LA FIGURA DE ANA CASTILLO COMO REPRESENTANTE DE LA LITERATURA CHICANA FEMENINA

THE FIGURE OF ANA CASTILLO AS REPRESENTATIVE OF THE FEMALE CHICANA LITERATURE

Antonio Daniel Juan Rubio

Isabel María García Conesa

Universidad Internacional de La Rioja

Resumen:

Los escritores chicanos han logrado abrirse paso en los cánones literarios de los Estados Unidos. Entre ellos destacan autoras como Gloria Anzaldúa, Sandra Cisneros o Ana Castillo, entre muchos otros, quienes testimonian en sus obras la lucha de miles de latinos contra una cultura hegemónica que los menosprecia y en la que logran alcanzar el éxito. Y especialmente, Ana Castillo, quien defiende con denuedo la figura de la mujer chicana.

Palabras claves:

escritoras chicanas, literatura chicana, identidad chicana, Xicanisma.

Abstract:

Chicano writers have managed to break through the literary canons of the United States. Among them, authors like Gloria Anzaldúa, Sandra Cisneros and Ana Castillo stand out, among many others, who testify in their works the struggle of thousands of Latinos against a hegemonic culture that belittles them and in which they manage to achieve success. And especially, Ana Castillo, who defends strenuously the figure of the Chicana woman.

Key word:

Chicano writers, Chicana literatura, Chicano identity, Xicanisma.

Introducción

Las fronteras culturales entre México y los Estados Unidos enmarcan una amplia variedad de límites y umbrales que participan en la definición de la propia identidad social. Una de las marcas culturales más importantes de la frontera es su recreación de la situación geopolítica del momento, su mezcla de rasgos distintivos de ambas culturas. Sin embargo, estas fronteras no deben considerarse, en opinión del antropólogo y profesor universitario Renato Rosaldo (Rosaldo, 1991:190), como zonas de transición y de análisis vacío, sino como sitios de producción cultural creativa.

Su aportación amplia la perspectiva respecto de lo que se puede entender como cultura desde el discurso que se puede formular sobre este complejo concepto. Desde el punto de vista de Rosaldo parece ser que la manera más rentable de llegar al concepto de cultura es a través de ejemplos particulares de la misma que nos muestran cómo es que se puede distinguir, por un lado, los hechos que forman o caracterizan la cultura y, por otro lado, lo que se puede y no puede decir sobre estos hechos.

Por su parte, el Profesor de Antropología de la Universidad de Columbia, Claudio Lomnitz-Adler (Lomnitz-Adler, 1995:39) señala que los grupos culturales de la frontera se distinguen por sus interacciones simbólicas y sus formas de compartir significados, lo cual implica una cultura de relaciones sociales.

Lomnitz-Adler plantea el pro­blema central al que se refiere como un círculo vicioso que nace de las tensiones que surgen entre la ma­deja de las relaciones sociales que coexisten en el espacio nacional y las ideologías que se refieren a una identidad común, a un pasado compartido, y a una mirada común al futuro.

La comunidad hispana en los Estados Unidos, que en la actualidad representa la población minoritaria más grande del país con mucha diferencia respecto al resto, sufre de manera desproporcionada las altas tasas de pobreza y desempleo, y muchos también la falta de atención médica (Rothenberg, 2001: 366).

Todos estos problemas aumentan la incidencia de la delincuencia en la población hispana y limitan, en consecuencia, la movilidad social ascendente, aunque bien es cierto que están escalando no sólo en el ámbito empresarial sino también en el entramado social y cultural del país.

El chicano actual en la sociedad estadounidense es el resultado del chicano de origen más las circunstancias socio-históricas a través de cierto número de años. Se establece, entonces, una funcionalidad, una relación y una interdependencia mutua entre sus orígenes y la sociedad que lo acoge.

Si revisamos la circunstancia chicana, descubrimos que, históricamente hablando, el chicano actual es el producto de una larga etapa de ocupación y de colonización. En los últimos 500 años, el grupo mexicano-chicano no ha conocido un momento de independencia o autonomía, lo que ha dejado sus huellas duraderas.

