Núm. 49 (2022) ■ 83-116

ISSN: 0210-7716 ■ ISSN-e 2253-8291

https://dx.doi.org/10.12795/hid.2022.i49.4

Recibido: 24-1-2022; Aceptado: 28-2-2022; Versión definitiva: 6-5-2022


UN LISTADO INÉDITO DE VEINTICUATROS DE SEVILLA (1494-1590)

AN UNPUBLISHED LIST OF VEINTICUATROS FROM SEVILLE (1494-1590)

Juan Cartaya Baños

Universidad de Sevilla

jrdcartaya@gmail.com | https://orcid.org/0000-0003-1046-0441

Resumen: Obtenido a partir de un expediente nobiliario para la orden de Santiago, presento en este artículo un listado inédito de veinticuatros sevillanos, que abarca entre los años 1494 y 1590, cerca de un siglo en el que el cabildo hispalense evolucionará de un modo significativo: este listado nos muestra con claridad los diversos estratos que conformaron los grupos de poder en la ciudad, además del cambio social que se produjo en Sevilla tras la creación de la Casa de la Contratación, al acceder un elevado número de ricos mercaderes al consistorio, hasta entonces ocupado por linajes nobles (incluyendo a varios conversos de primera hora) que formaban en él desde la baja Edad Media. Se mencionan grupos familiares notables o significativos, presentes en años sucesivos en el Ayuntamiento, al igual que individuos específicos de interés, y se analiza la conflictividad del propio grupo, enfrentado –por ejemplo– en los años finales del siglo XVI con los fiscales de la Real Chancillería de Granada. Por último, transcribo dicho documento y lo vuelco en un listado posterior que facilita su comprensión.

Palabras clave: Ayuntamiento de Sevilla; veinticuatros; pruebas nobiliarias; ascenso social; conflictividad social.

Abstract: Obtained from a nobiliary record for the order of Santiago, I present in this article an unpublished list of Sevillians Veinticuatros, which covers between the years 1494 and 1590, closed to a century in which the Seville Council will evolve in a significant way: this list clearly shows us the various strata that made up the power groups in the city, in addition to the social change that occurred in Seville after the creation of the Casa de la Contratación, when a high number of rich merchants entered the town hall, until then occupied by noble lineages (including several first-time conversos) who had been there since the late Middle Ages. Notable or significant family groups, present in successive years in the City Council, as well as specific individuals of interest are mentioned, and the conflict of the group itself is analyzed, faced –for example– in the final years of the 16th century with the prosecutors of the Real Chancillería of Granada. Finally, I transcribe this document and turn it into a later list that facilitates its understanding.

Keywords: Seville City Council; Veinticuatros; nobiliary records; social advancement; social conflict.

1.“Para saber si concurren[…] las calidades que se requieren”

En los primeros días de agosto de 1594, Felipe II otorgaba al maestre de campo don Fernando de Añasco (natural de Sevilla y perteneciente a un linaje lejanamente emparentado con los Ribera, adelantados andaluces, marqueses de Tarifa y duques de Alcalá de los Gazules), una merced de hábito para la orden de Santiago cuya instrucción se demoró en el tiempo –y sin llegar nunca a formalizarse de modo efectivo– hasta la muerte de su beneficiario, que tuvo lugar treinta años después de la concesión real de la merced, en 1624[1].

La larga, compleja y farragosa instrucción de su expediente (que es, de hecho, inusualmente extenso) obligó a Añasco a someter a su propia persona y más aún, a su propio linaje a una prueba de esfuerzo que le tuvo en boca de sus contemporáneos, no pocos de ellos sus enemigos íntimos, que idearon y elucubraron diversas argucias para impedir, como una venganza por agravios cercanos o pasados[2], la final concesión de un hábito cuya merced se percibía –tanto en Sevilla como en la propia corte– como procedente y merecida[3], y que llegó a involucrar directamente incluso al propio duque de Lerma, todopoderoso valido aún por entonces, cuya presión ante el Consejo de Órdenes finalmente tampoco daría los resultados apetecidos[4].

Aunque bien es cierto que finalmente el propio entorno familiar de Añasco, dados los enlaces de sus ancestros con linajes comprometidos y con un evidente trasfondo converso, como el de los Almonte penitenciados en Sevilla durante los autos de fe de 1509 y 1524, sería el mayor –y en este caso, invencible– impedimento con el que el maestre de campo habría de topar durante la larga instrucción de su hábito, y que decidió su definitiva resolución fallida[5], también lo será que el propio Añasco, pese a los desaires y los obstáculos, no habría de darse fácilmente por vencido: con su actitud persistente e incluso indómita haría gala del carácter que le había llevado a convertirse en todo un héroe en la larga guerra de los Países Bajos, en la que había participado como oficial bajo el mando del duque de Alba[6], y no habría de abatir sus banderas sin presentar una denodada resistencia. Esto le llevó a buscar –y a encontrar– apoyos y testigos favorables a su causa (he de decir que algunas testificales de este expediente no tienen precio), leales aliados en Sevilla y en la corte que insistieron, molieron[7] y presionaron repetidamente a su favor; y sobre todo, y fundamentalmente para lo que me ocupa en este artículo, Añasco consiguió remitir al Consejo, y por ello integrar en un abultado expediente que afortunadamente ha llegado hasta nuestros días, multitud de documentos y testimonios legales y notariales de gran valor, entre los que destacan algunas cartas y privilegios reales, fundaciones y testamentos de los siglos XV y XVI que nos permiten comprender, acotar y contextualizar a algunos importantes linajes sevillanos para tales fechas[8].

Dentro de estas importantes fuentes a las que aludo se encuentra un testimonio signado por el escribano municipal Diego de Sotorreina en octubre de 1607 que nos ofrece un listado inédito (aunque incompleto), en seis escuetas páginas, de los veinticuatros que formaron parte del cabildo sevillano entre 1494 y 1590[9], un ámbito temporal en el que se habría de consumar la sustitución o asimilación de muchos de los viejos linajes ciudadanos con plaza en el cabildo por los hombres nuevos –no pocos de ellos descendientes directos de conversos penitenciados– llegados a la riqueza y a la eminencia gracias a los tráficos con Indias, en lo que podríamos definir como un asalto al poder local que habría de dar comienzo en las décadas de los 30-40 del siglo XVI, como en breve veremos[10], y que se vería acompañado por un verdadero aluvión de fundaciones económicas por parte de estas nuevas alcuñas que aseguraran y mantuvieran los recursos, la solvencia y la tranquilidad familiares para un futuro que se deseaba lejano[11]. Con este testimonio Añasco deseaba defender que no existía relación familiar alguna entre su antepasado, el jurado y veinticuatro Pedro Fernández de Almonte, fallecido en torno a 1434, y el jurado Antón González de Almonte, muerto en 1477 y quemado en efigie en febrero de 1524[12].

Finalmente, en Añasco no concurrieron las calidades que formalmente se requerían para que el valeroso maestre viera premiada su exitosa carrera: el hábito por el que padeció una pasión larga y dolorosa nunca llegó a sus manos, pero la extraordinaria extensión del legajo que compone su instrucción y la gran calidad de la documentación que lo forma hacen que sea una notable fuente para estudiar la Sevilla del siglo XVI y su compleja sociedad. Y este listado de veinticuatros que traigo a estas páginas es una clara muestra de ello.

2. Un concejo ante la encrucijada de los nuevos tiempos

Desgraciadamente, y pese a su indudable interés e importancia, nadie hasta ahora ha estudiado exhaustivamente el concejo sevillano para los cruciales años que componen el siglo XVI. Tal vez el estado fragmentario de buena parte de la documentación municipal para tales fechas, o el deficiente estado de conservación de algunos de los fondos que han sobrevivido hasta la actualidad sean responsables de ello[13]; aunque sí hay importantes aportaciones, de la mano de diversos investigadores, acerca de períodos inmediatamente anteriores y posteriores a los siglos áureos de nuestra historia[14], que se suman a otros trabajos hoy considerados como pioneros y ya clásicos, producidos en los últimos años del siglo XIX o en los primeros del XX[15]. Bien es cierto que hay algunas investigaciones recientes –muy focalizadas sin embargo en cuestiones de índole más bien social e incluso económica– que aportan nuevos e importantes datos acerca del cabildo y de sus componentes[16], aunque, como digo, seguimos echando de menos una obra de carácter total, global, acerca del concejo sevillano en unas fechas fundamentales para la historia de la ciudad.

Y desde luego que son fundamentales: además de la definitiva creación de la Casa de la Contratación en 1503[17], el crecimiento económico, demográfico y urbanístico a lo largo del siglo hace –aunque las bases ya estaban colocadas desde tiempo atrás[18]– que podamos trazar con claridad una raya en el agua entre los comienzos de la centuria y los años anteriores, un hecho que también tendrá su reflejo en el propio cabildo, que se había visto diezmado de buena parte de sus influyentes componentes tras la instauración de la Inquisición en 1480[19], aunque no pocos de estos linajes regresarían a sus perdidos cargos tras adquirir los imprescindibles perdones y habilitaciones (mediante el concierto de elevadas composiciones económicas, negociadas –por ejemplo, en Valladolid en 1509– entre el rey Fernando e influyentes conversos como Pedro del Alcázar) que para tal fin había establecido la Corona[20]. No es menos importante la alteración –promovida y buscada– de la memoria individual, familiar y colectiva[21] por parte de estos linajes cuestionados, que lograron casi inmediatamente diluir el incómodo recuerdo de los hechos de los cuales habían sido indeseados sujetos, mediante la redacción de obras y crónicas interesadamente parciales, falsificando, inventando, recreando o adulterando registros y documentos, por la vía del soborno a quienes (caso de los linajudos) pudieran hacer aflorar a la luz del presente embarazosas evidencias pasadas o, simplemente, por dejar correr un tupido velo de olvido sobre su cuestionada condición racial, religiosa o social, algo que no sólo sucedió en Sevilla, sino también en otras muchas ciudades de la monarquía[22].

