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Núm. 47 (2020) ■ 39-70 ISSN: 0210-7716 ■ ISSN-e 2253-8291 https://dx.doi.org/10.12795/hid.2020.i47.02 Recibido: 11-2-2020; Aceptado: 13-5-2020; Versión definitiva: 26-5-2020. |
Adrián Ares Legaspi
Universidad de Sevilla
aares@us.es | https://orcid.org/0000-0003-0241-4883
Resumen: El objetivo de este trabajo es analizar la escritura que, a mediados del siglo XVI en Santiago de Compostela, desarrollaban los individuos que no tenían en el ejercicio escrito su sustento económico. Para ello, seleccionamos uno de los libros de cuentas del Hospital Real, en el cual figuran las firmas de una gran variedad de vecinos de Santiago, así como diversos documentos autógrafos de algunos de los miembros de la institución. A través de su análisis nos aproximaremos a la cultura gráfica de los no profesionales de la escritura, atendiendo a tres variables: la difusión social de la escritura, los niveles de destreza gráfica y los modelos gráficos empleados.
Palabras clave: cultura gráfica; escritura usual; alfabetización; Hospital Real; Libro de cuentas; firmas
Abstract: The aim of this study is to analyse the handwriting of those individuals from Santiago de Compostela, who did not make a living by writing professionally in the 16th century. We have chosen one of the accounting books from the Royal Hospital, in which we can see the signatures of many inhabitants from Santiago, as well as some autograph documents issued by different members of the institution. We will study the graphical culture of those individuals, taking into account three factors: the social spread of handwriting, the different levels of writing skills and the graphic models used.
Keywords: graphical culture; usual handwriting; literacy; Royal Hospital; accounting book; signatures
El concepto usual[1] aplicado a los modelos de escritura ha suscitado distintos significados según los autores que han abordado su estudio. Para Cencetti, esta escritura era la ordinaria quotidiana, quella usata per ogni necessità della vita (...) non costretta al rigore delle regole fisse, che può piegarsi a ttute le esigenze ordinarie della vita[2]. Por otro lado, Petrucci considera la escritura usual como uno de los niveles –junto a la pura y la elementare di base– de capacidad técnica según el grado de tipificación de las letras[3]. Otra definición es la dada por Gasparri, para quien este tipo de escritura era un instrument de mémorisation, ou de communication (…) le lecteur, le récipiendaire, s’intéresse avant tout au contenu du texte écrit, et non à sa forme extérieure[4]. Frente a este enfoque funcional en oposición al estético, Del Camino Martínez se decanta por el criterio de profesionalización de la escritura. Esta investigadora asegura que, independientemente del nivel de alfabetización, la formación gráfica y la asiduidad en el empleo de la escritura, las escrituras usuales serían las utilizadas por personas que tienen en común el no haber sido específicamente entrenadas para el ejercicio profesional de la misma[5]. Concepción esta última de la cual partiremos en este estudio.
Asimismo, desde el punto de vista de la metodología empleada, y con el fin de presentar un estudio lo más integral posible del ejercicio de la escritura por parte de un conjunto de individuos tan heterogéneo como el aquí analizado, optamos por manejar diversos métodos de los desarrollados por la disciplina paleográfica. Primeramente, recurriremos a la contabilización de las firmas de aquellos que intervienen en el Libro de descargo de las arcas del Hospital Real de Santiago[6] con la intención, no tanto de establecer una medición numérica de la alfabetización[7], sino de comprobar cuáles fueron las profesiones y extracción social más habituales de entre estos escribientes. No obstante, esta información de carácter cuantitativo implica por sí misma una serie de inconvenientes metodológicos como la sobrerrepresentación de los grupos sociales elevados[8], la simplificación del fenómeno de la alfabetización a los términos exclusivos de saber firmar o no[9] o bien la sobrevaloración de la suscripción como reflejo del conocimiento de la escritura[10]. Problemas que, por otra parte, se pueden solventar –o cuanto menos atenuar– mediante el estudio cualitativo de la habilidad técnica de cada mano, los modelos gráficos practicados y la competencia en otros saberes como la lengua y la ortografía[11]. Una aproximación que es posible, como veremos a continuación, gracias a la conservación de diversos textos de mayor complejidad y que suponen, además, la aportación más relevante e innovadora de esta investigación: el análisis de los distintos aspectos de los modelos gráficos nos permite enfocar cuestiones como la difusión del conocimiento de la escritura, los mecanismos de educación o el ‘ambiente gráfico’ en el seno familiar desde una perspectiva diferente, compleja e interdisciplinar. En definitiva, profundizar ampliamente en la cultura gráfica de una comunidad[12].
La principal fuente que empleamos en este estudio es el Libro de descargo de las arcas del Hospital Real correspondiente a los años1535-1538, en el que se consignan los pagos por parte de la institución a diferentes individuos y por diversos conceptos[13]. Hemos seleccionado este libro económico por la aparición regular de las firmas de los cobradores (o en su caso, de algún delegado suyo), lo cual nos permitirá obtener series homogéneas de escrituras usuales[14].
El contenido del libro se dispone de forma racional y ordenada. Cada asiento certifica un pago y suele constar de: verbo que introduce la disposición (“conozco”), intitulación (nombre y oficio), verbo dispositivo (“recibí del arca”), cantidad pagada y motivo, corroboración con anuncio de validación (“porque es verdad lo firmé de mi nombre”) y suscripción que certifica el cobro[15]. Además, el texto ocupa el espacio central en una construcción de la página muy estructurada, caracterizada por la jerarquización y clasificación de la información a través de la configuración de listas con diversas distribuciones y componentes[16]. En el margen derecho se consigna la cantidad pagada en números romanos; mientras que en el izquierdo se recoge: a) el nombre del cobrador y la razón del pago, y, b) anotaciones de diversa naturaleza (cancelación del descargo, devoluciones del mismo, enmiendas del texto, maniculae que destacan un asiento, etc.). Esta disposición de los datos sobre la página permite, en definitiva, una lectura del contenido en diferentes direcciones (verticalmente aislando columnas, horizontalmente mediante filas, enfocada solamente en el texto central…) y fomentando, así –a la vez que motivado por este mismo–, el proceso denominado por Goody de descontextualización[17] de los elementos listados en el libro.
Esta disposición guarda especial relación con la finalidad del libro: facilitar el control de las cuentas de la institución, no solo por parte del autor material del registro, sino también por parte de quien lo consultara posteriormente[18]. Aunque al inicio del libro Álvaro García, escribano del Hospital Real, asegura que “como escriuano no tengo más que hazer ni la constituyçión me manda más de asentar en el libro del arca todos los maravedís que en ella entran y salen”[19], este registro fue continuado en el tiempo por los notarios sucesores. Se observa, entonces, cómo los ámbitos de escrituración y administración se articulan bajo una misma figura, el escribano, que, según Mandingorra Llavata para el caso valenciano, acaba convirtiéndose en un monopolio, de manera que reduce la dispersión gráfica de los diferentes momentos sincrónicos a una unificación manifiesta en el plano diacrónico[20].
Por último, en cuanto a la autoría del libro, el citado Álvaro García fue el encargado de su confección material. Su escritura, una gótica cursiva cortesana que se aproxima en ocasiones a la procesal, pesada, muy ligada y cursiva debido a la velocidad de la pluma, ocupa la mayor parte de los folios; pero no es la única mano profesional que nos encontramos. Podemos contabilizar hasta siete manos más que intervienen en la escrituración de los asientos, de las cuales hemos identificado las de los escribanos Marcos Pérez y Alonso Ramos[21] y las de los escribanos reales Francisco Galarán y Rodrigo Fernández[22], que recogen por escrito las visitas hechas al Hospital Real.
Siguiendo los postulados metodológicos que habíamos establecido en el apartado anterior, el aporte cuantitativo que supone el análisis de las suscripciones encuentra una contrabalanza en el examen de textos más complejos que muestran otras facetas de la actividad gráfica de un individuo. Para ello, contamos entre los fondos del hospital con múltiples fuentes que nos permiten una aproximación de este tipo. La correspondencia, por ejemplo, sostenida entre diversos miembros de la institución y otras personas ajenas a la misma da buena fe de ello[23]. Asimismo, otras tipologías como albaranes, solicitudes, testimonios, etc., también fueron escriturados de manera autógrafa. En este sentido, aparte de algunos documentos sueltos sobre los que más adelante volveremos, cabe destacar el conjunto de votos que los capellanes del Hospital Real remiten al administrador en 1530 en torno a la controversia generada ese año sobre la producción de pan[24]. En el primer Libro de cabildos de la institución se conservan cosidos algunos de los textos autógrafos en los cuales esos capellanes emitían –y ponían por escrito– su parecer en torno a la pertinencia de continuar la práctica habitual de cocer pan dentro del edificio o bien si sería más conveniente encargarlo a panaderos externos.
