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Núm. 48 (2021) ■ 105-138 ISSN: 0210-7716 ■ ISSN-e 2253-8291 https://dx.doi.org/10.12795/hid.2021.i48.04 Recibido: 30-7-2020; Aceptado: 22-10-2020; Versión definitiva: 30-11-2020 |
Álvaro Fernández de Córdova Miralles
Universidad de Navarra
afdecordova@unav.es | https://orcid.org/0000-0002-9435-6387
Resumen: Este trabajo estudia la política norteafricana durante los últimos años del reinado de los Reyes Católicos, la crisis dinástica y el corto reinado de Felipe el Hermoso. Un período confuso y turbulento en el que la monarquía hispánica se planteó intervenir en los sultanatos de Túnez y Tremecén para asegurar el litoral magrebí y el espacio marítimo del reino de Nápoles recién incorporado. Con documentación de archivos españoles y europeos, se comprueba cómo la basculación entre las dos zonas de expansión dependió de los intereses castellano-aragoneses y de las vicisitudes sucesorias en una línea de acción que maduró durante la regencia de Fernando el Católico.
Palabras clave: política africana; Fernando II de Aragón; Felipe I Castilla; Túnez; Tremecén; crisis sucesoria.
Abstract: This paper studies policies on North Africa in the last years of the reign of the Catholic Monarchs, the dynastic crisis and the short reign of Philip I of Castile. This was a confusing and turbulent period in which the Hispanic monarchy planned to intervene in the Tunisian sultanate and the sultanate of Tlemcen to secure the Maghrebian coast and the maritime space of the newly incorporated kingdom of Naples. With documentation from Spanish and European archives, it is possible to see how the shifting of weight between the two potential areas of expansion depended on Castilian-Aragonese interests and the vicissitudes of succession in a line of action that matured during the reign of Ferdinand II of Aragon.
Keywords: African policies; Ferdinand II of Aragon; Philip I of Castile; Tunisia; Tlemcen; crisis of succession.
La empresa africana emprendida por Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1474-1504) no puede desligarse de su política mediterránea, ni de los desafíos sucesorios que se suscitaron a lo largo del reinado. Aunque la historiografía ha tenido en cuenta estos condicionamientos generales, no siempre se ha ponderado su influencia en la política magrebí desarrollada durante la primera regencia de Fernando el Católico (1504-1506) como rey de Aragón y gobernador de Castilla. Conocer los avatares del proyecto en este período poco conocido es el objetivo de estas páginas, que pretenden analizar la acción monárquica en la vertiente mediterránea africana –la Berbería de Levante– en el contexto de la guerra de Nápoles y la crisis dinástica suscitada tras el fallecimiento de la reina Católica.
Fernando e Isabel abordaron la cuestión de Berbería –identificada con las regiones costeras de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia– a raíz de su enfrentamiento con Portugal durante el conflicto sucesorio de la década de 1470[2]. Sin, embargo, fue durante la guerra de Granada cuando esta zona se fijó como eslabón de las tres etapas canónicas de su proyección a Oriente: Granada, África y Jerusalén. En este contexto fue necesario estrechar la vigilancia sobre la frontera marítima mediante la formación de una flota –llamada del Estrecho– que reunía bajo un mando único las galeras aragonesas y los veleros vascos y andaluces[3]. Con el fin de la campaña granadina las expediciones espontáneas sobre el litoral magrebí empezaron a convertirse en un plan sistemático para ocupar el territorio[4]. Para ello fue necesario firmar los acuerdos de Tordesillas (7.VI.494) que dividían el reino de Fez entre Castilla y Portugal –con Melilla y Cazaza bajo órbita castellana– y regulaban los derechos de navegación por la costa atlántica africana[5].
Advirtiendo la inestabilidad de los sultanatos magrebíes, el secretario Hernando de Zafra aseguraba en abril de 1494 que toda la tierra de allende está de manera que paresce que Dios milagrosamente […] la quiere dar para su servicio y a vuestras Altezas[6]. Exageraciones aparte, se trataba de crear una serie de plazas fronterizas para defender las costas andaluzas y controlar los espacios marítimos próximos[7]. Sólo en un segundo momento estos enclaves podían actuar como centros ofensivos y restaurar la presencia cristiana en un continente cada vez más expuesto a la penetración otomana[8]. El papado apoyó estos deseos invistiendo a los monarcas con el dominio de las tierras conquistadas (13.II.1495) y dotándoles de los privilegios fiscales de la empresa granadina. Un año después, Alejandro VI se lo recordó al concederles el título de Reyes Católicos por su decisión de llevar la guerra a los africanos y la esperanza de que la emprendáis de nuevo[9].
La guerra de Nápoles impuso un compás de espera al proyecto, y obligó a reorientar las acciones emprendidas tras la conclusión de las treguas, en septiembre de 1497. Se impulsó entonces la intervención en los sultanatos de Tremecén (Argelia) y de Ifriqiya (Túnez). El primero atraía los intereses castellanos sobre la costa argelina que amenazaba el litoral andaluz, y aunque Mazalquivir fue su objetivo inicial, se optó finalmente por Melilla, plaza situada en el límite occidental de Tremecén cuya ocupación se encomendó a Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia[10]. La segunda vía de penetración satisfacía los intereses aragoneses, pues el sultanato de Ifriqiya se extendía por su zona de expansión, desde Argel hasta Libia. En el mismo septiembre en que se ocupó Melilla, la armada siciliana se presentó en la isla tunecina de Djerba, en el golfo de Gabés, atendiendo a la petición del jeque Yaḥy ben Saḥit Ben Sumuma de acogerse a la protección de los reyes de España, abandonando su tributación al sultán hafsí de Túnez, Muley Tumen o Mühammad ibn Tumin[11].
Djerba era un puesto de observación que los soberanos de Sicilia habían reivindicado desde Martín V, para vigilar aquel cuello de botella por donde pasaban los caminos navales hacia Occidente. El enclave permitía controlar el comercio con Egipto y las caravanas que se adentraban en Túnez y la Tripolitania[12]. Tras los fracasados intentos de Alfonso V por hacerse con aquel puerto, su nieto Fernando el Católico tuvo la oportunidad de retomar la idea en 1494. La iniciativa partió de los tratos mantenidos por el alcaide de Djerba con el comendador Hernando de Valdés y el corsario Esteban de Andía, conde Palatino. Informado por el virrey de Sicilia, Fernando consideró los capítulos acordados cosa muy incierta y sin fundamento, que necesitaba un mayor control de la Corona[13]. Por ello, tras recibir a Esteban de Andía y Juan Pérez de Idañeta, les envió con su capitán y contino García Alonso de Ulloa para informarse de las cosas de Djerba y Bona –la antigua ciudad de Hipona, actual Annaba–, sin emprender iniciativa alguna para no desbaratar futuras negociaciones[14]. Los tratos prosperaron, pues en abril de 1496 el jeque despachó dos embajadores a Mesina (Sicilia) para prestar vasallaje al virrey Juan de Lanuza, devolver los esclavos cristianos que había en la isla y entregar la localidad a los españoles que podrían alzar las banderas de Fernando como nuevo Rex Albergensium[15]. Le movía la necesidad de avituallamiento y protección ante los abusos del señor de Túnez, con quien se hallaba enemistado[16].
En el despacho de la legación –presidida por el alfaquí Haye– colaboraron algunos agentes italianos, como Allegriecto y el veneciano Nadalin di Fantini, el Nadalmo a quien las fuentes españolas atribuyen el éxito de la negociación. Tras el acuerdo, se desplazó a la península ibérica Pedro Armenio (Pietro Armenio), originario de Malta y enviado por las autoridades de Djerba para confirmar los tratos con el rey Católico. Así lo indica el humanista siciliano Niccoló Scillatio en su De rebus Tunitis et eorum discordiis intestinis que debió componer en estas fechas para exhortar al monarca a ocupar Túnez aprovechando las discordias de los hafsíes[17]. El bello manuscrito incluye un mapa del área mediterránea con sus islas, desde el delta del Ebro –en el extremo occidental– a la ciudad de Otranto –en la parte oriental–, y desde la costa napolitana al litoral magrebí, donde se representan las ciudades de Túnez, Trípoli, y los enclaves situados entre ellas, como Djerba.
La entrega de la isla fue conocida en Roma por correos enviados desde Sicilia que informaron a Alejandro VI de cómo la ínsula de moros infieles de Alierbens [Gerbens o Djerba] s’era dada contrecha de fambre a la magestat del preffato senyor el rey d’Aragón[18]. La noticia despertó el entusiasmo de los curiales hispanos, que recordaron el proyecto tunecino de Alfonso V, y celebraron el éxito de su sobrino gracias al hambre non solamente d’esta ínsula, mas de toda la Áffricha, que venían a perescer[19]. Una oportunidad providencial que, si no lo impedía el conflicto con Francia, permitiría a Fernando con grande victoria tomar la conquista d’esta morisma. Dos años después, el humanista Tommaso Fedra Inghirami también recordó en los funerales por el príncipe Juan el avance de los Reyes Católicos en las islas en el mar de Libia mientras otras naves suyas exploraban ignotas tierras en el Atlántico[20].
En agosto de 1496 Fernando ordenó al virrey de Sicilia Juan de Lanuza que aceptara la petición de vasallaje, prometiendo al jeque asistencia militar y el nombramiento de un gobernador[21]. Como súbditos suyos, serían abastecidos con vituallas al menor precio y se les permitiría desplazarse a sus reinos, prohibiendo hacer esclavos en Djerba. El monarca se mostró más reticente al monopolio comercial solicitado por el jeque, para no perturbar el lucrativo consulado catalán instalado en su vecina Túnez [22]. Para asegurar la defensa de la isla, ordenó reparar su fortaleza y levantar una nueva en la parte del puente[23], que estaría a cargo de Pedro de Margarit, caballero de la Orden de Santiago nombrado gobernador del castillo y de la isla, tras su regreso de Indias[24].
Trípoli imitó el ejemplo de Djerba, y levantó las banderas del rey de España en noviembre de 1496. Sin embargo, Fernando publicó su oposición a cualquier intervención en la costa tunecina por la dificultad de asegurar lugares tan alejados de sus bases de aprovisionamiento[25]. Mientras tanto la negociación de Djerba siguió adelante, pues en abril de 1497 el virrey de Sicilia envió al capitán Álvaro de Nava –antiguo alcaide de Malta– y a Luis de Margarit –gobernador de la cámara de Sicilia– para tomar posesión de la isla[26]. Se trataba de un contingente de 6.000 hombres de infantería y caballería reclutados en Sicilia para la empresa de Nápoles, que acabó desplazándose a Djerba en las galeras del catalán Francí de Pau[27].Tras poner fin a ciertas disputas, la nueva guarnición alzó las banderas reales el 28 de septiembre de 1497, proveyendo la fortaleza de agua e instalando la artillería defensiva. Como se indicó, Pedro de Margarit quedó por gobernador y alcaide del castillo, junto con Gracián de Mescua, receptor y lugarteniente de tesorero. Según Fernández de Oviedo, falleció tras regresar a la corte en 1498, dejando todo asentado e concertado mucho al propósito de España. El jeque debió enviar entonces a Ahmed ibn Cucuma para mantener abiertas las comunicaciones y asegurar los auxilios prometidos[28].
Trípoli no cejó en su empeño por acogerse al protectorado hispano, y en el verano de 1497 envió a un embajador para plantear su propuesta al virrey de Sicilia[29]. Le acompañaba un hermano de Nadalin, cuya muerte en Djerba frustró la operación. Tampoco facilitaron las cosas el hostigamiento de las galeras otomanas –rechazadas por la guarnición de la isla con harta pérdida en noviembre de 1497[30]–, o el empeño del rey de Túnez por ocupar la isla con fuerzas terrestres y marítimas[31]. Éste debió instigar la rebelión de la población de Djerba contra la guarnición española, que fue socorrida por la flota de Pedro de Cardona –gobernador de Mesina– enviada desde Sicilia en mayo de 1498[32]. En este contexto tan adverso, el jeque solicitó ayuda al rey Católico para defender el ombligo de toda la Berbería, y al no encontrar respuesta detuvo al gobernador español para pacificar las tensiones suscitadas entre la guarnición y la población isleña.