Figura 1: AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 466. Comienzo del listado de veinticuatros de Sevilla (f. 1r.).

Aunque bien es cierto que los Reyes Católicos habían procurado introducir a sus leales en el concejo “entre los años noventa y los inicios del siglo XVI”, fechas en las que asistimos “a una profunda renovación del núcleo rector del gobierno municipal sevillano”, ya que se hace notar entre sus filas el aumento de los capitulares absolutamente fieles a los monarcas, que habían sido designados directamente por ellos y no simplemente confirmados a posteriori: Juan Gutiérrez Tello, Melchor Maldonado o el licenciado Vergara son ejemplos claros de esto[23].

Leer el palimpsesto de la historia social del concejo sevillano en el siglo XVI es leer también el de la propia ciudad: aunque dejando de lado mayores ambiciones, en este trabajo me centraré –sin tratar de otros oficios, como los de justicia (alcaldes mayores, ordinarios, de la tierra o de la justicia), los de control (jurados, fieles ejecutores) etcétera– solamente en los individuos que, según el listado que transcribo en el apéndice 1, compusieron el cuerpo de veinticuatros de la ciudad durante la casi totalidad de la centuria. Es bien sabido que los veinticuatros, ya desde 1286[24] (como en otras ciudades los treces) “constituían el núcleo del regimiento, la base del gobierno municipal”[25]. Tanto y hasta tal punto era su presencia activa importante y necesaria, que existían penitencias pecuniarias para penar a los absentistas, que estaban obligados a asistir a todos los cabildos desde 1337: unas sanciones que se matizarían posteriormente en 1474, en 1480, en 1495 y en las ordenanzas municipales de 1500, que fijaron un mínimo de asistencia de cuatro meses al año[26].

En cualquier caso, podríamos fijar distintas etapas dentro de la composición social del cabildo sevillano, en el que –pese a su evidente aristocratización desde la reforma del concejo en 1286, tras su creación por Fernando III en 1251– no se obligó a que todos los oficios principales, incluyendo en este caso a los jurados, estuvieran sin excepción cubiertos por nobles hasta la definitiva orden, emitida a tal efecto, por la cancillería de Juana I en mayo de 1515, año en que la ciudad además reformó sus impuestos, cambiando los pechos por la sisa[27] (Felipe II remitiría nuevas cartas a la ciudad sobre este asunto –los oficios reservados a los hidalgos– en 1562 y en 1581)[28]. En primer lugar, y siendo designados los veinticuatros y confirmados en sus cargos por merced real, formaban el cuerpo de dicho grupo las grandes familias que participaron en la reconquista y repoblación de la ciudad en 1248; seguidas ya en el siglo XIV por otros linajes, algunos incluso de origen cuestionable, cercanos a la corte regia y convertidos al cristianismo tras los pogromos de 1391[29], caso de los Marmolejo o de los Martínez de Medina[30], componiendo ya el concejo para los años finales de la centuria (y para los primeros del siglo XV) “un grupo bastante homogéneo desde el punto de vista sociopolítico”, que había conocido también una fuerte renovación interna en la década de 1380, casi contemporánea a la limpieza radical de linajes petristas realizada por Enrique II entre 1369-72[31]. Eran cargos hereditarios, en los que los hijos o parientes cercanos (yernos, sobrinos) sucedían a padres, suegros o tíos; evidentemente esto sucedería tras la renovación enriqueña, puesto que pocos escaños del cabildo se habían seguido cubriendo con miembros de linajes con plaza en aquel desde los tiempos de Sancho IV o Alfonso XI[32]. Su riqueza, fuera esta mayor o menor, reflejada en los padrones de cuantía, era un denominador común a todos ellos[33]. En esos años alternaban en el cabildo propietarios de señoríos (Ribera, Esquivel, Marmolejo, Ortiz o Fuentes entre otros) con ricos financieros como Fernán González de Medina o Juan Martínez de Sevilla[34]. La peste de 1383, las luchas de bandos (1392-94), la guerra civil o el pogromo de 1391 fueron pruebas de estrés que sometieron al sistema a verdaderas y sucesivas ordalías, que sin embargo habrían de beneficiar a algunos linajes capitulares[35].

El nuevo siglo vería el aumento de poder –que en algunos momentos se intentó compensar, como contrapeso, con la promoción de linajes como el de los Stúñiga– de Guzmanes y Ponces de León, cuyos enfrentamientos y conflictos habrían de recorrer la centuria, hasta que los Reyes Católicos pusieron coto a los desmanes (pese a que especularmente se reproducirían en la frustrada asonada comunera sevillana de 1520[36]). Serán tiempos de bandos y de acostamientos[37], y en el cabildo sevillano veremos formar, de la mano o de parte de los aún todopoderosos Ponces o Guzmanes, a “los Susán, Cerón, Santillán, Ortiz, Martínez, Esquivel, Moscoso, Medina, Melgarejo, Mendoza, Roelas, Pineda, Tous, Velasco, Martel... y muchos otros, que componían la oligarquía sevillana, acaparadora de todos los puestos del Concejo (veinticuatrías, fieldades, alguacilazgos...) de las juraderías, alcaldías de castillos, etc[38]. Esta peligrosa dinámica había que controlarla: y por ello, los nuevos monarcas (dentro de una política global de renovación institucional que confería un mayor poder a la Corona frente a las ciudades y a la díscola nobleza) reducirían las plazas de los regidores eliminando los acrecentamientos (de 49 veinticuatrías en 1476 se habría pasado a 30 en 1504)[39], examinarían o revocarían privilegios nobiliarios concedidos con soltura por monarcas anteriores, como Enrique IV (lo que harían en 1476)[40], potenciarían la ya conocida figura del corregimiento[41] y la recuperación de la, hasta entonces, esporádica presencia del asistente como pilar del gobierno municipal, con un potente voto de calidad: para reducir a la obediencia a la inquieta Sevilla –plaza principal de Castilla que los reyes no podían permitirse tener fuera de control–, Diego de Merlo sería nombrado como tal en el verano de 1478, aceptándose su nombramiento con mucha renuencia por parte de los capitulares[42].

El control real se haría asimismo evidente en la instauración de un tribunal inquisitorial que obligó a rehacer en buena parte el mapa social, político y económico de la ciudad desde 1481: las persecuciones, las conjuras, el obligado exilio, el desposeimiento y la descapitalización económica del influyente colectivo converso obligó, en un primer momento, a reorganizar los cabildos secular y eclesiástico, el cobro de los impuestos y la propia gestión municipal (en la década de 1480 los cargos ostentados hasta entonces en buena parte por conversos serían otorgados, casi sin excepción, a nuevos capitulares absolutamente fieles a la Corona)[43]. Sin embargo, años después y como ya conocemos, composiciones y perdones a tanto alzado permitirían el regreso de los descendientes de quienes pagaron composiciones y habilitaciones: las fortunas perdidas en los pagos de las penas pecuniarias se recuperarían gracias a los tráficos indianos, en los que participaría activamente todo aquél que podía hacerlo; y aunque Susanes, Sevillas, Almontes o Cansinos desaparecerían del elenco o alterarían sus patronímicos para volver a optar a sus perdidos cargos[44], otros linajes, como los Medinas o los Cuadros (que habían tenido gravísimos problemas con el Tribunal) continuarían ejerciendo, tras las iniciales restricciones, condenas y penitencias, sus antiguas veinticuatrías[45].

El siglo XVI será testigo de un verdadero asalto al cabildo: ya en 1520 se percibía cómo los conversos habían vuelto a hacerse con los engranajes del poder de la mano de sus grandes valedores, los duques de Medina Sidonia, lo que provocó, como reflejo de lo que estaba ocurriendo en otras ciudades de Castilla, una rápidamente abortada revuelta a título de comunidad[46]. Los asaltantes a los cargos municipales serían linajes de origen en general judeoconverso que habían logrado sentarse en los escaños de la nueva fábrica de la plaza de San Francisco[47] tras haber limpiado sus orígenes con los muchos dineros obtenidos en los tráficos indianos, consiguiendo así ampliar la dimensión del grupo social de poder de la ciudad[48]: estos nuevos regidores, cuyos padres y abuelos constaban en los padrones de los habilitados, se sentaron desde la década de 1540 en los plenos municipales en condición de igualdad con otros caballeros que les miraban con no poca renuencia y que trataron, infructuosamente, de impedir su ingreso en la corporación. Abriéndose camino como jurados, las veinticuatrías llegarían seguidamente. De ello nos quedan testimonios como la carta remitida al secretario del Emperador, Francisco de los Cobos, por parte de los veinticuatro sevillanos en 1543, denunciando la pretensión del mariscal de la isla Española Diego Caballero, por entonces uno de los mercaderes más acaudalados de Sevilla:

[…] conforme a derecho y leyes de estos reinos no puede ser regidor ni veinticuatro en ninguna ciudad si no es hombre de noble generación […] es pechero y pecha y contribuye con los hombres pecheros de esta ciudad, y es uno de los mas ricos mercaderes pecheros que hay en esta ciudad y que mejor pecha tienen, y ha de pagar y seria muy gran inconveniente si él fuese veinticuatro porque [sirven] a vuestra majestad con sus haciendas y con el trabajo de sus personas […], de más de la muy grande y señalada merced que en ello vuestra merced nos hará, cesan todos los inconvenientes que se siguen de hacerse lo contrario; vuestra majestad será servido de la misma cantidad para el mismo efecto y quedara el dicho Diego Caballero por pechero como lo es, y la pecha que él paga no cargará sobre los otros pobres pecheros […] por lo que esta dicho, como por que tiene estas inhabilidades en su persona y linaje como parece en este testimonio sacado del Santo Oficio de la Inquisición de esta ciudad, firmado y signado de Hernán García, notario del secreto del dicho Santo Oficio, el cual hacemos presentación ante vuestra majestad; y no seria cosa conveniente que en una ciudad tan insigne como esta y tan principal en estos reinos y donde entran tantos grandes y caballeros hijosdalgo y personas tan principales entrase a regidor juntamente con ellos el dicho Diego Caballero, teniendo las calidades que tiene [49].

