāsa en 1361 con el apoyo de los árabes Banū Māʾqīl. Sin embargo, las rivalidades internas entre los clanes de esta tribu terminaron en una guerra abierta entre dos grupos. Uno de ellos, el finalmente triunfador, había proclamado al hermano menor ʿAbd al-Muʾmin como sultán de Siŷilmāsa, haciéndose con su control en 1363[53]. Durante las últimas décadas del siglo XIV, salvo en algún breve periodo en que la controlaron los meriníes de Fez, la ciudad de las caravanas fue gobernada, pues, por varios de los descendientes de Abū ʿAlī ʿUmar. En realidad, podríamos afirmar que la dinastía meriní terminó por constituir dos sultanatos en Marruecos, uno al norte del Atlas con capital en Fez, y otro al sur cuya cabeza era Siŷilmāsa.
Pero a pesar de esta agitada historia política, la capital del Tāfīlālt siguió gozando durante el siglo XIV de una espléndida salud económica de la que fue testigo directo Ibn Baṭṭūṭa. Se ha calculado que hacia esta época Siŷilmāsa volvía a contar con una población que rondaba los 30.000 habitantes[54], similar a la cifra que ya ofrecimos para la época de la gran expansión almorávide. Durante este periodo del apogeo del estado meriní, el oro del Sudán Occidental circuló hacia el norte con una fluidez comparable a la que lo hizo en tiempos de los almorávides, los antiguos grandes señores del Sáhara. El viajero tangerino nos confirma que a mediados del siglo XIV la ciudad seguía siendo el punto de partida y llegada de las caravanas que desde el Magreb Occidental cruzaban el desierto. En efecto, el propio Ibn Baṭṭūṭa nos da las fechas exactas de su estancia en Siŷilmāsa, de la que partió hacia el Sudán Occidental el 18 de febrero de 1352, tras haber permanecido en ella durante, al menos, cuatro meses y a la que regresaría de su periplo sudanés en diciembre de 1353:
Siŷilmāsa es una de las más magníficas ciudades y en ella abundan los más excelentes dátiles. Por esta abundancia de dátiles se asemeja a la ciudad de Baṣra, pero los de Siŷilmāsa son aún mejores. Me quedé allí con el faqih Abū Muḥammad al-Bishrī, a cuyo hermano encontré en la ciudad de Qanjanfū de la tierra de China. ¡Qué lejos se encuentran el uno del otro! Me atendió con gran hospitalidad. Allí compré camellos y los crie durante cuatro meses.
Finalmente partimos al inicio del mes de muḥarram del año 753 con una caravana cuyo jefe era Abū Muḥammad Yandakān al-Masūfī, Dios se apiade de él. En la caravana iban tanto comerciantes de Siŷilmāsa como de otros lugares[55].
En definitiva, durante los siglos en los que la ciudad de las caravanas estuvo integrada en estos tres grandes estados del Occidente islámico, almorávide, almohade y meriní, su desarrollo urbano y su prosperidad estuvo en constante crecimiento. El oro del Sudán Occidental, acuñado en la ceca de Siŷilmāsa y en otras numerosas establecidas por al-Andalus y el Magreb, financiaba a los emires, califas o sultanes de estas dinastías, pagaba a sus ejércitos y levantaba sus colosales edificaciones[56].
Sin embargo, a finales del siglo XIV parece que la ciudad entró en la más absoluta decadencia. Las referencias en las fuentes a Siŷilmāsa se reducen progresivamente. Aunque tradicionalmente la historiografía había venido hablando de un colapso prácticamente definitivo como consecuencia de unos violentos disturbios que se inician hacia 1393, lo cierto es que las fuentes arqueológicas han revelado actividad constructiva sobre el disminuido asentamiento hasta bien avanzado el siglo XVIII.[57]
En efecto, a la muerte del sultán meriní Abū l-ʿAbbās Aḥmad (1387-1393) se produjo una revuelta en Siŷilmāsa que se convirtió en una auténtica guerra civil. En el transcurso de ella su emir fue asesinado y las murallas derribadas. A partir de entonces, su población la fue abandonando paulatinamente para instalarse de forma dispersa en las distintas casbas de la región, muchas de ellas ya existentes, pero otras de nueva fundación.