La primera cuestión a tratar en un estudio sobre alfabetización es la referida al número de individuos que sabían escribir y los que no; es decir, el análisis del alfabetismo estadístico o burocrático[25]. Una vez sustraídos del examen los profesionales de la escritura y aquellos que no eran vecinos de Santiago[26], contabilizamos un total de 377 personas que intervienen de forma directa en el libro (sea escribiendo o bien intitulando un asiento que luego no firman). De todos ellos, los firmantes son 141 (37,40 %), mientras que los que no lo hacen son 236 (62,60 %). Ahora bien, debemos matizar que la balanza porcentual sería más favorable aun a los iletrados, pues en algunos de los asientos el firmante lo hace por un grupo indeterminado de “amos” analfabetos[27]. Una relación numérica que, aunque se corresponde con una institución concreta y no podamos extrapolarla al panorama general de la ciudad, sí creemos que los datos extraídos pueden, por un lado, ser sintomáticos de algunas de las tendencias gráficas de la comunidad compostelana en ese instante y, por otro, equipararse con los resultados de otras investigaciones que, como las de Gelabert[28], se centraron en fuentes posteriores a la década de 1580 por la falta de materiales que posibiliten este tipo de mediciones. De esta forma, los datos obtenidos de este Libro de descargo no nos alejan demasiado a priori de las cifras expuestas por Gelabert para 1635. Este afirmaba que de los 984 vecinos, pecheros e hidalgos, solo un 28 % (277 del total) sabían poner su nombre, mientras que el porcentaje de los que recurrían a un testigo ascendía al 72 % (707 individuos); aunque si se incorporan los clérigos la tasa de suscriptores se eleva hasta el 52,55 %[29].
En lo referente a la posición socio-profesional de los alfabetizados, observamos (figura 1) que a primera vista esta fuente trasluce una marcada polarización del dominio de la escritura entre los grupos superiores e inferiores. Destacan entre los primeros los clérigos, los cuales, a pesar de tratarse de un hospital de patronato real, eran los encargados del control de la institución y cuyo número incluso irá en aumento con el paso del tiempo[30]. Entre estas figuras la tasa de alfabetización es completa, suponiendo además los miembros de este colectivo un 22 % de los que suscriben en este libro. Una proporción muy similar a la de 1635, en la que este sector era el 24,55 % de los alfabetizados[31]; y que, en definitiva, no hace más que demostrar –siguiendo las palabras de Gelabert González– que la «ciudad levítica» que es Santiago impregna también en el siglo XVI el campo de la cultura escrita[32].
Ahora bien, dentro del hospital el conocimiento de la escritura no se restringía únicamente al conjunto de eclesiásticos, sino que su uso se extendió entre los oficios tanto vinculados al sector médico (cirujanos, médicos, boticarios, enfermeros) como entre los que requerían una menor cualificación (porteros, roperos, cocineros…). Además, no solo los profesionales “consolidados” demuestran saber suscribir, sino que la escritura suele ser una herramienta asidua entre los mozos que servían en los diversos oficios del hospital, sobre todo entre los mozos de capilla, cuyo porcentaje de alfabetizados es del 100 % (diez firmantes).
La escritura se convertía para los miembros del hospital en un instrumento indispensable para desarrollar una gestión articulada y coherente, racionalizada y que generase un registro al que recurrir[33]. En el Hospital Real de Santiago esta condición queda de manifiesto en la multiplicidad de elementos de la cultura escrita empleados en el día a día de la institución. En las Constituciones de Carlos I (1524) se ordena, por un lado, la creación de un archivo y una biblioteca dentro del centro[34], y, por otro, la elaboración de hasta una decena de libros que han de llevar los distintos oficiales del hospital y a los que se sumaba otro tipo de soportes como las tablillas de yeso en las que se consignaban anualmente los fallecidos en el hospital[35]. Este recurso a los libros y la cultura escrita era habitual en los hospitales de la Península Ibérica por ese entonces, como ha demostrado García Martínez en el caso de la Congregación de los enfermeros Obregones, a cuyos nuevos miembros se les exigía saber leer, escribir y contar medianamente[36],o Mandingorra Llavata en la esfera valenciana[37].
Entre los alfabetizados procedentes extramuros del Hospital Real sobresalen en número los letrados (aunque en muchas ocasiones eran asalariados del hospital[38]) y los mercaderes, seguidos a gran distancia por los miembros del artesanado compostelano, en el que despuntan algunos sastres. En líneas generales, podemos decir que estos datos de alfabetización no hacen más que reflejar lo que Saavedra Fernández define como “xerarquía intragremial”, en la que trabajadores como plateros, azabacheros, maestres de obras o curtidores gozaban de una mejor posición económica frente al resto de artesanos[39]. No obstante, no solo la riqueza determina la posibilidad de conocer o no la escritura; sino que igual de importante es en esta época la necesidad de dominar este instrumento, debido a la expansión y la mayor complejidad de los procedimientos burocráticos y administrativos, tanto en la esfera de la comunicación con los órganos de poder como en el ámbito económico[40]. Esto explica la difusión social de la escritura entre el sector gremial, en el que su aprendizaje y utilización son el fruto de la conquista de una capacidad técnica con fines únicamente funcionales[41]. Es por ello que para Petrucci la distribución social de las capacidades del escribir no se relacionan tanto con el Humanismo o la aparición de la imprenta como con la difusión cada vez más diversificada de oficios, incluso modestos; y que la exigencia de escribir fue dirigida a un número cada vez mayor de ciudadanos por prácticas administrativas y contables cada vez más complejas[42].
En cuanto al analfabetismo, este se extendía mayoritariamente entre los grupos sociales más bajos (figura 2). A excepción de los enfermeros y los mozos de cocina, entre los que el número de quienes no sabían escribir era mayor al de alfabetizados, el oficio con más iletrados dentro del Hospital Real es el de los “amos”; es decir, aquellos que tienen a su cuidado niños expósitos. Fuera de la institución, el desconocimiento de la escritura se reparte ampliamente por todo el sector del artesanado y aumenta entre los labradores, pues, aunque en este libro solo aparezcan veintidós, ninguno de ellos sabía firmar. Una inexistencia de testimonios escritos que viene motivada por el entorno en el que habitan estos individuos, ya que, como explica Gelabert González, a medida que crece el grado de urbanización lo hacen también las posibilidades de acceder a la cultura[43], al contrario de lo que ocurriría en el mundo rural. En general, este alto grado de analfabetos refleja la tensión entre la exigencia del uso de la escritura y el alcance real de su difusión[44] y que en Santiago perduraba en la década de 1530 y, seguramente sin riesgo de equivocarnos, en la segunda mitad del siglo XVI.
Mención aparte merece el caso de las mujeres. En este Libro de descargo únicamente una de las 54 mujeres que intitulan los asientos (la ropera del Hospital Real, Cristina Oanes) sabía escribir, el 1,85 % de todas ellas. Un porcentaje, por otra parte, similar al de 1635, cuando de las 178 mujeres que son llamadas a poner su nombre, solamente seis pueden hacerlo (…), el 3,4 %, y es más, el control de 267 testamentos femeninos arroja la cifra de dos mujeres (0,75 %) que pueden firmar su última voluntad[45]. Se observa, por tanto, en la figura 2 que, independientemente del oficio que posean, sean enfermeras, panaderas o “mozas de niños”, el mundo de la escritura era para ellas inaccesible.
En esta segunda parte del trabajo abordaremos la alfabetización desde una perspectiva de mayor calado, prestando atención a dos nuevos factores que ya no limitan el análisis del conocimiento de la escritura a la aparición o no de la firma: los niveles de pericia y las tipologías gráficas. Para ello, emplearemos de nuevo la figura 1, si bien hay que advertir que este estudio se estructura en torno a los niveles de destreza y no según los grupos sociales, ya que, las interpretaciones operadas sobre un modelo se corresponden a una determinada capacidad escritural de los escribientes[46] y no tanto al hecho de saber escribir o no.