La atención de Djerba era tan costosa y su gobierno tan inestable que en 1499 el monarca aragonés ordenó desmantelar la fortaleza para evitar su uso por los turcos[33]. Se encargaría Gonzalo Fernández de Córdoba, puesto al mando de la flota desplazada a Mesina para recuperar los territorios venecianos usurpados por los otomanos y asegurar los enclaves hispanos en esta zona del Mediterráneo[34] A pesar del fracaso de Djerba, Fernando acogió la propuesta del mercader Juan de Santángel, enviado por algunas personas que están en el Reyno de Túnez [...] sobre çierto conçierto que tienen en Bona. En mayo de 1500 el rey remitió al mensajero a Gonzalo Fernández de Córdoba –a punto de partir a Sicilia– para que vos juntamente con él embiéys allá muy secretamente alguna persona fiada que vea lo que dize este y se informe bien de todo. El monarca pidió a su lugarteniente que le tuviera al corriente de la negociación para que mejor se pueda proveher en ello[35]. Aunque desconocemos en qué paró la negociación de Bona, el jeque de Djerba continuó mostrando interés por el protectorado español. A través del veneciano Luis Infantín el gobo (posible hermano del fallecido Nadalin di Fantini), Gonzalo recibió nuevas ofertas del jeque solicitando un gobernador que garantizase su autoridad a cambio de un tributo anual y asistencia militar[36]. El Gran Capitán aconsejó mantener la plaza en vez de abandonarla, haciéndose la fortaleza en la torreta que es en la parte del puente para poder abastecerla por mar. También exigió al jeque el envío de su hijo como rehén, y sugirió a Fernando retirar de la negociación a Infantín o a Esteban de Andía por las malas relaciones existentes entre el veneciano y el corsario.
El monarca accedió en noviembre de 1500, pero exigió a Gonzalo sostener la isla sin convertirla en cabeza de puente para penetrar en el continente africano, al que pensaba acceder por una zona más próxima a la península ibérica[37]. Mientras debía conservar la amistad con el jeque, aceptando a su hijo como rehén, y prometiéndole el gobernador solicitado a cambio de un tributo anual. Con el permiso regio, el Gran Capitán retiró a los agentes enfrentados y envió al comendador Hernando de Valdés con medios para someter la zona de Trípoli hasta Túnez, con las islas de los Alfaques y las de Kerkennah –los Querques o Querquenes, en la costa oriental de Túnez– que se consideraban puerta y entrada de toda la Berbería. Aunque el jeque de Djerba había tomado posiciones en esta zona, el plan se canceló por la reanudación de la campaña napolitana y la posible represalia del rey de Túnez, plegado a los otomanos[38].
A pesar de la interrupción, Fernando e Isabel siguieron apelando a la empresa africana para poner fin al indeseado conflicto con Francia que impedía restaurar el cristianismo en la otra orilla del Mediterráneo[39]. De hecho, durante la segunda campaña de Nápoles no se interrumpieron las operaciones para sostener Melilla, y en agosto de 1502 la reina encargó a Zafra y a Íñigo Manrique –alcaide de Málaga y capitán general de la armada– actuar en el sultanato de Fez con apoyo portugués[40]. Más al oeste, en la costa atlántica se intensificó la presencia militar con la construcción de nuevas fortalezas en Bojador, Nun y Tagaos que no tuvieron el éxito deseado[41].
En cuanto se firmaron las treguas (11.II.1504), los Reyes Católicos aseguraron a Julio II que deseaban retomar la empresa por la inclinación y deseo que tenemos de servir a Nuestro Señor en la guerra contra los infieles[42]. El papa les había concedido la bula de jubileo y cruzada, y un seguro en Nápoles que garantizaba el libre tránsito a todo aquel que se enrolase en la campaña contra los turcos[43]. No obstante, contuvo el ímpetu de algunos religiosos prohibiendo su participación pues su pelea y sus armas no han de ser carnales, sino en espíritu (29.IV.1504)[44].
En abril los reyes comenzaron los preparativos ordenando al Gran Capitán el envío de 2.000 peones porque nos tenemos agora en la dicha África algunos tratos que esperamos […] serán muy provechosos para aquella empresa que tenemos voluntad de començar[45]. La pregunta era cuál sería el objetivo: ¿penetrar en el reino de Tremecén desde la cabeza de puente de Melilla, como interesaba a los castellanos?, ¿o actuar en Túnez –preferido por los aragoneses– aprovechando los contactos de Djerba y Trípoli? Para responder a la pregunta será preciso analizar el desarrollo de ambos proyectos en los últimos meses del reinado.
La consolidación del dominio sobre el Regno proporcionó una base de operaciones más próxima al Magreb central, bajo el sultanato Hafsì de Ifriqiya, asentado en Túnez[46]. No era un enclave baladí. Su ocupación permitiría a los Reyes Católicos controlar las costas meridionales de un mar del que sólo dominaban su gran pasillo central (Barcelona, Mallorca, Cerdeña, Sicilia, ruta de las islas hacia Alejandría) y parte del litoral septentrional (Nápoles)[47]. La zona se había vuelto peligrosa por la presencia de corsarios turcos, que amenazaban el área marítima y la seguridad de las costas italianas del Tirreno[48].
Esta inseguridad motivó el repliegue veneciano, y el abandono de su extraña neutralidad por una mayor colaboración con la monarquía hispánica mediante el trasvase de información y agentes[49]. Uno de ellos fue Girolamo Vianello –mercader veneciano y representante de la Señoría– que llegó a la corte hispana con una propuesta de intervención con información obtenida en un reciente viaje a la costa magrebí [50]. Vianello había contactado con el jeque de Trípoli –Mongarraf en castellano o Monganis en las fuentes italianas– y un asesor castellano, que le propusieron arrebatar Túnez al soberano hafsí con la ayuda de los Reyes Católicos.
Situada en la costa libia, Trípoli se enclavaba en un lugar privilegiado para la defensa de Italia por su proximidad a las costas orientales de Sicilia. Alojaba comunidades de genoveses, venecianos e hispanos, parte de las cuales integraban la guardia española del rey de Túnez, Muley Hazen (o Abu Abdallah Muhamad)[51], que ejercía un dominio más o menos directo sobre Trípoli desde hacía décadas. Ello explica el interés de Mongarraf por despojarse de aquella sujeción que le obligaba a pagar tributos y hostilizar a venecianos o genoveses[52].
La plaza de Trípoli llamó la atención del Gran Capitán durante su expedición al Peloponeso (1500-1501). Si fallaba el plan previsto en las islas Jónicas, consideraba útil su ocupación, pues Tripol de Berbería contaba con riqueza suficiente para sostener la flota y ocupar Djerba, junto con otras tierras que allí cerca son […], de que vuestras altezas serán aprovechados en renta[53]. Aunque la campaña de Cefalonia y la guerra de Nápoles obligaron a postergar el proyecto, la idea se retomó a principios de 1504 con ciertas variantes. Trípoli había dejado de ser un objetivo inmediato para convertirse en cabeza de puente para tomar Túnez. Sin embargo, cualquier intervención no debía perturbar la amistad con los emiratos de Bugía y Túnez, donde prosperaba el citado consultado catalán[54].
Para los hafsíes, los monarcas españoles constituían un teórico aliado ante la amenaza otomana y la competencia genovesa. De ahí que mantuvieran relaciones con miembros de la corte para el comercio de grano e intercambio de prisioneros. Con todo, no faltaban motivos de discordia, como el secuestro de ciertas naves genovesas deudoras del erario siciliano, que en 1501 abrió un largo pleito con el virrey de Sicilia[55].
A principios de 1504, Girolamo Vianello entregó a los Reyes Católicos tres importantes documentos: una extensa carta del jeque para los monarcas con los capítulos del acuerdo, y dos epístolas de su ministro Hauret Elegundi y de Martín de Mendoza, veterano de la campaña de Djerba adquirido como esclavo por el jeque tripolitano[56]. En su carta al monarca, el jefe de Trípoli lamentaba las violencias cometidas por el señor de Túnez, y proponía a Fernando conquistar la plaza que quedaría en manos de un alcaide por él designado con 100 o 150 hombres de armas, a cambio de compartir las rentas de la aduana. La propuesta no era original, pues en otoño de 1496 ciertos tripolitanos del partido hispanófilo ya habían requerido la ayuda regia para sustituir el dominio tunecino por un protectorado hispano, menos exigente y dotado de potencia militar. La necesidad de concentrar los efectivos en el frente napolitano frustró aquella iniciativa[57], que siete años después pudo retomarse una vez asegurado el Regno.
Fernando encomendó la negociación a su secretario Juan Ruiz de Cálcena, que envió los citados documentos al Gran Capitán para formalizar los tratos con el jeque de Trípoli, porque yo tengo muy poca fe en lo que tratan estos venecianos desto de los moros[58]. Según el secretario, los tripolitenses habían acudido sin demasiadas esperanzas al gobernador Fernando de Velasco, pero la propuesta de Vianello les llevó a recurrir al rey Católico, con la condición de no implicar al virrey de Sicilia, desacreditado por la burlería que passó en lo de los Gerbens [Gelves]. Cálcena confiaba en la buena ventura de Gonzalo para emprender la prestisima e[s]pedycion, y le animó a enviar secretamente a un agente que, con el pretexto de rescatar a Martín de Mendoza, confirmara al jeque su ofrecimiento, comprobara si la ciudad podía tomarse desde la fortaleza, y estudiara las posibilidades de socorrerla por mar[59]. Fernando indicó al virrey que actuara con la mayor discreción, viendo la condiçión de los moros que es tan mudable como sabéys[60].
Los monarcas no sólo activaron los recursos diplomáticos e informativos. También consultaron a sus colaboradores en la campaña napolitana sobre las posibilidades de conquistar y mantener Túnez. Fruto de ello es el Memorial sobre la defensa del reino y la campaña africana, redactado por Luis Peixó a petición de los reyes entre febrero y octubre de 1504[61]. El tesorero catalán –nombrado alcalde de Castel Nuovo[62]–, aconsejaba entrar por la parte de Trípoli, y no por el reino de Fez, pues los moros no eran tan guerreros, ni contaban con tal aparejo de cavallos, ni de armas. Consideraba que al tomar Trípoli –que es la postrera tierra que tengan los moros en la marina la buelta de Levante–, se rendiría Áffrica, Monesterio y todas las tierras de marina fasta la ciudat de Túnez, que vernían con las llaves segurándolos como a moros en sus casas, y Gerbes y Querquens [las islas de Djerba y Kerkennah] sin costa farían lo mismo. Tales conquistas proporcionarían los recursos económicos necesarios para sufragar las nuevas armadas destinadas a la empresa de Jerusalén.
Como Cálcena, el tesorero aconsejaba concertarse con el alcaide de Trípoli enfrentado al rey de Túnez[63], asegurándose con cierta prenda, pues los moros por su condición con color de la ley no tienen fe ni verdad en semejante cosa. A diferencia de la fracasada empresa de Pedro I de Aragón, se contaba ahora con más medios, y costaría un menor sacrificio económico por la dependencia norteafricana del trigo siciliano. De hecho, era tal la cantidad de navíos de este cereal enviados a Trípoli que con ésto se descuydan de todos los otros enganyos. Peixó consideraba que bastaría enviar a un agente para negociar secretamente con el alcaide sin saberlo ninguno del navío, ni otras personas. Y aunque no se concertaran, una expedición de seis mil hombres de guerra sin caballos, con ocho cañones y veinticinco tiros de metal podría tomar tierra, y en tres o cuatro días ocupar Trípoli. La distancia que separaba la ciudad de cualquier socorro obligaría a los habitantes a rendirse según la civilidad dellos y poca disposición, y su precario armamento y carencia de artillería haría ineficaz cualquier defensa frente a las tropas de Nápoles, pues por pruebas se ha visto que han tomado en esta guerra del Realme cosas de más dificultat y más fuertes sin comparación[64].