Evidentemente, el cuento de maravedís pagado por su plaza (compró otra más que puso en manos del conde de Niebla, lo que puede explicarnos el éxito de su empeño)[50] facilitó las cosas a Caballero, que –como otros muchos ricos mercaderes sevillanos– había seguido un itinerario de engrandecimiento social cuidadosamente pautado: desde la década de 1530, estos burgueses triunfadores (Illescas, Sánchez Dalvo)[51] habían acopiado grandes patrimonios que les habían permitido adquirir oficios e hidalguías[52], fundar mayorazgos, comprar fincas, haciendas y señoríos, prestigiosos bienes muebles o deuda pública, y arrendar el cobro de los principales impuestos en las villas que habían adquirido como su propiedad[53]. Estas firmes bases incluso permitirían a no pocos de sus privilegiados descendientes llegar a titular en la centuria siguiente, aprovechando las carencias de la hacienda regia[54].

Sin embargo, es bien cierto que el camino iniciado con la adquisición de su veinticuatría por Diego Caballero en 1543 no dejaría de ser también escarpado para otros futuros aspirantes a tan codiciados cargos, que en una ciudad tan rica y poderosa otorgaban a sus poseedores enorme influencia e información privilegiada. A estos hombres nuevos (o recién llegados a la ciudad desde otras localidades de Castilla, Vascongadas, Italia o Flandes al calor de los negocios americanos[55]) les costaba llegar a ser bien recibidos en el consistorio, ya que sus renuentes compañeros de cabildo pleitearon en las Chancillerías contra ellos[56], o solicitaron repetidas veces la consunción de unas veinticuatrías que habían vuelto a acrecentarse hasta el extremo (llegarían a un número de ochenta y tres, con setenta y dos jurados en 1564; en 1634 su número se reduciría, respectivamente, a sesenta y dos y sesenta y uno[57]), pagando incluso 50.000 ducados de composición a Felipe II en 1582 para impedir que la Corona siguiera vendiendo hidalguías en la jurisdicción de la ciudad[58], con lo que se cerraría la trampilla por la que hasta entonces habían ido entrando aquellos nuevos miembros que eran percibidos como cuerpos extraños a una institución tan aristocratizada:

Que la experiencia ha mostrado cuán dañoso es a la república el acrecentar en ella nuevos y más oficios, así por las cargas que a sus empeñados propios se les echa con nuevos y más salarios, como por los inconvenientes que resultan de que haya mucho número de regidores, veinticuatros y jurados, que es grandísimo, cuyo número no sólo no sirve de ayuda al gobierno, más antes con la multitud de votos y pareceres se causa confusión […][59].

No obstante la dinámica de ingresos continuó, auspiciada ahora por la emprendedora elaboración de enrevesados y por supuesto falsificados expedientes y pruebas genealógicas, nobiliarias e incluso de limpieza de sangre, por la posesión de oficios nobles en las villas cercanas (que sin embargo habían combatido con fiereza en los años finales del siglo anterior la proliferación de nuevos hidalgos en sus términos[60]), mientras las solicitudes de devoluciones de las sisas de la blanca de la carne atestaban las actas capitulares, llegando algunos aspirantes a cubrir los cargos con tan sólo dieciocho años, el mínimo de edad permitida para ello; e incluso retrocediendo sus plazas pocos meses después de haberlas obtenido (un oficio de veinticuatro de Sevilla se vendía a mediados del siglo XVI en algo más de 4.000 ducados, subiendo a unas cantidades que oscilaron entre 7.000 y 9.000 ducados en los años finales del siglo)[61]. “Hidalguías y regidurías constituían el medio para manipular el comercio de sus mercaderías, [o] acceder a los oficios de administración del almojarifazgo”, una tensa situación que incluso llevaría al concejo a plantearse, no sé si seriamente, demandar al monarca ante los tribunales por no cumplir las promesas hechas previo pago a la ciudad –si bien el rey incumplió su trato en escasas ocasiones– en lo relativo a la venta de privilegios[62].

Aunque no nos engañemos: el grupo rector de la política municipal se hallaba mucho más cohesionado desde fuera de lo que quizá pudiera parecernos desde dentro, donde a puerta cerrada se dirimían las rencillas. Prueba de ello nos la ofrece la compacta respuesta corporativa del capítulo a los ataques externos, como el capitaneado desde septiembre de 1583 y hasta 1585 por parte de los licenciados Amézaga y Heredia, fiscales de la Real Chancillería de Granada, que escarbaron sin reparo alguno en la dudosa, indeterminada y frágil frontera que suponía la difusa hidalguía ostentada por no pocos capitulares sevillanos, y que en realidad era una imprecisa y fluida barrera que privilegiaba como podía a la pequeña y mediana nobleza local (los términos pequeña y mediana no quieren en absoluto decir pobre: no olvidemos que el de los hidalgos no era un estamento socioeconómicamente compacto) frente al mayoritario grupo pechero[63]. Las Chancillerías peleaban contra el aumento de las exenciones impositivas en las villas y ciudades de la Corona: los hidalgos, al verse protegidos judicialmente y exentos de impuestos por su estatus legal especial, eran habitualmente sujeto de sus investigaciones e indagaciones.

Amézaga y Heredia comenzaron atacando a seis prominentes ciudadanos (entre ellos cuatro veinticuatros: Juan de Cuevas Melgarejo, Fernando de Almansa, su hermano Melchor de Almansa y Bartolomé de Mesa), reclamando que se les incluyera en los padrones de pecheros. Pero los fiscales no se pararían ahí: a lo largo de dos años, el número de regidores denunciados ascendería a dieciocho, acompañados por otros cargos administrativos y cincuenta y ocho “prominentes ciudadanos”[64]. El asistente –por entonces lo era el conde de Orgaz– cerraría filas en la defensa de los capitulares, otorgando sus poderes en Granada al veinticuatro Gonzalo de Saavedra y al jurado Pedro de Fuentes para que representaran a la ciudad en el litigio: su decisión fue apoyada por los dos tercios de los regidores[65]. Finalmente la ciudad, aliviada, recibió el veredicto favorable de los jueces; pero los fiscales de la Chancillería habían puesto el dedo en la llaga, ya que buena parte de los denunciados pertenecían a notables familias que habían accedido a sus cargos tras sus éxitos comerciales y, sobre todo, tras hacer olvidar su comprometido pasado converso. En el listado de los denunciados figuraban seis Alcázares, tres Alcocer, dos Almansas, tres Baenas Contadores, tres Caballero, cuatro Leones Garavitos, los hermanos Núñez Pérez (de Meñaca), don Fernando Dalvo, los dos hermanos Céspedes (Juan y Pedro) o el grosario Lorenzo de Vallejo; incluso el Corzo (Juan Antonio Corzo Vicentelo, el más rico mercader de la ciudad y quizás del reino) o el cronista Gonzalo Argote de Molina fueron denunciados por los pesquisidores[66]. No obstante, la tramoya que sostenía el entramado social del concejo sevillano estaba lo suficientemente bien urdida como para poder resistir los ataques, por lo que las cosas no fueron a más: el hecho de formar parte del cabildo aseguraba a sus integrantes tranquilidad y una red de protección[67]. También es cierto que pudo demostrarse como Amézaga había sido, y mucho más de lo que debiera, sobornado y corrompido por varios de los individuos que figuraban en la lista (Bartolomé de Hoces o los hermanos León Garavito habían hecho al fiscal costosos obsequios), por lo que se le acusó en 1590 de prevaricación y corrupción[68]. Conflicto sin embargo había, no nos quepa duda; los fiscales, en realidad, habían puesto el dedo en la llaga. Pero para apreciarlo como se debe, veamos seguidamente cómo era ese micromundo capitular, un reflejo especular de la exuberante y compleja sociedad sevillana del momento.

3. Fusiones y absorciones: familias de siempre y recién llegados

Mucho tiempo había pasado desde que en 1251 Fernando III instalara en el concejo a los primeros veinticuatros, por entonces doce caballeros y otros doce pecheros u hombres buenos. Para los años finales del siglo XVI, como hemos visto, quedaban aún miembros de los primeros linajes que fungieron en las iniciales veinticuatrías[69], aunque se habían visto superados (desde luego en el número) por los hombres nuevos del comercio, que por otra parte ya todos practicaban sin reparo. Linajes como los de los Coroneles, Manzanedos o Tenorios habían desaparecido; otros, como los Tous de Monsalve, Esquiveles, Fuentes, Guzmanes, Marmolejos, Medinas, Melgarejos, Ortices, Ponces de León, Riberas, Saavedras, Zúñigas o Tellos habían prosperado a lo largo de los siglos XIV o XV (no pocos de ellos, como digo, gracias al comercio, caso de los Fuentes)[70], y ya en el XVI aparecerán o se consolidarán en sus veinticuatrías los Alcázares, Almansas, Armentas, Baenas, Caballeros, Contadores, Dalvos, Espinosas, Herreras, Illescas, Leones Garavitos, Sorias o Vergaras, entre otros, que dejaban detrás de ellos un olor inconfundible a hogueras y a cuantiosas penitencias, pero cuyas llamas se habían sofocado con los buenos puñados de dineros obtenidos en los tráficos americanos y europeos, o con el más que rentable comercio ultramarino de esclavos[71]. Veremos también trocarse y transmutarse los apellidos comprometidos por otros mucho más tranquilizadores: Bazo dará paso a Andrada o Contador de Baena a Ponce de León; ya en el siglo XVII –y no digamos en los posteriores– podrá llegar a ser difícil seguir correctamente las ascendencias disimuladas con tanto cuidado.