Una de las primeras características que se debe subrayar del nivel superior es el multigrafismo relativo[47]. Las escrituras del ciclo gótico, humanístico y distintas hibridaciones entre ambos son las empleadas por aquellos individuos con un dominio consolidado de la pluma. Independientemente de las formas, el grado de tipificación de estas escrituras es elevado, el uso de abreviaturas es muy recurrente y el ductus es acelerado, lo cual se refleja en la constante aparición de ligaduras. En este sentido, destaca la utilización de la humanística, la letra propia del nuevo sistema gráfico y que evidencia la existencia de unos condicionantes sociales y educativos –e incluso ideológicos– detrás de cada mano diferentes a los de quienes usan la gótica. Algunas de ellas anuncian ciertas transformaciones en el ductus al realizar las ligaduras de abajo a arriba o en la forma de las letras al alternar morfologías de la humanística como la g cuyo bucle inferior remata con un trazo que fuga hacia la derecha por debajo del renglón de escritura, con otras típicas de la gótica como la s al final de palabra con forma de b (figura 3, Sabastián García) o el grupo ch con el tratamiento habitual en la procesal (figura 3, Melchior Morán). En el momento en el que se consolidan las características de la humanística, nos encontramos escrituras fluidas y ligadas, con astiles y caídos inclinados hacia la derecha y sin apenas bucles ni trazos envolventes (figura 4, Francisco Yáñez y Lionel Feijoo), que conviven con otra humanística más pausada y redondeada que incluso admite letras mayúsculas capitales (figura 4, Pedro de Soria).
La situación de convivencia entre las distintas soluciones de ambos ciclos gráficos se hace todavía más patente en los textos autógrafos de mayor extensión. En 1550, por ejemplo, Pedro de León, administrador del Hospital Real, escribe de su propia mano una carta utilizando una escritura que mezcla elementos de la tradición castellana y humanística (figura 5, imagen 1); mientras que, cuatro años después, en otra misiva, acelera el trazado de la cadena gráfica, resultando en unas formas ya más próximas a la procesal, con un mayor número de ligaduras pero con una elevada destreza que sigue intacta (figura 5, imagen 2). Observamos, pues, que la capacitación gráfica del escribiente no solo se refleja en el tratamiento caligráfico de las letras, sino también en el dominio de la pluma al no desfigurar la cadena gráfica a pesar del incremento de la velocidad de la mano. En otras ocasiones, sin embargo, el vínculo con el filón gótico cursivo de la tradición medieval castellana se puede percibir en la morfología de las letras, como fue el caso de la cortesana con la que el capellán Melchior Morán reconoce en 1541 haber contraído una deuda. Este sigue empleando la a de lineta y la que posee un ojo a la izquierda que se alarga en un arco elevado y que suele estar al inicio de palabra, la o con un trazo curvo a la izquierda, la R mayúscula, la sigma o grupos como –tr– o –co– (figura 6, imagen 1). Unas características gráficas que también se aprecian en aquellas manos que tienden a ligar letras recurriendo a los típicos trazos envolventes de la época medieval que permiten ligar una q o una cedilla a la letra siguiente o las ligaduras entre la a de lineta con la siguiente letra partiendo de la lineta de la primera (figura 7, voto emitido en 1530 por el capellán Juan de Morales respecto a la consulta sobre el pan).
Como se comprueba en los ejemplos que acabamos de exponer, los altos niveles de destreza gráfica se correspondían con miembros de los grupos sociales más y mejor alfabetizados (clérigos, letrados, mozos de capilla) y en cuyos oficios se requería un nivel de formación superior al resto (médicos y cirujanos, boticarios o incluso plateros). No obstante, desde el punto de vista de los modelos gráficos, estos se caracterizaron por ejecutar escrituras mixtas[48], mientras que solo siete de los 141 firmantes en este libro emplean una humanística pura, destacando entre ellos –y más aún si añadimos aquellos que muestran algún influjo de la tradición italiana– los clérigos. Aunque en Santiago de Compostela, en la década de 1530 y ciñéndonos a este libro del Hospital Real, difícilmente podemos hablar de una difusión amplia del modelo humanístico, en otra investigación hemos podido verificar que en esta ciudad la introducción de la humanística, así como su expansión entre las escrituras usuales en la primera mitad del Quinientos, se produjo principalmente entre los miembros del sector eclesiástico, sobre todo de algunos de los integrantes del cabildo catedralicio[49]. Una tendencia en la recepción e impulso de la humanística entre clérigos e individuos con cierta formación que parece la habitual no solo en el resto de los territorios de la Corona de Castilla, sino también en la de Aragón. En el caso de Cartagena, García Díaz constata la penetración de la humanística entre las escrituras usuales de particulares pertenecientes al colectivo eclesiástico o de la oligarquía urbana desde la década de 1480[50]; mientras que, por su parte, Mandingorra Llavata asegura que en torno a 1460 ya es posible denominar humanístico el tipo gráfico utilizado en la confección de los testimonios escritos de boticarios del Hospital General de Valencia[51].
A la luz de estos datos y de la figura 1, no parece desacertado aseverar que el uso de la humanística estaba limitado a las manos de unos pocos dentro de la sociedad compostelana, lo cual se debía, especialmente, a las posibilidades de recibir una educación elevada o, por lo menos, diferente a la del conjunto de la comunidad[52]. Aunque siendo deficiente y minoritaria, Iglesias Ortega ha atestiguado la posesión por parte de algunos capitulares de la catedral de grados universitarios[53], a lo cual podemos sumar las licencias otorgadas por el cabildo para que alguno de sus canónigos pudiese cursar estudios en Salamanca[54], donde la presencia de la humanística en los productos librarios se puede remontar ya hasta la década 1450[55], como algunos de los aspectos concernientes al ámbito educativo que pueden estar detrás de la aparición de la humanística entre los individuos que hemos señalado en el Hospital Real. No obstante, no podemos olvidar tampoco que el contacto entre el sector eclesiástico compostelano y el mundo de la cultura gráfica de la humanística, es decir, el contexto cultural italiano sobre todo, pudo haber tenido lugar fuera del campo educativo, ya que, tal y como apunta Rey Castelao, parte del clero compostelano en los siglos XVI y XVII solía frecuentar Roma (…) para cumprir responsabilidades e misión propias do seu cargo (…) e con eles producíase unha incesante trasfega de información[56].
Por otra parte, ya que en la década de 1530 todavía no se habían producido las fundaciones de los colegios jesuitas en Santiago[57] o de la efímera casa abierta por el clérigo Miguel Clemente en 1554[58], cabe preguntarse si estos miembros del sector eclesiástico u otros profesionales como letrados, cirujanos o médicos pudieron adquirir sus conocimientos, y con ello incrementar y mejorar su práctica de la escritura, en esta ciudad arzobispal. Existieron en la Compostela de la primera mitad del siglo XVI diversas instituciones que desarrollaron su actividad dentro del mundo de la educación como la Escuela catedralicia de origen medieval[59], al alcance de muy pocas familias[60] y orientada a figuras eclesiásticas[61], o el Estudio Viejo creado por Diego de Muros y Lope Gómez de Marzoa en los primeros años del Quinientos[62]. Ahora bien, debido a la carencia de fuentes directas de estos centros nos vemos imposibilitados para evaluar cuál pudo haber sido el impacto de estas instituciones sobre la cultura gráfica de las escrituras usuales en Santiago de Compostela en el siglo XVI.
Finalmente, antes de abandonar estos niveles altos de destreza, todavía podemos añadir una característica más que definió a alguna de estas manos, la utilización en ocasiones del latín. Así, observamos una relación –de manera indirecta a través de la formación– entre la escritura y la lengua. El boticario Pedro de Soria (figura 4) escribe su nombre en latín empleando una humanística cursiva y con la abreviatura –us– mediante el signo con forma de 9. Esta vinculación entre el latín y la escritura humanística se trata de un fenómeno que en el caso compostelano, al igual que en otras zonas castellanas[63], puede ser rastreado en la actuación de los profesionales de la pluma ya en el siglo XV[64].
En cuanto al nivel medio de pericia gráfica, se observa en la figura 1 que la relación numérica entre estos testimonios y los del estrato superior es muy equilibrada, siendo la cantidad de manos en ambos sectores muy similar. De hecho, la diferenciación entre uno y otro opera más bien en el ámbito cualitativo de la alfabetización; es decir, tanto en el tipo de profesionales que dominan la pluma como los modelos gráficos que ejecutan. Por una parte, podríamos decir que el estatus del grueso de escribientes de este nivel se desplaza hacia figuras pertenecientes a grupos intermedios de la sociedad (enfermeros, pintores, sastres…, lo cual no significa que el grupo de eclesiásticos o los letrados y cirujanos no cuenten con una alta representación en este nivel) y sobre todo abarca a los mozos de los diferentes oficios del Hospital Real: mozos de capilla, de cocina, de despensa, de botica y de peregrinos[65]. Por otra parte, se advierte también una variación en lo relativo a los modelos gráficos empleados, puesto que se produce una disminución en la presencia de los elementos de la humanística entre estas manos, tanto de las escrituras mixtas que mezclan características de ambos sistemas gráficos como de aquellas que podemos considerar plenamente humanísticas.