El tesorero sugería emplear infantería –gente de caballo no son menester– valiéndose de los lacayos –y no de hombres de armas– desocupados tras la firma de las treguas con Francia, y siempre en movimiento si no les ponen en otra guerra[65]. Eran las coronelías o regimientos de infantería que, junto a los suizos y los lasquenetes alemanes, se habían convertido en formidables unidades de ataque y defensa con su combinación de picas y arcabuces, que darán lugar a los tercios[66]. Como el Gran Capitán estaba empeñado en sostener sus soldadas, los reyes podrían emplearlos para la campaña africana por ser ellos tan útiles para la guerra.
Peixó no aconsejaba penetrar tierra adentro, sino pasar a Dona, al lado opuesto a Túnez, la cual de los navíos con artillería se puede toda correr y desfazer; y como las otras ciudades se habrían tomado, no esperarían socorro alguno, de manera que dexando atajado a Túnez se puede pasar por la costa de la mar delante que no hay tierra que se tenga. Para evitar el socorro otomano, debía fortificarse Trípoli, confiando que los moros se replegarían para guardar su casa, desconfiando de los turcos porque del[l]os han sido maltractados, y con poca armada muy mal los acojen.
La empresa seduciría a los príncipes cristianos gracias a las indulgencias que convienen de cruzadas, atrayendo a muchos que acudirían con navíos y con sus personas y armas para la dicha conquista. Los reyes podían obtener grandes cantidades de dinero de las dichas cruçadas y ahún de décimas lucradas por los que deseaban ganar su mérito a través de ese gesto de generosidad. Con todo, el mayor fruto sería la paz que los príncipes cristianos y las otras señorías negociarían con los Reyes Católicos por hun beneficio tan universal que apoyaría el papa y el colegio cardenalicio.
A nivel defensivo, Peixó proponía cerrar el Mediterráneo a las incursiones otomanas o berberiscas con un plan de fortificación de Sicilia y del estrecho de Mesina[67]. Sugería reforzar el cabo de Passero (al sur de la isla), Siracusa, y construir un torrejón fuerte en el puerto de Augusta, dotándolo de artillería para vigilar el paso de naves. También podían levantarse dos bastidas a ambos lados del estrecho de Mesina, con tres canyones pedreros en cada una y una pequeña guarnición. Se podrían costear con un derecho de ancoraje por impedir el paso de corsarios y navíos de infieles, que no ossarían enprender de passar a la parte de la tramontana. Si los reyes decidían finalmente intervenir en África, aconsejaba controlar mejor el comercio mediterráneo impidiendo en Mallorca, Sicilia y Malta que ninguno ossase ir en tierra de moros[68].
El rey de Túnez debió advertir los planes de intervención, pues en abril envió una legación de veinte personas a Estambul solicitando asistencia militar ante la amenaza fernandina de despojarle del reino[69]. No era una petición gratuita, pues la piratería otomana se extendía a los mares de Sicilia y Calabria, llegando hasta las costas de Civittavecchia, donde apresaron dos galeras de Julio II con un rico botín[70]. Entretanto, el rey tunecino envió sus naves a bloquear Djerba, y a fines de agosto el jeque de Trípoli solicitó la ayuda veneciana para romper el cerco[71].
En este contexto tuvo lugar la expedición o santo viaje emprendido por Girolamo Vianello al puerto de Trípoli entre fines de agosto y octubre de 1504[72]. A pesar del apoyo proporcionado por la corte regia, no parece que Íñigo López de Mendoza –conde de Tendilla y capitán general de Granada– mostrara demasiado interés por aquel objetivo tan lejano al proyecto que coordinaba sobre Tremecén. A su regreso, el propio Vianello empezó a colaborar con el arzobispo Cisneros en los preparativos para la campaña de Orán-Mazalquivir que en 1505 concentró los esfuerzos de la monarquía.
Durante este tiempo, el virrey de Nápoles no dejó de vigilar los movimientos de la flota de Kemal Reis, enviada por Bayaceto II durante la guerra con Venecia. Le preocupaba la penetración del corso otomano que en 1505 encontró refugio en Djerba, dañando el comercio de Sicilia, Cerdeña y Calabria[73]. De ahí que en la primavera de 1504, Gonzalo sugiriese al monarca aragonés enviar a Djerba los cuatro mil peones que debían salir del reino[74]. Probablemente pretendía crear una cabeza de puente para actuar en Trípoli contra el rey de Túnez[75], tan favorable a los turcos como el jeque de Djerba, que –a principios de 1506– solicitó su ayuda contra Spagna proponiendo acoger a Kemal Reis como gobernador[76].
El temido corsario depredó el mar de Poniente durante los primeros meses de 1506 ofreciendo al Gran Capitán una buena justificación para permanecer en el Regno contra la orden regia de regresar[77]. En septiembre se hallaba en Djerba[78] cuando Fernando el Católico se desplazó a Nápoles para tomar posesión de aquellas tierras que le aproximaban al rival otomano. Fernando trató allí con los legados papales y venecianos un plan de acción contra la Sublime Puerta, y envió a su capitán Pedro Navarro con seis galeras, cuatro naves, y seis mil hombres, para ocupar la isla que acogía a Kemal Reis[79]. Desgraciadamente no conocemos el desenlace de aquella operación –quizá demasiado arriesgada– que debió limitarse a garantizar la seguridad de las costas.
La intervención en Túnez no fue el único proyecto norteafricano impulsado en los últimos años del reinado de Isabel. Más al oeste se ubicaba el sultanato de Tremecén (Argelia), que se extendía desde Argel hasta Melilla, y lindaba con el sultanato de Fez (Marruecos oriental), adjudicado a Portugal. Las aceifas berberiscas que partían de este segmento costero habían obligado a mejorar el sistema defensivo del litoral andaluz con aumento de escuchas, guardas y atalayas, y el mantenimiento de una flota en el puerto de Málaga[80]. Su actividad se documenta en julio y en diciembre de 1504, en que puso en fuga algunas embarcaciones enemigas gracias a un infante de Fez convertido al cristianismo que advirtió al arzobispo de Granada del ataque que se preparaba para el 15 de agosto.
La política regia fue más allá de las medidas defensivas. Antes de fallecer Isabel, se acogió la propuesta de Íñigo López de Mendoza de conquistar Tihuente, Guardanía, Honein, Mazalquivir, Orán, y las otras plazas fuertes del sultanato de Tremecén[81]. Como en la campaña de Melilla, la expedición sería financiada a medias por la Corona y por el conde, que también se repartirían la guarda y tenencia de las posesiones anexionadas. Tendilla pedía cuarenta millones de maravedíes y el contingente militar que se trasladaría, quedando las plazas conquistadas bajo la protección de la Corona. El plan se hizo factible cuando la remisión del frente napolitano y pirenaico permitió desviar el gasto militar. En junio se hallaba en el puerto de Málaga una flota compuesta de ocho embarcaciones y 1.500 hombres de tripulación[82]. Su presencia se debía al deseo de los reyes de retomar la empresa contra Berbería, como advirtió el embajador veneciano[83]. Su objetivo apuntaba a Mazalquivir, siguiendo los consejos dados por el duque de Medina Sidonia en 1499, y Vianello al regresar de su viaje al litoral magrebí en el verano de 1503[84]. Desgraciadamente, apenas contamos con documentación sobre aquel proyecto[85] que pudo suscitar la exagerada noticia de Piero Vaglienti sobre la conquista de Tremisen por tropas españolas[86].
Tendilla no fue el único aristócrata implicado. El 4 de octubre los reyes otorgaron a Juan de Guzmán –duque de Medina Sidonia– el título de marqués de Cazaza, localidad al oeste de Melilla que se internaba en el reino de Fez, fragmentado por una serie de principados que pretendían independizarse de la dinastía de los Banu Wattàs. Como se indicó, Cazaza era uno de los enclaves concedidos a Fernando e Isabel en Tordesillas, y contaba con un excelente puerto desde el que frenar las incursiones berberiscas en el litoral granadino. Apoyándose en el dominio del duque de Medina Sidonia sobre Melilla desde 1497, le otorgaron el mencionado título con condición de que a su costa la ganase de los moros, y con el permiso de incorporar la villa a su patrimonio señorial[87].
Los Reyes Católicos también pretendían ocupar el Peñón de Vélez de la Gomera –situado a 126 km de Melilla– que daba acceso al territorio de Badis[88]. En 1504 el gobernante de la ciudad, Mansur b. Zayan al-Wattási, había solicitado la ayuda hispana para destronar a su primo, el sultán de Fez. Pero la operación fue desestimada por no poder mantener su conquista, y aunque Tendilla fracasó en sus negociaciones con el rey de Vélez, se firmó un tratado de protección con el emir de Badis para asegurar la zona ante la campaña preparada contra Mazalquivir en 1505[89]. Isabel y Fernando también enviaron embarcaciones a Argel y Orán para establecer contactos comerciales que acabaron interrumpiéndose sin mayores consecuencias[90].
Los proyectos magrebíes se ralentizaron a fines de 1504 al firmarse la Liga de Blois (22.IX.1504) que aislaba internacionalmente a la monarquía hispánica poco antes de suscitarse la crisis sucesoria a raíz del fallecimiento de la reina Católica (26.XI.1504)[91]. En su testamento, Isabel recordaba a sus herederos el proyecto pendiente, exhortándoles a que no çesen en la conquista de África e de pugnar por la fe contra los infieles, reinvirtiendo el dinero desviado de las bulas de cruzada[92]. Tres días antes, aprovechando la erección de las diócesis indianas, Julio II también apremiaba a los monarcas a que continuaran la expansión africana pro augmento eiusdem religionis christianae et ad Dei laudem[93]. Un deseo que el humanista siciliano Pietro Gravina recordó a Fernando en las exequias napolitanas (16.I.1505), mientras Ludovico Bruno mencionaba en su oratio romana las fortalezas africanas levantadas por la reina y la ocupación de Melilla, munitissimum oppidum del reino de Tagaste[94]. Eran los ideales globalizadores que la Curia papal y la corte hispana compartían y proyectaban sobre el nuevo Mediterráneo cristiano que se quería restaurar.
Según Alonso Acero, la reactivación africana impulsada por el rey obedeció a cuestiones estratégicas y económicas relacionadas con la Corona de Aragón[95]. A esta motivación debemos añadir la necesidad fernandina de defender sus derechos a la gobernación castellana ante el nuevo rey Felipe de Habsburgo, primogénito de Maximiliano –rey de Romanos–, que accedió al trono de Castilla por su matrimonio con la heredera Juana. Ello explicaría la renuncia del monarca aragonés al proyecto tunecino y la recuperación de la empresa de Tremecén para presentarse como continuador de la voluntad de su esposa y ampliador de la zona asignada a Castilla.
En este crispado contexto se puso en marcha la intervención en la costa argelina para acabar con el corso y establecer puntos estratégicos que permitieran controlar el entorno[96]. Aprovechando las pacíficas relaciones con el sultán de Tremecén se abrieron negociaciones con vistas a una incorporación por pacto[97]. Sin embargo, pronto se planteó la acción militar, vacilando entre el puerto de Mazalquivir (Al-Marsā al-Kabīr o Meers-el-Kébir) –ubicado en el extremo occidental del Golfo de Orán–, y la ciudad mercantil de Orán, situada a pocos kilómetros y considerada uno de los mayores e mejores puertos del mundo[98]. Probablemente los informes de Girolamo Vianello propiciaron la primera opción, implicando al arzobispo Cisneros como garante económico de una empresa alineada con su proyecto de conectar el Magreb con la costa sirio-palestina que llegaba hasta Jerusalén[99].