Hubo, bien es cierto, alguna notoria excepción en estas dinámicas, caracterizadas por la aceptación más o menos a regañadientes de estos recientes capitulares, hombres nuevos a todos los efectos: el caso de los Espinosa puede ser paradigmático. Estos financieros multinacionales[72] habían tenido la mala fortuna de enemistarse con los condes de Olivares[73], una rama secundaria de la poderosa casa de Medina Sidonia; esta última, sin embargo, les seguiría protegiendo frente a sus airados parientes[74]. Para garantizarse su tranquilidad, un miembro de la familia, Alonso de Espinosa, casaba con una hija de los marqueses de la Algaba, doña Inés de Guzmán, que pertenecía a otra rama de la poblada floresta guzmana; matrimonio que le aseguraba el apoyo y la protección de otra importante casa perteneciente a dicho linaje (los Algaba, además, tenían un peso importante en el ayuntamiento al ostentar el cargo familiar de alguaciles mayores)[75].

Utilizando una terminología económica, creo que procede hablar aquí de fusiones y de absorciones: no eran otra cosa los tratos matrimoniales entre estos linajes, ya que con los enlaces hipergámicos se lavaban las manchas familiares y se generaban importantes redes de apoyo, de influencia y de defensa; y con los hipogámicos se financiaba generosamente a aquellas alcuñas que habían visto desgastarse, a lo largo del paso de los siglos, sus originarios oropeles[76]. No hacía otra cosa nuestro ya conocido Diego Caballero cuando casaba, con una elevada dote con la que conformaba un mayorazgo, a su hija doña María de Cabrera con don Luis de Santillán, en agosto de 1556, dote mediante la cual Santillán recuperaba propiedades que había perdido[77]. Y nada distinto hacía tampoco Juan Antonio Vicentelo, el Corzo, al dotar fastuosamente a su hija doña Bernardina Vicentelo para su boda con el arruinado don Jorge Colón de Portugal, conde de Gelves, en 1583[78]: todos ellos figurarán, lógicamente, en nuestro listado (la excepción es Juan Antonio Vicentelo, ya que su hijo Juan será quien habría de ocupar la veinticuatría adquirida por su padre), lo que nos permite estimar con facilidad cómo buena parte de dichos negocios, alianzas y componendas matrimoniales habrían de llevarse a cabo dentro de los muros del propio consistorio.

Ahora bien, creo que cabe ya a estas alturas hacerse la pregunta: ¿qué linajes dominaban el ayuntamiento sevillano? Atendiendo al repetido número de sus integrantes –que podemos apreciar en el siguiente listado–, vemos cómo los Alcázar, los Caballero, los Céspedes, los Esquivel, los Fuentes, los Guzmanes, los Herrera, los Illescas, los León, Medinas, Marmolejos, Manriques, Maldonados, Melgarejos, Monsalves, Ortices, Ponces, Riberas, Santillanes, Saavedras, Solís de Cáceres, Tellos, Torres o Vergaras fueron durante generaciones sucesivas protagonistas de las deliberaciones y decisiones municipales[79]. Y desde luego, qué duda cabe de que no nos son en absoluto desconocidos: los Alcázares, encumbrados desde las persecuciones inquisitoriales a la propiedad de señoríos y de vasallos, a las órdenes militares o a los marquesados de Torralba o del Valle de la Paloma[80]; los Caballero, penitenciados en la Sanlúcar de Barrameda de finales del siglo XV, pero en el futuro señores de Espartinas y marqueses del Casal de los Griegos[81]; los Céspedes, señores de Carrión[82]; los Esquivel, fundadores de la Maestranza de Caballería de Sevilla y grandes propietarios en el Aljarafe[83]; los Guzmanes, entre los que destacaban en el capítulo sevillano los condes de Olivares y los marqueses de la Algaba, prohombres locales desde la baja Edad Media (ya que ocupaban sus cargos con más asiduidad que los duques de Medina Sidonia, que nombraban sus tenientes)[84]; los Herrera, unos señores de Canarias y otros descendientes de conversos dedicados al servicio administrativo a la Corona[85]; los Illescas, penitenciados y perseguidos, pero posteriormente enriquecidos por los negocios con Indias y señores de Fuente de Cantos[86]; los adelantados andaluces, los prohombres Ribera, cuya influencia se dejó sentir –política, social y culturalmente– durante generaciones en la ciudad[87]. ¿Y del resto? ¿Qué decir de los Saavedra, de los Solís, de los Ortiz de Zúñiga, de los Ponces de León, de los Santillán o de los Tellos (después Tellos de Guzmán)? Todas ellas son alcuñas sobre las que los investigadores han ido ofreciéndonos, a lo largo de los últimos años, una cada vez más abultada bibliografía[88]. Buena parte de estas familias habían conseguido soslayar exitosamente los obstáculos que instituciones como el Santo Oficio o la simple maledicencia de la calle habían podido poner, con mayor o menor éxito, a su triunfo económico y social[89], logrando ampliar, como decía anteriormente, la base social que controlaba el poder (y con él la distribución de los privilegios, la influencia y los recursos, el medro en suma) en la ciudad: hasta tal punto que una clase inicialmente hostil a sus esfuerzos por ascender (la antigua nobleza urbana ciudadana) abrió resignadamente sus puertas y sus filas a estos emprendedores advenedizos en todos los ámbitos, tanto dentro del cabildo municipal como en el eclesiástico, en donde los conflictos se tiñeron también del color de la activa persecución a los disidentes luteranos por parte de los oficiales de la Inquisición[90].

Sirva la idea que sigue como principal conclusión de este trabajo: una sociedad estática en su origen se había vuelto necesariamente dinámica. Se trata de una teoría que ya he defendido –y creo que con evidencias suficientes– en trabajos anteriores, al igual que lo han hecho otros historiadores[91], y que puede probarse con facilidad apreciando cómo, en el siglo siguiente, los sujetos del éxito y del emprendimiento social en la siempre volátil Sevilla serán los hombres del comercio venidos de lejanos territorios de la Monarquía, caso de Flandes o de Italia: los Maestre, Conique, Federigui, Vivien, Clout, Mañara o Bucareli ascenderán al lugar al que ya habían llegado los Caballero, los Illescas o los Alcázar, que disfrutaban por esas fechas de su consagrado éxito. Las puertas del ascenso, no tan difíciles de franquear como hubiera podido creerse, se abrían de nuevo.

Y la riqueza, qué duda cabe, había lavado la conflictividad: linajes como el de los Herrera (los conversos, ya que los señores de Canarias habían ido viendo cómo mermaba su patrimonio) habían ido acumulando un importante caudal a lo largo del siglo XVI: en enero de 1530 el licenciado Francisco de Herrera compraba al conde de Arcos los cortijos y donadíos de las Cabras, Torreblanca, Valdeleón y Lobete por una crecida cantidad[92]. Francisco de Herrera era hijo del licenciado Fernando Díaz de Toledo, incautador de bienes del Santo Oficio, y vecino de la collación de San Pedro. Fernando Díaz de Toledo era nieto a su vez del famoso relator homónimo, secretario de Juan II, el conocidísimo autor converso de las Notas del Relator. Su padre, Luis Díaz de Toledo, también relator, miembro del consejo real y veinticuatro de Sevilla, fue escribano mayor de las rentas del arzobispado. Este potente entorno económico permitió al licenciado Francisco de Herrera, casado con doña Juana Ortiz Melgarejo, adquirir posteriormente otro donadío, el de Mairenilla, por cerca de un millón de maravedís a los Manueles de Lando[93]. También los Medina, descendientes de otro complejo entramado cuya estructura se apoyaba en diversos linajes homónimos, que aunque conversos eran de orígenes diferentes (los Medina del tesorero Nicolás Martínez de Medina nada tienen que ver, que sepamos, con los del almojarife Sancho Díaz de Medina) esquivarían las asechanzas inquisitoriales: recuperando en buena parte su perdido patrimonio (que les haría convertirse en importantes hacendados en Pilas), adquirirían juraderías, veinticuatrías y oficios públicos (como el de correo mayor de Indias), creando importantes fundaciones y asegurando su posteridad[94]. Los Vergara, enlazados peligrosa y cercanamente con los conversos Almonte y Gibraleón (Benadeva) pero también con los Melgarejo, Mexía e incluso con una rama menor de los Ribera, consiguieron prosperar gracias a la protección de los Reyes Católicos y de los duques de Medina Sidonia[95]. Y así podríamos continuar casi hasta ad infinitum.

Finalmente relaciones económicas, familiares y profesionales crearán, en pocas generaciones, tupidos entramados entre buena parte de las alcuñas que figuran en nuestro listado (que incorporamos en los dos apéndices finales): los Alcázar con los Ortiz de Zúñiga (al igual que los Almansa y los Armenta); los Baenas y Contadores con los Dalvo y los Illescas, y estos últimos con los Caballero (y en el siglo XVII con los Ortiz de Zúñiga, Leones Garavitos y Medinas)[96]. El éxito de los Céspedes les llevará a enlazar con buena parte del todo Sevilla de entonces (entre otros, con los enriquecidos Barreras y Maldonados)[97]. Los Fuentes, ya eminentes tiempo atrás, y que en el siglo XVI fueron encumbrados económicamente por el comercio, habrían de enlazar con verdaderas cumbres nobiliarias: en las pruebas de Santiago del vitriólico linajudo sevillano don Silvestre de Guzmán –que en realidad era miembro de la familia de los Fuentes[98]–, el canónigo Francisco Pacheco, tío homónimo del pintor y suegro de Velázquez, afirmó cómo

[…] el susodicho es tan ilustre y tan grande que está emparentado con las más principales casas de estos Reinos porque desciende derechamente de la casa y de los Duques de Medina Sidonia y de la casa de los Guzmanes del Toral, por el Marqués de Ardales y de la casa de los Condes de Montalegre; y de los Duques de Arcos y Feria y de otras muchas casas muy ilustres[99].