En este sentido, la información que nos traslada Juan León Africano cuando pasa por el oasis del Tāfīlālt hacia 1510 es muy escueta:
Hoy día Siŷilmāsa está por completo en ruinas y, como hemos dicho, sus habitantes reagrupados en castillos y diseminados por todas partes en todo el territorio[58].
Las fuentes arqueológicas nos hablan, efectivamente, de una fase de destrucción de estructuras defensivas y de un proceso de profunda contracción de las áreas residenciales, pero no de un definitivo despoblamiento: todavía en época ʿalawí, a finales del XVII y principios del XVIII, se detecta actividad constructiva. A este periodo corresponde, por ejemplo, reformas en la mezquita aljama o los potentes muros emergentes de la alcazaba que se pueden observar al acercarse al yacimiento. Pero en cualquier caso Siŷilmāsa perdió definitivamente su carácter de gran centro caravanero del norte del Sáhara. No obstante, en las distintas casbas del Tāfīlālt el comercio con el Sudán Occidental seguirá siendo una actividad esencial, si bien se observa cómo a lo largo del siglo XV el centro de gravedad comercial del sur de Marruecos se fue desplazando hacia el oeste, el valle del Draʾ, el hogar de los Saʿdíes, a los que a continuación nos referiremos[59].
Aún sigue sin haber respuestas definitivas para explicar la súbita decadencia de Siŷilmāsa. Ni la revuelta a la que antes hemos hecho referencia ni la constatada inseguridad que las acciones de los Banū Maʾqīl generaron en el Tāfīlālt son suficientes: fenómenos de esta naturaleza eran frecuentes y las poblaciones sobrevivían y se recuperaban. De ahí que se haya buscado también su coincidencia con fenómenos naturales tales como riadas catastróficas documentadas arqueológicamente y avalanchas de tierra que cubrieron los alrededores de Siŷilmāsa hasta 4 m de altura. Es posible que como consecuencia de todo ello se cegaran los numerosos manantiales que según al-Bakrī alimentaban a los ríos Ziz y Rhéris[60]. El resultado final sería una progresiva disminución del caudal del agua disponible que también tendría una influencia decisiva en el abandono de Siŷilmāsa[61].
Si aceptamos esta última hipótesis, el periodo que se extiende entre finales del siglo XIV y comienzos del XVI en el Tāfīlālt se caracterizaría, pues, por la escasez de agua, la inseguridad y los enfrentamientos de las distintas comunidades fortificadas entre ellas y con los Banū Maʾqīl, y la consiguiente retracción de la actividad comercial. Pero en el segundo tercio del siglo XVI, la región inició un nuevo periodo de esplendor, de la mano de los Saʿdíes que, partiendo desde sus bases en el valle del Draʾ, se hicieron con el dominio de todo Marruecos. La nueva dinastía, cuyo marco temporal se extiende desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del XVII, reconstruyó en el país una estructura política que las guerras civiles y los ataques de portugueses, castellanos y turcos habían prácticamente aniquilado. La fuerte demanda de oro y esclavos que el nuevo estado precisaba para hacer frente a todas esas amenazas reactivó la actividad comercial en el Tāfīlālt[62]. Es cierto que la Siŷilmāsa del pasado no renació y que sus zonas residenciales continuarían contrayéndose, puesto que la organización poblacional en casbas dispersas fue la que se consolidaría en el oasis. Pero el asentamiento continuó habitado durante la época saʿdí y la posterior ʿalawí. Así, podemos ver cómo en el último cuarto del siglo XVI, y hasta el final de la dinastía saʿdí, junto a acuñaciones de ceca Tāfīlālt, también se registran monedas de ceca Siŷilmāsa. Todo un símbolo de cómo en esta nueva fiebre del oro saʿdí, la legendaria ciudad de las caravanas seguía siendo una referencia obligada[63]. También la arqueología nos muestra cómo la última dinastía marroquí, la ʿalawí, actualmente reinante, transformó decididamente en los siglos XVII y XVIII algunas de sus estructuras esenciales como la mezquita aljama o la alcazaba[64]. Pero, obviamente, la historia de la Siŷilmāsa saʿdí y ʿalawí escapa del ámbito cronólógico de este artículo.