Desde el punto de vista de la cultura gráfica, observamos que entre todos estos escribientes el predominio de la gótica es casi absoluto, lo cual se debe sin duda alguna al tradicionalismo de las formas en esta época, muy apegadas todavía al ciclo gráfico gótico medieval. Un carácter conservador que ha caracterizado a la escritura practicada en Galicia desde la Edad Media[66], pero que, si bien no había impedido, como vimos en el nivel superior de esta clasificación, la introducción de novedades gráficas, sí la retrasaría y/o restringiría a ciertos colectivos de la comunidad. Asimismo, este tradicionalismo gráfico puede ser el reflejo de un bagaje cultural concreto, de una educación en términos de modelos gráficos, en suma, que perpetuaba algunas de las formas más propias –sobre todo en lo referente a la morfología de algunas letras– de la cortesana.
Antes de avanzar sobre algunas de esas cuestiones relacionadas con el mundo educativo, debemos mencionar cuáles fueron algunas de las características formales de estos niveles de competencia gráfica. En general se trata de escrituras con un amplio predominio de los caracteres góticos, en las que se domina el sistema braquigráfico y la pluma discurre por el papel con cierta rapidez ligando unas letras con otras; aunque los trazos no muestran la misma firmeza que en el nivel más elevado, con lo que algunas letras se deforman (figura 8, Juan González y Álvaro de Martín). En otras ocasiones, aunque se respeta más o menos la correcta morfología de las letras, el ductus es más pausado, con menos bucles, trazos envolventes y ligaduras (figura 8, Diego de Quiroga).
Estas características gráficas que venimos señalando se hacen todavía más evidentes si nos detenemos de nuevo en algunos de los ejemplos de individuos –procedentes, eso sí, de los sectores altos de la sociedad– que sí eran capaces de confeccionar, tanto a nivel lingüístico como gráfico, textos de mayor envergadura. De esta forma, si retomamos los votos y pareceres emitidos por los capellanes y algún otro miembro del Hospital Real cuando en 1530 se les consulta sobre la diatriba de la cocción del pan dentro del edificio, podemos encontrar entre los documentos autógrafos algunos que muestran un dominio de la escritura suficiente como para redactar un texto coherente, pero cuyas formas no son tan caligráficas como las que analizamos anteriormente[67]. Este fue el caso de los escritos donde recogen su opinión los capellanes Pedro Fernández y Pedro Suárez.
El primero (figura 9) ejecuta una gótica cursiva con la aparición irregular de ligaduras entre letras, la dificultad para trazar ciertas palabras como ‘señor’ y ‘cozerán’ (líneas 2 y 3, respectivamente) o para colocar correctamente los signos de abreviación sobre la palabra a la que acompañan (‘quinze’ en última línea), e incluso utilizar otros que en un principio no eran necesarios desde el punto de vista del desarrollo de la palabra (‘fuera’ en línea 3). También el hecho de que repita el voto de Francisco Thomás, médico del hospital, y no se extienda en más explicaciones puede indicarnos que su predisposición para la actividad escrituraria no era la mejor. Además, cabe subrayar que este documento es el más antiguo que conservamos, entre los fondos con los que aquí hemos trabajado, en el que se emplean los números arábigos y no los romanos[68].
Por su parte, el capellán Pedro Suárez utiliza otra gótica cursiva esta vez más ligada que la de Pedro Fernández, pero con un gran número de incertezas, vacilaciones y frenos de la pluma (figura 10). Aunque la cadena gráfica se traza de manera equilibrada, en algunas palabras el escribiente encuentra ciertas dificultades para mantener una correcta caligrafía sin que oscile el ductus de la letra (‘experiençia’ en línea 3, ‘Felpita’ y ‘senpre’ en línea 4 o ‘fora’ en línea 10). En otras ocasiones es en las ligaduras donde titubea al ejecutar una cedilla ligada a la b en ‘resçebí’ con una gran pericia (línea 6), mientras que el envolvente de la n de ‘enfermos’ que se une a la f es más inseguro (línea 5). También el trazado de los signos de abreviación es irregular en cuanto a las ligaduras que pueden realizar con otros elementos de la cadena gráfica, ya que a veces el escribiente necesita levantar la pluma (‘para’ en línea 5, ‘averta’ en línea 7, ‘ser’ en línea 9 o ‘aperçebyda’ en la antepenúltima línea), mientras que cuando estos se ubican sobre la palabra es más sencillo que los una a la siguiente letra cuando esta puede desarrollar un bucle para recibir dicha ligadura de entrada (‘que la’ en línea 6 o ‘que se’ en línea 10) o si el signo es el último componente de la palabra en ser ejecutado (‘según’ en línea 10). Bucles que, por otra parte, muchas veces necesita construir en dos tiempos cuando estos se ubican en el astil de la v (‘vna’ y ‘voto’ en la penúltima línea). Finalmente, podemos apreciar cómo estas manos, aunque no siendo profesionales, mantenían ciertas costumbres que estaban presentes en las de los notarios y escribanos compostelanos y que tenían en la enseñanza de base su explicación: el uso de la s alta en final de palabra cuando estas eran ‘dos’, ‘tres’, ‘seis’, ‘mes’…; es decir, las palabras del campo semántico de los números y las dataciones. En la penúltima línea Pedro Suárez usa este alógrafo de s para la palabra ‘dos’, mientras que en el resto del documento la s final suele ser en forma de 8 al ligarse a la letra anterior y, además, seguramente por contaminación con esta práctica, también repite la s alta en ‘pasados’ (línea 4 desde el final). Una escritura que, en definitiva, muestra un buen dominio de la pluma, pero que consideramos de destreza media por el titubeo en algunas palabras o la falta de una correcta caligrafía en letras como la e, que por efecto de la velocidad imprimida al instrumento se ve reducida generalmente a dos trazos, de los cuales uno de ellos a veces es apenas perceptible.
Otro ejemplo de los miembros del Hospital Real que podemos ubicar en este nivel intermedio de destreza gráfica es el de Diego de Escobedo, administrador de la institución. En 1537 este escribe de su puño y letra un albarán con una cursiva que muestra un dominio de la cadena gráfica aceptable por parte del escribiente; pero que, sin embargo, titubea en algunas letras y no consigue equilibrar la presión de la pluma sobre el papel, puesto que en algunos tramos la carga de tinta es mayor, lo cual provoca, en general, una escritura con un cierto contraste en el grosor de los trazos (figura 11).
Una vez examinados los elementos formales de este tipo de escrituras, debemos volver sobre las cuestiones relacionadas con la esfera educativa para comprobar cuáles pudieron ser algunos de los motivos que explican tanto el nivel de dominio de la pluma que presentan estas manos como el modelo gráfico que ejecutaban. Por lo que podemos apreciar en la figura 1, aunque todavía encontramos un gran peso de los clérigos entre estas manos, el hecho de que aumente el número de muestras entre los mozos de los distintos cargos del hospital nos hace pensar que estas realizaciones podían ser el reflejo de una formación en ciernes, por lo que posiblemente su habilidad técnica con la pluma podría incrementarse con los años. Esto nos puede indicar también que su educación discurría por otras vías distintas a la de clérigos y letrados que habíamos mencionado anteriormente. A diferencia de la enseñanza especializada que se le podía haber proporcionado a un clérigo o licenciado lejos de Santiago, lo más probable es que estos individuos –mozos del hospital, mercaderes, sastres…– hubiesen aprendido a escribir en la ciudad arzobispal, normalmente dentro del grupo profesional al que optaban a formar parte con posterioridad.