En abril, Julio II cita el objetivo de Mazalquivir en la bula de concesión de la décima del clero para la santa expedición que desmantelaría aquel nido de piratas agarenos que asolaban las costas italianas y vendía a los cristianos como esclavos[100]. En la misma fecha, el rey Católico ordenó al Gran Capitán que invirtiera el dinero de la décima recaudada en Nápoles en el envío de las tropas, solicitando previamente el breve que lo permitía[101]. La asamblea del clero reunida aquel año en Castilla protestó por aquella imposición para la guerra de allende[102], aunque el rey ya había perdonado parte del pago de dos décimas (Toro, 3 abril 1505) para la guerra contra el turco, convertidas ahora en un subsidio de 100.000 florines cada una, siempre y cuando las diócesis pagaran lo debido del subsidio de 1504[103]. Julio II también facilitó el breve necesario para lo de la contratación de áfrica, que Fernando envió a sus oficiales de la Casa de Contratación advirtiéndoles que, según el thenor dél […], la contraçión a de ser a fin de esto de les hazer guerra, y debían usarlo como vos pareçiere ser justo[104].
En junio el monarca movilizó los recursos militares, ordenando al virrey de Nápoles que enviara 2.000 peones de infantería al puerto de Málaga, donde se organizaba la armada[105]. Con todo, el destino debía permanecer secreto para no alterar a los moros, sugiriendo publicar la marcha de las tropas a Pisa, o a otra parte, sin provocar umor de guerra, syno para apartarla. A fines de junio, Fernando precisó al Gran Capitán que los peones solicitados para Djerba fueran enviados a Málaga, donde estaba preparando con grandísima priesa una poderosa armada a las órdenes de un capitán general que ya tenía nombrado[106]. La elección había recaído en el Alcaide de los Donceles, Diego Fernández de Córdoba, miembro de un linaje que también contaba con felipistas como el conde de Cabra y el marqués de Priego, primo y sobrino del Gran Capitán.
El 19 de julio el rey volvió a apremiar a Gonzalo para que enviara las tropas[107], indignándose de que ciertas capitanías de infantería se desplazaran a Sicilia secundando la petición de Lanuza que, en realidad, le había pedido galeras para defender la costa de Kemal Reis[108]. Fernando lamentó aquel despilfarro, urgiéndole a remitir los 2.000 peones porque tenemos mucha neçesidad della para esta guerra de África que agora començamos[109]. También se ordenó a las tropas su regreso a la península ibérica para servir en la empresa africana, en la que serviréys mucho a Dios nuestro Señor y a mí, y honrraréys nuestra nación d’España, y mereceréis más de lo que tenéys mereçido[110].
En verano se aceleraron los preparativos en las ciudades andaluzas y levantinas, que aportaron un importante número de tropas concejiles[111]. El conde de Tendilla intensificó los tratos con el mercader genovés Nicolás Caetano que en junio llegó a Granada con noticias de Orán[112]. El 2 de julio el conde debía pregonar el cese de todo trato con el Norte de África, y apercibir sus tropas para que a principios de agosto estuvieran dispuestas, sin alertar a la costa berberisca[113]. De hecho, el objetivo exacto parecía desdibujarse, pues el embajador veneciano habla de Orán como destino de las 100 naves que pensaban desplazarse[114]; mientras Miguel Pérez de Almazán ubicaba en la misma plaza el plan de conquistar toda Berbería, como se había hecho en Granada y Nápoles[115]. Con esta nueva propaganda cruzadista, el rey Católico contrarrestaba el ascenso de Felipe de Castilla, que en Haguenau (4.IV.1505) había recibido grandi honore de la embajada otomana, mostrando que la sua grandeza se spande per tuto perche l’e potentissimo re et la fortuna lo cignava molto mazor[116].
Las tropas españolas partieron el 9 de septiembre, y cuatro días después conquistaron el puerto de Mazalquivir. El alzamiento del pendón real al grito África, África por el rey de España nuestro señor, anunciaba con evidente exageración el sometimiento del entero continente[117] al rey de España, que exhibía este título ante el abuso de su yerno de llamarse rey de Castilla sin haber sido jurado en Cortes[118]. Fernando sacó rédito propagandístico de la victoria haciéndola celebrar especialmente en la Corona de Aragón, y otras ciudades italianas como Roma y Nápoles[119]. Con todo, Mazalquivir no dejó de considerarse una cabeza de puente para nuevas expediciones. Lo muestra la provisionalidad del asiento de la plaza entregada a Diego Fernández de Córdoba, cuya autoridad se extendía a las ciudades aún no conquistadas de Orán y Tlemsén[120], sometidas a un bloqueo comercial para preparar su conquista al año siguiente[121].
A principios de octubre, Fernando ordenó nuevos alardes en Castilla, manifestando su deseo de hacer y proseguir e continuar la dicha guerra contra los dichos moros con hueste e exérçito poderoso luego syn más dilación[122]. Así se lo indicó a Julio II en la carta en que anunciaba la caída de Mazalquivir[123], y solicitaba la décima y la cruzada para continuar la empresa[124]. Esta vez quiso implicar a su yerno, buscando el interés común en aquellos tensos meses previos a la Concordia de Salamanca (24.XI.1505), que Fernando justificó por su intención de emprender la cruzada con Juana y Felipe.
La corte de Bruselas se movió ambiguamente. Sus agentes en Roma intentaron boicotear la concesión pontificia, que Julio II anunció el 17 de diciembre[125], y concedió el 10 de enero con grandissima dificultà por la resistencia de los felipistas[126]. Un mes después, el joven Habsburgo ordenó a sus embajadores unirse al representante del rey Católico para solicitar oficialmente la décima y cruzada, por ser tan santa la guerra de África, [y] querríamos no solo ayudar en ella en tales cosas más en persona ejecutarla[127]. Era mera hipocresía, pues más adelante sus procuradores intentaron impedir secretamente la concesión de ambos impuestos. No lo lograron, pero Julio II redujo a un año el disfrute del privilegio fiscal para comprobar cómo se comportaba Fernando con su yerno[128]. Finalmente, el 24 de marzo se expidió la bula Etsi pro ministerio, que se entregó con la bula de cruzada al nuncio Giovanni Ruffo, a punto de partir para España[129].
El mantenimiento de Mazalquivir no fue tarea fácil. El 29 de octubre se supo que la armada había regresado durante el invierno, dejando sólo algunos navíos para defender el puerto. Era un punto y aparte en una campaña que se retomaría en primavera con la certeza de conquistar bona parte dela Barbaria por la debilidad de los príncipes norteafricanos[130]. El ambiente en la corte fernandina era favorable. En diciembre Almazán aseguró al Gran Capitán que su alteza está muy bueno y muy alegre, y ahora todo su cuidado es la guerra contra los moros de África, y para ella adereza para el verano proseguirla poderosamente con el ayuda de nuestro señor[131]. En su correspondencia con el pontífice y con Enrique VII de Inglaterra, Fernando también expresó su deseo de proseguir esta empresa que he comenzado contra los infieles de Argel[132].
Según los informes venecianos, se estaban preparando 200 velas para profundizar en la brecha de Mazalquivir, cuya guarnición acababa de romper el asedio de 6.000 moros[133]. A ella se sumarían las fuerzas de Felipe de Habsburgo. Pedro Mártir de Ánglería vio en ello una oportunidad para recuperar los territorios griegos ocupados por los turcos, que no podrían resistir el avance fernandino hacia Libia[134]. El intelectual milanés confiaba que esta cooperación restauraría la unidad en Castilla, como opinaba el embajador Gonzalo Ruiz de Figueroa, pues nuestra gente es tan bulliciosa que no podría estar en paz sin ningún ejercicio[135].
El gestor de la empresa continuó siendo Hernando de Zafra, que tanteó con el Alcaide de los Donceles la conquista de Orán por capitulación enviando un cuerpo expedicionario de 500 jinetes y 3.000 peones[136]. Debió contar con la ayuda de Vianello, cuyos informes priorizaban este objetivo[137], que el Alcaide consideraba buena cosa y, dado él, se quita mucha costa de Maçarquivir y se gana mucha parte del reyno[138]. Menos convencido se mostró el veterano Gonzalo de Ayora al declinar la invitación en un informe secreto sobre los errores de Zafra y Fernández de Córdoba en la anterior campaña de Mazalquivir. Por ello, ante los preparativos para que pase ogaño exército en África a çercar y conquistar, ofrecía su consejo, pero rehusó ponerse a las órdenes del Alcaide de los Donceles[139].
La tensión política suscitada por el desplazamiento de Felipe y Juana a la península ibérica frustró el proyecto fernandino, pero fue aprovechado por el duque de Medina Sidonia para ocupar Cazaza, cuyo puerto –más abrigado que el de Melilla– se había convertido en la principal puerta de salida de la producción del reino de Fez[140]. Fernando e Isabel habían alentado aquella operación preparada en 1503 con un plan de cabalgadas para dispersar a los habitantes y despoblar la villa[141]. El alcaide de Melilla ocupó la plaza abandonada en abril, pero las noticias atribuyeron a Fernando la adquisición de aquel lugar de importantia, gracias a sus contactos con un caudillo moro que permitió la instalación de una guarnición de 300 hombres[142]. Los musulmanes reaccionaron cercando Cazaza a mediados de agosto. El conde de Tendilla ordenó el embargo de embarcaciones para socorrer la plaza, pero fue el duque de Medina Sidonia –responsable de su seguridad– quien envió los navíos que levantaron el cerco[143]. Mientras tanto, Fernando firmó en junio un asiento con el Alcaide de los Donceles para asegurar la defensa de Mazalquivir, siempre expuesta al asalto de los musulmanes[144].
La marcha de Fernando a sus reinos patrimoniales tras los acuerdos de Villafáfila (27.VI.1506), no clausuró el proyecto africano compartido con su yerno. Felipe tomó la iniciativa en junio, anunciando al conde de Tendilla y a las ciudades portuarias de Granada, Andalucía y reino de Murcia, su intención de emprender la conquista del sultanato de Tremecén –bajo Abu Abdallah Muhammad (1505-1516)– y de las otras tierras de África de mi conquista[145]. Suspendió por ello los intercambios comerciales, prohibiendo ir sin licencia a los puertos y lugares de la costa de Berbería desde el estrecho de Gibraltar fasta la çibdad de Túnez. En este ambiente prebélico, Venecia debió rechazar catorce de las dieciséis propuestas comerciales presentadas por los embajadores del rey de Túnez[146].
El alma de la expedición era el arzobispo de Toledo, Jiménez de Cisneros, convencido de que de esta forma se pondría fin a las divisiones, y vendrían todas las cosas a unidad, et sea un Dios e una fe como está escripto[147]. Era la plasmación política del versículo unum ouile et unus pastor (Io 10, 16) que anunciaba la unificación de la comunidad humana bajo un solo pastor[148]. El arzobispo planteó a Felipe la conquista de Orán, prometiéndole un préstamo de 50.000 ducados y un ejército de 6.000 infantes, que el rey completaría con 300 hombres de armas al modo de España, 1.500 infantes alemanes bajo el mando del Alcaide de los Donceles, y la artillería confiada a Vianello[149]. De lo prestado, Felipe destinó diez cuentos en dinero para la guerra de allende, asumiendo una deuda con Cisneros que le impidió recurrir a él para otros menesteres[150]. En la documentación arzobispal se conserva el concierto por el que el rey de Castilla ordenaba a Juan Manuel devolver aquel préstamo con la décima y la cruzada otorgadas por el papa, y con el oro que vinyere de las Indias, compensando lo que faltara con las alcabalas recaudadas en 1507[151]. No pudo aprovecharse la bula de la décima traída por el nuncio, como comisario junto al doctor Angulo y el tesorero Morales[152], pues ésta no llegó a publicarse, y a principios de 1508 aún se hallaba en poder del nuncio[153].