La atracción por el oro es un rasgo que tienen en común, desde los tiempos más remotos, casi todas las civilizaciones. Prácticamente desde su fundación a mediados del siglo VIII, y a lo largo de toda su existencia, la historia de Siŷilmāsa es la crónica de esa permanente ambición del hombre, que resumía en su famoso consejo Fernando II de Aragón en pleno Renacimiento: Logra oro, humanamente si es posible. Pero consigue oro a cualquier precio. Y para ese fin, todas las estructuras políticas del Occidente islámico en los siglos medievales pugnaron por hacerse con el control de esta ciudad periférica de la región, al borde mismo del Sáhara y que, como repetían todos los cronistas árabes de este periodo, desde al-Yaʿqūbī a Ibn Baṭṭūṭa, pasando por Ibn Ḥawqal, al-Bakrī y al-ʿUmarī, era el último lugar habitado antes de penetrar en el desierto.
Durante su primer siglo y medio de existencia, esa situación periférica de Siŷilmāsa en el mundo islámico occidental permitió a la dinastía de los fundadores del emporium, los Banū Midrār, mantenerse como un emirato independiente. Pero era cuestión de tiempo que su naturaleza de puerta del Sáhara hacia Bilād al-Sūdān, el País de los Negros, y sus míticas minas de oro propiciaran su imparable integración en los circuitos generales del mundo musulmán. Así, la maduración de las estructuras políticas surgidas en el Magreb y al-Andalus terminó por precipitar que los hasta entonces contactos esencialmente comerciales y diplomáticos con ese emirato desembocaran en la irresistible ambición de todas ellas por hacerse con el dominio de Siŷilmāsa. Un dominio que, a la postre, permitía adueñarse de las rutas del comercio transahariano y acceder al oro del Sudán Occidental. A través de estas rutas comerciales que tenían en la ciudad de las caravanas su puerto de salida y llegada, el oro del Sudán Occidental dinamizó las economías del Magreb y al-Andalus, y pasando desde ahí a la Europa cristiana. En este sentido, no nos parece exagerado afirmar que durante los siglos medievales Siŷilmāsa jugó un papel central en la economía global de la época.
El primer acto de ese tránsito de la Siŷilmāsa independiente a la integrada en estructuras políticas imperiales, tuvo lugar en el marco de la Batalla por el Magreb entre omeyas y fāṭimíes, desarrollada a lo largo de la mayor parte del siglo X, y que concluyó con el triunfo omeya, en las décadas finales de ese siglo. Como hemos visto Siŷilmāsa fue también la primera ciudad tomada por los almorávides tras salir del interior del Sáhara. Ello no fue fruto de ninguna casualidad, sino un objetivo estratégico del emergente nuevo poder que la utilizó como trampolín económico para adueñarse de todo el Magreb primero y de al-Andalus después. Y se resistieron firmemente a entregarla a los almohades, que también durante otro siglo hicieron de ella el más importante, y seguramente único durante algún tiempo, puerto de llegada y salida del comercio entre el Sudán Occidental y toda la cuenca del Mediterráneo. El último acto de esta etapa imperial transcurrió bajo el sultanato de los meriníes, en el que Siŷilmāsa mantuvo su esplendor, pero que también supuso el inicio de su largo declive. Y aunque, frente a la tradicional teoría de un irreversible colapso en 1393, ya sabemos que el antiguo emporium de las caravanas pervivió en el tiempo, su disminuida existencia posterior provocó, sin duda, que la leyenda de la medieval Ciudad del Oro que un día fue Siŷilmāsa no dejara de agigantarse con el transcurrir de los siglos.
Ajbār al-Zamān (1981), en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 33-37.
Al-Bakrī (1965), Description de l’Afrique septentrionale, (trad. y ed. Mc Guckin De Slane), París.
Blanchard, Ian (2001), Mining, Metallurgy and Minting in the Middle Ages. Vol. 1: Asiatic Supremacy, 425-1125; vol. 2: Afro-European Supremacy, 1125-1225; vol. 3: Continuing Afro-European Supremacy, 1250-1450, Sttutgart.