El aprendizaje de las letras en el interior de un gremio es una práctica constatada en la Corona de Castilla tanto en la Baja Edad Media como, sobre todo debido al aumento de las fuentes que posibilitan su estudio, en el siglo XVI[69]. Esta naturaleza de la enseñanza y su vínculo con el mundo de la cultura escrita se hace especialmente patente en el aprendizaje del oficio de notario, acaecido en el seno de las escribanías donde el titular era además el encargado de llevar a cabo tal instrucción[70]. Este tipo de enseñanza puede ser constatada en Santiago de Compostela en la primera mitad del Quinientos a través de múltiples contratos que hoy se conservan en los protocolos notariales de las escribanías públicas de la ciudad[71]. No obstante –lo que más nos interesa aquí–, esta práctica pudo ser exportada a otro tipo de oficios, no solo aquellos ligados a los profesionales de la pluma, sino también a otros gremios de la urbe[72].
En 1521, por ejemplo, Jácome Tecelán y su mujer Taresa Tecelán, vecinos de Santiago, encomiendan al compostelano Gómez de Lira que le ha de “enseñar e fazer enseñar a leer e escrivyr, e demás desto le a de dar de comer e veber, vestyr e calçar e todas las otras cosas que le fueren nesçesaryas”, a su hijo, Juan Vázquez[73]. Nada se menciona en este contrato sobre la profesión de Gómez de Lira, pero, ya que en el resto de acuerdos de este tipo si el maestro era notario o escribano se señalaba tal condición, la ausencia de esta referencia, así como la inexistencia en las fuentes de la época de un notario con este nombre, nos lleva a pensar que este Gómez de Lira no pertenecía al grupo de profesionales de la pluma.
De la misma manera, en 1542 el vizcaíno Sanjuan de Larrea acuerda con el vecino de Santiago, Francisco de Valencia, que este último:
le da vn hijo al dicho Sanjuan de Larrea que se dize Gregorio, ques de hedad de hasta nueve años, para que le enseñe e abeze en esta çibdad a ler y escribir y contar, sumar, restar, multiplicar, medio partyr, partir[74].
De nuevo no se especifica el oficio de Sanjuan de Larrea, pero, el hecho de que este fuese vasco –lugar de procedencia de múltiples comerciantes que en el siglo XVI intervienen en los libros de protocolos de la ciudad compostelana– y que aparte de en la lectura y la escritura se haga hincapié en las operaciones matemáticas[75], nos hace creer que este adiestramiento podía ubicarse en un ambiente mercantil (quién sabe si con fines de que el joven continuase por esta vía profesional), donde ambas destrezas iban de la mano y donde el uso constante de documentos era una realidad indispensable para el buen funcionamiento del negocio[76]. Y recordemos que, a la luz de la figura 1, algunos de los individuos con un dominio medio de la pluma eran mercaderes, así como otro tipo de profesionales del sector gremial de Santiago[77].
En cuanto a los niveles inferiores de competencia gráfica, estos se corresponden, en términos generales, con los grupos sociales más bajos; aunque no siempre de manera estricta. Por un lado, comprobamos, por ejemplo, que destacan en número entre ellos los enfermeros, debido, obviamente, a los servicios beneficiales prestados por el hospital. Por otro, la dedicación del individuo a tareas pertenecientes al mundo de la cultura escrita no acarreaba inequívocamente un dominio alto de la pluma, ya que nos encontramos entre estos escribientes poco avezados en las prácticas escriturarias a un librero, Pedro López, y a un impresor, Alonso Cornejo. Es por ello que, a pesar de que sean oficios como los de pedrero, cerrajero, barrendero o barbero los que suelen figurar en estos peldaños inferiores de la jerarquía gráfica, no fueron tampoco infrecuentes –aunque en una proporción mucho más baja– los eclesiásticos, los miembros de la oligarquía urbana o los poseedores de profesiones liberales que engrosaban el conjunto de escribientes con una destreza deficiente[78].
Las escrituras que se encuadran en estos grupos se caracterizaban por un dominio escaso de la pluma, con un sistema braquigráfico de muy baja calidad –o, en el peor de los casos, inexistente–, el trazado de las letras era muy irregular y la cadena gráfica bastante inestable. Aun así, en ocasiones, estas escrituras presentan un nivel de realización más complejo, pero sin llegar a la destreza media. Siguen siendo miembros del sector gremial como cerrajeros, carpinteros, pedreros, el impresor y el librero antes mencionados o incluso hasta cuatro clérigos y cinco enfermeros. Entre estas manos el uso de las abreviaturas y ligaduras es mayor, los trazos son más seguros y las formas más definidas, si bien, la escritura sigue siendo muy lenta, levantando la pluma del papel constantemente y con algunos trazos vacilantes.
No obstante, dentro de esta categoría, o incluso por debajo de ella si tenemos en cuenta que la pericia gráfica todavía puede ser más pobre, se situaban las realizaciones que Petrucci denominaba como “escritura elemental de base”; es decir, unas escrituras:
incerte, ma anche povere, prive, cioè, o sacarsamente fornite di elementi sussidiari, quali punteggiatura, segni critici, abbreviazioni, simboli tecnici (...); inoltre che l’uso di legamenti vi è poco frequente e occasionale[79].
Desde el punto de vista de los modelos gráficos, estas escrituras se caracterizan por la desaparición casi completa del empleo de la humanística, por lo que se puede decir que el multigrafismose reduce a medida que descendemos tanto en los niveles de pericia gráfica como en la jerarquía socio-profesional, es decir, cuanto más nos acercamos a trabajos con un menor grado de cualificación. Sin embargo, tal aseveración ha de ser entendida en un sentido más general, ya que, como hemos ido viendo a lo largo de este estudio, la realidad presenta muchos matices y la difusión de la escritura a lo largo de la sociedad no puede ser vista como una clasificación rígida. En otras palabras, no porque la humanística –o algunos de los elementos que advierten su introducción en Santiago– sea más recurrente entre los integrantes de los sectores sociales más elevados, mientras que la gótica es más frecuente entre los inferiores, se puede hablar de una distribución de los modelos gráficos en el seno de la comunidad en función única y exclusivamente del grupo socio-profesional que ocupa el escribiente[80]: appare assai difficile (…) attribuire l’uso di un determinato tipo di scrittura a una precisa categoria o classe sociale[81]. De este modo, el platero Pedro Martínez, por ejemplo, presenta un dominio consolidado de la pluma, con la P inicial de su nombre abreviada y escribiendo en humanística cursiva, mientras que el enfermero Pedro Lamela o el mercader Simón Rodríguez, a quien por sus profesiones se les presupone un contacto más habitual con la práctica de la escritura, realizan unas suscripciones con un nivel elemental de base gótica[82].
A excepción de un documento sobre el que luego volveremos, no encontramos entre las fuentes aquí analizadas ningún texto complejo que se ajuste a las características gráficas de estos niveles bajos de capacidad técnica. Es por ello que para estudiar estas escrituras debemos recurrir a firmas como la del barbero Luis Rodríguez (figura 12), el cual, a pesar de abreviar su apellido, es incapaz de trazar las letras firmemente, separando unas de otras; al igual que acontece en las manos de otros profesionales como un barrendero, un panadero o un vidriero[83]. Además, es en este nivel más bajo donde se ubica la escritura de la única mujer que suscribe en el Libro de descargo, la ropera del Hospital Real, Catalina Oanes[84]; quien, a pesar de trazar una cadena gráfica con las letras sueltas y titubeantes o reflejar cierta vinculación a la tradición gótica (uso de la sigma), muestra un alfabetismo ridotto ma adeguato all’esigenza elementare e primaria di comunicare ed esprimersi[85]. Una situación muy habitual entre la escritura practicada por las mujeres, que, si no pertenecían a una familia de los sectores elevados de la sociedad o no podían acceder a una educación como la proporcionada en los conventos[86], lo más seguro es que no supieran escribir o bien lo hiciesen de forma muy elemental[87], pues estas tenían vetado su acceso al sistema educativo, fuese en la esfera eclesiástica de las escuelas catedralicias o bien en la civil en el caso de las municipales[88].