El objetivo de la conquista de Levante era Orán. Se pensaba que su ocupación facilitaría el dominio del reino de Tremecén, y el control de la costa de Mazalquivir, a cambio de un tributo de 20.000 ducados que la población musulmana pagaría al rey[154]. Los beneficios serían grandes, pues se salvarían los muchos cristianos que se llevan y pierden, y se aseguraría el litoral granadino, ahorrándose los gastos de su defensa. Para la empresa se contaba con 200 hombres de armas de las Guardas reales, 500 jinetes de las guardas, y 1.000 alemanes que Felipe había traído de Flandes y creaban problemas en sus asentamientos. A éstos se añadirían 300 hombres de armas experimentados que cuidaban la frontera del reino de Granada, 300 artilleros, arcabuceros y paleros que solían reclutarse en el arzobispado de Sevilla, y 4.000 hombres de ordenanza de las capitanías venidos de Italia junto a otros 2.600. Para trasladar este contingente, con sus caballos y mantenimientos, se usarían veinte naves de cuatrocientos toneles procedentes del Puerto de Santa María, Cádiz y Vizcaya, con veinte fustas y veinte tafurcas para movilizar las naves y trasportar caballos y gente. La artillería estaba constituida de cuatro cañones, dos culebrinas, seis falconetes y doce ribadoques. Tras desglosar las provisiones de mantenimientos procedentes de los obispados de Sevilla, Málaga y Jaén, y ciertos señoríos, se enumeran los pagos de las tropas con 30.000 ducados proporcionados por Cisneros y pagados por libranzas del Alcaide de los Donceles y Hernando de Zafra[155].
Los agentes del arzobispo preveían que la armada saldría de Málaga a mediados de septiembre, y se obtendría del papa la bula de cruzada, pues siendo para esta guerra no la negará, y della se podrá sacar harta quantydad de dineros. Para determinar los gastos, mantenimientos y distribución de las capitanías se contaba con la colaboración del licenciado Hernando Tello y Hernando de Zafra, que mantuvo su puesto en la corte a pesar de los recelos suscitados por su lealtad fernandina[156]. Hemos revisado el memorial de los participantes y del gasto para la conquista de Levante, elaborado por el primero[157], y el de las provisiones para la guerra de Allende estipuladas por el segundo[158]. Según este documento, se planteó el envío de 13.570 hombres para una expedición de dos meses, que contaría con los efectivos napolitanos y la guarnición de Mazalquivir. Las tropas estaban constituidas por 2.000 jinetes, 5.000 hombres de ordenanza, 1.300 espingarderos y 2.000 ballesteros y lanceros; a los cuales se añadían 1.000 jinetes y hombres de armas de las guardas de sus altezas, 1.000 lanzas de Cisneros, 1.200 hombres de la gente de ordenanza de las guardas de sus altezas, 600 hombres de las ordenanzas de Mazalquivir y de la guarda de la costa, y los capitanes más experimentados de los 3.200 peones venidos de Italia.
Más complejo resultaba el avituallamiento. Ante la carestía de cereal, el conde de Tendilla advirtió al arzobispo que debía traerse pan de Sicilia y Flandes, e involucrar a los genoveses, si el sultán de Ténez –Muley Yaya, hijo del rey de Tremecén llegado al trono gracias al rey de Fez– no lo proporcionaba a cambio de plata y paños[159]. Aunque hubo un primer acercamiento al régulo para enfrentarle al sultán de Tremecén, al enterarse de que Fernando había abandonado Castilla afloxó la guerra[160]. A mediados de agosto corrían rumores de la venida de embajadores de Tremecén y Ténez que ofrecían grandísimos partidos por miedo de la guerra, pero Tendilla insistía en adueñarse del litoral argelino para asegurar la costa granadina.
La experiencia de las campañas de Nápoles y de Mazalquivir se puso al servicio del nuevo rey de Castilla, que encarnaba las utopías ibéricas y la herencia cruzadista de los duques de Borgoña[161]. Su propaganda castellana recordó su deseo de tener con moros pendencia / do pueda en victoria nombrar sus tropheos, pues si Dios le dexara seguir sus deseos /en África fuera mostrar su presencia[162]. El proyecto del joven Habsburgo se difundió más allá de los Pirineos, pues muchos caballeros flamencos y borgoñones se ofrecieron espontáneamente para acometer la empresa con sus propios gastos y por amor a Dios[163]. El rey de Romanos, Maximiliano, propuso trasladar a Niza las tropas alemanas que le acompañarían para su coronación en Roma, con idea de embarcarse en la flota organizada en Andalucía[164]. Fernando también anunció desde Barcelona la preparación de una armada de cuarenta naves que se uniría a las tropas de su yerno para la expedición de Berbería[165]. Mientras tanto, la legación de Felipe enviada a Italia contactó con los caballeros de Rodas y denunció los tratos de Venecia con los turcos[166].
Sin embargo, el proyecto avanzaba a trompicones. En septiembre los preparativos se habían detenido, aunque se continuara hablando de ellos[167]. El más interesado era Cisneros, que había convocado al Alcaide de los Donceles y a Zafra para reunir la armada. Felipe aún no había designado al capitán, y proclamaba que quería ir personalmente a la empresa de allende. Sin embargo, el embajador del rey Católico aseguraba que casi ninguna cosa se hace. Preocupado por el cerco terrestre y marítimo que sufría Mazalquivir, Diego Fernández de Córdoba advirtió a Felipe del peligro de perder la plaza. Para evitarlo se le confiaron 8.000 peones de ordenanza, 1.000 hombres de armas, 2.000 jinetes y mucha artillería, sin otorgarle el nombramiento de capitán general de la armada, que le disputaba el duque de Medina Sidonia, más afín al Habsburgo. Cisneros deseaba el nombramiento del Alcaide, pero no se tomaron decisiones, ni se proveyeron los mantenimientos, salvo los que tenía comprados el arzobispo, que se resistía a desembolsar el dinero sin asegurar la forma de devolución. Aunque Zafra continuaba elaborando memoriales, la indeterminación exasperaba al Alcaide, pues cuando se intentaba concluir algo todo para en ayre y palabras, a riesgo de perder Mazalquivir[168]. La causa del retraso eran los problemas del erario felipista, que acabó desviando el dinero prestado para pagar atrasos a las Guardas Reales y a los pueblos castigados por los abusos de las tropas[169]. El 23 de septiembre, el embajador veneciano informaba que la armada había quedado en manos de la aristocracia, pues Felipe pensaba regresar a Flandes[170].
El inesperado fallecimiento del Habsburgo (25.IX.1506) truncó el proyecto. El Alcaide de los Donceles –capitán general en el reino de Tremecén– pudo socorrer Mazalquivir, dotándolo de mantenimientos sin recibir el dinero prometido por el arzobispo[171]; sin embargo, aseguró que no se emprendería acción alguna hasta el regreso del rey Católico[172]. El 13 de octubre, en presencia de Cisneros y de los contadores mayores, se firmó en Burgos un asiento provisional sobre la plaza africana, con el libramiento de 6.000.000 maravedíes para que el Alcaide pudiera saldar las deudas y acondicionar el presidio[173]. Los agentes de Hernando de Zafra siguieron informando desde Mazalquivir mientras las naves hispanas vigilaban el bloqueo interceptando una nave francesa que se dirigía a Orán cargada de mercancías, con valor superior a 30.000 ducados[174].
El vació de poder en Castilla facilitó la actividad pirática en la zona occidental del Mediterráneo. Fernando lo comprobó durante su viaje a Italia al perder una nave con 500 soldados, víveres y pagas para las tropas[175], mientras los corsarios berberiscos aprovechaban el desplazamiento de su flota para correr y robar la costa del reino de Granada[176]. En Nápoles, el monarca quiso resguardar las costas del Regno concediendo a sus vasallos el derecho a deputare galee, fuste et brigantini per la guardia delle marine, especialmente en el litoral calabrés. Más vulnerable se mostró la península ibérica en un perímetro que iba desde el Estrecho hasta la isla de Mallorca, donde se armaron galeras para defenderse[177]. Con todo, los berberiscos también sufrieron pérdidas, pues en verano naufragaron veintiún navíos con seiscientos corsarios armados en las costas de San Lúcar de Barrameda[178].
Fernando no se desentendió del proyecto africano durante su estancia en el reino napolitano, próximo al Magreb central. Aunque la cuestión otomana centró sus negociaciones, impulsó las operaciones en Túnez –comentadas anteriormente–, y anunció su regreso a la península ibérica en mayo de 1507 para emprender la conquista de Tremecén, con los 5.000 o 6.000 hombres que se reclutaban[179]. Con esta promesa pretendía congraciarse con la aristocracia castellana y defender sus derechos a la gobernación. Y es que la imagen del aragonés se había deteriorado tanto por la presión fiscal y los abusos inquisitoriales que Gonzalo de Ayora le aconsejó hacer alguna guerra, a los moros de allende, pues aquello se podrya hazer fácilmente y que serya mejor manera y más sygura y gloryosa[180].
Fernando estaba convencido de ello. A petición de sus agentes, Julio II renovó la décima de cruzada ponderando el celo ardiente que no deja de crecer en tu pecho por propagar y exaltar el nombre de cristiano[181]. El papa autorizó al nuncio Ruffo aplicar las décimas concedidas, y exhortó a Maximiliano y a Enrique VIII de Inglaterra a tomar las armas para ampliar la gloria de Cristo, como los reyes de Portugal y de Aragón hacían in Occidente[182]. El monarca inglés llegó a tratar con Fernando un proyecto de cruzada, mostrándose dispuesto a implicarse en la guerra de África con todo su poder, y fazer en esto mucho la voluntad de vuestra alteza, para lo qual todo este reyno alçaría las manos a Dios, que está muy deseoso de semejante empresa[183]. Añadía que, si el Católico no podía hacerlo, él se determinaría por la vía de [H]ungría dar guerra al turco, pero que conoscía Dios que más querría la guerra a África. Convencido de su superioridad armamentística, Enrique auguraba que en pocos años toda África sería conquistada, proponiendo juntarse con Manuel de Portugal para combatir a las órdenes fernandinas, como dos hijos bajo un mismo padre.
La tensión internacional no permitió concretar aquel proyecto inaccesible al monarca aragonés sin haber recuperado el gobierno de Castilla. Con todo, el ideal cruzadista le acompañó en su desplazamiento a Savona para consolidar su alianza con Luis XII de Francia. En uno de los arcos levantados para recibirle, fue representado como Maurorum Rex debellator et horror[184], asumiendo un particular liderazgo en la extinción de los imperios infieles, como recordó Juan Sobrarias en sus versos dedicados a aquel encuentro[185]. Eran las utopías de una propaganda que pretendía cerrar la crisis sucesoria alumbrando la dimensión africanista de la segunda regencia fernandina.
El presente trabajo ha puesto de manifiesto en qué medida el conflicto con Francia por el reino napolitano y el pulso sucesorio con los Austrias condicionaron la política norteafricana de Fernando el Católico, ralentizando algunos procesos y acelerando otros que maduraron durante su segunda regencia castellana. Los planes sobre el sultanato de Tremecén –próximo al litoral granadino– se complementaron con el objetivo tunecino, más cercano al Reino de Nápoles y accesible a la armada castellana, que acabó sustituyendo a la siciliana en Djerba y Trípoli. Nunca se habían entrelazado tanto los equipos de gobierno que, a principios del siglo XVI, remitían a los reyes sus memoriales de ocupación y conquista: los aragoneses Juan Ruiz de Cálcena y Luis Peixó, o el cordobés Gonzalo Fernández de Córdoba impulsaron la intervención en Túnez, mientras los castellanos Hernando de Zafra, el conde de Tendilla y el arzobispo Cisneros optaban por la costa argelina para penetrar en el espacio norteafricano.
Más que interrumpir el proyecto africano, el fallecimiento de la reina lo aceleró. Clausurado el conflicto hispano-francés (1505), Fernando aprovechó la campaña de Mazalquivir para legitimarse como continuador de la política de su esposa y ofrecer a Felipe de Habsburgo un marco de entendimiento en la disputa sucesoria. Sin embargo, la tensión acabó manifestándose en las relaciones con Roma –donde los agentes felipistas boicotearon los privilegios solicitados por el rey Católico para la campaña–, y en el faccionalismo que dividió a la aristocracia: mientras el Alcaide de los Donceles asumía la dirección de la empresa de Berbería bajo órdenes fernandinas, Gonzalo de Ayora se desentendía del proyecto, y el duque de Medina Sidonia se apropiaba de Cazaza ante la inminente llegada de Felipe y Juana. Con todo, no faltaron elementos de continuidad y colaboración en el cambio de régimen, pues Felipe I contó con los servicios de Zafra y los recursos económicos de Cisneros para impulsar la nueva campaña de Orán que lo prestigió como nuevo soberano de Castilla y defensor de la cristiandad.