Estas connotaciones socio-históricas son muy importantes, desde el punto de vista del contexto, como base para la literatura chicana, es decir, en la creación literaria y en la interpretación crítica. Son muchas las obras literarias en los diversos géneros que tratan este tema y le siguen, en su labor crítica, numerosos artículos1.

Los escritores chicanos han logrado abrirse paso en los cánones literarios. Como bien señala la periodista e investigadora Adriana Cortés Koloffon (Cortés Koloffon, 2007: 10), autores como Ana Castillo, Sandra Cisneros, Julia Álvarez, Tomás Riera, Rudolfo Anaya, Gloria Anzaldúa o Rolando Hinojosa testimonian en sus obras la lucha de miles de latinos contra una cultura hegemónica que, en la mayoría de los casos, los menosprecia y en la que logran alcanzar el éxito.

En un artículo publicado en la revista Aztlán, el profesor de Estudios Chicanos Jesús Rosales (Rosales, 2001: 125) encontró una base sólida para la literatura chicana en las escrituras de los indígenas. En dicho artículo, se compara los grupos aztecas con el chicano contemporáneo en el sentido de que muchos pueblos se vieron obligados a cargar el yugo de unas alianzas con sus vecinos.

Por lo tanto, el principal objetivo de este artículo será el estudio y análisis de la obra literaria chicana, centrándonos específicamente en la figura de Ana Castillo como exponente de la misma. Intentaremos aportar una clara idea del complejo problema de la búsqueda de la identidad en la literatura chicana actual dentro del complicado y enredado entramado literario estadounidense.

La literatura chicana en los Estados Unidos

Con anterioridad a la exploración directa de la literatura chicana actual, merece la pena destacar un breve comentario sobre la situación de dicha literatura vista desde la perspectiva estadounidense.

Desde la cultura dominante anglosajona, históricamente se ha promulgado una visión negativa del chicano y de su literatura. Tradicionalmente, el chicano aparece en la escritura estadounidense como poseedor de características y connotaciones negativas.

Se podría entonces decir que las acciones injustas dirigidas hacia los chicanos, a lo largo de los años, es resultado de la propaganda negativa de la literatura, de los estereotipos dañinos. Además, como bien señala el profesor de la Universidad de Texas José E. Limón en la revista Aztlán, “dichos estereotipos sirven como justificación para las acciones injustas” (Limón, 1973: 257).

Así pues, la literatura chicana y sus orígenes se encuentran fuertemente unidos a los acontecimientos históricos sucedidos entre México y los Estados Unidos y, sobre todo, a partir del tratado de Guadalupe Hidalgo en 18482, tras el cual casi la mitad del territorio mexicano pasó a formar parte de los Estados Unidos.

El afán de aventuras, las múltiples leyendas sobre riquezas y, en ocasiones, el azar llevaron a los españoles a adentrarse en las áridas tierras que hoy constituyen la región fronteriza de los Estados Unidos con México.

Su cultura y tradiciones se mezclaron con las de los nativos mexicanos e indios dando lugar a una mezcla racial y cultural que conformó una cultura que llegará hasta nuestros días. Como bien afirma el escritor estadounidense Carey McWilliams: “la herencia hispana del suroeste tiene dos partes: la española y la mexica-india” (McWilliams, 1968: 91).

Los angloamericanos sentían aversión por este grupo y los ignoraron durante décadas. La región fronteriza, en general, fue dejada de lado ya que los anglos tenían suficiente con subyugar a los indios nómadas. Debido al aislamiento de la región, durante muchos años, la frontera fue solo una línea en el mapa3.

Los habitantes mexicanos se sentían desplazados ya que tenían que adaptarse a otra cultura y a otra lengua. Es a partir de este momento cuando se puede comenzar a hablar del germen de la cultura chicana. Los mexicanos se sentían despechados con su gobierno central que los había abandonado mientras que, por otro lado, empezaban a sentir la opresión de un nuevo gobierno que los trataba como a seres inferiores.

El reconocimiento de esta cuestión nace con el movimiento chicano cuyo origen data de la huelga masiva de los campesinos de California en 1965 auspiciada por César Chávez y Dolores Huerta, quienes denunciaban la explotación de los campesinos. El profesor de estudios latinos Phillip D. Ortego se ha referido a este periodo como un “renacimiento chicano” (Ortego, 1973: 39).