Más allá de los modelos gráficos utilizados por estos escribientes o el dominio de la pluma que los caracteriza, las realizaciones gráficas que se encuadran dentro de estos niveles inferiores deben ser entendidas como el resultado de una educación en términos de cultura gráfica muy deficiente y que, en muchos casos, estaría orientada no hacia la formación del joven en el campo de la escritura, sino más bien en el desarrollo de un oficio práctico como puede ser cualquiera de los artesanos que hemos enumerado hasta ahora. De esta manera, la mayor parte de las veces, el aprendizaje de las primeras letras llevado a cabo en los talleres o el desarrollado en la casa familiar, debido a la falta de recursos económicos, podrían explicar esta extensión de la incapacidad gráfica entre los sectores más bajos de la sociedad. Asimismo, al igual que habíamos visto en el caso de la educación más especializada, donde el alumno contaba con más posibilidades de conocer la humanística, en los modelos más humildes o rudimentarios de enseñanza de la primeras letras sería la gótica la escritura que se transmitía. Es decir, esta era la manera en la que, en el ámbito educativo de los no profesionales de la pluma, las formas gráficas de origen medieval se perpetuaban y, por lo tanto, se mantenía el conservadurismo y/o tradicionalismo de la cultura gráfica. Un claro ejemplo de este hecho es la costumbre que otros investigadores han atestiguado en el contexto gallego de la Edad Moderna cuando se utilizaban las escrituras y pleitos notariales conservados en las casas como herramienta de enseñanza de la lectura[89]. Un aprendizaje que tenía lugar en el seno familiar, considerado por autores como Petrucci como un verdadero y propio microcosmos gráfico activo-pasivo[90].
Hemos dejado para el final un grupo de escrituras que tuvieron una gran presencia en el panorama gráfico del Hospital Real. Se trata de las correspondientes a los miembros de la institución que no procedían del territorio peninsular. Según se estipulaba en la séptima ley de las Constituciones de 1524, en el hospital tenían que residir ocho capellanes (…) cuatro sean extrangeros franceses, e alemanes, e flamencos, e ingleses, uno de cada parte y nación si los hubiere, e sino sean los dos franceses, e los otros dos alemanes, o flamencos o ingleses[91]. Hemos contabilizado un total de nueve manos extranjeras, principalmente capellanes y mozos de diferentes oficios, de los cuales, o desconocemos su lugar de origen, o bien son franceses o flamencos. A pesar de no tener noticia de su lugar de procedencia, por la escritura que desarrollan podemos encuadrarlos en la zona franco-germana, pues todos los modelos presentan rasgos semejantes a los de la mixta francesa[92] modificada en el XVI por influencia de la humanística cursiva[93], dando lugar a la conocida como lettre françoyse[94], o bien a los de la futura tipográfica lettre de civilité[95].
Por una parte, el enfermero flamenco Lievenus (figura 13) presenta un nivel de dominio medio con formas propias de la lettre françoyse como la s final, que se ejecuta mediante un trazo circular dextrógiro que se liga con la e anterior y que acaba con un trazo prolongado verticalmente hacia arriba. También típica de la lettre françoyse es la h realizada por el capellán francés Arnau Fortón y el mozo de capilla Simón Lehardy, cuyo trazo final descendente cae por debajo de la línea de escritura y gira hacia la derecha formando un pequeño bucle en el tramo inferior[96]. Como rasgos comunes a la lettre françoyse y la lettre de civilité destacan los caídos pronunciados y curvados en el inicio de la m y n, los trazos idénticos –pero esta vez hacia la izquierda– en el final de la n, la d con el astil alargado hacia atrás o la sustitución del ojo de la e por un pequeño trazo angular (figura 13, Jacobus Exidii y Lievenus).
Finalmente, no solo contamos con las firmas de estos capellanes para analizar las escrituras de la población extranjera que trabajó en el Hospital Real, sino que uno de ellos, el fraile alemán Paulus, escribió de su mano uno de los votos enviados al cabildo en 1530 con motivo de la problemática sobre la cocción del pan. Aparte de ser el único documento complejo para el que se requería un conocimiento más allá de la firma que se ajusta a las características que más arriba señalamos para los niveles bajos de destreza gráfica, este texto sobresale por otra cuestión, el empleo del latín en su redacción (figura 14). Es decir, en un contexto marcado por la heterogeneidad de las prácticas lingüísticas como fue el del siglo XVI, y que no deja de ser una continuación de la realidad bajomedieval[97], podemos considerar el latín como la lengua franca que había servido a los individuos de diversa procedencia geográfica –por lo menos a quienes la dominaban– para comunicarse entre ellos y con los vecinos compostelanos –oriundos o no de la ciudad– que igualmente conocían el latín.
El análisis de las escrituras usuales de Santiago que presentamos ha sido posible, como hemos visto, gracias a la existencia de una fuente que permite estudios tanto paleográficos como de historia de la alfabetización. Ahora bien, este libro tiene el inconveniente de abarcar solamente cuatro años y de reflejar una serie de oficios muy concretos, aquellos relacionados con las necesidades diarias del Hospital Real. Estas limitaciones nos impiden extrapolar estas muestras de escritura al conjunto de la sociedad compostelana de la época. Sin embargo, creemos que los resultados obtenidos sí que permiten reconstruir el panorama de las escrituras usuales de una parte –no pequeña– de los vecinos de la ciudad, así como observar ciertas tendencias y realidades gráficas que pueden ser idénticas a las de la comunidad en general, incluso para otros períodos históricos. Esto es lo que se comprueba al comparar las cifras de alfabetización de este libro con las de 1635, momento en el que las fuentes posibilitan la extracción de series más completas y homogéneas. En ambas épocas el porcentaje de alfabetizados en las fuentes estudiadas (en términos de firmar/no firmar) es aproximadamente de un tercio; mientras que su distribución por la sociedad es también similar: el clero es el que mayor número de alfabetizados presenta, seguido de letrados y profesiones liberales, mientras que los analfabetos suelen ser en su mayoría los miembros del artesanado (a excepción de algunos oficios más cualificados, como los plateros), los individuos relacionados con las tareas del campo y, sobre todo, las mujeres.
No obstante, estos datos numéricos adquieren mayor relevancia cuando nos aproximamos a ellos desde la perspectiva paleográfica y para ello utilizamos otras fuentes como textos más complejos (albaranes, votos, etc.). El examen de los niveles de destreza gráfica nos permite precisar la calidad de la alfabetización, ya que, por ejemplo, la de clérigos y letrados no solo es del cien por cien, sino que en ella predominan los niveles altos y medios; o incluso advertimos cómo algún platero y bordador poseen un dominio de la pluma similar a los anteriores. Por el contrario, el número de individuos con una capacidad técnica inferior aumenta a medida que descendemos en la pirámide social, destacando entre los oficios más pobres (barrenderos, panaderos o barberos); aunque no son los únicos. El hecho de que en los niveles más elementales la escritura no se extiende única y exclusivamente por sectores bajos y/o marginales se refleja en los cuatro clérigos y cinco enfermeros que presentan este grado de pericia, o incluso entre oficios relacionados con el mundo del libro como un impresor y un librero.
Asimismo, los textos más extensos de algunos de los miembros del Hospital Real, sobre todo aquellos remitidos a su cabildo en 1530 con motivo de la cocción de pan dentro de la institución, nos han proporcionado una riqueza y complejidad de información en el ámbito paleográfico sin los cuales, de otra manera, no hubiéramos podido profundizar en el análisis del sistema de abreviaturas, la capacidad de construir cadenas gráficas amplias o el dominio de la gramática y la ortografía. Una situación que, además, se complementa con el empleo de una lengua determinada, siendo el latín la lengua franca que permitía la comunicación entre miembros de diversas procedencias dentro de un centro, el Hospital Real, en el que capellanes franceses y flamencos eran un componente sustancial de su cultura gráfica.
En cuanto a los modelos gráficos, es la gótica cursiva la que predomina numéricamente sobre la humanística. Además, las pocas manos que emplean la humanística –o alguna suerte de hibridación con la gótica– pertenecen a los grupos más y mejor alfabetizados. Una realidad que no ha de sorprendernos, si tenemos en cuenta que en otros territorios peninsulares, salvando lo tardío de la adopción en Galicia del nuevo sistema de escritura, los individuos que más tempranamente manifiestan este cambio gráfico son clérigos. Frente a ello, la gótica abunda de manera exclusiva entre los grupos más bajos de la sociedad, que, como ya vimos, presentan peores niveles de destreza gráfica.
Por otra parte, la distribución del dominio y modelos de estas escrituras que no tienen una función estética sino instrumental, se explicaría, principalmente, por la educación recibida, pero también por otros factores como la posibilidad de recibir influencias de otras tipologías gráficas o la asiduidad en el ejercicio escrito. Estas circunstancias determinarían el uso de los distintos sistemas gráficos de tal forma que, por un lado, los mecanismos de aprendizaje más humildes, los realizados en casa a través de escrituras notariales, se vincularían con los niveles más pobres de la gótica, sin que exista una preocupación por mejorar o alcanzar una capacidad superior (esto ocurría en talleres gremiales que mantendrían, además, unos rasgos gráficos muy particulares). Por otro, los miembros de los grupos sociales elevados accederían a una enseñanza de mayor calidad, además de relacionarse con otros modelos, como por ejemplo, los clérigos al ser habitual que se desplazasen a Roma. Ahora bien, esta propensión en la distribución de los modelos gráficos a lo largo de la sociedad no debe ser entendida como una correspondencia inequívoca entre un grupo socio-profesional concreto y un tipo de escritura, sino como el resultado de toda una serie de aspectos extragráficos que convergen en la práctica escrituraria de un individuo.