Su repentino fallecimiento en septiembre de 1506 interrumpió la empresa, pero indicó el camino a las conquistas de Orán (1509), Bujía y Trípoli (1510) que profundizaron en la brecha abierta en Djerba y Mazalquivir. El ombligo y la llave de África abrían así aquel continente que concitaba los sueños de unidad mediterránea. Bajo estos ideales de raíces Trastámara, se configuró el carisma fernandino como rex Maurorum debellator, y la propaganda habsbúrgica innovada por Felipe I y desarrollada por Carlos V al convertirse en el tercer Africano –junto a los antiguos Escipiones– tras conquistar Túnez y Argel[186]. Se cerraba así el círculo identitario de una monarquía que hizo de la expansión magrebí uno de los proyectos más estables del cambio dinástico.
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[1] El presente trabajo se integra en el proyecto I+D+i 2020 El carisma en la España bajomedieval: gobernantes, ceremonias, objetos (PID2020-116128GB-I00), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España, y en el Proyecto Religión y Sociedad Civil, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra. El texto es el resultado de la reelaboración de varios capítulos de mi tesis doctoral inédita Álvaro Fernández de Córdova, Fernando el Católico y Julio II: Papado y Monarquía hispánica en el umbral de la modernidad, Universidad Complutense de Madrid, 2019. El texto de su defensa en Fernández de Córdova 2020.
Abreviaturas utilizadas: ADN Lille = Archives départementales du Nord; AGS = Archivo General de Simancas; AHN = Archivo Histórico Nacional; AIVJ = Archivo del Instituto Valencia de don Juan; AAV = Archivio Apostolico Vaticano; BC = Biblioteca de Cataluña; BFZ = Biblioteca Francisco Zabálburu; BNE = Biblioteca Nacional de España; BPUG = Bibliothèque Publique et Universitaire de Genève.
[2] Rufo Ysern 1990.
[3] Aznar Vallejo 2005, pp. 89-90.
[4] Aznar Vallejo 2007, pp. 592 y ss.
[5] Los antecedentes y consecuencias de este tratado de reparto y cooperación en Aznar Vallejo 2001, pp. 70-73.
[6] Obra Sierra 2011, n. 64.
[7] López Beltrán 1980, p. 159; Ladero Quesada 2011, p. 446.
[8] Gutiérrez Cruz 1997; Alonso Acero 2006.
[9] Fernández de Córdova 2005, pp. 523-527. Sobre la propaganda africana desplegada en estos años cf. Fernández de Córdova 2007 y 2015, pp. 218-222.
[10] Suárez Fernández 2002a; Aznar Vallejo 2005, pp. 111-113; Villalba González 2008, pp. 87-88; especialmente Ladero Quesada 2011.
[11] Zurita lib. III, cap. XVII; Suárez Fernández 1990, pp. 213-214.
[12] Despois 1991; Trasselli 1982, vol. I, pp. 232-233; Valérian 2019.
[13] Carta de Fernando II de Aragón al virrey de Sicilia, 17 enero 1494; La Torre; Suárez Fernández 1962, vol. IV, p. 400.
[14] La documentación sobre la llegada de Andía y Pérez de Idañeta a la península ibérica y las instrucciones de su envío a Djerba (13.V.1494) en La Torre; Suárez Fernández 1962, vol. IV, pp. 401-402, 436, 447-449, 453-454 y 465.
[15] Sanuto 1879, vol. I, cols. 115 y 136. Datos complementarios en las instrucciones del rey Fernando a Lanuza y en la obra Scillatio, De rebus Tunitis, ff. 16r-17r, que se citan más adelante.
[16] Historia del pontificado de Alejandro VI, cap. 167; Gerona, Biblioteca del Seminario Diocesano, ms. 12, f. 235rv.
[17] Se trata del manuscrito iluminado dedicado –y probablemente entregado– al rey Católico, que se conserva en la Universidad de València, Biblioteca Histórica, Ms. 782; cf. Moscheo 1993. La ausencia del reino de Nápoles en las armas de Fernando dibujadas en el fol. 4r sugiere su composición entre 1496 –fecha de los últimos acontecimientos relatados– y 1504, en que se ocupó el Regno.
[18] Historia del pontificado de Alejandro VI, cap. 167, f. 230r.
[19] Sobre la celebración romana por la intervención de Alfonso V en Túnez cf. Stolf 2017.
[20] T. (Fedra) Inghirami, Oratio de obitu Iohannis Hispaniae principis ad Senatum apostolicum, ed. Eucharius Silber, Roma, (sin datar, después del 16.I.1498); en Biblioteca comunale Rilliana di Poppi (Arezzo); Inc. 271, fols. 56v-67v.
[21] Instrucciones de los Reyes Católicos al virrey de Sicilia, Juan de Lanuza, sobre lo que debía contestar al alfaquí “Haye”, mensajero del jeque, 8 agosto 1496; Serrano y Pineda 1909, pp. 346-347. También Suárez Fernández 1980, pp. 516-517.
[22] Sobre los réditos económicos de la Corona de Aragón en la zona tunecina durante el reinado del Magnánimo cf. Salicrú i Lluch, Roser 2005. Fernando el Católico mantuvo un pulso con el gobierno barcelonés por imponer los nombramientos del consulado catalán de Túnez, como documenta Gil Guasch 1956, vol. II, pp. 113-114.
[23] Una descripción de las defensas de Djerba en Scillatio, De rebus Tunitis, ff. 20v-23r.
[24] Sobre el caballero catalán Pere de Margarit −natural del Ampurdán, criado del II Duque de Villahermosa y primer alcaide de Santo Domingo− véase la semblanza de Fernández de Oviedo, quien lo considera “valentísimo cauallero […] de mucho valor e expiriencia [que] siruió muy bien a los rreyes Cathólicos […] en paz y en tiempo de guerra, y trabajó mucho e nunca medró y murió siruiendo”; Fernández de Oviedo 1973, vol. II, pp. 611-614. También Güell 2011, pp. 157-167. Su nombramiento como gobernador de Djerba data en Gerona el 21 de agosto 1496; Trasselli 1982, vol. I, pp. 232-233.
[25] Sanuto 1879, vol. I, col. 388.
[26] Zurita lib. III, caps. XVII; di Blasi 1846, vol. II, p. 677. Las fuentes son confusas en cuanto a la identidad de los Margarit. Como se indicó, Pedro había sido nombrado gobernador de la fortaleza de Djerba en 1496, y debió trasladarse allí con la expedición de Luis de Margarit, permaneciendo en la isla hasta su regreso a la corte de los Reyes Católicos en 1498; Fernández de Oviedo 1973, vol. II, pp. 613-614. Luis debió regresar a Siracusa en 1499, donde su mal gobierno provocó su detención y envío a España por el Gran Capitán en 1500; Privitera 1878-1879, vol. II, pp. 134-137. El rey también pensó enviar a Pedro Navarro, hombre de mar que había servido al Gran Capitán en la campaña napolitana recién concluida; carta del Gran Capitán a la Señoría de Venecia, 24 agosto 1497; Sanuto 1879, vol. I, col. 777.
[27] Historia del pontificado de Alejandro VI, cap. 167, f. 233rv.
[28] Suárez Fernández 1990, pp. 213-214.
[29] Sanuto 1879, vol. I, col. 771.
[30] Suárez Fernández 1980, p. 516.
[31] Zurita lib. IV, cap. XVIII.
[32] La flota de Cardona partió en mayo de 1498, y fue derrotada y puesta en fuga cuando intentó romper el asedio de Djerba. No regresó con las manos vacías, pues apresó y ajustició a veintidós corsarios vizcaínos que robaban en la costa siciliana con el pretexto de actuar contra los turcos; Gallo 1979, vol. II, p. 417; Trasselli 1982, vol. II, pp. 379-380.
[33] Zurita, lib. IV, caps. XXXV; Doussinague 1944a, pp. 109-110.
[34] En agosto de 1499 en Sicilia se decía que el Gran Capitán se dirigía a Djerba y Trípoli al encuentro del turco; Sanuto 1879, vol. II, cols. 628 y 685.
[35] Instrucción de Fernando el Católico a Gonzalo Fernández de Córdoba, capitán general, Sevilla 13 mayo 1500; BFZ, Altamira, 16,GD.1/ Altamira, 16,D.15 (antigua signatura carp. 16-15).
[36] Despacho de Gonzalo Fernández de Córdoba a los Reyes Católicos, 8 septiembre 1500; Serrano y Pineda 1916, p. 308.
[37] Instrucciones de los Reyes Católicos a Gonzalo Fernández de Córdoba, 7 noviembre 1500; Serrano y Pineda 1909, pp. 346-348.
[38] Sanuto 1879, vol. II, col. 840.
[39] Carta de Jiménez de Cisneros al obispo de Albi, Alcalá de Henares, 11 abril 1504; AHN, Universidades, Leg. 747, n.2, ff. 15r-16r.
[40] Ladero Quesada 2005, pp. 77-78.
[41] Sobre la datación de estas torres Aznar Vallejo 2005, pp. 105-109.
[42] Rodríguez Villa 1896, p. 366.
[43] Véase la anotación de marzo de 1504 en la Cronaca anonima dall’anno 1495 al 1519, en Raccolta 1780, vol. I, p. 280.
[44] Sigüenza 1907, vol. II, pp. 82-83.
[45] Instrucciones de los Reyes Católicos al Gran Capitán, 30 abril 1504; Serrano y Pineda 1911, pp. 426-427. Como se verá más adelante, la orden no se hizo efectiva hasta octubre de 1505 por la resistencia del virrey a desprenderse de estas tropas; Ladero Quesada 2010, p. 106.
[46] Bunes Ibarra 2005, pp. 147-148.
[47] Una síntesis de esta política en Suárez Fernández 1998 y 1999, pp. 206-207.
[48] Bono 1993, pp. 141 y ss.
[49] Sobre el repliegue veneciano de Ifriqiya entre 1485 y 1510, a pesar de los intentos hafsíes por conservar las relaciones comerciales con la República cf. Doumerc 1999, pp. 67-72 y 121-130. El entendimiento hispano-veneciano en el mediterráneo occidental contrasta con el recelo de la Señoría ante la expansión portuguesa por el Índico, que amenazaba con yugular sus rutas comerciales en Oriente y suscitó “una de las principales operaciones de espionaje de Venecia en los primeros años de la Edad Moderna”; Preto 1994, pp. 198-199; Finlay 1994, pp. 45-90; Chambers 2000. Sobre la “extraña neutralidad” de Venecia ante la presencia hispana en el norte de África cf. Doumerc 1998 y 1999, pp. 70-72 y 121-130. López de Coca prefiere hablar de la “neutralidad interesada” de Venecia; López de Coca Castañer 1995, 2004 y 2006.
[50] Girolamo Vianello aristócrata de Chioggia sirvió al Senado veneciano como intérprete y comerciante en la zona norteafricana. Sus primeros contactos con la corte española datan de la primavera de 1498 en que acude como comerciante, y regresa a Venecia al año siguiente con negocios sobre el comercio de la sal y cierto encargo secreto del rey Católico relacionado con su hijo natural Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza. En 1503 efectuó su viaje por la costa magrebí hasta su regreso a la corte hispana, establecida en Medina del Campo, donde entregó a la reina “una cruz de oro con çiertas piedras que valían más de 600 ducados, y una piedra que dicen espinela que valía más de otros 100, y otras cosas”, y al rey dos caballos moriscos y varios halcones; sobre el personaje cf. Vallejo 1913, pp. 66-67; Bellemo 1896; López de Coca Castañer 1995, pp. 253-265. Y la información de la carta del rey Católico al bayle de Valencia sobre los derechos que demandaba micer Vianello; 6 junio 1498; Abenia; Bágueña 1945, p. 48; Sanuto 1879, vol. II, cols. 609 y 638. Más adelante Vianello se convertirá en un informador de la Señoría en la corte del rey Católico.
[51] Braudel 1928.