Pero de este listado podemos aún espigar más datos: no sólo familias o linajes más o menos amplios, como vemos, sino también individualidades sorprendentes o de no poco interés. Entre los veinticuatros citados figuran el comendador Diego de Barbosa, suegro de Fernando de Magallanes[100]; Juan Sánchez Zumeta, que residió en las collaciones de San Esteban, San Vicente y San Andrés, poeta ocasional (y al que no debemos confundir con su abuelo homónimo)[101]; Pedro de Villacís, acaudalado prócer sevillano casado con doña Elena de Menchaca, que fundaría dos mayorazgos en sus hijos Francisco (1535) y Juan (llamado de Menchaca, en 1554)[102]; Pedro de Sepúlveda y Leyva, rico mercader, que fallecería en Nueva España en 1588[103]; el converso Juan Fernández de Sevilla, mayordomo del concejo e hijo del escribano real Francisco Fernández de Sevilla[104]; el comendador de la orden de Santiago Fernando (Hernán) Díaz de Rivadeneyra[105]; el escribano mayor capitular Pedro de Pineda, continuador de una saga secular en el cabildo hispalense[106]; los conversos Diego y Rodrigo Núñez Pérez, cercanos parientes de otros linajes comprometidos como los Alemán, que sufrirían los ataques hostiles de los fiscales granadinos entre 1583 y 1585, y que son un excelente ejemplo de cómo, gracias a la riqueza y a la influencia social podían lavarse con rapidez orígenes tan poco convenientes como los suyos (hasta tal punto que Jerónimo, otro de sus hermanos, llegaría a ingresar en la orden de Calatrava)[107]; Gaspar Ruiz de Montoya, que dejó un generoso legado –una pensión– al escritor mexicano Juan Ruiz de Alarcón[108], y cuyo bien dotado testamento permitiría a su viuda, doña Leonor de Virués, fundar el colegio de San Acacio[109]; el riojano Miguel Martínez de Jáuregui (padre del humanista, poeta, pintor y caballerizo de la reina Isabel de Borbón don Juan de Jáuregui), afortunado propietario del señorío de Gandul y Marchenilla, que enlazó matrimonialmente con los notorios conversos De la Sal y a través de ellos con los Ortiz de Zúñiga[110]; los dos Añasco, Alonso y don Fernando, padre e hijo, ambos muy cercanos a la eminente casa de los Ribera y el último corregidor de Cádiz, héroe de los campos de batalla de Flandes y la Mámora y teniente de alcalde mayor de Sevilla por el duque de Alcalá, a quien debemos el cuidadoso listado que sigue[111]; Juan de Arguijo, poeta, humanista, gran vividor y desafortunado anfitrión (se arruinó tras recibir en su casa a la marquesa de Denia, esposa del privado de Felipe III, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, que después sería promovido al ducado de Lerma)[112]; el erudito coleccionista, cronista y genealogista, editor del infante don Juan Manuel y glosador del repartimiento de Sevilla, Gonzalo Argote de Molina[113]; el riquísimo mercader y negrero judeoconverso Juan Jiménez de Armenta[114]; Diego de Colindres, acaudalado mercader de origen montañés en cuya finca de San Juan de Aznalfarache su hijo Nufro instaló una jocosa academia literaria (Nufro era, por cierto, hechura del conde –y después duque– de Olivares, don Gaspar de Guzmán)[115]; Diego López Dávalos, que encargó un espléndido retablo a Andrés de Ocampo en 1592 para su capilla sepulcral, que era la mayor de la parroquial de Omnium Sanctorum[116]; Francisco Duarte, organizador de la visita de Felipe II a la ciudad y señor de Benazuza, que poseía casas en San Nicolás y una deliciosa villa, Quitapesares, a la orilla del río y en la vera de Triana, al lado de su fundación funeraria del convento de la Victoria[117]; Luis Sánchez Dalvo, que vivía en sus grandes casas –entre la Borceguinería y la casa de los Pinelos en Abades Alta, hasta hace pocas fechas propiedad de los Moreno de la Cova–, cercano pariente de los Illescas y descendiente de conversos penados y perseguidos por la Inquisición, incluso en fechas tan tardías como la década de 1560[118]; Antonio de Espinosa Monteser, uno más de un extraordinario linaje de mercaderes y de financieros con redes de influencia no sólo en Sevilla o en Indias, sino también en Nantes o en Lyon[119]; Juan de Escalante de Mendoza, general de galeones y autor del celebrado Itinerario de Navegación de 1575[120], y tantos otros, que no cito por no abundar más en un listado al que aún puede sacársele muchísimo jugo, ya que este artículo no pretende ser otra cosa más que su presentación en sociedad. Concluyamos pues, y demos paso al documento objeto de este trabajo, que en un segundo apéndice (continuación de la transcripción que figura en el primero) ofrece el listado, ordenado comprensivamente (véase nota 114), de los veinticuatros sevillanos enumerados en aquél.

Figura. 2: Final del listado, con el sello de la poridad (sello del secreto) del cabildo sevillano (f. 3v.).

4. Apéndice

1.Listado de veinticuatros de Sevilla (1494-1590). AHN, OO.MM., Caballeros Santiago, Exp. 466, año de 1607 (transcripción[121])

/f1r Don Bernardino González Delgadillo y Avellaneda, asistente de Sevilla por el Rey nuestro señor, mando a vos Francisco Ramírez, escribano del Cabildo de esta ciudad, o a otro cualquier escribano que despache el dicho oficio en vuestro lugar, y en cuyo poder estén los libros que de yuso se hará mención, que visto este mandamiento deis por testimonio en pública forma y manera que haga fe a don Fernando de Añasco, vecino de esta ciudad, los nombres de todos los veinticuatros que ha habido y hay en esta ciudad de cien años a este parte, por cuanto dijo tener necesidad para asuntos de su derecho. Y cumplida así [sea], pagándoos vuestros derechos.

Hecho en Sevilla a diez y nueve de octubre de mil y seiscientos y siete años. Don Bernardino González Delgadillo Avellaneda. Por mandado de Su Señoría Miguel de Medina, escribano.

Y en cumplimiento del dicho mandamiento que de suso va incorporado, yo, Diego de Sotorreina, escribano del Rey nuestro señor y de las comisiones del Cabildo y Regimiento de esta ciudad por don Pedro de Pineda, escribano mayor de él, y que al presente despacho el oficio de escribano de dicho Cabildo, doy fe que por mi persona y en mi presencia he buscado y hecho buscar con mucho cuidado y diligencia todos los papeles que hay en la escribanía mayor del dicho cabildo del dicho don Pedro de Pineda desde el año de mil cuatrocientos y noventa y cuatro hasta el año de mil y quinientos y noventa, y no he hallado en los dichos papeles y libros que en el dicho tiempo haya habido en el dicho Cabildo otros nombres de veinticuatros que en él hayan asistido y usado /f1v los dichos oficios, si no son de las personas siguientes:

Antonio Fernández de Soria. Antón Ruiz. Antonio de Vergara. Alonso de Añasco. Alonso de Velasco. Alonso Fernández de Castro. Álvaro Caballero de Illescas. Alonso Ochoa de Ribera. Alonso de las Roelas. Álvaro Pérez de Esquivel. Alonso Fernández de Santillán. Alonso de Jaén antes Roelas. Antonio de Espinosa Monteser. Antonio de Cárdenas. Antón Ruiz de Guevara. Alonso de la Barrera. Antonio de Soria. Alonso Pérez de Medina. Alonso de Zúñiga. Álvaro Caballero. Bartolomé de Hoces. Baltasar Núñez de Sierra. Bartolomé López de Mesa. Bartolomé López de Esquivel. Don Fernando de Añasco. Don Francisco de León. Diego de la Fuente. Diego de Sandoval. Diego Ortiz Melgarejo. Don Pedro de Guzmán. Don Pedro Portocarrero. Don Francisco Tello. Don Luis Manuel de León. Don Luis Manuel. Don Jorge de Portugal. Diego López. Don Pedro Ponce. Don Fadrique Enríquez. Don Fernando Enríquez de Ribera. Diego Ortiz de Guzmán. Diego Ortiz de Zúñiga. Don Álvar Pérez de Guzmán. Don Juan de Mendoza. Don Juan Hurtado. Don Juan de Guzmán. Diego Barbosa, comendador. Don Pedro Niño. Diego Ortiz. Don Pedro López. Don Pedro [de] Céspedes Figueroa. Don Pedro Ossorio. Don García Tello. Don Pedro de Guzmán. Diego Caballero. Don Pedro de Villacís. Don Juan de Saavedra. Don Francisco de Guzmán. Don Diego Maldonado. /f2r Don Fernando Enríquez. Don Diego Mexía. Diego López de las Roelas. Don Alonso Ponce. Don Gonzalo de Saavedra. Don Francisco de Córdoba. Don Pedro López Portocarrero. Don Juan de Torres Ponce de León. Don Juan de Zúñiga. Don Francisco Marmolejo. Don Diego de No Fuentes. Don Fernando [de] Solís. Diego Núñez Pérez. Diego de Almansa. Diego Mexía. Don Pedro de Céspedes. Don Francisco del Alcázar [señor de] Puñana. Don Francisco Manuel. Don Juan de León. Don Francisco Tello. Don Francisco de Santillán. Don Juan de Torres. Don Manrique. Don Pedro Niño Sotelo. Diego Lopez Dávalos. Don Francisco del Alcázar, tesorero. Don Álvaro de Fuentes. Don Antonio Manrique Portocarrero. Don Pedro Ponce de Sandoval. Don Francisco Tello. Don García Manrique de Figueroa. Don Pedro Pérez. Don García Tello. Don Manrique de León. Don Pedro Tello. Don Juan Pérez de Guzmán. Don Rodrigo de Vergara. Don Juan Ortiz de Guzmán. Don Juan de Mendoza Saavedra. Don Alonso de los Ríos. Don Alonso de Figueroa. Don Juan de Saavedra. Don Cristóbal Mexía. Don Francisco de Zárate. Don Juan Tavera. Don Juan de Arguijo. Don Pedro Ponce el primero. Don Pedro Ponce el segundo. Don Pedro Ponce de Sandoval. Don García Cerezo. Don Pedro Ponce Almansa. Don Luis de Guzmán. El mariscal Gonzalo de Saavedra. El contador Rodrigo de la Fuente. El tesorero Luis de Medina. El licenciado Céspedes. El capitán Fernán Suárez. El comendador Alonso /f2v [de] Castilla. El comendador Alonso de Santillán. El comendador Fernando Díaz de Rivadeneyra. El comendador Gómez de Solís. El licenciado Vergara. Francisco Núñez de Illescas. Francisco de Mesa. Francisco Martínez. Francisco de Herrera. Felipe del Alcázar. Fernando Díaz. Francisco de Torres. Francisco Maldonado. Fernando de Paz. Fernando de Ayala. Francisco Pérez de Bustillo. Francisco Duarte. Francisco de Casaus. Fernando de Herrera. Francisco de Santacruz. Francisco de Illescas. Francisco Luis de Medina. Francisco de Guzmán. Francisco Pérez de Ojeda. Fernando Pérez de Ojeda. Francisco del Alcázar. Fernando de Porras. Francisco Ruiz Cabeza de Vaca. Francisco de Almonte. Fernando de Conchillos. Fernán Carrillo. Gonzalo Fernández. Guillén de Casaus. Gonzalo de Pantoja. Garci Tello de Deza. Garci Tello de Sandoval. Gonzalo de Céspedes. Garci Tello. Gonzalo Peregil. Gonzalo de Saavedra. Garci López. Gonzalo de León. García de Baena. Gonzalo de Molina. Gaspar de Arguijo. Gonzalo López. Gregorio Sánchez. Gaspar Antonio de Solís. Gonzalo Mariño. García de León. Gonzalo Pérez. Gaspar Ruiz de Montoya. Gonzalo Argote de Molina. Gaspar Miguel. Gaspar Ruiz de Montoya. Gonzalo Hernández. Don Diego de Portugal. Don Rodrigo de Santillán. Don Pedro de Menchaca. Don Melchor Maldonado. Diego Contador. Diego de Colindres. Diego de Alburquerque. Diego Vélez de Alburquerque. Diego de Marín. Don Francisco Fernández de Santillán. Don Pedro del Alcázar. Diego Ortiz de Sandoval. Don Pedro Ponce, el de Utrera. /f3r Diego de No Fuentes. Don Francisco Melgarejo. Don Fernando Tello. Don Silvestre de Guzmán. [El] Doctor Zúñiga. Don Luis Tello. Don Andrés. Don Francisco Manrique. El comendador Garci Tello. Hernando de Aguilar. Hernán Suárez. Hernando de Almansa. Fernán Álvarez de Saavedra. Hernando de Ábrego. Fernando de Medina. Fernando de Hoces. Fernando Díaz de Medina. Juan Hurtado Melgarejo. Juan de Monsalve. Juan de Escalante de Mendoza. Juan Antonio del Alcázar. Juan de Torres. Juan Jiménez de Armenta. Juan Gutiérrez Tello. Juan Fernández Marmolejo. Juan de Ayala. Juan de Esquivel. Juan Núñez de Gallegos. Juan de Almansa. Juan Sánchez Zumeta. Juan Melgarejo. Juan Alonso de Medina. Juan de Esquivel. Juan Fernández de Sevilla. Juan de León. Juan Núñez de Illescas. Juan Núñez de Illescas el mozo. Juan Antonio. Juan Gutiérrez Tello. Juan de Céspedes. Luis Ponce de León. Luis de Medina. Luis de Herrera. Lope de Ágreda. Lope García Varela. Luis Méndez de Sotomayor. Lope de Ágreda. Luis de Monsalve. Lope Zapata. Luis del Alcázar. Luis Sánchez Dalvo. Melchor Maldonado. Melchor del Alcázar. Martín Fernández Marmolejo. Melchor de Baena. Miguel Martínez de Jáuregui. Martín Serón. Martín Castello. Miguel Sánchez Comino. Pedro del Alcázar el mozo. Pedro del Alcázar el viejo. Pedro de Vergara. Pedro Díaz de Sandoval. Pedro Fernández de Castro. Pedro Fernández de Andrada. Pedro de Villarreal. Pedro Vaca Cabeza de Vaca. Pedro Díaz de Herrera. Pedro de Vergara. Pedro Luis Torregrosa. Pedro Caballero de Illescas. Pedro de Sevilla. Pedro /f3v de Esqu[iv]el. Pedro de las Roelas. Pedro del Alcázar. Pedro de Herrera. Pedro Torres Mazuela. Pedro de Vergara. Pedro de Soria. Pedro Melgarejo. Pedro Afán de Ribera. Pedro Ortiz de Zúñiga. Pedro de Sepúlveda y Leyva. Pedro de Pineda. Pedro Fernández de Angulo. Pedro Suárez. Rodrigo de la Torre. Ruy López de Ribera. Rodrigo de la Fuente. Rodrigo de Ayala. Rodrigo Núñez. Rodrigo de Villarreal. Rodrigo Núñez. Ruy López de Zúñiga. Rodrigo de Monsalve. Suárez de León. Suero Vázquez de Moscoso. Cristóbal Suárez de Castilla.

Como consta y parece por los dichos libros y papeles que quedan en la escribanía mayor del dicho cabildo a que me refiero y de pedimento de la parte del dicho don Fernando de Añasco y por mandado del dicho asistente dile parte. En Sevilla, a treinta días del mes de octubre de mil y seiscientos y siete años. Y va sellada con el sello de la Puridad de esta ciudad.

Y en fe de ello puse mi signo. Es testimonio de verdad.

[Rubricado] Diego de Sotorreina, escribano.

2. Reorganización comprensiva del listado anterior[122].

A

Alonso de Añasco

Don Fernando de Añasco

Diego de Almansa

Hernando de Almansa

Juan de Almansa

Don Francisco del Alcázar [señor de] Puñana

Francisco del Alcázar, tesorero

Felipe del Alcázar

Don Pedro del Alcázar

Juan Antonio del Alcázar

Luis del Alcázar

Melchor del Alcázar

Pedro del Alcázar el mozo

Pedro del Alcázar el viejo

Pedro del Alcázar

El capitán Fernán Suárez [del Alcázar]

Don Juan de Arguijo

Gaspar de Arguijo

Fernando de Ayala

Juan de Ayala

Rodrigo de Ayala

Francisco de Almonte

Gonzalo Argote de Molina

Diego [Vélez] de Alburquerque

Hernando de Aguilar

Hernando de Ábrego

Juan Jiménez de Armenta

Lope de Ágreda

Pedro Fernández de Andrada [Bazo]

Pedro Fernández de Angulo

B

Alonso de la Barrera

Diego Barbosa, comendador

Francisco Pérez de Bustillo

García de Baena

Melchor de Baena

C

Alonso Fernández de Castro

Pedro Fernández de Castro

Álvaro Caballero de Illescas

Álvaro Caballero

Diego Caballero

Pedro Caballero de Illescas

Antonio de Cárdenas

Don Pedro [de] Céspedes Figueroa

Don Pedro de Céspedes

El licenciado Céspedes

Gonzalo de Céspedes

Juan de Céspedes

Don Francisco de Córdoba

Don García [de] Cerezo

El comendador Alonso [de] Castilla

Cristóbal Suárez de Castilla

Francisco de Casaus

Guillén de Casaus

Francisco Ruiz Cabeza de Vaca

Fernando de Conchillos

Fernán Carrillo

Diego Contador

Diego de Colindres

Martín Serón [Cerón]

Martín Castello

Miguel Sánchez Comino

D

Diego López Dávalos

Francisco Duarte

Luis Sánchez Dalvo

E

Álvaro Pérez de Esquivel

Bartolomé López de Esquivel

Juan de Esquivel

Pedro de Esqu[iv]el

Antonio de Espinosa Monteser

Juan de Escalante de Mendoza

F

Diego de la Fuente

Rodrigo de la Fuente

El contador Rodrigo de la Fuente

Don Álvaro de Fuentes

Gonzalo Fernández [de Fuentes]

Don Silvestre de Guzmán [Fuentes]

Don Alonso de Figueroa

G

Antón Ruiz de Guevara

Don Pedro de Guzmán

Don Álvar Pérez de Guzmán

Don Juan de Guzmán

Don Pedro de Guzmán

Don Francisco de Guzmán

Don Juan Pérez de Guzmán

Don Luis de Guzmán

Francisco de Guzmán

Juan Núñez de Gallegos

H

Bartolomé de Hoces

Fernando de Hoces

Don Juan Hurtado

Juan Hurtado Melgarejo

Francisco de Herrera

Fernando de Herrera

Luis de Herrera

Pedro Díaz de Herrera

Pedro de Herrera

I

Francisco Núñez de Illescas

Francisco de Illescas

Juan Núñez de Illescas

Juan Núñez de Illescas el mozo

Juan Antonio [de Illescas]