En definitiva, creemos que investigaciones como esta demuestran los beneficiosos resultados de la unión del método paleográfico y el de la historia de la alfabetización. No se trata solamente de dar mayor profundidad al dato firmar/no firmar, sino también de observar las tendencias diacrónicas en la paleografía mediante elementos sincrónicos de la escritura como las firmas. Una unión de metodologías que todavía tiene mucho que aportar al estudio, por ejemplo, de los modelos gráficos con los que se aprende a escribir o la interacción del sistema gótico y humanístico, tanto en el nivel de las influencias morfológicas como de la extensión numérica de ambas tipologías por la sociedad.
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[1] Algunos paleógrafos usan también los términos de escritura corriente y escritura de trabajo para referirse a este ámbito. Nosotros preferimos no hacerlo, siguiendo la opinión de Gasparri: “Le terme «écriture courante» implique, à notre sens, l’idée du temps gagné, de la rapidité du tracé. L’expression «écriture de travail», quant à elle, ne prend en compte que la position de son auteur devant un texte sur lequel il a à travailler”. Gasparri 1990, p. 71.
[2] Cencetti 1993, p. 28. Esta idea también es sostenida por Pratesi 1961, pp. 352 y ss.
[3] Petrucci 1978b, p. 168. Recientemente también lo ha aplicado para el caso portugués Oliveira e Silva 2019, pp. 361-370.
[4] Gasparri 1990, p. 71.
[5] Camino Martínez 2010, p. 206. Esta visión es compartida por Mandingorra Llavata 1986b, pp. 41 y 42.
[6] Archivo Histórico Universitario de Santiago, Hospital Real, Cuentas, Libro 4. En adelante AHUS, HR.
[7] Petrucci 1978a, p. 33.
[8] Viñao Frago 1985, p. 41.
[9] Viñao Frago 1992, p. 45.
[10] Camino Martínez 1998, p. 100.
[11] Bartoli Langeli 1996, p. 102; Camino Martínez 1998, p. 98.
[12] Bartoli Langeli 1978, p. 28.
[13] Esta tipología es la que García Marsilla identifica como “Llibre de albarans” en el caso del Hospital General de Valencia, a diferencia de que en el libro de Santiago nunca se recogen albaranes completamente autógrafos. García Marsilla 1989, p. 25.
[14] Este libro cumple, dentro del marco en el que fue creado, las premisas que Gelabert González establecía para las fuentes de los estudios sobre alfabetización: homogeneidad tipológica y que no descarte socialmente sino a sectores muy marginales de la sociedad. Gelabert González 1985, p. 163. Más allá de este libro, contamos con otras fuentes manuscritas que nos permiten una contabilización de firmas similar a la que aquí proponemos. Hablamos, por ejemplo, de los libros de protocolos del hospital, algunos de ellos especializados únicamente en la escrituración de testamentos, o los libros de actas capitulares de la institución. No obstante, debido a la dispersión de los primeros y las lagunas en algunos años, junto con el hecho de que las firmas de los miembros del cabildo del Hospital Real en las actas de sus reuniones no se vuelven recurrentes hasta la segunda mitad del siglo XVI, optamos por centrarnos en las suscripciones de este libro de cuentas. Para la serie de protocolos notariales vid. AHUS, HR, Escrituras y para los libros del cabildo vid. AHUS, HR, Cabildos, Libros 1 (1525-1534) y 2 (1547-1569).
[15] Este valor jurídico de la autografía es idéntico al que se produce en un albarán. Por lo que, aunque apenas se han conservado albaranes del Hospital Real, este libro es claro ejemplo de los sistemas archivísticos que, según Mandingorra Llavata, desarrollaron las administraciones públicas y privadas para conservar este tipo de testimonios. Mandingorra Llavata1994-1995, p. 787.
[16] Goody 2008, p. 119.
[17] Ibid., pp. 93 y 96.
[18] La distribución del contenido de los libros de cuentas permitía este uso universal: los procedimientos de cuenta pueden ser utilizados para desarrollar un sistema de equivalencias generalizado. Ibid., p. 104.
[19] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 2v. A diferencia de lo acontecido en Santiago, en Valencia el responsable de este libro era el archiver, “funcionario encargado del control y almacenamiento de los testimonios escritos producidos por la entidad”. García Marsilla 1989, p. 25.
[20] Mandingorra Llavata 1994a, p. 111. En Santiago, esta “reducción de la dispersión” se manifiesta en el escaso número de albaranes sueltos que se conservan en la actualidad, ya que su función se canalizó a través de una única pieza documental: el libro aquí analizado. Para consultar algunos de esos albaranes sueltos vid. AHUS, HR, Leg. 55A, s. XVI.
[21] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, ff. 53v-54r y 83v, respectivamente.
[22] Ibid. ff. 69v y 83r, respectivamente.
[23] AHUS, HR, Correspondencia, Leg. 55A.
[24] AHUS, HR, Cabildos, Libro 1, ff. 79r-98r.
[25] Castillo Gómez, Sáez Sánchez 1994, p. 166.
[26] Debemos advertir que hemos incluido en este estudio a varios miembros del Hospital Real procedentes de fuera de Galicia, pero que, como residentes en el centro, podemos considerarlos representantes de las escrituras usuales de la ciudad.
[27] Así ocurre el 1 de julio de 1535 cuando Julián Arnau firma por este colectivo. AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 6r.
[28] Este autor analiza los Expedientes de Hacienda de esta época, algunas escrituras notariales como testamentos o el donativo fiscal de 1635 para elaborar un panorama de la alfabetización en Galicia a partir de finales del siglo XVI. Gelabert González 1987, pp. 45-71. Para un estado de la cuestión más minucioso sobre la historia de la alfabetización en Galicia vid. Rey Castelao 2003b, pp. 19-77.
[29] Gelabert González 1982a, p. 268.
[30] García Guerra 1983, pp. 141 y 142. En los libros de cabildos del Hospital Real del siglo XVI se aprecia claramente esta organización, en la cual los capellanes copan los puestos más altos en la jerarquía del centro. AHUS, HR, Cabildos, Libros 1 y 2.
[31] Gelabert González 1982a, p. 269.
[32] Ibid. p. 274.
[33] Mandingorra Llavata 1994a, p. 97; Castillo Gómez 1997, p. 216.
[34] Constituciones 53 y 71, respectivamente. Acerca de la construcción del archivo vid. Rosende Valdés 1999, pp. 65 y 157.
[35] (1775) Constituciones del Gran Hospital Real de Santiago de Galicia hechas por el señor Emperador Carlos Quinto de Gloriosa Memoria. Santiago de Compostela. Estas leyes estipulaban la creación de los libros de enfermos, del médico, del boticario, del granero, del cocinero, del ropero, de las visitaciones, de los expósitos, del arca del tesoro y del archivo. Además, en la biblioteca del Museo do Pobo Galego se conserva el Tumbo del Hospital (ca. 1521) en el que se recogieron, principalmente, las escrituras que originaron la hacienda y rentas del hospital. Sobre este libro vid. Lucas Álvarez 1964, p. 16; Ares Legaspi 2016b, pp. 87-103.
[36] García Martínez 2004, p. 258.
[37] Véanselos artículos de esta investigadora que enunciamos en la bibliografía de este trabajo.
[38] Estos letrados solían ser individuos con el título de licenciado que en ocasiones mencionaban las audiencias en las que actuaban (licenciado Valerio, letrado de los pleitos del Hospital Real en la Audiencia del Reino), mientras que en otras citaban su status de forma general (licenciado Penaranda, letrado del Hospital Real en Santiago).
[39] Saavedra Fernández 2003, p. 293.
[40] Según Gelabert González “il est clair que les facteurs qui influent de la manière la plus déterminante sur les différences dans l’usage de l’écriture sont la richesse et le degré d’urbanisation de la collectivité en question”. Gelabert González 1987, p. 51.
[41] Esto es lo que Mandingorra Llavata define como los usos derivados de la escritura. Mandingorra Llavata 1994b, p. 73.