La lengua es uno de los elementos distintivos de la cultura chicana ya que a través de la lengua se transmite no sólo la cultura sino también los valores. Ambos términos, lengua y literatura, se entremezclan para dotar de ese rasgo distintivo tan característico de la literatura chicana, donde los textos literarios están plagados de expresiones coloquiales de la cultura chicana.

La definición más generalizada del término literatura chicana es la ofrecida por el crítico literario mexicano Luis Leal: “Se considera literatura chicana toda aquella literatura escrita por mexicanos y sus descendientes que viven o han vivido en lo que en la actualidad son los Estados Unidos” (Barretto, 1998: 3).

A partir de dicha definición es cuando se reconoce y valora la existencia de la comunidad chicana, aunque sólo mencionan, como denuncia la profesora de Ciencias Sociales Patricia Zavella, a las chicanas en relación a su papel doméstico, como si no fuesen trabajadoras, activistas políticas o escritoras (Zavella, 1989: 25).

Zavella también examina las tensiones dentro de la diáspora mexicana basadas en las diferencias en el género, la sexualidad y el idioma. También examina los viajes de los migrantes hacia y dentro de los Estados Unidos, la radicalización por género y la explotación en los lugares de trabajo, y los desafíos que enfrentan las mujeres migrantes para formar y mantener a sus familias.

En sus comienzos, la literatura chicana tiene un marcado carácter de protesta social ya que denuncia la injusticia y la desigualdad que debe afrontar la sociedad chicana con respecto a la sociedad estadounidense. Sin embargo, a partir de los años ochenta, comienza a observarse un cambio, pues aparecen las primeras escritoras chicanas quienes empiezan a escribir y a defender la situación de la mujer chicana.

La comunidad chicana comenzó utilizando el español como lengua de comunicación para pasar al inglés y así poder llegar a la comunidad dominante. La lengua chicana es una lengua libre y viva que no se ciñe a convenciones establecidas por los sistemas del inglés y del español.

Oprimidos social y económicamente, los chicanos se vieron usurpados de su identidad y sustituida por estereotipos, por lo que los escritores chicanos se encaminaron en la búsqueda de la identidad que les había sido robada. Crearon un género propio, una narrativa de la identidad propia. En su literatura, tratan de integrarse en la sociedad anglosajona sin renunciar a sus raíces.

Del movimiento feminista, en opinión de la investigadora chilena Cecilia Vázquez, las chicanas aprendieron que era posible expresar sus preocupaciones sociales a través de la literatura (Vázquez, 1997: 89). Las autoras chicanas más exitosas de estos años son: Gloria Anzaldúa, Ana Castillo, Sandra Cisneros, Lorna Dee Cervantes, Gina Valdés, Bernice Zamora, Denise Chávez, Lucha Capi y Alma Villanueva, entre muchas otras.

La literatura chicana de los últimos años, junto con el mismo pueblo, ha cambiado hasta cierto punto. Los principales autores siguen con las tendencias de explorar las raíces indígenas y las de la cultura mexicana. Pero a la vez surgen otros enfoques temáticos, como el del papel de la mujer ante el machismo o la homosexualidad. Por lo tanto, se puede observar un contenido más universal en la literatura chicana.

Es una literatura producida por escritores chicanos que ha provocado cambios sustanciales en la articulación social de sus comunidades dentro de la sociedad estadounidense, gracias a un esfuerzo por preservar sus orígenes y para forjar un espacio de igualdad y de respeto en su comunidad.

A partir de los años ochenta, las representaciones más destacadas de la literatura chicana son mujeres debido al papel que la mujer tiene dentro de la sociedad mexicano-americana, puesto que en la mayoría de los casos es quien se encarga de transmitir, de manera oral, las tradiciones de generación en generación.

 En ese sentido, la temática femenina chicana trata de la liberación de la mujer y la creación de un espacio vital propio en reacción al trato dado por el hombre y a la explotación de un sistema económico opresivo. Por otra parte, como contrapartida, implícitamente emerge la salvaguardia de la tradición oral y la memoria, donde la figura de la madre es también recurrente en la alternancia de símbolos lingüísticos sustentados en un espacio híbrido y marginal: la mujer abnegada que se sacrifica para mantener a su familia y la transmisión de unos valores castrantes para la mujer.