J

Alonso de Jaén antes Roelas

Miguel Martínez de Jáuregui

L

Don Francisco de León

Don Juan de León

Don Manrique de León

Gonzalo de León

García de León

Juan de León

Suárez de León

Diego López

Don Pedro López

Garci López

Gonzalo López

M

Alonso Pérez de Medina

El tesorero Luis de Medina

Francisco Luis de Medina

Fernando Díaz [de Medina, el mayor]

Fernando de Medina

Juan Alonso de Medina

Luis de Medina

Fernando Díaz de Medina [el menor]

Bartolomé López de Mesa

Francisco de Mesa

Don Luis Manuel

Don Luis Manuel de León

Don Francisco Manuel

Don Juan de Mendoza

Don Juan de Mendoza Saavedra

Don Diego Mexía

Diego Mexía

Don Cristóbal Mexía

Don Francisco Marmolejo

Gonzalo Hernández [del Marmolejo]

Juan Fernández Marmolejo

Martín Fernández Marmolejo

Don Antonio Manrique Portocarrero

Don García Manrique de Figueroa

Don Andrés [Manrique]

Don Francisco Manrique

Francisco Martínez

Don Diego Maldonado

Francisco Maldonado

Don Melchor Maldonado

Melchor Maldonado

Gaspar Ruiz de Montoya

Gaspar Miguel

Don Pedro de Menchaca

Diego de Marín

Don Francisco Melgarejo

Pedro Melgarejo

Juan Melgarejo

Juan de Monsalve

Rodrigo de Monsalve

Luis de Monsalve

Luis Méndez de Sotomayor

Suero Vázquez de Moscoso

N

Don Pedro Niño

Don Pedro Niño Sotelo

Don Diego de No Fuentes

Diego Núñez Pérez [de Meñaca]

Rodrigo Núñez [Pérez de Meñaca]

O

Alonso Ochoa de Ribera

Diego Ortiz Melgarejo

Diego Ortiz de Guzmán

Diego Ortiz de Zúñiga

Diego Ortiz

Don Juan Ortiz de Guzmán

Diego Ortiz de Sandoval

Pedro Ortiz de Zúñiga

Alonso de Zúñiga

Don Juan de Zúñiga

Francisco Pérez de Ojeda

Fernando Pérez de Ojeda

Don Pedro Ossorio

P

Don Pedro Portocarrero

Don Pedro López Portocarrero

Don Jorge de Portugal

Don Diego de Portugal

Don Pedro Ponce

Don Alonso Ponce

Don Pedro Ponce de Sandoval

Don Pedro Ponce el primero

Don Pedro Ponce el segundo

Don Pedro Ponce de Sandoval

Don Pedro Ponce Almansa

Don Pedro Ponce, el de Utrera

Luis Ponce de León

Fernando de Porras

Gonzalo de Pantoja

Gonzalo Peregil

Gonzalo Pérez

Don Pedro Pérez

Pedro de Pineda

Fernando de Paz

R

Antón Ruiz

Alonso de las Roelas

Diego López de las Roelas

Pedro de las Roelas

Don Alonso de los Ríos

El comendador Fernando Díaz de Rivadeneyra

Pedro Afán de Ribera

Don Fadrique Enríquez [de Ribera]

Don Fernando Enríquez de Ribera

Don Fernando Enríquez

Ruy López de Ribera

Gonzalo Mariño [de Ribera]

S

Antonio Fernández de Soria

Antonio de Soria

Pedro de Soria

Baltasar Núñez de Sierra

Alonso Fernández de Santillán

Don Francisco de Santillán

El comendador Alonso de Santillán

Don Rodrigo de Santillán

Don Francisco Fernández de Santillán

Diego de Sandoval

Pedro Díaz de Sandoval

Don Juan de Saavedra

Don Gonzalo de Saavedra

Gonzalo de Saavedra

Don Juan de Saavedra

Fernán Álvarez de Saavedra

El mariscal Gonzalo de Saavedra

Don Fernando [de] Solís

El comendador Gómez de Solís

Gaspar Antonio de Solís

Pedro Suárez

Francisco de Santacruz

Gregorio Sánchez

Juan Fernández de Sevilla

Pedro de Sevilla

Pedro de Sepúlveda y Leyva

T

Don Francisco Tello

Don García Tello

Don Pedro Tello

Garci Tello de Deza

Garci Tello de Sandoval

Garci Tello

Don Fernando Tello

Don Luis Tello

El comendador Garci Tello

Juan Gutiérrez Tello

Don Juan de Torres Ponce de León

Don Juan de Torres

Francisco de Torres

Juan de Torres

Don Juan Tavera

Pedro Luis [de] Torregrosa

Pedro [de] Torres Mazuela

Rodrigo de la Torre

V

Antonio de Vergara

Pedro de Vergara

Don Rodrigo de Vergara

El licenciado Vergara

Alonso de Velasco

Don Pedro de Villacís

Lope García Varela

Pedro de Villarreal

Rodrigo de Villarreal

Pedro Vaca Cabeza de Vaca

Z

[El] Doctor Zúñiga

Ruy López de Zúñiga

Don Francisco de Zárate

Juan Sánchez Zumeta

Lope Zapata

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[1] El expediente, en Archivo Histórico Nacional [AHN], Órdenes Militares [OO.MM.], Santiago, Exp. 466. Estudiado en Cartaya Baños, 2014.

[2] Cartaya Baños, 2014, pp. 53 y ss.

[3] Cartaya Baños, 2014, pp. 103 y ss.

[4] Cartaya Baños, 2014, pp. 178 y ss.

[5] Cartaya Baños, 2014, pp. 171 y ss.

[6] Carnero, 1625, p. 30. Mendoza, 1592, p. 67.

[7] Moler: “Metaphoricamente vale molestar gravemente y con impertinéncia”. Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española, Madrid: 1734, p. 590, 2. Cervantes utiliza el término con tal significado en el Quijote, Parte 2, capítulo 34.

[8] Una relación de dichos documentos en Cartaya Baños, 2014, pp. 209-213.

[9] Se encuentra entre los documentos 43 (una testifical sobre los Almonte llevada a cabo en la villa de Aznalcázar) y 45 (una carta del duque de Lerma al Consejo de Órdenes), sin numerar y sin foliar.

[10] Un ejemplo claro de este asalto lo expone Fernández Chaves, 2018, pp. 593-604.

[11] Cartaya Baños, 2018.

[12] Cartaya Baños, 2014, pp. 105 y ss.

[13] Franco Idígoras y Fernández Gómez, 1995.

[14] Para el siglo XIV debe verse a Sánchez Saus, 2009. Acerca del concejo sevillano en el tercer cuarto del siglo XV, me remito a Montes Romero-Camacho, 1984. Ya sobre el último cuarto del siglo y el inmediato inicio del siguiente, véase a Navarro Sainz, 2007. Por último, ya para el siglo XVIII (la siguiente etapa en la que podemos contar con un estudio exhaustivo sobre el Ayuntamiento hispalense), véase a Márquez Redondo, 2010.

[15] Guichot y Parody, 1896-1903. Asimismo Tenorio y Cerero, 1995.

[16] Acerca de los componentes del concejo en el siglo XVI, debe verse a Ollero Pina, 2005. Asimismo, véase Crawford, 2014, y Gil, 2000-2003, para los conflictos legales y sociales suscitados por los controvertidos orígenes de no pocos capitulares sevillanos.

[17] Acosta Rodríguez, 2003.

[18] Otte, 1996. Sobre la evolución económica de la ciudad durante el siglo XVI, véase Otte, 2008.

[19] Wagner, 1973. Igualmente, Gil, 2000-2003, vols. I y II.

[20] Guillén, 1963.

[21] Sánchez Saus, 2013.

[22] Contreras Contreras, 1992 (2013), 1995 y 1996. También Soria Mesa, 2004.

[23] Navarro Sainz, 2007, pp. 83-84.

[24] Kirschberg Schenk, 1995, pp. 11-40.

[25] Navarro Sainz, 2007, p. 55.

[26] Navarro Sainz, 2007, pp. 55-57. El autor remite a la nómina de las quitaciones de 1501, existente entre los papeles del mayordomazgo del Archivo Municipal de Sevilla.

[27] Crawford, 2014, p. 44.

[28] Crawford, 2014, p. 176.

[29] Sánchez Saus, 2009b, p. 171.

[30] Crawford, 2014, p. 96.

[31] Crawford, 2014, pp. 162-163, 168.

[32] Crawford, 2014, p. 169.

[33] Álvarez García, 2001.

[34] Sánchez Saus, 2009b, pp. 173-179.

[35] Sánchez Saus, 2009b, pp. 241-247.

[36] Collantes de Terán, 2012.

[37] García Ayoso, 2015.

[38] Montes Romero-Camacho, 1984, p. 615.

[39] Navarro Sainz, 2007, pp. 182 y ss.

[40] Crawford, 2014, p. 32.

[41] Crawford, 2014, pp. 102-103.

[42] Crawford, 2014, p. 104.

[43] Crawford, 2014, p. 216 (dieciséis veinticuatros sobre unas cifras iniciales de 49 y finales de 38). Sobre la implantación de la Inquisición en Sevilla (entre otros muchos trabajos), son imprescindibles –con las obras ya citadas de Juan Gil sobre los conversos (fundamentalmente los volúmenes I y II) y de Klaus Wagner, los trabajos de Perez, 2007, Montes Romero-Camacho, 2006, y Ollero Pina, 1988.

[44] Véase, para el caso de los jurados sevillanos, el cuadro n.º 3 de Crawford, 2014, p. 98.

[45] Gil, 2000-2003, en particular los vols. I y II, además de la prosopografía de estos y de otros linajes. Asimismo Navarro Sainz, 2007, pp. 221-236.

[46] Collantes de Terán, 2012.

[47] Méndez Rodríguez, 2012.

[48] Donati, 2006.

[49] Recogido en Fernández Chaves, 2018, pp. 596 y ss.