[42] Petrucci 2000, pp. 69 y 70.
[43] Gelabert González 1987, p. 64.
[44] Según Petrucci, esta tensión caracterizó por esta época a la Roma de los primeros decenios del Quinientos. Petrucci 1999, pp. 105-106.
[45] Gelabert González 1982a, p. 269.
[46] Mandingorra Llavata 1986a, p. 61.
[47] “In una società che può essere definita monografica, cioè in possesso di un unico sistema di scrittura alfabetica, si verifichi nel tempo una contrapposizione fra due (o anche più) tipologie grafiche diverse per forme e ambito di uso, fra loro indipendenti”. Petrucci 2005, p. 54.
[48] Así define Ruiz Albi a las escrituras que “mezclan caracteres góticos y humanísticos, y que podemos decir que caracteriza a la escritura castellana de todo el siglo XVI, aunque de forma más clara, como era de esperar, en su primera mitad”. Ruiz Albi 2011, p. 58.
[49] Ares Legaspi 2017, pp. 69-86.
[50] García Díaz 1999, p. 61.
[51] Mandingorra Llavata 1986a, p. 64.
[52] Esta relación entre los modelos gráficos y la extracción social de los escribientes ya ha sido apuntada por Petrucci 1999, p. 106.
[53] Iglesias Ortega 2011, p. 397.
[54] Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela, Actas capitulares, Libro 4, f. 222r.
[55] Rodríguez Díaz 2013, pp. 274 y 275.
[56] Rey Castelao 2003a, p. 361.
[57] Rivera Vázquez 1989, pp. 230 y ss.
[58] Rey Castelao 2003a, p. 387.
[59] Díaz y Díaz 1971, p. 197. Para un estudio reciente del aprendizaje de las primeras letras en otros entornos eclesiásticos como colegiatas vid. Calleja Puerta 2019, p. 29.
[60] Gelabert González 1982a, p. 270. Por los escasos testimonios que conservamos y recogemos en esta investigación no parece que las familias de la oligarquía compostelana pudiesen proporcionar a sus hijos una enseñanza de las primeras letras más asistida e individualizada tal y como hacían algunas familias nobles gallegas al recurrir a la figura del ‘ayo’. Pardo de Guevara 2000, p. 318.
[61] Vaquero Díaz 2014, p. 27.
[62] López Ferreiro 1900, pp. 329 y ss.
[63] Camino Martínez, Congosto Martín 2001, pp. 11-30.
[64] Alonso Pequeño, Vázquez Bertomeu 2001, p. 127.
[65] Resulta muy interesante la mención al mozo de escribano. En este libro, el 26 de septiembre de 1536, se recoge el pago a Alonso García, escribano del hospital, de 7.666 maravedís por su salario y por el del mozo que tiene. AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 69v. Esto implicaría, por lo tanto, la existencia de una oficina de escrituración dentro del hospital con cierto grado de complejidad y jerarquización. Estructura que, por otra parte, ha de ser analizada en futuras investigaciones, pues no es este el objetivo de este trabajo.
[66] Lucas Álvarez 1991, p. 449. Este investigador ha subrayado el fenómeno del conservadurismo para el paso de la escritura carolina a la gótica, el cual nosotros creemos que se puede extender al resto de tipologías gráficas desarrolladas en Galicia.
[67] En este nivel medio de habilidad técnica resulta arduo complicado establecer una identificación o clasificación de las realizaciones gráficas, sobre todo cuando estas se ubican en el límite con los otros dos grados de competencia (el alto y el bajo/elemental). Como reconoce Camino Martínez, “la situación es siempre más clara en los extremos, pero en el nivel medio se dan oscilaciones y dudas”. Camino Martínez 1998, p. 106.
[68] Según Millares Carlo este tipo de numeración ya estaba presente en el siglo XIII y XIV aunque de manera “aislada”, mientras que en el siglo XV “en la Península Ibérica persistió la numeración romana, que se designa con el nombre de «castellana», siquiera haya bastantes ejemplos de la arábiga, llamada de «guarismo». Del siglo siguiente puede decirse otro tanto”. Millares Carlo 1983, t. I, pp. 281 y 282.
[69] Álvarez Márquez 1995, pp. 39-86.
[70] Rojas García 2016, pp. 445-479.
[71] AHUS, Protocolos notariales, S-177, ff. 3r-4v, ff. 97r-98r, f. 99r/v o ff. 201r-202v.
[72] Para un estudio de este mecanismo de aprendizaje en mayor profundidad vid. Beceiro Pita 2007.
[73] AHUS, Protocolos notariales, S-21, f. 107r.
[74] AHUS, Protocolos notariales, S-240, f. 74r.
[75] La referencia minuciosa a este tipo de materias por sí sola no debe ser entendida como síntoma de una identificación con un trabajo concreto, ya que en otros acuerdos suscritos con notarios para la enseñanza de las primeras letras también se hacen mención a estas operaciones matemáticas. No obstante, este hecho, junto con algunas de las circunstancias ya apuntadas (la no alusión a su status de notario –cuando en los contratos realizados con estos sí se indicaba– o el lugar de origen del maestro), sí pueden significar un conjunto de indicios que nos permitan situar el aprendizaje en unas coordenadas socioprofesionales más acotadas y definidas.
[76] También Pérez Constanti en su estudio sobre diversos contratos de particulares con “maestros de avezar niños” del siglo XVI recoge algunos casos en los que profesionales como los plateros ponen la enseñanza de la escritura de sus hijos a cargo de individuos que no son notarios ni escribanos. Pérez Constanti 1993, pp. 193 y 194.
[77] Herrero Jiménez 2019, pp. 137-169.
[78] Ares Legaspi 2020.
[79] Petrucci 1978b, p. 172.
[80] Recordemos que esta investigación se centra en las escrituras usuales de Santiago de Compostela, ya que esta apreciación sobre la correspondencia entre grupos de profesionales y tipologías gráficas sí ha sido verificada por Camino Martínez para el caso de los notarios, entre los que la gótica cursiva se articulaba como un “signo externo de distinción”. Camino Martínez 2011, pp. 209-232.
[81] Petrucci 1978a, p. 461.
[82] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 46r y 109r, respectivamente. Esto implica que, al igual que acontecía con los semialfabetizados, aquellos que sabían leer pero no escribir, no se tiene por qué producir necesariamente la correspondencia de estos individuos apenas conocedores de la escritura con las personas “pertenecientes a las clases subalternas ni con aquellos que viven al margen de la sociedad y de sus formas culturales”. Petrucci 2000, p. 69.
[83] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 46r (los dos primeros) y 121r, respectivamente.
[84] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 42r.
[85] Miglio 1995, p. 87.
[86] Para ejemplos de estas casuísticas en Santiago de Compostela en la primera mitad del siglo XVI vid. Ares Legaspi 2020.
[87] Estos condicionantes sociales que rodeaban a la actividad escrita de una mujer en el Quinientos son los mismos que se han constatado en otras zonas de la Corona de Castilla como Granada (Moreno Trujillo, Osorio Pérez, De la Obra Sierra 1991, p. 105), Alcalá de Henares (Castillo Gómez 1997, p. 324) o Carmona (Ares Legaspi 2016a, pp. 260 y 261).
[88] Comas Via 2019, p. 70.
[89] Rey Castelao 2006, p. 89.
[90] Petrucci 1989, p. 34.
[91] (1775) Constituciones del Gran…, p. 14. La convivencia de este tipo de escrituras en un mismo contexto es el reflejo de la pluralidad de culturas que compartieron el espacio urbano compostelano durante el siglo XVI. Una diversidad que habría permitido la influencia recíproca entre los distintos modelos gráficos y que todavía es una incógnita para quien se aproxime al estudio de la escritura en Santiago en el tránsito de la Edad Media a la Moderna.
[92] Smith 2008, pp. 279 y 280.
[93] A partir del siglo XIV, la mixta francesa tuvo un uso corriente en Francia, perdurando hasta el siglo XVI, momento en el que recibe influencias de la itálica. Cencetti 1997, p. 209.
[94] Muzika 1965, vol. I, pp. 426 y 428.
[95] Esta fue la escritura creada por J. de Tournes, cuando, en 1569, editó en francés la obra de Erasmo Civilitas morum, retomando el modelo de la redondilla con el fin de llevar al mundo impreso la bastarda francesa. Ibid. p. 269.
[96] AHUS, HR, Cuentas, Libro 4, f. 61v y 90r, respectivamente.
[97] Nascimento 2006, p. 15.