Bovill, Edward W. (1968), The Golden Trade of the Moors, Oxford.
Brett, Michael (1983), “Islam and Trade in the Bilād Al-Sūdān, Tenth-Eleventh Century A. D.”, The Journal of African History, 24-4, pp. 431-440.
Capel, Chloé (2019), “L’or africain et le paradoxe de Sijilmassa (Maroc-VIIIe-XIVe siècles). Atelier de frappe primordial, histoire méconnue”, en Nicolas Minvielle Larousse, Marie-Christine Bailly-Maître et Giovanna Bianchi (eds.), Les métaux précieux en Méditerranée médiévale. Exploitations, transformations, circulations, Actes du colloque International d’Aix-en-Provence des 6, 7 et 8 octobre 2016, Aix-en-Provence, pp. 243-260.
Caverly, R. William (2008), Hosting Dinasties and Faiths: Chronicling the Religious History of a Medieval Moroccan Oasis City, Pennsylvania, Villanova University (tesis doctoral).
Devisse, Jean (1996), “Or d’Afrique”, Arabica, 43-1, pp. 234-243.
Guerra, Maria Filomena (2004), “The circulation of monetary gold in the Portuguese area from the 5th century to nowadays” en Alicia Perea, Ignacio Montero y Óscar García-Vuelta (eds.), Tecnología del oro antiguo: Europa y América, Madrid, pp. 423-431.
Hrbek, Ivan (1992), “El surgimiento de los fatimíes”, en El Fasi, Mohammed (dir.), Historia General de África. África entre los siglos VII y XI, (vol. III), Madrid, pp. 327-347.
Huici Miranda, Ambrosio (2000), Historia Política del Imperio Almohade (ed. facsímil y estudio preliminar por E. Molina y V. C. Navarro), Granada.
Ibn Abī Zarʿ (1981), Kitāb al-anīs al-muṭrib bi-rawḍ a¡l-qirṭās fi ajbār muluk al-maghrib wa tārīj madīnat Fās, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 234-248.
Ibn al-Aṯīr (1981), al-Kāmil fiʾl-tārīj, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 157-162.
Ibn al-Jaṭīb (1981), Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnaṭa, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 306-308.
Ibn Baṭṭūṭa (1981), Riḥla, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 279-304.
Ibn Ḥawqal (1981), Kitāb Ṣūrat al-arḍ, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 43-52.
Hazard, Harry W. (1952), The Numismatic History of Late Medieval North Africa, Nueva York.
Jacques-Meunié, Denise (1982), Le Maroc saharien des origins à 1670, París.
Ibn Jaldūn (1981), Kitāb al-ʿIbar, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 322-342.
Juan León Africano (2004), Descripción general del África y de las cosas peregrinas que allí hay (trad., int., notas e índices de S. Fanjul y N. Consolani), Granada.
Kassis, Hannah Emmanuel (1988), “Coinage of an enigmatic caliph. The Midrārid Muḥammad Ibn al-Fatḥ of Sijilmāsah”, Al-Qanṭara, 9-2, pp. 489-504.
Levtzion, Nehemia (1968), “Ibn-Ḥawqal, the Cheque, and Awdaghost”, The Journal of African History, 9-2, pp. 223-233.
Levtzion, Nehemia y Hopkins, John F. P. (1981), Corpus of Early Arabic Sources for West African History, Cambridge.
Lightfoot, Dale R. y Miller, James A. (1996), “Sijilmassa: The Rise and Fall of a Walled Oasis in Medieval Morocco”, Annals of the Association of American Geographers, 86-1, pp. 78-101.
Love, Paul M. (2010), “The Sufris of Sijilmasa: toward a history of the Midrarids”, The Journal of North African Studies, 15-2, pp. 173-188.
Maíllo Salgado, Felipe (1996), Vocabulario de historia árabe e islámica, Madrid.
Manzano Rodríguez, Miguel Ángel (1992), La intervención de los benimerines en la Península Ibérica, Madrid.
Al-Masʿūdī (1981), Murūŷ al-ḏhahab wa-maʿādin al-ŷawhar, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, pp. 30-32.