Las escritoras chicanas reexaminan, cuestionan, subvierten y refuerzan los valores de la sociedad patriarcal. Sus narrativas son manifestaciones de las luchas contra múltiples formas de opresión. Las autoras tienen que crearse y en sus obras se representan a sí mismas en los personajes, lo cuales se embarcan en la búsqueda de valores que los identifiquen. En sus obras tratan de establecer una relación directa entre el ser de su interior y la realidad que les rodea.

En esta nueva literatura chicana, el uso del lenguaje y la alternancia de códigos entre el español y el inglés han merecido la atención de numerosos críticos y lingüistas. En la literatura chicana, la sucesión de dichos códigos supone un rasgo distintivo ya que constituye un acto de identidad y un acto de reconocimiento y reivindicación de la identidad femenina chicana.

Se trata de defender la multiplicidad de identidades que caracteriza a la raza chicana. Una de sus reivindicaciones es la búsqueda de un lugar físico suyo propio que le fue arrebatado por los anglos. En opinión de la investigadora Raquel León Jiménez: “A través de su literatura, especialmente mediante aquella que reproduce la lengua empleada por el pueblo chicano, y que consiste en el cambio de códigos entre el español y el inglés, los chicanos están dándose a conocer como un pueblo que quiere expandirse” (León Jiménez, 2000: 37).

La chicana es una literatura que se escribe ya sea en inglés (Rudolfo Anaya, José Antonio Villarreal, Ron Arias, Gary Soto, Ana Castillo, Sandra Cisneros, Dennis Chávez), ya sea en español (Miguel Méndez, Aristeo Brito), o bien usando el inglés y el español indistintamente en diferentes obras (Tomás Rivera, Rolando Hinojosa, Sergio Elizondo).

En la literatura chicana escrita en inglés, el continuo uso del español y de una sintaxis concreta produce un cierto efecto. Es inevitable que este tipo de literatura remita a las experiencias de la comunidad chicana y, en el caso de las obras escritas por mujeres, a la experiencia de la mujer.

Ana Castillo es especialmente conocida por su poesía, que ha tomado la temática femenina desde la circunstancia de ser mujer en una sociedad machista (la chicana) y racista (la angloamericana). Así, denuncia el abandono económico y social femenino y la prepotencia de una religión que propugna la rígida ideología con respecto a los patrones sexuales, visto a través de una relación epistolar entre dos mujeres “hispanas”, reelaborando la relación entre los sexos.

Una de las características de la literatura chicana escrita en inglés es la presencia de palabras y frases españolas en el texto. Lo más interesante, sin embargo, es que se usan palabras inglesas modificadas para darles una estructura española. Para los narradores chicanos, la escritura representa un espacio donde es posible cruzar las múltiples fronteras simbólicas, de nacionalidad y de género. De acuerdo con estos narradores, la riqueza de la literatura chicana radica en la multiplicidad de voces, generaciones, temas, ideologías y géneros literarios. El spanglish, mezcla del español y del inglés, utilizado por gran parte de los narradores, sobre todo los más jóvenes, es un ejemplo de esta tenaz resistencia.

Es importante señalar, asimismo que, en esta búsqueda de identidad, no está solo la lucha del hombre chicano por conseguir la igualdad con el anglo sino también la de la mujer chicana por conseguir la igualdad y el reconocimiento dentro de su propia comunidad patriarcal, para huir así de los estereotipos que su misma cultura les impone.

Justo S. Alarcón menciona en un artículo la necesidad de los primeros autores chicanos por contar las experiencias de la raza oprimida y las suyas propias realizadas dentro del propio grupo (Alarcón, 2004: 137). Fruto de dichos acontecimientos en la literatura chicana aparece dos pares de mentalidades paralelas: opresor – oprimido, dominador – dominado.

Como feministas, estas autoras escriben para oponer las representaciones tradicionales del movimiento chicano con las nuevas tendencias literarias. Sus obras exponen los movimientos cuyas causas no combinan el género, la raza, y la clase social. Según la profesora de la Universidad de Michigan, Aída Hurtado: “las feministas chicanas buscan exclusiones en un movimiento y disputan desde ese punto de vista” (Hurtado, 1998: 134).