[52] Sobre la dependencia de Trípoli respecto de Túnez, y sus relaciones comerciales con las potencias italianas cf. Rossi 1968, pp. 94-97.
[53] Carta de Gonzalo Fernández de Córdoba a Isabel y Fernando, Zakynthos 25 octubre 1500; en Suárez Fernández 2002b, vol. VI, p. 178.
[54] Una descripción de esta zona en Fanjul 1995, pp. 377-423. Sobre el consulado de Túnez véase la bibliografía citada anteriormente.
[55] Nuevas quejas del virrey por la desatención a sus embajadores enviados a Túnez en julio de 1505; Di Blasi 1842, pp. 136-137.
[56] Traslado de la carta del jeque de Trípoli y los capítulos propuestos al rey Católico; BPUG, Archivo de la Casa Altamira, Collection Édouard Favre, vol. I, ff. 78r-79r. La carta de Martín de Mendoza a los Reyes Católicos datada en Trípoli, 23 julio 1503, en Ibid., f. 80r; otra copia en BNE, Mss. 18631, f. 1r.
[57] Sanuto 1879, vol. I, col. 262; Doumerc 1999, pp. 122-123.
[58] Carta del secretario Juan Ruiz de Cálcena al Gran Capitán, 29 febrero 1504; BPUG, Archivo de la Casa Altamira, Collection Édouard Favre, vol. I, 76r. Sobre la importancia de Trípoli en el siglo XVI cf. Brogini; Ghazali 2005. Sobre Ruiz de Cálcena cf. González-Albo Manglano 2009-2016.
[59] Si no contaba con un hombre adecuado para esta operación, le proponía enviar al valenciano Joan López que conocía la lengua y podría desplazarse a Trípoli con un militar que evaluara los asuntos militares; carta del secretario Juan Ruiz de Cálcena al Gran Capitán, 29 febrero 1504; BPUG, Archivo de la Casa Altamira, Collection Édouard Favre, vol. I, 76v-77r. Martín de Mendoza era un militar detenido durante los desórdenes de Djerba que, tras ganarse la confianza del jeque de Trípoli, planteó a los reyes a través de Vianello la empresa contra Túnez, con la colaboración de Trípoli, como indica en su carta a los Reyes Católicos desde Trípoli, 23 julio 1503; BNE, Ms. 18.631/3.
[60] Instrucciones del rey Católico al Gran Capitán, 28 febrero 1504; Serrano y Pineda 1911, p. 424.
[61] Se trata del Memorial del parecer de Luis Peixó de lo que le ha sido mandado según e como de yuso se contiene, sin datar, compuesto probablemente entre febrero y octubre de 1504; AHN, Universidades, Leg. 713, ff. 179r-181v (n. 101). El documento es citado por García Oro 1992-93, vol. II, p. 579. Otra copia en BFZ, carp. 22-37.
[62] Luis Peixó sirvió al príncipe Fernando como ayudante de la Escribanía de Ración (1468), y adquirió protagonismo en la segunda campaña de Nápoles, donde sirvió como tesorero y proveedor de la armada, gobernador de algunas plazas –como la fortaleza de Maniace (Siracusa)– e importante colaborador en el sostenimiento de los puertos napolitanos desde Barletta (1502); Vicens Vives 1962, p. 590; Gamero Igea 2015. Sobre su labor en la campaña de Nápoles Ladero Quesada 2010, pp. 429-437 y 710-719. Hernando Sánchez 2001, pp. 105, 118 y 175. Sobre su sensibilidad artística y religiosa véase el Libro de Horas (c. 1480-1505) en latín y catalán, elaborado en la corte napolitana por Cristoforo Majorana, que ordenó componer su esposa Elisabeta; su subasta en Christie’s en https://www.christies.com/lotfinder/Lot/the-elisabeta-peixo-hours-use-of-rome-5334928-details.aspx
[63] Memorial de Luis Peixó, f. 180r.
[64] Ibid., f. 180v.
[65] Ibid., f. 181rv.
[66] Arias Marco 1993; Ladero Quesada 2010, p. 454; Sherer 2017, pp. 184-185.
[67] Memorial de Luis Peixó, f. 179rv.
[68] Ibid., f. 181v.
[69] Sanuto 1881, vol. VI, col. 26.
[70] Cf. Guglielmotti 1876, pp. 57-60; Sirago 1999, pp. 122-123. Algunos autores datan en estas fechas el envío de los corsarios Oruch y Hayradin Barbarroja (Aruj y Khayr ad-Din), renegados griegos oriundos de Mitilene que acordarían con el califa hafsí la recepción de sus naves a cambio de un quinto de las presas que tomaran; Haedo 1927, vol. I, pp. 215 y 216. Sin embargo, Hess y López de Coca retrasan su actividad a 1512, con el acceso al poder de Selim I; Hess 1978, pp. 61-63; López de Coca Castañer 2005, pp. 251 y ss. Sin precisar fechas Bono 1993, pp. 17-18 y 142-143.
[71] Despacho de Piero Bragadin, capitán veneciano de la flota de Berbería, 26 agosto 1504; Sanuto 1881, vol. VI, col. 66.
[72] Como advierte Coca Castañer, el objetivo prioritario del agente veneciano no era Mazalquivir, sino Trípoli de Berbería; López de Coca Castañer 2018a, pp. 158-159.
[73] Bono 1993, pp. 14 y 141; Acero Alonso 2017, pp. 93-94.
[74] Instrucciones del rey Católico al Gran Capitán, 22-26 junio 1505; AIVJ, Documentación Gran Capitán, II (sin clasificar), GC. 123, f. 2r (antigua signatura). Se trata de “la empresa de la isla de los Gelves” citada por Zurita, libro VI, cap. IX.
[75] Sanuto 1881, vol. VI, col. 352.
[76] Ibid., vol. VI, cols. 277 y 300.
[77] Instrucciones a Albornoz las “nuevas del turco y de su armada”, sin datar, probablemente posteriores al 2 julio 1506; AIVJ, Documentación Gran Capitán, II (sin clasificar), GC. 107, ff. 1r-2v (antigua signatura). Kemal permaneció en el mar de Poniente hasta su regreso a Corfú en mayo, después de lo cual volvió en julio a la costa magrebí con veintidós naves; Sanuto 1881, vol. VI, 300, 344 y 368.
[78] Ibid., vol. VI, col. 426.
[79] Despacho del embajador veneciano, Nápoles 29 noviembre 1506; Ibid., vol. VI, cols. 506-507; se indica la dotación artillera incorporada a las naves en Ibid., vol. VI, col. 514.
[80] Sobre estas medidas defensiva emprendidas desde agosto de 1503 cf. Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. I, pp. C-CII.
[81] Zurita libro VI, cap. XV; Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. I, pp. CV-CVII. Sobre las propuestas de la conquista de Tremecén planteadas por el equipo de Hernando de Zafra en la década de 1490 cf. Obra Sierra 2011, n. 37, 55, 57, 99, 101, 102 y 104; López de Coca Castañer 2018a; Acero Alonso 2017, pp. 79-80.
[82] Aznar Vallejo 2005, pp. 114-115.
[83] Así lo indica Piero Pasqualigo en su informe recogido en Sanuto 1881, vol. VI, col. 37.
[84] Acero Alonso 2017, pp. 79-80.
[85] López de Coca Castañer 2018a, p. 156.
[86] El cronista pisano notificaba que, tras ocupar este “luogo grossissimo de’ Re di Bona” (actual Annaba, en la costa oriental argelina), el ejército marchó después sobre Orán; Vaglienti 1982, p. 194.
[87] La real cédula real se encuentra publicada en CODOIN 1860, vol. XXXVI, pp. 489-492.
[88] López de Coca Castañer 2018b, pp. 221-222.
[89] El conde de Tendilla y Juan Rena impulsaron desde la corte estas negociaciones a través de mediadores mercantiles, plateando al emir la entrega de un enclave bajo su soberanía y la firma de un pacto de no agresión; cf. Szmolka Clares 2011, pp. 291-320; Escribano Páez 2016, pp. 43-47.
[90] Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. I, pp. CV-CVI; López de Coca Castañer 1993, pp. 207-230.
[91] Sobre la crisis sucesoria cf. Carretero Zamora 2005; Ladero Quesada 2019.
[92] Testamento y codicilo en La Torre y del Cerro; La Torre 1974, pp. 78-79.
[93] Se trata de la bula Illius fulciti praesidio (20.XI.1504) editada en Metzler 1991, vol. I, pp. 91-94.
[94] El Epithaphium seu funebris laudatio pronunciado por Pietro Gravina en Nápoles se halla en Petri Gravinae, Epistolae atque orationes, ed. Iosephum Cacchium, Nápoles, 1589, pp. 211-247. El discurso romano se imprimió inmediatamente en Ludovico Bruni, De obitu Serenissimae et Catholicae dominae Helisabeth Hispaniarum et utriusque Siciliae ac Hierusalem Reginae Oratio, ed. Johannes Besicken, Roma, 1505; Biblioteca Casanatense (Roma), Misc. 130/1.
[95] Alonso Acero 2006, p. 130.
[96] Se comentan los memoriales elaborados entre 1505 y 1506 en García Oro 1992, vol. II, pp. 534-536; Acero Alonso 2017, pp. 80-81.
[97] Fernando firmó una cédula dirigida al rey de Tremecén el 27 de febrero de 1505; Memorias 1926, vol. III, p. 50. Otros documentos sobre problemas comerciales en Ladero Quesada 2005, pp. 106-107.
[98] Bernáldez 1962, p. 491.
[99] García Oro 1992, vol. II, pp. 534-536.
[100] Rainaldi 1877, vol. III, 1505, n. 17.
[101] Instrucciones del rey Católico al Gran Capitán, 24 abril 1505; Serrano y Pineda 1913, p. 379.
[102] Azcona 1960, p. 201.
[103] Cédula de Fernando el Católico al deán y cabildo de la catedral de León, Toro 3 abril 1505; en García Lobo 1999, vol. XIII, n. 4590, pp. 288-290.
[104] Carta del rey Católico a los oficiales de la Casa de Contratación, Segovia 16 septiembre 1505; en Pérez de Tudela 1994, vol. III, pp. 1792-1794.
[105] Cf. Ladero Quesada 2013.
[106] Instrucciones de Fernando el Católico a Gonzalo Fernández de Córdoba, 29 junio 1505; Serrano y Pineda 1913, pp. 387-388.
[107] Instrucciones del rey Católico al Gran Capitán, 19 julio 1505; Ibid., p. 277.
[108] Instrucciones del rey Católico al Gran Capitán, 30 julio 1505; Ibid., pp. 280-281. Sobre la presencia de Kemal Reis en el Mediterráneo occidental cf. López de Coca Castañer 2005, pp. 250-251.
[109] Si no era posible su traslado a la península ibérica, debía enviarlos a cualquier otro lugar del reino de Nápoles.
[110] Carta del rey Católico a las tropas de Sicilia enviadas por el Gran Capitán, Segovia 30 julio 1505; Serrano y Pineda 1913, p. 282. Los peones no embarcaron hasta comienzos de octubre, de modo que no participaron en la conquista de Mazalquivir, efectuada en septiembre; Ladero Quesada 2010, p. 110.
[111] Véase la orden a Carlos de Valera, alcaide y corregidor del Puerto de Santa María, comunicándole su proyecto de formar una gran armada contra los moros de África y solicitando su cooperación, Segovia 30 junio 1505; AHN, Estado, 8716. Otra cédula dirigida a la ciudad de Loja en Malpica Cuello; Quesada Quesada 1993, p. 149. Más datos en Gutiérrez Cruz 1997; Ladero Quesada 2013.
[112] López de Coca Castañer 2018a, p. 160.
[113] Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. I, p. CXXV.
[114] Despacho veneciano del 10 julio 1505; Sanuto 1881, vol. VI, col. 212.
[115] Miguel Pérez de Almazán comunica a los embajadores ingleses que cuatro barcos y diez o doce galeras se desplazarían con 12.000 o 14.000 hombres al puerto de Orán el próximo 10 de agosto. Desde allí la flota marcharía a Melilla, reducto defensivo donde podía pasar el invierno; Gairdner 1858, pp. 262-263 y 279-280. Información del embajador veneciano en Sanuto 1881, vol. VI, p. 212.