Messier, Ronald A. (1974), “The Almoravids. West African Gold and Gold Currency of the Mediterranean Basin”, Journal of the Economic and Social History of the Orient, 17, pp. 31-47.
Messier, Ronald A. (1980), “Quantitative Analysis of Almoravid Dinars”, Journal of the Economic and Social History of the Orient, 23, pp. 102-118.
Messier, Ronald A. (1997), “Sijilmasa. Five seasons of archaeological inquiry by a joint Moroccan-American mission”, Archéologie islamique, 7, pp. 61-92.
Messier, Ronald A. y Fili, Abdallah (2002), “La ville caravanniere de Sijilmasa: du mythe historique a la réalité archéologique” en Torremocha, Antonio y Martínez Enamorado, Virgilio (coord.), Actas del II Congreso Internacional: La Ciudad en al-Andalus y el Magreb (1999), Granada, pp. 501-510.
Messier, Ronald A. y Fili, Abdallah (2011), “The earliest ceramics of Siǧilmāsa” en Cressier, Patrice y Fentress, Elizabeth (eds.), La Céramique Maghrébine du Haut Moyen Âge (VIIIe-Xe siècle): État des Recherches, Problèmes et Perspectives, Roma, pp. 129-146.
Messier, Ronald A. y Miller, James A. (2015), The last civilized place: Sijilmasa and its Saharan destiny. Austin.
Miller, James A. (2001), “Trading through Islam: the interconnections of Sijilmasa, Ghana and the Almoravid movement”, The Journal of North African Studies, 6-1, pp. 29-58.
Roux, Corinne y Guerra, Maria Filomena (2000), “La monnaie almoravide: de l’Afrique à l’Espagne”, Revue de Archéométrie, 24, pp. 39-52.
Sáenz-Díez de la Gándara, Juan Ignacio (1984), Las acuñaciones del califato de Córdoba en el norte de África. Madrid.
Tāḥirī, Aḥmad (2007), Rīf al-Magrib y al-Andalus. Granada.
Al-ʿUmarī (1981), Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, p. 252-276.
Viguera Molins, María Jesús (1991), “Muḥammad ibn al-Ḥādī Abū l-Aŷfān, al-Imām Abū ʿAbd Allāh Muḥammad al-Maqqarī” (recensión), Anaquel de Estudios Árabes, 2, p. 371.
Viguera Molins, María Jesús (1997), “Historia política” en José María Jover (dir.), Historia de España de Ramón Menéndez Pidal. El retroceso territorial de al-Andalus. Almorávides y almohades, siglos XI al XII, Madrid, (vol. VIII-II), pp. 41-123.
Villar Iglesias, José Luis de (2017), Al-Andalus y las fuentes del oro, Córdoba.
Villar Iglesias, José Luis de (2020), “Los aspectos económicos en la batalla por el Magreb entre Omeyas y Fāṭimíes: el control del acceso al oro del Sudán Occidental”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie III. Historia Medieval, 33, pp. 653-676.
Wasserstein, David John (1992), “Problems in Midrārid coinage”, Al-Qanṭara, 7-1, pp. 25-45.
Al-Yaʿqūbī (1981), Kitāb al-buldān, en Hopkins, John F. P. (trad.); Levtzion, Nehemia; Hopkins, John F. P. (eds.), Corpus of early Arabic sources for West African history, Cambridge, p. 22.
[1] Ajbār al-Zamān 1981, p. 36. Atribuida, con muchas dudas, a al-Masʿūdī, esta obra fue compuesta a finales del siglo X o principios del XI.
[2] Sobre esta cuestión existe desde hace décadas una extensa bibliografía entre la que debemos destacar, por orden alfabético, los siguientes trabajos: Bovill, Edward W. (1968); Brett, Michael (1983), pp. 431-440; Capel, Chloé (2019), pp. 243-260; Devisse, Jean (1996), pp. 234-243; Guerra, Maria Filomena (2004), pp. 423-431; Lightfoot, Dale R. y Miller, James A. (1996), pp. 78-101; Messier, Ronald A. (1974), pp. 31-47; Messier, Ronald A. (1980), pp. 102-118; Roux, Corinne y Guerra, Maria Filomena (2000), pp. 39-52.