En su opinión, las escritoras feministas chicanas han escrito elocuentemente sobre la condición de las mujeres en sus comunidades. Muchas de ellos incluso se han alineado y participado en varios movimientos políticos. Esta práctica ha infundido su teorización con varias influencias que las hace similares a otras teóricas feministas, pero también diferentes. A diferencia de los miembros de otros movimientos progresistas, muchas feministas chicanas participaron simultáneamente en más de uno de estos movimientos debido a su múltiple pertenencia a grupos estigmatizados de clase, género o sexualidad.

En opinión de Federico Eguíluz Ortiz: “la identificación con un grupo étnico y cultural diferente al de la mayoría se sitúa como una de las causas principales de la aparición de la llamada literatura chicana” (Eguíluz Ortiz, 2000: 99). Defiende que tenemos, pues, una colectividad que comparte una cultura en dos lenguas, cuya literatura utiliza no sólo los referentes socio-culturales más inmediatos, sino también los dos idiomas en que se expresa esa colectividad.

Caracterizada por su intención del uso del lenguaje literario y lo temático, la literatura chicana desborda las fronteras en busca de un lector ávido de retos. Las narrativas exponen conceptos históricos y contemporáneos en pos de una fusión que manifieste un nuevo punto de vista, teniendo como premisas la lengua y la influencia de los marcadores étnicos.

Las escritoras chicanas, en su inmensa mayoría feministas, se han dado a la tarea de explorar nuevos senderos, nuevas estrategias narrativas que critiquen o reconstruyan las representaciones tradicionales de lo femenino desde una perspectiva de género, pero también de clase y de raza, planteando la necesidad de escribir una literatura de mujeres hispanas.

Así, por ejemplo, las novelas de Sandra Cisneros constituyen un muestrario de vidas, o mejor dicho, de fragmentos de vidas de niños y adultos chicanos y de su experiencia de frontera. La experiencia de frontera es, entonces, la experiencia de los límites: geográficos, culturales, sociales, ideológicos, raciales, corporales, reales e imaginarios.

Pero también puede ser, en el caso de escritoras y artistas, la experiencia de la transgresión de dichos límites, de la subversión ante lo prohibido, de la invención y el rescate de una identidad. No se trata, pues en opinión de la escritora Gloria Anzaldúa, de una identidad fija y definitiva ya que la frontera sólo define la división, la separación permanente entre una y otra (Anzaldúa, 1987: 3).

Hablar de frontera, desde la frontera, implica no solamente el referente inmediato de la línea que divide a México de los Estados Unidos, sino todos aquellos factores que afectan la vida personal, familiar y comunitaria de todos quienes han tenido que emigrar pero que conservan lazos culturales, sociales y afectivos con la cultura mexicana.

Para Sandra Cisneros, como para otras autoras chicanas, escribir es contar esta experiencia vivida a flor de piel, hablar de esa identidad desde la ficción, o más bien, desde esa otra frontera que separa la realidad de la ficción, y que abre la posibilidad de experimentar y transgredir otras fronteras, en este caso las literarias.

Si la frontera es límite, las mujeres chicanas son doblemente marginales por ser chicanas y por ser mujeres, y escriben desde esos extremos con la intención de traspasar las fronteras de clase, raza y género. Y una estrategia para hacerlo es la revisión y la reescritura de ciertos mitos culturales que, desde una perspectiva chicana y feminista, proponen una nueva manera de interpretar y reinventar la realidad.

Una de las figuras míticas recuperadas por las escritoras chicanas es “La Malinche”, identificada tradicionalmente como la traidora. Es justamente por este papel subversivo según la escritora chicana Norma Alarcón, que es recuperada por las chicanas como la mujer que es capaz de enfrentarse a otra cultura, de mediar entre diferentes discursos, superando las fronteras impuestas desde afuera y desde dentro (Alarcón, 2003: 183).

Otro de los grandes mitos fundacionales de las escritoras chicanas es el de la “Virgen de Guadalupe”, sometida a una revisión para ser reescrita desde otras perspectivas y eliminando su carácter sublime de madre pura y virginal y transgrediendo así la iconización tradicional de la iglesia católica para transformarse en una figura híbrida.