[50] Otte, 2004, p. 330. En AGS [Archivo General de Simancas], Consejo de Castilla, leg. 265, exp. 25 (5), 26 de octubre de 1543.

[51] Cartaya Baños, 2015.

[52] Thompson, 1979. Treinta hidalguías se vendieron en la jurisdicción de Sevilla entre 1552-1615. Véase igualmente Crawford, 2014.

[53] Cartaya Baños, 2018.

[54] Sobre este fenómeno de la adquisición de los títulos, véase Cartaya Baños, 2012a. Igualmente del mismo autor, 2012b.

[55] Crawford, 2014, p. 83.

[56] Crawford, 2014, pp. 69 y ss.

[57] Caro, 1634, p. 62.

[58] Crawford, 2014, pp. 179 y ss.

[59] Citado por Ollero Pina, 2009, pp. 104-105.

[60] Crawford, 2014, pp. 34 y ss.

[61] Cartaya Baños, 2011. También Díaz de Noriega, 1975-1977. Sobre el precio de la veinticuatría, Cartaya Baños, 2021, p. 143. El documento original, en AMS [Archivo Municipal de Sevilla], Sec. XIX, Docs. 129 y 222. Igualmente Ollero Pina, 2009, pp. 111-113.

[62] Ollero Pina, 2009, pp. 133-141.

[63] Crawford, 2014, pp. 6, 8, 18. En total, durante todo el siglo se produjeron, teniendo como litigantes a diversos vecinos de Sevilla, unos 400 pleitos de hidalguía en la Chancillería de Granada (p. 103 y cuadro 4, p. 113).

[64] Los registros del pleito, en AMS, Sec. 1, carpeta 146, doc. 192. Recogidos en Crawford, 2014, pp. 135 y ss.

[65] Crawford, 2014, p. 159.

[66] Crawford, 2014, p. 142. Véase asimismo el cuadro 5, en las pp. 137-139. Sobre Argote, Crawford, 2014, p. 153 y ss.

[67] Crawford, 2014, p. 158.

[68] Crawford, 2014, pp. 182 y ss., p. 185.

[69] Sánchez Saus, 1989. Sánchez Saus, 1991.

[70] Perez, 2014.

[71] Fernández Chaves y Pérez García, 2016.

[72] Lohmann Villena, 1968.

[73] Crawford, 2014, pp. 161 y ss.

[74] Crawford, 2014, pp. 165 y ss.

[75] Crawford, 2014, p. 163.

[76] Soria Mesa, 2007, pp. 142 y ss.

[77] AHPSe [Archivo Histórico Provincial de Sevilla], Protocolos Notariales, Leg. 17622P. Mayorazgo instituido por el Mariscal Diego Caballero y doña Leonor de Cabrera, a favor de su hija doña María de Cabrera.

[78] Vila Vilar, 2011, pp. 192 y ss. Crawford, 2014, pp. 152.

[79] Buena parte de estos linajes han sido estudiados por Rafael Sánchez Saus en sus obras ya citadas en este trabajo. De ellos y de otros ofrecí cumplidas razones en mi obra ya citada (2012a), acerca de la fundación de la Real Maestranza de Caballería sevillana en 1670.

[80] Cartaya Baños, 2021, pp. 55 y ss. También Crawford, 2014, pp. 144 y ss. Y por supuesto Pike, 1967, además de su obra de referencia sobre la sociedad sevillana de la época (Pike, 1978).

[81] Cartaya Baños, 2021, pp. 71 y ss., donde se citan diversas fuentes (p. 72) acerca de este conspicuo linaje.

[82] Infante-Galán, 1970. Crawford, 2014, pp. 151.

[83] Cartaya Baños, 2012a, pp. 178 y ss.

[84] Cartaya Baños, 2012a, pp. 196 y ss. Sobre los condes de Olivares, Elliott, 1990.

[85] Sánchez Saus, 2004. Sánchez Saus, 2009. Ladero Quesada, 1977-1998.

[86] Cartaya Baños, 2015.

[87] Ladero Quesada, 1984. Lleó Cañal, 1998.

[88] No puedo dejar de mencionar de nuevo la magna obra de Juan Gil, 2000-2003, un verdadero retablo de la sociedad sevillana del momento (su prosopografía, entre los vols. III y V). Acerca de todos estos linajes puede consultarse el manuscrito genealógico de Ramírez de Guzmán, 2015. La evolución de varios de estos linajes en décadas siguientes puede seguirse en Cartaya Baños, 2012a. Sobre los Tello, véase el manuscrito de Fernández Melgarejo, 1660, en BCC [Biblioteca Capitular y Colombina, Sevilla], 58-3-42. Acerca de los Solís, también Gutiérrez Núñez, 2011. Sobre los Ortiz de Zúñiga, véase Cartaya Baños, 2021, fundamentalmente las pp. 47-54. Obviamente, también Ortiz de Zúñiga, 1670.

[89] Domínguez Ortiz, 2003; González de Caldas, 1991.

[90] Civale, 2002.

[91] Cartaya Baños, 2012a. Pike, 1978.

[92] AHNob [Archivo Histórico de la Nobleza], Osuna, C. 188, D. 91-96.

[93] Cartaya Baños, 2018, pp. 218 y ss.

[94] Cartaya Baños, 2018, pp. 167 y ss.

[95] Cartaya Baños, 2014, pp. 147 y ss.

[96] Cartaya Baños, 2012a. Ortiz de Zúñiga, 1670.

[97] Ramírez de Guzmán, 2015, pp. 197 y ss. Ortiz de Zúñiga, 1673.

[98] Cartaya Baños, 2019, pp. 69-122.

[99] AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 3773.

[100] AGI [Archivo General de Indias], Patronato, 36, R. 2.

[101] Se recoge su obra en el Cancionero de Fabio (BRAE [Biblioteca de la Real Academia Española], RM-6880). Rodríguez Marín, 1919.

[102] AHPSe, Protocolos Notariales, Leg. 17622P.

[103] Romera Iruela y Galbís Díez (1980-86), p. 455, nº. 3126. Su auto de bienes de difuntos, en AGI, Contratación, 231, N. 4, R. 10.

[104] Álvarez García, 1996.

[105] AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 334c.

[106] Cartaya Baños, 2012a, pp. 278 y ss.

[107] Hillerkuss y Quiñones Flores, 2015.

[109] Fernández Rojas, 2008, p. 326.

[110] Sobre los Jáuregui, Archivo Histórico de la Nobleza [AHNob], Frías, C. 1434, D. 7. También Biblioteca Universitaria de Sevilla [BUS], A 109/105 (13). Cartaya Baños, 2021, pp. 54, 63 y ss. AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, n.º 10220. Véase asimismo Pike, 2000, pp. 116, 120.

[111] Cartaya Baños, 2014.

[112] Loza Azuaga y Peñalver Gómez, 2017.

[113] Obviamente, sobre el autor de Nobleza del Andaluzia hay multitud de estudios y de fuentes, aunque desgraciadamente no una biografía actualizada (la última la realizó Palma Chaguaceda, 1949). Para no ser exhaustivo cito algunas referencias que considero de especial interés: Cacho Casal, 2006, pp. 689-693; Millares Carló, 1923, pp. 137-152, y Argote de Molina, 1998.

[114] Gil, 2000-2003, Vol. III, pp. 279 y ss.

[115] Lleó Cañal, 2018.

[116] Ros González, 2000, p. 155.

[117] Cartaya Baños, 2018, p. 119.

[118] Cartaya Baños, 2015, p. 266.

[119] Cartaya Baños, 2012a, pp. 259 y ss. Sobre los Espinosa es esencial la obra de Lohmann Villena, 1968.

[120] Rodríguez Lorenzo, 2006, pp. 307-327.

[121] Aunque respeto convenciones paleográficas como la distribución de las páginas del documento, actualizo su redacción, puntuación y ortografía –como ya he hecho en anteriores citas textuales de este artículo– con el fin de facilitar su comprensión y legibilidad. Como se verá, el orden utilizado en el instrumento es, como era lógico, la ordenación alfabética por nombres de pila (recurso habitual en los índices de libros sacramentales o de protocolos notariales). No era de esperar otro: hubiera sido una inesperada fortuna una relación (por ejemplo cronológica), que facilitaría enormemente el estudio del concejo; pero no era ese, desgraciadamente, uso de los tiempos.

[122] Sobre el listado original de 282 veinticuatros, he eliminado duplicaciones (en los casos en los que estaba prácticamente seguro de que se trataba de la misma persona, descartando las probables homonimias entre una y otra generación). He ubicado a los veinticuatros dentro de los linajes a los que pertenecen, respetando el orden original y relativamente alfabético que ocupaban en el manuscrito: por ejemplo Fernando Díaz de Medina, que aparece también como Fernando Díaz, se ha ubicado con los Medina. Gonzalo Mariño en realidad pertenece al linaje de los Ribera, por lo que se coloca con ellos. Juan y Alonso de Zúñiga son, en realidad, Ortiz de Zúñiga. Don Silvestre de Guzmán pertenece al linaje de los Fuentes, señores de Fuentes de Andalucía. Gonzalo Hernández pertenece al linaje de los Marmolejo: sigo con ellos (y con otros, como el capitán Fernán Suárez, que pertenece al linaje de los Alcázar) idéntico criterio. He contemplado alguna excepción: los Fernández de Andrada son en realidad los penitenciados Bazo, pero este último apellido desapareció ya en el siglo XVI, sustituido por el más seguro Andrada, por lo que respeto dicha elección. Los Contador y los Baena son en general el mismo linaje (Contador de Baena, que ya a finales del siglo XVII pasaría a convertirse en Ponce de León). Salvo estas excepciones que menciono, añado en general entre corchetes algunos apellidos que les corresponden y que no figuran en el listado original [Meñaca], o corrijo la ortografía de otros (Cerón por Serón).