[3] Al-Bakrī 1965, pp. 283-284.
[4] Al-Yaʿqūbī 1981, p. 22.
[5] Ibn Ḥawqal 1981, p. 47.
[6] Levtzion 1968, pp. 227.
[7] Levtzion y Hopkins 1981, 381.
[8] Al-ʿUmarī 1981, pp. 275-276.
[9] El movimiento de los jāriŷíes que surgió en el marco del conflicto entre ʿAlī y Muʿāwiya (“los que se fueron”) se escindió a su vez muy pronto en numerosos grupos como los ibāḍíes, los azraqíes, los naŷdāt o los ṣufríes. Todos ellos compartían la idea de que cualquier musulmán de conducta intachable podía acceder al califato, de la misma manera que un califa indigno debía ser depuesto, y consideraban como infieles a los musulmanes que no seguían sus doctrinas. Los ṣufríes eran posiblemente uno de los grupos más moderados y menos violento del fenómeno jāriŷí, y aspiraban a formar comunidades independientes y aisladas de los musulmanes impíos. Su instalación en Siŷilmāsa respondía impecablemente a su proyecto ideológico (cf. Maíllo Salgado1996, pp.125-127).
[10] Las distintas tribus beréberes se suelen dividir, desde tiempos de la conquista árabe, en dos grandes grupos, los barānis y los buṭr. Suele afirmarse que las tribus del primer grupo, asentadas en las zonas costeras fueron más permeables a la romanización, mientras que las del segundo fueron más resistentes a las incursiones exteriores. En ellos se acostumbran a incluir las tribus o confederaciones de tribus, generalmente con criterios genealógicos. Así, entre los barānis se citan, entre otras, las tribus ̣̣ṣanhāŷa, awrāba, ʿayīsa, azdāŷa, hawwāra, gumāra, kutāma, talkata o maṣmūda. A la confederación ̣̣ṣanhāŷa pertenecían cabilas tan poderosas como lamtūna, massūfa, ŷudāla, ŷazula, lamṭa, banū wāriṯ o tarka. Por su parte, entre los buṭr se relacionan a los miknāsa, nafzāwa, maṭgara, magīla, madyūna, banū fātin o a la poderosa confederación de los zanāta, a la que pertenecían los lawāta, nafūsa, zuwwāga o maghrāwa. Durante los primeros compases de la conquista del Magreb, los principios igualitarios del jariyismo propiciaron su sólida implantación entre numerosas tribus beréberes (cf. Maíllo Salgado 1996, pp. 46-47 y 52).
[11] Messier 1997.
[12] Lightfoot y Miller 1996, p. 78.
[13] Messier y Fili 2011, pp. 130-131.
[14] Messier y Fili 2002, pp. 507-508.
[15] Al-Masʿūdī 1981, p. 32.
[16] Love 2010, pp. 180-181.
[17] Tāḥirī 2007, p. 43.
[18] Villar Iglesias 2017, pp. 197-198.
[19] Hrbek 1992, p. 331.
[20] Villar Iglesias 2020.
[21] Love 2010, p. 182.
[22] Villar Iglesias 2020, p. 665.
[23] Al-Bakrī 1965, p. 288.
[24] Wasserstein 1992.
[25] Love 2010, pp. 182-183.
[26] Kassis 1988.
[27] Esta campaña sobre Siŷilmāsa tuvo que producirse entre 976, fecha en la que desaparecen las acuñaciones a nombre del califa fāṭimí, y la de 980, cuando se cumplirían los 160 años de gobierno que al-Bakrī adjudica a la dinastía de los Banū Midrār.
[28] Sáenz-Díez de la Gándara 1984, pp. 63-68.
[29] Miller 2001, p. 41.
[30] Ibn Abī Zarʿ 1981, p. 242; Ibn Jaldūn 1981, p. 330.
[31] Ibidem.
[32] Al-Bakrī 1965, p. 317.
[33] Miller 2001, p. 43.
[34] Ibn al-Aṯīr 1981, p. 161.