La escritora Sandra Cisneros, por ejemplo, critica y re-significa estos mitos culturales fuertes con figuras menores pero igualmente representativas de una sociedad como la de los Estados Unidos. De esta manera, Cisneros emprende lo que Gloria Anzaldúa llama “el camino de la mestiza” (Anzaldúa, 1987: 82).

Estas autoras desarrollan una redefinición de la identidad nacional chicana así como en una transformación del discurso de mestizaje para proponer un nuevo sujeto mestizo: la nueva mestiza. Esta mestiza es un sujeto heterogéneo, marginal y de herencia indígena, una mujer de color, lesbiana y habitante de la frontera cuya identidad se construye a partir de sus luchas y de su origen racial, lingüístico e histórico.

La figura de Ana Castillo como representante de la literatura chicana femenina

Aspectos biográficos

Ana Castillo (1953 –) es una célebre y distinguida novelista, poeta y ensayista estadounidense de ascendencia mexicana cuyo trabajo se centra en temas como el racismo, la xenofobia o el clasismo reinante en la sociedad estadounidense. Además, es editora de “La Tolteca”, una prestigiosa revista de contenido literario y artístico. Las obras de Castillo han sido objeto de numerosas investigaciones y publicaciones académicas.

Ana Castillo nació en la ciudad de Chicago en el año 1953, hija de Raymond y Rachel Rocha Castillo. Su madre era de origen mexicano y su padre nació en la ciudad de Chicago en 1933. Asistió al instituto “Jones Commercial High School” y posteriormente al “Chicago City College” donde completó la licenciatura en arte (BS in Art). A continuación, recibió un título en educación secundaria por la “Northeastern Illinois University”.

Finalmente obtuvo el doctorado en estudios latinoamericanos por la universidad de Chicago en 1979 después de haber enseñado estudios étnicos en el “Santa Rosa Junior College” y de servir como escritora residente para el “Illinois Arts Council”. También dio clases en el “Malcom X Junior College” y más adelante en el “Sonoma State College”.

Castillo, que ha escrito más de quince libros y numerosos artículos, es ampliamente considerada como una pensadora clave y una pionera en el campo de la literatura chicana femenina. Al respecto, la propia Castillo afirmó lo siguiente: “veinticinco años después de comenzar a escribir, siento que todavía tengo un mensaje que compartir” (Shea, 2000: 32).

Ha sido ampliamente entrevistada en diversos medios de comunicación como “National Public Radio” o “History Channel” y fue radio-ensayista de la “NPR” en Chicago. También es miembro del Consejo Asesor del nuevo “American Writers Museum”, que abrió sus puertas en Chicago el pasado año.

En 2012 la doctora Castillo fue poeta residente en el “Westminster College” de Utah y en 2014 ocupó la “Cátedra Lund-Gil” en la universidad dominicana “River Forest” y formó parte del claustro con el programa de verano “Bread Loaf Middlesburg College” en los años 2015 y 2016. También recibió la primera “Cátedra Sor Juana Inés de la Cruz” de la “De Paul University”, y ocupó el puesto de investigador visitante distinguido “Martin Luther King” en el MIT, entre otros puestos docentes a lo largo de su carrera.

Carrera literaria

Ana Castillo comenzó a escribir como una joven activista en la década de 1970, usando su poesía como forma de protesta social. Como ella misma afirma: “ser de origen mexicano, ser india, ser mujer, pertenecer a la clase trabajadora y posteriormente politizarme en la secundaria, esa era mi dirección. Yo era una poeta protestante chicana, una completa renegada y aún continúo escribiendo de esa manera” (Baker, 1996, 59).

Durante sus años universitarios en Chicago a principios de la década de 1970, Castillo participó activamente en la organización de artistas latinos en un grupo denominado “Asociación de la Hermandad Latina de Artistas” (Association of Latino Brotherhood of Artists). Al igual que muchas chicanas en los años inmediatamente posteriores al movimiento nacionalista chicano de la década de 1960, Castillo vio la necesidad de formar alianzas entre los latinos en los Estados Unidos y, por descontado, el arte se convirtió en un medio importante para forjar coaliciones poderosas.