[116] Despacho de los embajadores venecianos, Haguenau 19 abril 1505; Quirino 1884, pp. 35-36.
[117] Priuli 1937, vol. II, p. 390.
[118] Véase la relación de Pedro de Madrid al arzobispo Jiménez de Cisneros del 17 de septiembre 1505; BNE, Mss. 18547/5/14, ff. 9r-10v; Zurita lib. VI, cap. XV, 414.
[119] Fernández de Córdova (en prensa).
[120] Hess 1978, p. 38; López Beltrán 1987, pp. 305-315.
[121] La armada desplazada a Mazalquivir interceptó una nave genovesa con artillería y avituallamientos que se dirigía al puerto de Orán; Sanuto 1881, vol. VI, col. 255. Dos semanas después de la conquista se publicó el bloqueo económico de esta ciudad, desechando la propuesta veneciana de pagar un peaje si se les permitía comerciar allí; Priuli 1937, vol. II, p. 400.
[122] Carta del rey Católico al concejo sevillano, 12 octubre 1505; Fernández Gómez 2004, vol. XII, pp. 374-375 (n. VI-386).
[123] Sanuto 1881, vol. VI, 252.
[124] Fernando estaba interesado en obtenerla para dos años, incluyendo su recaudación en Nápoles, como indica en sus instrucciones a Francisco de Rojas, Valladolid 14 abril 1506; Rodríguez Villa 1896, p. 444.
[125] Ibid., vol. VI, 275. Sobre la labor diplomática de Acuña en Roma cf. Fernández de Córdova 2018.
[126] Se informa de esta concesión, con la reserva de una parte de lo recaudado para el Santo Padre y la inclusión de Nápoles solicitada por el rey Católico, en los despachos del embajador florentino Alessandro Nasi a los Dieci di Balìa, Roma 20 diciembre y 10 enero 1505; Nasi 2019, pp. 90 y 145.
[127] Cédula de Felipe de Castilla a Antonio de Acuña, Windsor 4 febrero 1506; AGS, Cámara, libro 11, f. 49. Una semana después, se dirigía también a Naturel en sus instrucciones del 13 febrero 1506; CODOIN 1849, vol. XIV, p. 375.
[128] En sus conversaciones con Julio II, éste le manifestó que había procedido así para vigilar que Fernando tratara bien a Felipe, pues de lo contrario se la negaría para el año siguiente; despacho de Philibert Naturel a Felipe de Castilla, Roma 18 y 20 abril 1506; ADN Lille, B 18.828, n. 24137; transcrito en Le Glay 1845, vol. I, pp. 111-112.
[129] Bula Etsi pro ministerio, 24 marzo de 1505; AAV, Reg. Vat. 907, ff. 98-102; Rainaldi 1877, vol. III, 1505, n. 177; también Sanuto 1881, vol. VI, col. 275. Antes de la partida del nuncio, Naturel esperaba obtener de Rojas una copia de la bula.
[130] Priuli 1937, vol. II, pp. 391-392.
[131] Carta de Miguel Pérez de Almazán –secretario real– al Gran Capitán, Salamanca 10 diciembre 1505; AIVJ, Documentación Gran Capitán, II (sin clasificar), II, Envío 52 (antigua signatura).
[132] Carta del rey Católico al doctor Puebla, diciembre 1505; Doussinague 1944b, pp. 185-186. Véase también el breve del 2 diciembre 1505 en Rainaldi 1877, vol. III, p. 432.
[133] Despachos de Francesco Donado, Salamanca último día de febrero 1506; Sanuto 1881, vol. VI, cols. 265 y 310. Sobre estos preparativos cf. Gutiérrez Cruz 1997, pp. 18-19.
[134] Codoñer Merino 1992, pp. 82-83.
[135] Despacho de Gonzalo Ruiz de Figueroa –embajador en Venecia– a Fernando el Católico, Venecia 7 mayo 1506; BC, 6080, Caixa VI-(38).
[136] Zafra se dirigió en enero a la autoridad militar (Mizwar) del rey de Tremecén para atraerlo al servicio del rey Católico, usando como mediador al mercader genovés Nicolao Cattaneo; Ladero Quesada 2005, pp. 108-109; Escribano Páez 2016, pp. 51 y 54. Sobre los contactos del Alcaide de los Donceles en Orán cf. López de Coca Castañer 2018a, pp. 161-164.
[137] Tales informes sobre la santíssima impresa cuentan con la datación imprecisa de 1506 (asignada por una mano moderna) y fueron trascritos por Bellemo 1896, pp. 195-222.
[138] Carta del Alcaide a Hernando de Zafra 5 enero 1506; Ladero Quesada 2005, pp. 195-197.
[139] Carta de Gonzalo de Ayora al rey Católico (sin datar, probablemente de principios de 1506); BNE, Ms. 262/112.
[140] López Beltrán 1987, p. 306.
[141] Ruiz Pilares 2018.
[142] Sanuto 1881, vol. VI, col. 351. Algunos detalles en Zurita lib. VI, cap. XXXI; Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. I, pp. CXXIX-CXXX.
[143] Ibid., vol. II, pp. 782 -784.
[144] Ladero Quesada 2005, pp. 109-110 y 197.
[145] La real provisión del 24 julio 1506 en García-Goyena 1906, vol. I, pp. 229-233.
[146] Doumerc 1999, pp. 68-70. Jean Lemaire menciona esta embajada y la cordialidad de las relaciones veneto-tunecinas a su paso por la república del Adriático, a fines de mayo de 1506; Jodogne 1972, pp. 94-95.
[147] Carta de Cisneros al cabildo de Toledo, Benavente 27 junio 1506; Meseguer Fernández 1973, pp. 36-37.
[148] Cf. Bataillon 1979, pp. 52 y ss; Gimeno Blay 2013.
[149] Cartas de Quirino a la Señoría, Valladolid 16 y 23 julio 1506; Quirino 1884, pp. 200 y 202; Sanuto 1881, vol. VI, col. 387.
[150] Felipe excusó así las peticiones del rey Católico para que auxiliara económicamente a la infanta Catalina en Inglaterra, como refiere el embajador fernandino en Castilla a fines de agosto de 1506; AHN, Estado, Leg. 1011, f. 10r.
[151] AHN, Universidades, Leg. 713, n. 4, f. 7rv. Tras la muerte de Felipe, el rey Católico asumió las devoluciones encargándolas a su tesorero Francisco de Vargas; Ladero Quesada 2017, pp. 75 y ss.
[152] A principios de mayo, Naturel consigna la llegada a Roma de correos para Rojas impetrando los beneficios eclesiásticos abandonados por el tesorero Morales, que debió fallecer el 25 de abril; despacho de Philibert Naturel del 6 mayo 1506, con post-escrito del 14 mayo 1506; ADN Lille, B 18.828, n. 24158 (original) 29621 (copia del siglo XVIII).
[153] Instrucciones del rey Católico a Jerónimo de Vich, embajador en Roma, Burgos 22 enero 1508; AHN, Estado, Leg. 8604, n. 15, f. 1rv.
[154] Véase el memorial sobre La forma que se puede tener para fazer armada este año de 1506 con que se tome Orán, sin precisar mes ni día (probablemente agosto 1506); AHN, Universidades, Leg. 713, n. 5, ff. 9r-10v.
[155] Ibid., f. 10r.
[156] Zafra tuvo que moverse con cautela evitando el contacto con el embajador del rey Católico, Luis Ferrer; AHN, Estado, Leg. 1011, ff. 22r y ss.
[157] AHN, Universidades, Leg. 713, n. 7, ff. 13r-14r.
[158] Ibid., n. 13, ff. 20r-32r.
[159] Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. II, p. 775. Especialmente López de Coca Castañer 2018a, pp. 165-166.
[160] Carta del conde de Tendilla a Diego Hernández de Ulloa, 20 agosto 1506; Szmolka Clares; Moreno Trujillo; Osorio Pérez 1996, vol. II, p. 784.
[161] Sobre la inquietud cruzadista de los duques de Borgoña cf. Paviot 2005.
[162] Véase el poema redactado tras su fallecimiento; Castilla, 1518.
[163] Segundo viaje de Felipe el Hermoso a España en 1506, en García Mercadal 1952, vol. I, p. 549 y ss.
[164] Wiesflecker 1986, vol. III, p. 339; Krendl 1978, pp. 219-221.
[165] Sanuto 1881, vol. VI, col. 421.
[166] Jodogne 1972, p. 89.
[167] Despacho del embajador del rey Católico, Luis Ferrer, sin datar (probablemente en Burgos en septiembre 1506); AHN, Estado, Leg. 1011, f. 15v.
[168] Palabras que el Alcaide confió a Ferrer, y éste trasmitió al rey Católico.
[169] Ladero Quesada 2019, p. 84.
[170] Despacho del 23 septiembre 1506; Ibid., vol. VI, col. 438.
[171] Despacho de Luis Ferrer –embajador en Castilla– al rey Católico, 12 noviembre 1506; AHN, Estado, Leg. 1011, f. 43v. Los pagos por el sueldo de la gente y el mantenimiento de Mazalquivir en 1506-1507 le fueron restituidos por la Corona en 1512, como se indica en el finiquito conservado en el Archivo de la Casa de Medinaceli; Paz y Meliá 1915-1922, vol. I, pp. 128-129.
[172] AHN, Estado, Leg. 1011, f. 348v.
[173] López Beltrán 1987, pp. 307-309.
[174] Escribano Páez 2016, pp. 54 y ss.
[175] García Figueras 1943, p. 129.
[176] Sandoval 1956, vol. I, cap. XXV, p. 31. El conde de Tendilla también se quejaba de los “actos de hostilidad” de los piratas norteafricanos “contra las cosas de Granada”; carta de Pedro Mártir de Anglería al conde del 28 junio 1507; Anglería 1955, vol. X, p. 198.
[177] Es el caso de Diego García de Paredes que salió en 1507 en corso contra fieles e infieles; Campaner y Fuertes 1967, p. 221.
[178] Carta de Anglería al conde del 31 julio 1507; Anglería 1955, vol. X, p. 204; Sandoval 1956, vol. I, cap. XXV, p. 31.
[179] Carta del obispo de Ceuta, embajador en Castilla, a Manuel de Portugal, 7 febrero 1507 (mal datada el 4.XI.1507); La Torre; Suárez Fernández 1951, vol. III, p. 153.
[180] Carta de Gonzalo de Ayora a Miguel Pérez de Almazán, Palencia 16 julio 1507; en Fernández Duro 1890, p. 23.
[181] Breve de Julio II dirigido al rey Católico, 16 febrero 1507; en Rainaldi 1877, vol. III, n. 11, p. 489.
[182] Breve de Julio II dirigido a Maximiliano, 21 diciembre 1507; en Ibid., vol. III, n. 9, p. 474. El breve al monarca inglés en AGS, Patronato Real, Leg. 54, n. 59.
[183] Son las palabras que Enrique VII dirigió al embajador González de Puebla en septiembre, y éste transmitió al rey Católico en su despacho del 5 octubre 1507; AGS, Patronato Real, Leg. 52, n. 155, f. 821r.
[184] Se trata del primer arco levantado en la Puerta de Quarda, decorado con una representación figurativa del serenissimus Rex Aragonum (“in qua arcus triunphalis erat in figuris prelati regis decoratus”) con los siguientes versos: Tu, quoque, Maurorum, Rex, debellator et horror, / Exhilara (Exilera) ingressu moenia nostra tuo; Avesani 1979, p. 79; cf. Fernández de Córdova 2021.
[185] Véase su poema De felici regum Hispaniae et Galliae occursus Saonae (“Sobre el feliz encuentro en Savona de los reyes de España y de Francia en Savona”), editado en el Libellus carminum, Zaragoza, Jorge Coci, 1513; recogido por Barguero Lomba 1970, pp. 73-74.
[186] Kohler 2001, p. 14.