[35] Las primeras piezas almorávides de ceca Siŷilmāsa fueron unos medios dinares de Yaḥyā ibn ʿUmar, que se acuñaron hacia 1054-55, y a los que seguirían dinares completos. Estos primeros dinares de la ceca siŷilmāsí presentan un peso medio de 4’20 g y un diamétro de 23 mm. Las siguientes acuñaciones, fueron ordenadas por Abū Bakr ibn ʿUmar el mismo año de la conquista definitiva de Siŷilmāsa (1058), y todo parece indicar que la de la ciudad de las caravanas fue su única ceca en funcionamiento durante los siguientes diez años y una de las más importantes a lo largo de toda la historia del Imperio almorávide. Igualmente, esta ceca fue la más activa durante los primeros años del emirato de Yūsuf ibn Tāšufīn, pero a partir de 1095 y, sobre todo, después de 1103, perdió esa preeminencia en favor de Āgmāt (cf. Villar Iglesias 2017, pp. 240-246).
[36] Ibn Abī Zarʿ 1981, p. 245.
[37] Ibn Jaldūn 1981, p. 330.
[38] Caverly 2008, p. 32.
[39] Hazard 1952, p. 11.
[40] Jacques-Meunié 1982, pp. 241-242.
[41] Ibidem, pp. 256-257.
[42] El tremecení Abū ʿAbd Allāh Muḥammad ibn Muḥammad al-Maqqarī vivió en la primera mitad del siglo XIV, recorrió todo el Occidente islámico y llegó a ser gran cadí de Fez. Al final de su vida, el sultán meriní Abū ʿInān lo envió como embajador ante su homólogo granadino. Fue autor, entre otras, de obras de derecho, mística, geografía y lingüística. Fue uno de los antepasados del celebrado historiador de al-Andalus del siglo XVII, también nacido en Tremecén, Abū l-ʿAbbās Aḥmad ibn Muḥammad al-Maqqarī autor del famoso Nafḥ al-ṭīb (cf. Viguera Molins 1991, p. 371).
[43] Ibn al-Jaṭīb 1981, p. 307.
[44] Blanchard 2001, pp. 740-741.
[45] A la muerte sin descendencia en 1224 de Abū Yaʿqūb Yūsuf II al-Mustanṣir, hijo del derrotado califa en Las Navas de Tolosa Abū al-Nāṣir, se abrió un proceso de profunda inestabilidad dinástica, con proclamaciones casi simultáneas de califas en al-Andalus y el Magreb, y posteriores asesinatos y venganzas que se sucederían durante varios años. En este marco fueron proclamados califas en 1227 al-Maʾmūn en Sevilla y al-Muʿtaṣim en Marraquech. En octubre de 1228 al-Maʾmūn cruzó hacia el Magreb a disputar el califato a su sobrino al-Muʿtaṣim, iniciándose una prolongada guerra civil. Esta marcha también supuso que la vinculación de las tierras al norte del Estrecho con los almohades prácticamente se desvaneciera. Cuando en 1230 al-Muʿtaṣim fue derrotado por al-Maʾmūn al pie del Atlas, se refugió en Siŷilmāsa, de la que salió para volver a tomar Marraquech en 1232. Pocas semanas después, tras la muerte de al-Maʾmūn, su hijo al-Rašīd recuperaba su capital y Yaḥyā al-Muʿtaṣim, tras hostigar la región de Marraquech durante algún tiempo fue de nuevo derrotado en 1234, volviendo a refugiarse en Siŷilmāsa. Pero en otro giro de los acontecimientos, la suerte de las armas volvió poco después a sonreír a al-Muʿtaṣim y fue al-Rašīd el que tuvo que escapar de Marraquech y refugiarse en Siŷilmāsa entre 1234 y 1235, con el decidido apoyo de los mercenarios cristianos que formaban en ambos ejércitos. Los recursos económicos allí encontrados le permitieron reorganizar sus fuerzas y marchar sobre Marraquech poniendo definitivamente fin a las pretensiones de Yaḥyā ibn al-Nāṣir al-Muʿtaṣim, que murió asesinado en mayo de 1236 (cf. Viguera Molins 1997, pp. 41-123; Jacques-Meunié 1982).
[46] Jacques-Meunié 1982, p. 266.