No obstante, Castillo no permitió que esta búsqueda de coaliciones con latinos mitigase su crítica al sexismo. Ella ha sido, y aún sigue siendo, una persona muy influyente en el movimiento feminista chicano, que ha insistido en que el activismo debe considerar las intersecciones de género, raza, clase y sexualidad.

Su libreto “The Invitation” (1979) fue una respuesta al sexismo en el movimiento chicano. Ella misma lo llama una crítica aleccionadora de cómo las mujeres fueron “degradadas, incomprendidas, objetivadas y excluidas por la política de aquellos hombres con quienes me había alineado sobre la base de nuestro sometimiento mutuo como latinos en los Estados Unidos” (Castillo, 1994: 121).

The Mixquiahuala Letters” (1986) es una novela epistolar que describe los viajes físicos y mentales a través de México y Estados Unidos de dos amigas, una de ellas chicana y una mujer de origen mixto latino/blanco. Escrito desde el punto de vista de la chicana, representa su desesperación por su incapacidad de sentirse como en casa en México, donde se encuentra repetidamente con hombres que piensan que las mujeres estadounidenses son flojas y parecen no reconocer el deseo de la protagonista de reclamar su herencia mexicana. Esta novela atestigua la importancia de la solidaridad entre las mujeres latinas, la omnisciencia del machismo y el temor de que todas las mujeres se enfrenten, antes o después, a la violencia sexual.

Las obras de Ana Castillo también desafían un conjunto de elementos binarios que han dado forma a la sexualidad latina: virgen/puta, espiritualidad/sexualidad, jerarquía eclesiástica/política de lo cotidiano. Así, su novela “So Far From God” (1993) rearticula la religión en una rica mezcla de espiritualidad, sensualidad y política cotidiana.

Por su parte, los ensayos de no ficción critican de manera similar las percepciones hegemónicas sobre los roles femeninos, incluido el de la maternidad. En “Massacre of the Dreamers: Essays on Xicanisma” (1994) critica las concepciones estrechas de la típica familia nuclear y la madre abnegada y llama a todas las personas a hacerse cargo de los niños. En una línea parecida, Castillo ha escrito sobre sus propias experiencias como madre soltera en la revista en línea “Salon”.

Castillo continúa desafiando a la jerarquía católica en su colección “Goddess of the Americas” (1996) editada tan sólo unos años después y que redefine a la Virgen de Guadalupe desde una serie de perspectivas superpuestas que incluyen: feminista, izquierdista, indígena y erótica.

Su trabajo es, a veces, profundamente sensual y rayando en lo erótico, como sucede en el poema “Seduced by Natassja Kinski” (1991), que describe la obsesión del protagonista principal masculino con la famosa actriz alemana después de un encuentro causal de ambos en Chicago.

Junto a otras escritoras latinas de renombre, como Sandra Cisneros, Denise Chávez o Julia Álvarez, Castillo ha ayudado a crear un mercado principal para la ficción y la poesía latina, pero no sin algunas reservas en cuanto al mercado al cual iba dirigido y en el que encontraba el espacio necesario para su difusión. Al igual que muchas escritoras chicanas, Castillo comenzó su carrera con imprentas latinas independientes como “Arte Público”, “West End Press” o “Bilingual Review Press” y es ferviente partidaria de las librerías independientes.

Premios y condecoraciones

Ana Castillo recibió una gran cantidad de premios y de condecoraciones a lo largo de su dilatada carrera, incluyendo el “American Book Award” en el año 1987 concedido por la “Foundation Before Columbus” por su primera novela “The Mixquiahuala Letters”. También fue nominada en el año 1999 para el premio “los mejores chicagonenses del siglo”, patrocinado por el periódico “The Sun Times”.

Entre los otros galardones que se le han otorgado en reconocimiento al compromiso de su vida con la excelencia en las artes y las letras se encuentra un premio “Carl Sandburg”, un “Premio de Libreros Mountains and Plains” (Mountains and Plains Booksellers Award) así como diversas becas del “National Endowment for the Arts” tanto en ficción como en poesía.

En el año 2013 recibió el “Premio Gloria Anzaldúa” de la “Asociación de Estudios Americanos” (American Studies Association) otorgado a un académico independiente. Y en junio de 2015, Castillo recibió el premio “Lifetime Achievement Award” de literatura por su contribución literaria a la comunidad latina y a su compromiso con la mejora de las generaciones más jóvenes por la organización “Latina 50 Plus” con sede en el Bronx de Nueva York.

En ese mismo año obtuvo un “Premio Literario Lambda” en la categoría de ficción bisexual con su libro “Give It to Me” y otro en el año 2017 en la categoría de no ficción bisexual por “Black Dove: Mama, Mijo and Me” (Kellogg, 2015: 26).

Su novela “Sapogoria” fue un “Libro Notable del Año” (Notable Book of the Year) del periódico “The New York Times”. Otras novelas galardonadas y de gran éxito de ventas incluyen “Give It to Me”, “So Far From God”, “The Guardian” y “Peel My Love Like an Onion”.

Massacre of the Dreamers”, su colección de ensayos clásicos galardonada, celebró su vigésimo aniversario con una edición actualizada lanzada en el año 2014 y su galardonada novela en verso “Watercolor Women, Opaque Men” fue relanzada en otoño de 2016 en una nueva edición de lujo por la “Northwestern University Press”.

Conclusiones

Uno de los géneros literarios con más auge en los Estados Unidos en la actualidad es el género de la literatura chicana. Esta literatura emerge de un singular fenómeno creado por la yuxtaposición de la cultura tradicional y dominante anglosajona y las tradiciones latino-americanas y habla nítidamente sobre este conflicto de identidad cultural entre ambas tradiciones.

Ana Catillo ha escrito y publicado en todos los géneros literarios. Empezó como poeta política, poeta chicana y luego continuó con los ensayos hablando de la mujer mestiza, de la humanidad o del colectivo LGTBIQ4. Mientras escribía poesía se dio pronto cuenta de que no todo el mundo leía poesía y, como sentía que tenía un mensaje que transmitir, comenzó a escribir prosa, cuentos y novelas.

Fue la propia Castillo quien acuñó y utilizó la palabra “Xicanisma” como término alternativo para el feminismo chicano. Como activista durante los años setenta y ochenta, Castillo se había desencantado con el estatus quo feminista blanco y quería ofrecer un medio alternativo para que las latinas se vieran a sí mismas en el movimiento de liberación de las mujeres.

Aunque el feminismo chicano había sido recogido y diseccionado recientemente por la academia, Castillo sintió que había sido presa de abstracciones teóricas. Así pues, quería reclamar el feminismo chicano y llevarlo a cabo al lugar de trabajo, reuniones sociales, cocinas, dormitorios, y la sociedad en general.

Castillo escribe sobre la pubertad, su relación romántica con una conocida feminista a quien nunca nombra públicamente, y sobre el encarcelamiento y posterior recuperación de su único hijo de la adicción con las drogas. También toca temas personales como sus propias experiencias con el asalto sexual que sufrió y que se vio reflejado en sus obras posteriores en las que se refleja la amargura que le produjo este hecho en su exposición del acto sexual con hombres.

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Zinn, H., A People’s History of the United States, Harlow, Longman, 2003.


1 Entre estos artículos podemos destacar los siguientes: Francisco Jiménez. The Identification and Analysis of Chicano Literature. Nueva York: Editorial Bilingüe, 1979. Rafael Pérez Torres. Critical Uses of Race in Chicano Culture. Minneapolis: University of Minnesota, 2006.

2 El Tratado de Guadalupe Hidalgo fue firmado al final de la Guerra de Intervención Estadounidense por los gobiernos de México y los Estados Unidos el 2 de febrero de 1848, y fue ratificado el 30 de mayo de 1848. El tratado estableció que México cedería más de la mitad de su territorio, que comprende la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.

3 Como dato anecdótico podemos señalar que la patrulla fronteriza, tal y como la conocemos en la actualidad, del servicio de inmigración no se estableció hasta 1924.

4 LGTBIQ es la sigla compuesta por las iniciales de las palabras Lesbianas, Gais, Transexuales, Bisexuales, Intersexual y Queer.