[47] Huici Miranda 2000, pp. 526-529.
[48] Fue precisamente durante este turbulento periodo, a finales del siglo XIII, cuando parece ser que llegó a Siŷilmāsa un šarīf del Ḥiŷāz, llamado Muley al-Ḥasan, del que andando el tiempo descendería la dinastía ʿalawí de Marruecos. Esta dinastía, actualmente reinante en Marruecos, se dice descender de Ḥasan, hijo de ʿAlī y nieto del Profeta, que tras instalarse en el Tāfīlālt se fue haciendo progresivamente con el control de la región. Supieron aprovecharse los ʿalawíes de la decadencia de los ṣaʿdíes para ir extendiendo su poder sobre Marruecos hasta que Muley al-Rašīd (1664-1672) se apoderó de Fez, convirtiéndose en el primer sultán de la nueva dinastía que, con innegable habilidad, se ha mantenido hasta el presente. Le sucedería su hermano, Muley Ismāʿīl (1672-1727), al que las fuentes orales atribuyen precisamente la construcción de la alcazaba de Siŷilmāsa, cuyas ruinas constituyen en la actualidad los restos más visibles de la antigua ciudad de las caravanas (cf. Messier y Miller 2015).
[49] Jacques-Meunié 1982, pp. 283-287.
[50] Ibidem, pp. 283-289.
[51] Manzano Rodríguez 1992, p. 297.
[52] Los dos hijos de Abū ʿAlī ʿUmar, llamados ʿAbd al-Ḥalīm y ʿAbd al-Muʾmin habían sido criados por su tío Abū l-Ḥasan junto a sus propios hijos, pero cuando su primo Abū ʿInān se hizo con el poder, los deportó a al-Andalus. De allí fueron traídos y recibidos con todos los honores por el sultán de Tremecén Abū Ḥammū II, que reconoció a ʿAbd al-Ḥalīm como sultán de Marruecos (cf. Jacques-Meunié 1982).
[53] Jacques-Meunié 1982, pp. 296-297.
[54] Messier y Miller 2015, p. 62.
[55] Ibn Baṭṭūṭa 1981, p. 282.
[56] Una de las consecuencias obvias de esta vinculación entre Siŷilmāsa y el oro del Sudán es el hecho de que su ceca fue la única en todo al-Andalus y el Magreb que emitió dinares a nombre de fāṭimíes, omeyas, almorávides, almohades, meriníes, además obviamente de los gobernantes autóctonos que en diversas épocas la dominaron (cf. Villar Iglesias 2017).
[57] Messier y Miller 2015, pp. 163-164.
[58] Juan León Africano 2004, p. 438.
[59] Messier y Miller 2015, pp. 138-139.
[60] Al-Bakrī 1965, p. 283.
[61] Jacques-Meunié 1982, pp. 291-293.
[62] La necesidad de oro de los Saʿdíes fue de tal magnitud que el más notable de sus soberanos, Abū l-ʿAbbās Aḥmad al-Manṣūr (1578-1603), decidió hacerse con el dominio directo de las fuentes del oro del Sudán. A tal fin envió en 1591 una expedición militar a través del Sáhara para conquistar el imperio songhay, ocupando el valle medio del Níger tras la batalla de Tondibi, en la que el ejército comandado por Yuder Pachá, originario de Cuevas de Almanzora, obtuvo una resonante victoria. Las necesidades de oro eran, obviamente, el principal objetivo del Saʿdí. Pero también algún elemento ideológico podemos rastrear en esta fascinante expedición, aunque fuera sólo para enmascarar los principales objetivos que eran de naturaleza económica, o para superar la reiterada oposición de los ulemas a su proyecto. Subyace ahí la competencia con los otomanos, cuya presencia en el Magreb argelino era una amenaza no sólo a las pretensiones califales de los saʿadíes, sino a la propia supervivencia de la estructura política que habían creado. Así, en alguna correspondencia, al-Manṣūr llegó a afirmar que su conquista del Sudán era el inicio de la unificación del mundo musulmán (cf. Villar Iglesias 2017, pp. 148-153).
[63] Messier y Miller 2015, p. 137.
[64] Ibidem, pp. 155-156.